El documental en el cine argentino –y mundial- ha crecido como mucho en el siglo XXI, producto en gran parte del abaratamiento de los costos y producto también del aumento de los canales de difusión para esta clase de cine. Esto permite que haya muchos documentales sobre los más variados temas. Algunos, como Un cine en concreto, son pequeñas joyas que si el espectador no tiene la suerte de ver en cine, debería por lo menos darle una chance en cable o streaming. La película cuenta la historia de Omar Borcard, un albañil que vive en Villa Elisa, provincia de Entre Ríos. Su vida cambió cuando a mediados de la década del sesenta, en medio de una realidad muy dura para él, descubrió la magia de la sala de cine. Su pasión por el cine se volvió total y durante los siguientes veinte años vio cuánta película que pasaba el cine de su pueblo. Cuando el cine cerró, para Omar fue una tragedia. No se resignó y construyó, en su propio terreno, un cine. Así de simple y así de cinematográfico: con sus propias manos construyó un cine. Omar no es un cinéfilo en el sentido más puro y duro del término. Omar tiene películas y géneros favoritos, pero básicamente cualquier película le parece un milagro. Es un cinéfilo no académico, cuya formación es el amor puro por el cine. El cine como refugio, como espacio para soñar y para sentirse menos solo. No es un experto en cine, es un experto en la experiencia de ir al cine y disfrutar la película. Lo maravilloso del documental es que los cinéfilos y no cinéfilos no podrán quedarse afuera de su historia y su necesidad vital de que sigan proyectando películas. Omar no tiene grandes discusiones acerca del futuro del cinematógrafo, no ve a la sala de cine como un negocio, ni un espacio de prestigio. Su amor es tan profundo y genuino que, aun sin saberlo, explica en cada frase suya y en su propia vida el sentido final y profundo del cine. Todos los que amamos el cine entendemos de que habla Omar. La película lo muestra como es, la historia misma es increíble. Hay tanto de cinematográfico en lo que hizo y se parece a tantas grandes películas de la historia del cine que es asombroso. En un momento la directora elige mostrar la propia filmación de Un cine en concreto y amenaza con romper la magia, pero entonces uno lo imagina a Omar siendo parte del rodaje y entiende el motivo de la decisión. Omar está en una película, él y su familia, él y su historia. La película posee también una enorme melancolía. La forma en la que este albañil lucha contra el tiempo y los cambios culturales es conmovedora. No es una resistencia a los avances tecnológicos ni los cambios culturales, es proteger un espacio de felicidad. Omar encontró la felicidad en la sala de cine y busca que otras personas hagan el mismo descubrimiento y accedan a la misma forma de placer y refugio. Es un acto de obstinada generosidad. Si toda la película es muy emocionante, hay que decir que un par de momentos son para largar lágrimas. Sin anticipar nada de la trama el espectador debe saber que el crecimiento dramático y los giros que la película tiene son dignos de la más elaborada ficción. Los que amamos el cine con todo nuestro corazón y lo hemos convertido en parte de nuestra vida, entenderemos a Omar, pero el sentido de su tarea excede por mucho al cine. La película muestra como los temas pequeños pueden ser grandes reflexiones sobre la condición humana. Con muy pocas pretensiones a la vista, Un cine en concreto dice mucho sobre la vida.
El prolongado Continuará Sus conocimientos en albañilería y su extrema pasión por las películas y la magia de ver cine en una sala llevaron a Omar Borcard a concentrar esas cualidades en la construcción de un cine propio para que los chicos o el público que se acercase a esa sala en Villa Elisa encontraran algo de lo que a él siempre lo llenó de alegrías y emoción. Un tema de Charly García dice algo así: “Pedro trabaja en el cine y en su mundo de celuloide Pedro es feliz”. Omar lo demuestra cada vez que se le iluminan los ojos y la cámara de la directora Luz Ruciello muestra -valga la redundancia- su luz. Porque de adversidades este hombre entiende y mucho pero también de que la perseverancia para volver a levantar una sala, sin moverse con la presión del negocio que no es rentable, es lo único que lo lleva a seguir adelante en una realidad de un país y una cultura con mucha más oscuridad que luz. Claro que Cinema Paradiso (1988) es la película simbólica de todo cinéfilo y que mejor transmite esa pasión por ver cine desde el lugar de espectador; por celebrar la locura de ese loco de la plaza que no le tiene miedo a los sueños en la película de Giuseppe Tornatore, acompañado del ángel musical Ennio Morricone en las escenas más gloriosas y emotivas. Omar no es un loco más que desde lo apasionado cuando habla de películas o los géneros, sin pretensiones de erudición académica alguna y eso se agradece por partida doble porque detrás de Omar sólo hay amor por el cine y generosidad por compartirlo como proyecto de cultura más que otra cosa. La identificación con la titánica y a la vez invisible tarea de Omar Borcard y su cine Paraíso por momentos despierta enormes dosis de optimismo, sus etapas de incertidumbre, o frustración, que también forman parte de su vida de cine con final abierto dejan en claro y muy bien parada a la directora, quien encontró el término medio entre la distancia emocional y la aproximación a un personaje absolutamente cinematográfico. Lo único que se anhela de esta gran historia es un prolongado Continuará y que si se apagan las luces no se pierda ni un segundo la magia.
Partículas luminiscentes atraviesan con parsimonia la oscuridad de un recinto donde se proyecta una película. La secuencia inicial de Un cine en concreto resulta tan inspiradora como la persona que Luz Ruciello retrata en su primer largometraje: el albañil Omar José Borcard, administrador de la sala de cine que él mismo construyó y acondicionó a pulmón en un rincón de su Entre Ríos natal. Fiel a su nombre de pila, la realizadora –también entrerriana– echa luz sobre una historia que rara vez cruzó los límites de Villa Elisa. El hallazgo de esta vida consagrada a la preservación del hábito de mirar cine en una sala especialmente diseñada es el primer acierto de Ruciello. El segundo radica en la decisión de retratar a Borcard a medida que pasan los años, y así acompañar la evolución de sus sueños. En términos estrictamente narrativos, el albañil de 60ytantos años encarna a un prototipo clásico de héroe: de apariencia vulnerable pero con una voluntad y fortaleza a prueba de adversidades. A diferencia del David que enfrentó a Goliat, Omar cuenta con algunos aliados, característica que recuerda la excepcionalidad de las gestas absolutamente solitarias. El cine como fenómeno colectivo aparece en todo su esplendor. La reivindicación de la sala de proyección en tanto lugar de encuentro reparador y enriquecedor para toda una comunidad, la férrea intención de legarles la pasión cinéfila a las nuevas generaciones, cierto sentido de retribución trascendental contribuyen a combatir la tendencia contemporánea a reducir el séptimo arte a un negocio especializado en ofertas cada vez más personalizadas de entretenimiento audiovisual. La inclusión de algunos entretelones del rodaje dentro del retrato mismo también aporta su granito de arena en este sentido. De hecho, en la visibilización del equipo técnico que trabaja detrás de cámara, el cine se manifiesta como expresión de (sincronizada) pluralidad. Con perdón del pequeñísimo adelanto, Borcard bautizó su sala Cine Paradiso, quizás en homenaje al largometraje que Giuseppe Tornatore filmó en 1988. Al margen de la validez de esta hipótesis, existen sobrados motivos para relacionar al albañil entrerriano con aquel Salvatore que, de chico, aprendió a ver cine de la mano del proyeccionista del pueblo y, ya adulto, retribuye ese amor por las películas y por su lugar natal con las gestiones necesarias para impedir la destrucción de la sala de su infancia. Pasaron treinta años desde el estreno de aquella ficción inolvidable y cabe un océano entero entre Omar y Totó/Tornatore). Nótese, sin embargo, que el obrero entrerriano, el cineasta italiano y su personaje pertenecen a la misma generación. A la luz de esta coincidencia conmueve todavía más que una realizadora joven haya encontrado en el Cine Paradiso litoraleño una o varias historias dignas de contar, y nueva oportunidad para homenajear al séptimo arte y a uno de sus –tantos– ángeles guardianes.
La épica del cinéfilo Un cine en concreto (2017) aborda la pasión por el cine de un humilde albañil entrerriano. Se trata de una película sobre la persistencia y la fe en el arte como espacio de contemplación y reunión. Se define como “cinófilo” pero eso no quita que sea un cinéfilo de pura cepa. Omar, un albañil del pueblo entrerriano Villa Elisa, es el protagonista de este documental que tiene la virtud de acompañarlo en su recorrido y jamás ponerse por encima de él. Esta película de la realizadora Luz Ruciello nos interpela como espectadores, a partir del trabajo de Omar y de algunos apuntes biográficos que él ofrece en primera persona, en donde se vislumbra su bonhomía e interés por compartir su pasión sin esperar nada a cambio. El hombre fotocopia los anuncios que él mismo hace, los distribuye, selecciona las películas que proyecta en un proyector oxidado, limpia la sala (que él mismo construyó, dato no menor), oficia de acomodador. Menos de la producción de las películas, se encarga de toda la cadena que va desde el producto audiovisual hasta el espectador. No comprende las nuevas modalidades de visionado de films (jamás menciona la palabra “Netflix”) porque es consciente de la importancia de asistir a una sala y compartir un relato audiovisual. “Yo no entiendo a la gente que iba todos los fines de semana al cine y que hoy ni siente nada por el cine”, dirá en algún momento. Un cine en concreto pertenece a ese sub-género del documental que hace foco de una “persona singular”, sólo que aquí la singularidad recae sobre el propio dispositivo audiovisual. La “empresa” de Omar es también el testimonio de una época que deja de ser algo para transformarse en otra cosa, y tal vez por eso su oficio se enaltece; resulta conmovedor ver cómo con los recursos que tiene a mano hace lo que, en definitiva, también debería hacer el Estado en todo el territorio (ya sea una gran ciudad o un pequeño pueblo). Es decir: garantizar el acceso al cine, promoverlo como un espacio nodal para la construcción y el progreso cultural. Tal vez, el documental pudo adentrarse un poco más en las concepciones del cine que tiene Omar, de una forma más minuciosa; ¿qué tipo de material considera el más indicado para su sala? ¿Cuál descarta? ¿Por qué? Son preguntas que quedan sin respuestas más bien cerradas, pero que no opacan este retrato conciso y amable sobre un hombre que hizo de su amor por el cine su propia y austera épica.
Villa Elisa es una pequeña localidad entrerriana cercana a la ciudad de Colón. Un típico pueblo de casas bajas y siestas sagradas que, sin embargo, esconde una historia que debe ser única en la Argentina. Allí, arriba de un comercio igual a tantos, un viejo albañil apasionado por el cine construyó una sala con sus propias manos. Le demandó todos los domingos durante cuatro años. Un cine en concreto es una película pequeña, dueña de una honestidad, amabilidad y nobleza similar a la de su protagonista, un hombre de apariencia frágil y vulnerable, con la piel curtida por los años de trabajo bajo el impiadoso sol mesopotámico, llamado Omar José Borcard. La realizadora Luz Ruciello acompaña el día a día de su aventura unipersonal: Omar no sólo puso todas y cada una de las maderas, sino que también se encarga de la selección de las películas y de la difusión de sus contenidos en el programa radial que conduce. Lentamente irán desplegándose las distintas facetas de Omar, desde su familia hasta un pasado tortuoso en el que encontró en el cine una tabla de flotación. Ruciello logra traspasar esa amor por el cine –a las películas, pero también al ritual– a una película que funciona tanto como el registro de una cotidianeidad cansina como una historia inspiracional de perseverancia y esfuerzo.
Un cine en concreto, de Luz Ruciello, cuenta la historia de Omar Borcard, un albañil de Villa Elisa, un pueblito de Entre Ríos, mismo lugar donde nació la directora y creadora de este film documental. Omar auspicia un hecho típico de finales de los ’80, ve cómo cierran la sala de cine de su barrio en 1986, y que nunca más reabren. Allí mismo es donde este hombre, que a sus 9 años juntaba moneda por moneda para disfrutar de las películas en pantalla grande trabajando como canillita, decide construir una sala en su propia casa para que todos disfruten de la magia del cine. Él es un hombre que de chico tuvo una vida bastante difícil y sombría y, seguramente como en muchos otros casos, encontró en el cine su salvación. Un film documental más que conmovedor que nos hace reflexionar sobre las convicciones, sobre todo aquello que el hombre puede lograr, sea cual sea su condición social, cuando está convencido y aferrado a una idea desde el corazón. Omar quiere que todos en el pueblo tengan acceso al cine, así como lo tuvo él desde pequeño. No es un cinéfilo profesional, tal vez tampoco tenga mucha noción de la industria del cine, pero sabe muy bien el valor que tiene la cultura para cualquier pueblo. Inevitablemente esto me recuerda a la bellísima película de Giuseppe Tornatore, Cinema Paradiso, que es como Omar decide llamar a su propia sala (¡película que también recomiendo que vean!). Son destacables la música original con la que Maxi Prietto dotó a la película, así como el montaje de cada escena. 168 domingos son los que Omar tarda en construir su primera sala, un pequeño y humilde espacio cuyo proyector es un Gaumont de 1928 donado por un párroco, sala que funciona durante muchísimos años, y con ellos la felicidad de ver a todos los niñes del pueblo compartir esa emoción y ese magnetismo de sentarse frente a una pantalla grande, esas pantallas que él mismo veía desaparecer con nostalgia. Esta película demoró 10 años en producirse y ya fue seleccionada en 20 festivales internacionales, entre los que se destacan el 34º Miami Film Festival, USA, Cinélatino, 29éme Rencontres de Toulouse, Francia, 41° São Paulo International Film Festival, Brasil y 20 Shangai Film Festival, China. Se estrenará el 31 de enero en las salas Gaumont, y tendremos el placer de conocer a Omar José Borcard, quien estará presente cumpliendo el sueño de estrenar su primera película y en su sala predilecta de Buenos Aires.
La cinefilia y la pasión por la pantalla grande encarnada en Omar, un hombre que ha sabido llevar hasta las últimas consecuencias su amor, acompañado SIEMPRE por los suyos. Un relato sobre la voluntad y la necesidad de vivir para lo que uno ama.
Este jueves llega al cine Gaumont “Un Cine de Concreto”, el documental de Luz Ruciello que se centra en Omar Borcard, un obrero que se autodenomina como un “cinéfilo” apasionado del cine en todas sus formas, pero que se frustra cuando el cine de su pequeño pueblo Villa Elisa en Entre Ríos cierra. Este será el puntapié para lograr un sueño construir un nuevo cine en el pueblo y llevar eso que tanta felicidad le causó a la gente. El documental recorre la historia de Omar y su lucha día a día para devolver la magia del cine al pueblo. A lo largo de testimonios y una entrevista en primera persona nos iremos adentrando en la vida de este pintoresco personaje y su pasión por el séptimo arte. El relato se hace pesado por momentos, ya que los planos se vuelven demasiado largos y no tienen mucho que ver con lo que se quiere contar. También hay muchos inserts de viajes, que poco suman a la historia. En conclusión, este documental es una historia sencilla y contada con un tono que permite conectarse con sus protagonistas. A pesar de tener problemas con alguna toma y planos, vale la pena ser vista y conocer un personaje diferente.
Cine para todos Como todo círculo cerrado, el de les “cinéfilos” suele ser un micro mundo muy particular, con códigos propios y un lenguaje lleno de referencias que puede dejar afuera a todo aquel que no lo comparta. Tal como se plasmaba irónicamente en películas como El crítico o 20000 Besos, el cinéfilo habla permanentemente de cine de modo naturalizado, y más de una vez cree vivir dentro de una película, sin importarle que el “excluido” lo vea como una rara avis. En el otro polo, están los que viven la pasión por el cine como forma de inclusión, los que creen que el cine se comparte con “el pueblo” y traducen su pasión en obras de acercamiento: Daniel Burmeister, el cineasta retratado por Eduardo de la Serna en El ambulante; gente como Fernando Martín Peña y su obsesión por el fílmico y lo popular en Filmoteca en vivo; los creadores de festivales como el Hacelo corto de Saladillo; o la tarea de la DAC llevando cine nacional a escuelas rurales como se ve en El cine argentino va a la escuela. Omar José Borcard claramente entra en esta segunda categoría, y la documentalista Luz Ruciello nos permite conocerlo en su ópera prima Un cine en concreto. El cine de la resistencia Omar es un albañil entrerriano. Pero sería injusto decir que es solo un albañil. Con más de sesenta años, sus riquezas son más de espíritu que económicas. De chico, el cine de pueblo lo ayudó a sobrepasar los malos momentos de bolsillos flacos refugiándose frente a la pantalla. De grande, quiso retribuir ese regalo inconmensurable. Su oficio de albañil lo ayudó a construirse una sala, El Paradiso, y con un proyector ya oxidado sigue proyectando sus películas en fílmico para todo aquel que las quiera ver. Ruciello hace todo lo posible para que adoremos a Omar. De todos modos, la tiene fácil, nuestro protagonista se hace querer y es imposible no tomarle (mucho) cariño desde la primera frase. Como suele suceder con este tipo de documentales que siguen a una vida, a una persona, Un cine en concretoparte de lo particular para ir hacia algo más grande y general, solo que en este caso ese traspaso tendrá que hacerlo el propio espectador desde su análisis; la directora nos da las herramientas. Un cine en concreto no es solo sobre un personaje, si se quiere, pintoresco; es sobre una vida sacrificada pero apasionada. Es sobre el cine, y lo que este significa en las vidas de la personas. El cine como hecho social. También nos habla de los cambios de paradigmas y de la resistencia del formato clásico. El Paradiso puede ya no tener el brillo de otrora y su concurrencia no es la que era, pero Omar no va a claudicar. No entiende cómo la gente dejó de ir a las salas, no le hablen de otra cosa que no sea algo que pueda pasar por su proyector, el fílmico. En el “ir al cine” había una ceremonia, y Omar no quiere que desaparezca. Del dicho al hecho Más que ser un erudito catedrático sobre teorías cinematográficas, Omar vive el cine, aún sin participar en nada que incluya “hacer una película”. Mantiene toda una tradición artesanal en la selección de películas, promocionarlas de un modo cuasi casero, y seguir abriendo las puertas de la sala que él mismo se/nos construyó. Es un modo de compartir no solo con “los que saben y entienden”, sino con la espera de que alguien se acerque y descubra; ir de la palabra a la acción. Un cine en concreto es un documental formal, sin grandes hallazgos estéticos ni narrativos porque no los necesita, el cine le brota a cada cuadro, porque su homenajeado exuda celuloide por todos sus poros. Podremos conocer algo de la vida diaria y la historia de Omar, escucharlo hablar, exponer y dejarnos bien claro qué es lo que, para él, el cine debería ser. En definitiva, Un cine en concreto es un documental sobre el cine desde lo más profundo, desde la pasión y las locuras hermosas que nos lleva a hacer, y la garra que le ponemos para que el fuego de la pasión no se apague. Si quieren entender a qué nos referimos cuando hablamos de la ceremonia del cine, imposible de repetirla viendo algo en casa, Luz Ruciello nos regala la clave.
Luz Ruciello conoció a Omar José Borcard de casualidad. Y lo filmó durante casi nueve años, un esfuerzo justificado dado el calibre del personaje. Amante empedernido del cine, Omar construyó una sala en su propia casa con la colaboración de su esposa y los aportes de algunos vecinos. Y no lo hizo una vez, sino dos, obligado por circunstancias que revela este documental notable por su rigor formal y su aliento poético. La increíble historia del Cine Paradiso de Villa Elisa, Entre Ríos, remite obviamente a la de la recordada película de Giuseppe Tornatore, pero en clave criolla. Es atrapante por sí misma, pero también por estar contada con delicadeza, solvencia y el mismo amor que el protagonista tiene por su máximo ídolo, Palito Ortega.
“168 domingos me llevó construir el cine”, cuenta Omar Borcard, un obrero de un pueblo de Entre Ríos cuyo amor por el séptimo arte lo lleva a construir su propia sala después de que cerrara el cine al que asistía semana a semana, una construcción a la que sólo le podía dedicar sus días libres: los domingos. Un cine que no será fácil mantener en pie, no para alguien a quien le significa algo muy distinto a un negocio. Este documental dirigido por Luz Ruciello narra la historia de Omar a través de sus palabras e imágenes que lo siguen en su día a día, cotidianeidad que por supuesto está muy ligada al amor que siente por el cine. En algún momento se ahondará un poco más en cómo nace ese idilio y también la importancia de ciertas figuras omnipresentes: Palito Ortega es para él el equivalente a lo que puede ser una estrella de Hollywood, “porque los héroes del celuloide nunca sienten dolor y los héroes del celuloide nunca mueren realmente”, como cantaba Ray Davies junto a The Kinks. La cámara lo sigue en la intimidad de su casa (y a veces la directora se introduce ella misma dando indicaciones) e incluso cuando viaja a Buenos Aires buscando películas para proyectar y se encuentra con el mundo de las distribuidoras, que le resulta extraño y ajeno porque para ellos es un negocio. A él en cambio no le interesa hacer dinero con el cine, de hecho no lo hace, lo utiliza para promover la cultura e invita a todos a ver sus películas. Para Omar todo está hecho a pulmón, también el programa de radio que conduce donde aprovecha para promocionar y hablar de las películas que proyectará. Luego también la narración toma un giro inesperado que pondrá de nuevo a su protagonista en el rol perseverante que le toca interpretar en su vida, cuando cierta circunstancia lo lleva a empezar otra vez. Acá se generan los momentos más emotivos, capaces de emocionar a cualquier persona y de una manera absolutamente genuina. Sin grandes artificios y con mucho corazón y honestidad es que el documental pone en foco a un personaje cuya historia parece salida de una película. “Un cine en concreto” logra plasmar una historia pequeña y valiosa, especialmente para quienes amamos el cine y sentimos que fue éste quien nos salvó y nos brindó un necesario refugio, además de brindarle la importancia que se merece a un ritual que no cambiaríamos por nada.
No entiendo a la gente que iba al cine semanalmente y ahora no ve ni siente nada con las películas Uno pensaría que la cinefilia es una actividad pasiva que consiste en consumir películas a diestra y siniestra. Imaginemos a una persona, tal vez desde su infancia o adolescencia (dependiendo del grado de su compensación), sentado en una butaca e iluminada o sorprendida por lo que ocurre en la gran pantalla de cine. Un cine en concreto da cuenta de que la cinefilia no es del todo pasividad. El cinéfilo también hurga y construye, sea por azar o a plena conciencia. Muestra de ello es el tesón del señor Omar José Borcardpor construir no una, sino dos salas de cine para, una vez más, compensar una pérdida: la demolición del cine de Villa Elisa en los ochenta. El tamaño de la compensación dependerá de la edad en que el cinéfilo se da cuenta de que el cine es un lugar donde puede resguardarse y arriesgarse al mismo tiempo. Pocos lugares pueden ser tan dicotómicos como una sala de cine, donde podemos escoger una película de comedia y sorprendernos, luego de una lágrima que podríamos incluso negar, de que esa estrella de cine también puede sufrir, así sea ficcionalmente y solo por un instante. Y el ejemplo de una comedia no es fortuito. En la programación del cine Paradiso que el señor Omar regentaba están incluidas Kung Fu Panda (2008), Legally Blonde 2 (2003) y Dos Tigres (2004). La conciencia de que una escena esclarecedora para un alma puede venir de cualquier flanco es plena y en absoluto tacaña. Esto hace que la pasión de Omar sea digna de una atención poco frecuente. Porque pasión y cinefilia se retroalimentan en esta vida planificada y enfocada en difundir cine, en compartir el movimiento emotivo de una imagen. Y el documental rastrea esta construcción con un interés, incluso en su making of. La pasión por el cine nunca se estanca en Omar, o no es esto lo que le interesa a la película. Puede pasar por preguntas, por obstáculos y por trabajos que diluyen el motor del cinéfilo. Nada más palpable que la urgencia de dinero para que la pasión sobreviva. Pero no: el cine no es un negocio, es un modo de que el alma subsista, permanezca. Dicho así puede pecarse de romanticismo, pero incluso el reconocimiento de cuántas veces le recomendaron a Omar que dividiera la primera sala para alquilar habitaciones, con un “no” como respuesta en todas ellas, es una muestra de que todavía existen islas en medio de la humanidad. Tales islas son focos en las que lo tradicional, lo que viene cocinándose desde hace décadas y aun siglos, es un incentivo para que la percepción se ponga frente a un espejo y sea simbolizada apenas por un instante. Si bien el documental no ahonda en tal proceso espéjico, sí rastrea la construcción obrera de los cines como si se tratara de hacer una cartografía de la cinefilia. Como diciendo: en tal punto, fueron convocadas personas por diez años en busca de esa escena que moviera siquiera mínimamente una fibra de su ser apelmazado y rutinario. En tal otro punto, volvieron a ser convocados por el mismo hombre seres humanos que mantuvieran la inquietud por la imagen posible, la imagen que nos sorprenda como a cada uno de nosotros, cinéfilos, nos ha bofeteado un gesto, un silencio, un corte, una nota que nos reafirme el porqué nos procuramos cada cierto tiempo un paréntesis a la vida. Y como todo rastreo cartográfico, la película también es un rastreo amoroso de los orígenes cinéfilos de Omar. Desde evocar en qué lugar del cine viejo de Villa Elisa se sentaba hasta mostrar su afición por Palito Ortega, este hombre nos muestra su día a día. Como si en algún momento elidido del film hubiera ocurrido el proceso inverso de La rosa púrpura del Cairo (1985): ahora es el cinéfilo quien entra en la pantalla. La diferencia es que acá no hay pretensiones de estrellato; el hombre recorre el pueblo en carro para repartir las entradas de las funciones y difunde la información de las películas en su programa radial. Al final, el amante de cine es un ser en expectativa. Se mantiene a la espera de que comience la película, de una sorpresa. Independientemente de que esa sorpresa se produzca o no, habrá ocurrido una comunión con dos, diez o cien espectadores al mismo tiempo. El cinéfilo es un ser paciente, mas nunca pasivo. Y no paciente en el sentido clínico del asunto. Nada más alejado, aunque la psicología nos quiera hacer creer otra cosa. Es paciente porque en la espera sabe que habrá un detalle, central o nimio, que lo haga respetar la sala a oscuras como si fuera el feligrés que acude a la misa dominical, cansado de su fe, pero consciente de que el dolor frente a la incertidumbre nos puede volver generosos con los demás en algún punto.
“Un cine en concreto”, de Luz Ruciello Por Jorge Bernárdez La historia de Omar José Borcard es la historia de una pasión y es apasionante ver a un albañil de un pequeño pueblo de la provincia de Entre Ríos, que encuentra en el cine y en cierta forma en la vida de las estrellas un lugar de pertenencia. Omar siendo un niño visitaba el cine Mitre de su pueblo y se interesaba por lo que pasaba en esa sala, al punto de meterse en la sala de proyección y aprender del operador los secretos de la proyección de aquellas películas. En 1986 la sala cerró y Omar reunió gente para ver si armaban un movimiento en defensa del cine pero no lograron nada. Con los años Omar seguía amasando un sueño y por eso llegó a viajar a la Capital Federal, pero allí deambuló sin encontrar un interlocutor que le hablara de proyectar cine y no de dinero, porque se hablaba demasiado de negocios y el prefería seguir creyendo en la magia. Paralelamente a su vida como albañil, Omar se tomó los domingos para construir un salón “para alquilar”, decía cuando la mujer le preguntaba por esa construcción que estaba haciendo, pero un día le dijo la verdad y le contó que estaba levantando una sala de cine. La mujer sonrió y le dijo: ¿Vos qué sabes de eso? Omar seguramente sabía algo que su esposa pensaba que no y la sala fue tomando forma. Es interesante en esta época en que los grandes negocios los números millonarios parecen marcar el ritmo de estos tiempos, que un hombre dedique su vida a llevarle a la gente la vieja magia que se produce en una sala donde un proyector refleja sobre una pantalla las imágenes de una película. Omar proyecta incluso en celuloide si es necesario, porque en un momento en que nadie se imaginaba que podía volver a haber una sala de cine, el héroe de esta historia se consiguió un proyector y bien al estilo de los que sacan de la nada los recursos necesarios, lo puso en funcionamiento. Omar tuvo una vida de sacrificios y de momentos duros, pero su familia siempre estuvo a su lado y en cierta forma aportó desde el amor la contención que Omar necesitaba para lograra abrir su sala que no por casualidad se llama Paradiso. Luz Ruciello dirigió este documental que se acerca con una mirada curiosa y cómplice a la vida de un gestor cultural cuyo sueño es conocer a Palito Ortega, pero no se ilusiona demasiado porque nadie llega a tocar las estrellas. Por lo pronto Omar verá un documental sobre su vida y sus sueño estrenarse en el Gaumont, que es su cine favorito. UN CINE EN CONCRETO Un cine en concreto. Argentina, 2017.Dirección: Luz Ruciello. Guión: Luz Ruciello y Celina Eslava. Con los testimonios de Omar José Borcard, María Teresa Castro, Evangelina Borcard y Nicole Benítez Borcard. Fotografía: Lluís Miras Vega. Edición: Carlos María Cambariere. Sonido: Javier Stavropulos. Distribuidora: Litoral Cine. Duración: 77 minutos.
Los locos por el cine tienen eso, pueden atravesar la vida, cumplir con sus mandatos, ponerle el pecho a la balas, aguantar dificultades, pero la obsesión por las películas contribuye, y mucho, a que sus vidas sean mejores. Luz Ruciello encontró a un maravilloso personaje. Hablamos de Omar José Bocard un albañil humilde de un pequeño pueblo del Entre Ríos. Un hombre deslumbrado por el cine que no se resigna al cierre de las últimas salas a s su alcance. Y cuando se enfrenta a no tener cines a donde ir sueña y cumple con construir con sus propias manos una sala, su “Paradiso”. El que tiene las butacas viejas, primero un proyector oxidado, la pantalla construida por sus propias manos, la entradas vendidas casa por casa, los anuncios de la programación en un pizarrón escritos a mano. Bocard construyó todo solito, con su “dios proveerá”, la solidaridad, la ayuda de sus amigos y un empecinamiento digno e invencible. Un trabajo minucioso que le llevó diez años a su realizadora y como resultado un documental entrañable e imperdible.
“Cinema Paradiso” en pleno Litoral La directora traza el retrato de un héroe vecinal de un pueblo entrerriano, amante del cine al punto de que decide levantar él solo una sala para volver a ver películas como se debe. Hay épicas que si se las pone a la altura de la Humanidad pueden ser pequeñas, microscópicas incluso. Pero basta cambiar de escala y ubicarlas en la proporción de sus protagonistas y contexto para que cobren otra dimensión. Un pueblo pequeño del litoral, por ejemplo. Un hombre menudo y modesto, que trabaja de albañil y vendedor de zapatillas económicas, pero es un enamorado del cine. La idea loca de levantar una sala después del cierre del cine del pueblo. Los cimientos, los ladrillos y la mezcla. La gestión para conseguir un proyector, la pantalla y las butacas. Películas en celuloide cuando el cine empieza a digitalizarse. Y un tiempo más tarde, cuando la sala (Paradiso) funciona, la desgracia, la depresión y a empezar de nuevo, levantando otra sala de cero, siempre trabajando tan solo como un personaje de Jack London. Y todo, pura y exclusivamente por amor. Por amor al cine. Y por convicción de que los vecinos de que ese pueblo próximo a Villa Elisa, provincia de Entre Ríos, merecen un cine propio. Omar Borcard, héroe vecinal. Las primeras imágenes son asombrosas, en su naturalidad. Omar recorre el pueblo en auto y va parando en las casas donde hay chicos, para ofrecer una entrada a cada chico. “Acuérdense, viernes y sábado a las 21, sábado a las 20”. Hace un poco de memoria: “Este fin de semana… Kung Fu Panda y Dos tigres, una película hermosa sobre dos tigrecitos que se crían juntos”. Su mujer, Teresa, diseña los carteles. “No sé si le gusta tanto el cine como a mí”, se franquea Omar. “Le gustan algunas películas, no todas, como a mí”. A Teresa le gustan las de amor, algunas comedias, algunos dramas. “A mí”, dice Borcard, “me gustan las comedias románticas, los dramas, las de acción, las bélicas…” Parece como si estuviera pensando en el cine de los 50. Confirma: “Y me gusta el cine clásico”. De chico Omar trabajó como canillita, para paliar la pobreza familiar. Un día descubrió el cine, y no quiso irse más. En la biblioteca del lugar, que se ve resplandeciente de tan nueva (está instalada donde estaba el cine que cerró), Omar hojea revistas de los 60. Palito, Palito, Palito y Palito: su ídolo absoluto es Palito. Hasta el punto de que su sobrina, de quien Omar está a cargo como una hija, se llama Evangelina. Por suerte salió rubia, que si no hubiera quedado raro. En el comedor de la casa, donde apenas hay lugar para moverse, Teresa no sabe muy bien qué hacer con los cubiertos en la mano. “¿Puedo servir la mesa?”, le pregunta a la realizadora, que está fuera de cuadro. “Vos hacé nomás, no preguntes”, le recuerda Omar. Teresa no puede dejar de mirar. “Bueno, ahora miramos el televisor”, instruye a Evangelina y su hija (¿Julieta?). La directora da cámara, todos miran al televisor salvo Teresa, que echa una especie de micromiradas permanentes a la lente. Al final, la realizadora Luz Ruciello proclama una especie de “ma’sí” virtual y el diálogo entre el delante y el detrás de cámara queda institucionalizado. Ruciello sabe cómo y cuándo jugar sus cartas y cuándo “taparlas”, presentando en los primeros tramos el statu quo de Omar y su sala y reservando para la segunda mitad el asombroso levantamiento, ladrillo a ladrillo y sin saber si le va a dar la plata para terminar o no. Aparece un cura queriendo donar un proyector Gaumont del año… ¡1928! ¿Sonoro, mudo adaptado? Herrumbrado, seguro. “Llamé al proyectorista del cine para que me enseñara, y en cuatro sesiones aprendí”, dice Borcard. “Nos faltaba una correa y le pusimos una de lavarropas”. Se nota que el dueño de la sala Paradiso es prolijo para la contabilidad. “Tardamos 168 domingos en levantarlo”. Omar es como un pariente espiritual de Jorge Mario, el cineasta de Amateur (N. Frenkel, 2011), que filma superproducciones en Super-8 (¡también en el Litoral!). Un tiempo después de tanto esfuerzo, el colapso (que Ruciello presenta de modo brutal) y allí donde la mayoría bajaría los brazos, Omar Borcard vuelve a empezar, guiado tal vez por uno de sus lemas: “Es todo magia”.
El cierre de los cines, la desaparición de las salas en los pueblos alejados de las grandes ciudades, su transformación en grandes almacenes o templos evangélicos no es un fenómeno solo argentino. Hace dos años habíamos visto en el FIDBA 66 Kinos un documental alemán extraordinario sobre las 66 pantallas de los 66 cines que resisten a esa depredación, a esa falta de interés. Si pasa en Alemania, cómo no va a pasar en Argentina, es lógico pensar. Luz Ruciello egresada de Imagen y Sonido en la Universidad de Buenos Aires, radicada en Barcelona, encontró en Villa Elisa, Entre Ríos, un personaje fuera de serie: Omar Bocard, un entrerriano nacido campo adentro que un día descubrió en las revistas de espectáculos que había algo que se llamaba farándula, y que esa gente hacia películas. Palito Ortega es el ídolo de este albañil, sencillo y trabajador que empleó 168 domingos para construir con sus propias manos un cine sobre su casa, sí, sobre su casa. Ruciello lo filmó durante 18 años, entre el 2000 cuando inaugura la sala, hasta el 2010 cuando cumple 10 años. Algunos registros actuales sirven a modo de dramatización y están bien, se intercala el trabajo con la pala,el balde con cemento y los ladrillos para recrea el peso de la construcción de las paredes, vigas y techo. No solo el personaje es fuera de serie, la situación también es extraordinaria: ese cine “doméstico”, con butacas donadas del cine Mitre de Villa Ellisa, un proyector que le regala un cura que solía hacer cine ambulante, unos pizarrones con tiza anunciando las funciones del día, unos volantes distribuidos por él mismo de puerta en puerta, tiene la singularidad de lo único. La película de Ruciello exalta la empresa personal. La quijotesca empresa de este Fitzcarraldo que carga sobre sus hombros (y sus ahorros) la construcción de algo que parece un imposible. El público responde? Esa sala pequeña y humilde, se llena? A ese público le interesa por Locos sueltos en el Zoo, Kung Fu Panda o Legally Blonde? Omar siempre saldrá a vender sus funciones como las películas más lindas y más interesantes del mudno. Un viaje a Buenos Aires a la zona de los cines y una visita a la Sala Lugones le da a Omar la suficiente perspectiva como para entender que lo suyo cada vez es más difícil, pero no imposible. Hay un momento que me gusta mucho. Omar prepara en silencio la sala antes de abrir las puertas, la mesa con mantel negro y paquetitos de golosinas, se sienta sobre esa mesa lo que dura un microsegundo en que no se sabé qué pasará, su figura se recorta sobre la pared de ladrillo. La foto es usada en el cartel de promoción y en la foto de esta nota: resume esa idea, ese momento crucial para el cual todo fue hecho. El documental está muy bien, en los primeros minutos los bancos de una iglesia y la luz que viene de las ventanas trasmuta en una sala oscura de la que sale una luz radiante. En qué se diferencia una iglesia de una sala de cine? Son dos edificios concretos en donde suceden cosas sagradas. Inmediatamente después, Omar sale con su auto a repartir volantes con los horarios de sus funciones. La cámara lo sigue, y a lo largo de todo el relato será así, lo observacional deja lugar a algunas intervenciones de la directora que marcará qué hacer en algunas situaciones. En el negocio de zapatillas actúa con naturalidad; su voz en off irá contando sobre los géneros del cine que le gustan, las ideas que lo mueven, su infancia, sus ídolos, su admiración por esa pantalla gigante de 8 m de ancho del Teatro Mitre de Villa Elisa donde vio por primera vez “una pelicula gauchesca, algo asi como Pampa Bárbara: era espectacular, a la semana siguiente había que volver”. Un cine en concreto se ocupa de lo micro, de lo otro, de lo que sobrevuela, la falta de políticas culturales para proteger esas microfísicas deberían ocuparse otros.
CINEMA PARADISO LOCAL Este documental pasional y de amor cinéfilo nos trae a Omar, un ex albañil devenido en comerciante de zapatillas que también maneja en paralelo su propio cine barrial en el tranquilo pueblito de Villa Elisa, Entre Ríos. Una humilde sala edificada con mucho amor, en primera instancia en parte del terreno materno del protagonista, es fruto del esfuerzo de casi cuatro años. Para Omar nada fue imposible. Bastaron sus propias manos, un entusiasmo admirable y el cariño que infunde en cada decisión con respecto a su proyecto personal: la construcción de su gran sala de cine. Ese cariño que traspasa la pantalla y emociona al más duro espectador por esa ternura y sencillez de un hombre ordinario y noble dispuesto a “crear cultura”. Lo que se diría una verdadera y disparatada gesta cinéfila. En Un cine en concreto, la realizadora Luz Ruciello logra con creces retratar a este personaje amante del séptimo arte y el cine argentino de los 60′. Un soñador que defiende estos espacios culturales para el pueblo y, en especial, para el disfrute visual de los niños; y que elige con amoroso cuidado y criterio las obras a proyectar en su especial cinemateca. Relatos, memorias, momentos simpáticos de la cotidianidad de Omar y su mujer quedan impregnados bajo la lente de la cámara de su realizadora en esta pequeña gran obra testimonial que sigue a Omar día a día. La sencillez, la honestidad y el factor emotivo son parte del microclima intimista que se percibe en el film con la naturalidad espontánea de sus personajes. Tal vez este producto sufra un cambio de formato y calidad de la imagen -meramente técnico y de salto temporal- a mitad de sus últimos 20 minutos, pero amalgama muy bien ese antes y después en la vida de Omar y el destino de su cine. Le otorga esa sensación casera -en el buen sentido- a un relato de un hermoso personaje a la altura del Alfredo de Cinema Paradiso, donde los obstáculos económicos no existen para desarrollar una pasión.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Narra parte de la vida de Omar José Borcard, que tiene 64 años, vive en Villa Elisa (Entre Ríos), tuvo una infancia dura, en un lugar humilde, su ídolo, Palito Ortega, albañil, por problemas de salud puso una zapatillería, las personas del lugar lo aprecian, compran en su negocio y su esposa María Teresa lo ayuda. Tiene un gran amor por el cine y cuando en 1986 cerró el cine del pueblo, Omar esperaba que algún empresario lo recuperara, pero dado que esto no sucedió se puso en campaña para construirlo él, sin saber cómo iba a conseguir cada uno de los elementos para hacer su sueño realidad. Construirlo le llevó cerca de 4 años y tuvo “Cine Paradiso”, en este documental te muestra las vicisitudes y hasta donde uno llega por amor. Teresa y Omar además de ser familia, se cuidan, se apoyan y se acompañan, Omar nunca se rindió, sus ojos le brillan, ante tal pasión, esto es vida, sigue luchando para tener vivo su “Cine Paradiso” es nuestro Salvatore “Totò” Di Vita, argentino y todo lo que hace es sin fines de lucro. Esta es una historia entrañable, emocionante, tierna y poética. Llega al corazón de todos aquellos que amamos el cine, los que vibramos y sentimos como Omar lo podemos comprender, es algo mágico. Por eso gracias por tu amor al cine y a todos lo que colaboraron para que siga vivo.
Si a usted, amigo lector, todavía le gusta mirar las películas dentro de una sala cinematográfica al ver éste documental realizado por Luz Ruciello en Villa Elisa, provincia de Entre Ríos, se sentirá de parabienes al apreciar que la cruzada encarada por Omar Borcard no fue en vano. Porque a Omar lo podrán tildar de iluso o loco, pero no de alguien que se rinde con facilidad ante los inconvenientes económicos, o al paso del tiempo y la modernidad que conlleva el uso de nuevos métodos de visualización de películas. A él nadie lo pudo detener para concretar su sueño. El protagonista de ésta singular historia fue albañil durante más de tres décadas, luego consiguió tener una pequeña zapatillería. Su origen humilde contrasta radicalmente con el interés por la cultura y la divulgación de ésta. Con ese convencimiento construyó un cine dentro del terreno de su vivienda. Al no tenerlo el pueblo, hizo uno para poder proyectar y observar en pantalla grande los films de casi todos los géneros. No lo motivó la ambición de ganar dinero, sino la pasión y el amor por el séptimo arte. El documental abarca un período de varios años en la vida de Omar y su mujer Teresa. De cómo ideó todo, luego la caída y posterior resurrección. Hay momentos emotivos, otros cálidos, acompañados por una adecuada música incidental. El relato mantiene un ritmo constante, al ver en cada una de las escenas como el personaje retratado hace algo. Es un hombre inquieto. No sabe lo que es el descanso. Algún detalle convierte en un poco desparejo al documental, especialmente el haber decidido colocar algunas escenas del "crudo" de la filmación en la compaginación final. Como cuando preguntan qué es lo que tienen que hacer frente a cámara, o reciben indicaciones de la directora, que no le agrega nada importante a la narración. Este criterio adoptado rompe el clima obtenido porque no es una realización tradicional, sino que tiene un concepto estético, cronológico, musical, emotivo, etc., muy bien elaborados, pero qué, con dichas escenas rompe la homogeneidad necesaria. La directora encontró una historia interesante para contar y la llevó a cabo. Como Omar, que no claudicó nunca. La convicción que tuvo fue tan potente y audaz que, construir un cine con sus propias manos, fue una consecuencia directa de la predilección que tuvo siempre por las películas que le alegraron la vida.
Se estrena Un cine en concreto, documental de Luz Ruciello acerca de Omar Borcard, un apasionado del cine que construyó una sala con sus propias manos. Un relato sobre la perseverancia y la obsesión de una persona por conseguir sus sueños. Hay diferentes formas de vencer a la muerte. Durante décadas se ha dicho que el formato casero está matando a las salas cinematográficas. Se decía en los años ’50 cuando apareció la televisión. Se decía en los ’70 y ’80 cuando aparecieron el cable y el VHS sucesivamente. Se dice ahora con el streaming. Pero lo cierto es que si bien el caudal del público ha disminuido y las cadenas multinacionales se han devorado a las salas de barrio, el cine sigue viéndose en el cine. Como debe ser. Y Omar Borcard, de Villa Elisa (Entre Ríos), es uno de los grandes héroes de esta doctrina. Porque cuando en 1986 se cerró el viejo cine de barrio, él, albañil, usó sus conocimientos (sus poderes) para construir, desde cero, en lo que fuera la casa de su madre, una sala. Con el apoyo de su esposa, de un cura que le donó un proyector, y utilizando las viejas butacas del antiguo cine, armó una sala con la única motivación de transmitir la tradición de ver cine en el cine para las generaciones venideras. El documental de Luz Ruciello no se separa de su protagonista, de su amor por sentarse en una butaca y poder ver películas, especialmente, de su admirado Palito Ortega. Filmada en varias etapas, la película centra su mirada en esos ojos perdidos, simples, obsesivos que, en una cruzada quijotesca, no renuncian, pese a innumerables contratiempos, a convertir terrenos baldíos en un espacio cinematográfico. Con una puesta sencilla y contemplativa, la directora retrata al personaje con cierta distancia. Exhibe el amor que le dedica a su sala, con la pulcritud, perseverancia y el detalle que un escultor le dedica a su obra, utilizando sólo herramientas que tiene a mano. La sonrisa de poder regalarle a los chicos entradas, la pasión por el arte de proyectar parecen sentimientos perdidos en el tiempo, aislados de la vorágine del ritmo urbano. Justamente, uno de los momentos más sensibles y emotivos del film de Ruciello es cuando el protagonista viaja a la ciudad y se enfrenta a una sala legendaria como la Lugones, quedando sorprendido por la magnitud del proyector. Inteligente, la directora guarda un misterio, relacionado con el ir y devenir en la estructura temporal (hay notables cambios de estética y textura visual), que recién en el final se hace explícito, y no hace más que agigantar la figura de este pequeño y enjuto hombre, un hidalgo moderno, que no se rinde ante los avatares o ante los avances tecnológicos. El último gran héroe de las salas cinematográficas.
Este documental es la opera prima de la joven realizadora Luz Ruciello. El filme retrata una pasión y cómo podemos hacer de ella un acto “en concreto”. Omar, es un hombre mayor, de unos 70 años, un albañil de oficio que vive con su familia en el humilde barrio de Villa Elisa. Su hogar, sus vínculos y su mundo parecen tan simples y tangibles que no podríamos saber que late en su corazón sino nos abrieran las puertas de su mundo interior. Escuchamos así su voz narradora mientras observamos su vida cotidiana. Esa voz confesional nos permite descubrir la pasión más visceral que Omar ha engendrado en su universo personal: el amor enorme al cine y sus ficciones. Su vida está atravesada por recuerdos cinematográficos, y su cinefilia no necesita de academicismos, ni textos de semiótica, es ante todo la proyección de sus sueños y sus fantasías en una pantalla grande. Como el título del filme nos infiere, Omar lleva ese amor platónico a un proyecto concreto: construir una sala de cine un piso arriba de su casa. Casi en secreto, sin revelarle a su mujer el destino final de esa obra, crea una sala para toda Villa Elisa. Su deseo más ferviente es que todos recuperen aquel hábito perdido de la cita con el cine, no puede concebir que ese ritual mágico se pierda ni por la distancia ni por el tiempo. Construye un lugar de encuentro donde plasma todas las quimeras que un hombre puede tener. Y aunque el sueño puede no ser eterno y la vida jugarle alguna mala pasada, el templo estará allí en la memoria de su pueblo, donde las verdaderas historias viven para siempre. Por Victoria Leven @LevenVictoria
Cinefilia es el término que se utiliza para referirse a la pasión por el cine, un término acuñado por la teoría y la crítica cinematográfica. El término es un acrónimo de las palabras ‘cine’ y ‘filia’. Curiosamente, ‘filia’, fue una de las cuatro antiguas palabras griegas utilizadas para referirse al amor. ¿Cómo definir sino, la monumental obra de Omar José Borcard? Acaso un acto puro de amor por el Séptimo Arte. A pesar de la acronía mencionada, el vocablo ‘cinefilia’ es semánticamente indefinido. La invención de la palabra alude con claridad a una correspondencia amorosa que un espectador establece con el cine. No es cualquier afecto, ya que el objeto seleccionado tiene una integridad en su propio ambiente: el séptimo arte es un reino de infinitas provincias en el que rige lo misceláneo. Es por eso que el cinéfilo conoce que, una vez que descubre lo que el cine le puede dar, la grandeza intrínseca jamás defrauda. Por un lado, el cine local, de esos que quedan pocos en cada barrio, fagocitados por el impiadoso avance de las poderosas ‘cadenas’, aún conserva esa magia que tiene mucho que ver con la cinefilia. Ser cinéfilo puede verse como una elección personal, una elección que puede ser determinada o influenciada por el entorno de uno, pero nunca dictada por él. Entonces, lo que el individuo busca es lo que los hace cinéfilos o no. Y mientras cinéfilo significa literalmente un amor por el cine, evidentemente ha desarrollado una connotación con la práctica obsesiva de dicho ritual. Básicamente, un cinéfilo ahora se puede ver cómo alguien que fetichiza el Séptimo Arte en lugar de simplemente tener un afecto por él, uno que tiene una compulsión insaciable de ver tantas películas como sea posible en su vida. Lo cual no está mal, en absoluto. Para la definición más común de cinéfilo, la distinción se puede hacer con este ejemplo: el espectador casual que aprecia el cine se asegurará de que haya visto Vértigo, pero el cinéfilo se asegurará de que haya visto, por necesidad, los objetos que Hitchcock despliega en cada obra, sus marcas autorales. Inclusive conocer la filmografía completa, que incluye las obras menos notables como Topaz. Pero en términos de la historia de la cinefilia, el cine ha desempeñado un papel esencial en el cultivo del interés serio en el cine. La cultura cinematográfica de París posterior a la Segunda Guerra Mundial se cita a menudo como el lugar de nacimiento de la cinefilia organizada. La afluencia de películas previamente retenidas de otros países y una nueva importancia otorgada al archivo (probablemente debido a la cantidad de películas perdidas durante la guerra) en lugares como la Cinémathèque Française permitió que se desarrollara una nueva pasión por las películas dentro de la joven cultura intelectual francesa. Los parisinos fueron probablemente los primeros en tener tal acceso a tantas películas de tantos países y épocas históricas. Este factor, combinado con las numerosas publicaciones críticas y académicas sobre el tema del cine realizadas a través de estas organizaciones, permitió que se formara la concepción clásica y aceptada de la historia del cine de principios a mediados del siglo XX y sentó las bases para la teoría del autor (lo que elevó a Hollywood clásico a un “La forma artística y el director como artista principal”), así como los pasos hacia las prácticas modernas en la teoría del cine, como las lecturas marxistas del cine como industria. De esta manera, la historia parisina cambió la forma en que vemos las películas de una manera que todavía resuena hoy, e incluso se sumó al propio canon, ya que los críticos de cine se convirtieron en los cineastas (Jean-Luc Godard, Francois Truffaut, Eric Rohmer), lo que requirió una Nuevo término para un tipo especial de cinéfilo: el cineasta, o el cinéfilo que hace películas. Aunque ciertamente hay una historia documentada de películas tomadas en serio antes de la cinefilia organizada en Francia, tiene sentido que una cultura tan profunda de la cinefilia no se haya desarrollado en América en este momento como resultado de la naturaleza de la experiencia teatral de espectadores. El cine primitivo estuvo marcado por numerosas distracciones dentro del cine típico, desde el proyector que se ejecutaba en voz alta en el centro de la sala hasta los espectadores que socializaban ruidosamente. En el cine clásico (incluso en las salas de cine más elitistas), las películas en sí casi nunca fueron vistas como un objeto homogéneo de autoridad, ya que la característica en cuestión siempre iba acompañada de dibujos animados, noticias y cortos. Las audiencias podían ir y venir a su antojo, a veces llegaban a la mitad de la película y se sentaban en otra programación hasta que la película comenzaba de nuevo y volvía a su punto de entrada original. Este enfoque multiprogramación de sintonización y sintonización de la película (que podría considerarse análogo a la forma en que la mayoría de la gente ve la televisión hoy en día) duró hasta que Psycho (1960) de Hitchcock consolidó la práctica habitual de asistir a una película desde sus inicios. Pero para 1960, los franceses ya habían hecho de esto una práctica normal. Dando peso al argumento, de hecho hay una relación evidente entre la cinefilia y las prácticas de los cines en la historia. Pero estas circunstancias, por supuesto, existían antes del auge de la tecnología de video doméstico. La cinefilia de mediados de siglo fomentó, en parte, la exclusividad y la curiosidad de ver una película antigua, simplemente debido a los límites de la tecnología y la distribución. Por lo tanto, ver una película antigua o una película extranjera en un cine era un evento tan raro y especial que su fetichización por parte del cinéfilo era justificada, si no inevitable. Ahora, con la disponibilidad de reproductores de DVD multirregionales y la distribución en línea, la exposición del cinéfilo al conocimiento cinematográfico ya no está sujeta a los dispositivos del programador cinematográfico, sino a los intereses particulares del individuo. En tiempos donde la descarga de films de manera por vía virtual y el avance tecnológico propone un abanico bastante amplio de plataformas audiovisuales interactivas por medio de las cuales acceder al estreno de series y películas, el formato físico va perdiendo terreno, inevitablemente. Ni mencionar la proliferación de la piratería. Por este motivo es que organizar ciclos de encuentro al estilo de los antiguos cines de barrio, como “Cine Paradiso” de Villa Elisa (Entre Ríos), con films en formato físico -como reserva de gran valor cultural para conservar y valorar- es una tarea encomiable. Acaso, ¿sabían que Omar José Borcard posee una videoteca personal de más de 500 títulos originales? Nuestro amigo cinéfilo viaja mensualmente a Buenos Aires para buscar cada título en su correspondiente distribuidora. Vaya empeño! Quizás lo más importante es que la tecnología digital le da al cinéfilo la capacidad de manipular y cambiar la obra de arte que veneran, permitiendo múltiples interpretaciones personales de la imagen en movimiento y eliminando la autoridad del artista y asignándola al consumidor. En este nuevo paisaje de la cinefilia, la clásica y santa veneración del texto fílmico que caracterizó a la cinefilia francesa de la década de 1950 ya no se sostiene, no porque no sea relevante, sino porque ya no puede haber una definición autorizada de cinefilia. Finalmente, la cinefilia se ha convertido en lo que hacemos de ella. Entonces, ¿Cómo calificar de forma apropiada una tarea épica como la llevada a cabo por Omar José Borcard? Un humilde albañil que, viviendo en un pueblo de 12,000 habitantes, invirtiera todos sus recursos para construir un cine, tarea que le demandara cuatro años de exhaustivo trabajo. Por otra parte, ¿Cómo calificar el grado de cinefilia de la directora Luz Ruciello? Capaz de transmitir con emoción y sensibilidad una historia heroica y conmovedora. La cinefilia como experiencia es la búsqueda de ese arte impuro, capaz de congregar cine arte con entretenimiento, autor e industria, adultos y jóvenes. También de armonizar la grandilocuencia tecnológica del nuevo siglo con el minimalismo interior de la maleable naturaleza humana. Ya nada lo podrá separar: hay una instancia y una tradición en el cual el cinéfilo reconoce que la correspondencia con dicha expresión puede ir mucho más allá de la idolatría pasiva de imágenes en movimiento. Esta percepción puede ser rastreada en la tradición del cine, pero se trata simplemente de reformar una genealogía. Es por ello que resulta encontrar un parámetro justo (siquiera un precedente cercano) para valorizar con absoluta justicia y merecimiento la monumental tarea que acomete Omar José Borcard con la construcción de su cine de pueblo. Incansable, apasionado, comprometido, inquebrantable. La sensibilidad de la directora Luz Ruciello captura con un gran realismo la esencia de esta quijotada cinéfila. De eso trata la lucha de nuestro héroe: en el amor por el cine empieza y termina todo. Es incondicional y escapa a la razón. De concebir cómo la cinefilia dio parte a la quimera de una industria y, a partir de allí, de interrogarse concerniente a qué significa la cinefilia como praxis. La labor de este trabajador de pueblo grafica la esencia y eleva su acto a un nivel inconmensurable. ¿Se puede medir el amor? En este caso, sí. Hubo una cinefilia mayor, inspiradora, ancestral. Una usanza nacida en Francia, en tiempos de cine-clubs, que empieza con André Bazin y culmina con toda la camada cahierista. Una noción que implica pensar la cinefilia como actitud de conocimiento general del mundo, una vía de ingreso a él por la que no solamente se define una reciprocidad del Arte con el cosmos sino también de la vida en las pantallas y del universo con el cinéfilo. Una forma de abstracción con efectos prácticos, una transformación de nuestra total existencia. Esa colección de películas guardadas en nuestra memoria que va conformando un ADN irrepetible. En otros términos, ver películas es contemplar siendo parte activa. Es involucrarse para documentar sobre ellas, tarea que la directora Luz Ruciello lleva a cabo entregando años de investigación a un proyecto que merecía realizarse. La cinefilia nos atraviesa a todos: directores, críticos y espectadores. Especular que el cine puede componer, como tal, actos de fundación y recreación de la identificación, es creer en una fórmula efectiva, placentera para estar en el mundo. La pasión por el cine sería, veladamente, una forma de amar la vida, y asimismo un terreno de encuentro estimulante y provocativo. La simbiosis se produce entre los signos que emiten los films y los signos que componen la identidad del amante de cine. Un acto de pura alquimia. Un eco personal que quedará flotando en la mente de cada espectador. “Un Cine en Concreto” conmoverá y no dejará indiferente a nadie. Es ese tipo de historias dignas de ser contadas, sólo hace falta una cámara sensible dispuesta a registrarlo. Existen héroes anónimos en el mundo cambiando -inconscientemente- el destino de muchos. Como cinéfilos, damos las gracias.