Disparate entretenido Los primeros cuarenta minutos de Encuentro explosivo son realmente entretenidos. La historia de la chica que se topa en su camino a una especie de James Bond y se ve envuelta en una serie de asesinatos y persecuciones es llevadera y el dúo Cameron Díaz/Tom Cruise funciona bastante bien. El problema de la película es que cuando el ritmo se hace más lento y el espectador se pone a pensar lo que está viendo, la trama se vuelve medio insostenible. Ahí quedan dos caminos: uno es el de entender que el film es un disparate y bajarse, como quien se baja de un tren; el otro es entender que el relato es lo que es y lo que queda es dejarse llevar por su ritmo, sus persecuciones, sus diálogos y olvidarse de la verosimilitud. Encuentro explosivo es la historia de un agente secreto que usa a una chica para que haga de mula en un aeropuerto y así pasar, sin que ella lo sepa, un artilugio de alta importancia para las potencias del mundo. La pila que el agente que interpreta Tom Cruise es al macguffin que utiliza la película para meternos en su historia de amor y de acción. El agente y la chica común recorren el mundo, tratando de probar la inocencia del agente, protegiendo la pila y a su creador y tratando de descubrir a los traidores internos de la organización, mientras escapan de un traficante de armas. No es una genialidad, pero la sola presencia de Tom Cruise le da sentido y vitalidad suficientes como para sentarse en la butaca y zamparse un combo de gaseosa y pochochos (¿si, y qué?) con absoluta felicidad. ¡Berp!
La señora del pelo rojo La pivellina es una muestra de gran cine. No se dejen amedrentar porque la publicidad habla del “Nuevo cine italiano” o que la cantidad de premios que cosechó los haga sospechar que es una de esas películas que en un festival funciona pero que afuera apesta. En el comienzo Patty, una señora mayor de pelo rojo busca a un perro, Hércules, pero en su búsqueda da con una nena que está en una hamaca. Patty se lleva a la nena con ella porque está por llover y ya en su casa descubre una nota en la ropa de la nena. No va a la policía como aconsejaría la lógica, sino que la deja en su casa. Patty vive en un asentamiento de casas rodantes, gente lumpen, artistas; no es gente a la que le sobre nada lo que no impide que integren a la nena, que se irá haciendo un miembro más del grupo con el que vive la señora de pelo rojo. Una historia simple en los suburbios de Roma, ni más ni menos. No son los feos sucios y malos de Ettore Scola, son gente precarizada que vive apenas al margen del sistema y que no le entrega la nena a la policía porque confía en que la madre vendrá a buscarla en algún momento y sienten una especie de obligación por esa mujer que se vio obligada a dejar a su hija. De cierta manera los directores Tizza Covi y Rainer Frimmel reactualizan con una inusitada potencia el neorrealismo, lo que convierte a La pivellina en una película que no hay que dejar pasar.
Digna pero... No había muchas razones para ver Brigada A en los ochenta, vamos era ni más ni menos que el brazo televisivo de la política de la era de Reagan, que incluía vía Rambo, la reivindicación del ex combatiente de Vietnam. Los miembros de esa brigada eran prófugos del gobierno norteamericano de un crimen que no habían cometido y para uno, que por esos días escuchaba Silvio Rodríguez y leía “Para entender al pato Donald”, el crimen no podía ser otra cosa que haberse freído a unos cuantos civiles vietnamitas. Como mínimo. Pasó el tiempo y todo llega, la serie tiene su versión en pantalla grande y esta vez deciden contarnos la historia desde sus comienzos, es decir, cuando arranca la película son apenas un grupo de elite que hace operaciones en Medio Oriente; para cuando termine y por culpa de una maniobra oscura de gente de la inteligencia, quedarán fuera de la ley y se escuchara el audio con el que empezaba la serie y los presentaba como mercenarios que habían ido a parar a ese trabajo por culpa del sistema. Salvadas, más o menos las cuestiones ideológicas, Brigada A presenta unos primeros veinte minutos deslumbrantes, con un elenco encabezado por Liam Neeson poniéndose en la piel de George Peppard (más que correcto) y el resto de la historia no está mal, salvo por algunos momentos de acción que como ya empieza a ser costumbre en el cine de Hollywood, no se entienden demasiado. Brigada A es pochoclera ciento por ciento y con guiños a quienes seguían la versión televisiva que se babean y se ríen casi con cualquier pavada. Cumple pero no dignifica.
Con las mejores intenciones Cómplices del silencio es una película a favor de los derechos humanos, a favor de la memoria, a favor de que los represores de la etapa más oscura de nuestra historia sean juzgados, y además, apuesta al futuro. Estos conceptos los dijo uno de los responsables de la producción de esta película de origen ítalo- Argentino. Pero tener buenas intenciones no es suficiente para hacer una película y Cómplices del silencio es un buen ejemplo de esto. Un periodista italiano viaja a la Argentina para cubrir el Mundial de fútbol de 1978, visitar a un tío que pertenece a la masa de italianos que llegó a estas tierras a mediados del siglo XX y además trae un encargo, que es entregar una suma de dinero de parte de un su ex a una mujer llamada Ana (Florencia Raggi). Ana es militante política en un grupo armado y la entrega del paquete mete al periodista en un problema importante, a partir de que el periodista se va introduciendo más y más en los problemas internos del país, además de involucrarse sentimentalmente con la militante revolucionaria. No vamos a contar mucho más porque la verdad es que la trama empieza a girar sobre si misma, por un lado, y por otro apela a una serie de lugares comunes más o menos reconocibles. En sus mejores momentos, Cómplices... recuerda a La noche de los lápices, y en los peores, es una película irresponsable en el manejo de esas historias que nos pertenecen a todos. Las actuaciones son correctas y Florencia Raggi se maneja bien en el registro que la película le pide. De buenas intenciones está asfaltado el camino del infierno y Cómplices del silencio es un adoquín más.
¿Una de Ozon? François Ozon debe ser en la actualidad uno de los directores más abiertos y menos previsibles. Nada parece vincular a Ricky, el extraño relato sobre un niño con alas de ángel que se estrenó hace unos meses, con esta historia que empieza como un duro drama social y termina de manera luminosa aunque en algunos sentidos, inquietante. Una pareja de adictos con dinero suficiente para gastar en una importante cantidad de heroína recibe en su casa al dealer que les lleva la mercadería. A partir de ahí, Ozon describe de manera minuciosa las múltiples dosis que la pareja se inyecta en distintas partes del cuerpo. El resultado de esa maratón drogona es que ella entra en coma y él muere de sobredosis. Pero en el hospital los médicos descubren que Mousse está esperando un bebé. Meses después y con un embarazo a punto de terminar, la película la encuentra a Mousse recluida en un pequeño pueblo a orillas del mar. Dispuesta a tener al bebé para entregarlo a padres más responsables y recibiendo se visita al hermano del hombre que es padre de ese bebé y que murió de sobredosis. El refugio es una película reflexiva que habla de la existencia o no del instinto materno, del sexo, de que se necesita para ser padres y todo con una carga importante de sensualidad. Todo en la película es sorpresivo y los personajes nunca son juzgados ni castigados ni aleccionados de ninguna manera. Quizás sea demasiado cuidadoso todo y haya alguna vuelta de guión un poco tramposa, pero no llega a indignar ni mucha menos. Es decir, se puede ver.
Un día cualquiera Una noche común de una típica pareja de clase media en la Argentina. Julieta (Erica Rivas) está con sus hijos en su casa, los chicos gritan, ven tele, juegan con todo lo que tienen a mano, saltan se pelan, se gritan, comen yogurt, lo vuelcan en el piso, y así. El marido de Julieta está de viaje. A partir de esta situación tan común, Anahí Berneri desarrolla un relato que por momentos estremece. No hay acá grandes golpes de música, ni se plantean las grandes cuestiones de la vida, lo que sí hay es una directora con un guión preciso y una actriz que se encarga de que la película no le de respiro al espectador. Uno de los chicos se cae y se rompe un brazo, la madre y los hijos van a la clínica y empieza entonces un relato sobre el poder de las instituciones, el sentido de la maternidad, las relaciones de pareja y la violencia familiar en institucional. Los médicos examinan al chico accidentado, encuentran otras lesiones, le preguntan a la madre cómo se lastimó el hijo y ella dice que fue un accidente, que los chicos se caen. La cámara sigue a Erica Rivas que se queda con los chicos mientras en otros ámbitos empieza a moverse una maquinaria que no entiende, que no le pide explicaciones. Nadie la atiende a Julieta, nadie de la familia está a mano y los médicos sospechan que ha golpeado a los chicos y que lo hace habitualmente, aunque de esto no se hablará hasta la llegada del marido de Julieta. Un relato preciso, seco, angustiante y una actriz enorme le alcanzan a Anahí Berneri para hacer de su tercera película uno de los estrenos más importantes del año.
Todo es historia Juro que me senté en la butaca deseando que el Príncipe de Persia me gustara, que la aventura me sacara de las butaca y me lanzara junto a los protagonistas a una aventura en el legendario imperio Persa que se extendía desde las estepas rusas hasta el mediterráneo. Pero nada de eso pasó. El príncipe de Persia es otro fiasco más, otra muestra alarmante de que Hollywwod ya casi no sabe filmar aventuras y de que el crecimiento técnico vino acompañado de una pérdida del sentido del espectáculo y de lo cinematográfico. No es sólo que los momentos de CGI aplasten a los atores y transforme todo en excesivamente virtual al punto de que al espectador deja de importarle lo que les pasa a los personajes. El déficit está en la falta de ritmo entre momentos espectaculares y no solo eso, las peleas está mal filmadas y llenas de planos detalle que sólo quitan continuidad y hace que el espectador se pierda. En fin, El príncipe de Persia no pasará a la historia, peor aún, ya es historia en cuanto termina su proyección y el público abandona la sala.
¿Y dónde está Robin? ¿Se puede hacer una película aburrida, con un personaje que es un canto a la anarquía y al instinto libertario? ¡Si! Ridley Scott y Rusell Crowe pueden volver aburrido, solemne y careta cualquier cosa que toquen. No es que el director británico filme mal, es que es irremediablemente conservador no sólo en sus ideas políticas -que sería lo de menos al fin y al cabo el mismísimo John Ford era bastante facho-, Scott es conservador desde sus planteos estéticos que aparecen una y otra vez en sus películas, ya sea que traten del imperio Romano, las cruzadas o como en este caso, las aventuras de Robin Hood. El planteo es siempre el mismo, “contar la verdad” y olvidarse de la leyenda. En ese plan, Robin Hood deja de ser un héroe de los humildes para pasar a ser un mercenario de los señores feudales hartos de pagarles impuestos al rey. Marin deja de ser una chica virginal, hija de uno de esos caballeros feudales para pasar a ser una heroína de armas tomar. Donde había espíritu libertario y ansias de libertad, Scott pone ideas librecambistas y enojo por la opresión estatal. ¿Los pobres? Están para hacer número pero no para mucho más. Con esta nueva visión, el personaje deja de ser simpático, la historia de amor deja de emocionar y nada termina por importarle demasiado al espectador. El Robin Hood de Scott-Crowe es un fiasco más de Hollywood.
Vida feliz - ¿Qué es eso?, le pregunte y mi padre me dijo: un diletante es una persona que sabe muchas cosas pero ninguna en profundidad y que sabe divertir. Bela Jordán, de ochenta años, cuenta esta anécdota de cuando era chica y se quedaba en las mesas familiares sin hablar para que no la mandaran a jugar. Esa vez habló y se llevó la definición de esa palabra que según ella, suena bien y se ve que dedicó sus esfuerzos a ser una diletante. Y lo logró. La hija de Bela se llama Kris Niklison, tiene cuarenta años y si bien su mundo es el del teatro en varias facetas (actriz, dramaturga y puestista), demuestra con este homenaje a su madre que el cine también es lo suyo. Diletante muestra una de las facetas e que el mundo de los documentales presenta hoy en día, los documentales personales, en primera persona, es que los que el género más se ha desarrollado. Acercarse a la vida de Bella Jordán, a sus diálogos con Cata, y a su manera de encarar la vida en esa casa de campo adonde se retiró para poder leer tranquila y dedicarse a los enormes puzzles que despliega y arma con paciencia infinita, provoca un enorme placer estético. Niklison hace que su cámara filme a Bella de manera plácida mientras la mujer de ochenta años recuerda sin ira, navega por Internet y cuenta alguno de sus pensamientos sin intentar bajar líneas ni aleccionar acerca de nada, incluso se permite una marca de incorrección al decir que al final de sus días no se arrepiente de las cosas buenas que hizo porque las malas se hacen pensando más. Esperemos que Bella se equivoque porque sino, su hija Kris terminará arrepintiéndose de haber filmado Diletante y eso no sería justo.
La sátira que no funcionó Una vez que pasa el momento en el que el militar de inteligencia que interpreta George Clooney le explica al periodista que encarna Ewan MacGregor, que existe un grupo de choque secreto que opera bajo el nombre de “Operación Jedi” en Irak se termina lo mejor de Hombres de mente. Y es que para los que no lo recuerdan, el actor inglés es nada más y nada menos que dio vida al joven Obi Wan Kanobi de la saga La guerra de las galaxias, lo que convierte en un buen chiste cinéfilo en un momento que se agota en el mismo momento en que se dice. Hombres de mentes es una comedia menor en la que un grupo de estrellas de Hollywood decide burlarse del ejército, de la guerra y de los servicios secretos. Es una lástima pero se ve que hacer MASH no es para cualquiera.