Sobre nacionalismos desdibujados Las dos características distintivas de la fascinante Western (2017) son también sus dos puntos a favor más importantes, mucho más considerando los problemas que suele tener el cine contemporáneo para transmitir una buena dosis de autenticidad y/ o para trabajar el verosímil desde la inteligencia: en primera instancia tenemos una narración marcada por lo que podríamos definir como un obrerismo naturalista, tan basado en la rusticidad de los personajes como en una simpleza general que a veces va acompañada de muchas palabras y en otras ocasiones de largos silencios, y en segundo lugar está muy presente la idea del choque cultural acrecentado por una barrera idiomática, lo que desemboca en prejuicios entrecruzados, una desconfianza “versión masculina” y una actitud defensiva constante entre los involucrados al momento de la comunicación o cuando urge ponerse de acuerdo. El título es a la vez irónico y sincero porque la trama analiza la estadía de un grupo de germanos en un pueblito de Bulgaria, cerca de la frontera con Grecia, para dar los primeros pasos en la construcción de una central hidroeléctrica, una zona inhóspita que los alemanes explícitamente ven como una traslación demacrada del “Viejo Oeste” tanto por el carácter bucólico del lugar como por los lastimosos resabios del otrora estado comunista, y en simultáneo la estructura retórica toma mucho de -precisamente- esos westerns de antaño apuntalados en la llegada de un forastero a una comarca atravesada por diversos conflictos, como si se tratase de una exégesis despojada, actual y a la europea de El Desconocido (Shane, 1953). El eje del relato es Meinhard (Meinhard Neumann), un obrero sigiloso de la partida y el único que se esfuerza en hablar, pasar el rato y entender a los habitantes locales. Si bien el film apuesta a un realismo muy bien logrado de impronta loachiana con actores no profesionales que entregan un desempeño maravilloso, a decir verdad el andamiaje narrativo es bastante clásico porque aquí tenemos una especie de contrafigura, Vincent (Reinhardt Wetrek), el capataz de los alemanes, un hombre patético que se quiere hacer el pícaro con una búlgara en una situación que bordea el acoso, lo que eleva aún más el nivel de recelos. De hecho, la disposición dialoguista de Meinhard y su amistad incipiente con uno de los búlgaros, Adrian (Syuleyman Alilov Letifov), le ganan a la par reprimendas y ninguneo de Vincent, sus compañeros y de distintos personajes autóctonos que desconocen la tolerancia. La realizadora y guionista Valeska Grisebach -sin siquiera recurrir a la música incidental- se luce explotando la distancia lingüística y los esfuerzos que todos hacen por comprenderse mutuamente, sin dejar en claro cuánto llegan a asimilar en lo referido a lo que cada uno transmite al prójimo. Otra dimensión del opus es la que abarca la destrucción de la naturaleza, siempre bajo la mentira de traer “progreso” a comunidades que no se pueden defender -o no quieren, por conveniencia temporal- frente a los embates del capital. Las excusas para los incidentes son varias y se van acumulando de manera sutil: tenemos conflictos en torno a la preciada agua del área, la grava disponible para trabajar, un caballo blanco que vaga solo aunque aparentemente tiene dueño, un juego de póker en el que Meinhard ganó mucho dinero, el acercamiento del protagonista a Vyara (Vyara Borisova), una mujer local, y hasta las disputas internas entre las autoridades semi mafiosas del pueblo. A través de pequeños gestos que desembocan en episodios de una violencia cada vez más imprevisible, Grisebach logra edificar una semblanza minúscula alrededor del hecho de que los hombres son esencialmente iguales más allá de su cultura, nacionalidad o postura ideológica, un “detalle” que se les escapa a casi todos menos al personaje de Neumann y que va quedando en primer plano a medida que la historia avanza y las miserias de un lado y del otro saltan a la vista: de a poco aparecen rasgos ocultos como la soberbia, la xenofobia, el egoísmo, la corrupción y un chauvinismo ridículo que apunta más a la división en pos del lucro que a la defensa de un supuesto -e inexistente- orgullo nacional dañado, hoy totalmente desdibujado ante la torpeza de un maquiavelismo de vuelo corto…
Mar del Plata 2017: el cine, pasión de multitudes. La alemana Western (Valeska Grisebach) y la portuguesa Ramiro dependen, en gran medida, de sus protagonistas. En el primer caso, un hombre parco que –como suele suceder en el género al que alude el título– llega misteriosamente a un pueblo, implicándose en la doma de un caballo blanco, en un juego de naipes en un bar y en relaciones algo conflictivas con los pobladores. Los personajes y los ambientes son rústicos, con el trabajo como eje. “Estamos como los animales en el mundo, para comer o ser comidos” se dice en un momento, y de hecho sólo en la relación con una mujer y en el recuerdo compartido con uno de los habitantes el extranjero encuentra algo que le dé sentido a su vida: la posibilidad del amor y la amistad, nada menos. Relato simple aunque no edulcorado, Western fue sin dudas una de las mejores propuestas de la Competencia Internacional, en tanto la más kaurismakiana Ramiro, de Manuel Mozos, con un librero algo golpeado por la vida que pasa sus días fumando y relojeando libros viejos, centra su inestable encanto en una galería de seres solitarios y queribles y en un clima cálido, medio tristón, resultado de un buen trabajo de dirección, iluminación y sonido ambiente. No totalmente logrado, este film menor transcurre entre momentos graciosos y lacónicas elipsis.
En 2006 una película de apariencia humilde pero de enorme hondura humana encandiló a un grupo de críticos repartidos por todo el mundo. El film se llamaba Sehnsucht (Longing, según su título internacional), estaba dirigida por la joven realizadora alemana Valeska Grisebach y presentaba un triángulo amoroso ambientado en una zona semirural. La historia planteaba un vertiginoso camino de ida y vuelta desde ciertos arquetipos del drama sentimental (el hombre trastornado por el deseo, la esposa devota y la amante inocente) hasta los límites de la razón y la locura. El encandilamiento que provocó aquel film generó unas ansias prematuras por ver hacia dónde podía dirigirse la obra de una cineasta de tanto talento. La espera se fue alargando y, unos años después, pocos parecían recordar la promesa de aquel diamante en bruto. La proyección de Western, estrenada en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes de 2017, supuso el final de una espera de 11 años, un ejercicio de paciencia suprema que Grisebach ha recompensado con una gran película. De partida, cabe decir que el título de la película no tiene nada de irónico: Western es un western de pies a cabeza, con llanero solitario, caballos, forajidos, duelos, salones de bebida y juego, villanos de altura, doncellas enamoradizas y amistades irrompibles. La gran diferencia con los westerns clásicos de Hollywood es que aquí la acción transcurre cerca de la frontera entre Bulgaria y Grecia, ya en territorio búlgaro. Allí, un equipo de obreros alemanes intenta poner en marcha una planta hidráulica mientras lidia con las dificultades para comunicarse y convivir con los habitantes de la despoblada región. Como ocurría en Sehnsucht, Grisebach demuestra poseer un sexto sentido a la hora de exprimir el potencial expresivo de sus arquetípicas criaturas, siendo la más extraordinaria de todas el héroe sin nombre de la función, una figura lacónica, de andares arrastrados y enigmático pasado. Sus compañeros alemanes le llaman “el nuevo”, para los búlgaros es “el legionario”, y para el espectador cinéfilo podría tratarse del hijo bastardo del Viggo Mortensen de Una historia violenta y del James Stewart de los westerns itinerantes de Anthony Mann. Grisebach no pierde la oportunidad de realizar sendos comentarios sobre la realidad contemporánea e histórica de la región, un poco a la manera de Toni Erdmann (Maren Ade figura como coproductora del film). Los habitantes de la región muestran una fuerte suspicacia ante los “ocupantes” alemanes: dependiendo de la perspectiva, unos y otros se reparten los roles de cowboys e indios (el diálogo entre lo civilizado y lo salvaje conforma uno de los pilares temáticos del film). Mientras que, en una escena especialmente perturbadora, los alemanes se vanaglorian de “estar de vuelta… Y sólo nos ha llevado 70 años”. Sin embargo, más allá del contexto geopolítico, el corazón de Western se halla en la dimensión primitiva de sus personajes: hombres empeñados en sobrevivir en una realidad en la que se solapan los interrogantes existenciales, las encrucijadas morales, los obstáculos sentimentales y las relaciones familiares (de sangre o adoptivas). En conjunto, un verdadero tratado filosófico sobre lo que significa vivir bajo la ley del más fuerte. Audaz exploración de la naturaleza humana, Western cimenta su poder de fascinación en el misterio que rodea a las acciones de su protagonista, un hombre de pocas palabras que apenas puede comunicarse con sus aliados búlgaros. Un misterio que, de partida, Grisebach maneja desde las aguas del western fronterizo narrativo (con ecos que van desde el ya mencionado Anthony Mann hasta Sam Peckinpah). Sin embargo, a medida que la trama se va enmarañando, va creciendo en paralelo la fuerza observacional del film, que pone en juego, de manera soterrada, un torrente de modernidad. Así, por un lado, Grisebach se apoya en la concreción de los gestos y las acciones. Por el otro, Western presenta una cara abstracta que apunta, sin mayores aspavientos, hacia los enigmas fundamentales de la existencia. La discreta conquista de ese espacio de reflexión termina siendo el gran triunfo de esta película mayor.
Extraños en el Paraíso. En pleno proceso de velada recuperación económica y en unos momentos en el que la ola del euroescepticismo continuaba creciendo hasta nuestro día presente, a raíz de la bomba estallada con el sí al Brexit, Valeska Grisebach triunfó en la sección Un certain regard del Festival de Cannes 2017 con este Western. El sencillo título no resulta nada arbitrario, puesto que Grisebach se nutre de estructuras y códigos del género homónimo, a partir de la llegada a un agreste pueblo búlgaro de un grupo de operarios alemanes para levantar e impulsar una central eléctrica. Su llegada, al principio, resultará algo incómoda dado el choque de culturas y la altiva superioridad moral de los germánicos, pero con el paso del tiempo del tiempo establecerán relaciones interpersonales con los habitantes de la villa. Grisebach sigue el esquema westerninano de los forasteros que se asientan en un nuevo paraje, rural y algo tosco, tomando los aires crepusculares de las películas de Howard Hawks. Los héroes son viejos y están cansados -más psicológicamente de la rutina que físicamente-, y no hay ninguna acción trepidante. Todo queda sujeto al lento paso del tiempo y a los pequeños hechos que se dan entre los personajes del pueblo. Prendada de un ritmo pausado, sin grandes acontecimientos (pero sin tedio), Grisebach muestra este microcosmos de un modo natural y sin artificios, cuya simplicidad guarda, en realidad, una intensa potencia narrativa, contenida, a la que no le hace falta explotar en violencia. Elegante como ella sola, Grisebach exprime sus recursos con solvencia, creando un clima tan envolvente al que no le hace falta dejarse llevar por golpes de efecto narrativos. Western también concuerda con la occidentalización del mundo, intensificada por la globalización. Los alemanes, desde el oeste de Europa, llegan a los remotos lugares del este para imponer su saber hacer a los aldeanos. Como en la actual Unión Europea, Alemania dictamina las ordenes y los miembros, subordinados, obedecen. En esta denuncia, Grisebach aprovecha para señalar las diferencias socioeconómicas y culturales en el mundo. No entre algo tan expuesto como el Primer y el Tercer Mundo, sino dentro de una organización que aboga por la igualdad entre Estados como la Unión Europea. El país más rico visita al más pobre de la asociación, pero además le intenta imponer sus reglas en su propia casa. Afortunadamente, Grisebach no es catastrofista y deja un halo de esperanza en la humanidad de sus personajes, quienes terminarán fomentando la convivencia y el respeto entre ellos, sin caer en sensiblerías tampoco. Porque quien salvará Europa serán sus ciudadanos, no su burocracia, instituciones ni despachos. Una película cuyo argumento y dimensión le restan excepcionalidad cinematográfica, así como su desarrollo pierde fuerza en sus decisiones, pero igualmente una excelente película absolutamente recomendable y necesaria. Una obra de sutil pero densa riqueza social y cultural, y de inmensa sabiduría de géneros cinematográficos.
El tercer largometraje de Valeska Grisebach nos cuenta la historia de una compañía de obreros alemanes que es llamada para operar en el exterior, sentando campamento en un pueblo búlgaro para levantar una central hidráulica. Un film con un ritmo pausado para acrecentar esa barrera que presentan las diferencias culturales e idiomáticas. El protagonista es Meinhard Neumann, un alemán de la Legión Extranjera, un obrero que a diferencia de sus compañeros se ve atraído por la aldea local y su gente. Así es como intentará establecer un vínculo con ellos, en búsqueda de un respeto mutuo, que el resto de los trabajadores mirará con desconfianza. Una historia potente sobre el sentido de pertenencia, y acerca de sentirse forastero tanto entre los compatriotas como en el extranjero. Quizás de allí provenga el título de la cinta, de aquellos seres foráneos que vienen a cambiar y, en cierto punto, alborotar la vida local de los pueblerinos. Este “western” moderno hará hincapié en enfrentamientos implícitos que tienen que ver con un clima de intolerancia reinante en la sociedad europea moderna contra los extranjeros. Todos los elementos de las películas de cowboys estarán puestos pero de manera sutil. Nuestro héroe será Meinhard, aquel enigmático personaje del cual sabemos muy poco, pero que siente empatía por la gente local y buscará que haya “paz” y “justicia” entre todos los involucrados. El malvado de turno será su jefe, quien intenta propasarse con una lugareña y quien además le lesionará el caballo que le cedió su amigo del pueblo, Adrian (Syuleyman Alilov Letifov). Los duelos son más sutiles que en un western tradicional pero la estructura funciona de la misma forma. La película se presenta como un relato que prioriza los aspectos visuales, utilizando los diálogos en un segundo plano y muchas veces generando conversaciones entre dos idiomas bien distintos y buscando una complicidad más gestual que verbal. Se destaca la bella fotografía de Bernhard Keller y la actuación del protagonista con su mirada estoica cuasi inexpresiva. Meinhard, quien conserva su nombre en la ficción, es un actor debutante descubierto por la misma directora del film. A nivel narrativo puede sentirse un poco lenta por su ritmo cansino/reflexivo y por la inclusión de varias escenas que parecen ser intrascendentes. La atmósfera pesada que intenta crear la autora está muy bien desarrollada, no obstante, como el inminente estallido que parece rondar al poblado nunca se produce, ese clima no termina de funcionar del todo. “Western” es un relato que busca profundizar sobre la naturaleza del comportamiento humano a través de un clima que nos recuerda a las películas de vaqueros, pero evitando todos sus características distintivas. Un film que se sostiene por su protagonista y que tenía potencial para ser mucho más de lo que termina siendo.
“Western”, de Valeska Grisebach Por Hugo F. Sanchez Si uno de los problemas más urgentes son las fronteras que separan a los Estados, Europa sobre todo lidia con la cuestión de la inmigración de los desarrapados del tercer mundo que aspiran a una vida mejor en el aún opulento viejo continente. Valeska Grisebach se mete de lleno en la problemática pero de manera oblicua, con un grupo de trabajadores alemanes contratados para hacer la canalización de un río en Bulgaria. Esa es una de las primeras particularidades de Western, teniendo en cuenta que en general son los obreros de países menos desarrollados los que hacen el trabajo pesado en Alemania. Pero los alemanes tienen una historia en Europa, en donde la Segunda Guerra Mundial juega un papel fundamental en la vida de los países que fueron conquistados por el nazismo, así que el relato ubica a estos hombres de trabajo sacándose chispas con la población local del interior búlgaro. Sin embargo, Western establece este marco para hablar de las vivencias de los personajes y sobre todo del protagonista, Meinhard, un hombre parco, que demuestra no sentirse cómodo con sus compañeros pero que sí va desarrollando un sentimiento de pertenencia con el lugar, primero con un caballo (convertido en un personaje ineludible de la película), luego con la comunidad y finalmente con un búlgaro, con el que establece una relación de amistad a pesar de las diferencias que los separan. Casi un cuento sobre la fraternidad de los hombres por sobre las divisiones políticas, sociales y culturales, Western está llena de sutilezas, giros determinantes pero nunca bruscos, en donde es posible asomarse a un mundo mejor y que gracias a una puesta tan sensible como inteligente, parece estar al alcance de la mano. Esta reseña fue publicada en ocasión del estreno de la película en el Festival de Cine de Mar del Plata, en donde Valeska Grisebach ganó como Mejor Directora. WESTERN Western. Alemania/Bulgaria/Austria, 2017. Guión y dirección: Valeska Grisebach. Intérpretes: Meinhard Neumann, Reinhardt Wetrek, Waldemar Zang y Detlef Schaich. Fotografía: Bernhard Keller. Edición: Bettina Böhler. Distribuidora: CDI Films. Duración: 121 minutos.
Alemán de pocas palabras Una compañía alemana opera sobre el cauce de un río en un pueblo rural de Bulgaria, dejando solos a un grupo de trabajadores en un territorio extranjero por el que la mayoría guarda prejuicios por las diferencias culturales e idiomáticas. Solo uno de ellos parece un poco diferente, y al tiempo de estar en el campamento base con problemas para avanzar con la obra, se muestra menos interesado en compartir momentos libres con sus compañeros que en desarrollar una legítima curiosidad por la cultura de la aldea. Durante sus excursiones en solitario comienza a entablar relaciones con algunos de los pobladores, haciéndose entender como puede sin compartir un idioma en común. La desconfianza entre los locales y los extranjeros es mutua, pero poco a poco la curiosa y cercana amistad entablada entre el alemán y un búlgaro acerca a ambos grupos a una tregua de la que puedan beneficiarse ambos. Aire a western Podría sospecharse por el título que los conflictos se resolverán con un duelo al amanecer, pero realmente la referencia va más a la intención de explorar las mecánicas internas de un grupo exclusivamente masculino en un entorno aislado, trabajando por llevar más allá su civilización. Aunque visualmente tiene su interés y la premisa general de la historia es sólida, Western presenta sus mayores problemas en la construcción de personajes. Las dificultades para comunicarse, eje de la película, hacen que se pueda develar muy poco de la historia de los principales, dejando al protagonista apenas como una figura misteriosa de la que se sospecha más de lo que se devela. Su nuevo amigo búlgaro queda en una situación similar, algo que de alguna forma los pone en una situación de paridad que le suma carisma a la relación entre ambos. Sin embargo sucede algo bastante diferente con los otros, especialmente con el resto de los alemanes del campamento. Por alguna extraña razón, parece que dejar a un puñado de hombres de mediana edad solos en el bosque hace que automáticamente tengan una regresión absurda a la adolescencia, lo que los hace comportarse de forma inmadura y poco educada, pero sobre todo poco creíble; es una sensación rara ver a hombres con algunas canas y panza tratarse unos a otros como si fueran veinteañeros de vacaciones. Lo único que se mantiene interesante a lo largo de la película son las extrañas pero afectuosas charlas a media lengua y esforzándose por hacerse entender, por lo que quizás el resultado final hubiera sido más positivo si el metraje final tuviera media hora menos. Conclusión Demasiado larga para su propio bien,Western es una idea potencialmente interesante que se desdibuja con el pasar de los minutos.
¿Al oeste de qué? Western (2017) es, valga la redundancia, un “western moderno”, lo cual suele significar que se trata de un western sin las partes divertidas. La película de la realizadora alemana Valeska Grisebach comparte en efecto las propiedades sintácticas y semánticas de un western, sobre todo en la conjugación de su héroe, pero el final traiciona toda expectativa para mal. La premisa descubre a obreros alemanes trabajando en la construcción de una plata de agua en la frontera rural de Bulgaria. Llegan prepotentes (uno de ellos celebra una reconquista imaginaria “luego de 70 años”), se instalan en la campiña y uno de ellos se sobrepasa con una mujer local. Son los típicos forasteros bravucones del género, pero de entre ellos surge el héroe de la historia, Meinhard (Meinhard Neumann). Meinhard doma un caballo que descubre en el campo y literalmente llega cabalgando a un pueblito cercano. Los lugareños le tienen idea en principio, pero el afable Meinhard se gana su confianza compartiendo con ellos el trabajo y la recreación. Mientras tanto empieza a rozarse con sus colegas alemanes, cuyos negocios con los búlgaros son menos que cordiales. Nunca le dan a elegir entre ellos o los otros, pero se sobreentiende. El horizonte de la película, lo que la sostiene aún en sus momentos más flojos, es Meinhard Neumann, que esencialmente interpreta a un llanero solitario de pocas palabras y con un misterioso pasado (se presenta como “legionario”, habiendo luchado en Afganistán). Su personaje se esconde entre líneas y raros momentos de intimidad, sugiriendo con sutileza un pasado turbulento y un vacío interno irreparable. Algunas películas “son” sus protagonistas. Western es Meinhard – el actor y el personaje. Por lo demás la dirección de la película tiene a crear tensión entre los dos bandos y meter presión a su protagonista, quien intuimos eventualmente deberá decidirse por uno o el otro. Meinhard, en una escena confesional, comunica burdamente en búlgaro lo mucho que aprecia su libertad. Pero éste es el tipo de libertad que asimismo lo libera de la lealtad de los demás. El giro moderno, si se quiere, es que los mismos bandos deberán decidir si necesitan a Meinhard tanto como él necesita llenar su sed de pertenencia con uno de ellos. Hacia el final la tensión se desinfla y la película pierde el riguroso sentido de la dirección con el que hasta entonces ha cargado. Lo que no quiere decir que la película no posea un final contundente y acorde al conflicto central de orden y pertenencia, pero no cuaja con la identidad de “western” hasta entonces cultivada. El saldo final es en particular insatisfactorio y nos quita lo que debería ser la conclusión de todo western que se precie como tal, un duelo o un asedio. Y claro, al tratarse de un western (pos)moderno, el duelo es interno.
INVASORES En Western, un grupo de obreros alemanes viaja a Bulgaria para realizar una obra hídrica: este punto de inicio le sirve a la directora Valeska Grisebach para construir una reflexión política sobre el choque de culturas que involucra una atractiva relectura del género emblema del cine norteamericano y que le da nombre a esta película. Los alemanes son los extraños que llegan y los que, con su presencia, generan tensión en un espacio sobre el que todavía penden las diferencias surgidas hace décadas durante la guerra. El conflicto es cultural, pero fundamentalmente territorial, reproduciendo con la elegancia de un drama concentrado la dinámica del invadido y del invasor. Y, claro, la aparición del cuerpo femenino como ese “territorio” donde el sentido posesivo y profundamente masculino se impone como disputa final, pero también como límite. Lo histórico, muy bien pensado por Grisebach, es lo que incorpora otros niveles al film. La actitud de los obreros alemanes va de la soberbia al espíritu dominante sobre los búlgaros. Y entre ellos sobresale Meinhard (gran actuación de Meinhard Neumann), quien como un Clint Eastwood de la Europa trágica transita el territorio en plan taciturno, intentando asimilar ese cruce barbárico. La película avanza a partir de su punto de vista, es su mirada la que se impone, la que en un comienzo se maneja con recelo pero progresivamente va generando empatía con los otros y distancia con los propios. Inevitablemente, a partir de su espíritu curioso, Meinhard terminará atravesado por esa cultura distante y por esa lengua que le resulta incomprensible. Como decíamos, la directora aprovecha la presencia de su actor para desarrollar el relato: es él quien se impone en el cuadro y en los cruces de miradas, quien observa y se deja observar. Es por eso que la película se anima a compartir su mirada horrorizada sobre ese grupo humano de brutos germanos que invaden prepotentemente. La lucha en el film se da entre dos formas de entender el acercamiento con el otro, en un crescendo dramático que alcanza su clímax en una secuencia festiva, en una suerte de duelo, que es pura tensión. La reflexión final de Western es amarga y se resuelve en un último plano notable: como en la mitología de Pocahontas (o de Danza con lobos, ya que estamos…), Meinhard de alguna manera se ha convertido un poco en el otro, pero ese es apenas el inicio de un camino que muy pocos tomarán, un camino solitario y que estrecha vínculos sin recurrir a la fuerza.
Hay películas cuyo ritmo sigue a los protagonistas, y otras -la mayoría de las producciones hollywoodenses- en que éstos deben subirse al tren de la narración, o quedarse abajo, o a mitad de camino. Western, como su título lo indica, sería un western. Un western en tiempos actuales y en la frontera entre Bulgaria y Grecia, con protagonistas mayoritariamente alemanes. ¿Qué qué tiene de western? Casi todo. Un pueblito semiabandonado, un héroe casi a la fuerza, quien viene de afuera, bandidos, tragos, peleas cuerpo a cuerpo, un río, mujeres por las que disputarse su amor, alguna corrupción. Ah, y un caballo. Unos obreros alemanes están allí, para canalizar un río. Y antes de que se patentara la palabra grieta, vaya si la hay en el filme de Valeska Grisebach (Sehnsucht). Los alemanes se creen dueños de todo (plantan bandera, alemana, literalmente, en la casilla donde habitan) y tienen una posición casi de superioridad, paternalista. Los búlgaros los ven como invasores. En verdad, unos y otros están como abandonados a la buena de Dios. Los primeros, no tienen adónde ir ni nadie que los espere en su patria. Los pocos habitantes del pueblo búlgaro sobreviven como pueden. No debe pasarse por alto que en un relato en el que los protagonistas son hombres, la mirada de una mujer los diseccione a la perfección. No es una cuestión de género, tampoco de clase. Los protagonistas son retratados casi con un foco documentalista -a no asustarse- y la película tiene también, para quién quiera verla, una lectura sociopolítica muy actual. Que es, tal vez, lo que despertó tanta curiosidad y empatía en todos los festivales donde se presentó, desde la sección Un certain regard en el Festival de Cannes el año pasado.
La directora de Be My Star yLonging ratifica en su tercer largometraje todo su talento con la inquietante historia de unos trabajadores de la construcción de Alemania que se instalan en la zona fronteriza entre Bulgaria y Grecia, donde deberán lidiar con los pueblerinos. El film tiene como protagonista a Meinhard (Meinhard Neumann), uno de los obreros germanos que, si bien quiere aprovechar la posibilidad laboral, empieza a empatizar cada vez más con los lugareños. La tensión crece con sus compatriotas y también con ciertos búlgaros poco amigos de los extranjeros. Western: Europa desigual y salvaje Diego Batlle SEGUIR 21 de junio de 2018 Western (Alemania-Bulgaria-Austria/2017) / Guion y dirección: Valeska Grisebach / Fotografía:Bernhard Keller / Edición: Bettina Böhler / Elenco: Meinhard Neumann, Reinhardt Wetrek, Waldemar Zang / Distribuidora:CDI Films / Duración: 100 minutos / Calificación: apta para mayores de 13 años / Nuestra opinión: muy buena La directora de Be My Star yLonging ratifica en su tercer largometraje todo su talento con la inquietante historia de unos trabajadores de la construcción de Alemania que se instalan en la zona fronteriza entre Bulgaria y Grecia, donde deberán lidiar con los pueblerinos. El film tiene como protagonista a Meinhard (Meinhard Neumann), uno de los obreros germanos que, si bien quiere aprovechar la posibilidad laboral, empieza a empatizar cada vez más con los lugareños. La tensión crece con sus compatriotas y también con ciertos búlgaros poco amigos de los extranjeros. ADEMÁS Cuando ellas quieren: gran film con dream team de estrellasLos deseos: la fiesta de la sordidez y el desamparo Trailer del film "Western" - Fuente: Youtube2:22 Se trata de un trabajo muy minucioso e inteligente sobre los prejuicios, las diferencias de clase, la xenofobia y las barreras idiomáticas y culturales, que apuesta a situaciones aparentemente superficiales (la aparición de unos caballos, un encuentro en un río donde nadan, un baile popular) para exponer los resentimientos, las contradicciones y las tensiones que hay entre las sociedades más opulentas de Europa como la alemana y las de otros países no tan favorecidos. Brillante exponente de la escuela de Berlín que renovó el cine alemán de las últimas dos décadas, Grisebach aborda en este neowestern un universo masculino (y machista) sin caer en las obviedades ni el trazo grueso. La directora construye un mundo reconocible (por momentos parece casi un documental) donde quedan en evidencia algunas problemáticas que Europa no puede, no sabe o no quiere ver.
Una humanidad frágil y reconocible A través de una historia que se desarrolla en un pueblo de Bulgaria, la cineasta va instalando tópicos, gestos y accidentes de la topografía del gran género cinematográfico estadounidense en un universo actual y globalizado. En una de las escenas más potentes y emotivas de Western, el estupendo tercer largometraje de la cineasta alemana Valeska Grisebach, dos hombres adultos que no comparten el mismo idioma logran comunicarse mutuamente el intenso dolor de la pérdida de un ser querido. En ese preciso momento, el hálito del Jean Renoir de La gran ilusión flota, inconfundible, en el aire. Poco importan las diferencias culturales y lingüísticas e, incluso, el hecho de que los personajes puedan verse en algún momento en posiciones diametralmente enfrentadas. Aquello que los une es más fuerte: la relación cotidiana con el trabajo manual, un sentido de la existencia y de la relación con los otros, una determinada visión del mundo. El alemán recio y callado que ha llegado a ese pueblo de Bulgaria, cerca de la frontera con Grecia, como mano de obra transitoria para la construcción de una planta hidroeléctrica derrama algunas lágrimas mientras apura el último trago de licor. Su nuevo amigo, el búlgaro, un pequeño comerciante dedicado al material para la construcción, lo observa y comprende todo, a pesar de no entender ninguna de las palabras pronunciadas durante la confesión. Es una verdadera suerte y también un pequeño milagro de la distribución que la nueva película de la directora de Mein Stern y Sensucht –ninguna de ellas estrenada comercialmente en la Argentina– llegue a la cartelera local. Estrenada en Cannes hace dos ediciones, Western potencia varias de las virtudes de sus films previos y encuentra nuevos desafíos creativos, de los cuales sale airosa. La mera descripción de la historia contendida en las dos horas de proyección parece ofrecer pocos eventos dramáticos, de esa clase de hechos de los cuales muchos guionistas suelen enorgullecerse. Un grupo de operarios germanos comienza los preparativos del trabajo de envergadura que los espera allí, en tierras extranjeras. Son tipos rudos y directos y más de uno demuestra ser dueño de actitudes chauvinistas y machistas típicas: uno de ellos planta la bandera tricolor de su país como una provocación; otro se excede en el “piropeo” hacia una mujer que anda de paseo por el río cercano. PUBLICIDAD Entre esos hombres se destaca Meinhard, de unos cincuenta años, lacónico, de rasgos y mirada dura, más silencioso que el resto. Alguien que, en el pasado, pudo o no haber sido un legionario y que, fundamentalmente, nunca termina de encastrar en esa cofradía de trabajadores temporales. Es así como comienza a dar algunos paseos por la zona, acercándose cada vez más a las calles y a los habitantes del pueblo. Meinhard, el forastero. Y un caballo blanco suelto por los campos, aunque con dueño. Y la posibilidad de una amistad con Adrian, alguien nacido y criado en ese lugar, y su grupo de colaboradores y amigos. Y las conversaciones con dos mujeres, una de ellas bastante más joven. Y la posibilidad latente de un enfrentamiento a puro puñetazo, con un coterráneo o un lugareño. Y, desde luego, un rifle, que aparecerá bien avanzada la historia. Con esos elementos, Grisebach justifica el título de la película: de forma microscópica, la cineasta va instalando tópicos, gestos y accidentes de la topografía del gran género cinematográfico estadounidense en un universo actual y globalizado. En ese sentido, Meinhard resulta ser una nueva encarnación del héroe solitario enfrentado a un universo en el cual no termina de sentirse a gusto. Un individualista en el sentido más íntimo del término: sus códigos de conducta, su ética, su manera de moverse en el mundo no necesitan formar parte de un consenso ni, mucho menos, requieren de la aprobación de los demás. La delicada pero rotunda estrategia narrativa de Grisebach va dando sus frutos a medida que aquello que parecía una simple observación de situaciones y tipologías –con una cámara en plan seguimiento de personajes y la precisa utilización de actores no profesionales– comienza a desenrollarse como una telaraña. Es luego de un hecho circunstancial cuando la trama parece comenzar a espesarse, pero es sólo un falso señuelo: todo fue y sigue siendo importante, nada se radicaliza. Lo que surge con fuerza, en definitiva, es la humanidad de las criaturas, tan frágil y reconocible. La última, extraordinaria secuencia durante una fiesta en el pueblo, en la cual todos los personajes –hombres y mujeres, aldeanos y visitantes– parecen formar parte de una coreografía improvisada por el azar y el deseo, termina de confirmarlo.
Por si todavía cupiera alguna duda sobre la vigencia del género cinematográfico que inmortalizó a los cowboys, una realizadora alemana tituló Western la ficción que filmó en un pueblito búlgaro fronterizo con Grecia. Por si persistieran los reparos, Valeska Grisebach no convocó a estrellas de la talla de Gary Cooper, John Wayne, Henry Fonda, Clint Eastwood, Jack Palance, Glenn Ford, sino a obreros de la construcción teutones y a habitantes del mencionado rinconcito europeo. Ninguno con experiencia actoral. Pocas realidades parecen tan alejadas del llamado Lejano Oeste (una porción de los Estados Unidos en el siglo XIX) como el presente del viejo continente, y poco tiene que ver el tercer largometraje de Grisebach con el cine made in Hollywood. Sin embargo, la realizadora bremense consigue convertir la localidad de Petrelik en territorio remoto que un grupo de forasteros (en este caso, alemanes) ocupa en nombre de una misión civilizadora (montar una obra hídrica para mejorar el servicio de agua potable). En Western no hay indios salvajes pero sí búlgaros atrasados. El film también ofrece un lone ranger. Meinhard fuma, bebe, sabe jugar a las cartas y montar a caballo; es tan solitario, errante, lacónico, transgresor, temerario, en algún punto seductor como algunos vaqueros consagrados en la pantalla grande; carece en cambio de atributos (super)heróicos y del porte impecable que Morris caricaturizó con Lucky Luke. Grisebach coquetea con los estereotipos del género pero los supera. Por eso termina resultando anecdótica la rivalidad del protagonista con el villano Vincent. La también autora de Deseo y Mi estrella filma menos acción (o acciones) que atmósferas. Conmueve el retrato de un hombre que no se considera de aquí ni de allá, y que sin embargo –o por eso mismo– se aferra a una inesperada ilusión de pertenencia y al voto de hermandad en boca de un búlgaro con el que puede comunicarse a pesar de la barrera idiomática. Western es una película morosa y poco hablada. En el marco de la mesura bucólica se lucen el director de fotografía Bernhard Keller y los actores ad hoc Meinhard Neumann, Reinhardt Wetrek, Syuleyman Alilov Letifov. También la propia Grisebach cuando administra las dosis de tensión –incluso violencia– inevitables en un relato que, como la mayoría de los westerns, sugiere cierta relación entre exceso de testosterona y conflictividad.
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Valeska Grisebach regresa a la pantalla grande tras un largo paréntesis en el que ha colaborado con otros realizadores, sea en producción, o en apoyo para generar y llevar a buen puerto sus propuestas y las de terceros. “Western” es la historia elegida para regresar a la dirección, un film que sucede a “Nostalgia” y en el que una vez más aporta una mirada particular sobre universos, en este caso masculino, ajenos. En “Western” el acercamiento cinematográfico desnuda la división que radica en los pensamientos, cuerpos y política de los hombres, llevado al extremo, a partir de la construcción de Meinhard (Meinhard Neumann), un potente personaje plagado de contradicciones y dolor, y del que poco sabremos hasta resuelto el conflicto principal de la película. El personaje es presentado como un obrero que llega a Bulgaria, en la frontera de Europa, cerca de Grecia, junto a sus compañeros para construir un sistema hidráulico y así mejorar la circulación del cauce de un río. El pueblo no los recibe de la mejor manera, y Meinhard, el protagonista, sabe que en ese rechazo instantáneo hay una posibilidad hay cierta forma de relación que le permitirá alejarse de los demás por un instante. Así, Meinhard será el único de los obreros que se animará a relacionarse con los lugareños, ya que no siente ninguna simpatía ni empatía con los colegas de trabajo y en la exploración del lugar y el acercarse a los demás verá una vía de escape para su situación. Grisebach, narra el encuentro entre este hombre (debutante en el cine) y los lugareños, y cómo entre ellos se forjarán lazos de amistad y profundos sentimientos, porque en ese encuentro él ve la posibilidad de reconfigurar su historia. Pero también cuenta cómo sus compañeros, algunos más, otros menos, le exigen definiciones, y él deberá armarse de valor para continuar con sus decisiones muy a pesar de aquello que le piden. Entre la tensión de Meinhard con sus compañeros, Meinhard con ese extrañamiento hacia los lugareños, y el desconocido pasado del personaje, la directora construye un relato apasionante sobre los vínculos y su radicalización en tiempos en los que el otro es defenestrado y no hay posibilidad de cercanía. La decisión de capturar las imágenes como “espiando”, y construir todo narrando con planos amplios para demostrar la soledad del lugar, son dos aciertos para un film que en manos de otro director podría caer en el tedio a los pocos minutos de inciado. Pero Grisebach es hábil, su mirada no es inocente y hace caminar a su personaje por un sendero sin revelar sus próximos pasos, pasos que lo llevarán a una inesperada decisión final y que revierte, tal vez, la potencia inicial de esa muestra fílmica de la comunidad entre los obreros.
La película de Valeska Grisebach es una reformulación del género de cowboys pero trasladado a la actualidad, con un tratamiento sutil, que crea constantemente tensión pero que nunca cae en un efectismo tentador o algún pecado grandilocuente. Un grupo de obreros alemanes son destinados a una zona rural de Bulgaria. Tienen que realizar una obra hídrica y llevan consigo esa carga de pueblo invasor que no olvidan y al que hacen referencia de palabra y con los hechos, como izar una bandera alemana en su campamento. Los vecinos del lugar los miran con recelo. Uno de los alemanes, el jefe, cree que puede llevarse el mundo por delante, mostrarse grosero con una bañista, quitarle el agua al pueblo. Entre su personal un hombre fuerte, muy flaco, guerrero de muchas batallas, pretende lograr un entendimiento con los hombres del lugar, aún con la terrible barrera idiomática. Un solitario y melancólico protagonista que busca arraigarse por amistad, lealtad, compañerismo. Nada será fácil, todo parece irreconciliable, “Cualquier cosa puede pasar en un pueblo” le dice uno de los líderes. La inteligencia del guión, escrito por la directora, y su talento para captar climas, detalles, lo sórdido y lo bello que surge entre esos hombres migrantes, dominantes y dominados. Todos tienen un código de comportamiento y zonas oscuras. No faltan los duelos, las armas, un caballo blanco, peleas, rivalidades. Momentos emotivos, y otros donde la violencia se palpa. Pero en un mundo como en el que nos toca vivir. Inteligente film con muy buenos actores.
Este drama sobre el choque cultural entre obreros alemanes y campesinos búlgaros fue nominado o premiado en más de una docena de festivales de todo el mundo, y hasta recibió el premio al mejor director para la cineasta y guionista Valeska Grisebach en Mar del Plata. Es una buena película, con algunas escenas logradas, pero muy despareja tanto en lo narrativo como en lo formal. "Western" cuenta las experiencias de unos trabajadores alemanes que viajan a un desolado paraje búlgaro para hacer algún tipo de obra relacionada con topadoras, taladros y canales fluviales. Sin describir con demasiada atención la tarea que sirve como motor para la trama, la película demora en arrancar, pero va mejorando a medida que se enfoca en la amistad de uno de los alemanes con uno de los lugareños. El protagonista, Meinhard Neumann (actor amateur, igual que el resto del elenco) es perfecto para el papel de tipo solitario y desarraigado que, sin embargo, logra un vínculo genuino con gente que ni siquiera habla su idioma. En este sentido hay momentos brillantes que equilibran las partes menos logradas, incluyendo un montaje vacilante, una duración excesiva y el total desinterés por aprovechar el paisaje búlgaro.
Un grupo de obreros alemanes llega hasta un pueblo de Bulgaria para trabajar en el proyecto de una obra hidráulica. En medio de un extenso paisaje natural, los hombres se instalan entre las montañas aprendiendo día a día los códigos de convivencia que el singular contexto les impone.
Tras 11 años de inactividad la directora Valeska Grisebach volvió al plano internacional al exhibir su nueva obra en el Festival de Cannes del año pasado. La espera no fue en vano: lla extensa reclusión de Grisebach tiene como fruto esta maravillosa película llamada Western, en lo que es una arriesgada estrategia por remitirse al género, aun manteniendo cierta distancia formal con epul mismo. - Publicidad - Entre un grupo de trabajadores alemanes que son enviados a construir una represa hidráulica, en algun punto remoto de Bulgaria, está Meinhard. Su andar cansino, su postura desgrabada y su reticencia a conversar, lo diferencia de sus colegas de tendencias gregarias quienes, con Vincent a la cabeza, se perturban ante la indiferencia de su nuevo compañero de trabajo. La cercanía a un poblado local es el refugio que encuentra Meinhard donde, a pesar de la infranqueable barrera idiomática, logra entablar un fuerte vínculo con los lugareños. La escasez de agua que debe ser compartida entre unos y otros o la desaparición de un caballo local fuerzan el acercamiento de ambos grupos, en el que Weiland se encuentra en medio. La escenografía de Western reúne todas las características del género: protagonista tactiturno, hombres a caballo, atardeceres fotogénicos, el saloon del pueblo, camaraderia entre unos y animosidad entre otros. ¿Cual es la variante moderna que encuentra Grisebach? En Western no hay formato panorámico ni el equilibrio compositivo fordiano. El registro de la pelicula representa una búsqueda observacional, separéndose del artificio estético del género hollywoodense para adentrarse en lo que es una represetanción mas sucia y directa de los acontecimientos. En Western hay pocas palabras y muchas elipsis, pocas heroicidades y muchas miradas contenidas, poca accién y mucho barro. La propuesta de trabajar con actores amateurs y la arbitrariedad con la que Grisebach seleciona los encuadres -contrario a la planificación metódica de un western- reenvían al espectador a una experiencia cuasi documental. Cada intento infructuoso de comunicación entre Meinhard y los bulgaros, cada mirada hosca que recibe el alemán y cada gesto humano que terminan brindándole los lugareños, pueblan a Western de una sinceridad gratificante. La cantidad de tiempo que llevó a la directora la realización de la pelicula se evidencia en la naturalidad en que se desenvuelven Ias relaciones entre los personajes. El misterio y la fascinación por lo desconocido guían al personaje en su búsqueda de aliados en la comunidad. En Western no existen los anticipos, los subrayados o enunciadores de una postura moralista frente a lo narrado. Las oposiciones características del género entre lo salvaje y lo civilizado, entre héroes y villanos, entre el honor y la decadencia, se cuelan al tiempo que Grisebach mantiene cierta ambiguedad discursiva. Las escenas pueden no tener un comienzo claro o tener un corte abrupto dado que Grisebach confía más en la riqueza que le puede brindar los actores y en conservar una indeterminación narrativa. Evidente muestra de esto es su final, tan banal y sin signos previos de la caída del telón, en donde Grisebach confía en la mirada de Meinhard como colofón de lo experienciado. Más de un año después de su estreno mundial en Cannes, y tras haber pasado por el Festival de Mar del Plata (donde fue premiada a la Mejor Dirección), llega Western a la Argentina, coproducida por Maren Ade, quien ya tuvo el estreno de su maravillosa Toni Erdmann. Indudablemente el cine alemán no atraviesa un momento de excelencia creativa y productiva, pero no existe período en el que no afloren individualmente grandes cineastas y grandes obras como la de Valeska Grisebach.
Se estrena hoy la tercera película de Valeska Grisebach (Bremen, Alemania, 1968), coproducción entre Alemania, Bulgaria y Austria, que ganara el premio de la sección Un certain regard en la pasada edición del Festival de Cannes. - Publicidad - Western es una historia de hombres duros desarraigos y comunidades, que vuelve a tocar la compleja relación de Alemania con los países del Este (Western significa “del oeste”, lo que es Alemania para un país como Bulgaria), países a los que el nazismo ha invadido o atacado y que guardan con Alemania (como prácticamente toda Europa), una relación de recelo e inferioridad especialmente económica. Recordamos otro título, Toni Erdmann, que ha realizado un interesante camino también en Cannes, dirigido por Maren Ade (Karlsruhe, Alemania, 1976), quien en esta ocasión es productora, toca el mismo tema, el de los alemanes trabajando e implementando soluciones corporativas en sociedades empobrecidas. Amén de los guiños al género y las intertextualidades posibles, hay interesantes puntas para pensar la película, como la cuestión linguística, un nodo que pivotea desde la tensión comunidad/región, local/global y la chance de comunicarse, la entropía del intercambio, la historia dolorosa invasor/invadido, raza superior raza inferior; la instalación de temáticas ambientales y las alusiones a las crisis de infraestructura de un continente desparejo, con el juego de palabras entre voda (agua) y soboda (libertad); los desplazamientos, nomadismos, migraciones, desarraigos y diásporas, las banderas y las fronteras, las balcanizaciones y la globalización; el motor del deseo, la naturaleza, el caballo, las masculinidades y la ilusión de una arcadia en crisis; la modernidad patriarcal en un mundo de varones que compiten por el control del territorio, que se miden y desafían. Nota publicada durante el Festival Internacional de Mar del Plata.
Es bastante inusual que una película como "Western", con una estética y un discurso muy alejados del cine comercial, llegue a la cartelera rosarina. Los filmes anteriores de la directora alemana Valeska Grisebach —"Be My Star" (2001) y "Longing" (2006)— no se estrenaron en la Argentina. Tal vez "Western" llegó por el empuje que recibió cuando se estrenó en el Festival de Cannes, o por el premio a la mejor dirección que ganó en el Festival de Mar del Plata. El título de la película no es caprichoso. Esta es una especie de relectura política de los westerns clásicos (con caballos y forajidos incluidos), aunque la acción transcurre en este mundo globalizado, en la frontera entre Bulgaria y Grecia. Ahí llegan un grupo de obreros alemanes temporales para poner en marcha una planta hidráulica, cerca de un pueblito búlgaro perdido en el tiempo. Los alemanes son tipos duros, primitivos y machistas, que plantan su bandera como para provocar y se ganan enseguida la desconfianza de los pocos habitantes del lugar. La diferencia la hace un tal Meinhard, una suerte de llanero solitario que no termina de encajar en el grupo y que, a pesar de las barreras del idioma, logra comunicarse con los pueblerinos. Valeska Grisebach registra estas situaciones en un tono casi documental, con cámara en mano y actores no profesionales. Por eso no hay giros dramáticos ni diálogos reveladores. El corazón de la película late en pequeños detalles, en gestos, en vivencias cotidianas que parecen rutinarias pero que dejan al descubierto la xenofobia, los prejuicios y las tensiones de clase entre la Europa rica y los países rezagados del Este. Justo ahí cuando uno espera un giro, o una explosión dramática en seco, la directora nos recuerda que la sutileza es una virtud poco común en el cine contemporáneo.
La política de la amistad Los misterios de la distribución son insondables. Toni Erdmann, de Maren Ade, no se estrenó jamás, Western, de Valeska Grisebach, sí, como lo atestigua la cartelera porteña. ¿Un milagro? La primera es una comedia alemana, apenas extraña para el estándar del cine mainstream, film respecto del cual incluso Hollywood intuyó su eficacia, quiso adaptar y hasta soñó con ese proyecto revivir a Jack Nilcholson en uno de los papeles clave. Western no es una comedia; pensar en un remake estadounidense es tan probable como el interés de la Casa Blanca por el cine de Werner Fassbinder, y además su protagonista, Meinhard Neumann, es insustituible. Los títulos mencionados pertenecen a dos cineastas alemanas notables de una misma generación y asociadas a una misma escuela, la de Berlín. Más que todo un mito de origen y una categoría cómoda para la retórica de la crítica cinematográfica, la Escuela de Berlín es un difuso fantasma en el que se reúnen cineastas que poco tienen que ver entre sí, excepto por la autoconsciencia de saber que renovaron unas dos décadas atrás el cine independiente alemán. En efecto, Angela Schanelec no comparte absolutamente nada de la sensibilidad de Christian Petzold, los dos grandes referentes del presunto movimiento. Pero la generación más joven quizás sí tenga algo en común. Ade es la productora del film de Grisebach, y en las dos últimas películas de ambas existe una forma oblicua de ejercitar una crítica política sobre el capitalismo global mientras el centro narrativo está orientado a cuestiones afectivas. ¿Una coincidencia feliz? Quizás. En Western, una compañía alemana de construcción envía a sus operarios a trabajar en una planta hidroeléctrica situada en algún paraje de Bulgaria, no muy lejos de Grecia. El pueblo en el que están es rural, y las condiciones materiales de subsistencia son bastante precarias para los visitantes. Los locales observan con sospecha a los obreros alemanas. La desconfianza tiene justificación, no solamente por la prepotencia de las máquinas y en ocasiones también por la conducta de algunos de los operarios, sino porque varias décadas atrás los alemanes estuvieron de visita en este mismo territorio. En aquel entonces no se trataba de cuestiones energéticas, sino geopolíticas. La memoria histórica persiste tenuemente, y Grisebach establece con algún que otro comentario de sus personajes un hilo secreto entre el ominoso pasado alemán (y búlgaro) en la Segunda Guerra Mundial y el capitalismo del siglo XXI. Por otro lado, un plano de una bandera alemana flameando en el campamento de trabajo dista de ser un signo inocente. Los conquistadores repiten ese gesto incansablemente. ¿No es la bandera en un territorio lejano o inexplorado un gesto primitivo de posesión? Pero la verdadera política de Western reside en otro lado, o en todo caso, su otra política, la que sí está del lado de Grisebach, se halla en las antípodas. Sucede que lo más hermoso del film se desarrolla en torno a una lenta amistad que se erige entre Meinhard, uno de los trabajadores, y un tal Adrian, un hombre de su misma edad que tiene una cierta importancia en la vida social del pueblo. Lo notable de Western radica en ese vínculo, en tanto que el afecto mutuo entre los dos hombres prescinde de un requerimiento casi indispensable de cualquier amistad: la palabra. Al desconocer la lengua del otro, y al no funcionar el inglés como un idioma puente porque uno de ellos no lo habla, la relación depende de una precariedad lingüística compensada por gestos, una experiencia compartida de cómo sienten el mundo y acciones mínimas que confirman la indescifrable empatía inicial que está en el origen de todas las relaciones entre desconocidos, operación afectiva de la que nunca llega a revelarse del todo su razón. Grisebach es capaz de seguir ese movimiento interior por el cual dos extraños se reconocen, después de un tiempo, amigos; no lo explica, pero sí lo muestra. El resto de Western se acomoda a los motivos que mueven el relato, que se despliega en el tiempo del ocio, propio de la amistad, algún que otro conflicto de poca intensidad vinculado al erotismo y la rivalidad entre hombres, los pasajes de trabajo y los precisos y económicos apuntes que resuenan de la Historia en el día a día de esta comunidad apenas conocida. ¿Qué más decir de este increíble film? Hay una virtud circunspecta en Western que nuestro cine contemporáneo no suele emplear: las grandes escenas ni siquiera se notan, porque pasan discretamente ente otras, como si no hubiera una demarcación entre lo ordinario y lo extraordinario. La falta de énfasis es la fuerza estética de Western. Trabajar a favor de lo imperceptible, esa es la poética que ilumina el tono sereno que cobija incluso los momentos de violencia. La poética de Western está ahí, frente a todos, sin que se enuncie. Esa sabiduría de la puesta en escena puede apreciarse en todo su pudoroso esplendor en el momento en que Meinhard siente el ritmo de la música de los otros y su rígido cuerpo no puede desentenderse de este y empieza a bailar. Es una de esas escenas que acompañan por siempre. Y no es la única que el film prodiga.
Viejo lobo solitario. Western, como el género, es embriagadoramente masculina. Nos vemos más que hombres sudorosos, rudos y conflictuados, trabajando…tratando de sobrevivir. La trama sigue a Meinhard, un obrero alemán, que junto a su grupo de trabajo se trasladan a una zona rural de Bulgaria, para construir una central hidráulica. Una vez instalados, las diferencias con los lugareños no tardarán en salir a la luz. La incomunicación por cuestiones netamentes idiomáticas, sumado el cierto aire de superioridad por parte de los alemanes, hará que los resquemores emerjan. Con excepción de Meinhard, un viejo lobo solitario (un ex combatiente) que de a poco irá ganando la confianza de los ruralistas. Un hombre de pocas palabras, duro, que reclama afecto. Solo basta ver la relación que entabla con un caballo. Si, Meinhard es un cowboy con conflictos existenciales modernos, que en vez de batirse a duelo busca un lugar de pertenencia, para sentirse protegido y amado. Todo esto se resume en el revelador final, cuando el rígido cuerpo del obrero se comienza a mover al ritmo de una melodía folklórica búlgara. Estamos ante una película de personaje, Meinhard respira y transita la historia con su caminar parco y su cigarro encendido. Un relato moroso, lento que da cuenta de los tiempos bucólicos y de la introspección del protagonista, al cual le es muy difícil manifestar sus emociones. Grisebach logra escrutar las relaciones humanas en un contexto determinado, explorando cuestiones como el machismo, los prejuicios y las diferencias culturales.
El relato transcurre en una zona fronteriza entre Bulgaria y Grecia, más en territorio búlgaro, donde un grupo de obreros alemanes trabaja para la puesta en marcha de una planta hidráulica. Estos personajes se van entremezclando con los habitantes del pequeño pueblo búlgaro y comienzan a surgir diferencias, conflictos y el problema de la crisis inmigratoria.Goza de un gran trabajo interpretativo de su protagonista, Meinhard Neumann, y el resto del elenco acompaña bien a pesar que no son actores profesionales. La cámara va siguiendo a cada personaje, describiendo su personalidad y características, no desarrollan un rol importantelas mujeres y están casi ausentes físicamente. Aquí los personajes son seres solitarios, cincuentones, donde se maneja más un lenguaje corporal. Su desarrollo nos lleva comprender y a reflexiona sobre los prejuicios, las diferencias culturales y socioeconómicasentre los países de la unión europea. Nos ofrece un ritmo lento, con una estupenda paleta de colores y fotografía. Este film resultó ganador del premio especial del jurado en la pasada edición del Festival de Cine Europeo de Sevilla.
Vi Western en el Festival Internacional de Cine de Mar del Pata e inmediatamente evoco ese sonido pegadizo de los acordes del final. Pienso y la recuerdo como una de mis mejores experiencias de festivales. Meinhard Neumann (actor absolutamente desconocido por mí) hace inmensa la película de la realizadora alemana Valeska Griseback, Neumann se pone a los hombros una película sórdida sobre el lema “pueblo chico…”. Un grupo de trabajadores alemanes estan en plena obra de una represa hidráulica en un pueblo de Bulgaria, la relación con los pueblerinos comienza de manera hóstil pero gracias a Meinhard (su personaje tiene el mismo nombre) los vínculos con los foráneos del lugar se consolidaran. Meinhard se aparta del grupo de trabajadores, de sus compañeros y se vuelve compinche de los habitantes de esa patria. El protagonista transita todos los estados emocionales, desde ser rechazado por la señora que vende “cigarettes” en el kiosco hasta ser “hermano” de Adrián el líder del pueblo. “Los alemanes” se sienten como una amenaza, pero Meinhard comienza de a poco a ganar su confianza. El hombre flacucho, con unos ojos eternos, muta de una manera increíble, convirtiéndose en el “Legendario”. Y es ahí donde la película funciona, más allá de un cierto homenaje al Western y a la aridez del género, el metraje alemán muestra como un extraño, que habla otro idioma, con otra cultura, puede ganarse el afecto de una comunidad diferente a la suya. La pesadumbre del comienzo cobra fuerza promediando la mitad de la película y todo resulta dinámico. En la segunda parte pasa de todo y los personajes fuertes, clásicos del Western, comienzan a movilizarse. Porque la película trata de cómo un lugar tranquilo, perdido en el mapa, se altera por la presencia de gente desconocida que generan recelo entre los hombres y deseo entres las mujeres aburridas. Meinhard que se devora la película y nos genera empatía, es lo mejor. Con un final con música pegadiza – amamos la música balcánica- las película de Valeska Griseback resulta interesante de explorar.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Western es el tercer largometraje de la directora alemana Valeska Grisebach, gracias al cual el año pasado obtuvo premios destacados como Un Certain Regard en Cannes, el Premio Especial del Jurado en el Festival de Sevilla y el Premio a Mejor Director en el Festival de Mar del Plata. Grisebach además de dirigir dicha cinta, estuvo a cargo del guión. La historia de Western trata sobre un grupo de obreros alemanes que deciden ir a trabajar a una central hidráulica establecida en un pequeño pueblo de Bulgaria. El personaje perteneciente de esta cuadrilla en el que se enfoca Grisebach es Meihnard (interpretado por Meinhard Neumann), un hombre de unos 50 años, de apariencia tranquila y pocas palabras. Una vez establecidos en tierra búlgara, el choque contracultural con la gente del pueblo no tardará en manifestarse, siendo el eje de esto tanto la historia heredada entre ambos países, como la diferencia palpable de algunas costumbres. No obstante, mediante la aparición de un caballo perdido, Meinhard progresivamente se aproximará a los pueblerinos, y pese a las dificultades de comunicación a causa de la incomprensión entre idiomas, se intentará comunicar con ellos, logrando así una aproximación, y posteriormente cierto vínculo próximo a la amistad. Esto no caerá en gracia al supuesto jefe de la cuadrilla, que por el contrario chocará en reiteradas veces con la gente del pueblo, quienes tampoco tienen una buena imagen de él, sosteniendo de esta forma la brecha inicial. Sin duda la historia que nos trae Valeska Grisebach en Western tiene una clara validez, presentado otro relato más de choques culturales, confrontaciones, y la posibilidad de generar un vínculo amistoso frente a las múltiples barreras que pueden aparecer. Los escenarios y fotografía cooperan en poner en sintonía al espectador, con una fuerte carga de escenarios naturales y paisajes amenos, que por momentos rememoran a algunas cintas de Werner Herzog. Grisebach se toma su tiempo a la hora de narrar las diferentes situaciones y de presentar en su totalidad a los personajes que conforman su relato. Sin embargo, como claro contrapunto, la duración del filme termina siendo demasiado extensa e innecesaria, dando la sensación de que la película por momentos está dilatada, generando baches y tornándose densa en algunos pasajes. Hay escenas que carecen de sentido, que dan la idea de estar de relleno, ya que su presencia no coopera a reforzar el entramado de la historia, sino que por el contrario provocan aburrimiento y la natural dispersión del espectador. Esto acorta la posibilidad de sentir empatía tanto con la narración, como con los protagonistas, pese a que la actuación de Neumann está a tono, siendo de lo más rescatable de esta cinta, que a fin de cuentas solo queda en buenas intenciones. Una verdadera lástima.
Relectura moderna y política de westerns clásicos, este filme muestra cómo esas tensiones fronterizas y culturales siguen manteniéndose hoy, casi dos siglos después de las peleas en el Viejo Oeste, en un escenario muy distinto: el Este de Europa. El nombre de Valeska Grisebach no resuena entre los de las directoras más reconocidas del mundo. Ni siquiera de Alemania, donde su colega Maren Ade (realizadora de TONI ERDMANN y productora de esta película) quedó como la gran representante femenina. Sin embargo, los que vimos su ya lejana opera prima SEHNSUCHT (2006), esperábamos su regreso desde entonces. La vuelta se produjo recién en 2017, con WESTERN, una obra que en apariencia es muy distinta a la anterior pero que, en lo profundo, revela intereses similares. WESTERN es y no es lo que el título parece indicar. De hecho, si fuera por la zona fronteriza donde transcurren los hechos –áreas limítrofes entre Alemania y Bulgaria– debería ser un “Eastern”, ya que es allí donde los conflictos entre “invasores” y, digamos, “pueblos originarios”, se producen. El filme se centra en lo que sucede cuando un grupo de trabajadores alemanes va allí a montar una planta hidráulica y se generan tensiones con los locales. El protagonista es un tal Meinhard, un ex legionario, un hombre que, un poco casualmente, termina “del otro lado” de la disputa territorial, involucrándose en las vidas de los locales. Mientras sus compatriotas los miran con desprecio, acosan a sus mujeres, hablan de que “nos tomó sólo 70 años volver” –en relación a la invasión en la Segunda Guerra– y hasta izan, provocativamente, una bandera alemana, los locales van empezando a pasar del fastidio al enojo. Meinhart, quien juega un rol parecido al de Kevin Costner en DANZA CON LOBOS, parece sentirse más a gusto con sus nuevos amigos que con sus compatriotas. Pero de todos modos, los búlgaros tampoco parecen convencidos de los motivos de la presencia de este hombre en apariencia amable. Y los alemanes tampoco entienden bien qué hace con ellos. Grisebach observa cómo se van dando estos hechos de manera sutil, sin grandes giros dramáticos ni diálogos expositivos. De hecho, al hablar distintos idiomas lo que parece funcionar entre ellos es una comunicación silenciosa, de códigos, de miradas. Relectura moderna y política de westerns clásicos, Grisebach muestra cómo esa tensión fronteriza sigue manteniéndose hoy, casi dos siglos después de las peleas en el Viejo Oeste.
La película de Grisebach no privilegia una historia sino un estado de situación, la exploración de un territorio donde parece prevalecer la ley del más fuerte. El universo retratado es masculino y el western como género es adoptado como tal para resignificar sus elementos estructurales e iconográficos. Ha sido y es tan noble esta modalidad para el séptimo arte que, a primera vista, todo lo que evoque su nombre parece estar bien, aunque en este caso el despojamiento sea la herramienta de la que se vale la directora para dejar fuera de campo algunas reglas básicas. El protagonista (excepcional) es Meinhard, un tipo de rostro imperturbable, obrero de la construcción, que no se lleva muy bien con sus compañeros. Está siempre al margen y no participa necesariamente del primitivismo en que estos incurren y que se presenta como opción posible en el lugar que habitan circunstancialmente. Están construyendo un sistema hidráulico en un pueblo de Bulgaria, lugar que les resulta hostil. Sin embargo, Meinhard se las ingenia para cruzar frecuentemente la línea fronteriza e incursionar en las costumbres y rituales de los lugareños. Su condición de forastero solitario le otorga ciertos privilegios pero al mismo tiempo lo pone en peligro frente al recelo de sus pares y a la desconfianza de los otros. Hay una tensión y una incomodidad constantes que le sirven a la directora para excluir estallidos emocionales como acciones explosivas. La morosidad para captar el paisaje y los progresivos encuentros dilatan un final épico, legendario, para ofrecer el mejor segmento de la película, hacia el final, abierto como la geografía misma que funciona de marco. Pese a ese continuo trabajo de despojamiento, sutilmente se incorporan referencias que recrean tópicos y figuras del western (juegos de salón, desafíos, enfrentamientos, desplazamientos, demarcación de espacios, paisajes abiertos), pero también se habilita un eje interesante que, subterráneamente, configura la principal confrontación entre los dos hombres alemanes que forman parte de la construcción hidráulica. Se trata de sujetos que se mueven a partir del deseo. Uno (el jefe) de manera salvaje, carnal; el otro (Meinhard), movilizado por una misteriosa pulsión que lo lleva a regresar siempre al mismo lugar, ya sea por diversos intereses, amistad, amor o por orgullo. Ambos persiguen a una mujer, pero las consecuencias en uno y otro caso son diferentes. Son varios los tramos en los que el protagonista nos recuerda los impasibles rostros de los héroes que dignificaron al género. Su trabajo es extraordinario porque física y gestualmente combina la tradición con un distanciamiento propio de directores como Fassbinder o Kluge. Hay un pasado familiar doloroso y una necesidad de afecto que no pueden ser compensadas más con el aislamiento o la posibilidad de vincularse afectivamente con los animales, sobre todo en un espacio donde la violencia simbólica imposibilita cualquier relación humana de intercambio. Si hay algo que destierra la película es la falsa pintura de encuentros multiculturales que tanto deleitan a los papers académicos de turno. Los núcleos familiares de los lugareños son muy férreos y mantienen un cerco difícil de traspasar, pese a momentos donde la amistad se desarrolla como escenario posible. En todo caso, las relaciones que se establecen y que posibilitan los cruces entre ambos países pasan por el dinero o por el deseo sexual. Meinhard es un sujeto cuya ética se rige por el deseo en mundo de barbarie. Tal vez eso justifique el enigmático plano con el que cierra la película. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
Pese a que el título induce a pensar que es una película del viejo oeste, no es así. Ocurre actualmente, en una reserva natural búlgara, próxima a la frontera con Grecia. Es verano y un grupo de operarios se dispone a comenzar a trabajar en la construcción de una central hidráulica con camiones, excavadoras, etc. Entre esos hombres se destaca la presencia de Meinhard (Meinhard Neumann), que anteriormente fue legionario y combatió en algunas guerras pero ahora se siente libre, pues no tiene familia, ni le interesa volver a su país, vive el momento, está donde quiere estar y con quién quiere estar. Por eso en sus ratos libres se aleja del grupo y pasea por el lugar, hasta que encuentra a un caballo suelto, se lo apropia y cabalgando descubre a un pueblo que está bastante cerca de la obra en la que trabaja. El director Valeska Grisebach nos cuenta una pequeña historia donde muestra los conflictos entre los obreros y sus proveedores, porque tienen que resolver ellos mismos los inconvenientes y la empresa que los contrató los mantiene olvidados, sumada a la presencia incómoda del protagonista cuando entabla relación con los pueblerinos y, pese a hablar idiomas diferentes, es aceptado, pero algunos lo miran con recelo y desconfianza, pues ni ellos ni los espectadores sabemos bien, cuáles son sus intenciones. El film tiene un ritmo cansino, uno puede suponer que no pasan cosas, pero no es así, son expresadas sutilmente, porque pese a que cada vez transcurren más tiempo los trabajadores en el pueblo, la obra en construcción avanza poco. Meinhard es un referente cada vez más importante, la tensión avanza lentamente, se percibe que algo tiene que estallar en algún momento, pero no se sabe de qué manera. En definitiva, todo el relato es cómo una gran excusa para mostrarnos, desde el punto de vista del director, cómo son las relaciones humanas, lideradas especialmente por hombres, en una sociedad con una cultura machista e intolerante con el distinto, como ocurren en ciertos países con costumbres arraigadas desde hace cientos de años y es muy difícil hacerla cambiar. Por cómo está estructurada la narración, al realizador le interesa enfocar esta obra desde la parte social, la importancia de los vínculos, prescindiendo de erigir al protagonista cómo un héroe, o provocar una lucha pueblo-operarios, simplemente sigue al ex legionario con todos sus contratiempos en una historia sin fin.
Luego de su paso por el festival de Cannes del 2017 se estrena en nuestro país Western de la directora alemana Valeska Grisebach. Un film con un naturalismo extremo que brinda una mirada etnográfica sobre las desigualdades y la idiosincrasia europea. Western está ambientado en Bulgaria, donde un grupo de trabajadores alemanes se trasladan para mejorar la canalización de un río. Frente a esta situación Grisebach explora no sólo la emocionalidad de sus personajes, sino también brinda a la narración un análisis profundo de la geopolítica actual dentro de las diversas fronteras y culturas europeas. En la película aparecen dos grupos de personas que reivindican su identidad con representaciones moralmente diferenciadas. La percepción que tienen de cada uno fortalece la separación y la dificultad de entenderse. De un lado, se encuentran los alemanes que apenas se establecen en territorio ajeno plantan su bandera poniendo en evidencia su mentalidad paternalista, como si aquella tierra les perteneciera por el simple hecho de proporcionar una nueva infraestructura. Por otro lado, los búlgaros ven a sus hermanos europeos como invasores que manejan el dinero, pero reivindican su potestad a controlar y decidir sobre todo lo que les rodea, empezando por el agua. La mirada de Grisebach apunta a cómo los alemanes y los búlgaros parecen ser abandonados en este espacio de la naturaleza. Western tiene varios elementos que recuerdan al género norteamericano por excelencia: caballos, invasores, locales, el río y la tensión violenta entre ambos grupos. Grisebach traslada estos códigos del cine estadounidense a la idiosincrasia de una Europa actual sumergida en desigualdades, de poderes regidos por el dinero y el sueño de un futuro mejor. Este planteo está bien representado por el personaje de Meinhard que, a diferencia de sus compañeros germanos, intenta establecer vínculos con los habitantes del pueblo, demostrando que, pese a las barreras lingüísticas y culturales, se pueden establecer lazos de amistad y hasta incluso fraternales. Lo más impresionante del film es el gran análisis de Valeska Grisebach sobre la masculinidad y cómo al mismo tiempo reivindica la visión de las directoras mujeres, apartándose de los clichés que conlleva el universo femenino frente a la industria cinematográfica actual. Es gratificante contar con una mujer que sabe construir desde una mirada documentalista una historia que revista de cierta importancia el choque cultural europeo.
Otra forma de comunidad “Los seres humanos son como animales. Sobrevive el más fuerte”, va a expresar Meinhard, protagonista y gran personaje de Western (2017), la extraordinaria tercera película de la cineasta alemana Valeska Grisebach (Mein Stern, 2001; Sehnsucht, 2005). La respuesta de su interlocutor, en una escena inolvidable por su significación política, va a conseguir quebrantar por un momento su desdichada situación de existencia. Tan solo un gesto que promueve la posibilidad inesperada de una comunicación afectiva entre dos personas de nacionalidades distintas y que logra agrietar la férrea disposición de una forma de pensamiento dominante. La infracción transitoria de una ley –“La ley del más fuerte” es el subtítulo de la película– que tiene como exclusivo propietario al hombre. Grisebach se va a acercar al universo masculino, va a indagar sobre sus mecanismos, las convenciones que rigen sus comportamientos y que dejan entrever la correspondencia íntima entre la masculinidad y el proceder nacionalista. Y lo va a hacer sin enunciar en ningún momento sus intenciones, sin explicarlas ni subrayarlas. El drama reducido a su expresión mínima. Una narrativa de pocas palabras, más bien pequeños gestos, en donde reina sobre todo la sugerencia, la insinuación. Tan pocas palabras como las que va a formular Meinhard (Meinhard Neumann) durante el transcurso de la historia. Un hombre insondable y solitario –su mirada es un secreto–, exsoldado alemán en las excursiones imperialistas de Alemania en Afganistán, África e Irak. Meinhard trabaja junto a un grupo de obreros alemanes en la construcción de una central hidroeléctrica en una reserva natural de Bulgaria. La instalación del campamento germano en territorio búlgaro va a ser recibida por la población como una intrusión sospechosa que remite a una ocupación previa. Un incidente con una mujer de la zona va a acicatear una convivencia problemática. La relación de poder que se establece entre unos y otros será señalada con cautela. La mujer se convertirá en la manifestación más concreta de una disputa por el espacio. La prepotencia y la (im)potencia aparecerán como señales precisas de una virilidad en juego. Cuando comiencen las tareas de preparación del terreno, los trabajadores alemanes instalarán, acaso como provocación, tal vez como signo irrefutable de pertenencia y propiedad, una bandera de su país. Se moverán en grupo; la nacionalidad los reúne, define su identidad. Sin embargo, Meinhard se mantendrá al margen, va a prescindir de esa “comunidad imaginada”. Como un outsider, como un superviviente sin lugar donde asentarse –“No hay nada que me haga quedar en casa”, va a expresar en algún momento–, intentará relacionarse con los habitantes del pueblo. Aproximación que será gradual y dialéctica, entre la aceptación y la resistencia. La actitud de Meinhard será observada con recelo por parte de sus compatritotas. Especialmente por Vincent (Reinhardt Wetrek), el jefe de la cuadrilla. El enfrentamiento entre ambos, contenido y sutil, sin necesidad de remarcar a partir de la exposición manifiesta de una violencia explícita, organiza el desarrollo de la trama. En Western todo sucede a un nivel subterráneo. La tensión es encubierta. Grisebach exhibe un manejo notable del tiempo. Un relato que avanza con prudencia, sin apresuramientos ni sobresaltos. Las formas y los tópicos del género que el título del film advierte es reapropiado con inteligencia, en tanto que presenta un conflicto entre hombres –que revela, a su vez, el lugar que tiene la mujer en esa contienda–, desde una perspectiva singular, tan singular como un baile extraño. Una perspectiva que deja abierta la posibilidad de una forma diferente de reunión en la que estos hombres puedan, a pesar del lenguaje, comunicarse. O mejor dicho, para que puedan imaginar otra forma de comunidad. Gran película Western.