Clonar a Rodolfo Livingston no estaría mal; es un hombre de los que falta, un librepensador irreverente por “naturaleza”, porque piensa siempre a contracorriente y actúa en consecuencia. Tal vez pensar no es otra cosa que desmontar incesantemente las certezas colectivas que disciplinan, arremeten contra el deseo y asfixian cualquier signo de desobediencia. El retrato de Sofía Mora es antes que nada una mirada sobre un hombre que piensa, un arquitecto que ejercitó la heterodoxia en la profesión elegida.
En el caso de la mediocre pero paradójicamente interesante La espía roja también hacemos hincapié en la relación entre los recuerdos y la reconstrucción del relato, aunque lo más interesante pasa por representar oblicuamente un síntoma actual del desorden político ubicuo: la restauración del delirio persecutorio propio de la imaginación conservadora sobre una nueva amenaza comunista. (Emisión radial)
Hans Hurch, el mítico director de la Viennale hasta 2017, tenía la perspicaz idea de proyectar en hilera y en simultáneo, como si fuera una instalación, todas las películas de Jia Zhangke en orden cronológico, desde Xiao Wu en adelante, porque entendía que así se podían asir de un vistazo treinta años íntegros de la historia de China, el país más poblado del mundo y probablemente la primera potencia mundial de este siglo en curso. Pocos cineastas pueden reclamar un destino biográfico como el de Jia, una suerte de biógrafo lúcido de una nación definida por una mutación indetenible, capaz de innovar perversamente en materia ideológica como ninguna: ¿no es China una monstruosidad conceptual, algo así como un comunismo de mercado?
En efecto, todo el esfuerzo poético de Valerio Mieli radica en contar una historia de amor propia de nuestro tiempo siguiendo los mecanismos del recuerdo, y desde el primer momento, el incierto punto de vista elegido pone en consideración el recuerdo del hombre y la mujer que se enamoran, viven juntos, se separan y quizás se vuelvan a encntrar. Las marcas del tiempo histórico son endebles, la inteligibilidad del tiempo propio del relato, escurridiza: los dos jóvenes amantes son contemporáneos, viven de dar clases, no tienen penas económicas, aunque él sí conoció la aflicción psíquica, como revela algún fragmento de su historia. La relación con los padres y los amores precedentes de los enamorados también se va conociendo de a poco. La intuición es inobjetable: el yo es una memoria que se perpetúa, y en ese sentido el filme es tan convincente como una radiografía de tórax.
En su debut como directora, Eloísa Solaas elige la instancia del examen como punto central de su registro; la preparación, la espera y el examen en sí constituyen las etapas que filma; los estudiantes son muchos y las disciplinas también: Filosofía, Derecho, Medicina, Agronomía, Cine, Sociología, Música, entre otras. Como la institución elegida es la universidad pública (UBA y UNSAM), la composición etaria y social del alumnado es diversa. Un microcosmos se despliega amablemente frente a cámara, de tal modo que se puede constatar la especificidad de los lenguajes y la innegable asimetría entre quien mide un saber y quien tiene que demostrar un aprendizaje, un retrato microscópico sobre el poder en relación al saber.
La nueva película de Carlos Echeverría tiene planos hermosos. Primero que nada, Chubut, libertad y tierra prodiga panorámicas de trenes que pueden asociarse a las grandes tradiciones cinematográficas de todos los tiempos. También desde los trenes llegan planos magníficos en los que se descubre una geografía. El Sur no es una extensión infinita de tierra de la que se erige una promesa, más allá del lucimiento de algunos paisajes y la riqueza petrolífera que yace bajo tierra. Con una precaria cámara digital, Echeverría acopia notables planos de un territorio. Pero su filme no es un retrato geológico, sino una poderosa excavación simbólica en la Historia. En esa tierra yerma vivieron y viven hombres y mujeres que han dejado huellas, porque nadie deja de escribir la Historia, aunque no sea más que redactor involuntario de una línea o una coma.
TOY STORY 4: una crítica sobre la relación de los objetos y la memoria, y a ensayar brevemente sobre el sentido de la infancia. (Emisión radial)
El gran tema de Dolor y gloria es el deseo, el nombre propio de la productora de Almodóvar. O, dicho de otro modo: es la restitución del deseo, a propósito de la evocación de su descubrimiento inicial y de un momento ulterior en la vida del personaje interpretado por Banderas en que el deseo y el amor fueron de la mano. El filme tiene sus sorpresas, y el plano final redefine todo lo visto, como también vindica al director español como un verdadero maestro. Solamente un gran cineasta puede retener su secreto hasta el último suspiro de una película. Lo que hace aquí Almodóvar es fantástico.
El protagonista de El árbol de peras salvajes tiene en la puerta y del lado de adentro del placard de su casa varias fotos de escritores pegadas, entre estas, dos de Emil Cioran, el famoso filósofo rumano cuya obra no fue otra cosa que una meditación sobre el inconveniente de haber nacido, una expresión eufemística sobre las razones poco evidentes para no quitarse la vida frente al desconcierto cósmico. La curiosa experiencia para los lectores de Cioran, entre ellos, el propio Siran, es la paradoja de ese dictamen de la lucidez: conocer el derecho a ese ultimátum es asimismo un estimulante para insistir en conciliarse con el oxígeno. Razonar sin fe fortalece, alivia el malestar sin rebatirlo, conjura cualquier superstición melindrosa que debilite la vida consciente.
Tal vez Doubles vies no sea otra cosa que un drama reposado sobre sujetos nacidos en tiempos de la era del papel acomodándose a la nueva era de los dígitos. Assayas reúne algunas preocupaciones reconocibles; la más destacada se enuncia intermitentemente: en la era digital la propiedad está en jaque. En efecto, al editor y el autor les preocupan los derechos de autor, aunque la publicación gratuita en blogs y páginas digitales resultan involuntariamente en un suplemento de ese negocio pago. Ambos, además, reconocen las presuntas bondades del libro digital, y por otro lado un jubilado reclama que es la única forma de poder comprar libros. En un debate no desprovisto de violencia, dos asistentes a una conferencia que ofrece el escritor le cuestionan el uso de las vidas ajenas como material literario de sus novelas, un límite infringido característico de la autoficción, al que se añade otro malestar: la propiedad sobre las imágenes de cada sujeto ante el potencial empleo de estas para fines de todo tipo en la esfera pública.