Glorias de ayer y hoy Ya sabemos de sobra que Isabelle Huppert es una especie de monumento nacional de Francia y que en la mayoría de las películas en las que interviene su presencia termina siendo tan importante/ magnética que transforma a la obra en cuestión -de manera implícita o explícita- en un vehículo interpretativo para ella, lo que también suele repercutir en el tono narrativo porque pasa a ser cooptado por el estilo de actuación de la susodicha, siempre en la línea divisoria entre la frialdad y el ímpetu apasionado. Como si se tratase de un correlato de una versión gala del por hoy casi extinto sistema de estrellas de Hollywood, los directores suelen dejarla que “haga lo suyo” sin la más mínima intromisión a sabiendas de que la señora eleva el nivel de cualquier trabajo. Volver a Empezar (Souvenir, 2016) viene a engrosar la lista de films dominados de punta a punta por la extraordinaria actriz. La película es un melodrama rosa de regreso extremadamente tradicional que si bien en ningún momento se transforma en una epopeya memorable de sentimientos y reacciones contradictorias, como los mejores representantes del rubro, hay que reconocer que esa no es su intención y que desde la humildad decide volar bajito para construir una fábula sutilmente bella acerca de las vueltas de la vida, la capacidad de readaptarnos y hasta de las sorpresas que nos depara el azar. Aquí la sexagenaria Huppert -que casi no acusa recibo del paso del tiempo- interpreta a Liliane Cheverny, una cantante que se retiró de los escenarios luego del divorcio de su marido/ compositor/ representante Tony Jones (Johan Leysen) y que ahora trabaja en una fábrica de paté. Allí conoce a un empleado nuevo del lugar, Jean Leloup (Kévin Azaïs), un joven boxeador con el que eventualmente iniciará una relación. Luego de algunos ajustes varios, ya que cada uno quiere cosas distintas del otro y tiene sus tiempos particulares, el muchacho termina convenciéndola de volver a actuar en una escalada que comienza en recitales en clubes, instituciones y eventos varios y llega al más famoso concurso europeo de la canción, el de Eurovisión, circunstancia que hace que ella retome contacto con su ex esposo para pedirle ayuda en una maniobra que enervará a Jean. El director y guionista Bavo Defurne apunta a retratar las minucias del romance a través de detalles a flor de piel pero contenidos, muy a la francesa, con dos o tres de esas típicas explosiones repentinas de furia entre instantes de calma tracción a silencios y palabras casi susurradas. El pulso narrativo corre manso a la par de esta impronta entre naturalista y adorable, capaz de ofrecernos el corazón de todos los personajes con apenas unas miradas. Por supuesto que el desempeño de Huppert es impecable y que la actriz consigue dotar de vulnerabilidad -sin jamás caer en los lugares comunes del mainstream norteamericano, por ejemplo- a su Liliane, cuyo nombre artístico era/ es Laura. Lejos de la autocompasión y los golpes bajos, y cerca de una soledad que duele día a día, Cheverny lleva rutinariamente el olvido aunque tampoco duda demasiado cuando se le presenta la posibilidad de volver a hacer lo que ama, tanto un gusto personal como un hipotético camino a la gloria del saberse querida por el público de nuevo. Azaïs, asimismo, no desentona para nada y construye una interesante contraparte, sustentada a su vez en un padre fanático de Laura y una madre que no la soporta y no puede creer que su hijo esté saliendo con ella. Volver a Empezar es una película amable, sincera y ejecutada con una gran corrección, lo que por cierto es mucho decir en el cine hipócrita de nuestros días, el cual se la pasa abrazando las poses “retro cancheras” de cotillón y casi siempre descuida olímpicamente el desarrollo de personajes…
Ni siquiera la grandísima Isabelle Huppert logra reflotar esta almibarada historia de amor entre una ex cantante, que se desempeña como empleada en una fábrica de paté, y un joven boxeador. El guion transita por caminos conocidos y obvios, con trazos gruesos que remarcan los contrastes y no terminan de definir de manera potente la relación que llevan adelante los protagonistas a pesar del grito en el cielo que ponen los familiares del hombre.
Volver a empezar, de Bavo Defurne Por Mariana Zabaleta Volvemos al cine, con la esperanza de verla una vez más. Isabelle Huppert nos da siempre el gusto, con una carrera por demás prolífica que ya lleva casi medio siglo. La cámara y Huppert mantienen una relación particular, han sabido conectar y dialogar a lo largo del tiempo construyendo de su imagen el fetiche que más de un director sueña tener. Bavo Defurne conquista a la esfinge, entregándonos una viñeta por demás particular. Folletín rosa, por momentos corona la escena el dorado champagne, así como la vida de Liliane Cheverny (Isabelle Huppert) ex cantante del concurso Eurovisión. Rosa, melancolía de la solitaria rutina que lleva nuestra protagonista, dorado esplendor que llega con la seductora sonrisa del joven Jean (Kevin Azais). Un pasado colmado de pasión y glamour se ve eclipsado por la pérdida de su representante-amor. Solo la fresca voluntad del joven boxeador renueva la carrera ya olvidada de Laura. El romance necesariamente comienza sin temor a mostrar los conflictos y tensiones que ocasiona la diferencia. Este elaborado naturalismo complace y deja espacio para que los interpretes jueguen con sus personajes, obviamente todos gravitando alrededor de la diva. Algo de Dietrich, algo de Garbo, imposible mencionar cuanto de todas aquellas divas del cine dorado confluye en la máscara de Huppert. Defurne lo sabe y sin caer en lugares comunes acompaña y propicia un guion que saca provecho, y rinde homenaje a la actriz. El primer plano de la película resulta maravilloso, el reflejo del espejo muestra la preparación de la máscara, ritual intimo-sagrado al que nunca debemos acceder. El rojo marca el pulso del relato, la máscara esta lista cuando el rojo en los labios hace que los ojos se enciendan. Por momentos el relato parece empastarse, pero nunca falta algún latiguillo cómico para distender y volver a la tensión. El acompañamiento musical por momentos toma protagonismo, las frescas melodías de Pink Martini acompañan los números musicales que completan un sueño secreto de la diva, ser cantante de televisión. VOLVER A EMPEZAR Souvenir. Bélgica, 2016. Dirección: Bavo Defurne. Intérpretes: Isabelle Huppert, Kévin Azaïs, Johan Leysen y Muriel Bersy. Guión: Bavo Defurne, Jacques Boon y Yves Verbraeken. Fotografía: Philippe Guilbert y Virginie Saint-Martin. Música: Thomas M. Lauderdale y Pink Martini. Edición: Sophie Vercruysse. Distribuidora: SBP. Duración: 90 minutos.
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Un tibio regreso Presentada como una comedia dramática, la segunda película del belga Bavo Defurne cuenta con el protagonismo excluyente de Isabelle Huppert como una cantante caída en desgracia que se enamora de un joven boxeador con quien planea su gran regreso. La secuencia inicial de Volver a empezar (Souvenir, 2016), que está entre lo mejor de la película, muestra lo que parece una copa de champagne, asociada al éxito y la fama, que con el correr de los segundos deviene en un antiácido. Solo con este acertado indicio, el director nos da una pincelada de Lilianne, una cantante que quedó en el olvido luego de perder en el famoso Concurso de la Canción Europea Eurovisión. Treinta años más tarde trabaja como mano de obra en una fábrica de paté donde conoce a Jean, un joven que aspira a ganar el título de boxeo provincial. Como el más que elocuente y obvio título elegido en español, además de iniciar una relación amorosa, surge la posibilidad de volver a los escenarios. Luego de debutar en la dirección de largos con North Sea Texas (Sur le chemin des dunes, 2011), Defurne se inclina por una historia que no tiene nada de original y cuyo único acierto es el protagónico de Huppert, que interpreta con sobriedad a una mujer de otro tiempo cuya fama fue momentánea. Las dos canciones compuestas por el grupo Pink Martini que interpreta, una de ellas es el título original del film (Souvenir), junto a sus movimientos en el escenario, la configuran como una artista anclada en la nostalgia. Esto es lo que Huppert transmite de una forma impecable. Pero es indudable que la interpretación de la protagonista no es suficiente para una película que carece de momentos reflexivos y de humor. Los personajes secundarios están nada o poco explotados con la falsa esperanza de que con Huppert alcanza y sobra. Un claro ejemplo de un film dramático sobre un personaje que prepara su gran regreso es El Luchador (The Wrestler, 2008) de Darren Aronofsky. En el film protagonizado por Mickey Rourke, el director llevó adelante una narración con un protagónico excluyente pero con secundarios igual de importantes en la trama, como la moza interpretada por Marisa Tomei y la hija del luchador encarnada por Evan Rachel Wood. En Volver a empezar el secundario de Kévin Azaïs no está lo suficientemente desarrollado como para crear una figura de contrapeso y complementaria. El conflicto interno de su personaje está apenas reflejado y las motivaciones quedan relegadas a un segundo plano. No obstante, no puede considerarse que la segunda película de Bavo Defurne sea mala y, sin lugar a dudas, estaremos atentos a un director con ideas más que interesante.
En su segundo largometraje, el realizador belga Bavo Defurne presenta Volver a empezar: una película protagonizada por Isabelle Huppert. En esta ocasión, la actriz que este año recibió una nominación al Óscar por su papel en Elle: abuso y seducción se pone en la piel de Liliane, una mujer que trabaja en una fábrica de paté. Allí es donde conocerá a Jean (Kévin Azaïs), un joven de 21 años que aspira a ganar el título de boxeador profesional, y quien deja al descubierto el pasado oculto de la protagonista. Es que Liliane, en un tiempo remoto, fue Laura: una cantante de Eurovisión que estuvo a punto de ganarles en ese concurso a los mismísimos ABBA. A medida que avanza la trama, y haciéndole juego al nombre de la película -al menos al español, ya que su título original es Souvenir– dos cuestiones volverán a resurgir en la protagonista: por un lado, una nueva oportunidad al amor y por otro lado, su pasión por la música. Con la ayuda de Jean, quien cumplirá el rol de interés romántico, Liliane buscará hacer resurgir su carrera, la cual se disolvió de un día al otro tras una pelea con su manager. A pesar de que la relación entre ambos personajes sea uno de los focos principales del film, la realidad es que nunca se siente una verdadera química. Si bien el vínculo no se desarrolla de una manera forzada a pesar de sus diferencias -ella, mujer adulta e independiente; él, joven que aún vive con sus padres-, la atracción entre ellos resulta inexistente: no resulta ni a nivel sentimental ni a nivel sexual. Volver a empezar se pierde en el propio esfuerzo por tratar de ser un drama romántico cómico. Si bien esa combinación es posible -y se ha visto innumerables veces en la historia del cine-, en esta oportunidad, se presenta un guion que, en su intento por querer profundizar en cada punto, termina perdiéndose en el camino. Finalmente, se tiene como resultado un film que no logra ninguno de sus objetivos: no es divertido ni tampoco emociona. El poco desarrollo de los personajes secundarios, es otro de los motivos en donde falla el guion. Esto se deja ver sobre todo en el personaje interpretado por Kévin Azaïs. Sus motivaciones son puestas en un plano completamente secundario. Su existencia parece estar sólo para impulsar a la protagonista a dar el paso hacia los escenarios y, en algún que otro momento, para ser su interés amoroso. Dejando de lado los puntos en los que el segundo film de Bavo Defurne no cumple, cabe destacar de manera positiva la actuación de Isabelle Huppert, quien una vez más demuestra su talento en pantalla. A pesar de las múltiples fallas en el guion, la actriz francesa interpreta, una vez más, a su personaje de una manera sólida y convincente.
Un tragicomedia romántica y musical que no está a la altura de su magnética protagonista. A los 64 años Isabelle Huppert parece estar atravesando uno de los mejores momentos de su extraordinaria carrera. En los últimos meses la vimos brillar en Elle: abuso y seducción, de Paul Verhoeven; en El porvenir, de Mia Hansen-Løve; y en la aquí todavía inédia Madame Hyde, de Serge Bozon, e incluso salir airosa de La cámara de Claire, de Hong Sangsoo; Happy End, de Michael Haneke; y El valle del amor: un lugar para decir adiós, de Guillaume Nicloux. Mientras se anuncian para las próximas semanas los estrenos de otros de sus trabajos recientes, llega este segundo largometraje del belga Bavo Defurne (Noordzee, Texas) en el que su magnetismo y versatilidad no alcanzan para salvar al film del naufragio. El peor pecado de Volver a empezar (curioso título de estreno frente al original Souvenir) es su indecisión: no se juega por un realismo que permita empatizar a fuerza de credibilidad con los traumas de sus atribuladas criaturas ni tampoco por el absurdo desatado ni por un tono cercano al cuento de hadas que muy bien le hubiese venido a esta historia de amores imposibles, redenciones y segundas oportunidades. Huppert es Liliane, una mujer que trabaja en una rutinaria fábrica de patés. Allí conoce a un empleado temporal llamado Jean (Kévin Azaïs), un aspirante a boxeador profesional de apenas 21 años, que descubre un pasado que ella intenta ocultar. Alguna vez Liliane fue Laura, una prometedora cantante que estuvo a punto de batir a los mismísimos ABBA en un concurso de talentos europeos. Tras un incipiente éxito y una pelea con su manager/mentor, su carrera cayó en el más absoluto de los olvidos. El improbable romance entre esta mujer madura y el entusiasta joven que aún vive con sus padres y la posibilidad del retorno a los escenarios (como verán en la foto que ilustra esta crítica) con todo lo que eso implica en términos emocionales son los ejes de un film que no resulta ni demasiado emotivo ni divertido (como sí lo era, por ejemplo, El cantante, de Xavier Giannoli, con Gérard Depardieu). El medio tono, su puesta en escena de vuelo bajo y su guión de conflictos y resoluciones previsibles desmerecen a una actriz del talento de Huppert, que -de todas maneras- logra alejarse del ridículo a puro profesionalismo. Viéndola tan bella y elegante sobre las tablas uno le desearía un destino bastante mejor que el que le ofrece Volver a empezar. Por suerte, su prolífica carrera nos permitirá reencontrarla pronto en papeles más intensos, exigentes y profundos.
Volver a empezar: singular y errático romance El de Isabelle Huppert es un caso excepcional en la industria cinematográfica actual. Ella -y también Meryl Streep, pero no muchas intérpretes más- es una de las pocas actrices de más de 60 años que puede mantener una carrera prolífica y con brillo propio en un contexto en el que ser joven ha cobrado un valor desmesurado. Su presencia es también la fortaleza principal de esta película manierista y errática en la que Huppert interpreta a una empleada de una fábrica dedicada a la repostería que vive un inesperado romance con un compañero aficionado al boxeo al que triplica en edad. Esa singular historia de amor viene acompañada del revival de su faceta de cantante pop impulsada por el festival de la canción Eurovisión, una experiencia que parecía tristemente sepultada en el pasado. El desmarque de su vida rutinaria dispara también la aparición de una serie de conflictos familiares que el film narra con un tono trillado y aleccionador. También es desafortunado el desprecio con el que Bavo Defurne (director belga poco conocido por aquí, pero premiado más de una vez en Europa) pinta el mundo del trabajo. Admirador confeso de los fantásticos melodramas de Douglas Sirk, Defurne evidentemente se propuso emularlos, pero al menos en este caso le ha faltado la mordacidad e inventiva para estar a la altura de ese ambicioso propósito.
La nota equivocada Isabelle Huppert hace de una cantante olvidada que intenta regresar a los escenarios. Hace diez años, Gérard Depardieu fue un cantante en decadencia con una última oportunidad de triunfar, profesional y amorosamente, en esa delicia conocida aquí como El cantante. Ahora, el belga Bavo Defurne intenta lo mismo que entonces logró Xavier Giannoli, pero con otro ícono del cine francés, Isabelle Huppert. Y no lo consigue. La trama es muy parecida. Liliane Cheverny, operaria de una fábrica de paté, alguna vez fue Laura, finalista del concurso de canto Eurovisión (perdió con Abba). Pero al divorciarse del que era su representante, productor y compositor, cayó en el olvido. Hasta que un joven compañero de trabajo la reconoce y la anima a intentar su regreso. Se supone que estamos ante una comedia agridulce, pero Defurne nunca encuentra el tono justo para contar esta (trillada) historia, que a medida que avanza va metiendo a sus protagonistas en lugares cada vez más comunes. Hay un intento de explotar el costado kitsch y setentoso del asunto, pero se queda a mitad de camino. La música original -a cargo de Pink Martini- es lo mejor, pero no alcanza para insuflarle vida a este desatino, en el que hasta Huppert -interpreta dos canciones- parece incómoda.
Se trata de una suerte de cuento de hadas que narra la resurrección de una cantante que tuvo su cuarto de hora de gloria (participo en el festival Eurovisión y perdió nada menos que con ABBA). Luego separada de su productor, hombre de la industria, cayó en el olvido y ahora trabaja en una fábrica de patés, poniendo durante horas la decoración final con dos hojas de laurel y otros ingredientes. Una vida rutinaria con poco contacto social, un programa de preguntas y respuestas en la tele como única diversión. Precisamente en ese concurso ponen como acertijo una actuación suya y un compañero de trabajo la descubre, se enamora y quiere ser su manager para su regreso triunfal. Historia de amor, de ilusiones perdidas con estética kitsch, canciones ingenuas cantadas con un estilo mecánico, Nada que llame la atención salvo por un detalle fundamental, la actuación siempre sorprendente, deliciosa, llena de intensión y hasta de un alejamiento emocional de la gran Isabelle Huppert. Ella magnética y única, elegante y etérea, se roba la película que fue hecha sin dudas para su lucimiento personal, con la dirección de Bavo Defurne y la convicción de que es una interprete que puedo hacerlo todo y bien.
La Huppert no sólo ríe, también canta. La francesa le pone el cuerpo a una ex cantante que no llegó a ser famosa y tiene una nueva oportunidad en la música y el amor. Resulta extraño –y, por lo tanto, genera cierto interés– el hecho de ver a Isabelle Huppert en un rol que parece ir en contra de su bien ganada fama de persona cinematográfica dura, misteriosa y, en más de un caso, perversa. Aunque basta un simple repaso de su extensa filmografía para caer en la cuenta de que la diversidad de papeles ha sido más bien una norma y no tanto la excepción. Dicho lo cual, en la comparación con algunas de sus últimas apariciones, la de Volver a empezar es tan liviana como una rosa: Liliane (alias Laura) debe de ser el alter ego más frágil y elemental dibujado sobre las facciones de la gran actriz francesa en muchos años. Bajo la dirección del belga Bavo Defurne, la historia de la ex cantante que nunca llegó a ser famosa zarpa con algún que otro guiño al realismo proletario de los hermanos Dardenne para terminar navegando las aguas del melodrama pseudo musical, con escalas en el más desembozado relato de segundas oportunidades. Esas que la vida suele ofrecer, sobre todo dentro de los márgenes de una pantalla. Alejada además de su clásica imagen de mujer pequeñoburguesa, Liliane parece una versión femenina del Chaplin operario de fábrica, aunque en lugar de tuercas y engranajes su vida laboral comienza y termina en el toque final del proceso de empaque de terrinas de paté. Nadie a su alrededor es consciente de que, décadas atrás y bajo el nombre artístico de Laura, la obrera estuvo a punto de ganar el concurso Eurovisión, perdiendo en la final a manos de un ignoto cuarteto de origen sueco llamado ABBA. Hasta que un pasante y boxeador en ascenso llamado Jean descubre, debajo del charlotte obligatorio y las facciones endurecidas por el paso del tiempo, a la fugaz estrella de la canción europea, la voz detrás del hit “Souvenir” (origen del título original). La mesa está servida para un menú tan familiar que no puede sino resultar previsible: deseo físico (en particular de la mujer hacia el veinteañero, ilustrado por una poco sutil escena de vestuario), un pedido de regresar a las tablas por única vez, reticencia inicial, concurso televisivo en ciernes, rentrée con gloria o fracaso, su ruta. Huppert canta. Y lo hace como sólo una one-hit-wonder podría hacerlo: con los gestos y mohines aprendidos de un compositor y productor que, además de mentor, supo ser su amante. Ríe en algunas ocasiones, aunque su profesionalismo le impide hacerlo de su propio vehículo, vaporoso y algo kitsch, en particular durante el último tercio del relato. Es allí donde el realizador abandona cualquier atisbo de complejidad, por minúsculo que fuere, para entregarse por completo a los deseos y sueños de la protagonista. Huppert habla y cuando lo hace surge una chispa de humanidad, que el guion anula casi de inmediato en pos de una fantasía mal entendida. Dos o tres vueltas en la perilla de la ironía hubieran ayudado un poco: la historia se sumerge en las mieles de la más pegajosa obviedad y ni la mismísima Huppert es capaz de sacar el cuerpo a flote.
La banda sonora resulta encantadora, una vez más muestra todo su talento Isabelle Huppert, en esta nueva historia y hace todo lo posible para sacar el film a flote, pero su desarrollo resulta algo trillado y no resulta creíble. Escrito y producido por Bavo Defurne e Yves Verbraeken, su título original es “Souvenir”.
Yo conocía esa canción Las canciones pegadizas y evocadoras de una época de frescura e idilio forman parte del núcleo narrativo de esta comedia con tono fabulesco y que tiene como principal atractivo a la dúctil y entrañable pelirroja Isabelle Huppert. Si bien estamos frente a una propuesta de origen belga del año pasado, recién se estrena en nuestro país con un interrogante a cuestas: ¿valía la pena distribuír este tipo de film de corte menor dada la escasa oferta europea en nuestras salas? Más allá de esta pregunta indiscreta debe decirse que Volver a empezar es un film disfrutable. Si seguimos con la idea de las canciones podemos encontrar en la estructura narrativa que la historia de amor y desencuentro de esta extraña pareja compuesta por la madura Liliane (Huppert) y el joven boxeador Jean (Kévin Azaïs), cuya admiración por ella se revela rápidamente, se circunscribe al relato de una canción, con su estribillo pegadizo y todos los condimentos que hacen a la armonía, siempre que se concentre el conjunto a ese micro universo alejado de la realidad. Por eso, a los primeros quince minutos del film del belga Bavo Defurne se le puede conceder una dosis de realismo social, que rápidamente se diluye cuando la historia transita por carriles más ligados al terreno simbólico que al mero discurso social a partir del punto de vista de la protagonista, una empleada de fábrica de Paté, quien se encarga del armado final de terrinas en un trabajo completamente autómata y rutinario, sin atisbos de que en un pasado fuese una cantante que perdiera el concurso Eurovisión cuando el jurado de aquel entonces eligiese al grupo sueco ABBA. Para Liliane, su presente laboral es una ventaja en la que no ser reconocida por nadie de su entorno la ayuda en su intento de olvido de otros tiempos. Sin embargo, el descubrimiento llega por el lado menos esperado, pues, un joven empleado temporal de la fábrica no sólo la reconoce sino que se confiesa como admirador de sus canciones. En realidad, de su escueto repertorio de aquella época para tomarse el atrevimiento de proponerle un relanzamiento de su carrera porque nunca es tarde. Y ese “nunca es tarde” es el disparador de una historia de amor, canciones, mieles del éxito pegadizas y viejos amores que vuelven cuando no se los llama. Algo así, como el lado B de aquella melancólica y a la vez luminosa película francesa El Cantante (2006) con el gran Gerard Depardieu. Souvenir, como el título original propone también puede interpretarse desde una lectura menos superficial como ese elemento que evoca el recuerdo de un acontecimiento festivo en paralelo con el rol de Liliane, quien en su pasado artístico y fugaz -con el pseudónimo Laura- ocupó el lugar decorativo para lucimiento de su representante y pareja, que en décadas posteriores retorna con los mismos vicios mientras que la protagonista avanza por el idílico camino del romance con la música, el glamour y la juventud que se escapó, salvo en aquellos que todavía la recuerdan y se dicen en voz baja yo conocía esa canción.
La magnífica madurez de Isabelle Huppert Isabelle Huppert también canta en esta historia romántico-musical que se ve permanentemente con una sonrisa. La actriz de tanta obra maestra del cine europeo, a quien este año vimos en la extraordinaria "Elle", de Paul Verhoeven, brilla de una nueva manera al interpretar a la solitaria empleada de una fábrica de alimentos que detrás de su uniforme proletario esconde una mujer con un pasado: Laura era una cantante sexy que, en la década del 70, salió segunda en un concurso de la canción europea que terminó ganado por el grupo ABBA. Un joven empleado en la fábrica descubre su identidad, lo que a ella en principio le molesta mucho, pero ese reconocimiento pronto deriva no sólo en un curioso regreso a las tablas, sino también a un apasionado romance. El director belga Bavo Defurne posee un gran talento para narrar de un modo directo, no sin sutilezas aunque jamás pretencioso ni snob, y aprovecha al máximo las cualidades del elenco (especialmente una Isabelle Huppert formidable) y las posibilidades argumentales de la trama. La protagonista domina todo el film, y no sólo está hermosísima sino que además canta muy bien las canciones realmente simpáticas compuestas para que el espectador siga tarareando al salir del cine.
"Souvenir" (Volver a empezar): golpe de timón. Siempre es un placer ver en pantalla grande a Isabelle Huppert. La actriz que desde hace décadas ha trabajado con varios de los mejores directores europeos también intercala su carrera con algunas películas más chicas. En este caso, “Volver a empezar” es el segundo largometraje de Bavo Defurne, quien además es autor y uno de los guionistas de la película. La historia es simple. Liliane es una empleada en una fábrica de paté, con una vida solitaria y rutinaria. Trabaja de manera mecánica pero efectiva, vuelve siempre en el mismo autobús leyendo un libro, y disfruta de ver un programa de preguntas y respuestas en la tv mientras se toma un café o un whisky. La aparición de un joven en su lugar de trabajo comienza de a poco a moverle los estantes que tan acomodaditos tenía en su vida. Jean tiene 22 años, vive con sus padres y entrena para ser campeón de boxeo. Cuando la ve a Liliane la reconoce inmediatamente: era esa cantante exitosa de la cual su padre estaba enamorado y cuya carrera se desvaneció hasta desaparecer. Fascinado por esta mujer, la convence de a poco de volver a apostar a esa carrera que ella quiso, porque no creyó tener otra opción, dejar sepultada. Primero con la idea de una única presentación, luego convirtiéndose Jean en su propio representante y por último con la oportunidad de participar y triunfar en el famoso concurso televisivo que hace treinta años estuvo a punto de ganar. En el medio, los conflictos. Jean y Liliane no pueden evitar sentirse cada vez más cercanos, tener una relación (o un intento de tal) y las diferencias son varias además de la más notable de todas: la edad. Jean está encandilado por ella y por eso le duele descubrir luego que ella le pide ayuda a su ex marido –el culpable tanto de su éxito como de su fracaso tanto tiempo atrás- para poder volver al ruedo. Hay mucho de novelezco en la trama, incluso en el tono de la película, que muchas veces intenta esconder pero sin demasiado éxito. Los brillos de sus vestidos o las luces del escenario, algunas tomas que parecen salidas de una publicidad que intenta demasiado ser glamorosa. Los diálogos entre demasiado explicativos, trillados y otros algo inverosímiles. De hecho la verosimilitud es un problema de la película, ya que por ejemplo muchas de las escenas o situaciones que Liliane, Laura en su nombre artístico, vive durante el concurso parecen bastante improbables. Lo mismo pasa con la relación entre Jean y Liliane; el problema no radica en no creer que sea posible una relación entre dos personas con tanta diferencia de edad, sino que el modo en que está retratada la relación resulta bastante forzado muchas veces. Otro problema a la hora de narrar el paso por el concurso que podría devolverla a los focos es que sólo somos testigos de la historia de ella. Sale y se compra al jurado y al público, enamora con su voz y su estilo que parece salido del old Hollywood. Pero nunca sabemos de los demás participantes, y por lo tanto es muy fácil deducir que prácticamente no tiene competencia, que el resultado no podría ser otro dentro de este cuentito. “Volver a empezar” termina resultando una película bastante fallida, vacía, amable, sí pero no mucho más. Isabelle Huppert está ahí queriendo enaltecerla pero su presencia no llega a ser suficiente. Aun así confieso que el cierre del film, esos últimos planos, me parecen por fin los más lindos y simples que tiene toda la película. Sin palabras, simplemente miradas, y el ascensor que cierra sus puertas y se va. Si la película estuviera compuesta de más momentos como estos, sería otra mi reseña.
Se estreno ayer Volver a empezar (Souvenir) con la indiscutible star del cine francés: Isabelle Huppert. Film que confirma una vez más su talento, su profesionalismo y su capacidad de componer diferentes personajes, fascinando y conmoviendo siempre al espectador. Huppert parece atravesar su mejor momento después de Elle de Paul Verhoeven o con El Porvenir de Mia Hansen- Love. - Publicidad - Esta vez dirigida por el belga Bavo Defurne, en su segundo largometraje, luego de sus siete reconocidos cortos. Contándonos esta vez una historia romántica con un tenue viso de drama con una Huppert que como si fuese poco vez canta y lo hace maravillosamente bien, no sólo con su voz, sino con gestos absolutamente personales. Sabemos que la reciente elección presidencial en Francia fascinó al público por la diferencia de edad entre Emmanuel Macron y su esposa Brigitte. Y este no es un dato menor ya que hace rato que se ha roto la única norma del debe ser de una pareja. Seguramente esta interpretación de Isabelle Huppert los va a fascinar aún más por la naturalidad y la ternura con la que sus personajes abordan la historia, que gira alrededor de Liliane, una ex cantante llamada Laura, que ha tenido su momento de gloria a finales de la década los 70. cuando obtuvo un segundo premio en el concurso europeo de la canción perdiendo con ABBA. Aquel evento -supuestamente fraguado-, sumado a un abandono de quien fuese su marido y manager la lleva a dejar de cantar y elegir trabajar en una fábrica decorando pâté todos los días hasta las 5 de la tarde. Para llegar luego a su casa a tomar una copa y a ver el mismo programa de televisión. Sumida en esa rutina insoportable conoce a Jean, un joven de 21 años, empleado temporario en la fábrica e incipiente boxeador con la ilusión de ganar su próxima pelea. El tema es que él la reconoce inmediatamente porque su padre es y ha sido un admirador de Laura. Ella en principio lo niega, pero luego acepta cantar en una oportunidad para complacerlo. De allí en más se inicia un romance entre ambos, que crece de a poco. La situación de un cantante maduro con una joven como parte de una historia de amor, nos lleva a recordar a Quand J’ etais traducido como El cantante (2006) con las excelentes actuaciones de otro star del cine francés: Gerard Depardieu con Cecile de France contado quizás con una mayor credibilidad. Lo cierto es que tanto Depardieu, como Huppert soportan el peso del cuerpo y el alma con la voz. Por lo que cabe decir por una parte que es probable que algún tipo de espectador reclame un poco más de realismo. Pero no se puede negar que la interpretación maravillosa de Isabelle Huppert- que logra transmitir mucho erotismo y sensualidad solo con su mirada -supera con creces cualquier tipo de obstáculo que presente el guión.
Lilianne (Isabelle Huppert) trabaja en una fábrica de paté. A través de planos-detalle de los diferentes objetos con los que interactúa entendemos su presente dentro de ese dispositivo rutinario del cual forma parte como si fuera una pieza más, tan fácil de reemplazar como las otras. Pero algo ocurre cuando irrumpe Jean (Kévin Asaïs), un empleado temporario, el cual empuja a que algo cambie en su vida.
Isabelle Huppert es una actriz hipnótica. Con su particular gestualidad y modo de manejar su cuerpo, la actriz francesa ha protagonizado películas inolvidables. Por eso la sorpresa cuando en Volver a empezar, película del belga Bavo Defurne (el título original es Souvenir) interpreta a Laura. La hipnosis dura los primeros minutos, en los que enfundada en un uniforme prepara paté en la fábrica donde trabaja. El encuentro de la mujer con Jean (Kévin Azaïs) cambia su rutina. El chico la reconoce como una estrella de la canción que desapareció del mercado. La conoce por su papá, fan de la cantante. La historia deriva en un melodrama kitsch en el que la pareja enfrenta la inmensa tarea de revivir a la estrella que fue tan popular en los años 1960-1970. Huppert no abandona el gesto distraído, incluso en los momentos decisivos de la película. Volver a empezar atenta contra la verosimilitud. No solo por la pareja despareja, sino, por la relación con un entorno que también luce detenido en el tiempo. Las canciones y, sobre todo, la mímica de Laura al interpretarlas rozan el ridículo. El guion de Defurne construye una relación amorosa entre Laura y Jean plagada de clichés. Busca provocar y en realidad, aburre. En cuanto a la vida artística de Laura, personaje que no transmite sensibilidad poética alguna, se mueve en un marco de competencia muy antiguo, con los mismos vestidos que la cantante usó para los hits del pasado. El director arma una película en la que romance y canción arman un mundo al que es difícil imaginar que alguien quiera volver. La diferencia generacional y la herencia del chico que sabe las canciones por su padre componen una historia deslucida. Con los mismos elementos dramáticos, la película hubiera estado a la altura de Huppert si el guion tuviera un poco de profundidad. Volver a empezar se queda en la superficie de los dos conflictos. El dilema entre el arte y el amor, duda universal llena de posibilidades narrativas, queda reducida a escenas ligadas a la anécdota. Solo la fotografía logra retratar eso que la película no dice. El departamento de Laura, la ropa, el camarín, el estudio de grabación son relevados por la cámara como preparando la percepción para una historia potente que jamás llega. La actriz, ícono del cine francés, no alcanza para intervenir el guion y el punto de vista del director, tan decadentes como anodinos.
Hace diez años se estrenó El cantante (2006), una película donde Gérard Depardieu, gordo y ya empezando a envejecer, interpretaba a un cantante de salón que animaba las noches de solos y solas o de parejas que buscaban en la pista un refugio para el romance. El personaje vivía solo, era algo decadente y se enamoraba de una chica mucho más joven (Cécile De France), pero eso no le impedía mostrarse frente a ella mientras se hacía los claritos. Con una mezcla honda de ternura y decadencia, de voz cavernaria, sensualidad y un toque femenino, el Alain Moreau de Depardieu era una creación inolvidable porque en él tomaban cuerpo las penas amorosas de las canciones pasadas de moda que interpretaba en un mundo perdido y porque, al mismo tiempo que del romance, hablaba del fracaso más indisimulable, más rotundo. La lista de hermosos perdedores en el cine es larguísima y podría incluir a Florence Foster Jenkis tal como la imaginó la película de Stephen Frears (2016) o al luchador de Mickey Rourke en ese canto del cisne áspero y manchado de sangre que es El luchador de Darren Aronofsky (2008). El personaje de Isabelle Huppert en Souvenir (2016), acá rebautizada como Volver a empezar –sin ese toque cursi de la palabra en francés que es imprescindible para pensar la película– recorre el mismo camino de esos héroes y heroínas que, demasiado tarde, quieren jugar una última carta. En Souvenir, segundo largo del director belga Bavo Defurne, Huppert es Liliane y trabaja en una fábrica de paté. De la casa al trabajo y viceversa, no hace más que decorar mecánicamente las porciones de paté que van al horno y en sus horas libres mira tele. Es un jovencísimo compañero de trabajo, Jean (Kevin Azaïs) el que reconoce en esa mujer casi invisible a Laura, una cantante que en otra época deslumbró a sus padres y casi triunfa en el festival de Eurovision. Jean es boxeador, aunque no le va muy bien, y no tarda en hacer suya la tarea de resucitar a Laura. Tampoco en enamorarse de ella. Una vez que el personaje de Huppert deja de ser la simple obrera de una fábrica y se convierte en Laura, de lánguidos vestidos de gala y labios rojos, la película puede por fin cumplir con su deseo de ser un melodrama: espera del amante con whisky en la mano, peleas, malentendidos y cachetadas, todo está ahí, convocado por el anacronismo de la música que interpreta Laura y puesto al servicio del lucimiento de Huppert. No es difícil entender por qué la actriz se sumó a un proyecto como éste: ¿quién no quiere jugar a ser cantante, y quién no quiere, más importante todavía, demostrar que puede hacerlo todo, especialmente cuando una es la actriz más prestigiosa del mundo como Isabelle Huppert? Pero resulta –y esta es la gran sorpresa de la película– que Huppert no puede. Con un hilo de voz apenas audible y muy poca presencia en el escenario, en ese cuerpo diminuto que sin embargo se roba la pantalla cuando se trata de primeros planos, Huppert gesticula como una cantante melódica de los sesenta, trata de tener gracia o, aunque sea, de ser graciosa. Pero Souvenir, que apuesta enteramente a la curiosidad de ver a la actriz en el rol de una cantante, es como esos trenes de juguete que una vez que se sacan de la caja y se arman, solo ofrecen la rutina aburrida de ver a una locomotora girar y girar por un camino demasiado rígido. Hay algo en su tono ligero, además, y en su voluntad de apostar a lo feliz, que obtura la posibilidad de ir más allá de la superficie: es asombrosa la facilidad con que Liliane vuelve a ser Laura, incluso cuando es una mujer de más de sesenta años (o por lo menos de la edad de Huppert) que se enamora y coge con un chico de veintiuno, como si todos esos años de amargura y anonimato no hubieran existido. En una burbuja sin dolor, Liliane no tiene ningún problema propio de una persona común, que envejece y teme; solo un torpe triángulo amoroso y conflictos de diva que hacen desaparecer al personaje para que solo veamos, jugando a darse un gusto, a Isabelle Huppert.
Algo más que las mieles del éxito La gran actriz francesa compone una mujer de pasado artístico y presente oscuro, que reencuentra el deseo. Sin estridencias ni sensiblerías, el film propone un cuento casi mágico, donde el amor sabe mejor que cualquier fama televisiva. No hay nada que Isabelle Huppert no pueda componer, ahora también desde la interpretación musical. Las canciones sobrevuelan Volver a empezar (un título tan ridículo como desatento respecto del original: Souvenir), y ella resplandece. Pero ojo, nada de purpurina, revuelos de marquesina ni ascenso de éxito para película desbordada, sino todo lo opuesto: apenas pocas canciones, tan sucintas como la propuesta general de este film, dirigido por el belga Bavo Defurne. Es este pulso justo, de precisión, el que guía a un film que aborda su narrativa con premeditación, a través de una composición y duración estricta de planos, junto a diálogos sesgados, que saben cuándo intervenir y de qué maneras sugerir. Volver a empezar es la historia de Liliane (Isabelle Huppert), una olvidada cantante de época dorada, capaz de haber rivalizado con los mismísimos ABBA. Ahora trabaja en una fábrica de paté, presa de una rutina que el montaje inicial traza de modo ordenado, en tanto sucesión de planos que dirige la atención dramática a través de una rítmica sin sobresaltos: del trabajo al autobús, de éste al hogar; sin alteraciones y con el televisor como compañía nocturna. Esa sola situación permite atisbar al personaje, pero también dar cuenta de la propuesta rítmica que el film propone y al mismo tiempo desafía. Cuando aparezca en escena Jean (Kévin Azaïs), un joven de veintipocos años, con ganas de desafiar un título boxístico, Liliane verá de a poco trastocar su monotonía. Porque es él quien reconocerá en ella a Laura, esa fugaz estrella de la canción a quien su papá todavía recuerda. Entre Liliane y Jean surge, así, un vínculo afectivo, en tanto chispa que anima la vida artística de quien supo finalmente elegir pasar los días decorando comida en serie. ¿Qué pasó con Laura? ¿Cuándo fue el retiro, debido a qué? Las preguntas operan como falso McGuffin; no le interesa al film ahondar en ellas ni encontrar respuestas, sino utilizarlas como dardos que una "opinión pública" -de lobotomía televisada‑ rápidamente actualiza. Hay algo más profundo que todo eso, y es por allí donde sucede la propuesta fílmica. Lo hace desde una caracterización de personajes que no descansa en grandilocuencia ni cosa parecida, sino a partir de una conciencia de puesta en escena que acerca al film a la construcción de un mundo propio, casi mágico, algo raro. Ese logro radica en un verosímil de comportamientos y sentimientos apenas pero suficientemente insinuados, en donde no son las actuaciones ni los diálogos los encargados de "explicar" nada, sino que es el mismo montaje el que orienta desde la ambigüedad: son muchas las escenas que Volver a empezar elige cortar de modo mentirosamente abrupto, tales como las presuntas respuestas a las preguntas sobre el retiro de Laura, así como en acciones concretas: ella busca y encuentra a Jean en el vestuario del gimnasio, mientras se baña, el corte omite lo que sucede, ¿lo esperó allí mismo, entre el vapor y la desnudez? Este recurso -de guión elaborado, que sabe hasta dónde llegar con la acción para permitir que ésta se complete en quien mira el film‑ se reitera a lo largo de toda la película, y se disfruta, porque permite espacios en blanco en el devenir dramático. Tanto como los detalles que dan cuenta de un medio impiadoso como el televisivo: el peluquín del presentador de la ronda de cantantes, sus palabras de bienvenida a Laura ("fénix que resurge de las cenizas"), la asistente de modales violentos, los puntajes para las mejores canciones, las "votaciones" telefónicas; todo un cúmulo de aspectos fácilmente identificables. Es el retrato de ese mundo de sonrisas prefabricadas el que seguramente justifique la lejanía artística de Laura. Pero la película es, en verdad, otra cosa. Al respecto, vale atender al romance entre una mujer mayor con alguien mucho más joven, como desafío mismo a una convención que todavía supone el vínculo inverso como más "lógico". La resolución del film, en tanto puesta en juego de un dilema renovado por el que debe atravesar la cantante, atiende a la ratificación misma de un cariño, de un afecto, que está por encima de cualquier éxito de sentencia televisiva.
RIDICULE El título original de la película es Souvenir, ese particular objeto que a uno le enchufan después de algún evento y que en poco tiempo desaparece. Son tan fugaces los festejos inolvidables como la preservación de estos recordatorios. Pues bien, hay que decir que Defurne hace honor con su historia al carácter transitorio y olvidable de los souvenirs. Más allá de la enorme presencia de Huppert, el resto es un colador, un depósito de lugares comunes que, encima, carece de garra, de emoción y de credibilidad. La consagrada francesa hace de una ex cantante que estuvo a punto de ser famosa pero por un romance trunco con su productor la cosa se desmoronó. Ahora trabaja en una fábrica de patés e intenta pasar desapercibida por la vida. La primera media hora (la más interesante) se encarga de marcar la rutina a base de repeticiones que trazan el automatismo laboral, hasta que aparece un joven boxeador a trabajar temporalmente e inicia un vínculo (siempre al borde del ridículo) con la protagonista. A partir de allí se sucede una cadena de situaciones recurrentes tales como la resurrección profesional, la posibilidad de un nuevo amor, los celos y las nuevas frustraciones y alguna secuencia edulcorada como moño. Todas ellas desplazan otros recursos que habrían hecho del film algo rescatable. De todos modos, lo imperdonable es la carencia de actitud para narrar la historia y el esquematismo visual. No hay un solo plano que se destaque dentro de una maraña kitsch que nunca levanta vuelo. Si el cine a lo largo de su historia ha sido, entre otras cosas, un refugio para soñar, hacer catarsis y disfrutar, una película insulsa como esta no merece más que ir al tacho, como un souvenir.
Una lágrima cae por el rostro de Liliane/Laura (Isabelle Huppert) al final de la película. Es el asomo imprevisto de una despedida. Acaso Souvenir (2016), sepa engañarnos con la idea de que los regresos para los artistas son posibles después de un intento fallido. Traducida en Argentina como Volver a Empezar, su título original en francés da nombre a la canción que hizo famosa a Laura hace unas cuatro décadas en el concurso de la canción europea. Ahora se dedica a decorar patés en una fábrica y vive de forma anónima, hasta que la reconoce Jean (Kévin Azaïs), un aspirante a boxeador que empieza a trabajar en la fábrica. Juntos planifican el regreso de ella a los escenarios. La mayor fuerza del film recae en su manera de retratar la rutina que devora la vida de empleada de Laura. Paté tras paté, pasan los días sin que haya mucha interacción entre ella y sus compañeros de trabajo. Huppert no victimiza a Laura, sino que con su indiferencia natural acepta el paso de días inertes incluso con los primeros acercamientos de Jean. Es cuando ella accede a cantar “Souvenir” en una reunión de él cuando Huppert nos engatusa con su coreografía sencillísima, su voz y este vestido rojísimo que lleva con soltura. La canción -escrita por el mismo director del filme e Yves Verbraeken, uno de los guionistas-, ofrece el primero de los dos o tres momentos mejor llevados en la película. Porque Huppert electriza la pantalla con su canto y así nos enamora de una de las mejores maneras como puede ser enamorado el ser humano: a través de la voz que canta. Este reconocimiento probablemente sea un lugar común del amor, pero lo cierto es que la sola energía de la actriz en tal escena hace que salga airosa y que el romance entre Huppert y Azaïs sea creíble. El resto de la película sigue la ruta de cumplir las expectativas de una segunda oportunidad aprovechada con una relación improbable entre los protagonistas en el medio. No hay muchas sorpresas en la trama, ni siquiera la esperanza final, pero no hacen mucha falta. La atracción entre la experticia de Huppert consumida por la rutina laboral y la jovialidad de Azaïs está condimentada con dosis de humor para mantener un ritmo digerible. El film no cansa, y si bien se enreda entre omisiones por parte de ambos personajes principales, también brinda dos momentos más de canto, con “Joli garçon”, que son bienvenidos como oportunidad para escuchar de nuevo a Isabelle Huppert.
ESENCIA INTACTA ¿Quién no alcanzó un lugar en el que se sentía pleno/a y, de golpe, lo perdió todo? O peor aún, se resignó a pasar desapercibido/a por el resto de su existencia como si nunca hubiera conocido nada mejor. Lilian experimentó el éxito y amor del público cuando era cantante de Eurovisión, hasta que un dichoso concurso le arrebató lo que había conseguido. Incluso, su representante y marido Tony Jones la dejó. Entonces, no se supo más nada de aquella mujer que cantaba de forma dulce repitiendo movimientos esquemáticos de las manos y brazos. “¡Yo digo sí!” En la actualidad, todas sus acciones son mecánicas: levantarse, ir a la fábrica, decorar con hojas de menta y frutos cada comida, almorzar, salir a la 17, subir al micro, tomar whisky o alguna bebida alcohólica mientras ve un programa de preguntas y respuestas en la casa, y acostarse. Una rutina solitaria –nadie se sienta con ella en los almuerzos o en el colectivo–, inmersa en la oscuridad del ámbito privado y en la luz cegadora y artificial de la fábrica. Hasta que un nuevo y joven empleado la reconoce. Es ella, la auténtica Laura, la cantante que su padre admiraba y que le hizo familiarizarse. “¡Yo digo sí!” Volver a empezar (Souvenir en la versión original en referencia a su hit), trabaja a partir de los polos brillo/decadencia, madurez/ juventud, miedo/amor desde dos perspectivas: la relación que se entreteje entre los protagonistas y las formas de cada uno de habitar el espacio del otro. Más allá de esto, el vínculo entre ambos no termina de destacarse quedando chato en varias situaciones y hasta predecible. “¡Yo digo sí!” La metáfora utilizada por el director Bavo Defume –y que se tornará un motivo recurrente– son las burbujas; tan ligeras, inquietas, efervescentes y alborotadas, que, desde el comienzo, emergen en la presentación desde diferentes ángulos para anclarse en un vaso con medicamento para calmar la acidez. Sin embargo, durante el transcurso de la película, estas no hacen más que resignificarse y acompañar los cambios que atraviesa Lilian: desde la soledad de su casa, la posibilidad de volver a ser feliz, el símbolo de la fama y del exceso. “¡Yo digo sí!” Otro elemento que aparece de forma esporádica y subraya la monotonía de la vida de la protagonista son los pequeños travelings de la cinta que transporta las entregas de comida del sector en el que trabaja, o de las viandas de cada empleado, en las largas mesas así como la mostración de objetos específicos como el reloj que marca el final de la jornada. “¡Yo digo sí!” Las burbujas revolotean con más intensidad que nunca. Es hora de gritar con el alma: “¡Yo digo sí!” Por Brenda Caletti @117Brenn
Una cantante olvidada que alguna vez ganó Eurovisión (ese cotillón fabuloso del Viejo Mundo) se enamora de un joven aspirante a boxeador. Pues bien: la película elude con tino la diferencia de edad, hace de sus personajes personas, sigue la historia con momentos de real comedia romántica que nunca suenan fuera de registro, y nos lleva a la conclusión de modo límpido y ocasionalmente elegante. Huppert, a esta altura de su carrera, sabe hacerlo todo.