Secuela del éxito de 2014, "Godzilla II: El rey de los monstruos", de Michael Dougherty, no sólo repara varios de los errores de su anterior entrega; finalmente le encuentra el tono exacto a una búsqueda que Hollywood emprendió hace décadas. Hay géneros o estilos que se asocian directamente con una cultura y su país de origen. Las artes marciales, los mechas, y el Kaiju, pertenecen a Oriente, principalmente a Japón. Internalizados en su cultura, de enorme popularidad. Hace décadas que Hollywood quiere meter su cuchara y replicar este estilo para meterse en una cultura que le es ajena, y también llevarla al resto del mundo (Occidente). Con las artes marciales y los Mechas - robots gigantes tripulados por humanos – tuvieron mejor suerte (con los Mechas parcialmente); pero los Kaijus resultaron un hueso duro de roer. Para quienes no sepan qué es un Kaiju, nos referimos burdamente a las películas de monstruos gigantes – o kaijus – atacando gente en una gran ciudad. King Kong fue lo más similar que Hollywood creo en este sentido, pero no mantiene los mismos códigos. El máximo exponente de los kaijus, Gojira, traducido a Occidente como Godzilla, es un objeto de obsesión para la meca del cine de este lado del mundo. No solamente adquirieron los derechos del film japonés original de 1954 para distribuirlo en todo Occidente, cambiándole el nombre (como ya establecimos), sino realizándole un nuevo montaje acorde a sus intenciones. Llegaron a algún acuerdo para que Godzilla pueda pelearse en alguna película contra King Kong en una búsqueda de equipararlos; y trataron de crear su propia versión o remake del personaje. Todos nos acordamos del alemán más yanqui, Roland Emmerich queriendo hacer en 1998, un Godzilla que tenía más de "El mundo perdido: Jurassic Park" que de "Godzilla"; y en 2014 parecía que iba a haber revancha cuando la propia compañía Toei intervenía en una nueva adaptación que prometía en los papeles ser más fiel. El resultado fue un film muy taquillero pero que dejó contestos a pocos. Mucho drama familiar irrelevante e inverosímil, un amague constante e irritante en mostrar a las criaturas, y un juego de niebla y sombras que hacía que lo que queríamos ver, no se viera. El taquillazo abrió las puertas a un nuevo universo de películas (una especie de monsterverse, o kaijuverse), pero había que hacer borrón para volver a conquistar y generar expectativas. La fe se renovó hace dos año con la satisfactoria "Kong: La isla calavera"; y se confirman con creces en "Godzilla 2: El rey de los monstruos". Primer medida, adiós director y guionista. Hay que hacer todo nuevo. Garreth Edwards, Max Borenstein, y Dave Callahan; fueron remplazados por el menos pretencioso Michael Dougherty en dirección, y Zach Fieds en el guion. ¿Cómo sigue el asunto? "Godzilla 2: El rey de los monstruos" se ubica años después de los hechos de la anterior entrega. Otra vez el centro vuelve a ser una familia, y con un matrimonio de científicos, pero no teman, no van a ver nada de la telenovela anterior. Una primer secuencia nos establece que Mark y Emma Russell (Kyle Chandler y Vera Fármiga) perdieron un hijo en el ataque de Godzilla. Actualmente Emma vive con la otra hija de ambos, Madison (Millie Bobby Brown), y Mark está apartado del hogar luego de atravesar una etapa autodestructiva y continuando su tarea de campo como zoologo investigador. Un detalle, Emma, que es bióloga, y Madison; viven en una suerte de vivienda bunker en medio de una selva en China dentro de una reserva ecológica privada ropiedad de la coroporación Monarca, que les sirve para investigar a las nuevas especies gigantes. Emma diseño un sistema llamado Orca, que permite, mediante la mezcla de distintas ondas sonoras animales, comunicarnos con los kaijus, con la idea de lograr convivencia. Pero algo ocurre, un grupo comando, liderado por el activista Jonah Alan (Charles Dance) interrumpe, desbarata los planes en los que están involucrados los militares y se llevan a Emma y Madison junto al prototipo comunicacional. Mark es advertido, regresa, y se une a los doctores Serisawa (Ken Waranabe), Graham (Sally Hawkins), Stanton (Bradley Withford), y Chen (Zhang Ziyi); además de los militares que comandan el operativo. Paralelamente, surge una nueva amenaza, un nuevo kaiju, que se une a los tres ya existentes, y parece más despiadado y letal que los otros, la serpiente alada de dos cabezas King Ghidora. Desde las primeras escenas notaremos que el drama familiar de los Russell, en esta ocasión, carecerá de un peso fundamental. Todos los personajes humanos serán piezas que están ahí en función del verdadero show, la rosca de monstruos. Hasta ahora, el gran problema de Hollywood queriendo adaptar Godzilla era que quería trasladar su estilo, similar al de una película catástrofe, a una historia de neto corte en cultura japonesa, y el híbrido nunca es satisfactorio. "Godzilla II: El rey de los monstruos" es un film de kaijus puro. Los humanos están para ser lazos conectores, correr, gritar (la mayoría de las veces, antes de ser comidos o aplastados), y espetar todo tipo de frases de manual sin demasiado sentido. No, no intenten analizarla de ningún modo en sentido serio. Las películas kaijus tienen un importante grado de comedia y delirio, y en este código encontramos a "Godzilla II: El rey de los monstruos". Algunos personajes pegan un giro, y la justificación de su accionar no tiene sentido; y no importa, es lo que queremos ver. Serisawa, un personaje que regresa de la primera película, encuentra el tono que en la anterior no hallaba por ser demasiado seria. Un científico japonés que cada frase que arroja es una suerte de mantra o frase hecha; acá redobla la puesta, sus frases son mucho más obvias, pero se nota una autoconsciencia en hacerlo exacerbado, y hasta expresarlo abiertamente en alguna línea de diálogo. Como si no fuese suficiente con Serisawa, Chen, es otro personaje en la misma línea. Dos puntos muy altos de la película, reforzados por la presencia de los astros japones Ziyi y Watanabe. Esta vez, a los kaijus sí que se los ve bien, y sus diseños son increíbles. Por fin podremos ver a Godzilla, Mothra, Rodhan, y King Ghidora, pelear como se debe, sin amagues, con buenos efectos, y un apartado visual, y sobre todo sonoro, que la hacen ideal para ser vista en la mejor pantalla posible ¿IMAX, 4D? Bienvenido. La historia de los kaijus es respetada casi a rajatabla, se habla de los dioses ancestrales, de los reconstructores de equilibrio original, del alienígena que viene a romper con ese orden, y Godzilla se muestra como el protector que queremos,. Se nota la preocupación por ser fieles. Aquellos que no estén familiarizados con el estilo kaiju, quizás le encuentren varios errores relacionados a la falta de lógica. Esta película es para fans. Los kaijus no tienen lógica, son monstruos rompiendo ciudades, y cuanto más delirio incongruente haya, mejor. Está la música, y los guiños de todo tipo, para que el seguidor de Godzilla aplauda. También se va a sentir la presencia de Kong para la ya anunciada secuela. Dougherty, que ya había demostrado saber manejar films de género con mucho entretenimiento como "Trick or Treat" y "Krampus", es el director ideal para esta propuesta que ni intenta tomarse seriamente. El ritmo no se detiene nunca, no es convulsiva, pero sí muy enérgica; los gags se disparan contantemente, y la mayoría son muy efectivos. El elenco, plagado de figuras importantes, todos están al servicio de lo que pide la película, sobreactúan, se creen sus parlamentos ridículos, y se les nota la química de estar pasándola bien. El único que pareciera sobrar es Thomas Middleditch como un innecesario e ineficaz comic relief, en una película en la que todos están graciosos naturales, y más certeros. La sala vibra ante cada golpe o sacudida, se llena de colores con cada enfrentamiento, y nosotros aplaudimos, "Godzilla II: El rey de los monstruos" es justo la película que queríamos ver, máxima diversión. Long live the King.
El nuevo film de Tate Taylor, "Ma", es un thriller capaz de revertir sus evidentes errores a su favor, y entregar un sólido entretenimiento autoconsciente. Algo extraño sucede cuando terminamos de ver "Ma". Estuvimos toda la película preguntándonos y diciéndonos ¿por qué hacen esto?, esto está mal, acá hay un error, ¿en serio pasó eso que acabo de ver?; sin embargo no podemos decir que lo vimos estuvo mal, todo lo contrario, estuvo bastante bien. "Ma" es una muestra de que no es necesario que una película cierre por todos lados para convencer. Con más trayectoria como actor (acá se guarda un rol pequeño pero notorio), Tate Taylor tiene una filmografía como director en la que se probó en diferentes géneros. La comedia ácida, el drama edificante sobre el segregacionismo, la biopic musical, y el drama de suspenso. Claro, quizás su nombre siga asociado a "Vidas cruzadas", ese drama de las criadas afroamericanas recordado por ser la película del pastel de caca (un elemento que bien podría haberse repetido en Ma). Quizás el elemento distinto de "Ma", lo encontremos en su guionista, Scott Landes, otro de esos humoristas, que como Jordan Peele, o John Krazinski, ahora pretende dar el salto al cine de terror. Esta producción es lo que para los fans del género se conoce como "bully slasher", una película sobre un personaje que fue maltratado y humillado en el pasado, y ahora busca venganza; pero con un giro extra: su protagonista, la victimaria, una mujer de entre cuarenta y cincuenta años, aparentemente normal, que busca relacionarse con jóvenes para paliar su soledad, y esconde un lado muy oscuro. La adolescente Maggie (Diana Silvers), se muda a un pequeño pueblo escapando junto a su madre Erica (Juliette Lewis) de un matrimonio fallido y varios fracasos de esta. En realidad, Érica está volviendo al pueblo de su infancia y adolescencia. A Maggie no le cuesta hacerse de un grupo de amigos que la acepta sin más; la rubia Haley (McKaley Miller) con un notable parecido a Tatum de Scream; el galán buenazo Andy (Corey Fogelmanis), el fiestero Chaz (Gianni Paolo), y el condimento afroamericano Darrill (Dante Brown). Maggie vendría a encajar en el grupo como la buenita y algo candorosa, pero arrastrada por la masa. A los cinco se les cancela una fiesta y deciden pasar la velada en una camioneta tomando alcohol. Pero siendo menores, necesitan que alguien se los compre. Maggie es la designada a pararse frente al almacén y pedir que alguien les compre las botellas, y la única que termina aceptando es Sue Anne (Octavia Spencer), una empleada de la veterinaria que se muestra amistosa con ellos. Escena seguida, la vamos a ver a Sue Anne recopilando datos en redes sociales de estos chicos ¿Qué busca? Sue Anne se obsesiona en relacionare con ellos, y en otro cruce, les vuelve a ofrecer el sótano de su casa para que se reúnan a tomar. Es ahí que establece una serie de reglas, entre ellas, no subir hasta la casa, sólo quedarse en el sótano. Ah, y le gustó que Darryll le diga Ma. "Ma" se toma un buen tiempo en presentar a los personajes, por más clichés que estos sean. Iremos viendo de a poco, cuáles son sus intenciones, y cómo cada vez más se va introduciendo en la vida de estos chicos, hasta convertirse en alguien muy peligroso. Mediante una serie de flashbacks esporádicos, veremos que Ma tuvo una adolescencia complicada marcada por el bullyng de sus compañeros, que algo le hicieron ¿Qué le hicieron? Van a tener que esperar bastante para descubrirlo. El guion de Landes está lleno de lugares comunes y agujeros. No son una o dos cosas dudosas, son varias y notorias las que no cierran. Todo es una serie de incongruencias, con una lógica que no soporta un verosímil. Sin embargo, se va armando algo en el que Ma nos convence de estar en su propio universo. Remontémonos a la época de oro del slasher, sobre todos los más delirantes y estilo clase B a los que Ma parece homenajear ¿cerraban? no, planteaban un juego en el que la diversión suplía la verosimilitud, tal como sucede en esta película. Ma no es una película rigorosa, ni lo intenta, pero es muy divertida. Todos los personajes víctimas son odiosos. La película se encarga de ponernos del lado de Ma, son tan estúpidos, tienen tan poca simpatía, y cometen actos de dudosa empatía, que sí, queremos que Ma se cobre venganza con ellos. Eso mismo sucedía en el slasher ochentoso del que Ma bebe a cada paso. Quizás podamos decir que en este juego de diversión, su primer tramo es demasiado largo, y que no es tan fuerte como pudo haber sido, casi que le amaga en buena parte a ser de terror puro. Pero su media hora final, prepáranse porque si entraron en el juego, hasta pueden llegar a aplaudir, a reírse fuerte y toma dos decisiones bastante jugadas para lo que la película venía siendo. El elenco adolescente no se luce, se esfuerzan en ser odiosos, y no hay mucho que destacar. Hay otra chica, una evangélica, que es más divertido el personaje, que la insípida actriz que la interpreta. Entre los mayores, la presencia de Luke Evans, una Alisson Janney que aparece en el film casi de colada y por eso mismo causando gracia, y las noventosas Juliette Lewis y Missi Pyle; refuerzan porque se los nota tan divertidos como a la película misma. Son puntos a favor. Ma parece ser una película al servicio de que Octavia Spencer pueda salirse de ese rol de comic relief en película dramática, y lo logra. Se carga la película al hombro, actúa bien, y hasta está en el tono delirante y bizarro de la película. "Ma" es una película que eligiendo todas las opciones incorrectas que la pudieron llevar al peor final, aborda a un resultado bastante satisfactorio. No esperen el thriller del año, pero si lo que buscan es diversión, Ma nos abre las puertas de su casa.
El nuevo film de Santiago Loza, "Breve historia del planeta verde", se vale de elementos del cine de género – muy a su modo – para narrar la historia de tres singularidades tan únicas como terrestres, unidas por una hermandad del dolor. Luego de la atípica "Malambo: El hombre bueno", el gran director indie local vuelve a ese cine intimista que lo caracteriza desde su presentación al mundo cinéfilo con el corto de "Historias Breves III: Lara y los trenes". Su octavo largometraje ficcional, "Breve historia del planeta verde", viene de ganar el Teddy a mejor película, y en la última edición del BAFICI – la más queer de las 21 realizadas – le valió a Loza el premio de Cronistas a mejor director. Sí, "Breve historia del planeta verde" es un film LGBT+ puro; muy al estilo minimalista y cuasi teatral al que nos tiene acostumbrado el director en su mejor forma. Tania (Romina Escobar), Pedro (Luis Soda), y Daniela (Paula Grinszpan) son un trío indisoluble. Amigues y hermanes de la vida, que se protegen y apoyan frente a todas las circunstancias. Cada une es un ser particular, con un brillo diferente, que al unirse crean fulgor. La protagonista es Tania, una joven mujer trans, que subsiste como a muchas chicas trans la coyuntura actual les permite vivir, con un pretendiente que no sabemos si le conviene o no. El único vínculo seguro son sus dos amigues con les que convive. Un llamado le avisa que su abuela que vive en el Sur (Elvira Onetto) falleció, y debe hacerse cargo de algunas pertenencias. Les tres viajan hasta el lugar iniciando una road movie, con mucho de una "Pink Flamingos" taciturna. Una vez allí, la compañera de esta abuela les revela la pertenencia más importante, un extraterrestre que llegó a sus vidas hace algunos años, las acompañó a cada instante, y ahora, ante la partida de la mujer, debe volver a su planeta antes de morir él también. Tania, Daniela, y Pedro vuelven a emprender un nuevo viaje, cargando a este ser extraterrestre hacia el punto que será la partida de este mundo. Ese viaje también será de descubrimiento para ellxs, y en especial para Tania que debe rehacer su presente, redefinir su situación sentimental emocional, y cerrar ese pasado con su familia, y con un pueblo que conoció a alguien que ella ya no es. Aunque el elemento fantástico es evidente en la película, y no escapa a una pátina de cine de género; en realidad, Breve historia del planeta verde, tiene más del estilo del director que cualquier otro ingrediente que le podamos encontrar. "Breve historia del planeta verde" es un film de emociones a flor de piel; que no necesita declamar banderas y principios para dejar sus posturas definidas. Su mensaje y contenido es bien claro e ineludible. Tania, Daniela y Pedro son seres úniques, como cada une de nosotres es únique. Tienen sus conflictos y confusiones que deben resolver, y se tienen une al otre para eso. Breve historia del planeta verde es una película sobre el amor, pero no sobre el amor romántico, sobre el apoyo y la contención, sobre la unión de seres, la familia que construimos y no la que nos imponen. Aquel que pudo disfrutar de la excelente miniserie Doce casas que Loza presentó en la TV Pública, notará en Breve historia del planeta verde una tónica muy similar. No en el sentido de la teatralidad escénica de aquella, este es un film abierto, una road movie intimista; sino en el acercamiento de les personajes, en lo emocional del tratamiento, en la teatralidad buscada en la composición de los vínculos y los diálogos, sin que se sientan acartonados. "Breve historia del planeta verde", tiene una estructura pequeña (no es un film pequeño para nada), y un corazón cálido que abraza a le espectadore. Romina Escobar, Paula Grinszpan, y Luis Soda logran una simbiosis perfecta, el vínculo entre ellos se siente y nos llega. Cada une de ellxs enriquece a la criatura que interpreta. En particular, Escobar se carga la película al hombro, no sólo porque su rol es el motor de la película, sino por pura presencia y peso actoral. Escobar es un torbellino por el que atraviesan todas las emociones juntas, y a veces Tania parece escapada de un culebrón mexicano, y a ves es cálida, cercana, y puramente humana; o siempre es todo eso junto. Nuevamente Loza se muestra como un excelente director de actorxs. Loza rompe con las estructuras de todo tipo. En su propuesta amalgama travellings, y planos fijos, con una mirada externa, cercana, compañera, que se acentúa a la hora de iniciar las caminatas típicas de una Road movie. La paleta de colores también es distintiva y marca un ambiente de ensoñación y plasticidad entre esta mujer que se reconstruyó y un ser alienígena que no pretende verosímil alguno. Entre verdes, y violetas, la fotografía de Eduardo Crespo se hace distintiva. Tania, Daniela, y Pedro caminan a su propio ritmo, marcan el paso, y se tienen entre sí para poder actuar con naturalidad, frente a un mundo que no siempre los ve con ojos de comprensión. Tenerse entre ellos les permite vivir en esa voluptuosa singularidad. "Breve historia del planeta verde" es una película de pequeñas explosiones que en su conjunto crean un fuego enorme. El talento de Loza y su equipo, tanto delante como detrás de cámara, logran un propuesta tan avasallante como esa Tania dispuesta a no dejarse caer.
La esperada biopic basada en la vida de Elton John, "Rocketman", de Dexter Fletcher, despliega una gran emotividad para narrar la historia de un artista con un espíritu muy personal. Las comparaciones son odiosas, pero desde que se anunció este proyecto, casi a la par que fue anunciado el inicio de rodaje de "Bohemian Rhapsody", las especulaciones entre ambas abundaron. Dos biopics, basadas en músicos provenientes de Inglaterra, de gran popularidad entre los ’70 y los ’80, estrafalarios, íconos pop, e íconos de la cultura LGBT+. El film sobre Freddy Mercury estrenado en noviembre del año causó tantos adeptos como críticas y polémicas, y no sólo por los problemas penales en los que justo se vio envueltos su director Brian Synger acusado de abuso sexual a menores. Por un lado se convirtió en un éxito inmediato y se llevó varios premios de la Academia, además de reinstalar la música de Queen en el top de los charts. Pero no pocos le criticaron la liviandad y frialdad con la que se trataron varios temas, y el modo en que algunos asuntos fueron dejados de lado voluntariamente. ¿Caería "Rocketman" en lo mismo? Lo primero que habrá que tener en cuenta, y marcará diferencia. Freddie ya no está entre nosotros, y la película fue hecha con la asesoría (y el dinero) de los otros miembros de la banda, más conservadores. En "Rocketman", Elton está más vivo que nunca. Las luces iluminan la pantalla, las puertas se abren de par en par, y una figura fulgurante ingresa, Elton (Taron Egerton), enfundado en un llamativo catsuit de lycra naranja, con piedras rojas simulando llamas, un gorro con cuernos diabólicos haciendo juego, y los infaltables anteojos: rojos y con piedrecillas en los marcos. No hay dudas de que es Elton. Así ingresa a una reunión de adictos en recuperación, se siente, y los demás pasan a segundo plano, a escuchar. Elton tiene algo para decirnos, y para eso, va a rememorar su vida. Rocketman se enfunda en un esplendoroso realismo mágico muy acorde con la figura homenajeada. El pasado se entremezcla con el presente, como visitas que vienen a dar un alerta; se estructuran coreografiados cuadros musicales; abundan los colores y el brío; podemos flotar, y reír sin parar. ¿No sería más feliz la vida si fuese un colorido musical? Elton se remonta a su infancia, cuando todavía era Reggie Dwight (Matthew Illesley), y ahí comenzamos a sentir el fuerte peso de esos padres. El matrimonio de Stanley (Steven Mackintosh) y Sheila (Bryce Dallas Howard) no funciona, y las aventuras de ella, forzarán que él los abandone y pierda contacto con un Reggie al que nunca le tuvo afecto. Reggie pasa a vivir sólo con su resentida madre, y su adorable abuela; y salir adelante no le será sencillo. Apenas se tiene a él, y al piano. Con constantes vueltas a esa ¿imaginaria? reunión de adictos en recuperación a modo de capitulación, "Rocketman" nos irá mostrando su dura adolescencia, su ingreso a la música llevado por el ritmo beat y los bares; y cómo la música fue la que lo liberó y encontró dentro de él a ese Elton escondido. También la música será quien le haga cruzarse en el camino con Bernie Taupin (Jamie Bell). Aquí está la gran diferencia con "Bohemian Rhapsody", y en donde "Rocketman" le gana ampliamente. Este es un film sobre ser uno mismo, sobre la lucha por no esconderse, sobre encontrar los verdaderos afectos, aquellos que comprendan que uno es lo que es, y que eso no debería coartarnos. "Rocketman" también es un film sobre el amor, pero no sólo el amor de una pareja. La relación entre Elton y Bernie atraviesa toda la película, es en buena parte su motor. Dos amigos que se encontraron circunstancialmente, y la música los hermanó. Bernie no es sólo el letrista, es su hermano del alma, su atención, el afecto que tanto Reggie/Elton buscaba. Elton es una figura ardiente, avasallante; pero adentro sigue estando ese Reggie que solo quiere que lo acepten, que lo quieran, y no le hagan más daño. En esa búsqueda desesperada por el amor cometerá errores, y también caerá en las manos equivocadas. También abrazará las adicciones de todo tipo para evadirse. Volviendo a las comparaciones. Mientras que "Bohemian Rhapsody" es un film culposo, que trata de ocultar lo más posible la homosexualidad, y cuando ya se hace imposible le adjudica todas las desdichas de Freddie; "Rocketman" lo vive con la frente en alta. Elton es gay, y trastabilla emocionalmente, como nos puede pasar a cualquiera que no es aceptado, pero en ningún momento se plantea que su sexualidad es la que lo llevará a una vida de soledad. No, el rechazo es sólo responsabilidad de quien rechaza. No todas las canciones se presentan a modo de cuadros musicales que relatan la vida de Elton, algunas simplemente están, y la amalgama entre ambos estilos es perfecta. Los cuadros son precisos, aunque nunca llegan a tener un peso suficiente como para marcarnos y dejarnos tarreando y bailando durante días al terminar la función. Elton persona es más importante que Elton músico para "Rocketman". Taron Egerton logra una gran composición de Elton John. No busca algo mimético, se mete dentro de sus sentimientos, lo vive, y se expresa como él. Su interpretación levanta aún más el film. La química con Bell es brillante, se sienten como hermanos, y Bell ya se ha probado en musicales con mucha solidez. El resto de los secundarios también es exquisito, con especial destaque de Bryce Dallas Howard. Dexter Fltcher es una elección muy correcta como director. Su labor siempre se ubica detrás de todo el armado de la película, y el director de "Eddie The Eagle", está acostumbrado a los films soleados, cálidos y potentes. El detalle en la reconstrucción es sorprendente, y queda plasmado en una secuencia de créditos final comparativa. Todo el glamor y lujo british con que se lo asocia a Elton está ahí. Sumado a un montaje tan vibrante como la sólida edición de sonido. "Rocketman" es un film que sabe de lo que habla. No es sólo la biopic de un gran ícono pop, es un film cálido, con un mensaje de integración capaz de emocionar, y con un corazón tan enorme como el del artista. Elton John se merecía este homenaje, y los espectadores podemos celebrar la libertad de poder encararlo.
La nueva adaptación live action de los clásicos animados de Disney, "Aladdin", de Guy Ritchie traspasa correctamente el espíritu del original animado haciendo especial hincapié en el musical y la aventura clásica. Desde que Disney decidió adaptar en versiones live action sus clásicos animados; cada “nueva entrega” despierta incertidumbre sobre cómo resultará el traslado, cuánto se respetará (el clásico “no arruinen mi infancia”), y cuánto tendrá de impronta propia. Un dato llamativo es que la empresa del ratón contrate directores de prestigio para realizar estas adaptaciones (dejamos afuera a "101 Dálmatas" y su secuela porque fueron hechas hace años, antes de proponerse adaptar todos o varios clásicos), lo cuál también plantea la duda sobre si ese director tendrá la libertad de plasmar su estilo, o es un mero trabajo por encargo. Hasta ahora, hubo de todo, las más fieles ("La Bella y la Bestia", parcialmente "La cenicienta"); y las que más cambios introdujeron ("Mi amigo el dragón", "Dumbo"). Así, llegamos a "Aladdin". La adaptación del clásico animado de 1992 implica un desafío extra sobre el que apuntaron todos los cañones. A diferencia de las anteriores, aquella tiene un personaje central muy identificado con un actor; el Genio tenía la voz e impronta de Robin Williams. ¿Cómo remplazarlo? Con todas estas dudas, es el inglés Guy Ritchie el designado para hacerse cargo de la adaptación, probablemente pensando en un film más de aventura que los anteriores. En efecto, "Aladdin" (2019) desborda en aventura y en esencia de musical. Por supuesto, la historia es mucho más fiel al film de Ron Clements y John Musker que al anónimo cuento de "Las mil y una noches" al que apenas se hace mención en la canción de introducción Arabian Nights. En el ficticio pueblo de Agrabah, Aladdin (Mena Massoud) es un ladronzuelo huérfano que roba pequeñas mercancías junto a su mono Abu; y desde el vamos queda claro su noble corazón en solidarizarse con los desvalidos. En una de esos recorridos por el mercado, defiende a una mujer que es acusada de robarse un pan para dárselos a los pobres. La química entre ellos nace al instante, y ella se presenta como Dalia, la doncella de la princesa; aunque en realidad es la propia princesa Jasmine (Naomi Scott) en una de sus escapadas para relacionarse con la plebe. Aladdin queda prendado de Jasmine, pero ella sólo puede formalizar con un príncipe para que este pueda heredar el trono de sultán. Cuando el destino quiera que se cruce en el palacio con Jafar (Marwen Kenzari), el pérfido visir del Sultán, este tienta a Aladdin con darle las monedas suficientes para que deje de ser un ladrón, a cambio de que consiga un preciado tesoro dentro de una cueva, una lámpara. Una vez adentro de la cueva, Abu comete un error, y en medio de la cueva desmoronándose, frotarán accidentalmente la lampara de la cual despertará un genio (Will Smith) que le concederá tres deseos. El primero de ellos será convertirlo en príncipe de Ababwa para ir a conquistar a su amada Jasmine… Con ligeros cambios, la historia es la misma; con canciones nuevas, y otras que no están, o no son exactamente iguales. Los mayores cambios vendrán desde es el aspecto visual, y en el guion con una bajada de línea más acorde a la coyuntura actual. Tal como había sucedido con "La Bella y La Bestia", ahora Jasmine es más importante que entonces, y tiene un ímpetu más fuerte e independiente. En sus 128 minutos son pocos los minutos de descanso de "Aladdin". La movediza cámara de Guy Ritchie acompaña la aventura, lo cual hace que nunca aburra y el tiempo pase rapidísimo. Ritchie es un director acostumbrado a los films de acción modernos. Al contario de lo que se podía esperar (recordar su completamente fallida "Rey Arturo"), su versión de "Aladdin" es de aventura bien clásica. El protagonista salta de una tienda a la otra, entre los techos, por los toldos, corre, se escabulle, se escurre entre sables; pero nunca lo hace de un modo convulsivo, sí muy dinámico. La impronta del director apenas se notará (sobre todo en el último tercio del film) con algún ralentí, y algunos encuadres y movimientos con su sello. Por el resto, es un film por encargo. Hay en estos momentos de aventuras homenajes al videojuego de Sega Génesis, uno de los mejores juegos de plataforma de aquella consola. "Aladdin" respira el aire de Bollywood, a la aventura le suma coreografías, cuadros de danza, y mucho musical enfático. En el contraste de colores llamativos que encontramos tanto en la escenografía como en el vestuario, no sólo recuerda a la industria fílmica de la India (sí, es en Arabia, pero todo huele a India imperial) sino a un espíritu clase B pretendido y muy logrado. Las canciones invitan a mover el pie en la butaca, y la comicidad es muy bienvenida. Siempre se ve con una sonrisa amplia, como un buen musical alegre. Sorpresivamente, esta "Aladdin" es el live action que mejor ha captado el espíritu de la animación original, cuasi caricaturesco. Hay entre los personajes quienes ganan y quienes pierden. Mena Massoud tiene el carisma necesario para encarnar al protagonista, siempre simpático, y creíble en su torpeza de querer actuar como príncipe. La química tanto con Jasmine como con el genio es correcta. Jasmine gana espacio, es más decidida que antes, pelea más por sus derechos. Naomi Scott se luce como una notable cantante, pero también tiene la suficiente presencia escénica como para que posemos los ojos sobre ella. Es la perla de la película. Su interpretación de la nueva canción Spechless (que refuerza el feminismo del film) es uno de los puntos más altos de la película, y podría escalar al status de canción Disney clásica. Ahora, el meollo de los comentarios, Will Smith haciendo de genio. No, no es Robin Williams, tampoco lo intenta. Will Smith hace lo suyo: cuando no intenta ganar un Oscar haciendo insufribles dramas, logra buenos roles en comedia, y este es uno de ellos. Desborda en carisma, le pone su sello (es un genio de Arabia con modismo afroamericanos, no busquen nada de verosimilitud, está bien que sea así), y hasta se permite homenajear en una secuencia a sus inicios en la serie "Fresh Prince of Bell Air." Estéticamente está bien, no abusa del CGI que le hubiese restado el carisma natural del actor. El código de amistad entre Aladdin y el Genio es creíble, y arrancar varios momentos de humor efectivo. Entre los secundarios, Nasim Pedrad como Dalia es quien más se luce a puro histrionismo. Por desgracia, los villanos no están a la altura del original. Jafar es uno de los villanos más recordados del Disney post "La sirenita"; y en esta ocasión Marwan Kenzari no logra destacarlo, y el guion tampoco le da demasiado espacio. Más llamativa es la poca participación de Iago, el perico de Jafar, otrora comic relief, que ahora apenas si hace algunas apariciones. El sultán de Navid Negahban tampoco tiene las características humorísticas de antes. Sin embargo, estos personajes que no consiguen equipararse al original, sólo flaquean ante la comparación; si el film es analizado individualmente, todos son funcionales a lo que "Aladdin" (2019) propone. Aladdin supera las expectativas, es una propuesta muy divertida, atractiva, con buenos homenajes, y siempre en el clima correcto. Quienes tengan más presente al film original le encontrarán algunos detalles, nada que afecte en demasía al resultado final. Ante tanta superproducción bombástica, esta es una de esas películas que nos ofrece una historia sólida y un ritmo de aventura clásica bien sostenido, no se le puede pedir más.
La tercera parte de la saga sobre el asesino a sueldo más apático y con más onda, "John Wick 3: Parabellum", de Chad Stahelski, es una película a tantas revoluciones por minuto que no tiene tiempo ni de contar una historia. La historia del eterno Ave Fénix, Keanu Reeves, un actor que siempre está a punto de pasar a producciones menores, quedar relegado al streaming o a películas muy estilo Clase B, y siempre encuentra un modo de reinventarse y volver al candelero. Soporta críticas por su parquedad actoral, por su expresividad no muy notoria, pero todo lo suple con un extraño carisma y una historia real detrás del personaje, que hace que lo banquemos en todas. En 2014, luego de ser actor joven indie, estrella de acción mundana, protagonista de una trilogía de ciencia ficción ícono de fines de principios de siglo, y galán romántico dramático; venía de la impresentable "47 Ronin", y la olvidable remake de "El día que paralizaron la tierra". Ya se encontraba a las puertas del Clase B cuando una de esas películas, sorpresivamente, la pegó. "John Wick" (que para los no memoriosos acá se llamó "Sin control") era una película de acción barata con un argumento curioso; un asesino a sueldo vengando la muerte de su perrita en manos de unos mafiosos que querían cobrarse una deuda. De la noche a la mañana, no sólo se convirtió en un éxito, sino en un ícono y culto del cine de acción actual, momentos en los cuales el género atraviesa no las mejores aguas. ¿Por qué? Porque es diferente, rescata algo que en la época de oro sobraba, gracia e inventiva, carisma, por sobre músculos y sexistas chicas en bikini. Ahora estrena su tercera entrega y, a diferencia de la primera, es una de las películas más esperadas de la temporada, y ya es todo un éxito (en EE.UU. se estrenó la semana pasada y destronó a "Avengers: Endgame" del primer puesto en la taquilla) ¿Está este tercer capítulo a la altura de semejante expectativa? Por supuesto que sí. La cosa es así, en la primer película, él salía a cobrar venganza por la perrita y a recuperar su auto robado. En la segunda (guarda con el spoiler si no la vieron y tiene intenciones), le incendiaban la casa al negarse aceptar un trabajo, y sale en busca otra vez de venganza, lo cual termina siendo todo un engaño para que vuelva “a trabajar”, y sobre el final asesina al líder Santino D’Antonio (Riccardo Scamarcio), lo cual, lo pone en la mira de la organización sindical de asesinos a sueldo y mafiosos central en la historia. Así, arranca este nuevo film, a puro tiro, golpe, velocidad, y ritmo imparable. John Wick (por si no entendieron, él es Keanu Reeves) fue “excomulgado” de la organización y se ofrece una recompensa por su cabeza que, a medida que pasan los minutos, va creciendo hasta ascender a los U$D14.000.000; por lo cual deberá enfrentarse a varios personajes que quieren su tajada, y tienen sus propios intereses. También deberá trazar nuevas alianzas ¿duraderas? "John Wick 3: Parabellum", que continúa dirigida por Chad Stahelski como las dos anteriores – David Leitch se bajó en la primera y sigue como ejecutivo – prácticamente no tiene una historia o argumento que contar; es un clásico film de intermedio (sí, ya se anunció una cuarta entrega para 2021), y en el que todas las escenas son tan a las apuradas que ni quiera se toma su tiempo para hacer una introducción (y eso que a diferencia de las dos anteriores, tiene varios guionistas). Mantiene el mismo ritmo, como si fuese un cronómetro descendiente, desde el primer minuto hasta el último. Sí, se reconoce, para la entrega anterior, las opiniones no fueron las mejores. De los errores se aprende, y se entendió que cada una de sus tres partes les da a su público lo que fueron a buscar; por eso son tan populares. ¿Alguien va a ver "John Wick 3: Parabellum" en busca de una gran historia intrincada con ribetes? Lo que importan son las secuencias de acción, y de eso abundan, y bien al estilo de la saga, cada vez más perfeccionadas en ese sentido, bien inventivas. Aprovechadas por una cámara y una puesta siempre elegante. Hay personajes que aparecen, pareciera que van a ser fundamentales, y de golpe desaparecen sin mayor peso; hay varias incongruencias; y se necesitarían varias explicaciones más de cómo y por qué suceden determinados hechos. Pero no importa, las escenas de acción no se limitas a empuñar un arma gigante y cargarse un contador de cuerpos, o a pegar piñas y patadas luciendo una musculosa sudada. No, en John Wick cualquier cosa puede ser un arma, y las coreografías tienen todo el entramado que la historia no tiene. La clave es, cuanto más ridículo, gracioso, e inverosímil es, mejor es. Un libro puede ser mejor que una trompada, y un látigo improvisado puede ser mejor que un arma de fuego. Por supuesto, nada de atuendos vulgares, todos en exquisitos trajes y vestidos de fina costura. Un ambiente entre noïr y neón, cuidado diseño de arte, y una elegancia casi nórdica ochentosa en su aspecto (la idea de este sindicato, hotel incluido, sigue siendo muy buena); hacen u gran aporte. Es poco lo que cambió en "John Wick 3: Parabellum", sobre todo respecto a la anterior secuela. Se nota una mano más prolija en el montaje, no tan abrupto como en aquella; y definitivamente ya no quedan rastros de solemnidad. Si bien no hablamos de parodia, ni de una comedia de código abierto, asume su completa inverosimilitud y la tuerce a su favor en pos del entretenimiento. Keanu Reeves es todo. Para este entonces se siente muy cómodo como John Wick, y otra sería la película sin su presencia. Tiene tanto estilo, algo tan natural, que hace que lo amemos. Su sola presencia repunta cualquier momento débil. En el resto del elenco encontramos varios conocidos como Halle Berry, Laurence Fishburne, Ian McShane, Angelica Huston, Lance Reddick, y hasta el astro del cine de acción de fines de los ’80, principio de los ’90 Mark Dacascos. Todos correctos, haciendo lo que tienen que hacer, divertirse, pero por debajo de Keanu, la verdadera y única estrella del plato. "John Wick 3: Parabellum" no engaña ni defrauda a los que saben qué van a buscar en una saga que ya está instaladísima. Faltará alguna cosa, sobrará otra; pero al fin de cuentas, lo que importa – Keanu y los golpes con cualquier cosa – lo encontramos y en su mejor forma. Fans, a por ella.
La impresionante "Infierno grande", ópera prima de Alberto Romero, es una arrolladora propuesta capaz de mezclar western, road movie con realismo mágico, drama, acción, algo de comedia, y feminismo; todo en un combo bien autóctono. Cada lugar aguarda una historia para contar. Hace ya varios años que el cine independiente nacional viene creciendo por fuera de las grandes urbes, y sobre todo de la Ciudad de Buenos Aires y Conurbano. El cine de género también da cuenta de esto, y encuentra en las locaciones alejadas del gris cimento, un espacio ideal para crear el clima necesario de lo que quieren contar. El territorio pampeano tiene ese aura autóctono que recuerda a lo gauchesco, a las raíces de la tierra; pero también puede ser el sitio desértico ideal, con enormes extensiones de llanuras, y un horizonte que se pierde ahí, entre el cielo y el suelo. Este año, dos excelentes propuestas se valen de estas características de La Pampa; una de ellas es "Pistolero", vista en el último BAFICI y de inminente estreno comercial; la otra es "Infierno grande", de Alberto Romero. Cuando escuchamos la palabra western, en lo primero que pensamos son esos terrenos áridos y alejados del Lejano Oeste estadounidense. Saliendo de Hollywood, Romero encuentra su paralelismo en La Pampa, sin necesidad de montar un film de época. No hay dudas de la actualidad de Infierno grande. Una primera escena ya nos ubica en situación, María (Guadalupe Docampo) es víctima de violencia doméstica, y está embarazada. Lionel (Alberto Ajaka), su marido, es el brazo ejecutor del que debe huir. Un forcejeo, un escopetazo. María sale a la ruta ¿sin rumbo fijo?, y un primer encuentro es el que comienza a orientarla. Debe volver a sus orígenes, al pueblo olvidado en el que nació, Naico, el que nunca debió abandonar siguiendo a ese hombre vil hacia otro pueblo más poblado. Como versa el dicho, "Infierno grande" es una historia de pueblos chicos, rurales, con costumbres y personajes distintos a los de una urbe. Personajes al costado de una carretera, que María se irá cruzando casi como si se tratase de Odiseo regresando a Ítaca; salvo que a ella no la espera ninguna Penélope, la espera ese hijo que lleva en su vientre. La voz en off de ese hijo es el que narra ocasionalmente la travesía que atravesó su madre para poder alumbrarlo. "Infierno grande" es también una road movie de carretera, con el sol pampeano pegando a pleno sobre el reseco pasto. A medida que avance, María irá acumulando advertencias de alejarse de Naico, cada uno parece contarle una versión diferente de por qué su pueblo se convirtió en tierra de nadie. Cargada con un mapa, orientarse no le será fácil, y también cada uno le irá dando indicaciones más y más vuelteras. Los sucesivos flashbacks que recuerdan el calvario con Lionel, especialmente ese último encuentro, nos explican por qué María, contra viento y marea, debe llegar a Naico. "Infierno grande" es cine de género explosivo. Todos los elementos que hacen de este, están ahí, en su máxima expresión. Producto de una narración concisa, la película atrapa desde su primera escena y no suelta. Hay algo de realismo mágico, de poema gauchesco, o mejor dicho, de fábula de pueblo originario. ¿Es real todo lo que atraviesa María, están todos esos personajes ahí? ¿Importa? Desde un policía con el que se conocen desde chicos y le habla de un hermano gemelo que ella no recuerda, y de extrañas manchas en el cielo (Javier Pedersoli); un vendedor ambulante de cualquier baratija (Mario Alarcón); un sacerdote extremo (Chucho Fernández; sí, leyeron bien, Chucho Fernández componiendo un sacerdote, pero a su usanza); y ese hombre de la calle (Héctor Bordóni), y el nene (Manuel Matzkin) que parecieran caminar junto a ella en un trayecto paralelo. Todos los personajes son compuestos con detalles, representan un símbolo, tienen referentes ineludibles, y sin embargo, le escapan al cliché. Infierno grande exuda furia, si bien no abunda la violencia, es una película salvaje, al rojo vivo. La Pampa se ve como un territorio árido, arrasado, amarillo casi blanco con ese sol que no da tregua, como un horizonte perdido. La extrañeza con que todo el asunto se envuelve acoge al film en un mundo propio, de códigos universales, pero raíces nuestras. Ese policía, ese vendedor, lo podemos encontrar en cualquier país, pero no hay dudas que son bien nuestros. María escapa de un infierno, y no le importa lo que viene, estalló, ya no se quiere quedar en el molde, quiere gritar, sabe que ningún otro averno será como ese infierno que ya quiere dejar atrás. Una panza enorme, un solero de jean, lo pelos al viento, esa mirada de fiera de Guadalupe Docampo, y una escopeta. Feminismo de armas tomar. Maternidad protectora pura, real, convencida. No le hace falta portar el pañuelo verde y el violeta en cada brazo, sabemos que lo haría. En el pueblo era una modosita maestra, ahora es una caminante fugitiva. No alcanzan los adjetivos para describir el talento de Guadalupe Docampo, figura clave de la movida independiente local. Hace semanas la vimos componer un personaje de extrema dulzura (con tonada exacta incluida) en "Traslasierra"; ahora es la vívida imagen de esa Sarah Connor que se refugia en el desierto en "Terminator 2" para proteger a su hijo, esa que quiere un destino mejor, aunque duda si lo habrá, pero está dispuesta a pelear por él. Guadalupe es pólvora y fuego, hay algo en la mirada, y hasta en esa amplia sonrisa, que provoca un magnetismo inmediato que es fundamental para el personaje y la película. Todos los aplausos para ella. Su contrafigura, Alberto Ajaka, con quien ya la vimos en duelo de violencia de género este año en A oscuras, es otro de esos actores clave. Psique du rol perfecto, química aceitada con la protagonista, y una composición actoral que lo lleva a ir degradando su estado físico a medida que el film avanza. En las escenas entre ambos, "Infierno grande" estalla. Pedersoli es alguien siempre a tener en cuenta, con poco logra mucho. Mario Alarcón es tan infatigable como querible, su figura y presencia iluminan la película. A Marta Haller, como siempre, le alcanzan pocos minutos para destacarse. Manuel Matzkin es toda una promesa. Como mencionamos anteriormente, Chucho Fernández es quien sorprende dentro de los secundarios; un actor con características muy particulares, al que uno imagina encasillado en determinados roles, logrando un opuesto, un sacerdote; no uno tradicional, pero un clérigo al fin. Más contenido de lo que lo vemos habitualmente; verlo siempre nos recuerda que estamos ante un film de género. Al igual que los protagonistas, una figura clave. Alberto Romero tiene experiencia en guion, y dirigió el sobresaliente documental "Carne propia" (en el que ya había demostrado un gran poder de síntesis narrativa); este es su primer largo en ficción, y no podía ser más auguroso. Sus influencias son palpables, desde el spaguetti western a Wim Wenders, pasando claramente por el Osvaldo Soriano/Héctor Olivera de "Una sombra ya pronto serás". En su elección de esta historia de pueblos chicos, y raíces olvidadas, dejados de lado cuando las vías ferroviarias se cerraron, hay también una lectura social clara e ineludible, que se suma al feminismo y las influencias violentas del poder (Lionel viene de familia con cargos políticos, y es candidato). "Infierno grande" no descuida ningún flanco, al cuidado en la fotografía y en los encuadres, le suma un montaje fluido entre el presente y los flashback, entre lo real y lo fantástico. También aporta con su banda sonora para nada intrusiva, siempre acorde. Cada integración en la producción aporta en los matices logrados para no hacer una propuesta monocorde. Potente, lúcida, enérgica, dinámica, desbordada en talento tanto delante como detrás de cámara, Infierno grande es una de las propuestas más sorpresivas y logradas de esta temporada. Otra muestra de lo fuerte que late el corazón del cine independiente nacional. No habrá que perderle pisada.
La segunda película de David Yarovesky, "Brightburn: Hijo de la oscuridad", plantea en forma de terror el conflicto principal de muchas historias de superhéroes ¿Qué pasaría si no fuesen tan héroes? ¿Quién vigila a los vigilantes? Frase proveniente del poeta romano Juvenal, popularizada por uno de los mayores comics de culto, Watchmen. La historia de estos personajes con superpoderes que se posicionan como guardianes de la sociedad tiene una contrapartida. ¿Qué pasaría si esos mismos no fuesen héroes? En la tradición comiquera es un planteo que se ha desarrollado en múltiples oportunidades. En la mencionada "Watchmen"; "Poder sin límite"; "Civil War"; "Batman vs Superman"; y en sí, es la motivación principal de las acciones de uno de los villanos más populares, Lex Luthor; tratar de controlar el accionar de estos personajes a los que más que como héroes ve como un peligro sobre lo que puede llegar a pasar al adquirir tanto poder. Justamente es la historia del héroe némesis de Lex Luthor la que reversiona Brightburn: Hijo de la oscuridad", segunda película de David Yarovesky luego de la promisoria "The Hive". Quien más, quien menos, todos conocemos la historia de Superman. Sus padres biológicos del Planeta Krypton lo salvan antes de la destrucción del planeta enviándolo a la Tierra en donde aterriza en la granja de la familia Kent. Allí crece como Clark Kent y pronto comienza a desarrollar poderes, que gracias a su nobleza, y sobre todo la crianza de sus padres terrestres, usará para convertirse en un protector de la humanidad. "Brightburn: Hijo de la oscuridad" cuenta (casi) la misma historia, pero con un giro crucial. Lejos de convertirse en un protector, acá el ser poderoso se convertirá en un destructor. Tori y Kyle Brayer (Elizabeth Banks y David Denman) son un matrimonio de Kansas que vive en una granja y no pueden tener hijos biológicos. Una noche sienten un temblor, una luz fulgurante, y algo como un meteorito que aterriza en el bosque. En realidad es una nave que en su interior trae un bebé, al que criarán como hijo propio y llamarán Brandon. Brandon (Jackson A. Dunn) crece y se convierte en un niño muy inteligente, retraído, y cariñoso con sus padres. Pero llega la pubertad, los cambios físicos, empiezan a salir pelitos donde antes de no había, algunas partes crecen, y en Brian crece algo más de lo que nos crece a todos. Una noche, una pesadilla lo lleva hasta al granero, la nave que sus padres ocultaron en el subsuelo lo convoca, y despierta en él algo dormido. A partir de entonces, irá desarrollando un poder cada vez más grande, super fuerza, vuelo, visión de rayos X, invulnerabilidad (salvo a un material). Pero también crece la oscuridad dentro suyo, no sólo como venganza por ser víctima de bullyng, sino como respuesta al llamado que hacen desde la nave. A espaldas de todos, creará una suerte de alter ego, con capucha, capa, y logotipo/señal incluido, para dar rienda suelta a su poder de destrucción. "Brightburn: Hijo de la oscuridad" tiene un doble atractivo. Por un lado este ¿qué pasaría si en vez de un superhéroe fuese un supersociópata?; pero también se presenta como una película de terror. Detrás del velo del Superman oscuro, se esconde una propuesta bastante tradicional de los films con niños malvados. Todos los ingredientes de estos están ahí. Los padres rockeritos inocentes que se cuestionarán sus métodos de crianza, el niño que parece dulce y retraído y oculta una profunda oscuridad, la comunidad de la que el niño tomará venganza, sus compañeritos de colegio con bullyng incluido. Todo. En este aspecto, el film se favorece al ser una propuesta de bajo presupuesto (bajo presupuesto para ser una producción de Sony, ojo), y lograr un clima oscuro; aunque no genera tanta tensión o suspenso como algunas similares ("Maligno", "La huérfana"). En ese tono medio entre ser un film de villano de superhéroe y película de terror se provoca un híbrido que no siempre encuentra el tono indicado. Cuando se inclina bien por el terror (nunca llega a ser gore ni lo intenta), gana. En su desarrollo del Superman reversionado, tampoco se anima a profundizar sobre las condiciones del entorno. Clark Kent crece en un entorno idílico, padres bondadosos y de altos valores morales, socialmente aceptado siempre, con interés romántico correspondido; no pareciera haber en él signos de frustración. En Brandon Brayer si bien hay indicios de bullyng, y un interés romántico no correspondido, no hay mucho más. Sus padres no son tan modositos como los Kent, pero son bondadosos, en el colegio sus compañeros se burlan de él, pero la maestra lo contiene; y algo fundamental, su maldad se despierta por un factor externo, un llamado a ser, convocatoria a cumplir su destino de destrucción. No plantea la posibilidad de torcer la voluntad hacia un lado o el otro; algo que hubiese sido cuestionable, pero interesante de ver. En el trío de protagonistas, Elizabet Banks es quien más se destaca, una muy buena actriz en varios géneros, a la cual no siempre le dieron las mejores posibilidades. David Denman hace una labor correcta, pero su personaje es el que presenta más incongruencias de guion. Jackson A. Dunn no se va a ubicar como el más atemorizante de los niños malvados (su personaje tiene características de los albinos de Village of the Danmned, pero no sugestiona como ellos), pero hace una labor correcta sobre todo en su parte más retraída. Promocionarse como producción de James Gunn supone cierta locura del director "Guardianes de la galaxia" y "Gnomeo & Julieta"; sin embargo no, pese a que el guion es de sus hermanos, "Brightburn: Hijo de la oscuridad" no alcanza grandes niveles de salvajismo. Hay varios guiños al universo superheróico, y un ritmo sostenido que hacen de su corta duración algo muy ligero y llevadero. "Brightburn: Hijo de la oscuridad" entonces está a mitad de camino entre lo que es y lo que pudo haber sido. El resultado es una película de terror aceptable, con buenos momentos, y un planteo que sobre la mesa queda menos desarrollado de lo posible.
Muñecos animados Si revisan los orígenes de muchas de las series animadas que vimos de chicos, se van a dar cuenta que no es ninguna novedad. Muchos de los clásicos como He-Man, GI-Joe, Popples, Trolls, My Litlle Pony/Mi Pequeño Pony, o Care Bears/Ositos cariñosos, fueron primero una línea de muñecos a los cuales se les creó una serie para poder introducir el producto dentro del hogar. Algo similar ocurre con UglyDolls: Extremadamente feos, que viene precedida no solo por una fuerte campaña publicitaria que ya lleva más de un año, sino por la línea de simpáticos muñequitos que son toda una referencia para los que cuentan con menos de quince años (y para los que tienen más, pero con alma de niños, también). Parece que todo empezó del modo más romántico, Sun Min Kim tenía que abandonar EE.UU. y dejar a su novio David Horvarth. Este le escribe una carta de despedida: en ella le dibuja un simpático monstruito y un mensaje esperanzador acerca de que algún día podrían concretar sus sueños. Ella decide hacer un muñeco en base al dibujo, y él se lo presenta a un amigo que trabajaba en una empresa de juguetes. De ahí en más el éxito no pararía: fueron juguete del año en 2006, traspasaron EE.UU. recorriendo el mundo, y la empresa Illumination Studios compró los derechos para hacer una película que luego pasaría a manos de STX Films como su primer film animado (y este mes también sale una serie por Hulu). Bueno, toda esta historia es probablemente mucho más entretenida e inspiradora que lo que propone la sosa UglyDolls: Extremadamente feos. El mundo es de los feos Imaginemos un mundo de juguetes. Allí se los separa entre los que son perfectos para su venta… perdón… para relacionarse con los niños, y los que tienen algún defecto de origen, los cuales son aplazados a vivir en Uglyville (algo así como Villa Feo). Moxy (acá la escuchamos con vos de Tini Stoessel –gran gancho– y en el original con Kelly Clarkson) vive en Uglyville, pero no está conforme con esa situación. Por eso, junto a su grupo de amigos, planea una estrategia para lograr ingresar al reino de los juguetes lindos y así vivir todos en armonía. Sí, no es el argumento más original del mundo; hasta podría decir que hace veintiún años Antz planteó algo similar mucho más complejo, y mejor en todos los sentidos. Todo esto sirve como excusa para presentar un ambiente muy colorido, con monstruitos varios adorables, personajes humanos estándar, incluyendo un villano bastante irritante y unas cuantas canciones pegadizas. Supuestamente el mensaje es a favor de la no discriminación, de la integración, la importancia del ser diferente o ser uno mismo. Todo bien en los papeles, pero en la práctica… Cuando UglyDolls: Extremadamente feos se planeó dentro de Illumination, el encargado de dirigirla y escribir su guion era Robert Rodriguez a través de su Troublemaker Studios. Luego, cuando pasó a manos de STX, Rodríguez se bajó y su nombre solo figura como “Historia de”, aunque el guion ya no es de su autoría. Es pura conjetura, pero teniendo los más que dignos (en cuanto a realización y valores) antecedentes de Rodriguez en el cine infantil, es probable que el resultado fuese mejor que este que nos presenta Kelly Asbury (Gnomeo y Julieta, Shrek 2). Conformismo de peluche En realidad, lo que nos muestra UglyDolls: Extremadamente feos es un universo en el que las apariencias importan, en el que lo único importante es pertenecer, y los desclasados no lo son tanto. Todo es adornado y edulcorado; y mejor ni adentrarse en el claro mensaje de mercadotecnia barata que posee. Todo en la película está pensado para las ventas al abandonar la sala. Estos bichitos de peluche ni son tan feos, ni menos son reaccionarios al sistema; todo lo que quieren es integrarse, amoldarse a él, así sea que en el medio pierdan su identidad. Conformismo puro. El mensaje atrasa muchísimo y lo condimentan de la peor manera, tratando a su público como menor. UglyDolls: Extremadamente feos es el tipo de películas que subestima al público infantil entregándole menos, simplificando, ofreciéndoles algo vacío, porque total son chicos y se conforman con cualquier cosa… o lo único que nos interesa es que compren muñecos, que mejor no piensen tanto. Los personajes son clichés sin ningún tipo de vuelo, y la animación no es lo suficientemente estimulante como para entablillar al quebrado. Las canciones, más que pegadizas, son pegajosas, sobrecargadas, redundantes, poco emotivas. UglyDolls: Extremadamente feos es una película fiel a su origen: antes que una película animada, es un vehículo para vender muñecos de peluche, o cualquier otro producto. Partiendo de esa base, no hace nada por torcer su destino.
El cáncer de la inmigración Desde la aparición y éxito de Bajo una misma estrella, se instaló la nueva moda en dramas románticos juveniles que vino a remplazar al saliente Nicholas Spark. Siguen siendo adaptaciones de best Sellers como aquellas, con el agregado de una enfermedad o problema de salud X que funciona como traba/impedimento para que el amor heterosexual de clase media juvenil se desarrolle. La formula es más o menos siempre la misma. Chica amable, simpática e inocente, chico rebelde, soñador, con un costado más profundo que ella (es poeta, o dibujante, o algo relacionado al arte); primero se rechazan, después se atraen, pero hay una enfermedad –si es terminal, mejor– que les dice, “hasta acá llegaron”, ahora deben separarse. O que los hace vivir ese amor de modo clandestino a espaldas de sus cuidadores. Las dos responsables de El sol también es una estrella ya cuentan con antecedentes en el área. Nicole Yoon, la autora de la novela, es quien también escribió Todo, todo, aquella fábula romántica con una adolescente que no podía abandonar su casa porque una enfermedad podía acabar con su vida, y se enamoraba del vecino de enfrente. La encargada de llevarla al cine es Ry Russo Young, quien comenzó con algunos films experimentales, y pronto se tentó con Si no despierto: chica repite su día intentando que ni ella ni sus amigas mueran, y en el medio se enamora de su compañero de escuela. El plato estaba servido y El sol también es una estrella es otro exponente de este tipo de películas, con un detalle crucial: reemplazan la enfermedad terminal por la deportación. Así es, El sol también es una estrella plantea un amor entre dos inmigrantes de etnias diferentes, en la “tierra de las oportunidades”, solo que a uno de ellos las oportunidades parece que se le acabaron. Antes de que me echen Natasha (Yara Yahidi), es una inmigrante jamaiquina que vive junto a sus padres en un minúsculo departamento en el cual, parece, no tienen para pagar la cuenta de la luz porque viven a oscuras (conjeturo, nunca lo explican). En el día de mañana, los tres serán deportados a su país de origen, y aunque sus padres están derrotados anímicamente, ella no se rinde y acude a una audiencia para intentar una prórroga mediante una evaluación. Allí, luego de ser atendida por un burócrata latino (John Leguizamo olvidándose de lo buen actor que fue en algún momento), se topa con Daniel (Charles Melton), un coreano –de Corea del Sur, por supuesto, nada de terroristas– hijo de padres inmigrantes con una tienda de productos para el cuidado capilar. Estos esperan un mejor futuro para él, por eso lo instan a estudiar leyes en Columbia, siendo que a Daniel en verdad se le da por la poesía instantánea. Si bien la cosa arranca mal –vayan anotando los clichés– porque el padre de él está relacionado con la denuncia a los padres de Natasha, un segundo después se enamoran. Primero, viendo que ella en su campera tiene la misma frase que escribió él, siente el flechazo del destino; dicha frase es “deus ex machina”. A partir de entonces (todo esto sucede muy rápido), tendrán 24hs para vivir su amor antes que ella se marche; o suceda algo repentino e inesperado que salve la situación. El Deus ex machina en cuestión muy mal interpretado por la teoría de la película. Lo cierto es que, suceda o no ese giro al final, durante toda la película los giros del destino abundan, casualidades que hay que digerir porque total se trata de una de amor y no importa nada más. Además de las ya mencionadas, las referencias que se nos vienen inmediatamente a la cabeza son Matrimonio por conveniencia y Antes del amanecer; por supuesto, tanto Peter Weir como Richard Linklater le quedan enorme a esta película. Entre la nada y la indulgencia Varios son los problemas con El sol también es una estrella (que le debe su título a una inconexa teoría de Carl Sagan al principio de la película). Siendo leves, el principal problema es que es profundamente aburrida. Yahidi y Melton no tienen química, y el hecho de que ambos parezcan salidos de un catálogo de modelos de Benneton no ayuda. No se siente empatía alguna por ellos; demasiado perfectos. El amor nunca se siente, y que al segundo de verse ya se digan te amo, no aporta a la verosimilitud. Hay también una cuestión estética en buscar encuadres perfectos y primeros planos fotográficos, que colaboran con más plasticidad al resultado. En la trilogía de Linklater, Jesse y Celine debatían sobre varias cuestiones en esas 24 hs que tienen en cada película. Si bien se podría decir que son films muy dialogados, lo cierto es que la conexión se siente, y hay mucha profundidad y nobleza entre esos amantes. Acá, Natasha y Daniel pasan 24hs banales, no hablan tanto, pero lo poco que hablan son superficialidades, divagues sobre el amor romántico muy de manual de autoayuda, y fracesitas rosa para definir a ambos personajes como soñadores empedernidos. No hay un desarrollo, no hay acción, no hay acontecimientos, no hay vibra, no hay nada. Su hora cuarenta es soporíferamente interminable. Para distraernos un poco de este vacío existencial de la película, comenzamos a analizarla: y sí, es de una perversidad importante. La problemática de la inmigración y la deportación de inmigrantes es un asunto de coyuntura actual en EE.UU., con las salvajes y demenciales políticas de Donald Trump culpando a los inmigrantes de cuanto mal existe en el país, e implementando deportaciones muchas veces injustificadas (no sé por qué esto me suena mucho). El sol también es una estrella tiene esta temática en el corazón del film ¿y ustedes creen que se anima a hacer alguna crítica? Por supuesto que no, banaliza todo, acepta de plano la deportación como algo natural (es el destino, c’est la viè), y hasta demuestra una puja carnicera solapada entre los propios inmigrantes –legales vs ilegales– con tal de quedarse. EE.UU. es presentado sin cuestionamiento como el lugar en el que ambos quieren quedarse porque allí tienen todas las posibilidades, aunque Natasha y su familia no parece que la estén pasando tan bien (y hasta en un diálogo remarcan que en Jamaica no huyeron de la miseria). La parte de Daniel también tiene sus cuestiones. Al personaje del burócrata mejor dejémoslo ahí, debería explayarme demasiado. Vea como se la vea, El sol también es una estrella es un film indigerible. Vacío, parsimonioso, insulso, políticamente correcto, y vil en varios planteos inmigratorios. Esta vez con el asunto de la enfermedad terminal parece que fueron demasiado lejos.