Esta no es una crítica para los fanáticos de superhéroes varios, aquellos que van a ir a ver la película sí o sí porque es lo que esperan desde hace años, sino para usted, que cree que todo tanque comercial estadounidense es pura basura y solo jura por el cine europeo. Este cronista cree que hay bueno y malo en todos lados, y descubre que “Los vengadores” es un film mejor que la mayoría de lo que Europa nos ha brindado en los últimos meses. En primer lugar, es una película bella, con imágenes “lindas” que nunca son vacías, sino que cumplen una función narrativa. En segundo, a pesar de tener muchas estrellas en el cast, es generosa para darle a cada una su tiempo y su peso, su momento de lucimiento, integrándolos naturalmente al relato. En tercero, la narración es firme, sin cabos sueltos, compleja en los detalles pero transparente para el espectador. Estas tres características implican, ni más ni menos, una dirección perfecta. Pero con eso solo no alcanza: lo que este film tiene, además de muchísimo humor y un respeto absoluto por el tono y el sentido de las historietas (siempre grandes sátiras del mundo, metáforas más grandes que la vida), es un corazón enorme. Al mismo tiempo, este film es “el sueño del pibe” que quería ver a sus héroes pelear “en serio” y un documental –sí, tal cual– para aquel que, negado para la historieta, no sabe cómo es ese mundo. Es decir, un director descubre, apasionado, un universo muy querido, para el espectador que lo desconoce. Una gran película para cualquier tipo de público.
El sexo en el cine, hoy, es tratado desde dos puntos de vista aparentemente opuestos e igualmente reaccionarios: la burla adolescente y la condena. Por eso este film del realizador Steve McQueen –uno de los más interesantes de los últimos años, otro de esos nombres que logró amplificación internacional gracias al Bafici hace un par de años– resulta algo diferente. Por una parte, cuenta la historia de un soltero adicto al sexo. Por otra, muestra que la adicción –cualquier adicción– es manifestación y metáfora de una angustia existencial. Existe en el film un costado de drama familiar cuando a este hombre compulsivo se le presenta su hermana menor (la perfecta y bella Carey Mulligan, que desde una apariencia frágil marca con mano de acero lo que le corresponde en la trama), cantante. Y allí es donde se nota la colaboración entre un realizador que sabe dónde va y un actor que comprende a su criatura (Michael Fassbender, el Carl Gustav Jung de la reciente “Un método peligroso”) como alguien mucho más complejo que un estereotipo. Lo que hace de “Shame” un film único es que a pesar de su tema y de lo complejo de sus relaciones, no carece ni de empatía por sus criaturas ni de ternura. McQueen realmente va hasta el fondo de las situaciones y sabe cómo combinar las imágenes del entorno del protagonista para que complementen –y comuniquen– sus estados de ánimo. En el fondo, nada menos que un melodrama contemporáneo que no juzga ni censura. No es poco.
Antes que nada, este es menos un film que un intento de lograr la toma de conciencia por parte del espectador respecto del autismo y sus consecuencias, toda vez que está basado en hechos reales que tocan de cerca al realizador. Dentro de esos parámetros, la realización es correcta -salvo ciertos pasajes oníricos que resultan innecesarios- y ajustadas al tema que desarrolla el film. Un ejercicio didáctico al que no le falta nobleza.
Bueno, una “precuela” de esta saga de horror español con químicos muertos vivos caníbales. Pero aquí la vuelta de tuerca humorística -con alguna cita rara, como al film de culto Malos pensamientos- de que todo comience en un casamiento hace que el asunto tenga una densidad diferente. La sátira aparece de modo mucho más desatado y disparatado: vean a la novia enajenada con una sierra en la mano, por ejemplo. No muy inspirada pero saludablemente divertida.
Una pelìcula al servicio de una actriz que está peleando -no se lea en ello nada peyorativo- por ser una estrella. Es buena, Amanda Seyfried, y tiene el tipo de rostro que puede darle fama absoluta en algún momento. Hoy es como esos equipos buenos de mitad de tabla que en cualquier momento pegan el salto al campeonato, pero que no son nunca los candidatos puestos. Este film es un thriller de suspenso con todos y cada uno de los lugares comunes de este tipo de fórmula: chica que dice haber sobrevivido al ataque de un asesino serial (nadie le cree) imagina o sabe que su hermana ha sido secuestrada por error. La policía no se hace cargo de investigar nada y ahí va ella al rescate. El resto lo puede imaginar perfectamente: el gran atractivo del film reside en ver a Seyfried mirar, conducir, correr, disfrazarse, ponerse nerviosa y blandir un arma. Decir que el film “critica a la institución policial” porque los investigadores pueden ser categorizados cientìficamente como “nabos” es demasiado: que la policía sea inútil es otro de esos lugares comunes frecuentes en este tipo de ficciones. El suspenso funciona bastante bien durante gran parte de la proyección y uno sale tranquilo, pensando en los ojos que tiene esa chica...¿cómo se llama?
Por fin la productora de animación Aardman, una de las casas más importantes de las últimas tres décadas, cuyo emblema son Wallace y Gromit, ha dejado de lado –en gran medida– la animación digital para volver a sus hermosos muñequitos de plastilina, campo donde no tienen competencia. Estos “Piratas…” son una banda de personajes enormemente divertidos, en un film que saca partido de esa sensación lúdica que tienen las criaturas de arcilla, lo que le permite al director (un grande de la animación llamado Peter Lord) incluir buenos gags de humor negro sin que molesten ni rompan el tono amable del film. Aquí simplemente se trata de un capitán tras el premio del Pirata del Año, y de una crítica contra el poder absoluto y falto de imaginación en reivindicación de la libertad y el juego. Es decir: lo que intentó la tercera película de la serie “Piratas del Caribe” y no logró, dada su elefantiasis presupuestaria y su absoluta falta de humor. Aquí todo es un juego constante sin perder el hilo de una narración precisa, y de algún modo Aardman también se corrige a sí misma: después de algunos años tratando de “adaptarse” a las técnicas digitales, el regreso al “stop motion” tradicional muestra que sus historias requieren de esos juguetes coloridos, de esas criaturas que uno imagina que se pueden tocar. Bello en diseño, preciso en “timing” cómico, ajustado en narración y humorístico por todas partes, este film es una sorpresa en el estandarizado mundo del cine familiar de gran presupuesto.
La primera tenía buenos chistes, pero jamás fue una gran película. La segunda mejoraba, porque alguien le encontró la vuelta. Del resto no importa nada. Este cuarto film habla, por fin, de algo que vale la pena: el paso del tiempo, el cambio, la vida en general. Lo hace con mucho humor, pero sobre todo lo hace con actores que han madurado como tales y comprenden muy bien las criaturas que han generado. Más allá del chiste sexual, de la fiesta, de la relación entre la vida familiar y la eterna adolescencia, una película más melancólica de lo que parece.
American Pie provocó en el momento de su estreno, no sólo un éxito de taquilla sino también un renacimiento de la comedia de humor sexual adolescente. Y lo de adolescente no iba por los personajes, sino por la forma en que estaba encarada la historia. A esa película mediocre le siguió otra peor y, sorpresivamente, una tercera parte que por lejos fue la mejor de la serie. Luego aparecieron derivados que utilizaban la franquicia en películas para el mercado del consumo fuera del cine. El reencuentro era lo único que faltaba y aquí llega. La fórmula es la misma, los personajes son los mismos y la mayor cantidad de diálogos y situaciones graciosas dependen de que el espectador conozca los films anteriores. Si no los conoce, las risas se van a reducir considerablemente, con series posibilidades de llegar a cero. Las cosas son tan forzadas que la clase 1999 se reúne para el aniversario número 13 de egresados. Algo absurdo que el guión debe explicar para poder arrancar. Y arranca y es una larga serie de lugares comunes del imaginario social. Pasa por todos los clichés y no se saltea ni uno solo, lo que a esta altura parece una falta de respeto para el espectador. El potencial del reencuentro era alto, pero el resultado es pobre. En cuanto a los temas acerca de la nostalgia y el paso del tiempo, estos estaban mucho mejor aprovechados en la tercera entrega de la serie, donde a pesar del humor guarro y pícaro, se asomaba un dejo de lucidez que aquí se ha convertido en simple pobreza de guión. Algunos gags son obviamente ofensivos y una vez más la mirada sigue siendo algo primitiva y precaria. En ese aspecto, el personaje que siempre se va a destacar es el de Stifler (interpretado de forma brillante por Seann William Scott) cuya incorrección política desaforada es lo más potente que la película, por su autenticidad y riesgo. Los demás no van mucho más lejos que una telenovela o una comedieta ya pasada de moda. En esta época en la que los reencuentros son moneda corriente, American Pie: el reencuentro (como la vida) demuestra que lo que se ha dejado atrás, por algo es y ahí debe permanecer. No hay ningún motivo para ir al cine a ver esta película. Con suerte en alguna jornada de cable podamos reírnos con Stifler o con la vergüenza ajena que provoca siempre el papá de Jim. El resto no importa.
Tres mujeres se encuentran accidentalmente encerradas en la casa que su madre les ha dejado. Una está de paso y vive en el exterior, otra está desesperada por vender la casa; otra, la más joven, no puede reaccionar a la pérdida. Con mucho rigor y el muy buen trabajo de sus actrices, el film pinta un panorama de las relaciones que pasa de lo humorístico a lo perturbador sin perder el humor. Viaje interior a tres hermanas mientras el mundo sigue allí, su fotografía en blanco y negro y grises complementa perfectamente lo que pasa dentro de sus criaturas.
Una de las dos versiones de Blancanieves que veremos, con actores, este año. Aquí la cosa es mucho más una comedia con fantasía que un drama, y tiene como mejor elemento la personificación de una Julia Roberts cada vez más grande, incluso en papeles menores como el de la malvada reina que interpreta aquí. Problema: al director (el de Inmortales) le interesa más lo linda que puede quedar una imagen que bucear en que los personajes parezcan gente de carne y hueso, incluso si se trata de un cuento de hadas.