En el film argentino Vigilia en agosto también hay una boda en curso. La historia transcurre en una pequeña ciudad de la provincia de Córdoba muy ligada a la producción agrícola. La joven Madga, que trabaja como docente y colabora con la iglesia local, va a casarse en pocos días con Marcelo, “El Gringo”, que es patrón de una fábrica de granos. En esa comunidad sumida en la lógica del patriarcado, las pulsiones fascistas, los chismes dañinos y las supersticiones, Magda empieza a percibir ciertas señales del entorno que le generan dudas y temores. Algo pasó con un operario en la fábrica, un accidente laboral que su futuro marido prefiere encubrir. Todo el relato se circunscribe estrictamente al punto de vista de la protagonista (Rita Pauls, excelente), con un dispositivo narrativo que le permite al director Luis María Mercado potenciar el rol del sonido y explotar así la ambigüedad de diversas acciones que permanecen fuera del campo visual. Magda observa, escucha, espía. La violencia se disemina por vericuetos confusos. Transitando terrenos similares a los que propone Lucrecia Martel en La mujer sin cabeza, la joven de Vigilia en agosto no sabe cómo actuar frente a las verdades que descubre. Hasta que todo ese desasosiego hace síntoma en su cuerpo. “Ni empacho ni envidia. Vos estás ojeada hasta la coronilla”, dictamina una pariente, y le aconseja a Magda colocarse una cintita roja en el tobillo. La explicación esotérica esquiva el esfuerzo que implica asumir y analizar cuestiones más profundas (sociales, políticas, de género). Además no hay tiempo. Ya está todo listo para el casamiento. Pero por allí circulan otros rastros rojos que parecen enlazarse subrepticiamente mientras el relato avanza: la lana roja de un saco que ocupa toda la pantalla, la sangre de una herida en la mano de Madga, el color de una larga máquina procesadora de granos, el cabello del Gringo. En la película late un terror reticente, escondido, ahogado. El realizador logra mostrar con mucha sutileza cómo funcionan los códigos de la dominación masculina, los abusos de poder y la red de complicidades en esa ciudad. Pero es una pena que la película no llegue a colmar las expectativas que las intrigas habían despertado, como si el relato se acobardara a la hora de enfrentar a fondo esa hendija por donde asoma lo siniestro. Tal como ocurre en Carmen y Lola, el drama de Vigilia en agosto termina algo desdibujado debido a un desenlace poco arriesgado. Así y todo, se trata de una ópera prima más que interesante de un director a seguir de cerca.
Magda se encuentra con los últimos preparativos para llevar adelante su casamiento con el Gringo. Pero los días anteriores será testigo de una serie de acontecimientos que involucran a su novio. Decidida a callar, su cuerpo será el que empiece a hablar por ella, enfermándola poco a poco. Ambientada en las sierras cordobesas, “Vigilia en Agosto” se dedica a ahondar en aquellas problemáticas socialmente aceptadas y de las cuales nunca nadie se animó a cuestionar porque son costumbres que provienen desde hace generaciones. Algunos de estos temas son el patriarcado, los diferentes roles que cumplen los hombres y las mujeres, el matrimonio, entre otras cuestiones relacionadas con los vínculos afectivos entre los distintos géneros. Asimismo, es atractiva la forma en la cual se van revelando estas cuestiones poco a poco de una forma sutil y a veces incluso fuera de cámara. Por otro lado, lo interesante del film es el conflicto interno por el cual transita la protagonista. Una Rita Pauls en un rol complejo, en el cual sus gestos, miradas y movimientos corporales son mucho más importantes que los diálogos que debe mencionar, pero que la actriz sabe llevar a buen puerto. Todo lo que sucede a su alrededor parece estar bien aceptado por el resto del grupo social en del cual ella forma parte (allí sí se priorizan las conversaciones por sobre una interpretación más corporal) y es por eso que el precio de callar comienza a exteriorizarse en su propio cuerpo. Si bien el elenco que la acompaña cumple correctamente a la hora de representar a sus personajes, Pauls es quien se destaca por sobre el resto. En síntesis, “Vigilia en Agosto” es una propuesta correcta que busca abordar cuestiones de otras épocas o que incluso hoy por hoy en ciertos lugares siguen sucediendo, donde existen situaciones socialmente aceptadas que nadie juzga, a partir de la destacada interpretación de su protagonista. Y cómo, al conocer la realidad y callar, el cuerpo empieza a hablar por uno mismo.
Y Comieron Perdices?. Crítica de «Vigilia en Agosto» de Luis María Mercado.InicioEstrenosY Comieron Perdices?. Crítica de «Vigilia en Agosto» de Luis María Mercado. 29 julio, 2019 Bruno Calabrese Opera prima del director, que nos trae un relato intimista sobre la angustia de una joven de campo, Magda, en los momentos previos a su casamiento. Ella trabaja como docente y colabora con la iglesia local. Va a casarse con Marcelo , el Gringo, patrón en una fábrica de granos. Por Bruno Calabrese. En una pequeña ciudad de provincia, a días de su ansiado casamiento, Magda (Rita Pauls) es testigo de una sucesión de hechos que sufren personas cercanas y que involucran a su novio. Pero hace silencio y lo niega, aunque aquellos hechos la obsesionan. Los días siguientes su salud comienza a deteriorarse sin motivo. Las elucubraciones hablan de una extraña enfermedad, de locura o posesión de un mal. Pero nada ni nadie deberán impedir su anhelada boda. Con la cámara haciendo plano en Magda de manera permanente, el director juega con las dudas de ella y nos lleva por caminos que nos hacen sospechar de todo lo que sucede a su alrededor. El malestar de la futura esposa irá en ascenso, se la notará cada vez más tensa y perdida, a medida que ella no exprese sus angustias. Los hechos se suceden dentro de una comunidad sumida en la lógica del patriarcado, donde toda la organización de la boda corre por cuenta de las mujeres y los hombres cumplen tareas agrícolas. Chismes maliciosos y supersticiones son moneda corriente en esas reuniones de la madre de Magda (excelente María Fiorentino) con sus amigas, todo está retratado de manera que nos genere cercanía. Un ámbito que será clave para que Magda no pueda expresar su malestar ante las dudas que tiene en torno a su futuro esposo. Las sospechas de la joven sobre quien es realmente su novio empiezan a ser reales y la obsesión por que la boda se realice hará que todo sea reprimido. Eso hará mella en su cuerpo, como una especie de posesión demoníaca. Tensiones sexuales con el novio de una amiga, niños que corretean sin parar, charlas intrascendentes entre la madre y su séquito de amigas se sumarán a su desilusión y se convertirán en un combo letal que pondrá en peligro la salud de Magda. Las sensaciones que generan esas situaciones son muy bien transmitidas, gracias a la actuación de Rita Pauls y la inteligencia del director en encontrar los planos perfectos para que los gestos y miradas hagan que nuestra paciencia como espectador se vea alterada más de una vez, rogando que la joven explote. «Vigilia en Agosto» es una interesante opera prima, mezcla de melodrama con thriller que nos mantiene expectante hasta el final. Una película sombría y densa, que retrata de manera irónica el rito obligado del casamiento y las consecuencias que sufre nuestro cuerpo cuando no se expresa lo que callamos. Puntaje: 75/100.
El ritual del casamiento como experiencia inquietante: El plano general de una planta agrícola en un amanecer neblinoso de agosto nos sitúa en un pueblo de provincia de la pampa argentina. Allí una joven se encuentra en vísperas del esperado casamiento. La película abre con la charla prematrimonial del párroco ante las parejas en vías de casamiento, entre las que se encuentra Magda (Rita Pauls), alegre e ilusionada, y Marcelo (Maximiliano Bini), apodado “El gringo”. En medio del discurso del cura, que señala la correspondencia entre el hombre y la mujer y la sacralidad de dicho lazo; un estruendo proveniente de afuera, mientras unos niños espían hacia el interior de la iglesia por la ventana, aparece como primer señal extraña e incómoda. En este comienzo de Vigilia en agosto (2019), opera prima del realizador oriundo de Córdoba Luis María Mercado, ya resulta interesante el uso del sonido en su carácter inquietante (recurso al que apela frecuentemente el género de terror), irrumpiendo para hacer estallar y poner en cuestión la imagen idealizada del casamiento. Se trata de un drama intimista, que es abordado empleando ciertos elementos del thriller psicológico. Para Magda, El gringo aparece como un buen partido. Es un joven de buena posición económica, patrón de la agropecuaria. Se presenta con la imagen del buen marido que la provee de una casa moderna construida de cero y con todo lo necesario, del hombre deseable de estirpe extranjera terrateniente y del buen patrón, que alcanza a sus empleados a la planta en la parte trasera de su camioneta. Poco a poco, en medio de despedidas de soltera, preparativos de catering y pruebas del vestido y del maquillaje, comienzan a suceder en el pueblo diversos acontecimientos extraños: accidentes, explosiones, cortes de luz. La hermosa realidad comienza a zozobrar, a adquirir un tono pesadillesco para Magda; pues poco a poco va descubriendo quién es realmente su futuro marido. La película se construye para el espectador a partir del personaje de Magda, a quien le va llegando fragmentariamente la información a partir de sus reacciones (ya que el director realiza un interesante uso del fuera de campo para algunos de los extraños sucesos) y de los restos visuales y auditivos que logra captar entre hendijas de puertas parcialmente abiertas y murmuraciones a su alrededor. Se atisba junto a la protagonista que El gringo no es un jefe honesto y macanudo, sino un capitalista explotador de la fuerza de trabajo de sus empleados. Tampoco resulta ser un hombre devotamente entregado a ella en el amor. La atmósfera de pueblo chico, infierno grande está capturada en ese coro de parientes mujeres y amigas que pulula alrededor de Magda con sus cotilleos y chismes, donde en general siempre se habla de manera descalificatoria respecto de las mujeres en desgracia del pueblo, bastante lejos de la sororidad. Y también en los elementos que dan cuenta de la cultura patriarcal. La mujer está destinada al hombre, a ser su esposa y por tanto a complacerle y servirle. De esto da cuenta tanto el discurso del cura como la escena en que Magda busca a su novio en el galpón de la planta. Él la toma por sorpresa y por detrás, buscando ser complacido en sus apetitos en una situación que linda con lo obsceno (ya que el portón se encuentra abierto), a pesar de ser disuadido por ella. También aparece lo patriarcal en el discurso de la madre (María Fiorentino), quien ante un llamado telefónico con la posibilidad de que Magda tome un cargo como suplente en la escuela, le señala su no conveniencia, ya que si trabaja no va a poder sostener sus deberes como esposa y ama de casa. Y sin duda, principalmente, en el discurso social que sostiene la disparidad por la cual al hombre le está permitido ser libre en su sexualidad como algo natural que hay que tolerar como ejercicio de su virilidad; mientras que la mujer debe quedar confinada a la quietud del hogar, so pena de ser cuestionada y carne de cañón del escarnio social. A medida que se va resquebrajando el ideal romántico del matrimonio, comienzan a surgir las vacilaciones en Magda respecto de asumir el destino de esposa de El gringo. Se da un conflicto para ella entre el Ideal familiar y la realidad que descubre. Magda continua ofertando su cuerpo a cada uno de los rituales, y a la vez ese mismo cuerpo comienza a dar señales del deseo que no puede nombrar ni poner en acto. La escena de prueba del vestido es clave en este punto. Magda se encierra en el encorsetado vestido de esposa, pero lo tolera poco y pide rápidamente que se lo quiten. Del mismo modo, los planos cerrados sobre la protagonista dan cuenta de la dualidad entre lo que calla y lo que muestra y actua. El “no” que no puede enunciar para que se detenga la boda es hablado simbólicamente por su cuerpo: vómitos, fiebre, corte accidental de un dedo al cocinar, delirios febriles; que son interpretados por la cultura local desde el pensamiento mágico y esotérico como empacho, mal de ojo y posesión demoníaca. Nadie quiere escuchar ese mensaje que viene del más allá, del inconsciente, y la comunidad toda se une en rituales para que nada arruine la maravillosa boda de Magda. ¿Despertará Magda de su ensueño color de rosa? En Vigilia en Agosto es digno destacar la interpretación de Rita Pauls. La actriz dota a su Magda de los matices adecuados para encarnar un personaje de gran complejidad psicológica, pero a la vez con la contención necesaria para acompañar los recursos formales que emplea el director; discretos pero efectivos en la línea de poner en cuestión el tradicional rol de la mujer en una sociedad que se funda en relaciones de poder.
La ópera prima de Luis María Mercado, protagonizada por Rita Pauls, María Fiorentino, Eva Bianco, Michel Noher y Maximiliano Bini, reflexiona sobre roles, género y deseos en medio de un pueblo. Pauls deslumbra con su personaje, dotándolo de misticismo y también de la fuerte personalidad, a pesar del sometimiento, que necesita.
Una novia errante El cordobés Luis María Mercado debuta en el largometraje con una peculiar (y extraña) historia sobre el transitar de una novia días antes de la boda, pero que sirve para hablar de los usos y costumbres de una tradición sostenida por el patriarcado, la religión y los intereses económicos de un sector privilegiado de la sociedad. Ambientada durante un frio invierno en un pueblo rural de las sierras cordobesas Vigilia en Agosto (2019), que tuvo su estreno mundial en el Festival de Málaga, nos presenta a Magda (Rita Pauls), una joven que se encuentra en la etapa final preparatoria de lo que será su casamiento con el descendiente de una de las familias tradicionales y más poderosas del lugar. Con el devenir de los días una serie de acontecimientos ocurren inesperadamente y Magda comienza a dudar, no sobre su elección, sino sobre el rol que ocupará en una sociedad patriarcal, donde lo que se espera de ella no tiene nada que ver con lo que alguna vez soñó. Mercado propone a priori un drama psicológico sobre el martirio de una novia estresada por los preparativos de su inminente boda pero, lejos de lo que puede leerse en una primera línea narrativa, Vigilia en Agosto ahonda mucho más allá para introducirse en problemáticas más ásperas y no muy amables como la opresión social, los mandatos familiares, las herencias que deben mantenerse intactas, el rol de la mujer en una sociedad donde el hombre es el patrón y ejerce la violencia sobre el más débil, no solo física sino psicológica. Vigilia en Agosto transita por una serie de tópicos que configuran la agenda actual y que constituyen la célula madre de una historia cuyo germen parece ser otro, mostrando la radiografía de una sociedad donde la desigualdad -en su sentido más amplio- favorece al ejercicio del poder.
Las altas torres de los silos graneros dominan todas las acciones que se desarrollan en un pueblo de la pampa agropecuaria. Allí, una joven llamada Magda (Rita Pauls) vive sus últimos días de soltería ocupada en las tareas habituales antes de la boda, cuando sufre una epifanía negativa: se da cuenta de que el mundo no es el lugar idílico que creía conocer, ni su novio lindo y todopoderoso la persona que ella suponía. Una tragedia, culpas negadas o sofocadas bajo un manto de silencio, consecuencias violentas, y sobre todo las verdades no dichas se presentan ante Magda aunque a su alrededor nadie quiera ver ni aceptar la realidad. Luis María Mercado ha realizado una ópera prima muy deudora de los mundos de Lucrecia Martel, de su manera de presentar la idiosincrasia de la clase media y el patriarcado, y de abordar el tema de eso no se habla, de subsumir todo en el consabido son cosas que pasan. Magda atraviesa un verdadero proceso iniciático al asumir lo que será vivir en la negación y la mentira. A manera de coro griego, la mujeres de su entorno (María Fiorentino, Eva Bianco) sostienen el status quo en una fuga hacia el pensamiento mágico.
A medida que se acerca el día de su casamiento, Magdalena va entrando en un estado de conciencia que la lleva a percibir la cotidianidad de su pueblo de otra manera. Vive un proceso de extrañamiento que convierte a lo habitual en raro, incomprensible, ominoso. Siniestro. Con una sensorialidad deudora del cine de Lucrecia Martel, la opera prima del cordobés Luis María Mercado está construida a partir de este cambio en la percepción de la protagonista. La mayor parte de las escenas presenta varias capas visuales y sonoras: mientras algo sucede en la superficie, detrás también están ocurriendo cosas, tal vez más significativas. Una mirada, un gesto, un murmullo, una conversación: como si a Magda (buen trabajo de Rita Pauls) se le hubiera caído la venda que le bloqueaba los sentidos, todo puede tener un significado distinto al acostumbrado. A través del desconcierto de la protagonista, vemos una sutil descripción del clásico pueblo chico/infierno grande donde todos conocen la vida de todos y el chimento está a la orden del día. Sin necesidad de trazo grueso,Vigilia en agosto pinta el mundillo de una localidad cualquiera de la pampa gringa. La cámara desnuda el orden jerárquico social dominante, que no es patrimonio exclusivo del interior, pero en esos rincones provincianos queda más expuesto. Los dueños de la tierra están por encima de quienes la trabajan y los hombres por encima de las mujeres, con roles definidos a la vieja usanza patriarcal. En esa comarca sojera donde el rugido de las 4x4 convive con el silbido del afilador, el catolicismo y la curandería trabajan a la par para tender su manto de hipocresía y pacatería. Pero la proximidad de su boda hace que algo en Madga se quiebre y su sexualidad reprimida emerja a la superficie. Lo que todos a su alrededor creen embrujo o enfermedad no es más que un nuevo capítulo de la eterna lucha entre el deseo y las convenciones sociales.
La espera y las dudas en los días previos a su casamiento aquejan a Magda, una joven de una ciudad chica de Córdoba. Algunas preocupaciones son más evidentes y otras no tanto. Como las que involucran a su novio, el candidato perfecto en apariencia que está involucrado en situaciones que alteran los nervios de Magda hasta que su salud empeora. La elección de eludir lo explícito sirve para construir un misterio que tiene su interés, pero termina limitando la profundización de temas que quedan flotando en el aire. Más allá de eso, el film dirigido por Luis María Mercado ofrece un perfecto retrato de la vida en una ciudad chica e interpretaciones afinadas.
Ópera prima de Luis María Mercado, “Vigilia en agosto” sigue a una joven (Magda) durante los días previos a su boda. Días que se suceden entre visitas a la iglesia, reuniones con amigas y alcohol, pruebas de vestuario y comidas con amigos y familiares. Pero también teniéndola como testigo de cosas extrañas que empiezan a descolocarla y transformar su idílico momento en algo parecido a una pesadilla. Rita Pauls es la protagonista y es a través de su Magda que vamos vivenciando lo que le empieza a suceder. Cosas que mira, que oye. Cosas que estaban escondidas y de repente se le sitúan frente a ella, que la hacen ver distinto a su entorno, en especial a su futuro marido. La actriz brinda una interpretación muy sólida en especial teniendo en cuenta que casi todo lo expresa desde el silencio, desde los gestos. Es una tarea difícil al que tiene Pauls con este personaje tan complejo psicológicamente, con su conflicto interno. “Vigilia en agosto” sucede además en un pueblo agrícola, un lugar pequeño en el que todos se conocen. Y al conocerse todos entre sí, todos también creen saberlo todo de todos y por lo tanto hablar, opinar. Cuando Magda es testigo de algo que nunca terminamos de ver, su cuerpo comienza a notar los cambios. Hay algo que huele mal, hay cosas que suceden todo el tiempo y no las vemos. Estamos ante un drama psicológico por lo que casi todo lo que pasa le pasa a ella, lo percibe ella, y es así que no mucho de eso aparece en primer plano; al contrario, todo se ve fragmentado o se escucha pero no se ve. Todo eso termina de imprimir esta sensación de rareza que se va a apoderando cada vez más del relato. El cine de Mercado (que además escribe el guion) acá parece estar muy influenciado por el de Lucrecia Martel (si hasta su póster a simple vista rememora a “La mujer sin cabeza”), aunque acá sus climas de extrañeza resulten más sutiles y, quizás por lo tanto, más realistas. “Vigilia en agosto” es una interesante y peculiar ópera prima que pone en evidencia lo terrorífico que pueden ser los mandatos patriarcales. Con una protagonista que no puede decir muchas veces lo que le pasa y entonces el cuerpo empieza a hablar por ella y a rechazar aquello que antes creía querer.
Una muy interesante opera prima de Luis María Mercado, que muestra a una mujer joven a punto de casarse sumergida en los preparativos de los festejos. Vive en un pueblo agrícola de la pampa, donde todo el tiempo los silos están visibles en ese paisaje chato. Pero ella en pocos días vivirá la revelación del mundo que la rodea. Con una mirada inteligente se muestra ese ambiente de mentiras construidas por una clase media aspirante al bienestar a cualquier precio, que prefiere el disimulo, la estupidez del chisme, la ignorancia, las tradiciones sin sentido, a tener que ver una realidad. Esta joven mujer tiene un despertar doloroso que le mostrará lo que le espera en el futuro, con un novio que por primera vez vislumbra injusto, corrupto, infiel, con un entorno femenino que hace de las apariencias el juego que todos conocen. Pero también está la necesidad de tapar el deseo que irrumpe irrefrenable. Una película sólida, interesante, bien filmada. Buenas actuaciones de una protagonista que encuentra en Rita Pauls la interpreta justa, al lado de grandes actrices como María Fiorentino (puede iluminar todo con un gesto), Eva Bianco, Michel Noher, y otras talentosos.
Vigilia en agosto: el cuerpo habla Una “peste” social avanza en el cuerpo de la protagonista y el lento pero inexorable progreso de esa extraña corrosión es uno de los mayores logros del film. El cuerpo siempre habla, aunque no lo haga necesariamente con palabras. Ese parece haber sido uno de los motores de arranque de la ópera prima del cordobés Luis María Mercado, deudora de las sensibilidades del cine de Lucrecia Martel –en particular de La mujer sin cabeza– y que encuentra en su protagonista a una testigo de un orden social inalterable, a su vez médium de todos los malestares que este irradia. Rodada en la ciudad natal de Mercado, Oncativo, en el corazón geográfico de Córdoba, Vigilia en agosto comienza con una charla prenupcial. El cura desgrana, casi en piloto automático, la anécdota del pecado original mientras afuera los chicos juegan y, adentro, los futuros esposos escuchan con fingida atención. Aislándola del grupo, la cámara destaca a Magda (Rita Pauls, en un rol progresivamente complejo), quien se halla apenas a algunos días de casarse con el Gringo, un muchacho rubio, pintón y joven, responsable de uno de los silos más importantes de la región. Un “partido” inmejorable, sobre todo ahora que bajó unos kilos, como afirma la madre de Magda, atenta a cada detalle de la inminente boda. Pero algo huele mal en el lugar, literal y simbólicamente.En ese pueblo agrícola donde el reconocimiento de los olores es inmediato, aparece en el aire un aroma indefinido que genera incógnitas en los lugareños. También ocurren otras cosas, pero pasan más desapercibidas. Al menos para la mayoría, tal vez por la fuerza de la costumbre. Magda camina sola luego de reunirse con sus amigas, se asoma a un lugar, ve algo y su organismo comienza a reaccionar. Las mujeres –familiares, vecinas, amigas, jóvenes y adultas– buscan posibles orígenes del súbito decaimiento: los nervios lógicos antes del importante evento, sumados posiblemente a la envidia de terceros. Aunque Cadana (Eva Bianco) insiste en la teoría del mal de ojo, una visita al médico no vendrá mal para desechar alguna otra dolencia. Allí, en la sala de espera del hospital, la protagonista escucha una breve conversación entre su novio y el médico que está atendiendo a uno de los empleados de los silos, accidentado en el trabajo. Un momento revelador, extraña epifanía que transforma la lógica del cómo son (y siempre han sido) las cosas en aberración pura, en monstruosidad. A partir de ese momento, Magda se convierte en un organismo que deberá asimilarse al entorno hasta ser absorbido por completo o, por el contrario, exponerse a la posibilidad de la expulsión. “En Oncativo los inviernos son secos y ventosos. Agosto en particular. Es natural que la gente enferme a consecuencia del clima. Es el mes de las pestes”, afirma el realizador en la carta de intenciones presentada a la prensa, a su vez aclaración poética del título de su largometraje. La “peste” avanza en el cuerpo de Magda y Vigilia en agosto coquetea incluso con la posibilidad de una posesión, con la aparición de lo sobrenatural, entendido esto como todo aquello que los que rodean a la enferma no logran comprender. El lento pero inexorable avance de esa extraña corrosión es uno de los mayores logros del film, que, sin alejarse nunca de la exposición naturalista, va inyectando sus dosis de ansiedades e incomodidades de manera progresivamente perturbadora. Una alteración de los mandatos que Mercado registra a partir del cuchicheo de las mujeres en la cocina, en un codificado universo masculino que la joven comienza a avizorar, en la crítica afilada a una serie de rituales –en particular la fiesta de casamiento–, elementos que terminan revelándose como rituales de iniciación a un mundo del cual Magda, sin saberlo aún de manera clara, ha comenzado a recelar.
Luego de su paso por el BAFICI, llega a las salas Vigilia en agosto, la ópera prima del director cordobés Luis María Mercado. Se trata de una especie de thriller psicológico que, finalmente, hace agua por donde se lo mire. La historia gira en torno a Magda (Rita Pauls), una joven que está a punto de casarse con el Gringo. Los días previos a tal acontecimiento, la protagonista se da cuenta de que no todo es color de rosas y que su futuro marido no es un “príncipe azul”. Descubrir estos secretos repercute directamente sobre su salud y también sobre lo que la rodea. Aun así, la joven decide seguir adelante con los planes de boda, como si nada hubiese pasado. Se podría entender que Luis María Mercado pretende poner el ojo en la importancia que hoy en día todavía se le da al casamiento (sobre todo en los pueblos de provincia). También busca apuntar contra una sociedad patriarcal (todavía persistente), donde las mujeres deben callar y someterse a aquello que las apena. El hecho de que utilice una especie de thriller psicológico para construir una crítica sobre estos temas, provoca que la historia pierda su fuerza original y termine haciendo agua durante sus 78 minutos de duración. Constantemente se trata de instalar la idea de que algo malo está pasando (o está a punto de pasar), pero esto sólo queda como algo fugaz flotando en el ambiente. Realmente no se logra generar un ambiente tenso, de miedo, de incertidumbre. Todo queda en un ideal que no logra ser traspasado a la pantalla para llegar al espectador. Vigilia en agosto parece asemejarse más a una simple historia donde se sigue a una joven durante los días previos a su casamiento -y todo el caos mundano que este acontecimiento trae-, que a una historia casi de terror (como pretenden venderla). Vigilia en agosto finalmente no logra ni instalar el tema de género en cuestión (mujer que debe someterse a una boda que la está “pudriendo” poco a poco), ni funciona como una película de terror psicológico. La protagonista comienza a enfermarse poco a poco (tras el “hecho traumático”), aunque realmente sólo es una joven cortándose un dedo mientras cocina (¿¿??) o, luego, padeciendo lo que parece ser un simple cuadro gripal; algo que simplemente podría resumirse en los nervios previos a la boda, más que en algo terrorífico. La película no logra conectar realmente con lo que quiere vender. Pese a sus esfuerzos por generar un clima de incertidumbre (y hasta terrorífico), Vigilia en agosto no logra transmitir nada: es una historia opaca por dónde se la mire.
Una población pequeña deviene aún más cerrada y definitiva al traspasarse el casamiento; del lado de la mujer la entrega equivale a un sello en el cuerpo. Así lo padece Magda (Rita Pauls) en Vigilia en agosto, ópera prima del cordobés Luis María Mercado. Los universos femenino y masculino están bien delineados en la localidad provincial: las mujeres responden al espacio y quehaceres domésticos, los hombres a los silos y las máquinas fabriles. La religión católica es otro regulador comunitario, y es el “demonio invisible” mencionado en una misa el que anticipa el horror costumbrista por venir. Magda se apresta a entablar matrimonio en agosto. Joven, sigue juntándose con amigas, frecuenta a su novio de clase industrial y convive con parientas y vecinas. Una serie de situaciones al pasar la ponen en alerta, despertando en ella una inquietud más subterránea que racional. La atracción por otro hombre es otra señal de desbarajuste, y la superficie cotidiana se tiñe de una hitchcockiana inminencia: el foco se detiene en texturas, flecos, cortinas, ventanas, espejos, ventiladores. Sugestivos acontecimientos se suceden a distintos niveles: en el cuerpo de Magda (vomita, se corta un dedo, tiene fiebre) y en el entorno, proceso que alcanza una cuota estridente cuando explota una casa cercana (se oye el ruido, se expande un olor desagradable y más tarde se dejará ver la morada, revelando el esqueleto negro de la película). Si la boda es el horizonte negativo que rige la tensión –Opening night con altar como sustituto del estreno-, Magda es el centro permanente ante el que gravita la cámara: Pauls es natural, frágil y magnética y su semblante parece haber nacido para el cine. Mercado acompaña esa fijación con fotografía detallista y planos bien resueltos: su realismo de ciudad rural resulta pulido, enajenado, contemplativo y vuelto al exterior. “Me estoy pudriendo”, sentencia Rita cerca del desenlace, y la cinta parece acusar esa súbita contaminación al bordear la posesión demoníaca. Pero Vigilia en agosto se retracta y contrae nupcias con la tirante apacibilidad del drama.
Magda se prepara para su casamiento, uno de los grandes eventos en el pequeño pueblo del interior en el que vive. Se casará con el Gringo, empresario agrícola que a todas luces es un gran partido. Y sin embargo, es la gente a su alrededor la que parece más entusiasmada. Ella transita un estado de apatía preocupante, que se agrava a medida que se aproxima el día de la boda. Especialmente cuando se producen a su alrededor una serie de acontecimientos graves; balas que caen cerca y que se perciben como señales de una mala decisión en camino.
Vigilia en agosto es uno de esos relatos donde la protagonista no sabe en quien confiar y donde el mundo que la rodea más que contenerla parece asfixiarla. Como en El bebé de Rosemary o La mujer sin cabeza, la pregunta de la película es si ella podrá salir de ese mundo en algún momento o si se resignará a ser parte. Faltan pocos días para que Magda se case y sus dudas se materializan en situaciones y eventos que rodean a su novio. A cada minuto le cuesta más negar la realidad y la sensación de peligro crece. Qué la historia sea interesante no indica necesariamente que la película finalmente esté bien. Las situaciones no permiten que se genere empatía o algún tipo de angustia en el espectador. Nunca llegan los personajes y las actuaciones permiten que entremos en ese mundo. Esa distancia no es buscada, sino una limitación de la puesta en escena y la construcción de todo el film.
El ritual del casamiento Vigilia en Agosto (2019) es una película cordobesa dramática que constituye la ópera prima de Luis María Mercado, el cual la filmó en Oncativo (su ciudad natal) durante 2017. Protagonizada por Rita Pauls (Adriana Puccio en Historia de un Clan), el reparto se completa con María Fiorentino, Maximiliano Bini, Michel Noher, Eva Bianco, entre otros. La cinta participó en la competencia oficial del Festival de Málaga: Cine en Español, como también estuvo presente en el BAFICI dentro de la Sección de Derechos Humanos. En un pequeño pueblo rural agroindustrial, a la joven Magda (Rita Pauls) le quedan pocos días para casarse con su prometido Marcelo (Maximiliano Bini). Con los preparativos en marcha, tanto los vecinos como los familiares se encuentran expectantes por la que será “la fiesta del año”. No obstante esos días previos Magda será testigo de varias situaciones muy raras, algunas de las cuales tienen como eje a su novio y otras le pasarán factura en su propio cuerpo. De todas maneras, la esperada boda debe llevarse a cabo cueste lo que cueste. En su debut cinematográfico, Luis María Mercado nos sumerge en las tradiciones tan establecidas que tienen los pueblos en cuanto a un evento importante, en este caso el de un casamiento. Murmullos, secretos, el esfuerzo por aparentar y la presión tanto familiar como local se hacen presentes en la vida de Magdalena, una chica que se encuentra en un estado de confusión e incomodidad total. Es gracias a la actuación de Rita Pauls, la cual también hace su debut protagónico, que el espectador puede ir captando qué es lo que el director nos quiere contar. Magda no expresa lo que le pasa por la cabeza en voz alta, pero solo con ver su mirada o expresiones faciales nos damos cuenta que no está para nada a gusto con la ceremonia que se aproxima y todo lo que ésta conlleva. Paso a paso, Mercado va llevando a su protagonista a un panorama sumamente asfixiante que hasta llega a contar con tintes de terror muy bien manejados. Desde el comienzo la película cuenta con una rareza especial e inexplicable, una en la que se requiere que el espectador asocie por sí mismo lo que está pasando en pantalla ya que nada está servido en bandeja ni sobre explicado. Por este motivo Vigilia en Agosto no es un filme que va a ser aceptado por todos, en especial porque varias cuestiones quedan sin desarrollarse para que cada uno saque sus propias conclusiones. Con una atmósfera turbia bien lograda de principio a fin, Vigilia en Agosto otorga una fructífera representación de lo que es convivir en un ambiente lleno de negatividad, cotilleos y envidia, con personas que esconden lo que verdaderamente son. Con una protagonista que no toma las riendas de su propia vida por lo difícil que resulta ir contra lo que desea su familia, la película nos invita a reflexionar sobre un lado poco explorado del casamiento, uno que es oscuro, fingido y para nada bonito.
La tensión por una inminente boda manifestada a través de la sutileza. El casamiento es una circunstancia promisoriamente feliz pero que requiere de una extensa preparación; y cuando se dice extensa es para contemplar los múltiples elementos que la harán posible. Hablamos de un cuidado y un nivel de detalle que, a simple vista, parece no contemplar los imprevistos, aquellos que no se ven ni siquiera con la más extrema de las preparaciones. Estos avatares (logísticos pero sobre todo emocionales) son los que pueblan la trama de Vigilia en Agosto. Magda antes de la Boda El titulo no podría ser más apropiado, porque tanto la protagonista como toda su familia están en un constante estado de alerta ante cualquier imprevisto que pueda echar por tierra la boda. Aunque el mayor de los imprevistos convive con ellos mediante la imagen y el sonido: la fábrica administrada por la familia del novio. Sus impredictibilidades están ahí para recordarles que el azar, si debe obrar, no hará excepciones. Hay explosiones y empleados lastimados, pero la película no necesita mostrarlos explícitamente. Solo necesita posar la cámara en los rostros de sus intérpretes y apoyarse en los efectos de sonido para entender el impacto de estos incidentes. Un impacto acentuado por los claustrofóbicos encuadres que ponen al espectador en el estado mental que experimenta la protagonista y su entorno. Vigilia en Agosto es una propuesta que se vale de la sutileza, del uso del subtexto, para marcar su pulso dramático. Sutilezas tales como la madre de la protagonista que ante el vómito de su hija se muestra más preocupada (o por lo menos como primera reacción) por el estado de su cubrecama que en su salud. Un pequeño gesto que denota el materialismo del mundo en el que se mueve y que planta la semilla de lo que representa la división clara de las dos regiones dramáticas de la película: la primera mitad se concentra en la fábrica, donde cualquier accidente puede dar pie a una indemnización que peligre la realización de la boda; la segunda mitad, por otro lado, radica en las dudas de la propia novia sobre el evento en sí. Es en esta segunda mitad donde la protagonista nota la posibilidad de que sus deseos no serán muy tenidos en cuenta Naturalmente, estas dos mitades encuentran una simbiosis en un escena en particular, un plano más específicamente: el del caballero con el que la protagonista tiene un fugaz affaire. Y en ese plano de reacción (viendo a la protagonista delirando en su cama) se oye de fondo la bocina de la fábrica. Las ideas narrativas de Vigilia en Agosto son claras, pero las múltiples sutilezas en su ejecución a menudo pueden llegar a desafiar la comprensión del espectador. Sin embargo, encuentra un gran aliado en la expresividad de Rita Paulspara sobrellevar esta cuestión. Sus reacciones marcan el norte, el vaivén de positivo a negativo por el que va la curva dramática de la película. En su rostro está el camino, solo hay que seguirlo.
ACTO REFLEJO Uno de los tópicos por excelencia dentro del amplio panorama del cine contemporáneo es de qué modo el cuerpo es un mapa donde se puede leer todo tipo de malestares. Una situación que podría entenderse como ideal suele mutar en un problema. A veces la alcantarilla es grande y profunda; en otras, los problemas toman su tiempo para estallar y la dilatación es el método efectivo, sobre todo porque la procesión va por dentro. A días de casarse, la protagonista, una joven llamada Magda se entera de una serie de hechos trágicos que involucran a su novio. Sin embargo, un bloqueo emocional la hará callar. El tema es que su cuerpo le pide algo diferente. Con ecos de La mujer sin cabeza, de Lucrecia Martel, la película apuesta por el drama contenido, dentro de los carriles psicológicos. Lo mejor es que no elige explicar nada y cierta atmósfera de incomodidad se adueña del relato sin que nada estalle precisamente. Los hechos que rompen la lógica de lo normal parecen susurrados porque lo verdaderamente importante es el orden de los secretos, de lo indecible. La vigilia del título se torna literal y el clima de la región se traslada al ánimo de una mujer que transita por el limbo. Magda adopta la actitud de tantos personajes de películas actuales, dispuestos a correrse de la realidad para observarla a la distancia. Dicho corrimiento genera un estado de perplejidad: cuando más se estira la dimensión de lo cotidiano, más extraña se vuelve, y las conductas de los llamados seres queridos manifiestan el lado oscuro de la luna. Sería muy fácil restringir todo esto al universo pueblerino, sin embargo, es algo que excede a la cuestión geográfica, lectura que caería en un determinismo absurdo. El planteo es existencial y se relaciona con la vieja historia de los deseos y los mandatos, cuestión universal. Lo peor es que parece una reiteración de fórmulas cuidadas y agobiantes, un prototipo de films recurrentes en gran parte del cine argentino que insiste en imitar modelos consagrados, sobre todo en festivales. Más allá de eso, que para muchos no representa una objeción, el barro del universo machista y de las estructuras de poder en la vida de provincia es removido con inteligencia, y con una gran actuación de Rita Pauls.
La calma chicha del campo, especialmente a poco de terminar el invierno; un silencio roto por el ruido de las tolvas que procesan la cosecha reciente, algún ladrido en medio de la siesta, tan silenciosa como la mañana y la noche, conforman la atmósfera de "Vigilia en agosto", la ópera prima del director Luis María Mercado. Durante la hora y media del filme, Mercado describe con tomas y locaciones muy bien seleccionadas la mezcla de desazón y entusiasmo de Magda, una joven docente a punto de casarse. Mercado le deja el protagonismo a Magda y todas integrantes del cortejo de madre, tías, amigas, parientas y vecinas que la acompañan, la rodean, la ayudan y le hablan sin parar hasta que algo en ese ritual se descarrila, como si perdiese sentido a fuerza repetirse. El director, sin estridencias ni sobresaltos en el relato, construye su película con diálogos acotados y algunos relámpagos de humor en los que parece ironizar, con más o menos acidez, sobre los chismes y los prejuicios de la pequeña realeza de los pueblos chicos.
El barrio de los sustos La ambigüedad que acompaña la trama de este film, dirigido por Luis María Mercado, es directamente proporcional a los estados psicológicos que atraviesan las horas de la protagonista, cuyo sugestivo nombre responde a Magda. Tal vez por María Magdalena porque la presencia de rasgos de lo religioso prevalecen entre otros elementos como las creencias paganas o aquellas cosas que no encuentran explicación en el orden racional. La premisa es sencilla: como toda novia a punto de dar el gran paso al matrimonio, Magda transita por los nervios comunes porque pretende tener todo bajo su control. Sabida es la idea de que todas las miradas están depositadas en la fiesta, el vestido y esas nimiedades que para su futuro esposo representan absolutamente nada. La preocupación de él también se concentra en las apariencias, aunque por debajo de una superficialidad esconda secretos. Todo se precipita cuando Magda comienza a experimentar sensaciones o escucha unos ruidos de dudosa procedencia mientras su comportamiento y relaciones con el entorno van mutando a la par de su carácter. El director para esta atmósfera se vale de recursos cinematográficos como el fuera de campo sonoro así como de una puesta en escena rica en detalles. La construcción minuciosa de climas es otro de los puntos clave en los que se apoya Vigilia en agosto pero a medida que la trama avanza en tensión los desniveles con la performance de la protagonista atentan contra el resultado integral de la propuesta. Ponerle imágenes a las sensaciones o a los sustos de los cambios personales al elegir la pérdida de un rol por otro no es tarea sencilla y de eso se alimenta el guión para desplegar en la cotidianidad de Magda, esa novia que lejos de fugar se mete cada vez más en el corazón de lo tradicional, aquellos instantes de duda y culpa cuando el deseo no se respeta.
A Magda todo parece irle bien. Joven, linda, clase media acomodada, un novio interesante y miembro de la comunidad agropecuaria en la que los dos habitan. El casamiento está cerca y los preparativos se multiplican. Pero hay algo que avanza dentro y fuera de la chica. Ciertos abrazos del novio parecen molestarle, los chismeríos de la casa repartidos entre la madre, sus amigas y las parientas se transforman en inaguantables, y un accidente en la fábrica del novio la alerta sobre la abismal diferencia entre patrones y empleados. En la oleada ominosa que parece apoderarse del cuerpo y la mente de Magda se desarrolla la historia que la ópera prima de Luis Mercado maneja con firmeza y buen manejo de los tiempos. Magda toma conciencia, en víspera del matrimonio, ansiado más por la familia que por ella, de que ese mundo provinciano de rituales y mandatos, vacíos algunos, vanos los otros, es la frágil estructura que la va a aprisionar para siempre. Que los accidentes en la agropecuaria sojera nunca van a tener responsables, que ella misma será motivo de chismerío social pero también emisora responsable. A pesar de la conciencia corporal que la hace llorar o retorcerse como un acto de rebeldía, Magda sabe que no será capaz de evitarlo. CRESCENDO DRAMATICO Un director interesante este Luis Mercado, con un buen uso del crescendo dramático, del fuera de campo siempre sugerente e inesperado y de los recursos sonoros. En su mundo Rita Pauls es la intérprete ideal, con su rostro sugerente y ese exacto manejo de los gestos que nunca se exceden, bien demostrativos de Magda, tan contenida en la vida diaria, tan excitada en los ataques que comenzarán a explicar su interioridad. A su lado, otra actriz ideal para el papel de la madre, María Fiorentino, que resume todas las condiciones que una sociedad de extremos moldeó para ella, nido de prejuicios, lista para el silencio pero sabedora de que rebelarse puede tener un molesto precio. Promisorio debut de Luis María Mercado, un director a seguir.
Establecido en la nueva moda de cine no narrativo, éste filme hace bandera de la ausencia de todo tipo de desarrollo de algún mínimo conflicto. Sólo queda establecido lo que puede denominarse la técnica al servicio de la apariencia absoluta, presentación de personajes, sin desarrollar nada, y de manera insuficiente algo parecido a un tipo de insinuación de algo que se quiere contar, sin saber qué, pero que termina dando la sensación de no saber cómo. En pleno invierno, en una pequeña ciudad de provincia, Magda supone ser testigo de acontecimientos entre trágicos y presuntos, justo a pocos días de su casamiento. Hechos que involucran a su novio. El silencio que asume parece hacer anclaje en su cuerpo, o eso quiere hacer que el espectador crea, o lea. Cortarse un dedo mientras cocina, o engriparse, parecen ser las maneras que se eligió para tal detalle. Hechos de la vida cotidiana. Que la protagonista quiera ser presentada como barril de pólvora, nunca sucede, que las dudas la carcomen por dentro, tampoco queda definido. Si se pretendió establecerse en un drama psicológico, o lo que es más impertinente, un thriller de esa misma naturaleza, todo queda demasiado lejos. Una buena actuación de Rita Pauls como Magda haciendo lo que puede con lo que le tocó en suerte, desde el guión, claro. Una correcta puesta en escena y buen trabajo desde el área de arte, fotografía y vestuario. El Filme abre y cierra de la misma manera, lo que se podría inferir como la circularidad de la historia, pero en realidad da la impresión que fue un viaje a ningún lado y sin moverse. El director en su momento explico las razones del título, además de otras cuestiones de la producción, y lo de pinta tu pueblo y pintaras el mundo, o lo de pueblo chico, infierno grande. En el filme, durante los casi 80 minutos que dura, ninguna de las dos acepciones está presente, si el tedio. Como dijo Krzysztof Kie#347;lowski hace más de 25 años, acá en Buenos Aires, en sus charlas teóricas sobre cine, “Si tengo que explicar algo de la película, es porque no funciona”
En pleno invierno y a días de su ansiado casamiento, Magda es testigo de una serie de trágicos acontecimientos que involucran a su novio. Conmocionada, decide callar; pero pronto su cuerpo comenzará a hablar por ella en este enigmático drama psicológico, con las sierras de Córdoba como fondo. Vigilia en agosto es una película con un planteo simple pero interesante, que abre muchas pestañas pero no termina por jugarse por desplegar con determinación ninguna, y tal vez he allí su única ligera incomodidad teórica. Por lo demás, las interpretaciones, el guion, el camino que lleva a los protagonistas en la vivencia-camino a lo que tiene que ser la experiencia, el Sacramento, según el cura define, más importante de sus vidas, entregan todas las posibilidades que su construcción les permite, según el trabajo ideado por Luis María Mercado en ésta, su ópera prima. La mirada es honesta y también lo que propone cumple, de modo que es aceptable el encuentro entre espectador e historia. Lo menos que se puede pedir en la experiencia del encuentro cara a cara con lo que se desea (o espera) ver. El personaje principal, Magda (Rita Pauls), atraviesa un espacio figurado y literal espeso y difícil, en un contexto familiar y humano que no llega a comprender su padecer, y que establece que todas las dolencias están relacionadas o con lo místico o con lo mágico, expresiones de las creencias que, en ocasiones, corren en líneas paralelas que a veces terminan cruzándose y cuyos límites sin difusos. Su cuerpo le comunica y ella apenas puede comprender, porque allí nadie parece hacerlo. El recorrido temático a través del miedo a la frustración, a los peligros desconocidos, de alguna manera banalizados por cierta ignorancia del contexto son datos de la pintura que acompañan el transcurrir de estos personajes de alguna manera reconocibles. Vigilia en agosto construye de manera casi poética como naturalista una espera que vira a un viaje emocional cruel, místico, plenos de creencias que terminan anulando la necesidad de reconocer los reales síntomas.
La protagonista Rita Pauls (“Historia de un clan”, “Inseparables”) logra transmitir muy bien a los espectadores todo lo que siente por fuera y por dentro a través de sus miradas, gestos, silencios y movimientos corporales; su cuerpo también se expresa y hace notar esa inseguridad y hasta cierto equilibrio antes de casarse con Marcelo “el Gringo” y el rol de la madre de la novia (María Fiorentino, excelente). La cámara sigue a cada uno de los personajes, situaciones y también los fuera de campo con un elenco acorde a su narración. Como en todo pueblo surgen los chismes, los celos, supersticiones, los deseos reprimidos, las traiciones, las mentiras y los secretos. Esta es la opera prima del director cordobés Luis María Mercado, con un relato sutil e intimista, muestras situaciones que pueden suceder en cualquier lugar, mostrando temas sociales y el patriarcado, además mezclando el melodrama y su entorno.
Vigilia en agosto: ¿Y la historia dónde está? Un pueblo en Córdoba. Una futura novia y su respectivo novio. Una mujer deprimida y una explosión. Un trabajador que pierde un brazo y una comunidad que vive del chisme. Los ingredientes de una buena película tanto dramática como de suspenso, ¿no? Pues parece que este no es el caso de Vigilia en Agosto. La primera impresión lleva a pensar en una película dramática: una futura novia que parece distraída en la charla pre-nupcial de la iglesia y una conocida que se presenta como deprimida con solo verla. Lo cual le da un matiz interesante. Pero lo siguiente que vemos es ella llegando a una cerealera con el prometido. Y ahí tiene un encuentro muy “amoroso” con alguien llamado el gringo. Y pensás está engañando al novio. Lo cual no es así, ya que resulta que el gringo es el novio. Y el salto de un posible hilo narrativo a otro es constante. Primero la idea de un posible drama, que termina en ruido de fondo a medida que avanza la historia. Luego la posibilidad de un amante, que también termina en nada incluso cuando se da cierto foco al hermano de una amiga. A continuación, el trabajador herido, que lleva a pensar en una historia un poco más política o de tira y afloje, pero también pasa para el fondo sin pena ni gloria. Narrativamente, no logra decidirse por un camino al que seguir. Hay un montón de ideas potenciales (como las mencionadas con anterioridad) pero nada que digas esta es la trama principal de la historia, este es el hilo conductor de estos personajes. No ocurre. No hay un objetivo claro a donde se quiera llegar. Y eso que no estamos mencionando que hacia al final el centro de la historia es el episodio de histeria que ella padece, justo el día anterior a su boda. Cuando llegamos a este punto, ya han pasado un par de cosas que la han forzado a mirar a su novio bajo otra luz: como lidia con el doctor de su empleado herido, ciertas instancias de su trato con ella, como los demás lo ven a él y, principalmente, una ocasión donde lo va a buscar a la cerealera y lo encuentra con un grupo de mujeres. Este último es el detonante de su de histeria y, para sorpresa de nadie, no hay una persona que entienda que está pasando. El título del film es muy aplicable a esta escena, ya que mientras ella está en su habitación lidiando con esto junto al médico y su madre (que lo único que hace es llorar a un costado como si la víctima fuera ella), tenemos a todo personaje que haya interactuado con Magda esperando en el comedor de la casa. Y quizá les estemos quemando varios puntos de este film, pero la realidad es que no hay mucho que quemar. Ni siquiera las actuaciones son particularmente destacables. Entre lo mejor encontramos a Elba, la madre, interpretada por María Fiorentino. quien logra que la madre de Magda sea tan molesta como se le espera: crítica, entrometida, chusma y ligeramente anticuada. Mientras que por otro lado, la actriz principal, Rita Pauls, la novia conflictuada, no logra generar emoción alguna ni a favor ni en contra de su personaje. Lo cual es preocupante cuando la principal carga emotiva y narrativa del film cae sobre ella. El principal problema es hacia el final, cuando pensás «ok, estamos llegando a algo» y de repente el cambio de escena es tan abrupto, tan inesperado y tan «¿¡qué fue lo que pasó!?», que sentís la necesidad de verlo de nuevo porque algo te debés haber perdido. Pero no, es así de incongruente. Un punto interesante fue esta visión generalizada que se tiene de los pueblos donde la frase «pueblo chico, infierno grande» aplica. En este caso, se ve claramente cómo todos saben de todos y todos opinan a espaldas de todos. Y opinan sin saber, ya sea de la salud mental de alguien como la de Marita luego de que vuela su casa, o del accidente de la cerealera. Incluso se los ve hablando en susurros mientras están todos reunidos haciendo la dichosa vigilia por el estado emocional de Magda. Las dos caras de estas personas están muy bien representadas a lo largo del film. Pero a la larga el problema de una falta de historia, o por lo menos de una dirección concreta, tira abajo al film en su totalidad y te deja con una filmación de escenas que se quedan a medio camino de contar una historia interesante.