Otro film de terror, esta vez argentino. Una mujer bastante prepotente vende un departamento; los sucesivos “empleados” de inmobiliaria que arriban al lugar son gente temible con un secreto paranormal. El film apela a combinar el mundo cotidiano con un horror surgido de la molestia constante, de la paranoia y de la tensión entre los personajes, sin descuidar ciertos toques de humor. Pero no funciona del todo: cierto subrayado casi nacionalista, la caracterización demasiado burda de la protagonista como alguien desagradable que, solo por eso, merece el peor castigo, y ciertas reiteraciones que diluyen el ritmo le juegan en contra.
Entre los niños fantasmagóricos orientales -redivivos por el cine americano-, los films de pura víscera y los vampiros virgo-vegetarianos, los muertos en el cine de terror no andan gozando de buena salud. A lo sumo zombies, vea, tan demacrados ellos. Por eso es una buena noticia esta película que narra cómo un jovencísimo abogado y padre (Daniel Radcliffe, que sí, más o menos zafa del harrypottismo que lo ha marcado con un rayo en la frente) se enfrenta a un fantasma en los albores del siglo XX. La ambientación en el pasado permite al realizador James Watkins concebir climas de auténtica pesadilla, sin abusar del golpe de efecto. El terror aquí -como en la mejor tradición del género, hijo de Poe y sus dolorosas nostalgias- surge mucho más del ambiente y la puesta en escena que del efecto de sonido o el truco digital. Los actores, en este sentido, son indispensables para sostener el efecto de miedo que recorre toda la película. Como todo buen film de terror, su tema es moral y su forma apela a nuestros más profundos temores.
Decir que una película resulta “infantil” es ambiguo: tanto puede aplicarse a un film pueril como a uno pensado para un público de menos de 12 años. “Hugo” es un film de la primera categoría basado en un libro de la segunda, que confunde ambas cosas. Martin Scorsese, autoconvertido en guardián de la Historia (canónica, incuestionable, broncínea) del cine, toma como excusa una fábula un poco dickensiana ambientada en París -un París de fantasía que de todas formas, con calzador, homenajea a la Nouvelle Vague- y con secuencias diseñadas solo para el despliegue 3D, con una visión acartonada y sentimentaloide (porque no es sentimental, solo se le aproxima) de los orígenes del cine. Esta combinación de cuento para chicos -con todos sus estereotipos, con lo peor de Disney en “carne y hueso”- y documental para escuelas sobre el Séptimo Arte, tiene como defecto sustancial una solemnidad enorme, incluso en sus pretendidos momentos cómicos. Raro, porque Scorsese -hizo “El rey de la comedia”, hizo “Después de hora”- sabe de obsesiones y de comicidad cruel. Film fúnebre -el cine es algo así como una pieza de museo que sólo se justifica en la fantasía, el cine es un refugio aparte del mundo que no celebra nada de la vida real, atroz e insoportable- cierra con coherencia la carrera hasta aquí de un cineasta más preocupado en conservar el arte que ama, que en mostrar el mundo -incluso a través de la metáfora- en que vive.
Realizar un documental sobre un artista que jamás pudo mostrar su talento y pasó una parte grande de su vida internado en un neuropsiquiátrico es un riesgo. Pero el director Tomás Lipgot lo asume con la sencilla -y valiente- decisión de contar su historia desde su propio punto de vista. Así, lo que resulta cómico no lo es por condescendencia sino por comprensión de lo que sucede en la película. Un ejercicio mucho más que interesante.
Walter Tournier es uruguayo y hace mucho que viene haciendo muy buena animación cuadro a cuadro con mucho esfuerzo. Este film es su primera producción “grande” con distribución internacional y está a la altura de su habilidad. Historia de aventuras con humor, realizada con muy buen gusto y precisión, alarga quizás un poco su peripecia, pero resulta un buen ejemplo de cine pensado para niños sin tratarlos como estúpidos.
Leerá mucho sobre Alexander Payne. Es el realizador de varios films que combinan lo cómico con lo trágico, con acento en lo primero, e ironizan sobre el mundo y las relaciones. Ahí están Entre Copas y Las confesiones del Sr. Schmidt, sus films más conocidos en estos pagos. Pero si tuvo la suerte de ver Election o su opera prima Citizen Ruth (una extraordinaria y salvaje comedia sobre el aborto), notará que parece ir perdiendo el filo. Quizás sea una elección. Los descendientes narra la historia de un tipo en buena posición económica que, tras el accidente que deja en coma a su esposa, tiene que hacerse cargo de sus hijas adolescentes. Peor: se entera de que la esposa lo engañaba. La idea es, pues, construir una relación paternal casi imposible desde la ambigüedad de sentir, al mismo tiempo, dolor y resentimiento. Y el desafío es darle una forma cinematográfica a ese tapiz complejo. Bueno, no: Payne se dedica a escribir un texto que suena irónico, ingenioso, agridulce, perfectamente conductista incluso en sus indefiniciones (podemos decir que son “indefiniciones a reglamento”). Es cierto que no carece de secuencias emotivas, pero son eso: secuencias, malabarismos del actor para ganar el aplauso, cortometrajes dentro de un largometraje. Clooney está muy bien, pero es siempre Clooney y nunca ese personaje dispar que debe crear, por el que tenemos que olvidar a la estrella George Clooney. Un paso en falso, aunque amable.
Ojalá a la inverosímil Phillydia Law se le hubiera ocurrido filmar el panegírico de Margaret Thatcher. Por lo menos desde el elogio desmesurado habríamos tenido una idea del personaje y habríamos comprendido algo respecto de esa persona contradictoria y fascinante (o sea, lo que hace Clint Eastwood con Hoover en “J. Edgar”). Pero no: “La dama…” es la historia de una vieja senil que a) se casó con un tipo molesto, b) ganó una elección, c) cerró las minas (cero explicación), d) ganó sola una guerra (doble cero explicación), e) derrotó al comunismo (?), f) fue traicionada y expulsada. Nada de la complejidad humana de “La Reina”, apenas una Meryl Streep haciendo de taquito una imitación de esas que tanto aplaude el ala zonza de Hollywood, y un recorrido audiovisual. Un personaje tan complejo y único merecía un film a favor o en contra. Nunca uno anodino como este.
Una mujer que ha salido de la cárcel, bella; un marinero rudo, poco atractivo. Ambos se conocen en una cita a ciegas y comiena una relación donde el pasado y el presente se conjugan en una trama que se sustenta especialmente en las emociones -actuadas y no dichas, gran acierto del film- que rescata la humanidad de sus criaturas. El film hace de su paisaje glauco el reflejo de sus protagonistas, y apela sin deshonestidad a emociones puras.
Lo bueno de esta película es que Mickey Rourke jamás se toma su villano en serio y le pone algo de pimienta a cada aparición. Lo malo es que eso y los efectos especiales en las peleas son lo único que hay en el film y que los realizadores, a falta de otras ideas, lo repiten hasta la saturación. Si bien hay secuencias de acción bien resueltas y cierto lujo visual, el resultado tiene gusto a poco: apenas una vieja “clase B” sin alma pero con estereoscopía.
El gran problema de esta película es que busca más ser una película que ser fiel a Peter Capusotto. Es decir: colocar en sucesión, en una estructura artificial, lo repentino y aleatorio que implicaba cada emisión del (genial) programa teleivisivo. No es necesario contar una historia para hacer reír, sino comprender el ritmo del cine (ejemplo canónico: los cortos de El Correcaminos son joyas del humor y carecen de una historia a contar). La sucesión de invenciones cómicas de la dupla Capusotto-Saborido requería de un tratamiento musical, de un tempo diferente del de la televisión, donde a veces es necesario saturar. Así, buenas ideas como Bombita Rodríguez tratando de abrir una Disneylandia peronista en Michigan o la aparición de Jesús de Laferrere se ven estiradas y faltas de concentración dramática. Justamente -repetimos- falta la música como aglutinante y como estructura. Sin esa libertad (esa libertad bien rockera, de paso), la película se vuelve por largos momentos en un “grandes éxitos” huérfanos de gracia.