Un musical dinámico y agridulce. La mayoría de las veces los musicales son narraciones que te transportan a otra época o a una versión exagerada de la realidad. Son escasos aquellos ejemplos –en el teatro y en el cine– que pegan un volantazo y tratan de traer la rimbombancia del género a un territorio más mundano. La La Land: Una historia de amor es uno de los dedos de esa mano. Es otro día de sol: La La Land cuenta la historia de Sebastian y Mia. Sebastian es un músico apasionado del Jazz que desea tener su propio club en un mundo que está interesado en corrientes musicales más modernas. Mia, por su parte, trata de abrirse camino como actriz en un mundo de ejecutivos desconsiderados. Su historia de amor los une y los impulsa a perseguir sus sueños contra viento y marea, pero al imponerse la realidad, tendrán que elegir entre estos y su relación. Se nos vende a La La Land como una historia de amor, pero no es un amor romántico entre dos personas; esa es la excusa que nos dan para atraernos a las butacas. La historia de amor de La La Land es una de amor por el oficio del artista (cineasta, músico, etc.) y, como todas las historias de amor, está definida más por cómo se superan las adversidades que por cómo se disfrutan las alegrías. Es sobre la integridad y la honestidad que uno debe tener si elige desempeñarse en este oficio. Estos son temas con los que Damien Chazelle (Whiplash) nos confronta en cada una de las escenas de la película, tengan números musicales o no. Nos pone de frente ante la humillación, la coacción y las concesiones a las que todo artista debe sobrellevar para sobrevivir en camino a su gran golpe de suerte, el cual una vez obtenido lo confronta con el dilema de constatar si el resultado producido es el que realmente se buscaba en primer lugar. Es no tanto una comedia romántica, sino una buddy movie, porque en esta los personajes que la integran cambian por el simple hecho de estar en la vida del otro, para aprender el uno del otro. No tengo otra cosa más que elogios para Emma Stone y Ryan Gosling. Que tienen una química natural no se discute, pero pocas veces ha quedado tan claro como en esta película; te hacen reír y te hacen sufrir, no pocas veces al mismo tiempo. No obstante, debe decirse que por separado, consiguen con creces conmover con la pasión y la angustia que tienen sus personajes por sus respectivos oficios. Sentimientos que vemos reflejados en la cara de Emma Stone cuando da una audición o cuando Ryan Gosling toca el piano. Aunque de este último debo decir, que cuando su personaje habla de una manera tan apasionada y fanáticamente desvergonzada de lo que sabe de Jazz, me terminó ganando como espectador. Es una de esas instancias donde pude ratificar por enésima vez que detrás de este pibe fachero hay un muy buen actor. La La Land es una realización sobresaliente desde lo técnico. Es una película que no corta a lo pavote; los números musicales están casi todos rodados en plano secuencia y cuando no en muy pocas puestas de cámara. Se valen de una coreografía sin fallas que te deja pensando que el reparto ensayó más allá de lo normal. Créanme cuando les digo que van a acordarse del número que abre la película durante muchos días por venir. Si bien posee una fotografía y cámara de gran dinamismo, es dueña de un preciso y afilado uso del color que salta a la vista en el diseño de producción y el vestuario; con una atención al detalle en dichos apartados que no se suele ver en muchas películas actuales, musicales o no. Es la hermandad perfecta entre los tonos llamativos de un musical y el tono sombrío de lo mundano. Conclusión: La La Land es una historia de sueños arraigada en la realidad, contada de una forma dinámica, fluida y que rebosa de carisma interpretativo. Una proeza estética, tanto en el papel como en la pantalla, que considero altamente recomendable.
Visualmente aceptable aunque predecible desde lo narrativo. La muerte. Aceptar que todos los que nos rodean ––e incluso nosotros mismos— tarde o temprano vamos a dejar este mundo, es un hecho que no recibimos ni asimilamos con facilidad; sin ir más lejos, mientras menor la edad, más difícil es. Un Monstruo Viene a Verme trata de abordar este dilema moral desde el punto de vista infantil, entremezclándolo con lo fantástico. Yo… soy… Liam. Connor O’Malley es un niño que no está pasando por su mejor momento. Su padre vive lejos, sus compañeros de colegio lo molestan, y como si esto fuera poco, su madre padece una grave enfermedad que, de terminar con su vida, dejará a Connor en manos de su estricta abuela. Entre todo este descontento, llega a la vida de Connor un monstruo que le contará tres historias, cada una con el propósito de ayudarlo a enfrentar sus problemas. Durante días me he quedado pensando si la predictibildad de Un Monstruo Viene a Verme es una virtud o un defecto. Porque es una de esas películas que tiene un final cantado ni bien se les posa el ojo, con mecanismos narrativos que el espectador ve venir desde kilómetros. Es una virtud, porque la película no hace ningún esfuerzo en vendernos gato por liebre; lo que sospechamos que va a pasar es lo que va a pasar. Su mensaje, o lo que intentan promover como tal, pasa por otro lado. Habla con mucha inteligencia no sólo sobre la aceptación de la muerte, sino de la contradicción inherente a la naturaleza humana, y como esa línea moral de lo bueno o malo, se vuelve más difusa conforme crecemos. No obstante, esto es también un defecto, porque sólo se conforman con aceptar su predictibilidad; el personaje cambia por esta experiencia, es cierto; pero no hay riesgo externo. Nos queda el mensaje, todo maravilloso, pero no hay riesgo. Un conflicto interno fuerte es importante para el crecimiento de un protagonista, pero si el conflicto externo, el obstáculo tangible, es débil y/o anticipable, le quita valor a ese crecimiento por profundo que sea su desarrollo. En materia actuación, los que quedan bien parados son Sigourney Weaver como la abuela del protagonista y la voz de Liam Neeson que confiere la intimidación esperable del monstruo (aunque por su aspecto parezca ser el primo de Groot de Guardianes de la Galaxia). El chico protagonista, Lewis MacDougall, entrega una interpretación decente, mientras que Felicity Jones está en piloto automático durante toda la película; no consigue conmover. Aparte, cabe aclarar que las escenas que comparte con MacDougall son más propias de una dinámica hermano-hermana que de madre-hijo. Visualmente la película es bastante impecable, tanto en el live action como los segmentos animados que ilustran a las historias del monstruo. La fotografía crea eficientes composiciones de cuadro que adoptan el clima y el paisaje que supo crear la dirección de arte. Conclusión: Aunque abarca con propiedad una temática compleja como es la muerte, y un contexto aún más complejo para enfrentarla como es el de la niñez, Un Monstruo Viene a Verme termina perdiendo lustre por la predictibilidad de su recorrido narrativo.
Una propuesta de género que no puede superar sus falencias narrativas. La familia y la codicia son temas que están íntimamente ligados y son tan viejos como el tiempo mismo. Un conflicto de interés que garantiza como mínimo una historia interesante. Nieve Negra cuenta con el nivel actoral y técnico para explayarse sobre esta temática, pero el desarrollo narrativo no los ayuda, y a continuación lo elaboramos. Lo duro de ser hermanos: Marcos (Sbaraglia) regresa a la Argentina tras años de vivir en España y lo hace en compañía de su mujer embarazada (Costa). El motivo de su regreso es el fallecimiento de su padre, cuyo deceso deja como herencia el terreno donde tenía su cabaña y que está valuado en una cuantiosa suma de dinero. Dicha suma le viene de perlas a Marcos por los gastos que le traerá su creciente familia. Lo único que se interpone entre él y la plata es su hermano: Salvador (Darín), quien vive en la cabaña como un ermitaño y se rehúsa a abandonarla. Las razones están vinculadas a un oscuro secreto que une a los dos hermanos. El guión de Nieve Negra es uno repleto de agujeros, donde las motivaciones de algunos de los personajes son poco claras, y cuando no son incoherentes. Hay personajes que si se los quita, la película podría seguir el mismo camino, y que si están es meramente por propósitos expositivos. Todo esto en pos de una revelación que si bien no es la que puede anticipar el espectador, no es una sorpresa que afecta por todos los errores cometidos anteriormente. Es como si el guión hubiera apostado todas sus fichas en esta vuelta de tuerca; confiando que el truco podía salir simplemente tirando pistas de a poco para que el espectador sume dos y dos, una suma que no sale por las ya mencionadas inconsistencias. Nieve Negra es sólida visualmente. Una propuesta clásica, simple, que sabe dónde posar su cámara para sacar lo mejor del accionar de sus intérpretes, apoyada por una iluminación y una dirección de arte que es eficiente en crear el clima lúgubre en el que se encuentran estos personajes. En el apartado sonoro debe decirse que la música también encuentra la manera de hacer un aporte a la creación del ambiente. No obstante, debe decirse que sabe implementar cierto ingenio a la hora de plantear los flashbacks que experimenta el protagonista, intentando en más de una ocasión un pasaje temporal del presente al pasado hecho en el mismo encuadre, sin el uso de cortes o disolvencias. Actoralmente hablando, Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia, Federico Luppi y la española Laia Costa entregan prolijos trabajos, a la altura emocional de la premisa, pero que no llegan a brillar por las falencias narrativas de la propuesta. Conclusión: Aunque rica a nivel visual y prolija en su apartado interpretativo, las inconsistencias narrativas de Nieve Negra son demasiado grandes como para ser ignorados. Una premisa que no falla por su carencia de originalidad, sino por el descuido de su ejecución.
Hasta que la muerte los separe. Es 1942. Max Vaten, un piloto canadiense que trabaja para la inteligencia británica, llega a Casablanca con el objetivo de asesinar al embajador alemán. Allí conoce a su contacto, Marianne Beausejour, con quien plantean la coartada de marido y mujer para poder acercarse a su blanco. Planificando la operación, se enamoran y, al regresar a Londres, se casan y tienen una hija. La cosa se complicará cuando los superiores de Max sospechen que Marianne es una agente nazi que entrega información aprovechando su vínculo con su esposo. A partir de aquí comienza una carrera contra el tiempo por probar la inocencia de Marianne, porque de ser encontrada culpable, Max deberá matarla y si no lo hace, él será ejecutado. Si bien trata de combinar el romance con el espionaje, en materia estructura, Aliados te ofrece dos películas al precio de una. La primera es como se construye dicho romance –– y posteriormente familia–– entre los protagonistas. La segunda es el conflicto hecho y derecho sobre el descubrir si la mujer en cuestión es una agente Nazi. La ventaja que trae abarcar una premisa de esta manera es que no discutís bajo ningún concepto lo mucho que se aman los personajes; por otro lado, la desventaja que trae es que esto puede ser interpretado como una falencia o un arrastre hasta el verdadero conflicto central de la película que no aparece sino hasta una hora de pasado el metraje. El guión se propone sostener este formato planteando intriga y obstáculos en ambas historias, inscribiéndose en la tradición de las viejas películas de espionaje de los años 40 (pero con una violencia en las escenas de acción más propias de esta época). Un sostén progresivo y que mantiene el interés del espectador, pero que conduce a un desenlace poco satisfactorio que no nace de la iniciativa del protagonista. Aunque debe decirse que si la película se narraba estrictamente desde el punto de vista del personaje de Marion Cotillard, otro hubiera sido el resultado. Por el costado técnico salta a la vista el clasicismo de la dirección de Zemeckis; cada composición de cuadro y cada movimiento de cámara tienen están llenos de significado. Este está apoyado en una correcta fotografía y una dirección de arte que por momentos te da la pauta que si alguien filmara la película Casablanca en la actualidad sería en decorados así. Brad Pitt y Marion Cotillard entregan buenas interpretaciones, tanto juntos como por separado, al menos durante la primera mitad. No obstante, en la segunda mitad de la película es Cotillard con su sobriedad la que obtiene la nota alta, mientras que Pitt sucumbe de tanto a alguna que otra exageración o falta de credibilidad. Conclusión: A pesar de su inusual estructura narrativa y su poco satisfactorio final, Aliados es una película que cumple su función de “star vehicle” para sus intérpretes, cuya química es una de sus mayores virtudes, junto a la impecable puesta en escena de Zemeckis. Si querés ver a dos actores hacer lo que saben hacer mejor, puede que le quieras dar una oportunidad.
Un drama extenso pero profundo. Hoy por hoy, algunas corporaciones ganan tanto terreno que muchas de ellas están en condiciones de ser su propio país. Estas se aprovechan, bastante a menudo, del deseo de la gente de aumentar su poder adquisitivo. Pero también están aquellos que no tienen precio, que no se venden, ya que esas cosas que las corporaciones desean de ellos tienen más valor del que realmente le conceden, y es uno que no se mide en dinero. La entereza de una mujer: Aquarius cuenta la historia de Clara, una periodista musical retirada, que es la única habitante de su edificio. Esto se debe a que una corporación ya compro todos los otros departamentos a sus propietarios y Clara es lo único que se interpone entre ellos y el nuevo emprendimiento que quieren construir en su lugar. Clara se rehúsa, primordialmente porque su departamento es mucho más que una vivienda para ella, y no dará el brazo a torcer, ni siquiera por las artimañas de las que se valdrá la corporación para hacerla ceder. Aquarius se propone contar la historia de una sobreviviente; alguien que, como reza el viejo adagio, es un junco que se dobla pero siempre sigue en pie. Aunque esto garantiza un personaje encomiable, a quien el público pueda admirar, no es garantía de que se tenga una buena historia. Con esto en mente, el guion tiene la inteligencia de introducir el tema de la corporación y sus estrategias para que Clara les ceda el piso, como un marco para que veamos su vida; no tanto como una enseñanza, sino para que el espectador vea los motores que la motivan para no aceptar la oferta. La película goza de una cuidada fotografía y dirección de arte que no sólo saben retratar las épocas sino también el estado de animo de la protagonista. Párrafo aparte merece su banda sonora, donde todas y cada una de las canciones elegidas tiene resonancia con el momento de la historia en donde se las coloca. Párrafo aparte para Sonia Braga, quien entrega una interpretación sobresaliente como Clara. Conmovedora, segura, contundente y llena de fuego. Una labor consagratoria que no pasará desapercibida por el espectador. Conclusión: Valida de un guión profundo y una labor interpretativa de Sonia Braga que se devora cada escena en la que aparece, Aquarius es una historia que nos enseña no tanto a querer, sino a defender lo que es verdaderamente nuestro. Una casa es sólo una casa hasta que la volvemos un hogar, y pocas veces esa lección ha sido tan contundentemente aprendida como en esta película. Los ojos de Braga lo dicen todo.
Historias de sexo y violencia de gente común. En Terror 5 nos encontramos con cinco historias: la de una venganza de ultratumba a cargo de las víctimas de una catástrofe por la negligencia del estado, la de los chicos en un colegio y una particular retribución que le hacen a sus profesores, la de una pareja en un albergue transitorio que no se sabe filmada, la de dos hombres engañados sentando guardia en sus autos y la de un joven víctima del bullying siendo empujada al límite. Del mismo modo que otros títulos foráneos, Terror 5 hace la asociación del sexo con la violencia, e introduce temas de relevancia social. Podría haberse quedado en una imitación, pero el guión se las ingenia para encontrarle una vuelta plenamente autóctona. Por desgracia, no son todo rosas, ya que lamentablemente no todas las historias poseen conclusiones satisfactorias. También cabe aclarar que no se decidieron por cual modo era el correcto para presentar las historias, si por separado como fueron escritas o paralelamente (forma que según sus directores se encontró en el montaje), camino por el cual deja de ser una antología y pasa a ser una historia coral. Si bien una de las historias (la del Congreso) es el claro marco de referencia que pone en marcha la película, este casi no guarda relación con el resto de las historias y las conexiones parecen caprichosas. Lo cual me resulta lastimoso, porque las ideas que ofrecía cada episodio tenían suficiente jugo para sostenerse por sí mismas. No tengo otra cosa más que elogios para la fotografía y el acabado técnico en general. Hay más de un encuadre en Terror 5 que, por su iluminación y sus movimientos de cámara, son dignos de colgar en un cuadro en la pared, aun a pesar de que se pueda palpar alguna que otra referencia. En algunos episodios podemos encontrar una labor actoral eficiente y a la altura de lo que se propone narrar. No obstante debo aclarar que en el episodio del colegio encontré a la labor interpretativa poco creíble; los adolescentes no hablan así, ni siquiera los que conspiran. Algo parecido sucede con el episodio de la venganza desde ultratumba en el congreso, con una labor interpretativa bastante exagerada. Conclusión: Aunque visualmente cautivadora, y haciendo un intento noble de enmarcar el horror dentro de un marco tanto autóctono como cotidiano, el saldo narrativo de Terror 5 es desigual.
Un Buen Día… en el espacio. La astronave Avalon está camino al planeta Homestead II. La misma cuenta con 258 tripulantes y 5000 pasajeros, todos ellos dormidos en suspension criogénica. El viaje de un punto al otro tomará 120 años, pero a mitad de camino dos pasajeros despiertan, casi un siglo antes de tiempo. En medio de la convivencia surge la pregunta inevitable: ¿existe una razón por la cual ellos despertaron? El guión de Pasajeros oscila entre el tedio y la inverosimilitud. Durante una gran parte del metraje no vemos otro conflicto que el del protagonista lidiando con su soledad. Un recurso que el libreto, en vez de hacer a un lado al agotarse, se declina por repetir hasta el hartazgo. Los personajes que aparecen no tienen otra motivación de ser más que interactuar con el protagonista. Las charlas que hay entre los mismos son tan intrascendentes como repetitivas y predecibles. Sus motivaciones para embarcarse en semejante odisea tienen tal grado de debilidad, que son olvidadas en más de una oportunidad. Lo único cercano a un conflicto sólido y tangible se presenta recién en el tercer acto, y es pasada una lógica pero desilusionante explicación del porqué de la premisa de la película. Pasajeros es un fallo rotundo, tanto temática como argumentalmente. El desarrollo temático es superficial, cuando no débil, y lo peor de todo, no tiene paralelismo o influencia sobre el desarrollo argumental. Es como si una mitad de la película la hubieran usado para el tema y la otra para la trama. Siendo una superproducción de millones de dólares, por el costado técnico no hay mucho que criticar: Los efectos visuales, la fotografía y el diseño de producción están prolijos y responden a los cánones habituales del género. No obstante, en materia actuación tenemos que decir que Chris Pratt entrega una labor decente; sin mucho que criticar o admirar. Por otro lado, Jennifer Lawrence entrega a mi parecer la primera labor inverosímil y exagerada de su -también en mi opinión- otrora intachable carrera. Laurence Fishburne está en piloto automático y Andy Garcia directamente está de adorno. En este apartado, el único que verdaderamente destaca es Michael Sheen, en el papel de un barman androide. Conclusión: Si bien agraciada de ver en el aspecto visual, Pasajeros viene a demostrar que una idea, por sí sola, no basta. La ejecución lo es todo en la narración, y el guión de está película fracasa en todos los apartados imaginables; falla al aleccionar y al entretener. Si a esto le sumamos un apartado actoral endeble y desigual, el resultado final es un viaje al que le va a resultar complicado atraer pasajeros… del lado de la taquilla.
Con controversia o sin ella, una película dirigida por Mel Gibson es siempre un evento. Con sus cuatro films previos dejó claro que tiene una marcada habilidad para narrar con imágenes, y si bien Hasta el Último Hombre promete ser una película visceral es también una película sobre los principios, más que la prédica religiosa que sus detractores sospechan. Cuestión de Principios: Hasta el Último Hombre cuenta la historia real de Desmond Doss, un soldado del ejército norteamericano, quién a finales de la Segunda Guerra Mundial salvó él solo a 75 compañeros de su escuadrón. Esta sería una historia de heroísmo más del montón, pero la de Doss tiene el particular detalle de haber hecho esa faena sin tener arma alguna para defenderse, por el simple hecho de no cree en ellas. La historia está contenida en un prolijo guión y se toma la molestia de dividir la travesía de Doss en tres partes: una es su crianza, donde aprende el valor de no quitar una vida; la segunda es su formación en el ejército, donde es ridiculizado y hasta casi juzgado como un traidor por simplemente no querer disparar un arma o agarrarla siquiera; y la tercera es la guerra propiamente dicha, donde motivado por su fe (religiosa, personal o como quieran llamarla), realiza su hazaña. Cabe aclarar que si bien la película no está exenta de una carnicería descomunal como pocas veces se vio en una pantalla de cine, tiene claro que el corazón de la historia que cuenta no está ahí; lo importante son los principios del personaje de Doss, por qué los tiene y hasta dónde es capaz de llegar para defender aquello en lo que cree. Este detalle es lo que hace la historia atractiva, generándole curiosidad y ansiedad al espectador por ver como lidia Doss con dichas creencias en situaciones límite. ¿Torcerá sus principios para salvar su vida o se sacrificará para mantenerlos? Esta pregunta es la que provee una gran parte del entretenimiento de la película; los desmembramientos son un detalle de color. Andrew Garfield se lleva al hombro con mucha dignidad al personaje protagonista. Sam Worthington y Vince Vaughn (en uno de sus desvíos poco frecuentes de la comedia) son acompañantes a la altura del desafío. Pero el que se lleva las palmas, el que conmueve cada vez que Gibson le dedica un plano, es Hugo Weaving, quien da vida al padre de Doss, un veterano de la primera guerra mundial perturbado y autodestructivo, pero de quien se puede percibir un enorme afecto hacia su hijo. Un rol con un enorme abanico de matices al que los académicos deberían echarle un ojo. En el costado técnico hay una fotografía y un montaje muy bien afilados. Cada plano y cada corte tienen su razón de ser; nada sobra ni nada es librado al azar. No obstante, el apartado que se lleva los lauros es el diseño sonoro, donde se escucha cada sonido de la guerra hasta en el más mínimo detalle. Conclusión: Hasta el Último Hombre es una narración entretenida con todo lo que tiene para ofrecer una película del mejor cine bélico. Pero lo que la hace una propuesta disfrutable es que la guerra es sólo un detalle más, la verdadera carne del relato es el límite que tienen los principios del ser humano, y como respondemos cuando este se nos presenta.
Un exponente de verdadera ciencia ficción. Hablamos con mucha frecuencia de la ciencia ficción para referirnos a aquellas películas que transcurren en el futuro, en el espacio, donde hay láseres, extraterrestres y tecnologías asombrosas que supera cualquier realidad. Sin embargo, todos estos símbolos del género están arraigados en la ciencia por sí misma, y es necesario recordar que la ciencia ficción es, por definición, una forma de ficción que se basa en el conocimiento científico. Quien esto escribe no pretende darles clase de historia del cine, sino que recuerda la etimología pura del término porque es la que mejor le sienta a una película como La Llegada. El lenguaje de los signos: Una especie extraterrestre llega a la tierra y, para saber cuáles son sus intenciones, el Ejército de Estados Unidos recluta a la Dra. Louise Banks, una lingüista que está tratando de sobrellevar una reciente tragedia personal. Su misión será descifrar el lenguaje de estos seres para averiguar cuál es su objetivo en la Tierra. Decir que La Llegada es un guión solido desde lo estructural sería una definición incompleta, ya que sus virtudes yacen en más lugares que ese. Es una historia que juega mucho con las nociones del tiempo, y si bien cede de tanto en tanto al cliché de “milicos que buscan reventar a los aliens, cuando estos sólo se quieren comunicar”, encuentra la manera de hacer atrapante e interesante algo tan cerebral como la búsqueda de un lenguaje común. La narración podría haber muerto en una fría búsqueda científica, pero el guión tiene la suficiente inteligencia de sembrar en sus primeros minutos los motores emocionales de la protagonista. Minutos breves pero intensos que nos dicen todo lo que tenemos que saber sobre ella. Tenemos a una conmovedora Amy Adams sobre quien descansa una gran parte del peso de la película; su expresividad y sensibilidad son cruciales para sacar adelante una gran mayoría de las escenas. Junto a ella tenemos a un Jeremy Renner que provee un sólido acompañamiento (sumando una ocasional cuota de humor e ironía), y un sobrio Forest Whitaker como el alto oficial militar que corta el bacalao en la operación. La fotografía y efectos visuales son eficientes pero los lauros se los lleva el cuidado diseño de producción. Cabe aclarar que el montaje es una herramienta esencial para que esta peculiar propuesta narrativa tenga sentido. No sólo se adapta muy bien a los juegos con la percepción del tiempo, sino que tiene un gran sentido de la elipsis. Conclusion: Si esperan la típica película de una invasión extraterrestre, La Llegada los va a desilusionar. No se dejen engañar por los posters; no hay nada en su narración, actuación o propuesta visual que apunte a ello. Es una película que te hace trabajar la cabeza desde el primer fotograma; sobre el tiempo y el lenguaje como un camino hacia las emociones. Si son atentos y están abiertos a sus verdaderas intenciones, van a encontrarse ante una película profunda como pocas.
Atrapante intriga y sólida reflexión sobre la frialdad emocional inherente a la economía. La figura del Ministro de Economía es una tanto o más observada que la del propio Presidente. Sus decisiones afectan a los bolsillos de todo un país. Así que una película que indaga en las decisiones, muchas veces cuestionables, de dichos funcionarios detona cuando mucho la curiosidad del espectador. Le Confessioni (Las Confesiones) se adentra en este peculiar mundo mediante una narración clara en sus ideas, recurriendo a emociones, decisiones, y defectos de carácter comunes a todos los seres humanos. El silencio es oro. En un lujoso hotel alemán, el director del Fondo Monetario Internacional reúne en una cumbre a los ministros de economía de diversos países. Aparte de los funcionarios, él ha convocado también al monje Roberto Salus, a quien la noche del encuentro le pide que le tome la confesión. La trama se complicará cuando la mañana siguiente el director aparezca muerto con una bolsa en la cabeza. Esto genera que los invitados se desesperen y recurran a técnicas cuestionables para hacer que el monje revele qué fue lo que le dijo antes de morir. Un secreto de confesión que no piensa violar. Habitualmente cuando se hacen películas sobre la economía, se corre el riesgo de entrar en una cuestión muy técnica que puede perder al espectador cuando se hace un esfuerzo demasiado notorio en establecer un verosímil. Le Confessioni está plagada de dichas cuestiones pero el interés no se pierde jamás. Esto se debe a que Roberto Andó tuvo la enorme inteligencia de plantar un conflicto y un tema meramente universales, que cualquiera pudiera entender. Ese conflicto, esas preguntas que disemina la trama (¿El director se mató o lo mataron? ¿Qué le dijo al monje?) y sobre todo la manera de contestarlas es lo que hace que la película se vuelva interesante a pesar de la complejidad técnica de su universo. “Las acciones hablan más fuerte que las palabras”, reza un viejo adagio; esta gente habla largo y tendido de bolsas, márgenes, utilidades, porcentajes, estratagémas, formulas etc. pero son sus acciones —físicas, emocionales y morales— en reacción al conflicto principal lo que hace a la película dinámica. Ninguna película estaría completa sin un tema. El de Le Confessioni es claramente el silencio. Su valor, su apreciación, su oscuridad, su necesidad para poder escuchar a nuestra consciencia. No es tanto las palabras que se callan, sino el porqué, y cómo ese silencio puede hacer tanto bien como mal. En un guión sólido cada escena debe representar su tema y Le Confessioni demuestra esa solidez en la forma de los desafíos y las presiones que recibe el protagonista, pero que soporta estoicamente y alecciona con el ejemplo de sus acciones a estos economistas que creen que todo puede ser comprado, todo puede ser negociado y que nada es sagrado. Por el costado técnico, la película posee un rico trabajo de cámara en Cinemascope, sostenido por un montaje de elegante pulso. Cabe destacar la utilización del diseño de sonido a lo largo de todo el desarrollo de la trama, haciendo énfasis en el tema del silencio al que desea aludir. En lo actoral tenemos a un plantel de primera categoría, en donde destaca su protagonista Toni Servillo, que entrega una austeridad y una serenidad dignas de un monje y el inoxidable Daniel Auteuil, como el director del FMI, en uno de los personajes más amorales que se le ha visto encarnar (amén de que habla un inglés perfecto) y lo borda con mucha sensibilidad. Conclusión: Le Confessioni es un sólido drama sobre un universo complejo, pero narrado con una pericia que asegura su comprensión y su dinamismo. Si sumamos a esto unas actuaciones y una puesta en escena sobresalientes podemos decir que estamos ante un título altamente recomendable.