No terminamos de entender qué pasó en todos estos años. Separemos las cosas: Siglo XXI y el cine apuntado para adolescentes, pero con contenido profundo y analítico sobre los medios de comunicación, el totalitarismo y la intolerancia a favor de la máquina de hacer rating: Eso es la saga completa de “Los juegos del hambre” (de 2012 a 2016). Todo se dijo ahí. No había más nada hasta que éste año se estrenó “Ready Player One” (Steven Spielberg), que le agrega a esa saga la alienación a un mundo virtual contado en forma de aventura inteligente. Las insinuaciones de los trípticos Maze Runner y Divergente se quedaron en eso. Insinuaciones que podrían haber aportado algo más si no fuese por el facilismo literario en el cual incurren. Si entramos en un hibrido como “Soy el número 4” (D.J. Caruso, 2011) o algunas series de moda sobre supuestos súper héroes (o gente con poderes, mejor dicho) tal vez nos podamos acercar mejor a un estreno como “Mentes poderosas”. Un espanto por donde se lo mire pero claro, basado en un best seller de Alexandra Bracken que junto con otros autores se inscriben en el género “lunfardo para la generación del WhatsApp”. Una secuencia inicial narrada por Ruby (Amandla Stenberg), la protagonista, nos pone en situación. Los chicos de repente adquirieron poderes que el gobierno decidió clasificar en pibes inteligentes, pibes con poderes tele-kinésicos, otros que controlan la electricidad, y luego los que son más peligrosos. Todos divididos en colores como si fuese un jardín de infantes: Salita verde, celeste, amarillo, naranja y rojo. Esta pavada fenomenal está secundada por un mundo semi-apocalíptico en el cual el propio gobierno decide poner a los pibes en una especie de campo de concentración para hacer trabajos forzados. La escena de un milico acosando a la protagonista para que aprenda a pasar los cordones de una bota militar ya debería formar parte del museo del ridículo. Es preferente no seguir adelante con el resto por respeto a los desprevenidos que vayan al cine, aunque, realmente, revelar todo lo que pasa en la película en este caso se siente como un servicio a la comunidad porque la plata en la boletería no se devuelve. Ahondar en las interpretaciones sería cruel. ¿Qué proyecto de actor o actriz de 15 o 16 años no quisiera estar en esta producción? De ellos no es la culpa. “Mentes poderosas” es como ver X-Men con el presupuesto de “Odol pregunta”. Debe ser por eso que uno a la mitad de la proyección tiene ganas de gritar: ¡Volvé Cacho! No terminamos de entender qué pasó en todos estos años. Separemos las cosas: Siglo XXI y el cine apuntado para adolescentes, pero con contenido profundo y analítico sobre los medios de comunicación, el totalitarismo y la intolerancia a favor de la máquina de hacer rating: Eso es la saga completa de “Los juegos del hambre” (de 2012 a 2016). Todo se dijo ahí. No había más nada hasta que éste año se estrenó “Ready Player One” (Steven Spielberg), que le agrega a esa saga la alienación a un mundo virtual contado en forma de aventura inteligente. Las insinuaciones de los trípticos Maze Runner y Divergente se quedaron en eso. Insinuaciones que podrían haber aportado algo más si no fuese por el facilismo literario en el cual incurren. Si entramos en un hibrido como “Soy el número 4” (D.J. Caruso, 2011) o algunas series de moda sobre supuestos súper héroes (o gente con poderes, mejor dicho) tal vez nos podamos acercar mejor a un estreno como “Mentes poderosas”. Un espanto por donde se lo mire pero claro, basado en un best seller de Alexandra Bracken que junto con otros autores se inscriben en el género “lunfardo para la generación del WhatsApp”. Una secuencia inicial narrada por Ruby (Amandla Stenberg), la protagonista, nos pone en situación. Los chicos de repente adquirieron poderes que el gobierno decidió clasificar en pibes inteligentes, pibes con poderes tele-kinésicos, otros que controlan la electricidad, y luego los que son más peligrosos. Todos divididos en colores como si fuese un jardín de infantes: Salita verde, celeste, amarillo, naranja y rojo. Esta pavada fenomenal está secundada por un mundo semi-apocalíptico en el cual el propio gobierno decide poner a los pibes en una especie de campo de concentración para hacer trabajos forzados. La escena de un milico acosando a la protagonista para que aprenda a pasar los cordones de una bota militar ya debería formar parte del museo del ridículo. Es preferente no seguir adelante con el resto por respeto a los desprevenidos que vayan al cine, aunque, realmente, revelar todo lo que pasa en la película en este caso se siente como un servicio a la comunidad porque la plata en la boletería no se devuelve. Ahondar en las interpretaciones sería cruel. ¿Qué proyecto de actor o actriz de 15 o 16 años no quisiera estar en esta producción? De ellos no es la culpa. “Mentes poderosas” es como ver X-Men con el presupuesto de “Odol pregunta”. Debe ser por eso que uno a la mitad de la proyección tiene ganas de gritar: ¡Volvé Cacho!
Todos los regresos tienen su dicotomía, sus pros y sus contras en definitiva. En el “Nocturno a mi barrio” Pichuco decía: “Alguien dijo una vez que yo me fui de mi barrio. ¿Cuándo? …pero cuándo? ¡Si siempre estoy llegando!” Algo de este fraseo iluminado tiene “Desobediencia” y sino fuese que está hablada en inglés, y un par de antecedentes, uno diría que estamos frente al primer tango judío hecho cine. Con la irreverencia de antaño, pero con mujeres protagonistas y dirección chilena, bien cabría la palabra “cambalache” en la más amplia de las acepciones. Ronit (Rachel Weisz), de origen judío ortodoxo pero rebelado a los mandatos, regresa después de un tiempo a su zona familiar para formar parte del ritual referente a la muerte de su padre. Será este un regreso sin gloria (sin eufemismos) pues se trata de un cabal reencuentro con un pasado no muy lejano. Familia, amigos y amigas. En este último caso una amiga en particular, Esti (Rachel McAadams), quien no sólo siguió adelante con la obediencia, sino también se casó con el discípulo del papá de Ronit. No hace falta ser de la colectividad judía para adivinar la intención de interpelar los mandatos religiosos con esta historia y el conflicto que esto desata. De hecho no es de extrañar si uno lee los créditos a la cabeza de los cuales está Sebastián Lelio, ganador del Oscar a mejor película extranjera por “Una mujer fantástica” (2017), la que anteponía el discurso por encima de los valores cinematográficos, con lo cual discutirla con fundamentos concretos presupone una posición “políticamente incorrecta”, o “apolíticamente correcta” según se la analice. Uno piensa: ¿Es en al ámbito de la ortodoxia dónde la idea cobra fuerza? Sino estuviese ese factor, ¿la historia se cuenta igual? Y si es así, ¿a qué se está interpelando? O mejor dicho; ¿contra qué valores? Fuera de estas preguntas que surgen naturalmente frente a este estreno, es curioso que sea el melodrama la elección para atravesar la supuesta polémica, por ende es menester hablar de una historia de amor no consumada que se encuentra en su punto más alto. Las dos mujeres, brillantemente interpretadas, se vuelven a ver luego de un tiempo con la suficiente fuerza como para querer recuperarlo pese a las circunstancias. Bastante alejado de la estética de la obra que le valió el premio de la Academia, Lelio se aferra a los esquemas clásicos de este tipo de narración para poner en valor sus inquietudes contra una sociedad todavía reticente a aceptar los nuevos mandatos culturales que sobreviven a los tradicionales. Justamente por eso, por depositar el antagonismo en una cuestión religiosa, es que el relato le endilga la mayor responsabilidad a la fotografía, la música, las actuaciones y la impronta melancólica en desmedro de un análisis más profundo. “Desobediencia” es como echar culpas sobre la play station sin tener en cuenta el Atari o el Pac Man. Así y todo, el disparador no deja de ser interesante y de ritmo concreto para otra historia de amor que merecía ser contada con, al menos, mejor información Todos los regresos tienen su dicotomía, sus pros y sus contras en definitiva. En el “Nocturno a mi barrio” Pichuco decía: “Alguien dijo una vez que yo me fui de mi barrio. ¿Cuándo? …pero cuándo? ¡Si siempre estoy llegando!” Algo de este fraseo iluminado tiene “Desobediencia” y sino fuese que está hablada en inglés, y un par de antecedentes, uno diría que estamos frente al primer tango judío hecho cine. Con la irreverencia de antaño, pero con mujeres protagonistas y dirección chilena, bien cabría la palabra “cambalache” en la más amplia de las acepciones. Ronit (Rachel Weisz), de origen judío ortodoxo pero rebelado a los mandatos, regresa después de un tiempo a su zona familiar para formar parte del ritual referente a la muerte de su padre. Será este un regreso sin gloria (sin eufemismos) pues se trata de un cabal reencuentro con un pasado no muy lejano. Familia, amigos y amigas. En este último caso una amiga en particular, Esti (Rachel McAadams), quien no sólo siguió adelante con la obediencia, sino también se casó con el discípulo del papá de Ronit. No hace falta ser de la colectividad judía para adivinar la intención de interpelar los mandatos religiosos con esta historia y el conflicto que esto desata. De hecho no es de extrañar si uno lee los créditos a la cabeza de los cuales está Sebastián Lelio, ganador del Oscar a mejor película extranjera por “Una mujer fantástica” (2017), la que anteponía el discurso por encima de los valores cinematográficos, con lo cual discutirla con fundamentos concretos presupone una posición “políticamente incorrecta”, o “apolíticamente correcta” según se la analice. Uno piensa: ¿Es en al ámbito de la ortodoxia dónde la idea cobra fuerza? Sino estuviese ese factor, ¿la historia se cuenta igual? Y si es así, ¿a qué se está interpelando? O mejor dicho; ¿contra qué valores? Fuera de estas preguntas que surgen naturalmente frente a este estreno, es curioso que sea el melodrama la elección para atravesar la supuesta polémica, por ende es menester hablar de una historia de amor no consumada que se encuentra en su punto más alto. Las dos mujeres, brillantemente interpretadas, se vuelven a ver luego de un tiempo con la suficiente fuerza como para querer recuperarlo pese a las circunstancias. Bastante alejado de la estética de la obra que le valió el premio de la Academia, Lelio se aferra a los esquemas clásicos de este tipo de narración para poner en valor sus inquietudes contra una sociedad todavía reticente a aceptar los nuevos mandatos culturales que sobreviven a los tradicionales. Justamente por eso, por depositar el antagonismo en una cuestión religiosa, es que el relato le endilga la mayor responsabilidad a la fotografía, la música, las actuaciones y la impronta melancólica en desmedro de un análisis más profundo. “Desobediencia” es como echar culpas sobre la play station sin tener en cuenta el Atari o el Pac Man. Así y todo, el disparador no deja de ser interesante y de ritmo concreto para otra historia de amor que merecía ser contada con, al menos, mejor información
Están de nuevo. Los monstruos clásicos de la Universal en su versión animada no paran de facturar billetes, irónicamente sin asustar a nadie como en su concepción original, sino todo lo contrario. Drácula (voz de Adam Sandler), Frankenstein (voz de Kevin James), El hombre lobo (voz de Steve Buscemi), El hombre invisible (voz de Keegan-Michael Key) y La Momia (voz de David Spade) son una pandilla de viejos amigos muy lejos de ser lo que fueron. En este caso, un retroceso en la línea de tiempo es la que nos lleva a la época en la que el mítico Van Helsing (voz de Jim Gaffigan) estaba obsesionado con matarlos a todos, en especial (por supuesto) a Drácula. Miles de intentos sin éxito, en un montaje vertiginoso, nos trae al presente. Todos, con una excusa bastante tirada de los pelos, terminan en un crucero de placer en el Triángulo de las Bermudas, el que servirá como vehículo turístico y también amoroso pues el padre de todos los monstruos parece que encuentra al amor de su vida (o su muerte, para ser exactos porque recordemos: el tipo es un vampiro). Cómo serán de contradictorios los tiempos que corren. Aquel que en la literatura era el villano es “el bueno”, y el villano de turno aquí es el personaje que salvaba los cuellos de la humanidad allá por fines del siglo XIX en la novela de Bram Stoker. Es cierto, esta trilogía nunca se propuso realmente poner a los monstruos como seres despiadados, y si había algo de interesante en la primera (esto de necesitar un refugio contra las constantes persecuciones humanas), llegados a este estreno queda todo diluido y sin fuerza interna que se oponga a su existencia. Es decir, está naturalizado que todos (o casi todos) son buenos y graciosos. Al tener personajes así de unidimensionales es muy difícil que un guión de poco más de una hora y media logre entretener más allá de lo anecdótico. Dicho más simple: No hay conflicto, y al no haberlo sólo queda seguir por inercia las vicisitudes, líos, y situaciones que si estuviesen aisladas en pequeños cortos de cinco o diez minutos serían más efectivos. Lo que sí abunda es el humor que llevó a este producto a tener una enorme popularidad, y por esta razón los chicos la van a pasar fenómeno. Los éxitos se pueden analizar, desmenuzar, o lo que sea; pero no se pueden discutir. Es más, algunos gags funcionan bien. La sobrevaloración de algunas sagas no significa necesariamente una crítica a su éxito de taquilla, y decimos sobrevaloración artística porque la de Hotel Transylvania es un claro ejemplo. El director, vinculado al mundo animado desde hace muchos años. y creador de varios éxitos televisivos, usa los elementos clásicos del humor físico solidificado en los años ‘50 por el genial Tex Avery como arma principal. Más que genuino por cierto, pero se hace extenso y aburrido cuando va para un lado mientras el argumento va para otro. “Hotel Transylvania 3: Monstruos de vacaciones” va a ser uno de los grandes éxitos de taquilla del año. Sólo eso.
Lo más extraño de este estreno es que alguien (varios en realidad) hayan visto la necesidad de hacer una precuela, es decir, la narración de los hechos acaecidos antes de lo que todos ya vieron. ¿Para instalar qué? ¿Para explicar el origen de qué? ¿O de cuál personaje? Convengamos que básicamente una precuela debería servir como mínimo para agregar contenido previo al que conocemos todos. Por ejemplo, la trilogía de El Hobbit. si bien es más extensa de lo recomendable, sirve para conocer no sólo los hechos previos a la del “Señor de los anillos”(2001), sino también la progresión dramática del personaje central de toda la saga, Bilbo Bolsón. Los episodios I, II, y III de Star Wars, filmados casi 20 años después de las primeras tres, retrocedía en el tiempo para contar el fortalecimiento del Imperio y el crecimiento del mal contado desde un pequeño niño que luego será el famoso Darth Vader, y así por el estilo. ¿Son necesarias? En la mayoría de los casos no, pero la industria vive de lo que el fanático quiere, y lo que el fanático quiere es saber todo lo más que se pueda del universo de sus películas favoritas. “12 Horas para sobrevivir: el inicio” intenta colocarse también bajo esta premisa, y es precisamente allí donde reside su mayor dificultad e incurre en un error conceptual: ir hacia atrás en el tiempo para contar la historia que ya había desplegado claramente en las tres primeras. Es decir, un ejercicio fútil de escritura que por carácter transitivo se convierte en uno más vano aún de rodaje y post producción. Por caso, la sinopsis de la primera entrega dice que “La noche de la expiación” (James De Mónaco, 2013) se trata de una familia (de blancos) que en un futuro cercano trata de protegerse de la violencia humana generada anualmente durante una noche (llamada “la purga”) en la cual el gobierno, para bajar la tasa de criminalidad y violencia, permite todo tipo de crímenes, incluyendo asesinato y violaciones. ¿Y de qué se trata este estreno que se ubica temporalmente antes? De dos hermanos (negros) que en un futuro cercano trata de protegerse de la violencia humana generada anualmente durante una noche (llamada “la purga”) en la cual el gobierno, para bajar la tasa de criminalidad y violencia, permite todo tipo de crímenes incluyendo asesinato y violaciones. Es cierto, hay diferencias. Mínimas. No estaría muy errado aquel que tilde a esta producción como una remake venida a menos. En todo caso la introducción también es un compilado de noticieros que derivan en una rápida explicación de cómo “los nuevos fundadores” han llegado al poder en USA y el desarrollo de la puesta en marcha del “proyecto purga”. Lo demás es un calco de lo ya visto. Gente pobre, humilde pero con principios, que se opone a esta aberración y protesta, inútilmente porque la matanza comienza inevitablemente. Personajes construidos con brocha gorda, algunos de ellos insinuando una importancia que luego no tienen, diálogos predecibles, y un argumento aburrido por redundante. Un par de integrantes del elenco es lo único rescatable, en especial el de Y’lan Noel interpretando a un gángster moderno que anda nervioso ante la posibilidad de que ésta ley fomente la competencia en el delito. Eso, y algo del panfleto anti Trump que aparece por hacer grotesco el discurso republicano presente en toda la saga.
Con una mano en el corazón, ¿de qué se trataba “Ant Man: el hombre hormiga” (Peyton Reed, 2015)? Salvo que fuese un fanático del cine de Marvel (o del comic original) sería un buen desafío para el espectador común redactar una sinopsis sin caer en Don Google. Algunos retazos en la testa quedan. Estaba Michael Douglas, que era como una especie de mentor-padrino del personaje encarnado por Paul Rudd que, a su vez, se ponía un traje que le permitía reducirse a escala de miniatura. Punto. ¡Ah!, y la memoria indica que era muy graciosa y entretenida, pero nada más. Ahora se estrena “Ant man and the wasp” ¿Cúal era el problema de traducir los nombres? ¿Sonaban “grasas” en español?, o sea, “El Hombre Hormiga y La Avispa”. Segunda parte de lo que fue un verdadero batacazo, es decir, superó las expectativas de recaudación, y esto probablemente se deba a que era (y éste lo es también) una comedia para chicos y grandes, además, o sea lejos de la otra comedia negra, violenta y auto-paródica de Marvel llamada “Deadpool”. (2016). Así y todo, para ver éste estreno se le requerirá al interesado recordar los eventos acaecidos en “Capitán América: guerra civil” (Joe y Anthony Russo, 2016), ya que el argumento se instala a partir de lo sucedido en esa oportunidad (pregúntele a Google, cualquier cosa). Esta vez Hank Pym (Michael Douglas) y Hope, alias La Avispa (Evengeline Lilly) trazan una nueva misión para el Hombre Hormiga, misión que intentará cumplir a su pesar, ya que fue papá hace poco y por eso nuestro héroe anda con dudas. La misión por supuesto va a concatenar algunas cuestiones también del orden familiar y, sobre todo, presentará con pelos y señales al otro personaje del título. Entre ambos indagarán, aventura mutli-dimensional mediante, el universo al cual pertenecen descubriendo importantes indicios. Más allá de su factura técnica, impecable por dónde se la mire, Peyton Reed se consolida como director de comedia, y este punto es la verdadera fortaleza del estreno. “El Hombre Hormiga y La Avispa” le va a dar a la audiencia, memoriosa o no, una buena dosis de gags y humor con buen timing, apoyados en ese gran comediante que es Paul Rudd quién, al igual que Ryan Reynolds en la otra franquicia, encontró el papel de su vida (sólo que el primero es claramente un actor con más recursos) Realmente se va a entretener mucho. De la misma manera, cuando dentro de dos o tres años volvamos a hablar de la tercera, seguramente tendrá los mismos problemas que se revelaban al comienzo de este texto. La testa anda bien, no se preocupe. Es la inteligencia lo que ayuda a diferenciar un pasatiempo olvidable de algo más trascendental.
Si el guión de “Jurassic World: el reino caído” es la demostración cabal del agotamiento de un argumento sólo justificado en el universo de las sagas y el cine espectáculo, el de “Sicario 2: Día del soldado” es la prueba irrefutable del interés forzado. Estaba todo contado y cerrado a puro clima de tensión extrema en “Sicario” (Denis Villenueve, 2015). La historia se bifurcaba entre dos personajes, una novata en la DEA (división antidrogas de USA) horrorizándose frente al mundo de los carteles de drogas en México, (con el tema de la inmigración ilegal en la frontera como coyuntura lateral), y Alejandro (Benicio del Toro), el hombre que funcionaba como nexo entre ambos países, o universos, y que se revelaba como el asesino a sueldo del título. A ellos se sumaba el costado ambiguo de la autoridad en el personaje de Josh Brolin, como el “representante” del “combate”, y anqui contra las drogas. Todo coronado con tres merecidísimas nominaciones al Oscar (y se quedaron cortos) en los rubros de fotografía, edición de sonido, y música original (soberbio trabajo del fallecido Johann Johansson). El tema es que el guión de Taylor Sheridan cerraba por todos lados, es decir que no dejaba cabos sueltos, ni tampoco insinuaba la necesidad de una continuación y, sin embargo, parece que un segundo cheque lo entusiasmó y siguió escribiendo. Un engañoso comienzo tiene “Sicario 2: Día del soldado”. Hay una redada cerca de Juárez, en la frontera con México, en la cual se detiene el ingreso ilegal de mexicanos al territorio de los Estados Unidos. Uno de los inmigrantes logra inmolarse con un explosivo. Luego, en un supermercado, otras cinco o seis personas hacen lo propio matando a varios ciudadanos. Posteriormente la acción se traslada a Yemen, en África, y aunque el presidente norteamericano está decidido llegar al fondo de la cuestión la circunstancia de la investigación comienza a resultar rara, primero, y forzada después. Lo mismo sucederá con la convocatoria de Alejandro, ya que su intervención se adivina como un catalizador para lograr provocar una pelea armada entre carteles. La película, en este caso dirigida por Stefano Sollima, no carece para nada de ritmo. En ese aspecto el manejo de la información, la tensión que generan los planes turbios, y el crecimiento de los personajes son tan efectivos como en la antecesora, y hasta se podría decir que ese clima oscuro y opresivo es la verdadera “continuación”. Pero el planteo general que pretende justificarlo conserva sólo algunas de las connotaciones conceptuales, y agrega otras cuya estructura se anuncia con bombos y platillos para luego diluirse (los atentados del principio, por ejemplo) y ser sólo funcionales a la decisión política tomada como puntapié inicial para toda la operación. Lo mismo sucede con la injerencia de los medios, o la presencia de un personaje fuerte como el Presidente, que también se debilita hasta desaparecer sin mucha explicación. “Sicario 2: Dia del soldado” tiene como premisa principal dejar instalada la continuación, tomando como gancho acaso la veta más interesante del guión: la aparición de un aprendiz de, justamente, sicario en la piel de un pibe de no más de veinte años. Un chico encargado de trasladar a los inmigrantes que poco a poco se reconoce en su salsa venciendo todos los límites de su moral y de su edad. Un sistema que va creando asesinos cada vez peores y en el cual el valor de la vida es prácticamente inexistente. Como producto acabado es innegable su capacidad de atrapar al espectador calcando la técnica e impronta de la primera, incluso logrando sobrevivir a las falencias de construcción de situaciones del guión. Forzada, sí. Entretenida, también.
Probablemente sólo los que vayan movidos por la curiosidad se podrán llevar un par de sorpresas agradables con el estreno de “Gringo: Se busca vivo o muerto”, porque por el lado del elenco, más allá de su indudable talento, no hay mucho poder de convocatoria, y por el lado del marketing no hay nada atractivo. Sin embargo esta producción tiene elementos para esgrimir su defensa como una comedia negra sobre la codicia y el uso del poder. Harold (David Oyelowo) es empleado de una compañía químico-farmacéutica con ramificaciones en México, país al cual es enviado por sus jefes Richard (Joel Edgerton) y Elaine (Charlize Theron) para cerrar la producción de una sustancia cuyo cliente principal es un cartel de drogas muy peligroso. Los enredos comienzan a precipitarse ya que Harold, con una impronta de “pobre tipo” muy bien trabajada por el actor, ignora no sólo estas operaciones comerciales, sino también las intenciones de sus jefes al enviarlo allí. De esta forma funciona el argumento cuyo centro dramático es el de un protagonista que no maneja la información, siendo el espectador quien va construyendo las futuras peripecias. “Gringo: se busca vivo o muerto” se plantea como una suerte de camino del héroe que ignora serlo. Como si en lugar de ir por la autopista va por la colectora. Nash Edgerton (hermano del protagonista) parece saber a qué juega con este guión de Anthony Tambakis y Matthew Stone. Dirige con buen pulso, ritmo, y sobre todo timing para la comedia, esto último trabajado en conjunto con un grupo de actores que ofrecen una gestualidad por momentos hasta clownesca. Sin exageraciones en la gestualidad y con aplomo en las escenas de más acción. Por el lado del texto también hay buenas construcciones con algunos buenos remates en torno a los contrastes culturales y étnicos. “Es un negro en una ciudad mexicana, ¿qué tan difícil puede ser encontrarlo?”, dirá el jefe del Cartel. Y así por el estilo. Está claro que la pólvora ya está inventada. Para los realizadores de éste estreno, no es eso lo importante, sino cómo se usa y en qué dosis.
No se puede estar tanto tiempo opinando lo mismo sin al menos quejarse por tener que opinar siempre lo mismo. Desde el comienzo de los créditos de “Jurassic Park” (Steven Spielberg, 1993), hace más de 25 años, tres cosas quedaron claras. La primera, era la de estar frente a una obra genial que además iba a marcar un antes y un después en la historia de los efectos especiales. Nada iba a ser lo mismo desde entonces. La segunda, fue la claridad de concepto como para entender que ya estaba todo contado y el mensaje entregado. Seguir adelante iba a ser entrar en un terreno repetitivo. La tercera, nos trae hasta el estreno de hoy: las secuelas dan mucha plata en Hollywood aunque nadie se pregunte por el argumento. De esta forma se puede repetir ochenta veces el mismo guión y su estructura. O sea que en “Jurassic World: El reino caído· es de esperar la reiteración de la totalidad de los elementos instalados en la original. Se vuelven a mencionar los mismos experimentos, la explicación de cómo se obtuvieron los dinosaurios, y la presencia de la corporación (que sigue queriendo facturar en grande). La rama ecologista del asunto también da el presente, y por supuesto se habla del peligro de la manipulación genética, aunque esto último ya ni siquiera se decanta por efecto de las acciones como para que el espectador piense. Directamente la apertura y el cierre del film son con una cara conocida y familiar como la de Ian Malcom (Jeff Goldblum), quien siempre se opuso a la creación de éste parque temático frente a un comité gubernamental para fundamentar lo que todos los espectadores del mundo ya saben. J.A. Bayona, el director de “Lo imposible” (2012) y “Un monstruo viene a verme” (2016), se pone al hombro un guión de argumentación muy endeble para la saga y logra, gracias al ritmo y a la enorme cantidad de “homenajes” a Spielberg, un producto entretenido para los paladares no muy exigentes. Es decir, no es el capitán el que timonea mal, sino la calidad del barco. La famosa isla de los dinosaurios colapsa por culpa de un volcán que vuelve a hacer erupción, pero antes de que esto ocurra el mandamás de la empresa, Eli Mills (Rafe Spall), decide convocar nuevamente a Claire (Bryce Dallas Howard), militante proteccionista de los dinosaurios, y a Owen (Chris Pratt) quien, como recordarán, se comunica bien con Blue, el velocirraptor de la anterior. Ambos deben ir a rescatar a la mayor cantidad de dinosaurios posibles para trasladarlos a otra isla y salvarlos. En el aspecto de forma es donde esta quinta parte gana terreno. El prodigio de los efectos especiales a favor del vértigo de la acción es lo que justifica entrar en el cine, a lo que se suman buenos momentos del humor ya propuesto antes, y un buen trabajo del elenco dado el material con el que deben lidiar. Por otro lado, habrá un giro bastante obvio sobre el destino de estos dos, pero no será lo único obvio en esta historia. Es como si los escritores Derek Connolly y Colin Trevorrow se hubiesen preguntado “¿qué haría Steven Spielberg?”, en lugar de pensar algo por ellos mismos para salirse de la fórmula. En las pocas páginas hechas por su cuenta escribieron lo único que el director de “La lista de Schindler” (1993) no hubiese pensado jamás: crear un dinosaurio híbrido para convertirlo en arma de guerra. ¡Ah!, y también la ridícula escena de la subasta, otro mamarracho que por suerte dura poco. Hacia el final, lo que termina instalando “Jurassic World: el reino caído” para las entregas venideras es un verdadero trampolín desde el cual todo se irá al carajo. Primero, por lo inabarcable del planteo, y segundo, porque también sería repetir lo que hizo Spileberg en la segunda. O sea más, mucho más, de lo mismo.
¿Le gustaría saber cómo hacer para auto boicotearse a la hora de plasmar una idea en un guión cinematográfico? Pues bien, “No me las toquen” es un muy buen ejemplo. La premisa de mostrar cómo se viven (o sufren) los conflictos adolescentes desde el otro lado, o sea del de los padres, es interesante por donde se lo mire y ofrece la misma cantidad de oportunidades, matices, y líneas narrativas, en especial si se decide abordar con humor. La introducción mueve a la esperanza. Un pequeño montaje nos muestra a Lisa (Leslie Mann), Mitch (John Cena) y Hunter (Ike Barniholtz) como padres absolutamente devotos e incipientes sobreprotectores de sus hijas Julie (Kathryn Newton), Kayla (Geraldine Viswanathan) y Sam (Gideon Adlon), respectivamente. Por virtud de la compaginación deliberadamente empalagosa llegamos al presente. Las chicas se debaten entre la organización de la noche de graduación, lo que se viene cuando terminen la secundaria, y sus debuts sexuales más o menos resueltos, excepto por Sam que tiene una inclinación por las mujeres. Por el lado de los padres, el miedo a quedar solos y a que les pase “algo” a sus hijas es lo que los mantiene alertas, y ahora sí, presas de una sobreprotección recalcitrante y poco reflexiva. Hasta aquí vamos bien. Tres actores adultos que entienden el código de la comedia norteamericana básica, y tres chicas con trabajos de notable factura, en especial la de rasgos indio, Geraldine Viswanathan, de sorprendente naturalidad. Es más, será ver el trabajo de este joven trío lo que mantiene cierto interés no sólo por el talento para sostener sus personajes y conflictos, sino por la habilidad para sortear la tonelada de torpezas de un guión que a los 20 minutos comienza una inexorable dirección al tacho de la basura. Al enterarse del deseo de sus hijas de resolver su virginidad, la alarma del ultra conservadurismo se enciende y Lisa, Mitch y Hunter salen de raje a la fiesta para impedirlo. El problema principal del guión de Kay Cannon, que ya ha hecho estragos con la subestimación del universo adolescente en las tres entregas de “Ritmo perfecto (2012, 2013), es invertir injustificadamente los roles por un lado, y el abrupto cambió de sub género por el otro. Los padres se transforman en estúpidos, gente con mentalidad de chicos de jardín de infantes, incapaces de tomar una sola decisión lógica por caprichosos y ridículos. De padres con un miedo lógico y medianamente bien planteado, los personajes pasan a un nivel de insensatez pasmoso. A tal punto es así que parecen haber salido de una película diferente a la que estamos viendo. Una que juega al gag físico al estilo de las comedias con Chevy Chas, pero en el plano de una imitación de grotesco muy mal construido, incluyendo humor escatológico que aparece ya muy avanzado el metraje y que nunca se había instala Todo en pos de armar un sinfín de situaciones apuntadas sólo al gag per sé y no al relato ni al conflicto. Si como muestra sobra un botón, Mitch se somete a que le introduzcan cerveza por el culo para que dos adolescentes (que puestos uno al lado del otro apenas llegan a la mitad del tamaño del actor) revelen en qué parte de la casa donde ocurre la fiesta se encuentra su hija. Se imaginará que a esta altura, comparadas con sus padres, las tres chicas tienen la sabiduría de Yoda, Stephen Hawkins y Platón juntas, pero encima esto tampoco funciona como contraste porque sus conflictos siguen creciendo bajo el mismo registro del principio. “No me las toquen” es una desproporción que por sus buenas posibilidades de andar bien en la taquilla deja abierta una continuación. Es de esperar que las tres jóvenes actrices puedan disfrutar de sus prometedores talentos negándose a seguir con sus personajes, pero es Hollywood, y allí, por la plata baila el mono.
Catorce años después de su lanzamiento vuelven los superhéroes según Pixar y, como suele suceder con esta gente, salvo alguna excepción de menor calibre, nuevamente estamos frente a un producto de planteo inteligente, profundo, y que utiliza elementos del género como factor extrapolado para contar otro tipo de historia en su esencia. Al igual que la original “Los increíbles 2”, más allá de la anécdota del regreso, habla de la constitución familiar y su forma de inclusión en un sistema despiadado, pero a esto le agrega un esquema argumental en el cual se invierten roles para lograr dos premisas fundamentales: instalar la necesidad de igualdad de género, y la comprensión de esto a partir de ponerse en el lugar del otro. Pero vamos por partes. Como es habitual en todos sus productos hay un cortometraje previo que también habla de la familia. Sublime idea que en apenas unos segundos pasa de una sorpresiva oscuridad a una profunda reflexión sobre el desarraigo, la carencia de afecto. y la ruptura de vínculos familiares, como consecuencia del natural crecimiento de sus integrantes. No adelantaremos cómo lo hace para dejar intacta la magia. Luego de esa joyita, la extraordinaria banda de sonido de Michael Giacchino, compositor que saltó a la notoriedad justamente por su trabajo para la primera, allá por 2004, da pie a “Los increíbles 2” y esas armonías se despachan nuevamente en forma de varios homenajes sonoros, pero en especial a la orquesta de Henry Mancini y las Big Bands al estilo Benny Goodman para darle ese tinte musical de los años cincuenta y sesenta. Esta secuela empieza en el minuto exacto que daba fin a su antecesora, cuando un villano emergía de la tierra y la familia completa se disponía a combatirlo. Como prolongación del argumento previo, los desastres edilicios que los súperpoderes provocan para contrarrestar el mal llegan rebalsar la paciencia, y definitivamente se declara ilegal usarlos. La familia Parr, John / Mr Increíble (voz de Craig T. Nelson), Helen / Elastic Girl (Holly Hunter), Violet (Sarah Vowell), Dash (Huck Milner) y el bebé Jack-Jack (Eli Fucile), nuevamente se ve recluida al anonimato junto con Frozono (Samuel Jackson). No obstante en la anécdota disparadora hay dos líneas principales del guión que no necesariamente buscan converger en forma fehaciente, o al menos no con una injerencia directa del uno sobre el otro. La primera, es la aparición del lobby de un poderoso medio de comunicación que busca crear en la opinión pública la necesidad de tener a los “súper” de vuelta y convertidos en paladines. La segund, es claramente el funcionamiento familiar, la articulación de sus miembros y sobre todo la sobrevaloración de los roles y la capacidad de entenderlos poniéndose a practicarlos en lugar del otro. El guión no abandona la primera, pero su remate por elección es el de colocar a los medios como una idiotización del pensamiento, una hipnosis colectiva de la que sólo puede salirse “sacándose los anteojos”. Distinto ocurre con la otra vertiente, cuyo mensaje contra el patriarcado llega por decantación de la propuesta y sus situaciones para contarla. Ocurre a partir de cruzar la conveniencia del lobby para lograr su éxito, con la necesidad de poner a la madre de la familia Parr como baluarte de la heroína que se expone para cuidar los suyos, y por carácter transitivo a toda la sociedad. ¿Igualdad de derechos? Pregúntele a Elastic Girl. El plan es desarticular el proyecto de villano inventado por el propio medio y gerenciado por los hermanos Evelyn Deavor (voz de Catherine Keener) y Winston Deavor (Bob Odenkirk). En este punto, la construcción del mal también está manifiesta en el libreto y toma posición respecto de la influencia de los medios de comunicación, aunque por supuesto no será radical como la modernización de los roles en la familia, sobre todo por el En una, Elastic Girl, la mujer sale a salvar al mundo; en ot, Mr Increíble se queda en casa a lidiar con los chicos y sus inquietudes. Mucho del humor, por momentos hilarante, sale de esta casa prestada en donde cae la familia Parr para reconstruir su posición. El bebé Jack-Jack es multi-poderoso y sus atributos se manifiestan dentro del universo que mejor maneja Brad Bird: el humor físico. El niño dispara rayos (la pelea con un mapache es antológica), se convierte en un bólido de fuego, en un demonio, o simplemente aparece y desaparece de una dimensión a otra según la influencia externa, es decir, una cómica y creativa forma de metáfora de lo impredecible del comportamiento de los recién nacidos y del pavor que esto causa en los padres a la hora de reaccionar. Todas las escenas en la casa remiten a las viejas series sobre la familia, mientras que en su todo “Los increíbles 2” tiene un manto del cine clase B al cual le rinde homenaje. Pese a sus 115 minutos el ritmo no decae, aunque sí, es cierto, que habrá que ver si los más pequeños pueden permanecer tanto tiempo.