Patéticos Hombrecillos Es muy difícil que una película coral funcione en su totalidad, y mucho menos una que además sea episódica. El nivel generalmente es desparejo, tanto por sus interpretaciones, como por sus argumentos. No es el caso de Una Pistola en Cada Mano. Acaso se trate de una especie de Woody Allen español, el realizador Cesc Gay ha conseguido en su breve trayectoria consolidarse como un director de actores y guionista excepcional. Desde Krampack hasta su última obra ha logrado trabajos cuyo peso recae especialmente en sus intérpretes, y en la inteligencia de los diálogos, la veracidad y calidez de sus personajes, la sensibilidad y credibilidad de sus historias. Una Pistola en Cada Mano es atravesada por 6 encuentros de parejas, cuyo eje es la dificultad de llevar a cabo una relación amorosa, hombres que atravesaron, atraviesan o están por atravesar una separación o divorcio, la incomunicación en la pareja, los celos y la infidelidad. Se trata de 6 encuentros en lugares únicos, ya sea entre dos amigos que no se ven hace mucho tiempo – Sbaraglia y Fernández – una pareja divorciada que se reencuentra – Segura y Cámara – un hombre que descubre que su mujer le es infiel y un vecino de su casa de verano – Darín y Tosar – un oficinista casado y un compañera de trabajo – Noriega y Peña – y dos parejas amigas, que en diferentes espacios se van contando intimidades – San Juan y Waitling por un lado, Molla y Guillén Cuervo por otro. Apelando a un brillante timing humorístico, cierta ridiculez y parodia al patetismo masculino, Cesc Gay, consigue al igual que Allen, reírse de conflictos domésticos gracias a inteligentes diálogos que no caen en lo burdo o vulgar, sino que capturan el cotidiano y lo lleva, por momentos al remate absurdo. Cada episodio tiene una duración exacta, y algo muy difícil, consigue que ninguna situación se parezca a la anterior. Hay varios giros narrativos que pecan de ser un poco previsibles, pero esto no logran aminorar el interés de las historias. Y si cada episodio logra mantener su encanto, aún con una puesta en escena básica, es gracias a la potentes y creíbles actuaciones, especialmente del elenco masculino, que consigue, en su ridiculez convertir sus personajes en atractivos y queribles. Situaciones dramáticas que no son llevadas al sentimentalismo ni al golpe bajo. El elenco, como puede verse está compuesto por una selección de actores españoles, muchos de ellos que han trabajado en Hollywood incluso – caso de Mollá y Noriega – y de reconocidos argentinos como Sbaraglia y Darin, que seguramente permitirán que el film funcione – merecidamente – muy bien comercialmente en nuestro país. Si bien el tono interpretativo de los españoles y los argentinos es diferente – los ibéricos están más contenidos que los nacionales – los trabajos de Sbaraglia y Darín son superiores a muchos de los que hicieron últimamente en el cine nacional, más creíbles e identificables. Si bien Sbaraglia interpreta a un español y su personaje contrasta con el de su opuesto, Eduard Fernández – el mejor del elenco, aunque los trabajos de Tosar y Cámara son notables – lo de Darín es más parecido al argentino chanta que tan bien viene interpretando hace bastantes años, pero esta vez, en un contexto ideal, y muy bien dirigido. La elección es perfecta. Por otro lado, el elenco femenino no se queda atrás y también tiene algunas interpretaciones para destacar como las de Candela Peña – ganadora del Goya – y Leonor Waitling, soberbia como de costumbre. Una Pistola en Cada Mano es irónica, honesta, negra, simpática y da pie a la reflexión sobre las relaciones en pareja y las motivaciones de los hombres, específicamente, a la hora de encarar una relación con una mujer. Fluida y dinámica, falla únicamente en los últimos minutos, cuando el director decide agregar un innecesario epílogo. Pero el desarrollo es tan agradable, la narración se deja seguir tan bien, el guión está tan bien escrito – a la altura de Ficció o V.O.S. – que las pequeñas cosas que se le pueden criticar, terminan siendo nimiedades. Cesc Gay vuelve a demostrar que es uno de los realizadores más interesantes del cine español actual.
Cesc aborda la crisis de los 40 masculina, en el más amplio espectro que uno se pueda imaginar, a partir de una serie de historias que involucran a hombres alicaídos, interpretados por un dream team del cine español. Es inevitable analizar el film sin discutir el tono del mismo. Una Pistola en Cada Mano es una obra íntima y agridulce, que se mete en núcleo del estereotipo del hombre para exteriorizar los miedos, dudas e inquietudes de 8 personajes masculinos, jugando siempre en la delgada línea que hay entre la tragedia y la comedia, sin ser específicamente tragicómica. Dicho tono se alcanza gracias a 3 grandes elementos, el montaje, la dirección y el reparto. Si bien hay ciertos detalles que le dan vuelo al film y van más allá de esas tres menciones, el brillo del filme surge de esas tres aristas...
Quizás no sepan, que Cesc Gay es un director catalán que inició su carrera allá por 1998 junto a Daniel Gimelberg (quien hace dos semanas justo estrenó “Antes” que sigue en cartelera), con una interesante película llamada “Hotel room”. Sin embargo, su reconocimiento se produce en 2003, cuando irrumpe en los Goya con varias nominaciones para su deliciosa “En la ciudad”. Posee un estilo levemente ácido, le gusta ubicar el lente en personajes en crisis y le interesa mucho la problemática de los sujetos entre los 30 y 40 años. Ese es su fuerte. “Una pistola en cada mano” ratifica esa línea. Relato coral donde seremos testigos de seis encuentros casuales en secuencias dominadas por hombres en claro estado de desestructura. Desde ya, estos personajes tienen mucho para decir, un tiempo acotado para trazar el perfil de su historia y cierta interrelación que funciona como nexo, para unirlos. Integran un mosaico cuyo objetivo, parece ser, ofrecer una mirada aguda sobre los temas que aquejan emocionalmente a los caballeros de más de 40 años… Edad difícil no? Las pequeñas anécdotas y situaciones que se presentan son interesantes (aunque algunas desparejas) y levemente divertidas. Matrimonios en crisis, divorciados intentando reconciliarse con sus parejas anteriores, propuestas de sexo casual, maridos engañados, amantes y más…No es este un film donde abunden las sonrisas, no señor. Si hay que reconocer que el guión es ingenioso y los pequeños giros que en cada interacción se dan, atrapan al espectador. A esto, hay que sumarle el hecho que el cast es increíble. En “Una pistola en cada mano”, verás actuar (y muy bien) a Leo Sbaraglia, Javier Cámara, Luis Tosar y el único argentino que cada vez que aparece en pantalla arrastra un millón de espectadores a sala, Ricardo Darín. Ellos ofrecen sólidas interpretaciones, aunque no son los únicos, porque también se suman al coro, Eduardo Noriega y las encantadoras Leonor Watling y Candela Peña, un escalón debajo del primer pelotón. Los segmentos tienen la duración exacta y se ensamblan correctamente, aunque hay que reconocer que el film luce contenido y demasiado esquemático. Más allá de eso, Gay estructura bien su propuesta, aunque hay que reconocer que para disfrutar a pleno este film, tu reloj biológico tiene que estar por arriba de las cuatro décadas. Los conflictos que presenta, son específicos de cierta franja de edad y si te encontrás en ella, seguramente la peli te gustará, y mucho. Si estás fuera de ese público potencial, al que está dirigida puede que ser que te pierdas algunas reflexiones agudas sobre el amor después del amor
Secretos y mentiras... a la catalana Una pistola en cada mano no es una película argentina, pero podría serlo. Esta comedia dramática del catalán Cesc Gay transcurre a lo largo de unos pocos días en diversos lugares de Barcelona y está conformada, básicamente, por seis secuencias separadas, cada una de ellas con dos protagonistas, la mayoría hombres de más de 40 años. Cada cuentito es autosuficiente en su narración y su formato casi teatral, tanto en lo formal como en la dramaturgia. Y recién sobre el final se verán algunos apuntes en común. Eduard Fernández y Leonardo Sbaraglia encarnan a dos amigos que se reencuentran después de muchos años: el español está mal de trabajo y sin dinero, pero bebe y no le importa; al argentino le va bien en la vida pero está medicado con estrés y ataques de pánico, y vive empastillado. Javier Cámara va a dejar a su niño a la casa de su ex mujer con la secreta idea de proponerle a ella volver a juntarse, pero lo que sucederá allí lo obligará a repensar la cuestión. Ricardo Darín está en un parque espiando a su esposa, que lo engaña con un hombre, cuando se encuentra con un conocido (Luis Tosar). En la conversación que tendrá con él surgirán cuestiones inesperadas. En el cuarto corto, Eduardo Noriega trata de invitar a salir a Candela Peña, su compañera de trabajo en una gran empresa. Ella, luego de dudar un poco, le propone ir al baño y hacerlo allí, sin más vueltas. Pero aquí tampoco las cosas salen como el hombre las imagina. El quinto y sexto cuentos suceden al mismo tiempo y los protagonizan dos parejas cruzadas. En un auto hacia una fiesta van Antonio San Juan y Leonor Watling. Y caminando van -a ese mismo evento- Cayetana Guillén y Jordi Mollà. Las parejas están cambiadas, por casualidad, pero en las charlas paralelas los amigos (Antonio y Jordi) se enterarán, gracias a sus mujeres -confiadas de que entre amigos se cuentan todo- detalles de la vida del otro que desconocían. La película tiene apuntes graciosos, es simpática por momentos, emotiva en otros, pero nunca logra trascender esa estructura armadita que da la sensación de que cada “cuadro” tiene una pequeña moraleja para ofrecer acerca del patetismo de los hombres de esa edad. Cada escena de por sí no está mal -hay un buen timing cómico, el paso hacia lo dramático está bien llevado-, pero es el conjunto el que se termina volviendo demasiado programático, excesivamente calculado y más televisivo/teatral que cinematográfico. De cualquier modo, Una pistola en cada mano tiene bastantes momentos muy simpáticos y, si bien no está a la altura de otras películas del realizador como Krampack y Ficción, resulta una propuesta discretamente entretenida.
Ellos Cesc Gay elige para su película un relato coral en el que los personajes masculinos son el eje de atención: sus problemas en las relaciones con las mujeres, en la comunicación, en el trabajo. A partir de acá encara un film sobrio, pero también una gran comedia, con actores que saben cómo aportar el tono adecuado a cada escena, entre ellos los argentinos Ricardo Darín y Leonardo Sbaraglia. Dos amigos de hace mucho tiempo se encuentran casualmente y casi sin quererlo terminan riéndose de sus miserias. Un hombre divorciado lleva a su hijo a lo de la madre y, sin grandes preludios, decide declararle su amor a su ex. Estos son dos ejemplos de las seis breves historias de Una pistola en cada mano (2012). Todas ellas adoptan una estructura similar: dos personajes dialogando sobre cuestiones existenciales que los aquejan en el momento, si bien cada uno de estos diálogos contiene en sí un pequeño drama, casi todos ellos vinculados a la pareja, el humor es un elemento fundamental en la película y, principalmente, necesario. Desde el absurdo pasando por el ridículo o la sorpresa, todos los personajes vivirán un momento de autoconciencia que los dejará descolocados. El director elige un rango etario muy definido para sus protagonistas: los hombres que ya pasaron los cuarenta. Sabe que el material que tiene allí es inacabable y, si de trabajar con buenos actores se trata, doblemente rendidor. Por eso Cesc Gay no tiene apuro en contar: los pensamientos, silencios y gestos aquí no se resumen, muy por el contrario, son los que más aportan a estas escenas. La cámara entonces acompaña sutilmente, sin subrayar, sin ganar protagonismo, buscando simplemente la mejor manera de presentarnos a los personajes. Porque lo que importa aquí son las particulares miradas y conductas de estos hombres, a quienes la crisis de los cuarenta los toca muy de cerca aunque algunos de ellos decidan ignorarlo. El director catalán supo captar ciertas ideas arquetípicas sobre el sexo masculino y encontró una manera muy convincente de trasladarlas a la pantalla grande, y también un tanto crítica. Porque si bien la mujer no es la protagonista aquí, su función sí que lo es, pues es justamente la que abre esa brecha que deja a los hombres al descubierto y en evidencia. No es que la mujer sea un modelo a seguir pero sí parece dueña de una sabiduría extra que le permite comprender mejor la realidad y así cambiarla. Seguramente después de la segunda o tercera historia el espectador ya conoce la estructura general del film y esto puede resultar un poco repetitivo. Pero es claramente una elección del director que esto suceda y que la concentración se produzca en los diálogos y los personajes, pues sobre ellos es la película. Sabiendo esto la conexión con el film es inmediata y ampliamente disfrutable.
Un reparto de lujo El nuevo trabajo del reconocido director español Cesc Gay, mezcla inteligentemente la comedia y el drama en un relato estructurado en cinco historias que tienen como protagonistas a hombres de alrededor de cuarenta años, desconcertados y perplejos, que se ven envueltos en situaciones cotidianas que reflejan su principal conflicto: la crisis de identidad masculina. Con una puesta en escena sumamente sencilla y sin una fotografía que se luzca, pero con un reparto de lujo y a través de divertidos diálogos y un guion que funciona como una pieza de relojería, Una pistola en cada mano sabe transmitir con certeza y naturalidad ese momento tan particular en la vida de los hombres. El realizador de Krampack, Hotel Room y Ficció abre la película con el reencuentro fortuito de dos amigos (Eduard Fernández y Leonardo Sbaraglia) tras años de distancia, para seguir luego con un ex marido (Javier Cámara) que intenta volver con la esposa que ya ha reorganizado su vida. El tercer eslabón es el que comparten Ricardo Darín y Luis Tosar en el banco de una plaza, cuando un esposo (Darín) espía a su mujer en departamento ajeno. En el cuarto, un empleado de oficina (Eduardo Noriega) seduce a su compañera, y en el quinto dos parejas se cruzan en un ingenioso juego sobre la virilidad y la sexualidad. Cinco historias, cinco relatos sobre personajes auténticos, humanos, interpretados por grandes actores que logran revelar a través de sus diálogos, en pequeños gestos, miradas o silencios estratégicos, la incapacidad de los personajes para expresar lo que sienten, su soledad, la ausencia y la necesidad del otro. Un retrato sobre carencias, plasmado sin compasión y con humor, que expone a hombres confusos en busca de una nueva identidad.
Sustentado en un guión excepcional, Una pistola en cada mano revalida el indudable talento del cineasta catalán Cesc Gay, autor de un puñado de films sencillos pero enormes en sus alcances expresivos y narrativos. Pese a su título engañoso y desconcertante, esta nueva muestra fílmica suya está muy lejos de ser una comedia pasatista, sino una radiografía rigurosa de las falencias, frustraciones e incertidumbres que giran alrededor de la identidad masculina. Hombres en crisis que se niegan a declararse como tales y que frente a diferentes mujeres se muestran incapaces de percibir la realidad cotidiana, no solamente las vicisitudes femeninas, sino sus propias y patéticas circunstancias. De estructura coral, el film se edifica a través de distintos encuentros, aparentemente azarosos, entre personajes relacionados por leves o fuertes hilos que les ha proporcionado la vida. Charlas casuales y por momentos rutinarias que van desencadenando sorprendentes revelaciones que darán giros determinantes –a veces absolutos- a sus existencias. Dentro de estos diálogos un humor casi constante distiende permanente situaciones de notoria gravedad emocional. Un epílogo no demasiado logrado es el único punto flojo de una comedia dramática extraordinaria, en el que cada intérprete descolla. Por hacer nombres, un Javier Cámara antológico, una Candela Peña brillante, y participaciones sustanciosas y entrañables de los argentinos Leonardo Sbaraglia y Ricardo Darín.
La insoportable levedad del ser masculino Pocas veces el cine nos entrega muestras francas de la vulnerabilidad masculina, narraciones donde veamos a hombres vencidos, vacilantes y desencantados. Las pocas veces que eso ocurre y cuando el cuento está bien contado los resultados son más que interesantes. ¿Quién no recuerda el maravilloso film Alta Fidelidad donde un desilusionado John Cusack se cuestionaba qué fue primero si las penas o las canciones y repasaba su prontuario amoroso fallido en busca de la explicación o el patrón común que le permitiera ser feliz amorosamente hablando? O la ya icónica Kramer vs Kramer que nos narraba crudamente el proceso de la separación de una pareja joven en tiempos donde el divorcio aún era un tabú social poco transitado. Como sea, el cine es algo reacio a mostrarnos el lado vulnerable de los hombres en las diversas crisis que atraviesan en sus vidas, y en medio de este marco aparece la obra del director Cesc Gay para brindarnos un vívido y honesto retrato de la masculinidad en crisis. El realizador catalán, como un miembro mas de la sociedad española duramente castigada por la crisis mundial económica actual que azota particularmente Europa, nos cuenta valiéndose de una estructura episódica diversas historias de hombres vencidos y errantes que de alguna forma buscan su norte en medio de un paradigma que les resulta adverso. Fóbicos, cuarentones, padres, divorciados, engañados y díscolos, todos ellos tienen un sólo elemento en común: el orgullo que los mantiene vivos. Como bien lo señalara el director y también guionista junto a Tomás Aragay “ …Imagínate que eres un boxeador y te están matando a golpes, pero sigues ahí, de pie, orgulloso. El hombre no quiere perder, le cuesta mucho pedir ayuda y dejarse ayudar. Y esas características eran cómicas de por sí..” Así, el film nos muestra a un cuarentón exitoso en lo laboral pero fóbico al extremo de quebrarse en un centro comercial (Leo Sbaraglia); el hombre vencido que vuelve a la casa de su madre sin un euro (Eduard Fernandez); un ex marido esperanzado con el regreso totalmente improbable (Javier Camara en una interpretación que mixtura ternura con patetismo en idénticas proporciones), un marido engañado que persigue a su esposa infiel hasta su encuentro clandestino (Ricardo Darin), un potencial infiel con poca experiencia en la materia (Eduardo Noriega). La estructura elegida por Gay le permite adentrarse en ese nuevo paradigma de hombre que comenzó a dibujarse -o a desdibujarse- en las últimas décadas. Los terrenos ocupados ahora por las mujeres, su fuerte inserción laboral y social fueron forjando al individuo masculino cada vez menos impulsor de las situaciones que lo rodean. Cesc Gay nos brinda una mirada sincera, cruda, pero por sobre todo nos invita a reflexionar sobre nuestras propias realidades, sin bajadas de líneas moralizadoras ni respuestas ad hoc. Más que nada Una pistola en cada mano es un sano ejercicio de reflexión sobre la sociedad actual, sobre las relaciones de pareja con un sólido guión y excelentes actuaciones que hacen de esta historia coral un testimonio honesto de los tiempos que corren.
Confesiones de hombres de 40 Hablan. Cómo hablan los personajes de las seis historias de Una pistola en cada mano. Lo peor para los protagonistas masculinos es que creen saberlo todo, pero el desenlace de cada secuencia les demuestra lo contrario. Los deja mal parados. En un offside irremediable. La película, que transcurre en Barcelona, defenestra a los hombres que rondan los 40. “Lo más jóvenes son más interesantes”, dirá una de las mujeres, que son menos vuelteras, más sinceras y fuertes que los hombres en el guión de Cesc Gay y su habitual colaborador Tomás Agaray. La primera historia reencuentra a dos amigos (Leonardo Sbaraglia y Eduard Fernández), uno medicado por stress, el otro sin trabajo. En la segunda Javier Cámara es un padre divorciado que intentará volver a su hogar, pero... En la tercera Ricardo Darín ha seguido a su esposa hasta el departamento del amante de su mujer, y charla en un parque con un conocido (Luis Tosar). La cuarta tiene a Eduardo Noriega tratando de “levantar” a una compañera de trabajo, y en la quinta y sexta se entrecruzan dos parejas, yendo a una misma fiesta (Leonor Watling encuentra en la calle y lleva en su auto a Antonio San Juan, y Jordi Mollá y Cayetana Guillén Cuervo, sus parejas, se cruzan y van caminando). Recién al final las seis tramas se cruzan. El título hace referencia a que los personajes masculinos no ponen los huevos en una sola canasta. Y por lo general, terminan enfrentando, con vergüenza genuina, alguna situación embarazosa. Es la regla del cortometraje: el final debe ser más o menos sorpresivo o shockeante. Con un apuesta algo teatral, a Una pistola en cada mano le cuesta salirse del formato. No es que puedan cerrarse los ojos y escuchar los diálogos para entender lo que sucede, porque las actuaciones son ricas en gestualidad, hay giros más inesperados que previsibles y un cabal aprovechamiento de los actores. Gay suele filmar películas corales (En la ciudad) y ser ácido. Aquí redobla la apuesta. Entretenida y con algún relato mejor construido que otros -se destacan el de Cámara y el de Darín con Tosar-, más que los diálogos las salidas inesperadas de algunos personajes (“Se lo debo -dice unmarido engañado-, después de tantos años de estar juntos”), o “No es culpa de nadie”, y “para qué sirve la madurez”. Que hay que afrontar las cosas, de eso habla esta suerte de Confesiones de mujeres de 40, pero masculina.
Qué tienen ellos en la cabeza Hay muchas estrellas del cine español, incluidos Ricardo Darín y Leonardo Sbaraglia, en esta película del catalán Cesc Gay, compuesta por varios segmentos autosuficientes que al final se unen levemente. Se nos presentan situaciones diversas de hombres de cuarenta y pico, algunos un poco arriba (Darín) y otros un poco abajo (Eduardo Noriega): situaciones de ansiedades, frustraciones, separaciones, engaños, reencuentros, nuevas oportunidades. En los segmentos de los actores argentinos (el primero y el tercero) no actúan mujeres, aunque en el de Darín la mujer es el centro de la historia. Pero con o sin mujeres a la vista, si hay una tesis que se puede extraer de la película es que los hombres de esa edad son entre un poco y muy patéticos. Quizá no sea justo pedirle a Cesc Gay que mantenga la frescura de su primera película en solitario, Krámpack (2000), sobre dos adolescentes en su verano clave. Pero Gay supo hacer películas sobre adultos con mucha mayor enjundia que Una pistola en cada mano , como por ejemplo Ficción , ganadora del Festival de Mar del Plata en 2007. Una pistola en cada mano descansa en una forma que la acerca a una sucesión de escenas teatrales: dos personajes que charlan, se mueven un poco, charlan un poco más, se confiesan cosas. Y esto pasa, en especial, en los segmentos de los actores argentinos. Si el de Darín funciona mucho mejor que el de Sbaraglia es porque los diálogos son más elaborados y tienen un componente de indefinición que va más allá de la confesión emocional básica. En el de Sbaraglia los diálogos son apenas un planteo básico que podría servir para desarrollar personajes, pero se quedan en el bosquejo. Y hay otro problema: Darín hace de argentino y habla como argentino, pero Sbaraglia tiene que forzar su habla como español, y así reduce en mucho la naturalidad que puede lograr como actor y que ha demostrado varias veces (la muy recomendable El campo , estrenada el año pasado, es un ejemplo destacado). La secuencia protagonizada por Sbaraglia y Eduard Fernández es, además, la que por lo antedicho y además por la ambientación y la iluminación suma, al peligro teatral, el televisivo. Y justo está primera y hace que luego cueste un poco ajustarse a la propuesta, pero sin dudas la película mejora a medida que transcurre: los diálogos se afinan, las actuaciones son más convincentes, las situaciones son menos plañideras y hasta tienen mayor sorpresa y suspenso. El mejor segmento es el doble del final, en el cual dos parejas (cruzadas y por separado) se dirigen a la misma fiesta. Allí los diálogos y las actuaciones dejan de ser el centro absoluto porque el montaje que nos hacer ir de una pareja a la otra agrega dinamismo, tensión: lo que se dice en una situación nos hace ver la otra de manera distinta. Y además, como una de las parejas va en coche, los primeros planos son más frecuentes y nos permiten confirmar que Leonor Watling posee absoluta fotogenia, encanto y presencia. En ese camino que señala el segmento del final, el más cinematográfico, estaba la película más atractiva que podría haber sido Una pistola en cada mano y que Cesc Cay ya ha demostrado saber hacer varias veces en su carrera.
Hombres después de los 40 El director catalán Cesc Gay se maneja muy bien con historias corales y relaciones de pareja que fluctúan entre la frustración y el placer efímero. Desde Krámpack, su film inicial en solitario, con un grupo de jóvenes y el sexo a flor de piel, hasta los relatos circulares de En la ciudad y Ficción, Gay ha construido una sólida filmografía que descansa entre el entretenimiento reflexivo y la astucia para parecer un cineasta independiente cuando en realidad está lejos de ser tal. Además, no es cien por ciento español, ya que nació en Cataluña. En Una pistola en cada mano la propuesta es parecida pero la estructura resulta episódica, tomando como centro de interés a los hombres luego de los cuarenta años. Los seis encuentros son azarosos y permiten el descubrimiento de situaciones originales y de relatos orales que se aferran con comodidad al guión previo. Dos amigos que hace tiempo no se ven (Sbaraglia, Fernández); un esposo (Cámara) que intenta reencauzar su separación matrimonial; un marido (Darín) que espía la infidelidad de su mujer desde una plaza y se cruza con un “supuesto” desconocido (Tosar); el empleado de oficina (Noriega) que desea tener sexo rápido con una compañera de trabajo a la que ridiculizaba por sus kilos de más, y finalmente, dos historias cruzadas y narradas en montaje paralelo donde la película juega con los secretos íntimos de los hombres contados por sus mujeres. Dentro de una estructura rígida que desemboca en el clásico principio-desarrollo y fin para cada capítulo, Una pistola en cada mano entrega momentos felices, diálogos picantes y las típicas situaciones que culminan con el efecto sorpresa. Leve pero nunca superficial, crítica al mundo masculino sin necesidad de recurrir a un discurso feminista de barricada, el film mantiene un nivel parejo en cada uno de sus segmentos, valiéndose de su plantel actoral donde se destacan Cámara, Tosar y Fernández. Pero no todo es incertidumbre masculina después de los cuarenta: los quince minutos en que aparece Candela Peña como empleada de oficina en plan de venganza, bien que valen el precio de la entrada.
El amargo sabor del encuentro Cinco historias. Amigos, ex parejas, compañeros, conocidos, todos se encuentran en este filme coral que expone el universo masculino adulto sin miramientos y con eficacia impiadosa. Se trata de un filme donde pesan las actuaciones, el oficio de un auténtico seleccionado de los mejores actores con que hoy cuenta España, y la participación especial de dos argentinos que saben también destacarse en aquel país. La primera historia ofrece un duelo actoral, no será el único, entre el formidable Eduard Fernández y Leonardo Sbaraglia. Dos viejos amigos que hace mucho no se ven y se ponen al tanto de que tan mal y tan bien le ha ido a cada uno. Sigue el episodio protagonizado por el genial Javier Cámara; preciso, gracioso, patético en su intento de reconquistar a su ex esposa. A continuación, dos pesos pesados como Ricardo Darín y Luis Tosar ofrecen, tal vez, el episodio más previsible, pero también el que ofrece mayores sutilezas en los diálogos. La reciente ganadora del Goya a mejor actriz Candela Peña, muestra su histrionismo y sensualidad junto a Eduardo Noriega en el segmento que reivindica a la mujer y deja expuestos a los hombres en su peor forma. En el final, llega el cuarteto formado por Alberto San Juan, Leonor Watling, Jordi Mollá y Cayetana Guillén Cuervo. Episodio cargado de diálogos filosos que ponen a los hombres en el centro de la escena para que la mirada femenina haga lo suyo. Cesc Gay presenta un filme apoyado en guión brillante, por momentos teatral, sin un gran despliegue cinematográfico, intimista, divertido y con la cámara como testigo de lo que estos hombres hacen y dicen, mal que les pese.
Confesiones de hombres solos Es una comedia irónica, en la que el director logra mostrar el desconcierto de varios hombres ante una realidad que se les impone, sin que sepan como encontrar una salida a cas nada. Desnudar las debilidades e inseguridades de un grupo de hombres, que viven en una ciudad como Barcelona, en la España actual, es el tema abordado por el catalán Cesc Gay en este filme, cuyo guión coescribió con Tomás Aragay. En su anterior película, "En la ciudad", ambos creadores se habían dedicado a desmenuzar lo que ocurría en la vida de un grupo de amigos, hombres y mujeres, de unos treinta años. Aquel retrato coral, contado a través de distintos protagonistas se traslada, de algún modo, a "Una pistola en cada mano", en la que en cinco capítulos el director se encarga de demostrar que el "reino" actual es de las mujeres. SOLO UNA LETRA En esta película los personajes masculinos llevan sólo el nombre de una letra: Javier Cámara es "S"; Ricardo Darín es "G", o Leonardo Sbaraglia asume el papel de "J", pero las mujeres se llaman Sara, María, Elena o Mamen. "Una pistola en cada mano" cuenta con dos avales importantes, un guión elaborado hasta el mínimo detalle, que le exige a cada actor un amplio compromiso emocional y el equipo de artistas elegido, los que a través de sus personajes logran momentos realmente conmovedores. Para ilustrar mejor algunas de las situaciones, vale la pena contar algunos instantes de estas vidas. El primero es jugado por "S" (Javier Cámara), quien regresa a la casa de su mujer Elena (Clara Segura), con la intención de llevarse sus cosas y descubre que ella está embarazada de su amante y se burla de él, cuando le dice que a pesar de la separación no puede dejar de soñar con ella. LAS EMOCIONES Otra escena que desnuda a los protagonistas es la que les tocó en suerte a "E" (Eduard Fernández) y "J" (Leonardo Sbaraglia), dos ex compañeros de una empresa, en la que uno quedó desempleado y el otro logró construir una sólida base económica, pero no puede lidiar con sus depresiones. Aunque tal vez la más conmovedora de las secuencias es la que está a cargo de un siempre extraordinario Ricardo Darín, como "G", a quien su mujer engaña y Luis Tosar, en el papel de "L", al que el primero le termina confesando su dolor en una plaza. "Una pistola en cada mano" es una comedia irónica, en la que el director logra mostrar el desconcierto de varios hombres ante una realidad que se les impone, sin que sepan como encontrar una salida a cas nada
Un dedo en la llaga de los cuarentones Advertencia necesaria: esto es algo muy cercano al teatro filmado. Dos hombres se encuentran en la puerta del ascensor y charlan como quince minutos. Una mujer charla en su auto con un tipo otros quince minutos, y asi sucesivamente hasta redondear, entre charlas y remate, cerca de 95 minutos. Es una sucesión de cuadros teatrales, cada uno a cargo de dos personas (con ocasionales variantes) y todos en escenarios naturales, salvo el episodio del auto, que está rodado en estudios, con un croma al fondo. Montaje y cámara apenas se ostentan. Dicho así, esto no suena demasiado atractivo. Por suerte lo salvan los intérpretes, los diálogos, el autor y la malicia. De los primeros, se lucen particularmente Ricardo Darin y Luis Tosar, que coinciden en un banco de plaza, y Javier Cámara que hace de infeliz en busca del reino perdido, vale decir, de marido que quiere volver a casa. Leo Sbaraglia está bien, y mejor aún considerando que debió salir "al toro", en reemplazo de otro actor. Los diálogos, sin llegar al nivel de las regocijantes páginas de Miguel Mihura o Alfonso Paso, favorecen el antedicho brillo actoral, ilustran el mal estado de unos cuantos varones, y regocijan especialmente al público femenino, que es su público principal. La intención es ésa, poner maliciosamente el dedo en la llaga de muchos cuarentones, llegando incluso a la burla vengadora en el episodio de dos oficinistas que parecen acordar un momento de sexo rápido en horario de trabajo. Autor, el catalán Francesc Gay i Puig, más conocido como Cesc Gay, niño mimado de cierta crítica, señalado director de actores, y hábil escritor de unos guiones muy singulares sobre problemas sentimentales e indecisiones existenciales de sus contemporáneos. "En la ciudad", "Ficción" y "V.O.S.(versión original subtitulada)" son sus películas más conocidas, y la primera es la mejor y menos pretenciosa.
Cesc Gay y una historia coral que se basa en las experiencias casi siempre dolorosas de una generación de hombres de alrededor de 40 años que arañan soledades, infidelidad, frustración, disfunciones sexuales, falta de trabajo, violencias. Todos confusos tratando de encontrar su lugar en los afectos. Buenos actores que le ponen el hombro a conversaciones donde se cuenta lo que ocurrió. El poster pone en relieve a Ricardo Darín, que en rigor tiene tanta actuación como los demás: Leo Sbaraglia, Jordi Molla, Javier Camara, Eduardo Noriega. Vale por esos actores, no por la estructura narrativa.
El catalán Cesc Gay ha realizado algunas películas notables como Krampáck y Ficción, ambos films libres sobre las relaciones humanas, pero también independientes, alejadas de ciertos modos de la mayoría del cine industrial aunque no necesariamente radicales en su estilo. Con Una pistola... apunta a un estilo más accesible y -no se lea despectivamente- “internacional”. Es un relarto coral sobre hombres que tienen problemas con las mujeres y se concentra en el trabajo de sus actores (Leonardo Sbaraglia, Javier Cámara, Ricardo Darín, etcétera). El resultado, como siempre sucede con los relatos corales, es desparejo, pero de todos modos hay algo para destacar y es que Gay logra encontrarle el humor justo a cada situación y -algo que no suele abundar en el cine hispano cuando opta por argentinos- capitalizar las diferencias de tono y formas de hablar para construir a partir de gestos naturales. Justamente en la espontaneidad de las criaturas reside el mayor atractivo de un film que, en principio, parece construido solo alrededor de estereotipos. Por suerte, hay algo más.
Hombres en crisis de la mediana edad El director catalán Cesc Gay propone una comedia en viñetas que tiene tanto de narración coral como de historieta, en la que narra encuentros relacionados con el universo masculino en los que los diálogos son tan cruciales como quienes los interpretan. Quien conozca aunque sea de modo parcial la obra de Cesc Gay sabrá que en sus películas las palabras no son lo de menos, sino una herramienta que el director catalán sabe aprovechar. Ocurría en Krampack, ópera prima en la que dos adolescentes desbordados por la libido encontraban alivio en el intercambio de favores manuales, y también en Ficción, donde un director de cine se instala en la casa de campo de un amigo, para poder terminar un guión basado en las charlas que un actor mantiene con otros personajes durante la noche en que festeja sus 39 años. Como se ve, el diálogo es tan importante en los universos imaginados por Gay que hasta es el motor de esa ficción dentro de Ficción. Pero nunca ese detalle se hizo tan evidente como en su último trabajo, Una pistola en cada mano, en donde las conversaciones son acción, argumento, drama y todo. Proyectada por primera vez en la Argentina en la reciente edición del festival Pantalla Pinamar y compuesta por cinco episodios en los que sus personajes se irán encontrando, Una pistola... se propone como una comedia en viñetas que tiene tanto de narración coral –aquella en que diferentes historias que parecen paralelas acaban por cruzarse al final en un relato superior a todas ellas– como de historieta, género en el que se avanza a partir de cuadritos unitarios que al finalizar su lectura y vistos en conjunto revelan una imagen nueva que los fragmentos mantenían oculta. Será a partir de esos diálogos que se destacan por su verosímil naturalidad que Gay le permitirá al espectador ir sabiendo qué es lo que ocurre. Pero ése no es de ningún modo el único detalle que hace de ésta una buena película. En primer lugar están las historias que el catalán elige contar, una colección de anécdotas más o menos ordinarias que vienen a ofrecer un cuadro incompleto, pero bastante certero, del universo masculino y la crisis de la mediana edad. Terreno resbaloso si los hay, ya que el riesgo de volcar hacia el lugar común acecha en cada rincón de los cinco episodios. Se trata de encuentros que se desarrollan siempre de a pares en lugares como la entrada de un edificio, una oficina, el interior de un auto o el banco de una plaza, en los que la intimidad siempre acaba por imponerse y desbordar los límites que esos espacios suponen. Dos amigos se reconocen en la puerta de un ascensor tras diez años sin verse: uno sale llorando de terapia y el otro llega para ultimar los detalles de su divorcio con el abogado. Un hombre le confiesa a su ex que quiere volver con ella tras dos años de separados. Otro se cruza en una plaza con un conocido que llegó hasta ahí siguiendo a su esposa, y otro más, también casado y de paternidad reciente, le propone a una compañera de oficina salir a tomar algo luego de cinco años de compartir el trabajo y charlar más bien poco. El último de los episodios es el de estructura más compleja: se trata de historias montadas en paralelo en las que dos amigos se cruzan por separado con la mujer del otro. Todos se dirigen a la fiesta de cumpleaños de un tercer amigo en común y durante el viaje ellas irán revelando detalles íntimos de sus parejas que a ellos les sorprende desconocer. Aquí Gay hasta se permite el chiste, cinéfilo a su manera, de incluir uno de los manuales de psicomagia para parejas en apuros, escritos por el chamán y cineasta de culto Alejandro Jodorowsky. Otro gran acierto del director es la elección de los protagonistas y la intuición para hallar la química entre ellos a la hora de diseñar los duetos. El nihilismo yang de Eduard Fernández se acopla con la sensibilidad yin de Sbaraglia; la graciosa fragilidad de Javier Cámara calza justo entre los pliegues de una irónica Clara Segura; la melancolía porteña de Darín y la resignación de Luis Tosar son como azufre y potasio; el inseguro y caliente Eduardo Noriega se somete mansamente a la picardía de Candela Peña; mientras que Leonor Watling, Cayetana Guillén Cuervo, Alberto San Juan y Jordi Mollá resultan un cuarteto eficiente para el juego de incógnitas que cierra la película. Si bien es verdad que hay cierta teatralidad en la esencia de Una pistola..., Gay demuestra que no hace falta valerse de excesos para generar tensión cinematográfica y que construir a partir de la palabra no necesariamente deviene en esterilidad discursiva.
Hable con él Estructurada como una serie de viñetas, Una Pistola en Cada Mano pasa por diversas hipotéticas situaciones que sirven de disparador para que su elenco protagonista -hombres de mediana edad- puedan hablar. Principalmente, para que puedan hacer una catarsis verbal, ya sea en monólogos o diálogos (que podrían caer en la categoría anterior, porque cada uno de los que habla no muestra mayor interés en la respuesta del otro, si no en poder ejercer su propia verborragia). El resultado es un compendio de neurosis de hombres de clase media alta en una ciudad del primer mundo, perturbados ante la repentina epifanía del sin sentido de la vida (crisis económica europea y global de por medio), ante la que se sienten solos, perdidos e incómodos. No es de extrañar que su comportamiento sea similar al de adolescentes, si tomamos en cuenta que el director y guionista Cesc Gay se hizo internacionalmente conocido por Krampack, una comedia dramática sobre dos púberes varones que están descubriendo al mundo y a ellos mismos. En el primer episodio de Una Pistola en Cada Mano, dos amigos del colegio (Leonardo Sbaraglia -supuestamente español- y Eduard Fernández) se reencuentran por casualidad y comparan notas sobre sus vidas para llegar a la conclusión que ninguno es particularmente feliz, independientemente de que les vaya mal o bien económicamente. En la más lograda de las viñetas, Javier Cámara (participante fijo en las últimas de Almodóvar, incluyendo Hable con Ella y la próxima Los Amantes Pasajeros) intenta obtener una segunda oportunidad con la ex esposa a la que abandonó unos años antes (Clara Segura, de Mar Adentro), quien le contesta con toda la dignidad que su ex marido ya perdió. Hay que agradecer los momentos escasos de slapstick a cargo de Cámara, cuando ya se llevan unos veinte minutos de puro diálogo que, como sus protagonistas, casi no sabe a dónde va. El tercer episodio cuenta con Ricardo Darín como un esposo engañado que espera afuera del departamento donde se encuentra su mujer con el amante, cuando se cruza a un conocido (Luis Tosar) al que le escupe -incómoda e inocentemente- todas sus preocupaciones respecto a su matrimonio. Eduardo Noriega se despoja (hasta por ahí) de la mirada psicótica de su personaje de Tesis, cuando su personaje intenta levantarse a una compañera de trabajo (Candela Peña). Finalmente, dos amigos que van por separado a una fiesta (Jordí Mollá y Alberto San Juan) se encuentran, "involuntariamente", con la esposa del otro, para ir enterándose de la intimidad y las vulnerabilidades de cada uno. Ésta es la única viñeta donde las mujeres toman predominantemente la palabra -en este caso, Leonor Waitling y Cayetana Guillén Cuervo- aunque sea sólo para hablar de sus parejas, ante la mirada incrédula de los hombres que descubren una faceta oculta de ése al que llaman amigo. Es imposible imaginarse por qué Gay decició organizar su film de forma episódica -siendo el único director- exponiéndose a los riesgos que conlleva este tipo de estructura: resolver el arco narrativo en veinte minutos, mantener el mismo nivel de calidad en todas las historias, poder mantener una coherencia si se elige unir a los episodios dentro de un macro-argumento. Gay no sólo apenas lo logra, si no que le agrega un mayor problema: en vistas de llevar adelante una película "de actores", que expresan sus conflictos internos verbalmente, el director pone en primer plano al diálogo -literalmente- con una predominancia de planos cerrados, fijos, donde la única acción es la de las bocas que articulan palabras. Pero las palabras ni siquiera son tan interesantes, como tampoco lo son sus personajes, un seleccionado de imberves al que sus parejas o ex parejas los dan vuelta como una media. Las mujeres son presentadas como observadoras impávidas de las neurosis masculinas, quienes con un par de frases embebidas en pragmatismo, generan mayor desconcierto en sus contrapartes varoniles. Así y todo, hay una referencia a un caso de violencia de género, lanzado con una levedad que da miedo (España tiene uno de los índices mundiales más altos de asesinatos de mujeres a manos de hombres de su entorno familiar). El nivel de las actuaciones es tan fluctuante como el de las historias, destacándose Javier Cámara y Sbaraglia (con acento inverosímil y todo). Los actores no pasan más allá de construir distintas facetas del mismo estereotipo del hombre en una crisis de mediana edad, como un eterno adolescente que no sabe por dónde ir. Para eso es preferible quedarse con los de Krampack, que al menos eran más resueltos.
Hombres al borde de un ataque de nervios Buenísima comedia dramática. Tiene gracia y naturalidad. Y habla de hombres cuarentones, sensibles, creíbles y angustiados que enfrentan el amor y salen mal parados. Ellos son los que guardan y sufren, pero ellas, más sinceras y directas, los dejan al descubierto. Son seis episodios de parejo y empinado nivel. Todos relatan un encuentro decisivo y acreditan una misma cualidad: están muy bien escritos y estupendamente interpretados. Cada gesto, cada palabra, cada duda, esta sutilmente expresada. Vale tanto lo que dicen como lo que callan. Hay confesiones, mentiras, manejos, revelaciones, desilusiones, nostalgias, reproches, despistes. Son historias diversas: un par de amigos que se reencuentra y confiesan sus pesares; un marido cornudo que aprenderá a conocer a su mujer gracias al amante; un divorciado que quiere reconquistar a su ex; un oficinista que anda de levante y termina mal; dos parejas que por debajo de sus apariencias dejan ver el lado oscuro de su intimidad. Es imposible no sonreír y no identificarse con estos relatos y con algunos de estos hombres frágiles, ciertos, con sus dudas y sus fantasías, con lo que muestran y lo que ocultan. El elenco es insuperable. Si no hay actores de este calibre es imposible sostener un filme donde lo que cuentan son las palabras, los matices, los rostros, las miradas. Cesc Gay sabe manejar historias corales (ya lo había demostrado en “En la ciudad”) y sabe dirigir actores y crear climas. Javier Cámara, Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia, Luis Tosar y Eduardo Noriega no necesitan gritos ni explosiones. Están allí, emocionan, son creíbles y terminan siendo los puntales de este filme agridulce, inteligente y sensible.
Hombres que se hacen querer Llueve. En el portal de un edificio se encuentran J (Leonardo Sbaraglia) y E (Eduardo Fernández), dos viejos amigos que se ponen al día, como suelen hacerlo los hombres: con elipsis, pudor y cierta fragilidad cuando deciden contar algo de sí mismos, más allá del trabajo, el éxito o las generalizaciones. Una pistola en cada mano, la película de Cesc Gay, mantiene el formato del diálogo, mostrando distintos casos de soledad o desencuentros amorosos desde el punto de vista masculino. La película expone episodios, separados por la banda de sonido. La cámara sólo registra relaciones y conflictos, con primeros planos y muy pocos movimientos. La fortaleza está en las actuaciones, y la sorpresa, en el guión que elude lo obvio, con pocas palabras. Desde el primer encuentro, la película promete un disfrute sereno y sostenido. Sbaraglia como "el desgraciado global" y Fernández, un sarcástico tierno, se emocionan mutuamente; uno llora, el otro disimula. Luego es el turno de Javier Cámara, el exmarido que quiere recomponer el matrimonio. "Todo es tan frágil", dice S a Elena, una magnífica Clara Segura que no pierde los modales y destroza su corazón con una mezcla de cuidado y revancha. Es el episodio tragicómico de la película. En una plaza un hombre espera sentado. Literalmente, define el momento que protagonizan Ricardo Darín y Luis Tosar. La intensidad del diálogo pone en carne viva al hombre que ama demasiado. "Me hizo muy bien la charla", dicen los personajes en diferentes situaciones. La palabra cobra vitalidad porque estos hombres hacen esfuerzos por decir y decirse aquellas cosas que más duelen. También hay una lección feminista en el episodio entre P (Eduardo Noriega) y una compañera de trabajo (Candela Peña). La actriz sostiene el juego del hombre tímido, dispuesto a pasarla bien sin ser infiel. Encantadores los dos. Finalmente, los diálogos cruzados entre dos parejas amigas se construyen con miradas y silencios. Por ahí va la película que conecta al espectador con lo no dicho, a través del humor agridulce. Una pistola en cada mano (el título no invita) plantea una serie de descubrimientos encadenados y remite a lo que dice María (Leonor Watling): "Todos somos una cosa y perecemos otra". El director propone este universo masculino, en dosis homeopáticas, una buena idea para grandes actores.
Los hombres que no amaban a las mujeres. En el ojo popular, el género masculino es experto para armar muros a través de las emociones. Mientras las mujeres son caracterizadas por algunos como libros abiertos, el género masculino es concebido como estoico y firme, usando como modelos a toda clase de guerreros. Ahora, el director catalán Cesc Gay (Hotel Room, Krámpack) usa la crisis de la mediana edad para mostrarlos a ellos en su lado más frágil, en Una Pistola en Cada Mano (2012), un film en el que las palabras son todo lo necesario para bajar la guardia. A través de cinco episodios que transcurren a lo largo de un día, esta comedia dramática toca las dudas usuales que llegan a la mente de un tipo que rodea los 40: el temor al futuro, el remordimiento por errores pasados, y el desdén de la rutina del presente; todo, por supuesto, rodeándolas a ellas, presentes en temas como el amor, el sexo y el paso del tiempo. Lo particular sobre todo esto es que, en este caso, todo se da simplemente mediante conversaciones casuales. Las situaciones son cotidianas, pero variadas: un fracasado pero feliz ebrio (Eduard Fernández) se encuentra con su amigo, un exitoso pero atemorizado adicto a las pastillas (Leonardo Sbaraglia); un sujeto arrepentido (Javier Cámara) que deja a su hijo en la casa de su ex-mujer (Clara Segura) y trata de iniciar un intento de recuperación, sin saber que lo espera una sorpresa; un marido receloso (Ricardo Darín) que mientras sigue al supuesto amante de su esposa se encuentra con un conocido (Luis Tosar) y choca con la dura realidad; un hombre de familia (Eduardo Noriega) que busca sin resultado efectuar una aventura con una compañera de trabajo (Candela Peña) y, finalmente, dos amigos (Antonio San Juan y Jordi Mollá) que descubren más de lo que imaginaba cada uno sobre el otro, gracias a sus confiadas parejas (Leonor Watling y Cayetana Guillén). Así, en seis conversaciones, se abre la puerta a revelaciones que, si bien son cómicas y amplias, sufren por ser demasiado aisladas y ligeras, solo unidas por un flojo nexo argumental que aparece bien al final de la producción. Además, la dirección de Gay es demasiado estática y teatral, lo que es un pecado grave para una película construida enteramente en diálogo. A pesar de eso, la mayoría del elenco estelar tiene suficiente presencia y timing comédico para que esto no se vuelva un defecto irremediable aunque, como en muchas historias corales, se ve la suba y baja de calidad con cada segmento que pasa (aunque nadie se sorprenderá al saber que el corto con Darín y Tosar es el más repleto de humor). Al final de cuentas, Una Pistola en Cada Mano es una disfrutable aunque leve mirada al costado desesperado del hombre en el medio de la ruta, quien seguro podrá sintonizarse con placer. Un film apto para los señores de las cuatro décadas. @JoniSantucho
Gente como uno Hay una sola cuestión que me molesto en este filme. En medio de su desarrollo un personaje da cuenta del titulo, a mi entender de manera totalmente innecesaria. Su sola mención plantea una evocación icónica y directa al género del western, situación que produce en mucha gente reticencia a concurrir al cine. Estarán equivocados, nada más alejado de esa realidad en términos de la historia, si bien la apertura y la construcción del texto están dando cuenta de que algo del western se puso en juego. La narración abre con música que hace referencia directa al género instalado por Hollywood, luego copiado por los italianos, si bien desde otra estética, lo que se dio en definir como spaghetti western. También los españoles incursionaron en ese sendero, sobre todo desde la producción, tema desarrollado por Juan Gabriel García en el libro “Los españoles del western” (edición Circulo Rojo), o que asimismo plasma Alex de la Iglesia en su filme “800 Balas” (2002). La primera escena dará cuenta del tipo de estructura a la que nos encausa el director. Una conversación entre dos personajes que se va extendiendo, y a medida que avanza empieza a incomodar al espectador pues parece que no despegará. En realidad estamos en un enfrentamiento de personalidades, casi un duelo en el sentido más cinematográfico del término, además de un duelo de actuación. En ese primer cuadro nos encontramos con Eduard Fernandez y Leo Sbaraglia que se cruzan en un edificio, casi se diría por casualidad, se conocen de antes, hablan, y en el hablar pujan por discutir sobre un tema intentando terminar como vencedores, o al menos no salir demasiados lastimados. Todo el filme esta construido de esa manera, pequeños cuadros de situación de enfrentamientos, casi cotidianos, en los que los diálogos son la vedette, pero las actuaciones son los diamantes. De entre todos posiblemente el encuentro entre Luis Tosar y Ricardo Darín sea el que se lleve las palmas, pues combina ambas, dialogo y actuación, de manera perfecta, al mismo tiempo que podría ser la más previsible de todas. También Javier Cámara compone magistralmente a un marido que quiere volver, que no puede registrar nada. Entre las actrices se destaca por su personaje, que plantea alguna pequeña diversidad de registros y algo más en su desarrollo, Candela Peña, por mostrar como una oficinista un nivel de actuación superior a las demás. Los personajes, mayoritariamente masculinos, pertenecen al grupo etario de mayores de 40, no así las mujeres. Una lectura rápida encuadraría al texto como problemas de cuarentones, pero en rigor a la verdad el argumento es mucho más profundo. Los temas en juego son el amor, la pareja, la amistad, la infidelidad, las crisis, tanto personales como sociales, todas desarrolladas en escenarios naturales: el edificio, una oficina, el banco de una plaza, la ultima nos confronta a un montaje paralelo de dos parejas de amigos cruzadas, una en un coche la otra en la calle, yendo ambas hacia un mismo destino. Ese destino cierra con todas las historias y lo que parecía ser sólo una sucesión de encuentros casuales termina por plantearse como un filme coral, lo que determina que todo podría transcurrir a lo largo de un solo día, donde finalmente los personajes se encuentran, en un mismo tiempo, esa noche, dentro de un mismo espacio, un departamento, y por un solo motivo: el cumpleaños de alguien. Podría haber seguido construyendo historias, tal es la maravilla que provoca ver esta selección de actores interpretando personas comunes y corrientes en entornos habituales.
Con un elenco argentino-español inteligentemente articulado y una dosis de humor ácido, Una Pistola ... narra a traves de ocho personajes masculinos que rondan los 40 años, situaciones ordinarias pero que terminan siendo paradójicas, siempre subrayando la mirada del hombre sobre las mismas. Se suceden una serie de encuentros deliciosos en los cuales los diálogos frescos y entretenidos mantienen un ritmo adecuado para este film coral que aborda diferentes tópicos, siempre girando en torno a el tema de las relaciones, los amigos, la sexualidad y la madurez...
Los hombres también lloran En los ’80 una cantante mexicana entonaba una canción que decía en su estribillo “pobres hombres son como niños, míralos”. El pop como visión profética o al menos como signo de los tiempos. Mujeres que piensan su lugar, cuestionan los roles, se posicionan historizando su eterna sumisión por parte del poder masculino, se muestran con una seguridad avasallante ante la que los hombres no saben dónde pararse. Hombres a los que podemos calificar, siendo posmodernos, como sensibles, y, siendo sinceros, como desorientados. Una pistola en cada mano los muestra sin velos ni condescendencia. Pero echando mano a la inteligencia y al humor. Cesc Gay (como un Almodóvar del universo masculino) desarrolla una película coral que aúna historias de hombres. Hombres abandonados, engañados, tristes, sufridos, que necesitan reafirmarse. Hombres de estos tiempos. Cinco episodios donde los hombres se exponen, en el mejor de los casos, o sufren al no saber abrirse a los sentimientos y las palabras que los enuncian. Y donde las mujeres pueden equivocarse o no saber, pero ahí están haciendo cosas, arriesgando, intentándolo de nuevo. “¿De qué hablan ustedes cuando se juntan?” le pregunta una mujer al amigo de su marido. Y el silencio se impone natural. Los hombres no hablan de su vida, ni de lo que les importa, ni de lo que les interesa o los angustia. Hablan de mujeres. De mujeres como objeto. Y en ese cumplir un mandato social y cultural para ser hombres, se sienten desbordados, incómodos, como quien se calza un traje que en otro tiempo le supo quedar bien, a ojos vista de los otros. Ahora ya no hay espejo que alcance. Como todo film coral no todas las historias tienen el mismo nivel ni consiguen la misma potencia, pero sí escapan al estereotipo o a la película de tesis. Gay puede vencer la quietud de una película que se apoya en los diálogos, con una puesta que da aire a los espacios en los que se desarrollan las situaciones y que confía fuertemente en la actuación. Un reparto de primeros nombres españoles y argentinos puede demostrar sus capacidades actorales con un guión inteligente (que no ingenioso), y que destila ideas que desnudan los problemas del hombre de hoy a través del humor, que es como la mayoría de las veces más somos capaces de soportarlas. Pero no siempre. Deben ser muchos los hombres que no querrán verse así, aunque la verosimilitud y la verdad en ciertos casos se asemejan bastante.
Vulnerables *** J (Leonardo Sbaraglia) sale quebrado de su sesión de terapia. Se reencuentra fortuitamente con su viejo amigo E (Eduard Fernandez) y cada uno desnudará lo ocurrido en esos años, tanto como cada uno pueda. *** S (Javier Cámara) lleva a su hijo a la casa de su ex, Elena (Clara Segura). La percibe radiante y cree que es el momento para confesarle algo que viene rondando en su cabeza hace ya algún tiempo. *** G (Ricardo Darín) sigue a su mujer a la salida del trabajo. Finalmente ratifica que entró al departamento del que supone que es su amante. En la plaza, mientras espera, L (Luis Tosar) pasea a su perro y entablan un diálogo azaroso ... o no tanto. *** P (Eduardo Noriega) después de un típico festejo y brindis dentro de la oficina hace lo imposible por llamar la atención de M (Candela Peña). No sabe cómo abordarla pero siente que es el día en que tiene que animarse. *** Dos parejas amigas van a un festejo en la casa de un amigo en común. Maria (Leonor Watling) le ofrece a A (Alberto San Juan) llevarlo en su coche, mientras casi "en cruzado" su marido (Jordi Mollá) se encuentra en la vinería con la mujer de A, Sara (Cayetana Guillén Cuervo). Ambas mujeres saben mucho más de lo que sus maridos se han contado entre ellos. Ya que tanto alardean de hablar de cosas importantes, será el momento en que estos hombres tengan que profundizar un poco más? ¿Qué tienen en común todas estas pequeñas historias? Que son las cinco historias que ha elegido el director catalán Cesc Gay para conformar "Una pistola en cada mano", una mirada a la masculinidad, ya pasados los 40 -lejos- y abordar sin pudor todos sus conflictos, sus dudas, sus inseguridades, los prejuicios y sus zonas más oscuras. Y lo hace como siempre, presentando las situaciones con suma naturalidad, con diálogos frescos donde nada suena impostado -como en tantos otros guiones donde se ponen a declamar una filosofía de la crisis de los cuarenta- y sobre todo, regándolos de muchísimo humor, no exento de ironía y de esa amargura típica de hombres en crisis. Cesc Gay indudablemente sabe muy bien de qué está hablando, y esa complicidad de él con sus personajes, se transmite fuera de la pantalla y lo ayuda a escaparse de cualquier convencionalismo: sus personajes ni hablan de fútbol, ni de cómo levantar mujeres, ni de lo que el imaginario popular supone. Hablan de sus sentimientos, se desnudan, se exponen y es allí donde hacen la diferencia. Todos los personajes masculinos de "Una pistola en cada mano" están Cesc Gay sabe retratar en forma brillante y meticulosa. fracturados, vulnerables, rompiendo absolutamente los arquetipos del hombre que no se quiebra, que no llora, que tiene que ser fuerte. Justamente en uno de los episodios, los protagonistas intentan recordar el nombre de ese actor duro, con una fuerte presencia... y les cuesta encontrarlo hasta que John Wayne aparece, irrumpiendo como una figura totalmente contrapuesta a todos estos antihéroes, que Si en "Krampack" habia logrado mostrarnos una historia típica de adolescentes en plena ebullición y crecimiento, ya en "En la ciudad" y "Ficción" abordó el universo de personajes ya pasado los treinta y pico. Y mucho más maduro y con un guión que podía ser leído en diferentes capas, que ingeniosamente había que ir demudando poco a poco, logró convertirse definitivamente con "V.O.S." en una de las figuras más interesantes del cine español actual, con un estilo diferente, más independiente, más cercano al cine de Ventura Pons, los primeros trabajos de Alex de la Iglesia o de Alejandro Amenabar. "Una pistola en cada mano" lo encuentra como un contador de historias consolidado, que sabe en pocos minutos llegar a comunicarnos directamente el centro de estas historias tan complejas para sus protagonistas. Como siempre sucede, en un film de episodios (por más que luego tengan un lugar en donde se comuniquen, que tampoco interesa demasiado a la trama) habrá historias que gusten más y otras que parezcan menos elaboradas. Pero todas ellas tienen este perfil de hombres que no saben como comunicarse, temerosos de tomar las riendas de algunas situaciones, que no pueden enfrentar algunos cambios, que luchan por dejar atrás lo que no fue, que temen aceptarse y asumirse tal cual son. Y no hay mejor dream team actoral que el que ha sabido conformar y con el que puede potenciar sus diálogos con personajes que cada uno de sus actores ha modelado amorosamente. Tan sólo en una pequeña situación que se presenta, pueden lograr mostrar con todo su oficio y transmitir lo que les pasa tan sólo con un pequeño gesto, en una mirada, comunicarnos todo con sólo un abrazo, un silencio, una sutil reacción frente a la palabra del otro. El elenco masculino es compacto, sin fisuras, todos ellos y cada uno en su rol, entregan una composición acertada y puntillosamente trabajada. En particular Javier Cámara en su episodio y la dupla Ricardo Darin-Luis Tosar me parecieron las actuaciones más llamativas del equipo y la de Eduard Fernandez (quien ha logrado también el premio de la Asociación Española de Actores y el Premio Gaudi) que es quien mejor imprime ese registro vulnerable y herido que recorre también todos los relatos. Candela Peña (que ha logrado el Goya a la mejor actriz de reparto) está absolutamente deliciosa y se lanza a jugar con un papel que la muestra espontánea y desenfadada y hay un buen tandem en Leonor Watling y Cayetana Guillén Cuervo en el episodio final. Para los amantes de esas películas con diálogos inteligentes, que actúan como un espejo cargado de sinceridad, esas que muestran a sus personajes como en la vida misma, sin grandilocuencias ni pretenciones, sino en la cotidianeidad de sus historias, no se pierdan "Una pistola en cada mano", otra pequeña gran película de Cesc Gay.
La cara masculina más débil y vergonzosa Difícil de encuadrarla dentro de un solo género, Una pistola en cada mano es una película de historias cruzadas, fragmentada en diversos episodios que comparten como denominador común al prototipo de hombre que ha superado los 40 años y se encuentra en un estado de desconcierto severo respecto del andar de su vida. Dirigida por Cesc Gay, esta especie de comedia española posee como uno de sus platos fuertes el hecho de contar con un reparto que cumple acertadamente su función en cada capítulo de la cinta (Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia, Javier Cámara, Eduardo Noriega). Lo particular del relato radica en que en absolutamente todas las escenas prevalece el diálogo y/o la discusión como único punto de acción. El film es 100% conversación, de tránsito bastante manso, pero siendo estas chácharas, en la mayoría de las situaciones, bastante amenas y disfrutables para el espectador. Una narración sumamente verosímil sobre la naturaleza humana, en donde cada uno de los sujetos parece sufrir algún tipo de fracaso: depresión, crisis económicas, divorcios, infidelidades, entre otros. Personajes unidos por sus dolencias y expuestos casi al ridículo por sus parejas, en una suerte de mostrar cómo las mujeres, mucho más independientes, pueden prescindir de ellos dejándolos mal parados en cualquier disputa verbal. Entretenida y agradable, Una pistola en cada mano resulta una experiencia distinta y llevadera para ver, con historias muy bien creadas y realistas, pero peca, pese a su corta duración, de perder el hilo en determinadas instancias y dar la sensación de faltarle algo para cerrar la proyección con un giro mejor. LO MEJOR: las actuaciones, la autenticidad y verosimilitud de lo que se expone. LO PEOR: no termina de cumplir con las expectativas. De a ratos y casi hacia el final parece boyar en la nada misma. PUNTAJE: 6
Una historia bien coral que habla de los conflictos de los hombres de 40 que entran en crisis. Esta historia es bastante atractiva no solo porque la dirige el cineasta catalán Cesc Gay (“Krámpack”, 2000; “En la ciudad”, 2003) sino también por el gran elenco convocado: Ricardo Darín, Luis Tosar, Javier Cámara, Leonardo Sbaraglia, Eduardo Noriega, Candela Peña, Ernesto Villegas, Jordi Mollá, entre otros. Su narración se encuentra divida en seis historias, en cada uno de ellas se van mostrando diferentes diálogos, situaciones y conflictos, habla de los hombre de 40 años, temas cotidianos y que tal vez sorprendan a más de una mujer. Su ritmo por momentos es algo lento, se trasforma en reiterativa y monótona. Una de las primeras historias es la de E (Eduard Fernández) y J (Leonardo Sbaraglia), son dos viejos amigos en un encuentro casual después de varios años, nos presenta sus personajes sus problemas, angustias, frustraciones y quien es más o menos feliz. Para después conocer las vidas de S (Javier Cámara) y Elena (Clara Segura) ellos se encuentran divorciados, tienen un hijo pequeño y su alejamiento fue debido a una infidelidad. Y lo que sucede entre ellos puede suceder en cualquier ex pareja, el arrepentimiento y si existen segundas oportunidades. Nos metemos en las vidas de L (Luis Tosar) y G (Ricardo Darín), un encuentro en el parque, uno paseando al perro de su ex-mujer y el otro espiando a su mujer.Los diálogos ocurren, con toques de humor e ironía, aunque por momentos resulta un poco monótona, lenta y decae algo. Conocemos a Mamen (Candela Peña) y P (Eduardo Noriega) son compañeros de trabajo en un periódico, no se conocen demasiado, él intenta seducirla a pesar de ser casado, ella es una de esas mujeres que en algún momento se sintió discriminada, similar al personaje de Patricia (Isabel Macedo) en “Graduados” y se las ingeniara para hacérselo saber. Finalizamos conociendo las dos últimas historias, la de los amigos Alberto San Juan y Sara (Leonor Watling), ella le cuenta detalles de su marido que este desconocía, y por Jordi Mollá y Cayetana Guillén Cuervo, estos son pareja de los anteriores personajes que se encuentran en una vinoteca mientras caminan por la ciudad ella le confesará algo de Alberto. Una comedia bien coral, habla del hombre actual, maneja muy bien la ironía, las carencias, las debilidades, confesiones increíbles, las virtudes y las confusiones. Una radiografía de la vida de algunos hombres, con sus encuentros y desencuentros, situaciones inesperadas, buenos diálogos, tiene humor y habla de las relaciones humanas. Aquí se encuentran: el cornudo, los insatisfechos, la incapacidad, el divorciado, la depresión, la impotencia y por momentos posee cierto corte teatral.
Vidas Cruzadas Si algo no le falta a este filme es calidad actoral, actúan algunos de los mejores intérpretes actuales del cine hispánico, más dos invitados criollos como Darín y Sbaraglia. La peli del catalán Cesc Gay conforma un panorama de la actualidad versado entre unos hombres entre 40 y 50 años, donde se queman las naves en temas como infidelidades, amores no correspondidos, depresiones, desencuentros y algo más, el guión muestra una coralidad fílmica con pequeñas historias -algunas obviamente sobresalen más que otras-, donde el eje básico, preponderante son las mujeres, llámense amantes, esposas, ex-esposas, objetos de deseo, etc. Por ejemplo entre los más logrados están aquel de Darín como el marido que intenta pescar una infidelidad de su esposa y se lleva una sorpresa, o el del notable Javier Cámara que vé la posibilidad de recuperar a su ex pero una situación inesperada pondrá un coto a esa ansiedad, tambien está otro con bastante humor, qué es el de Eduardo Noriega que intenta en una fiesta en la gran oficina donde trabaja de mantener un rápido y furtivo encuentro sexual con una compañera de labor. Sobre el final hay dos historias que van paralelas pero sin embargo son las menos logradas, y poseen demasiado bla bla bla. "Una pistola en cada mano" es un claro ejemplo que bien se puede hacer una propuesta múltiple ofertando al espectador un abanico de historias mínimas aceptablemente narradas y sobre todo bien actuadas.
El eterno masculino en crisis Hermosa Barcelona, según como la muestra Cesc Gay en su película “Una pistola en cada mano”. La ciudad española es el marco donde transcurren las vidas de los protagonistas, un grupo de cuarentones-cincuentones, atravesando una crisis existencial, sentimental y por qué no, económica, en esa edad considerada “el medio del camino de la vida”. “Una pistola en cada mano” consta de una sucesión de diferentes capítulos, en cada uno de ellos se muestra un diálogo entre dos personajes, en el que se desnudan emociones, se hacen confesiones y se exhiben retazos de vidas, con sus conflictos y también con sus éxitos. A veces son dos amigos que se encuentran casualmente en el palier de un edificio y en una charla de unos minutos, mientras afuera cae un aguacero, se ponen al día sobre sus asuntos derramando algunas lágrimas sobre los recuerdos. En otra ocasión, es un matrimonio en proceso de divorcio en circunstancias en que él quiere volver en tanto que ella ya está embarcada en otra relación. También están esos compañeros de trabajo que intentan tener una aventura, aun cuando uno de ellos sea casado, o quizás los dos. Y no falta el marido engañado que por esas cosas de la vida se topa con el amante de su mujer, algo que descubre después de haberle abierto, ingenuamente, el corazón herido relatándole sus confidencias. La película de Gay es una especie de radiografía de una generación. Muestra a un grupo de personas de clase media, culta, civilizada, que evidencia una gran afición por la palabra. Todos los conflictos se pueden hablar, razonar, explicar; terapias mediante, la ira se controla, la frustración se asume, el dolor se amansa... mientras, la vida sigue. A Cesc le interesa particularmente poner en evidencia el mundo interior de los varones. Los hace hablar de sus cuestiones más íntimas, esas que rara vez se escuchan de sus propias bocas y que afloran en momentos en que parecen andar dando manotazos de ahogados buscando un salvavidas del cual aferrarse. Para eso, en el inconsciente masculino, están las mujeres. Elenco de primer nivel Ellos pueden coquetear, sabotear la relación, decir adiós cuando se les da la gana, y volver también cuando se les cante... sólo que a veces, ellas ya dieron vuelta la página y han seguido adelante sin pensar en retroceder. El director español muestra la fragilidad de los vínculos amorosos y la eterna insatisfacción que carcome imperceptiblemente a cada uno de los personajes. Ellos se llenan más de preguntas que de respuestas, mientras que ellas están obligadas a hacerse cargo de sus vidas maniobrando como se pueda en cada ocasión y permitiéndose también alguna que otra dulce venganza. En un clima afable, aunque atravesado de melancolía, los personajes masculinos confluyen todos en una cena en casa del divorciado, una especie de refugio para solitarios, donde se juntan para rumiar sus penas. Los diálogos son inteligentes, perspicaces, muchas veces se producen contrapuntos muy picantes, donde la ironía y el sarcasmo sirven en unos casos para herir al otro, sin matarlo, o para maquillar alguna confesión dolorosa. El acierto del director es haber reunido a un elenco de primer nivel, integrado por los españoles Luis Tosar, Eduard Fernández, Candela Peña, Leonor Watling, Clara Segura, Eduardo Noriega, Javier Cámara, Alberto San Juan, Jordi Mollà, Cayetana Guillén Cuervo, y los argentinos Ricardo Darín y Leonardo Sbaraglia.
La crisis le llegó a los hombres El catalán Cesc Gay nació en 1967 en Barcelona y lleva realizados seis largometrajes. Ficción , el cuarto, ganó el premio a la mejor película en el Festival de Mar del Plata de 2007. Un filme inteligente que quizás por esa misma razón no se estrenó en nuestra ciudad. Una pistola en cada mano ha tenido más suerte. Su título parece aludir a un western o un policial. Pero no, es un filme urbano que trata sobre las crisis de gente cercana a los cuarenta años. Algo similar a lo que ocurría en su tercer largometraje, titulado En la ciudad. La película está conformada por varios episodios narrados en tiempo real, cuyos temas son la crisis de identidad de ocho hombres, entre los que hay estresados, desocupados, divorciados en tren de recuperar terreno perdido y engañados que ofician de detectives. Todos se creen más de lo que realmente son. En algunos casos, son las mujeres que los colocan en su sitio, motivándolos a hurgar en las causas de su decadencia de hombres dominantes, originada fundamentalmente en la emancipación del denominado "sexo débil". Sbaraglia necesita de un psicólogo; Darín recurre a ansiolíticos; Tosar llama a su amante por el nombre de su perro; Cámara vive una situación patética; Noriega se asume un tardío seductor; Leonor Watling y Alberto San Juan, en un viaje en automóvil por calles de Barcelona, discurren sobre temas de actualidad. Hay perlas que merecen rescatarse. Por caso cuando uno de los hombres le dice a su ocasional acompañante femenina: "Nosotros hablamos de cosas importantes, no como vosotras". A lo que ella responde: "Tienes razón. Nosotras sólo hablamos de nuestras parejas". Y mientras eso ocurre, otros dos personajes procuran recordar en vano el nombre de un recio actor norteamericano que intervino en numerosas películas del Oeste, un olvido que adquiere significación en el contexto del episodio que ambos protagonizan. Para Cesc Gay, que estuvo presente en el festival Pantalla Pinamar de este año, "ser adulto es aprender a mirarse y reconocerse en el espejo", algo que sus personajes masculinos, los de esta película, tienen dificultades para hacer. Como en todos sus filmes anteriores, también en éste valoriza los diálogos, que incluyen sutiles ironías. Y en la puesta en escena se apoya en la impecable fotografía de Andreu Rebés. También en la ambientación y en la ductilidad de sus intérpretes, entre los que se destacan Javier Cámara, Clara Segura, Luis Tosar y Ricardo Darín, a quien le alcanzan unos pocos minutos para demostrar que es un gran actor.