La niñez nunca deja de ser abordada por el cine, sin importar lo dramático que pueda ser el enfoque elegido por quien dirija. Argentina tiene exponentes clásicos, como Crónica de un niño sólo, ópera prima de Leonardo Favio. Yo niña, también ópera prima pero de Natural Arpajou, tiene con qué para acercarse en calidad al largometraje de Favio. Armonía (Huenu Paz Paredes) tiene 6 años y es hija de una joven pareja hippie. Viven en una casa flotante en la Patagonia, lejos de la ciudad y de los que Pablo (Esteban Lamothe) llama burgueses. Un hecho que casi termina en tragedia los obliga a vivir en la ciudad y a chocar con ideales que no se corresponden con los que venían pregonando. Será el inicio de una serie de situaciones que pondrán a prueba en nivel de madurez de la familia. Sobre todo, de Armonía: aunque es consciente de los momentos duros que le toca atravesar, todavía piensa que sus padres no son sus padres y, de vez en cuando, trata de comunicarse con extraterrestres -supuestamente, su verdadero clan- que la llevarán a un lugar mejor. La película tiene un gran número de virtudes, pero ninguna tan destacable como el trabajo del punto de vista de Armonía. Durante casi todo el tiempo la cámara está con ella y muestra peleas y alegrías desde su óptica, varias veces mirando a través de ventanas. Remite a Ana (Ana Torrent), la protagonista de Cría cuervos, de Carlos Saura, por su exposición a cuestiones de adultos y también porque no deja de ser una niña con sus anhelos de carácter imaginativo, aunque también ligados a la dura vida real. Además, la directora nos presenta las andanzas de la nena y de sus padres, con sus logros y sus errores (numerosos), pero sin pronunciar juicios de valor. Otro mérito de la directora es el casting, en especial el de la debutante Huenu Paz Paredes. A lo largo del film atraviesa distintas emociones, y lo hace de manera convincente, como una adulta pequeña, sin caer en la caricatura. Una verdadera revelación y una de las actrices infantiles más emblemáticas de los últimos tiempos. Por el lado de los adultos, Lamothe y Andrea Carballo (protagonista de Lo que haría, el corto más célebre de Arpajou) hacen un trabajo convincente como adultos que, con su mirada de la vida, intentan sobrevivir, llegando a la desesperación y la bronca. Mención especial para Bimbo Godoy en el rol de la tía de Armonía, ya que aporta toques necesarios de humor, y para Mariano González (protagonista y director de Los globos), con un papel breve pero crucial. Yo niña es un modelo a seguir a la hora de narrar historias desde la óptica de un chico y marca un muy buen inicio de Natural Arpajou en el terreno de los largometrajes.
Un largometraje audaz y provocativo es el primer largometraje de Natural Arpajou titulado “Yo Niña”. Multipremiada en sus cortos, la directora debuta con una historia narrada desde la mirada de una niña que no comprende. Los protagonistas principales son Andrea Carballo, Estaban Lamothe y la pequeña Huenu Paz Paredes. Junto a una música que acompaña la sensibilidad y una fotografía lograda, la película se desliza por las atribulaciones de una nena de seis años. Armonía, quien de ella se trata, es hija de unos padres antisistema y en esa elección hacen de ella un ser raro. Ante distintas eventualidades, los padres de este film entienden por fuerzas mayores que el sistema, malo o bueno, querido o no, a veces resulta indispensable. En algunas partes, la cinta resuena en lo que parece ser duras e intensas experiencias autobiográficas. La película muestra esta historia desde el universo interior de la pequeña, quien, no entendiendo a ese mundo en el que vive, y con una madre alcohólica, que quiere pero no puede estar para su hija, pide ayuda a los marcianos. Los reproches, lo inconcluso, los secretos, lo no contado y lo no sabido contaminan aún más la difícil relación madre e hija. “Yo Niña” es un relato sobre la soledad y las desesperaciones infantiles expuesto de forma descarnada y visceral en paisajes del sur fascinantes.
Barbie no tiene la culpa La protagonista de esta ópera prima de la directora Natural Arpajou se llama Armonía, nombre elegido por Pablo (Esteban Lamothe) y Julia (Andrea Carballo), con quienes vive en condiciones poco aconsejables para un niño en etapa de crecimiento, dado que los adultos que conforman su entorno intentan no contaminarse con ninguna regla social y se aíslan en La Patagonia para evadir responsabilidades y dejar librado a la naturaleza y a lo que la naturaleza provea en la aventura del día a día para no perder su falsa libertad. No comen nada que provenga de lo animal y quitan la posibilidad a la niña de cabellera zanahoria -como aquella heroína de la película animada Valiente- ir a una escuela porque pretenden que no viva servil al sistema opresor y tampoco que caiga en las redes del consumismo, el miedo y el control social. Sin embargo, Pablo y Julia, a quienes Armonía llama por su nombre y no precisamente Mamá o Papá, atraviesan un sinfín de contradicciones, la transmiten sin filtro y comparten todos sus problemas con la niña en un trato casi adulto, muchas veces arriesgado para su escaso nivel de entendimiento. Sin tomar partido, sin juzgar personajes pero con la intención de respetar el punto de vista de Armonía, la realizadora desarrolla meticulosamente una historia de infancia perturbada, de acuerdo a sus propias palabras reinventa su propia historia y reflexiona entre un ambiente tóxico aunque a la vez rico en detalles, que conforman la crianza de una niña. La falta de experiencia en la paternidad y maternidad también ocupan un espacio en la trama, así como los contrapuntos cuando Armonía no encaja en ningún lugar que no sea ese refugio idílico en La Patagonia. Es meritorio que en Yo, niña se respete en todo momento el drama disfuncional por encima del descubrimiento de un universo cerrado pero que funciona para el pequeño grupo que lo habita, y en ese sentido el aporte del elenco es sustancial, pues tanto Esteban Lamothe como Andrea Carballo son creíbles y convincentes en sus ideas, y la sorprendente Huenu Paz Paredes entrega con cuerpo y alma un extenso tapiz de emociones y micro gestualidades asombrosas. Yo, niña es una película sobre la niñez, sobre los adultos niños y sobre los niños que necesitan a veces que no se los trate más como adultos.
“Mi infancia fue dolorosa. No podía esperar a crecer. Sentía que los adultos tenían todos los derechos: pueden llevar sus vidas como quieren. Un adulto infeliz puede empezar de cero, pero un niño infeliz está indefenso”, decía el maestro de La piel dura, de Truffaut, un experto en infancias difíciles. Natural Arpajou parece haber hecho suyas esas palabras a la hora de contar su propia niñez en esta autobiográfica opera prima. Armonía no vive en la calle, no es golpeada ni abusada. Tampoco puede decirse que no sea querida. Simplemente tuvo la mala suerte de que le tocaran un par de incompetentes como padres. Que repudian a la sociedad de consumo y por eso, aferrados a los ideales del hippismo, deciden vivir en plena naturaleza, alejados de cualquier vestigio de civilización occidental y cristiana. Como el personaje de Viggo Mortensen en Capitán Fantástico, con la diferencia de que ellos son los Capitanes Desastre. Porque no están preparados -a nivel práctico ni emocional- para llevar una vida que exige un nivel de organización que compense la falta de comodidades. Y muchísimo menos, para criar a una hija en esas circunstancias. Ni siquiera tienen el título habilitante de mamá y papá: en el marco de esa crianza alternativa, Armonía los llama Julia y Pablo, como si fueran hermanos mayores. Siempre narrando desde el punto de vista de Armonía, Arpajou consigue transmitir la desesperación de esa nena que crece a los tumbos, carente de figuras adultas que le den un marco de referencia y contención. Cuenta como aliados con los buenos trabajos de Andrea Carballo y Esteban Lamothe y, sobre todo, de esa pequeña revelación llamada Huenu Paz Paredes, un gran proyecto de actriz. El agobiante clima de la película contrasta con los escenarios en los que transcurre: puede haber angustia y desolación en los paradisíacos bosques y lagos patagónicos. En constante pie de guerra contra sus padres, Armonía pide a los gritos explicaciones o que alguien venga a rescatarla de ese estado de indefensión, aunque tenga que venir de otro mundo.
Basada en una historia real, la de la propia directora, "Yo, niña", de Natural Arpajou, es un crudo aunque simpático relato de las vivencias de una crianza con padres para nada tradicionales. Hay quienes les escriben una carta a sus padres, algunos les hablan personalmente, Natural Arpajou hizo una película. Si una palabra define al universo de "Yo, niña", es precisamente, la misma que le da nombre a la realizadora, natural. Desde la primera secuencia, hasta los créditos finales, prima la sensación de que, más allá de la ficcionalización, hay transparencia, naturalidad, y franqueza en lo que cuenta. Algo que sólo se logra cuando hablamos de algo que vivimos en carne propia. Natural Arpajou viene del mundo del cortometraje con éxito, y este es su primer largometraje. Lo cual le otorga un valor extra. No todos logran hablar y transmitir tan abiertamente en su primera experiencia en el largo. Natural creció dentro de una comunidad hippie a la que pertenecían sus padres. De eso se trata Yo, niña; de una niña (valga la redundancia) que deberá crecer en un contexto en el que la forma de ser de sus padres es trascendental. La historia se centra en la década del ’70. Primera observación, la reconstrucción es sutil, no necesariamente marcada; la encontramos en detalles, objetos, formas; y (casi) no hay referencias directas a la época oscura que atravesaba el país; aunque indirectamente está (muy) presente. Armonía (Huenu Paz Paredes), como la llaman sus padres aunque su DNI diga otra cosa, vive con sus padres que, por decisión propia, decidieron irse de la ciudad, y vivir en una casilla al costado del río. Ambos pertenecen a la cultura hippie, aunque sean distintos entre sí, y llevan a su pequeña hija a vivir una vida autosustentable con las carencias típicas del caso, aunque ganando en una vida de, precisamente, armonía. Arpajou nos hace pensar cuánto de nuestros padres hay en nosotros, cuánto nos marca de un modo u otro la forma en que nos crían, y verlos a ellos como referencia adulta. Más en el caso de Armonía, que es la única referencia o contacto que tiene. No va a la escuela, su madre le enseña; y se abastecen con lo que tienen alrededor, o de un intercambio similar al trueque directo. Armonía desliza frases que son las de sus padres. Es una pequeña con una gran personalidad, y en la cual, el estilo de vida naturalista de sus padres, con fuerte raigambre ideológica, está muy marcado. Determinado acontecimiento, hará que los tres deban mudarse circunstancialmente a la ciudad, y allí Armonía vivirá, sentirá el contraste, para bien, y para mal. Con la hermana de su madre, con el colegio, con un amiguito que logra tener. Arpajou logra escenas de comedia (es imposible no sonreír ante la nena expresando principios básicos de la doctrina ideológica), y otras muy duras, que duelen en el alma. Pero siempre se resalta la naturalidad, nada es forzado o maniqueo. En su trayectoria como cortometrajista, Natural ya había expresado su gran talento, haciendose con varios premios en el Festival de Mar del Plata. Festival al que este año volvió con su primer largometraje. La ductilidad que ya había demostrado para manejar la dirección de actores, y construir diálogos que fluyan como el río; queda plasmado nuevamente en "Yo, niña". Andrea Carballo como la madre logra una interpretación sentida. Es la que más conexión tiene con Armonía. Es un personaje de fuertes convicciones, dura, ¿inquebrantable?, pero también víctima; atrapada en su propio “juego”. No es fácil que el espectador la comprenda, y entre su actuación y la realizadora, lo logran. Esteban Lamothe, como el padre, también encuentra un punto justo, en la forma habitual de interpretar del actor de El estudiante, y lo que requiere el personaje. Su trabajo también es correcto. Los contrapuntos de la pareja, que comparten la ideología, pero la expresan de modo diferentes, y tienen muchas contradicciones para con el otro, para con terceros, y para con sí mismo. En esos detalles, la historia vibra. Sobre el final, habrá un giro que puede dividir aguas, pero nuevamente, todo es tan natural y armonioso, que es indiscutible. Huenu Paz Paredes es el gran hallazgo de la película. Armonía se hace querer desde el primer segundo. La pequeña no tenía un trabajo sencillo, hacer creíble una crianza tan particular. No solo lo logra, conquista, enamora. Es imposible no recordar "Capitán Fantástico" al ver "Yo, niña". A diferencia de aquel, Arpajou juzga, no titubea, y aún así, tiene una mirada contenedora de esos padres, sus padres. No hace concesiones, los muestra con contradicciones, y en decisiones equivocadas, pero siempre sabiendo que el amor hacia su hija es innegable, por más maltrato que haya (sí). La belleza de los escenarios naturales de El Bolsón, sabiamente filmados en planos abiertos, es otro aporte distintivo definitivo. Natural Arpajou creo una ópera prima cagada de sutilezas y grandes momentos, que pese a su dureza, se ve con una sonrisa, y nos deja pensando. "Yo, niña" es una gran sorpresa; el talento de su directora, recién lo estamos descubriendo.
La niña del título sufre la toma de decisión de los adultos que la educan, llevados por el fanatismo de las ideas radicales neo-hippies, antisistema, vegetarianos, supuestamente idealistas bien intencionados que la llevan a vivir en el medio de la naturaleza, sin luz, sin agua, sin escolarización, con un nombre de fantasía. Pero en ese contexto la naturaleza de su madre linda con el abandono, con el alcoholismo, son adultos que no cubren las necesidades básicas de asistencia y alimento. Y esa niña que pide ayuda a los marcianos, está atrapada en conflictos y soledades, sin contención la mayoría de las veces. La sensible directora Natural Arpajou, se basó en ecos de su propia vida, para exorcizar dolores pasados, y realizar un retrato de una vida infantil crudamente expuesta, con momentos de una intensidad única y avasallante. La protagonista de la película es la niña Huenu Paz Paredes, un verdadero prodigio que transmite sus sentimientos sin los vicios que suelen tener los actores infantiles. Esteban Lamothe y Andrea Carballo cumplen bien encarnando a esos adultos complejos, irascibles, atrapados en ideas que disfrazan sus carencias y complejidades. Una película que combina con empatía lo que les ocurre a sus protagonistas, con momentos de extremo rigor, pero también con compasión. En el último festival de Mar del Plata recibió una mención especial de PCI (Asociación de directores de Cine).
Particularisimo viaje al pasado con una niña protagonista que debe sortear las decisiones de sus padres para sentirse libre en medio de la naturaleza. Una primera etapa potente de presentación de personajes y belleza estética, deja el espacio a un desenlace un tanto rebuscado que traiciona ese arranque.
La filosofía de vida hippie predica la paz y el amor por sobre todas las cosas, pero (como todas las filosofías), son falibles. Una de esas falibilidades es la pregunta de cómo se podrían criar hijos dentro de esta filosofía. Partiendo de este concepto, Natural Arpajou trae a la mesa Yo Niña, una propuesta que cuenta con la invaluable ventaja de aportar la mirada de alguien que vivenció ese universo. Mucho más que paz y amor Armonía es una niña de 8 que vive en una comuna hippie con sus padres, completamente alejada de la civilización. Su vida pasa por una dieta rica en vegetales y la educación en casa. Todo parecería indicar que el plan de criar a la pequeña por fuera del sistema está funcionando, hasta que un día su cabaña se incendia y se ven obligados a mudarse al departamento de la hermana de su madre, en la ciudad. Las cosas se complicarán cuando Armonía empiece a tomar el gusto por los distintos detalles de esa nueva vida rechazada por sus padres, generando no pocos roces con ellos. Yo Niña es una propuesta clásica en su planteamiento, pero que tiene la seguridad de basar su desarrollo en simplemente explotar todas las aristas posibles del choque de ideologías entre el “pragmatismo” de la sociedad urbana y la “hipermoralidad” de la comunidad hippie. Arpajou tiene el ojo lo suficientemente afilado para saber cuándo aportar una cuota de comedia, sin olvidar que el foco está en el drama. No obstante, este choque es solo la parte que se ve. Presente en el subtexto de cada escena está el verdadero tema de la película: que a la hora de criar a los hijos, el ego paterno debe ser removido de la ecuación, que el interés de los hijos es la prioridad, que deben prepararlos para un mundo hostil y dejarlos elegir, incluso si eso significa que esa elección sea, como lo ponen ellos, “ser esclavo del sistema”. Como es mandatorio a cualquier desarrollo temático, el mismo no puede quedar reducido a solamente la niña. Otro acierto de la historia es que paralelamente, mientras Armonía descubre este mundo, observamos cómo sus padres están teniendo problemas para lidiar con una inevitable realidad: que ellos también son esclavos de un sistema, a lo mejor no uno capitalista, pero un sistema al fin. Es muy fácil hablar de paz, amor libre y expansión mental, cuando esos conceptos son ideales. Cuando se sale al mundo, cuando esos ideales son desafiados, es ahí cuando se traza la línea entre una filosofía de vida y la negación de la realidad. No discernir entre ellas puede traer consecuencias funestas: Arpajou, con honestidad, conocimiento de causa y sobre todo agallas, lo ilustra. No lo juzga, esa responsabilidad ya corre por cuenta de los espectadores. En materia actoral, Esteban Lamothe aporta una eficiente labor como el padre de esta familia. Andrea Carballo conmueve con una múltiple gama de expresiones, y una vida interior que saca a la luz la enorme multidimensionalidad y contradicciones que significa interpretar un personaje a quien desde la primera escena vemos sufrir por sus ideales. También es necesario mencionar la labor de la niña Huenu Paz Paredes, que le insufla gran naturalidad y picardía a su personaje, más mucha prolijidad para cambiar del registro cómico al dramático. Un logro no menor para una niña tan pequeña sobre quien descansa el protagonismo de la película.
Desde lejos, y desde el ya lejano comienzo de los 70, la gente hablaba más o menos admirada de "los hippies de El Bolsón". Sospechaba algo así como un sueño de libertad, labor creativa sin alienaciones, sexo libre, música progresiva, convivencia feliz apartada de la sociedad de consumo y la contaminación ambiental, en fin, la famosa era de Acuario hecha realidad en las cercanías del Lago Puelo. Pero una cosa es soñarlo, y otra es vivirlo. Sin hacer exactamente una autobiografía,Natural Arpajou evoca aquí su propia infancia en esa ilusión, a través del personaje de una niña llamada Armonía, que disfruta de la naturaleza pero también requiere un servicio médico en caso de urgencia, está confusamente ideologizada por el supuesto padre ("¡Engranaje del sistema!", le grita al otro supuesto), sufre a la madre, desengañada pero todavía empecinada, y descubre como una revelación las milanesas que le prepara la tía cuando en algún momento deben bajar a la ciudad. También revelador, su paso por la escuela, donde la miran como bicho raro y debe usar un nombre menos bonito. "El otro nombre", era el título de rodaje, pero quedó "Yo niña", porque la película habla de eso, de la infancia, y la necesidad de estar bien con los padres aunque sean hippies y encima vegetarianos, porque de otro modo prefiere que la salve un plato volador. Dicho sea de paso, también Arpajou recibió otro nombre, Aurora, cuando nació en Mar del Plata. Pero prefiere como la llamaban sus padres. Muy buena cortometrajista, este es su primer largo, y vale la pena. Muy buena también la pequeña protagonista, Huenu (Cielo) Paz Paredes.
Sobre hippies y niños Luego de una exitosa carrera como cortometrajista (Ana y Mateo, Lo que haría, Espacio personal y Princesas) Natural Arpajou debuta en el largo con una historia personal, la de su infancia en el sur argentino. La capacidad de Arpajou como guionista y directora de actores se manifiesta en Yo, niña (2018), si bien no había pasado desapercibida tampoco antes de que se lanzara al formato del largometraje: sus cortos le valieron numerosos premios y prestigiosas nominaciones, ganando cuatro veces el Festival de Mar del Plata. La historia de la película o, más bien, la premisa a partir de la cual deshila el relato, la encontró en su propia infancia. Una etapa marcada por los desarraigos y las mentiras. Armonía es la hija de una pareja de hippies que a mediados de la década del 70 decide abandonar la ciudad y comenzar una nueva vida en una cabaña sin las comodidades estándares y viviendo de la autosustentación. Armonía disfruta de lo nuevo pero también se hace preguntas y es cuando debe regresar a la ciudad por una situación particular no prevista que redescubre el mundo real, ese mundo del que los padres quieren huir pero en el que Armonía quiere permanecer. Arpajou expone la conflictiva relación de una familia, su familia, en un film autobiográfico, eligiendo narrarlo desde el punto de vista de una niña, que funciona como su alter ego. Para eso se apoya en un guion impecable, sin fisuras, y unas imágenes magníficamente compuestas, coloridas y poéticas; adoptando el tono característico de un cuento de brujas, desgarrador, oscuro, con una mirada naif que, sorprendentemente, no cae en el golpe bajo, y, logra relatar un drama sin recurrir a la lágrima fácil. Aunque el golpe sea directo y la catarsis también. El encanto de El Bolsón, representado maravillosamente por amplios planos abiertos, pero evitando el regodeo, y un elenco que incluye a Esteban Lamothe, Andrea Carballo, Mariano González, Marina Glezer y la niña Huenu Paz Paredes le suman atributos a Yo, niña. El resto lo hizo la vida.
Crítica emitida en radio. Escuchar en link.
Se puede suponer, tras ver el primer largo de Natural Arpajou, reconocida cortometrajista argentina, a qué se debe su nombre. Tan original llamarse Natural como llamarse Armonía, nombre de la niña que protagoniza este film que acaba de competir en el Festival de Mar del Plata en la sección argentina. - Publicidad - Ambientada en los años 60, 70 una pareja naturista, antisistema, vegana, vive en algún lugar del sur argentino a orillas de un lago, en una casa de madera y con los mínimos recursos. Tienen a la pequeña Armonía, y la educan en ciertas severas formas en contra de la “civilizacion” organizada. Sus padres pondrán a prueba la fuerza de Armonía hasta en las cosas cotidianas, sus deseos de ir a la escuela, su acceso a un mundo que no conoce. Julia y Pablo (Andrea Carballo y Esteban Lamothe) son estrictos en esas formas y arrastran a la pequeña a un modo de vida sin escolarización, sin medicina y sin dinero, con el único y solo contexto de la naturaleza. El punto de vista que adquiere la narración de Yo niña tiene que ver con el título. Es que Armonía, espléndidamente interpretada por Huenu Paz Paredes y verdadero gran hallazgo de la película, pone sobre el mundo una mirada no muy benevolente de esa vida idealizada, arcádica y rebelde que mira con ojos poco comprensivos; frente a las diversiones de sus padres o las discusiones que provocan la separaciones que dejan a madre e hija a la suerte de esa misma naturaleza que adoran, Armonía se presenta como una niña poco feliz. Ella solo quiere una muñeca Barbie, que vengan a buscarla “los verdaderos padres” de alguna galaxia exterior y saber algo sobre Dios. Esos clichés a los que se suman algunos más sobre el vegetarianismo y la vida alejada de la ciudad. Yo niña es prolija en la realización, tiene una bella fotografía, una buena puesta en escena, y asume realmente bien el punto de vista de esa pequeña niña que sufre los ideales de sus padres. El estreno está anunciado para el próximo 22 de noviembre.
Directora de premiados cortos como Lo que haría, y Princesas, Natural Arpajou debuta en el largometraje con una historia basada en duras e intensas experiencias autobiográficas. Yo niña narra las desventuras de Armonía (Huenu Paz Paredes), una pequeña que vive con Pablo (Esteban Lamothe) y Julia (Andrea Carballo) en una precaria cabaña sin luz, gas ni agua corriente en un idílico paisaje de lagos, ríos y bosques en el sur. Pablo y Julia abrazan una suerte de hippismo tardío y consideran que vivir fuera de la sociedad de consumo es una forma de descontaminación, aunque eso signifique -entre otras cosas- la falta de escolarización para Armonía. Los medios para la subsistencia no alcanzan y un descuido genera un incendio que los deja sin hogar. Tras una breve experiencia en la ciudad volverán a intentar una vida en contacto directo con la naturaleza, pero las carencias y las desatenciones se repetirán una y otra vez. La narración pendula entre la descripción del mundo interior de la niña y las crecientes angustias de una madre alcohólica e incapaz. Yo niña es un retrato sobre la soledad y la desprotección infantil narrado de forma descarnada. Tan visceral es que por momentos resulta una suerte de ajuste de cuentas no exento de rencor, una forma de exorcizar los demonios interiores. Incómoda, provocativa, un poco cruel, pero en varios pasajes fascinante.
LA NIÑEZ COMO FUENTE DE DUDAS Y COMPLEJIDAD Después de haber hecho varios cortometrajes sólidos y premiados, Natural Arpajou realiza su primer largometraje. En Yo niña presenta la vida de una niña en una familia que intenta mantenerse por fuera del sistema capitalista. La película es contada de forma atractiva, por la fotografía y por los diálogos que plantea, pero por sobre todo por una visión global que no impone un punto de vista moral. El film puede dividirse en tres partes bien marcadas. Durante la primera parece idílica la forma en la que viven, principalmente por la belleza del lugar en el que están. Pero a medida que van sucediendo eventualidades se complejiza su visión. Ante ciertas situaciones que dificultan forzosamente su estadía ahí, la familia debe mudarse. El paso por la ciudad, la parte del medio del film, genera un corte en ellos. Aún sin abandonar sus convicciones empiezan a visualizar algunas limitaciones de la forma en la que vivían. La tercera parte del film es la vuelta de la familia al lugar. Estas divisiones no sólo le dan fluidez al film sino que también le permiten repensar diferentes discursos y formas de vivir. El film genera diferentes climas en los que podemos acceder a una visión más compleja sobre la vida de estas personas. No hay un criterio de verdad que se superponga sobre otros. Se habla del capitalismo, es cierto, y de la dificultad de vivir por fuera de este sistema. Pero la manera en la que se cuenta no sólo es respetuosa sino que permite pensar la problemática desde varios aspectos. La niña es el eje de la complejidad del film. Por un lado, es quien detona varios conflictos por su sinceridad y sus travesuras. Pero, por el otro, siempre pesa sobre el pensamiento de su madre y su padre el hecho de criarla “mal” o de forma perjudicial. La fotografía es un elemento muy importante para el film. Presenta a Armonía en su esplendor. Es mediante la imagen que accedemos a la magia de los lugares. Se nos habla y transmite un poco cuál es el sentimiento que provoca el desapego de lo material y la conexión con la naturaleza. Por medio de la fotografía los diálogos se completan, mostrando todo lo que no se puede poner en palabras. La niña, de modo tan desenvuelto y llamativa por su personalidad le permite a la película no caer en el dramatismo. Desde el juego, el baile y su habla, ella brilla por la naturalidad de su actuación. Andrea Carballo (Julia, la madre) también entrega una actualización muy buena, en la que encara a un personaje que explora varios cambios de ánimo. Ella, junto a su esposo (Esteban Lamothe), tienen diálogos de pocas palabras pero contundentes en forma y en las pausas. Como un último aspecto se puede resaltar la aparición de la artista conocida como Bimbo en el papel de la hermana de Julia. Aquí hay un guiño para los entendidos porque ella hace un papel antagónico a su ideología por fuera de la ficción, aunque en Yo niña lo que se impone es la mirada sobre la infancia como una instancia plagada de dilemas.
Los protagonistas son una pareja joven Julia (Andrea Carballo) y Pablo (Esteban Lamothe) con una hija de 6 años a la que llaman Armonía (pero su nombre es Nora, interpretada por Huenu Paz Paredes, este es su debut y resulta muy convincente). Ellos decidieron vivir alejados de todo, a la orilla de un lago en la Patagonia, un lugar paradisiaco, pero sin luz, sin radio, sin dinero, sin medicamentos, sin agua potable, sus alimentos se los da la el lugar, usan madera para cocinar y calentarse y todo se lo da la naturaleza. Una situación accidental la lleva a Armonía a usar su verdadero nombre, ir a la escuela, comer otras comidas, estar en compañía de otras personas, conocer una muñeca Barbie y sociabilizar, pero ella todo lo manifiesta a través de su comportamiento y pide un deseo en su walkie talkie. El film gira a través de la mirada inocente de una niña que se cuestiona el mundo de ciertos adultos, para ello cuenta con buenas actuaciones, algunas más destacadas que otras; su relato va transmitiendo emociones, sensibilidad y controversias, además no faltan los secretos, las mentiras y por momentos hasta resulta provocadora. El film nos lleva a pasar por cierta incomodidad y ternura. Contiene una buena fotografía, banda sonora y puesta en escena, este es el primer largometraje de Natural Arpajou.
Una pareja (conformada por Esteban Lamothe y Andrea Carballo) vive con una niña fuera de la ciudad. No se trata de una pareja normal pues sus costumbres son anti consumistas (en otras palabras hippies), entre ellas: la comida la producen ellos mismos (no carne animal), la educación de la niña prescinde de una escuela y hasta una barbie es motivo de conflicto por su “errada imagen de la mujer”. ¿Capitán Fantástico a la argenta? Algo de eso hay, al menos en su primera mitad. La directora Natural Arpajou opta por centrarse en el drama familiar pero esa es solo una excusa para introducir al espectador dentro del verdadero eje del film, o sea la niña. Alguien dijo alguna vez “los niños y los animales suelen robarse las escenas”, este es el caso de Huenu Paz Paredesquien personifica a Armonía, una niña atribulada que imagina estar en contacto con extraterrestres. En un determinado momento la familia se va a vivir a la ciudad y ella parece un pez de otro pozo en comparación a los niños citadinos lo que hace muy difícil no empatizar con ella. Las situaciones que atraviesa la niña son atípicas y en su forma de procesarlas está la inteligencia del film. “Yo niña” es la ópera prima de Natural Arpajou, una realizadora con gran trayectoria que cuenta con varios cortometrajes en su haber y ha participado en otras películas en roles tales como casting, dirección de actores y de arte, entre otros. En cuanto a las actuaciones, está la ya mencionada gran “actuación” de Huenu Paz Paredes (va entre comillas porque con los niños nunca se sabe), en contrapartida está Esteban Lamothe quien encara sus intervenciones de forma cada vez más unidimensional y Andrea Carballoluce correcta en el papel de la histriónica mujer. Recomendada para los que quieren ver una historia apacible y contemplativa a primera vista pero con un trasfondo más complejo del que aparenta. Abstenerse ansiosos de la acción y reacción.
Los problemas de ser la “manzana sana” El primer largometraje de la cineasta tiene todas las marcas de la película autobiográfica, al menos en ciertas señales de la trama, en la que una niña soporta como puede la ceguera de sus padres en su insistencia de vivir en sintonía con la naturaleza. Armonía (Huenu Paz Paredes) eleva la mirada hacia la copa de los árboles que la rodean y les suplica a sus padres –los imaginarios, que en su juego de niña de 6 años pueden sentirse muy concretos– que vengan a buscarla, que la rescaten. Los otros, los reales, Papá Pablo y Mamá Julia, insisten en encontrar en la vida en sintonía con la naturaleza, sin luz ni agua potable ni escuela, en una improvisada cabaña de madera en algún lugar del sur argentino, una existencia alejada de las urgencias y demandas de la vida en las grandes ciudades. Lejos de “los burgueses”. El primer largometraje de Natural Arpajou, luego de varios cortos exhibidos en festivales de cine, tiene todas las marcas de la película autobiográfica, si no literalmente, al menos en ciertas señales de la trama; el nombre de pila de la realizadora no haría más que apoyar esa intuición, como así también el período histórico indefinido durante el cual transcurre el drama, que bien podría ser algún momento de los años ‘80. Hay incluso en Yo niña algo cercano al pase de factura, al exorcismo personal: los padres de la protagonista, pelirroja furiosa e inquieta, nunca terminan de caer en la cuenta de que su obstinación va adquiriendo las formas de la miopía. De la ceguera, incluso. De vivir hoy en día, los padres de Armonía podrían perfectamente formar parte del reaccionario grupo de padres antivacunas. Cuando a poco de comenzar el relato Armonía termina con un brazo y una parte de su torso quemados por un accidente hogareño, las curaciones se acaban cuando ya no queda plata. Y una forma temporal de ganar algo de dinero –la venta de un poco de “lana”, eufemismo para cierta sustancia ilegal– no hace más que complicar aún más las cosas. Antes de que eso ocurra, Pablo (Esteban Lamothe) invierte la parábola de la manzana podrida en el cajón e intenta enseñarle a su hija que lo putrefacto es la sociedad y que ellos intentan ser la fruta saludable. Julia (Andrea Carballo), en tanto, más allá del amor que le profesa a su hija, comienza a dejar entrever que el abandono puede acercarse por momentos a la desidia. Corte a la ciudad más cercana, adonde el trío viaja por necesidad, y al primer bocado de milanesa casera, un recreo del vegetarianismo más riguroso. Y a la escuela, en la cual Armonía no logra responder a la gracia consignada en su DNI, Nora (eran tiempos más rigurosos a la hora de registrar un nombre), y en donde comienza una primera amistad con un chico de su edad, truncada fatalmente por la incomprensión y, desde luego, el miedo a lo diferente. Son las mejores instancias de Yo niña, antes de que el guion se ensañe con todos los personajes: los adultos, que por diversas razones atraviesan la frontera del descuido y no logran escapar de un egoísmo por momentos indefendible, y la pequeña, testigo de distintas clases de borracheras, peleas verbalmente virulentas e indefensiones varias. Hay castigos de toda clase para los primeros, en algunos casos disfrazados de factibilidad biológica, y un rayo de esperanza para la segunda, dispuesta a dar batalla ante el primer vislumbre de rebeldía. Arpajou se apoya en la fotografía de Pablo Parra para crear un universo de rayos solares difuminados y colores rojizos, en contraste con el verde de la naturaleza patagónica, superficies visuales con algo de idílico para un relato que dista mucho de serlo.
Un drama familiar desde el punto de vista de una pequeña que ve y sufre las contradicciones de sus padres, mientras le toca crecer a los tumbos, cuenta Natural Arpajou en su ópera prima Yo niña, que se estrena tras su paso por la Competencia Argentina del Festival Internacional de Mar del Plata. Armonía (Huenu Paz Paredes) es hija de una pareja joven que se ha ido a vivir al sur, en una cabaña alejada de cualquier centro urbano, y que rechaza el capitalismo y el sistema mismo en que vivimos y la educa en la naturaleza. Su alimentación diferente, sus gustos, sus actividades cotidianas, sus juegos y juguetes “permitidos” hacen actuar y responder a la niña, muchas veces, con frases que causan gracia al otro común que escucha, orgullo a los padres y un tremendo esfuerzo a sí misma al tener que hacerlas carne. Los progenitores (Esteban Lamothe y Andrea Carballo) también chocan en sus modos y en sus ideologías frente a la cotidianidad de subsistir (aunque quizá no siempre sosteniendo cada uno lo mismo en las peleas que constantemente viven y esto resulta un tanto contradictorio en la conformación de los personajes) y aunque ese ir y venir da movimiento a la trama del film, se siente un tanto forzada y repetitiva en esa necesidad. Más como una sucesión de episodios que dan cuenta de la vida que llevan adelante los protagonistas para retratarlos que del recorte de un tiempo determinado en el que sucederán los motivos para contar un cambio, Yo niña se centra en la pequeña siempre mirando a través de sus ojos y con la comprensión que alguien de su edad puede tener, respetando sus tiempos, sus enojos y sus alegrías. También el vínculo materno-filial también está expuesto con sinceridad y crudeza y a partir de ciertos descubrimientos la madre deberá afrontar los riesgos que supone haber tomado ciertas decisiones sin saber si el sentimiento es indestructible per se.
APROPIARSE DE UNO MISMO En un cielo celeste limpio, las diferentes alturas de las copas de los árboles se superponen en un tramado de tonos verdes, filtraciones de luz y sombras. Frente a tal vida pujante, la tierra aparece oscura y un tanto reseca en la gama de los marrones con diversas texturas como polvo, fragmentos de cortezas, suelo, ramas y los gruesos troncos que sostienen a los gigantes de arriba. En medio de ambas pulsiones, la pequeña Armonía suplica a través del walkie-talkie que la vayan a buscar reforzándose con un artefacto que intenta captar alguna señal. El pedido es acongojado, hacia el cielo y cargado de deseo, como si aquello familiar no se tratara más que de un mundo aparente a la espera de lo “verdadero”, un rito convertido en refugio para transitar los múltiples universos y el camino interior. Para plasmar dicha complejidad, Natural Arpajou aborda dos grandes aspectos que se entrecruzan a lo largo del filme resignificándose en cada aparición. El primero tiene que ver con las construcciones ideológicas de los conceptos de naturaleza y ciudad de Julia y Pablo, padres de la niña. Según ellos, se tratan de dos espacios incompatibles, opuestos y generadores de cualidades definitorias de la sociedad. Mientras que la naturaleza se asocia con lo puro, con la convivencia, con lo primigenio, con los valores, con lo esencial, en fin, con la vida, la urbe encarna el mal, la podredumbre, el consumo desmedido, la alienación, el individualismo, lo destructivo, la barbarie, lo prefabricado, la cosificación, entre otros. La escena que grafica este pensamiento es aquella en la que uno de los compañeros de curso la lleva a la iglesia y le tira agua bendita simulando el bautismo, como si de esa manera le quitara el pecado de lo diferente y le brindara el don de encajar en un mundo regido por leyes de toda clase e imposiciones del deber ser. Más allá de crecer bajo dichas nociones, Armonía también las cuestiona. Por ejemplo, cuando le dice a Julia que quiere aprender las vocales que se enseñan en la escuela y no sólo aquellas que ella le instruyó o cuando la tía le regala una Barbie, la madre lo critica y ella la llama borracha. De hecho, el recorrido con la muñeca en una suerte de amor/odio plasma las contradicciones internas de la protagonista, quien siente que no termina de pertenecer a ningún sitio. La otra cuestión se refiere a la identidad y al sentimiento de pertenencia. La pequeña jamás dice mamá o papá, sino que los llama por los nombres subrayando un alejamiento del vínculo. Julia en una oportunidad le pide que le diga mamá pero ella se rehúsa, mientras que todos los estados de ánimo ameritan a los intentos de contacto con otra realidad, con ese cielo radiante que se mantiene en silencio. Esa misma distancia se presenta en dos ocasiones más: por un lado, en el título Yo niña, como si la protagonista hablara en tercera persona de las sensaciones que transita otra persona pero que pasan por su punto de vista indefectiblemente; por otro, de la apropiación de los nombres. Ella es Armonía y responde a él pero cuando debe ser Nora en la escuela no se identifica, como si en la ciudad se tratara de una invitada que nunca termina de adaptarse a su funcionamiento o leyes, aunque tenga las facultades para hacerlo. Pero la misma pertenencia en la vida al aire libre se ve agitada hacia el final, donde todos los sostenes parecen quebrarse y sólo resta esperar alguna señal. Si bien la película se construye de forma sólida a través de un tono interesante con matices humorísticos y un espectacular trabajo de Huenu Paz Paredes, propone demasiados cambios abruptos en poco tiempo, sin que los espectadores o, incluso, los personajes terminen de procesarlos y actuar acorde a ellos. Entonces, se convierten en una seguidilla de acciones complejas, crueles o irónicas por momentos, atrayentes pero que se suceden sin profundizarse en su totalidad. Las pulsiones se enfrentan en el bosque mientras ella, equipada con su walkie-talkie y artefacto, busca captar alguna frecuencia para hacer oír el mensaje: la necesidad de aprender a apropiarse de sus sentimientos, experiencias y nociones sobre la vida y el mundo, en sí, adueñarse de su propia esencia. Por Brenda Caletti @117Brenn
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