Un paso en falso del director de Napoleon Dynamite y Nacho libre que desperdicia a un notable elenco de comediantes. Locos dementes tenía todo para no fallar: un elencazo lleno de enormes comediantes, un director con valiosos antecedentes (Jared Hess, responsable Nacho libre y Napoleon Dynamite) y una premisa que invitaba al descontrol propio de las buenas comedias. Sin embargo, el film en ningún momento sabe muy bien hacia dónde ir ni en qué registro manejarse. El protagonista es David (Zack Galifianakis), un mediocre guardia de seguridad nocturno de una compañía de vehículos blindados que comparte turno con su amiga –e interés romántico– Kelly (Kristen Wiig). Ella, a su vez, conoce a Steve (Owen Wilson), un ladrón de poca monta que ve en David la oportunidad perfecta para cumplir su sueño de aparecer en televisión. El grupo forma una banda y concreta uno de los robos de efectivo más grandes de la historia de los Estados Unidos, llevándose ni más ni menos que 17 millones de dólares. Claro que David, el autor material del hecho, está filmado por todas y cada una de las cámaras de seguridad, lo que lo obliga a “guardarse” en México hasta que su boom mediático mengüe, cosa que, claro está, no ocurre. El film es mecánico en su confección y desganado en su ejecución. Hay pocas dudas de la capacidad humorística de sus intérpretes, pero así y todo Hess nunca consigue alinear sus tonos, dando como resultado una comedia menor, gastada, predecible y, pecado mortal del género, muy poco graciosa.
La ópera prima de quien fuera asistente de dirección de Martín Rejtman se anima a la comedia romántica sin prejuicios y con varios logros. Estrenada en una de secciones paralelas de la última edición del BAFICI, Miss es una simpática fábula centrada en la relación entre un tímido descendiente de chinos y japoneses y una bonita aspirante a modelo. Más allá de sus fallas, es una más que bienvenida aproximación del cine independiente argentino a un género generalmente mirado de reojo como la comedia romántica. El protagonista de la ópera prima de Robert Bonomo (asistente de dirección de Martín Rejtman en Rapado) es Robert Law Makita, un soñador e inocentón treintañero que sueña con encontrar el amor de su vida mientras trabaja como extra en comerciales y cuidador de casas. Un día conoce a Laura (Malena Villa) y queda prendidamente enamorado. El problema es que ella, al principio, no. Que Robert tenga características de un típico (anti)héroe de Wes Anderson hay que atribuírselo a que el director de Los excéntricos Tenenbaum y El Gran Hotel Budapest es uno de los referentes que atraviesa el relato. De allí también proviene un diseño cuidado, los colores pastel y cierta propensión a una inocencia innegociable. Hay algo de Rejtman también en esos hombres y mujeres que parecen desajustados respecto al entorno, aunque sin su cinismo ni negrura. Coguionada por Bonomo, Santiago Giralt y Juan Villegas, este último también productor, la brevísima Miss (70 minutos, créditos incluidos) no revolucionará el cine ni mucho menos, pero construye un mundo amable y ameno, por esos que dan ganas de darse una vuelta de vez en cuando.
El director de Hoy y mañana y Dormir al sol incursiona en la comedia de slackers y enredos con más que dignos resultados. "Más que desempleado soy alguien que no trabaja", dice Roque Waterfall (Martín Piroyansky) cuando la médica que lo atiende por un ataque respiratorio le pregunta a qué se dedica. Su tono es seguro, vaciado de dolor y de culpa: él disfruta siendo quién es, haciendo lo (poco, casi nada) que hace desde que sus padres murieron y puede darse el gusto de vivir de rentas, preocupándose únicamente por Atlanta, club cuya camiseta no se saca ni para dormir. El protagonista del nuevo largometraje de Alejandro Chomski (Hoy y mañana, Dormir al sol) tiene una buena dosis de patetismo de la que el film se hace cargo poniéndola en primer plano. Personaje sacado del ideario de Mariano Cohn y Gastón Duprat (aunque está basada en la novela de Jorge Parrondo), Waterfall vive en bata, mira VHS de partidos viejos del club de Villa Crespo, maneja un Ford Falcón destartalado y su agenda parece imperada por los deseos y la voluntad del momento. Esas características, sumada a la presencia de un amigo que lo idolatra por su capacidad para vivir sin trabajar (Walter Jacob), lo vuelven sumamente cautivamente para un realizador alemán (Rafael Spregelburd) llegado a la Argentina con el objetivo de filmar un documental sobre los que “no tienen nada”, pero que terminará haciéndolo sobre alguien que “no hace nada”. Maldito seas Waterfall seguirá tanto el proceso creativo del film dentro del film como el derrotero del protagonista y su incipiente relación amorosa, moviéndose entre el absurdo (la escena del velorio de perros) y una pátina de negrura. A medida que la narración avanza, la faceta de cine dentro del cine empezará a ganar más terreno, nutriéndose de referencias y guiños (Matías Alé, comentarios sobre el cine independiente) que terminan sacándole parte del veneno inoculado durante su primera parte.
Una de las películas más flojas del realizador de Roger & Me, Bowling for Columbine, Fahrenheit 9/11, Sicko y Capitalism: A Love Story. A más de veinticinco años de su debut en la dirección con Roger & Me, queda claro que a Michael Moore puede pedírsele cualquier cosa menos sutileza y ecuanimidad. Quienes aspiren a encontrar esas virtudes en ¿Qué invadimos ahora?, bueno, que sigan buscando: el periodista devenido documentalista, reconocido internacionalmente desde Bowling for Columbine y Fahrenheit 9/11, se despacha ahora con el trabajo más manipulador y tendencioso de su carrera. Estrenado en el Festival de Toronto del año pasado, el film parte de una premisa absurda, casi una excusa para que el director baje línea sobre lo que cree que es correcto y cuál debería ser el camino a seguir: viajar a distintas ciudades europeas –diez, por lo menos- para ver qué cosas podría copiar Estados Unidos para mejorar su situación. Lo que muestra es un cúmulo de lugares comunes sobre la educación finlandesa, el sistema carcelario noruego, la alimentación en los colegios primarios franceses y la conciencia cívica de los fiscales islandeses, entre otras cosas. Para conocer estos asuntos Moore realiza las entrevistas más concesivas que se recuerden, dejando que los responsables hablen sin jamás atisbar un espíritu crítico sobre lo que dicen, como si le importara menos la comprensión de una serie de fenómenos multidisciplinarios que recortar aristas para que cuadren en una comparación con la realidad norteamericana. Suerte de film institucional de la Unión Europea, ¿Qué invadimos ahora? ni siquiera tiene el veneno ni el espíritu contestatario que caracteriza a la obra de Moore. Por el contrario, aquí luce desganado, apagado, políticamente correcto y sin fuerzas. Igual que la película.
El director de The Delta, Forty Shades of Blue, Keep the Lights On y Love is Strange ha sido desde siempre un favorito del circuito de festivales internacionales. Finalmente, llega a la cartelera comercial argentina con una entrañable película que combina dinámica familiar y conflictos preadolescentes con elementos de drama y comedia y un notable elenco encabezado por los pequeños Theo Taplitz y Michael Barbieri, acompañados por Greg Kinnear, Jennifer Ehle, Paulina García y Alfred Molina. Una joyita para no dejar pasar. Por siempre amigos es la séptima película de Ira Sachs. Habitué de festivales internacionales y con algún estreno en formato hogareño como único antecedente en la Argentina, su nombre es prácticamente desconocido aquí. El primer estreno comercial de uno de sus trabajos es, entonces, de por sí una buena noticia. Y, si encima se trata de una película enorme, de esas que acompañan a sus personajes aun cuando no los entienda ni comparta sus decisiones, la noticia es todavía mejor. El relato es disparado por la muerte del papá de Brian Jardine (Greg Kinnear, extraordinario). La relación entre ellos no era precisamente buena, pero igual le dejó un departamento en Brooklyn, oportunidad ideal para que los Jardine puedan alejarse un poco del caos de Manhattan. La herencia incluye también un local en la planta baja del edificio donde funciona un negocio de ropa y costuras a cargo de Leonor (la chilena Paulina García, reconocida internacionalmente por su protagónico en Gloria, de Sebastián Lelio). Ella, a su vez, tiene un hijo, Antonio, de la misma edad que el de los Jardine, Jake. Entre ellos iniciarán, más allá de sus diferencias culturales, económicas y sociales, una de esas amistades que marcarán a fuego sus vidas. La película podría ser una comedia, un drama o un coming of age. El primer gran mérito de Por siempre amigos es no ser ninguna en particular. Reposado, por momentos incluso contemplativo, el relato irá avanzando o no según las acciones que atraviesen sus protagonistas, deteniéndose en situaciones pequeñas y cotidianas cuyas consecuencias se vislumbran menos importantes para el presente que para el futuro, como si Sachs entendiera que los quiebres de una vida suceden en medio del fragor de la rutina y sin que nadie los espere. Claro que lo anterior no es el único motivo para el espectador empatice con el film. Los personajes son quizá los más parecidos a personas que se hayan visto en la cartelera en años, hombres y mujeres con dobleces, fragilidades, inseguridades y preocupaciones cercanas, propias de la clase media en la que se circunscribe el relato. Los chicos andan en los 11 ó 12 años, y así piensan y actúan. Los padres, bien entrados en sus cuarentas, también. Película de profundas dimensiones humanas, Por siempre amigos es la consolidación de Sachs como una de las voces autorales más importantes y seguras del cine estadounidense. La oportunidad de ver Por siempre amigos en pantalla grande y en una sala oscura, entonces, no debe desaprovecharse.
El director alemán de La ola filma una película "a reglamento" que se ubica entre lo más flojo de ese gran héroe de acción que es Jason Statham. Casi un subgénero en sí misma, la filmografía de Jason Statham remite invariablemente a las de Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger y otros tantos héroes del cine de acción de los años ’80 o ’90, lo que permite entender su presencia en aquella reunión de amigotes que fue Los indestructibles. Lo cierto es que el pelado entrega aquí una de las peores películas de su carrera, un mecanizado y reglamentario relato centrado en las piñas y patadas que, para colmo, no son tantas. El británico es aquí Arthur Bishop, un reputado asesino a sueldo que ahora disfruta las mieles del éxito –y del dinero- en una paradisíaca playa de Río de Janeiro. Allí recibe y rechaza una llamada con una oferta para volver al ruedo. El contratista, entonces, envía a una hermosa mujer (Jessica Alba) con el objetivo de enamorarlo y después fingir su secuestro para obligarlo a trabajar para él a cambio de su liberación. El plan sale aún mejor: ellos se enamoran en serio. Así, Bishop deberá ejecutar a tres referentes del crimen organizado y demás negocios ilegales, siempre sin que se note demasiado. Durante esa primera parte, el guión de esta secuela de El mecánico (2011) exhibe un desgano inhabitual para los cánones hollywoodenses, enhebrando diálogos imposibles y/o gastados que preludiarán aquello en lo que debería estar el punto fuerte del film, que son las escenas de acción. El alemán Dennis Gansel (La ola) filma a puro reglamento, sin vuelo ni creatividad, aun cuando la metodología de los asesinatos son bastante originales. Por ahí también anda un Tommy Lee Jones totalmente desatado en la piel de un capo narco y testigo fiel de un desenlace que difícilmente sorprenda a alguien.
Producción animada que no figurará entre las mejores del año dentro de este popular segmento. Nicolas Stoller ya había dado pruebas de su valía para el humor adulto en las dos entregas de la saga Buenos vecinos, y Doug Sweetland había mostrado lo suyo en el Departamento de Animación de Pixar. La suma de ambas voluntades en la dirección da como resultado Cigüeñas, una película de animación que no está a la altura de los pergaminos de ninguno de sus hacedores. El protagonista es Junior (voz de Andy Samberg en el doblaje original), quien durante años voló al servicio de una empresa de transporte de bebés, pero ahora, mutación empresarial mediante, hace lo propio con aparatos electrónicos. Su jefe le anuncia un ascenso, siempre y cuando antes eche a Tulip, una mujercita criada entre plumíferos que ya cumplió 18 años. La culpa le impedirá a Junior concretar el pedido, y Tulip terminará a cargo de la abandonada oficina de pedidos de bebés. Lo que ella no sabe es que bajo ningún punto de vista debe reactivar los equipos, razón por la cual no duda en ponerlo en marcha cuando llegue la carta de un chico que, harto de la soledad, suplique por un hermanito. La premisa es una mera excusa para que Junior y Tulip inicien un frondoso viaje pleno de peripecias. Peripecias que en su mayor parte no funcionan debido al carácter esquemático que sobrevuela a un relato de aventuras cuya principal característica es el encadenamiento de más y más situaciones y subtramas. Así, Cigüeñas es un producto menor dentro del cada día más expandido universo del cine de animación infantil.
El director de Celo y La corporación combina suspenso y humor negro con buenos resultados. Viejo conocido del Festival Buenos Aires Rojo Sangre y uno de los exponentes más reputados del llamado Cine Independiente Fantástico Argentino (CIFA), Fabián Forte abandona –al menos por un rato- las habituales coordenadas narrativas y simbólicas de su universo artístico para despacharse con un thriller pincelado con bienvenidas dosis de humor negro. El protagonista de El muerto cuenta su historia es Ángel (Diego Gentile), un hombre que, igual que Felipe Mentor en La corporación, tiene una vida que más de uno envidiaría: éxito, facha, buen auto, casa grande y hermosa mujer. Pero es también un ser profundamente misógino, machista, infiel y ordinario, razones más que suficientes para que una cofradía de la mitología celta que se caracteriza por los intentos de vengar a aquellas mujeres maltratadas por los hombres vaya por él. El cruce con una hermosa mujer en un bar (Emilia Attias) terminará desatando un cambio radical en la vida de Ángel, a quien desde ese momento se le hará difícil –cuando no imposible– distinguir lo real de las fantasías construidas en su mente. Pasada la sorpresa inicial de Ángel y el develamiento de las respuestas sobre su condición, El muerto cuenta su historia dejará de lado su vertiente volcada al suspenso y a la fantasía para abrazar la comedia absurda. Sucede cuando el protagonista encuentra a un grupo de hombres con su misma condición y formen una suerte de grupo de catarsis colectivo. Allí, en esa extrapolación de esas criaturas muertas en vida de un universo terrorífico a uno humorístico, anida la principal virtud de un film que, aun con sus altibajos, muestra a Forte como una de las voces más interesantes y personales del panorama local.
Una comedia que no funciona por sus gags ni como crítica social. No son muy rebeldes que digamos las madres de ese club. No al menos en el sentido estricto del término: ellas cuestionan, se quejan, ejercitan pequeñas actos libertarios y de diversión, pero en ningún momento se plantean que quizás ellas no estén obligadas a hacer lo que hacen. El club de estas madres es, en todo caso, un pequeño bálsamo antes de encarrilarse nuevamente detrás de la senda del status quo. Segundo largometraje de la dupla Jon Lucas y Scott Moore (responsables de 21, la gran fiesta y el guión de ¿Qué pasó ayer?), El club de las madres rebeldes quiere ser una película concebida como vehículo para un grito contestatario de esas mujeres modernas apresadas entre sus responsabilidades hogareñas y laborales. Pero de lo que se habla en el fondo es de cómo cambiar para que nada cambie. La voz del relato recae en Amy (Mila Kunis), una mujer de 32 años y madre del primero de sus dos hijos hace doce, que hace malabarismos para cumplir su rol polifuncional. En la puerta de colegio conocerá a otras dos mujeres insatisfechas con las vidas que le han tocado en suerte: una sumisa e incapaz de contradecir al marido (Kristen Bell) y otra madre soltera que vive de reviente en reviente (Kathryn Hahn). El film no funciona en su nivel humorístico (los chistes son predecibles y poco sorpresivos) ni mucho menos en su faceta “social”, ya que la supuesta rebeldía no va más allá de algún flirteo en un bar, borracheras hogareñas y obligar a los hijos a hacerse el desayuno o lavar sus platos. El combo se completa con una madre cogotuda (Christina Applegate) que es puro desagrado hasta que, sobre el final, explica por qué es como es. El mensaje bienpensante del desenlace muestra que Lucas y Moore vieron una película distinta a la que hicieron.
¿Qué pasó ayer? (Crónica de otro desmadre) El director de la trilogía ¿Qué pasó ayer? se mete con un tema más serio (el tráfico de armas a partir de un caso real), pero el humor absurdo no tarda en aparece. El resultado es bastante atractivo. Al menos por esta vez, el rótulo “basado en hechos reales” no enciende la luz de alerta, sino que opera a favor de subrayar el absurdo que sobrevuela el relato de Amigos de armas, primera incursión de Todd Phillips (Viaje censurado/Road Trip, Aquellos viejos tiempos/Old School, la trilogía ¿Qué pasó ayer? y Todo un parto) en un cine de ribetes (algo) más serios. Basado en el artículo periodístico Arms and the Dudes, escrito Guy Lawson para la revista Rolling Stone, Amigos de armas es la historia de dos amigos de la infancia que, reencontrados década y pico después, incursionan en el negocio armamentístico. ¿Cómo es posible que dos pibes se conviertan en contratistas del Estado? Fácil: en los últimos años de la era Bush, y ante las críticas de favoritismo a las grandes empresas, el gobierno (el Ejército) “democratizó” las licitaciones abriendo sus concursos a cualquier persona de a pie. El film de Phillips remite a El lobo de Wall Street camuflando su veneno con un tono festivo, arrollador, enérgico, trepidante. Igual que la de Jordan Belfort, la historia de David Packouz (Miles Teller) y Efraim Diveroli (Jonah Hill) es un relato de ascenso, éxito y caída, y la máxima particularidad de la película es la voluntad de no soltarles la mano ni siquiera en los peores momentos. Amigos de armas no juzga ni tampoco “cancherea” (teléfono para La gran apuesta, debut otro emblema de la Nueva Comedia Americana como Adam Mckay en el cine “basado en hechos reales”) con recursos formales. Por el contrario, Efrain y David siempre supieron dónde se metían y qué estaban haciendo. Al fin y al cabo, como en casi todas sus películas, a Philips le interesa más contar la crónica de un desmadre antes que señalar con el dedo a sus responsables.