Dirigida por Sebastián De Caro, 20000 Besos es una comedia atípica en el cine argentino que, a pesar de sus problemas argumentales, brilla gracias a sus personajes fantásticamente escritos y actuados. Volver a empezar Juan acaba de separarse. Para hacer las cosas peor, trabaja en una aburrida oficina y está abrumado por la rutina. Su jefe, quien acaba de tomar un curso de motivación, le asigna junto con su compañera Luciana encontrar actividades para que tanto el como el resto de los trabajares pasen un rato más ameno en la oficina. Poco a poco Juan comienza a recuperar el rumbo de su vida, encuentra actividades nuevas, recupera la relación con sus amigos y se muda a un nuevo departamento. También comenzará a sentirse atraído a Luciana, a quien antes no soportaba. A pesar de ser completamente distintos entre sí, Juan no podrá evitar enamorarse de ella. Pero ¿hay futuro entre ellos? ¿O Juan está cometiendo un terrible error? It’s the power of love Sebastián De Caro es actor, escritor, fue panelista de radio y TV y en este caso director y guionista. Pero De Caro es, sobre todo, un hombre de cine. Esto queda más que claro con 20000 Besos, su último largometraje. Sería una redundancia decir que una película es muy cinematográfica, pero en este caso tampoco sería algo errado. Desde las infinitas referencias al cine y la cultura pop, hasta la forma en que está filmada 20000 Besos, todo muestra un profundo amor al séptimo arte en su estado más puro. Quizás no estemos en presencia de una película perfecta, pero sin lugar a dudas estamos frente a una cinta atípica en la filmografía argentina. Argumentalmente, tengo mis diferencias con 20000 Besos. Luego de unos agiles primeros minutos donde queda planteada la problemática y conocemos a todos los personajes, el film pareciera perder el camino y encontrarlo cada tanto. Por momentos la historia avanza y por momentos se queda estancada. Algunas escenas parecieran no sumarle a la historia o resultar respetivas, y con otras avanzamos rápidamente algunos casilleros. Por otro lado, el guión se siente sobrescrito por momentos, creyéndose más inteligente de lo que es (o debería ser). Por suerte, estos inconvenientes están bien contenidos gracias a personajes brillantemente escritos y magistralmente actuados. Aquí tengo que darle la derecha a De Caro y compañía. Pocas veces ocurre en un film donde todos y cada uno de los personajes son queribles y con los cuales nos identificamos fácilmente. Los principales y el motor de la película son Juan (Walter Cornas) y Luciana (Carla Quevedo), ambos delineados y opuestos a la perfección. Lo mismo ocurre con los personajes secundarios, donde sobresalen Gastón Pauls, Alan Sabbagh y un hilarante Eduardo Blanco en uno de sus mejores papeles. Es una lástima que la historia no acompañe mejor a estos personajes, pero también es cierto que si la historia nunca aburre ni cae es gracias a ellos. Aunque personalmente no me resultó problemático, es cierto que 20000 Besos “peca” de ser un tanto generacional. Obviamente toda historia de amor es universal, pero el contexto en que está planteada puede hacer que algunos espectadores (sobre todo los mayores de 40) encuentren a varios de los personajes poco creíbles. Pero créanme, esta gente existe y son tal cual los refleja el film. Otro de los puntos fuertes de 20000 Besos está en la fotografía y la dirección de arte. La película se ve y se siente como una historia de amor a lo Woody Allen. Otro acierto de los realizadores fue situar esta historia en pleno invierno. Más allá del paralelismo que podríamos trazar entre la situación de Juan y la estación más fría del año, lo cierto es que le da al film un hermoso encanto extra. Conclusión 20000 Besos es una divertida propuesta poco habitual en nuestro cine. Lejos de ser una película perfecta, sin lugar a dudas estamos ante un film que propone algo que ya conocemos de una manera distinta y eso es digno de celebrarse. De la mano personajes entrañables y a pesar de sus evidentes problemas, es muy difícil no terminar saliendo del cine aunque sea con una pequeña sonrisa.
Un antihéroe cotidiano El cine nacional se destaca principalmente en dos géneros: histórico, con ejemplos como La Noche de los Lápices, La Historia Oficial o Plata dulce; y la comedia, con películas icónicas como Esperando la Carroza, Un Novio para mi Mujer o No Asistas a Este tipo de Fiestas. En este último grupo, Sebastián De Caro nos tiene acostumbrados a un humor bastante particular. Quienes lo siguen desde sus inicios en el cine con Rockabilly, o lo veían en los debates de Gran Hermano, o lo escuchaban hacer magia los sábados en Radio Metro en Como robar el mundo, saben qué esperar de 20.000 Besos. Juan (Walter Cornas), un hombre de 30 años, entra en crisis. Luego de terminar la relación con su novia se reencuentra con un grupo de amigos incondicionales. Poco a poco comienza a reconstruir su vida y vuelve a ser él mismo. Una joven compañera de trabajo será quien genere el deseo de sobrellevar sus problemas y pasar de la tristeza y la crisis a la felicidad plena...
El amor en tiempos “freakies” Cuando terminó la función de prensa de 20 Mil Besos, un reconocido crítico me dijo: “esta película está hecha para tu generación”. Y sí, hay algo de verdad en esa afirmación. A pesar de que se trata de una comedia romántica clásica, el público al que apuntan Sebastián De Caro y Sebastián Rotstein está bien delimitado: hombres que rondan la tercera década, imbuidos en un ambiente de fanatismo “geek” y criados por la cultura popular de los años 80 y principios de los 90 (televisión, arcade, Star Wars, Monopoly). 20 Mil Besos está llena de íconos, es un baúl de recuerdos, de nostalgia enraizada en una generación joven que debe decidir si entrar en una adultez con las responsabilidades sociales que esto conlleva o seguir con una vida influenciada por los juegos de la infancia...
Caer y levantarse, ésa es la cuestión Esta comedia romántica enciende el "juego del cine dentro del cine" a partir de una mirada descontracturada sobre los conflictos amorosos de un treintañero. Y sirve como la excusa ideal para dar rienda suelta a referencias sobre otras películas e íconos del star system. El director Sebastián De Caro (Recortadas) conoce bien de lo que habla y lo plasma en esta producción nacional que escapa a los clichés del género. 20.000 besos puede gustar o no, pero sí construye un universo propio por el que desfilan personas comunes y corrientes en busca de su realización personal. Juan (Walter Cornas) está en crisis y decide separarse para poder recuperar lo que perdió: el reencuentro con sus amigos y su propio espacio. Sin imaginarlo, una compañera de trabajo sacudirá su estantería emocional. Caer, levantarse y ¿volver a caer? es la premisa que mueve al personaje del film. Un relato en el que el amor aparece enmarcado por las situaciones cotidianas que vive este grupo de amigos (entre ellos, Clemente Cancela, Alan Sabbagh, Alberto Rojas Apel y el "Goldstein" encarnado por Gastón Pauls) que sucumbe ante un altar levantado en honor a Rocky Balboa o atesorar muñecos -Star Wars presente- que marcaron su adolescencia. La historia está contada con desenfreno y de manera descontracturada (disfrutable el jefe de la oficina jugado por Eduardo Blanco). En tanto, la cámara está dispuesta a contar otra historia dentro de la película. O quizás sea la misma...
Entre la infancia y la adultez Con un humor que remite tanto a la serie The big bang theory como a las propagandas de Quilmes, la nueva película de Sebastián de Caro demuestra que el humor "geek" también puede ser vernáculo. Para el sociólogo Pierre Bordieu, la coincidencia en los gustos era la mejor prueba de afinidad entre dos personas: muchas veces la atracción (¿el amor?) se origina a partir de los gustos expresados en los consumos culturales. Pero, ¿qué pasa si ocurre todo lo contrario? “¿Cómo me puede gustar una mina que no sabe quién es Morrison?” se desespera Juan (Walter Cornás), un treintañero adolescente de Villa Crespo. La mina en cuestión es Luciana (Carla Quevedo), una compañera de trabajo, una chica de Banfield algo aniñada y fanática del anime. Juan está recién separado. Sebastián de Caro, muy acertado, decide no mostrar la ruptura. Sólo lo vemos elegir algunos discos, tomar sus auriculares mientras se escucha el llanto de su novia. Y junto a él, conocemos a sus amigos: Goldstein, un Alan Pauls marihuanero y simpático; el Cinéfilo (Alan Sabbagh), que de alguna manera representa todo el ideario nerd que profesa De Caro; Lipe, un discreto Clemente Cancela; y el Escribano (Alberto Rojas Apel). El segundo paso para la recuperación de Juan es conocer a otras mujeres. Aparece Andrea Portela (Laura Cymer) una ex estudiante de letras devenida en standapera malhablada, tal vez una cita a la Loca de mierda. Y, en su trabajo, a Juan le toca trabajar con Luciana. El personaje de Carla Quevedo es tan insoportable como irresistible. A medida que avanza la película, la chica adquiere una sensualidad inesperada, no sólo para Juan, sino para el espectador. Al igual que Ted, 20.000 Besos (2013) es una película sobre la infancia y la adultez. Hay infancia en los juegos que Juan inventa a lo largo de la película, en el ánimo lúdico que todo el tiempo parece tener. Hay infancia en Goldstein, ese homenaje que Pauls le hace al El gran Lebowski (The Big Lebowski, 1998) de los Coen. Hay infancia hasta en la misma presentación de la película, una animación 8 bits. También como en la película de McFarlane, se pone en escena un personaje cada vez más paradigmático de nuestra cultura: el treintañero en crisis que se niega a crecer. En este sentido, el stand up de Andrea Portela sobre los hombres funciona como una especie de reflexión sobre el tema, de discurso final que le abre a Juan sus posibilidades y su condición, a la vez que funciona como uno de los cierres de la película. Aunque con algunos desaciertos, como la repetición permanente de la palabra “maestro”, o un ritmo narrativo por momentos aletargado, Sebastián de Caro construye una comedia sensible y sólida; y alimenta el mito del nerd argentino.
The Minmay affaire Esta es una historia de chico conoce chica, pero es mejor que lo sepas de una vez…esta no es una historia de amor. Con este parlamento comenzaba una de las películas indie más representativas de los últimos tiempos (500) días con ella y básicamente estas palabras nos adentraban en un mundo donde la búsqueda del amor verdadero, con todas sus falencias e inverosimilitud, era la fuerza motora de los actos de un pobre muchacho que creía haber encontrado a su alma gemela en una mujer que no correspondería más tarde a sus requerimientos amorosos. Así, el público aprendió a valorar y consumir un nuevo tipo de comedia, más relacionado con la realidad, menos solemne y que brindaba una mirada honesta y descarnada sobre la falibilidad de las relaciones humanas .Los relatos románticos dejaron de a poco de retratar lo que “debía ser” el amor para empezar a mostrar pinceladas de vínculos más imperfectos, pero más reconocibles desde el bagaje de vida del espectador. La empatía comenzó a ser la moneda de cambio entre ese público ávido de ver historias reales y menos frustrantes que las que otrora el cine romántico ofrecía .Dejaron de aparecer los héroes y heroínas románticos para ser reemplazados por hombres y mujeres que simplemente buscaban relaciones sanas, pero que no por el mero hecho de la búsqueda se veían satisfechos en esa travesía emocional. Recuperando esa tónica realista cinematográfica, Sebastián De Caro, con guión de Sebastián Rotstein, nos trae 20000 besos. En la autobiografía de Sinatra al hablar sobre su relación con el alcohol, el reconocido artista dijo “para un borracho una copa es demasiado y cien no son suficientes”. De Caro, basa su film sobre este principio, que eficazmente equipara al amor con ese estado de plena inconciencia autoinducida que adormece el sano juicio y nos invita a viajar con él en un mundo de excesos amorosos nerds. Claro emergente de la llamada Generación X, nos brinda una mirada ácida sobre el amor, acercándonos a aquellas grandes verdades reveladas que sólo se abrazan de madrugada y se olvidan nuevamente a la mañana siguiente. 20000 besos nos cuenta la historia de Juan (una excelente interpretación de un sólido Walter Cornas), un hombre de treinta y largos en plena crisis personal, inmerso en una relación que no lo satisface y con un trabajo que aborrece. Hasta que un día todo cambia y al separarse se ve frente a la disyuntiva de tener que decidir qué hacer por el resto de su vida: si seguir impulsado por la inercia o pegar el temido volantazo y reinventarse. Así recurre a sus amigos de siempre (la barra), quienes lo esperan incondicionales y lo reciben con el mayor de los festejos, como quien regresa de la guerra tan temida. En el ámbito laboral, el jefe de Juan (Eduardo Blanco) le propondrá, totalmente imbuido de las nuevas tendencias de coaching -otro de los signos de nuestro tiempo- que junto a una compañera busquen nuevas actividades recreacionales para realizar los días viernes y así mejorar el ánimo de los empleados. La joven en cuestión es una encarnación de todo lo naif, infantil y aniñado que una mujer puede ser (gran actuación de Carla Quevedo) y la atracción no tardará en llegar, más allá de las diferencias que son cada vez más notorias y casi irreconciliables. Juan, entonces, comenzará el camino del héroe amoroso, al principio casi sin quererlo, con una resistencia racional a someterse a los designios de una mujer que parece tan caprichosa como incomprensible, pero que poco a poco va logrando vencer todas las barreras que el sano juicio impone. Este universo masculino, retratado a la perfección y generador de empatía instantánea, cuenta con las participaciones de Gastón Pauls, Clemente Cancela, Alan Sabagh y Alberto Rojas Apel. Juntos serán el equipo que llevará adelante la reinserción amorosa de Juan, pero no sólo eso. Serán los responsables de largas horas de tertulia noctámbula, perfectamente sazonada con consumo de sustancias relajantes o de charlas de plaza con cajas de pizza fría de por medio; o simplemente tardes de skate por la ciudad. La amistad se convierte así en el refugio donde estos niños acotados al cuerpo de hombres intentan resistirse al inexorable paso del tiempo, algo así como antónimos vivientes de Tom Hanks en Quisiera ser grande. Son los infantes de los ochenta, que se criaron viendo Robotech -para los más fanáticos de esa serie el parecido entre el personaje femenino del film y Minmay es totalmente innegable y responde a un eterno debate moral de De Caro sobre el modelo de mujer a amar- jugando a videojuegos arcades, viendo films en formato VHS, que fueron adolescentes, skaters, amantes de los comics y coleccionistas empedernidos desde los noventa hasta la fecha. Esta es la franja etaria a la cual el film claramente impactará de forma inmediata porque se verán reflejados en cada uno de los personajes magistralmente delineados; porque reconocerán situaciones que indefectiblemente formaron parte de su pasado y porqué no de su presente. Ese tal vez sea el mayor acierto del tono del film: el utilizar una anécdota para dar certeras pinceladas que ayuden a definir la idiosincrasia de una generación que hoy logra situarse detrás de cámara. El aferrarse al pasado y a la niñez los lleva a remitirse constantemente a los films que los marcaron en esa etapa (El Padrino, Rocky, Volver al Futuro, Star Wars, etc.) y a buscar en ellos referencias que les permitan definir situaciones que los aquejan. También a seguir manejando un lenguaje lúdico para la solución de conflictos adultos e incluso para las cuestiones amorosas más intimas. El film se convierte en un minucioso estudio de las razones que nos llevan a enamorarnos, de los amores fallidos, de la insensatez de la búsqueda de la perfección y del tal vez irremediable final que se esconde en cada comienzo. 20000 Besos se erige así de la mano de una exquisita banda de sonido como un film destinado a ser de culto para todos aquellos contemporáneos de su director, que supieron disfrutar aquellas comedias ochentosas de relaciones de amistad al mejor estilo John Hughes o incluso Steven Spielberg, donde el amor es uno de los motores pero no debe limitarse al amor de pareja. Al desacralizar el amor ideal nos brinda una cosmovisión de las relaciones que nos permite sentirnos acompañados por ese otro tipo de vínculos: el amor al cine, a los ideales de la infancia, a la amistad incondicional. Parafraseando con la apertura de (500) días con ella 20000 besos es una historia de chico conoce chica , pero es mejor que lo sepan …esta es una historia de amor que trasciende a la pareja, una historia de amor más allá de las formas de su ejercicio.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Con 20.000 besos Sebastián De Caro le hizo un regalo a todos los cinéfilos argentinos, sobre todo a aquellos que hoy están transitando sus treinta años y les pone la piel de gallina determinada banda sonora y pueden repetir de memoria líneas enteras de diálogo de Star Wars. Los que pueden hacer eso son hijos absolutos de la generación pop (en el mejor sentido de la palabra) del cine y herederos de este gran estreno. Tal como Greg Mottola hizo con Superbad (2007) y Adventureland (2009), De Caro da testimonio de buen cine a través de una historia simple y sin muchas vueltas pero encerrada en un universo lleno de matices. Dependerá de los intereses que el espectador comparta con ese mundo para que disfrute más o menos el film. O sea, si bien nos encontramos ante una muy buena comedia (romántica) para que esta se trasformé en maravillosa y disfrutarla por completo hay que entender cosas tales como “Sentí que estaba en Dagobah y que levantaba una nave con la mente”, que es lo que le dice un personaje al otro. Convirtiendo de esa manera un mítica parte de Star Wars en una metáfora para la vida misma. Amén de estas referencias, el punto fuerte del film es el elenco que actúa de manera brillante. Uno quiere ser amigo y formar parte del grupo compuesto por Walter Cornas, Alan Sabbagh y Clemente Cancella, quienes junto a Gastón Pauls (como el gran Goldstein) encarnan a personajes auténticos y más que divertidos, que logran transmitir uno de los objetivos del director: que el espectador sienta que el grupo existía con anterioridad a la película y que perdurará una vez finalizada, dando la sensación que solo logramos espiar un segmento de sus vidas. Lo que hay que remarcar de 20.000 besos es que no es una película nerd propiamente dicha (aunque contenga varios elementos de ese mundo) sino una historia de amor donde un tipo sin quererlo ni buscarlo se enamora de alguien “que no sabe quién es Jim Morrison”. Lo que levanta las interrogantes universales sobre de quién nos enamoramos y cómo, y nos embarcamos en la búsqueda de un por qué que nunca aparecerá. Luciana, el genial personaje de Carla Quevedo, aquel que odiarán muchas mujeres, hace que uno llegue al análisis y rememore en su propia conciencia y experiencias sobre las Lynn Mimmays (el polémico personaje del anime Robotech) de nuestras vidas. Una excelente banda sonora compuesta exclusivamente para el film (junto con un hit) ocupa un lugar fundamental en la cinta al igual que una certera edición y bellísimos planos que notarán los que entienden un poco de la materia al igual que ciertos aspectos elegidos para contar la historia (tales como la iluminación) no propios de un film de este género. El cine argentino estaba pidiendo a los gritos una película como 20.000 besos, ahora que la tenemos solo queda disfrutarla y convertirla en mito.
Con películas como Días de vinilo o 20.000 besos , el cine argentino comienza a apostar por esas comedias generacionales que tanto abundan en la producción independiente norteamericana y que intentan (mediante una mirada bastante coral) sintonizar con algunos comportamientos, sentimientos, obsesiones y códigos de determinado tiempo y un lugar (en este caso, los porteños de treinta y pico). La nostalgia precoz, las inseguridades afectivas, una adolescencia que se niega a ser abandonada y las lealtades entre amigos son algunos aspectos que el guionista Sebastián Rotstein y el director Sebastián De Caro describen en este film modesto y amable, que por momentos se queda en la exposición de su propia mitología y del fetichismo por sus personajes favoritos (reverencian a héroes como el Sylvester Stallone de Rocky o Jim Morrison, a los personajes de Star Wars o Volver al futuro , a los clásicos videojuegos arcade y a casi todo ese universo vintage hoy tan de moda en el ideario nerd ), pero que aun en su superficialidad y en su buscada liviandad termina siendo irresistible, al menos para quienes puedan identificarse por gustos o edades con algunas de esas cuestiones. El antihéroe perfecto de 20.000 besos es Juan (Walter Cornás), un joven que ha terminado una relación de tres años con su novia, para alegría de sus cuatro amigos (Gastón Pauls, Clemente Cancela, Alan Sabbagh y Alberto Rojas Apel) que de alguna manera sienten que lo "recuperan". Deprimido, agobiado, viviendo de prestado en el sofá de Goldstein (Pauls), Juan se topa con un encargo de su delirante jefe (Eduardo Blanco), que lo obliga a trabajar con Luciana (Carla Quevedo), una chica de espíritu y gustos opuestos (es risueña, naïf, optimista, lúdica y entusiasta). En esta nueva etapa de su vida se amplifican las dudas, las angustias y las contradicciones del protagonista que la película explora y explota con humor negro y con varias agradables canciones pop de Cosmo de fondo. Comedia testosterónica (las mujeres están omnipresentes en las fantasías/pesadillas masculinas, pero tienen un papel bastante secundario y lateral), 20.000 besos surge -más allá de sus convenciones y hasta de sus limitaciones- como una muy digna y atractiva propuesta sobre jóvenes perdedores, pero a pesar de eso (¿o por eso?) siempre queribles.
Celebración local de la adolescencia perenne Tal vez no esté “rebuena”, como diría uno de sus personajes, pero debajo de una superficie de comedia amable y naïve, 20.000 besos tiene dos o tres cosas que decir sobre una generación. Ultimo largometraje de Sebastián De Caro –que, de a poco, ha estado construyendo una filmografía que ya incluye media docena de largometrajes, varios de ellos nunca estrenados–, el punto de partida es todo un lugar común de mucha comedia reciente, particularmente la norteamericana: la adolescencia eterna, las crisis de crecimiento, la necesidad de refugiarse en el pasado, que siempre parece haber sido mejor. El mundo de 20.000 besos gira alrededor de una banda de muchachones de 30 y pico obsesionados con las referencias a películas populares de los ’70 y ’80, los videojuegos de primera generación y la idea de “apretarse” a alguna mina (aunque el término nunca se utilice). Es Juan (Walter Cornás, uno de los protagonistas de Plaga zombie), de todas formas, el protagonista excluyente, recientemente separado luego de una relación de años y dispuesto a seguir adelante con su vida laboral, profesional y personal. Juan y sus amigos –entre ellos Golstein, un Gastón Pauls en versión híper fumona– cargan con una pesada mochila de frustraciones, aunque alguno de ellos la lleve de mejor manera. Ya de entrada, cuando Juan hace el bolso y se lleva algo de ropa y varios CD de su ex nido de amor, el film hace del skate un símbolo poderoso de recuperación de libertades, el vehículo que puede llevarlo a un territorio relegado por las obligaciones y compromisos cotidianos. Y allí está Luciana (Carla Quevedo, foto), compañera de trabajo menor que él, que también parece haberse quedado suspendida en el tiempo, en una suerte de viaje de egresados light perenne. De Caro y el guionista, Sebastián Rotstein, imponen a partir de allí algunos de los recursos de la comedia romántica, aunque siempre jugándose a un tono absurdo y distanciado, y los personajes (con la excepción de Juan) están fabricados con el material primigenio de los arquetipos. Pateando cualquier ideal de realismo fuera de la cancha, el realizador construye, particularmente en la segunda mitad del relato, un retrato agridulce y se ríe de sus criaturas al tiempo que ríe con ellas. No se trata, de ninguna manera, de un muestrario de patetismos, pero a fin de cuentas Juan, Golstein y demás personajes caminan por la vida con sus desequilibrios a cuestas, conscientes a medias de la condición alienada que les impide encontrar algo parecido a la felicidad. La mirada sobre las “chicas” es, en general, más superficial, menos compleja, aunque tal vez se trate simplemente del punto de vista eminentemente masculino de la película. Eso mismo parece indicar una breve escena donde una comediante stand-up –a su vez, amante ocasional de Juan– dispara una metralla de chistes sobre la condición de ciertos hombres que parece dirigida directamente al corazón de nuestro héroe y que duele con el filo punzante de la verdad. Despareja en su sentido del humor, con algunos personajes desdibujados y un par de escenas poco significativas, 20.000 besos puede dar la impresión de encarnar una versión cool y moderna de una estudiantina (bien tardía, en este caso). Y algo de eso hay. Pero escondida en esa moderada celebración de la adolescencia perenne hay un signo de interrogación, algo amargo e incluso inquietante que la transforma en un extraño descarrío dentro del universo de la comedia argentina contemporánea.
La tan temida crisis de los treinta La comedia dirigida por Sebastián De Caro presenta un tono de original con un protagonista que no pretende convertirse en héroe. Diálogos y situaciones que poseen un tono diferente a lo que el cine argentino. Es difícil a veces definir qué clase de cine es el que se ha cargado de lugares comunes y clichés hasta que aparece una película que, simplemente, va por otro camino. Una comedia agridulce que elige un tono que no es habitual para nuestro cine, que tal vez sea el eco en las formas más amables del cine independiente americano pero que en definitiva tiene identidad y estilo propios. El protagonista tiene treinta años, un trabajo aburrido, un noviazgo que se termina y una vida que parece haber alcanzado el punto más alto de su crisis. Pero la película no avanza hacia terrenos conocidos. Porque los personajes, los diálogos, las situaciones, poseen un marco diferente a ese cine argentino –o extranjero– donde las películas parecen transcurrir en un mundo tibio, nulo, inexistente. Sin el más mínimo interés por el naturalismo, De Caro logra sin embargo una gran autenticidad emocional en el retrato de su protagonista, con sus contradicciones y sus aspectos menos agradables también. Sebastián De Caro podría haber hecho personajes más fáciles, podría haber construido un protagonista más estándar, sin espacios de oscuridad. Pero como los grandes cineastas, prefirió ser honesto consigo mismo y entregarnos un protagonista que se equivoca, que no dice lo correcto, que toma decisiones dudosas, que peca de egoísta o necio, que brilla por su inmadurez y que a pesar de todo lo dicho no es merecedor de menos afecto por parte de la historia y sus espectadores. Los roles secundarios brillan todos, sin duda por méritos de los actores, pero también de una buena dirección. La sinceridad y la honestidad en un film no son necesariamente sinónimos de buen cine, pero cuando se trata de cualidades acompañadas por una buena película entonces sí deben ser destacadas. Podrá no parecer 20000 besos un clásico de la historia del cine nacional, pero su originalidad es tan grande que es probable que ocupe un lugar de privilegio de aquí en adelante.
Generación de treinta y pico, amistades masculinas de fierro y el tema del amor entre canciones significativas y teorías sobre los sentimientos. Delirante y divertida. Una fresca y melancólica mirada.
Ser “adultescente” Un treintañero se separa y recobra su vida. Más que una comedia romántica, 20.000 besos es una película sobre la adultescencia, esa clasificación contemporánea que describe a aquellos treinta/cuarentañeros que mantienen usos y costumbres de la adolescencia. A grosso modo: andan en skate, calzan zapatillas All Star, usan auriculares gigantes y juegan a la Playstation, a la vez que son económicamente independientes. Y viven sus amoríos como colegiales. Uno de estos especímenes es Juan (Walter Cornás), que a partir de su separación recupera a su grupo de amigos de la secundaria. Además de algunas de las características de los adultescentes, todos comparten el código nerd de los que crecieron en los ‘80. Es decir: el recuerdo de videojuegos como el Wonderboy o el Punch-Out!, la devoción por películas como Volver al futuro o Star Wars, el amor por las historietas y los juegos de mesa. En este marco, plagado de citas y homenajes, vemos las peripecias románticas de Juan y su amigo fumón, Goldstein (Gastón Pauls), y el choque generacional que se produce cuando alguien de treintilargos trata de levantarse a alguien de veintipocos (pero que parece de doce). Con una estética de a ratos publicitaria y de a ratos inspirada en el cine indie estadounidense, la película tiene momentos simpáticos y tiernos, pero no consigue mantener un ritmo sostenido. Los diálogos se regodean demasiado en su pretendido ingenio, terminan siendo reiterativos y, a pesar de algunas líneas graciosas, se parecen mucho a esas charlas insustanciales que abundan en las FM líderes (el director, Sebastián De Caro, trabajó en la Metro). Las actuaciones son un punto a favor: en un elenco correcto, se destacan las apariciones de Eduardo Blanco y, sobre todo, del ascendente Alan Sabbagh, protagonista de los pasajes más divertidos en su rol del amigo-gordo-aparato-bueno-y-querible. También suman la música (del grupo Cosmo, de Pablo De Caro) y el final, digno de una buena comedia romántica.
Tener a Sebastián De Caro (Todos contra Juan) como la cabeza de este film es claramente una garantía de innumerables referencias al cine y a la música desenlazando un mimo a la comedía. Conocido tanto por sus apariciones en radio y televisión, es el director e ideólogo de esta película que necesitó de varios años de realización desde que surgió su premisa y que, finalmente, llega a las salas con un augurio de plenas carcajadas y dosis de ternura. 20.000 Besos no es una cinta que deberíamos dejar pasar por alto como si fuese alguna comedia norteamericana de burdos chistes y repetitivos experimentos escatológicos. Para nada. Es más que eso, mucho más. Es una clara muestra de que en Argentina se pueden utilizar los recursos que poseemos para lograr conquistar al espectador. Los gags de esta comedia romántica pasan por meras alusiones a las circunstancias de la vida, a dejarse sorprender por cada situación que transcurrimos en el amor y a un recuperar aquello que día a día te hacía sonreír. La historia comienza con Juan, un devastado personaje de Walter Cornás (La casa por la ventana), que se encuentra sumergido en el principio de una crisis tras la separación con su novia. A partir de allí y, explorando las continuas facetas por las cuales uno debería transitar para desprenderse de su pasado de una buena vez –algo que No sos vos, soy yo podría explicar muy bien–, arranca una cálida travesía de cómo un hombre puede sentirse atraído por una mujer que es algo totalmente inverso a lo que él añora, a su pasado y a lo que vislumbra para su futuro. De esta forma, aparece en escena la joven y prometedora actriz Carla Quevedo (El secreto de sus ojos) que con su belleza, energía y entusiasmo logra meterse en la piel de Luciana, una chica que exprime su inocencia al máximo adecuando una mueca de estupidez en cada gesto. Tanto Juan como Luciana son compañeros de trabajo y, como tales, son las caras absolutamente dispares de la oficina. Él, sucumbido ante la tempestad de una ruptura. Ella, disfrutando de su juventud y de la ingenuidad que eso conlleva. Ambos, insospechadamente, emprenden trabajar juntos tras orden de su jefe, un magistral Eduardo Blanco que posibilita prestigiar al reparto gracias a su oficio y sensatez para las constantes señas de humor. Tras haberse planteado el escenario, el film transcurre de un modo entretenido logrando dibujar en el rostro del público alguna que otra sonrisa y hasta resurgiendo aquello que el cine nacional tenía olvidado: una seguidilla de contagiosas carcajadas, asintiendo que el clima de la historia se desarrolla estrepitosamente hacía una sensación de regocijo. Esto es, en gran parte, gracias a un guión realizado minuciosamente y que hace que puedas encariñarte con cada uno de los personajes. Este libreto, rico en contenido, en dinámica y en humor, es una obra de Sebastián Rotstein, encargado de haber colaborado con algunos guiones de televisión como en las versiones autóctonas de las comedias de situación Casados con Hijos y ¿Quién es el jefe? y quien ya había trabajado con De Caro en su anterior película, Recortadas, una cinta de suspenso del año 2009. De este modo, Rotstein plasma en papel un pensamiento surgido de la mente del ex panelista de Gran Hermano y, junto a este, condenan al público a alegrarse más de lo que podrían haber esperado, pareándose con obras de orígenes internacionales. Las claras referencias a la cultura pop y al cimbronazo nerd destacan la posibilidad de que se pueda despertar una nueva manera de hacer cine en nuestras pampas. Los papeles más jugosos, los cuales el espectador mayormente saboreará, están en manos de un genial Gastón Pauls (Iluminados por el fuego) y de un deslumbrante Alan Sabbagh (Luna de Avellaneda). El primero, recordado tras su brillante protagonismo en la serie de televisión Todos contra Juan, consigue minimizar el sufrimiento por el cual pasa el apenado personaje de Walter Cornás con algún que otro latiguillo que parecería que se vuelven costumbre en el actor de Nueva Reinas, mientras que el segundo, en franco ascenso tras su trabajo anterior en la lúcida Masterplan, muestra una presencia de desparpajo con su rol de "El Cinéfilo", estimulando la admiración de tanto propios como extraños. El resto del reparto se completa con Clemente Cancela (Mi primera boda) –destacable su manera de terminar cada una de las frases que emplea con una palabra característica en el vocabulario del director: "maestro"–, Laura Azcurra (Solos en la ciudad), Laura Cymer (La máquina que escupe monstruos y la chica de mis sueños) y Alberto Rojas Apel (Excursiones). Un renglón aparte merece un asombroso Luciano Leyrado (Rockabilly) que, además de trabajar en este film como asistente de dirección, es dueño de una de las escenas más disparatadas de la película junto a Sabbagh. La musicalización de la cinta conducida por De Caro está en manos de su hermano Pablo, que junto a la banda musical Cosmo, dan muestra de un pop/rock con claras influencias de la década del '90, acompañando de excelente manera a esta película y logrando la integración exacta con lo que se quiere contar. A veces un buen plan para pasar un viernes a la noche con amigos es ir al cine y motivarse por la oscuridad empleada de una película de terror o con la adrenalina que provocan aquellos tanques propios de la industria norteamericana. Sin embargo, dichos caminos no necesariamente conducen al entretenimiento o, si lo alcanzan, de cierta manera se vuelven recurrentes abusándose del público. Entre todo esto y la parafernalia hollywoodense, aparece una obra como 20.000 Besos, que por pequeño presupuesto que tenga -cuenta con el apoyo del INCAA luego de haber aceptado el guión en una segunda oportunidad- es una alternativa realmente válida para poder compartir algo más que ir a la sala y verse agasajado por la magia de dicho arte. Esta película es el suceso ideal para poder volver a confiar en que Argentina es tierra de un gran sentido del humor, generando que no haya nada más lindo que escuchar al otro reírse de lo mismo que a uno le hace gracia, denotando una muestra más de que con la simpleza se puede pasarla bien y, porque no, encontrar entre esa multitud a aquel polo opuesto que te atrae, sorprendiéndose de no ser tan distintos como se preveía.
La duración de un beso medida por chasquidos, un encuentro especial en una fiesta cosplay, un juego inventado con la sola excusa de “levantarse” a una mujer, un corto que se filma entre amigos. Todos estos son elementos que forman el universo de 20000 Besos, un micromundo tan particular como único y que guarda un solo secreto para el encanto, la completa identificación. Ya no son tiempos para la comedia romántica de la chica linda simpática e ingenua que primero se pelea con el galán recio pero de buen corazón para luego caer en el dulce juego del amor; la realidad es otra, y las relaciones son mucho más complejas; principalmente porque nadie está tan encasillado. Juan (Walter Cornas) acaba de separarse de su mujer y aún hay cosas de ella que extraña, pero también pareciera que extrañaba otras cosas, las ventajas de la vida en soltería. Ahora duerme en el sofá de la casa de su amigo Goldstein (Gastón Pauls) y pasa sus días entre el trabajo y en reunirse con sus amigos de toda la vida ¿podríamos hablar de un tiempo que volvió, de momentos recobrados?. Es en la oficina de trabajo donde Juan conoce a Luciana (Carla Quevedo), una compañera, y a los dos les es encargada la tarea de pensar un juego para que en la oficina todos se distiendan y crezca el compañerismo; otro signo de tiempos actuales, las leyes de los Recursos Humanos modernos que se mezclan con la pseudo-autoayuda. Juan comienza a pasar tiempo con Luciana y ella parece encantadora, una luz que resplandece el ambiente en el que está, y hasta comparten gustos, pero... ¿habrá un pero? Sebastián De Caro da un giro respecto a su anterior película Recortadas, un claro (y digno) exponente del cine de terror clase B nacional, y encara una comedia, con toques románticos, que podríamos definir como “para entendidos” en el mejor sentido de la palabra. Es fundamental lograr la empatía e identificación con los personajes, y ahí está el punto más fuerte de 20000 Besos, sus personajes están perfectamente delineados pero no estereotipados, son queribles desde el segundo que aparecen en pantalla, los diálogos que mantienen pueden llevar a la antología, y para toda una generación resultarán una suerte de espejos. Si bien la “historia de amor” que cuenta es simple y hasta anecdótica, todo lo que la rodea y las peculiaridades de la misma la hacen muy disfrutable, y hasta podríamos hablar de un retrato generacional a la medida de los films con más bríos de Cameron Crowe, Richard Linklater o Gus Van Sant. Así como sus personajes son lo mejor del film, sus interpretaciones están a nivel, tanto Walter Cornas como Carla Quevedo, Alan Sabbagh, Clemente Cancela, Gastón Pauls, Alberto Rojas Apel, Eduardo Blanco y otros secundarios entre los que se destaca Laura Cymer logran hacer propios los personajes y no nos los imaginamos con otros rostros. De Caro hace un interesante manejo de cámara y fotografía imprimiéndole buen ritmo a la historia acentuando su clima feliz. Lo mismo sucede con la banda sonora, con canciones propias, y un logro muy particular, hacer gustosa una canción del grupo noventoso Acqua. 20000 Besos es una comedia actual, sobre el amor, la amistad, y la vida diaria de un treintañero. ¿Cuántas veces podemos vernos realmente a nosotros mismos en pantalla? Pues quien escribe más de una vez creyó que relataban parte de su vida, y no creo ser el único. Ahí está el gran mérito de esta película, cada espectador puede hacerla propia.
Sebastián De Caro, Gastón Pauls, qué gente hermosa. Claro que para coincidir en esto, hay que coincidir en esto. No hay otra ¿Qué significa “coincidir”? Existe un tipo de cine que precisa, para disfrutarse, que el espectador comparta cierto tipo de visión de la vida. Nadie puede forzar este punto. 20 000 besos, película debut de De Caro, tiene todos aquellos condimentos que le gustan a esta banda que ya hizo de las suyas en la serie televisiva “Todos contra Juan” y en la hermosa comedia Días de vinilo. Y esto es: cierto respeto por el fracaso, un poco de regocijo dolinesco en la melancolía, un puñado de pasiones de clase media, veneración por el cine de los 80s y la idea de que la noche (muchísimas escenas del film trascurren en ese momento del día) debe ser recuperada por la sociedad como disfrute, sin miedo. Entonces, marcha el mensaje que la distribuidora jamás querría oír, pero como crítico, Cinematiko tiene que decirtelo: A vos, lector, espectador, flaco, chabóoon: No insistas; si no compartís estos gustos esta película no es para vos, así de sencillo. ¡Pero ojo! Porque si el rock no fue sólo un entretenimiento en tu juventud, sino que hizo las veces de educación (la educación que no supieron darte agotados maestros que te repetían aburridísimos el libro de Historia 8 que ni ellos creían), el cine de De Caro puede encender más de una alarma en tu persona: no sos nada original, pero esto también puede ser positivo: hay otras personas como vos, no estás sólo en un mundo (aparentemente) repleto de garcas. 20 000 besos cuenta la historia de un muchacho que acaba de separarse de la novia, pero el siome del jefe acaba de hacer un curso de coaching de estos que están tan de moda y está ridículamente positivo: el mundo es un lugar incomprensible para quien sólo quiere dormir. Entonces llega la orden de trabajar en equipo con la descerebrada de Luciana, una chica jovencita que no sabe ni quién fue Morrison (cabe desear que al menos sepa quién fue Lennon), pero está más buena que comer dulce de leche del pote. De Caro tiene el talento suficiente para llevar a la pantalla un guión (hecho en complicidad con Sebastián Rotstein) sin perder frescura, manteniendo su estilo de humor, sin resignar rigurosidad cinematográfica. Algo similar, combinación justa entre capacidad y pasión, ocurre con la excelente interpretación en los actores (Walter Cornas, Gastón Pauls, Alan Sabbagh, Clemente Cancela, Eduardo Blanco y una inolvidable Carla Quevedo). El resultado es una bellísima comedia, con todos los rubros técnicos bien resueltos, que jamás perturban el espíritu de lo hecho a pulmón. Con cierta reminiscencia al cine indie estadounidense (por cuestiones que tienen que ver con el desenlace, el film puede recordar a una película que no conviene mencionar), pero con un acento bien porteño; con sus fiestas de frikis noventosos/dosmilosos; con algunos charcos narrativos en la segunda mitad que no llegan a perjudicar el desarrollo del film, 20 000 besos inicia, que nadie lo dude que así será, su camino como “film de culto” para un público determinado: pavotes de treinta y pico que creyeron que la cultura rock & pop lo cambiaría todo y, al ver que aquello no ocurrió, se sientan a contarse sus frustraciones en una plaza, cerveza de por medio, a la luz de la Luna: sin juicio de valor, quienes piensen que eso es “vagancia”, tienen todo el resto de la cartelera de estrenos para elegir. Para quienes disfrutan de la amistad alimentada mientras los otros duermen, 20 000 besos puede ser la mejor comedia del año.
Inquietudes de una generación En este momento, el problema de Juan (Walter Cornás) es su separación. Tiene unos treinta años, un trabajo en una agencia de publicidad con no demasiadas inquietudes, aunque él tampoco parece tenerlas y hace un tiempo que vive con su amigo Goldstein (Gastón Pauls). La vuelta a su vida anterior, el reencuentro con los amigos que lo ayudarán a mudarse a un nuevo departamento, lo están distrayendo de esta nueva experiencia en su vida. Y entonces aparecerá Luciana (Carla Quevedo), la "imbancable" chica de la oficina, que al principio no aguantaba y el tiempo está haciéndola más tolerable. La comedia de Sebastián De Caro está actuada por muchachos de alrededor de treinta años que interpretan gente de su edad. Ellos tienen sus códigos, su amor por los animés, sus héroes y heroínas cinematográficos y sus películas favoritas. Cuando están juntos, se llevan bien, hablan un mismo lenguaje, se ríen de las mismas cosas y aluden a las mismas figuras de la cultura popular, ya sea del rock o del cine. PASEAR DE NOCHE A todos les gusta el stand-up y son capaces de casi morir de amor y reponerse con facilidad. De enojarse por nada o ponerse, como Juan, sus rollers y salir a pasear de noche. Son integrantes de una misma generación y no parecen haber madurado. Son los que se independizan tarde de sus padres. El director Sebastián De Caro pinta un momento en la vida de jóvenes de la misma época en esa circunstancia de reasumir la adultez, o asumirla definitivamente, con dudas, pero con la seguridad de hacerlo como se quiera o se pueda. "20.000 besos" es una historia sentimental, que muestra frescura y tiene el valor de lo auténtico en lo que cuenta, en sus pequeñas anécdotas, en algunas bromas tontas, fuertemente celebradas y momentos poco atractivos, pero que que forman parte de la vida en común de ese grupo de amigos. Walter Cornás es el protagonista con Carla Quevedo que hace de Luciana, la chica "imbancable". También están muy bien en sus papeles, Eduardo Blanco como el jefe, Laura Cymer, Clemente Cancela y Alan Sabbagh, Gastón Pauls y Luciano Leyrado.
Escuchá el comentario. (ver link).
Entre la pose y la sinceridad Debo ser sincero desde un comienzo y afirmar sin vueltas que Sebastián De Caro no me cae muy simpático que digamos. Diría incluso que me resulta bastante insoportable. Su visión sobre el cine me parece facilista, ombliguista y superficial (“cinefilia para principiantes eufóricos”, se le podría llamar), lo que ha hecho para la televisión (desde Montaña rusa hasta la sobrevalorada Todos contra Juan, pasando por su rol de panelista de Gran Hermano) deja un gran saldo negativo, y sus móviles durante el último Festival de Cine de Mar del Plata transitaron entre lo vergonzoso y lo inaguantable. Para colmo, tiene un público (o séquito más bien) que pareciera que lo único productivo que hizo en su vida es aplaudirlo. La cinefilia que parece proponer De Caro (y avala su audiencia) pareciera querer ignorar las ideologías, llevarla hasta el extremo del posmodernismo, convirtiéndola en una mera anécdota graciosa, y lo cierto es que nunca está de más aclarar que la no-ideología es también una ideología. De ahí que cuando no me quedó otro remedio que cubrir 20.000 besos (que para colmo tiene a otros seres del espectáculo argentino que me caen muy pesados, como Eduardo Blanco, Clemente Cancela y, especialmente, Gastón Pauls), tuviera que tratar de hacer todo lo posible para sacarme de encima la coraza de prejuicios. Una de mis preocupaciones respecto al género de la comedia romántica es qué pasa con la figura de la mujer, si puede alcanzar una estatura y consistencia propia, una verdadera autonomía, aún cuando el relato esté situado desde la mirada masculina. La verdad es que hay muy pocos films últimamente donde eso sucede (Damas en guerra y Ritmo perfecto son dos ejemplos) y hasta podría sonar como excesivo pedirle eso a De Caro y su guionista Sebastián Rotstein. Pero la verdad es que, aún cuando 20.000 besos se plantea desde un comienzo como una película desde y sobre el hombre treintañero, problematizando su mirada sobre la mujer -centrándose en Juan (Walter Cornás), quien, bastante aburrido de su vida, se separa de su pareja y termina enamorándose de Luciana (Carla Quevedo), una compañera de trabajo que es de alguna manera su opuesto-, lo cierto es que el género femenino no sale de lo objetual, sin tener vida propia. Algo de eso se contagia al resto de la narración, que transita entre el intento de desestructurar los estereotipos y su mera explotación; el tratar de contar una historia simple pero con varias aristas interesantes, y la acumulación de diálogos supuestamente ingeniosos; la visión que no le escapa a la sinceridad, a la emoción, y la pose cínica y canchera; la creación de una galería de personajes que interpelen la sensibilidad del espectador o la acumulación de figuras ocupando la pantalla (no se termina de entender para qué están los personajes de Cancela o de Alberto Rojas Apel). En consecuencia, casi toda la primera mitad del film avanza a los tropezones, como buscando una identidad, procurando decidirse entre ser una “peli” hecha entre un grupo de amigotes con algo de fama o una película con todas las letras, con una razón de ser. Recién en su segunda mitad, cuando De Caro se permite en cierto modo que le importe lo que está pasando, lo que tiene para contar y sus protagonistas, es cuando 20.000 besos crece. Y bastante, más teniendo en cuenta lo que venía indicando previamente. Allí tenemos un par de escenas (una en un baño, otra en una fiesta de disfraces) que consiguen hablar sobre el amor, sobre lo que nos puede pasar a los hombres con las mujeres y cómo todo eso se conecta con los códigos de la amistad masculina, recurriendo de forma dosificada a los diálogos y/o el monólogo, a una puesta en escena que realza el valor temporal y a una banda sonora efectiva, pero no efectista. Aunque consigue enarbolar un par de méritos, la sensación que termina dando 20.000 besos es que podría haber dado más, que pierde una gran cantidad de tiempo intentando ser lo que no es, engañándose un poco a sí misma, casi como su protagonista principal. No es, como especulaban algunos, un gran retrato generacional, básicamente porque no llega a construir personajes verdaderamente complejos. Tampoco una mirada sobre el amor en el nuevo milenio, porque para serlo se necesita cariño absoluto por todo (y todos) lo que se está contando. Hay bastante de borrador, de ensayo no completo, intuyéndose algo que pudo ser y al final no fue. Sin embargo (y vuelvo hacia lo personal), el saldo no está mal para la obra de un tipo que no soporto.
Ellos imaginan, ellas deciden No tiene grandes aciertos ni grandes pretensiones, pero transmite entusiasmo, buena onda, frescura y, allá lejos, un sabor triste por una adolescencia que se resiste a marcharse y un presente que empieza a pedir cuentas. Parte de una idea muy transitada: varones treintañeros, negociando con sus sueños en medio de un clima de estudiantina demorada. El levante, el trabajo, las desazones ocupan sus horas. Cerveza, juegos de palabras, consejos. Juan vuelve a la barra, tras pelearse con su novia. Duerme en un sofá, reacomoda su vida, anda medio perdido. Un día aparecerá una chica de Banfield, que primero lo molesta y al final le moverá el piso y algo más. Eso es casi todo. El filme es un homenaje a la amistad, como lugar de pertenencia y salvavidas. El tema ha coloreado más de una comedia costumbrista. Traza el retrato desangelado de un grupo de varones que se la pasan deseando más que consiguiendo. ¿Por qué son siempre varones lo s que acaban con los sueños rotos? La propuesta no elude ninguno de los estereotipos: el gordo bueno, el melancólico, el perdedor. Pero tiene buenos momentos cuando entreabre esos ventanales que se asoman al vacío y la esperanza. Es una comedia que habla del amor, del que se fue y del que tarda en llegar. Del trabajo, de las ilusiones. Y aunque su mirada es modesta, los personajes son queribles, sobre todo Luciana, una criatura vital, ingenua algo extraviada, estupendamente servido por la encantadora Carla Quevedo, una de esas chicas que deja que ellos piensen, mientras ella elige y decide.
Perdedores según el molde norteamericano Hará unos 50 años, días más, días menos, Adriano Celentano sacudía el mundo entero con sus "24.000 baci" y los jóvenes de "El club del clan" empezaban aquí una serie de exitosas y entusiastas comedias con específico destino generacional. Medio siglo después, 4.000 besos perdidos en el camino, también el entusiasmo perdido en el camino, aparece esta película que también se propone como "comedia generacional". Con tipos medio apagados de 30 y pico que mantienen actitudes tardoadolescentes, sin ganas de comerse el mundo ni tampoco mayor habilidad para otras cosa. Primer ejemplo: el protagónico, a cargo de Walter Cornas, es abandonado y en vez de cantar como Alberto Castillo "Victoria, cantemos victoria,/ ya estoy en la gloria,/ se fue mi mujer", le da un bajón y se refugia en la tristeza con un amigo igual de torpe en materia amorosa. En fin, es lo que hay, según parece, y lo bueno es que su público lo festeja. Los autores, Sebastián De Caro, panelista y realizador de películas indies locales, desde "Rockabilly" hasta "Recortadas", y Sebastián Rotstein, adaptador de "Casados con hijos", hicieron esta película según el molde actual americano. Caracteres nerds, humor geek y todo eso. Adaptados a un mejor espíritu: menos aceleración, cinismo reducido, un toque de melancolía y mucho sentido de la amistad y de la infancia perdida. El resultado es atendible para casi todas las edades y se supone que agradable para los treintañeros, con loosers inofensivos y tono generalmente amable, aunque bastante por debajo de "Días de vinilo", entre otras cosas debido a una historia que avanza en base a escenas sueltas y chistes insulsos. Pequeña ironía, los personajes simpáticos y entusiastas corresponden a otras generaciones: el jefe de oficina con impulsos motivacionales que hace Eduardo Blanco, y la empleada aniñada que compone Carla Quevedo, cuyo personaje parece haberse criado con "Chiquititas". Y ni hablar de sus amigas, las Hadas de Banfield, contra las cuales nuestro protagonista no encuentra respuesta.
La chica del sur El cuento puede empezar así: un tipo acaba de separarse de su novia y amenaza con rodar barranca abajo. Su grupo de amigos, unos treintañeros largos, sin otra ocupación aparente que los videojuegos, el intercambio de citas de películas y las charlas intrascendentes –esa política de dejar pasar el tiempo propia de la ideología y la estética slacker– , lo recibe de vuelta con los brazos abiertos, como lo habría hecho la tribu con el integrante descarriado que un buen día se ve obligado a emprender el regreso al hogar, desaliñado y con el filo de las garras algo gastado por la falta de uso pero feliz de encontrar todo tal cual lo dejó. El primero de los amigos al que acude no dice una palabra, y por todo saludo le entrega una tabla de skate: un emblema de la presunta libertad recuperada y del tiempo disponible de la primera juventud. Solo que esa juventud no existe más. ¿Estamos ante una película del género “de muchachos crecidos”? Tal vez sí, pero no tanto. En todo caso, no lo suficiente como para conformar por completo a las huestes de “la sensibilidad masculina contra el mundo” en el cine. La misma que cuando más persiste en su torpeza, en el tránsito por el circuito cerrado de sus prejuicios, su repertorio de lugares comunes y su destino de no entender nunca el mundo al mismo tiempo que se lo lleva por delante, más se celebra y se felicita a sí misma. Sorprendentemente, para una película que se anuncia como un canto a esa clase de sensibilidad (el trailer era bastante elocuente al respecto. Pero los trailers son una promesa que hay que tomar con pinzas), 20.000 besos tiene otro horizonte. Entonces, lógicamente, surge la pregunta ¿Qué tipo de director de cine es De Caro? ¿Uno refinado y esquivo? ¿O uno populista, amigo del público, preocupado por ser el primero en complacer al otro siguiendo los usos y costumbres de sus compañeros de generación, ahora que han conquistado los medios de comunicación? De Caro, que acostumbra ocupar todos los espacios que se le presentan –se formó como actor, pero también ha tenido éxito en la radio, ha escrito libros, ha participado como panelista destacado en los “debates” de Gran Hermano, etc– no aparece en esta oportunidad delante de cámara. En cambio prefiere hacerse representar vagamente (tal vez), por uno de los integrantes de la pandilla, actor vocacional histriónico y amante de las sentencias, al que llaman El cinéfilo. Ese corrimiento debe documentar algo más que un sentimiento de humildad, sea esta genuina o sobreactuada (“Puedo cumplir, pero no soy buen actor”, ha dicho más o menos el director para explicar su ausencia). No hay dudas de que el hombre se toma en serio su trabajo, al que presenta no como un pasatiempo lujoso, o una actividad complementaria de cualquiera de sus otras ocupaciones, sino uno imbuido de una entrega y búsqueda genuinas. El acto de desaparición de De Caro establece, de un golpe, parte de la relevancia y la pertinencia de su película. No porque sea mal actor (no lo es, de hecho) sino porque, para que la película sea auténticamente “su mundo”, él debe poder observarlo desde afuera, como una cosa terminada que se ha separado de su creador; debe colocarse de nuestro lado, con la vista vuelta hacia adentro de la escena y las criaturas que la habitan. Dejando asentadas estas especulaciones, es necesario decir que 20.000 besos es una película muy hermosa. Una comedia argentina sensible e inteligente. Es decir, un pájaro exótico. Más lograda cuanto menos narrativa en términos estrictos se muestra. De Caro no es un narrador consumado, en el sentido en que ningún cineasta educado en las aguas de una sensibilidad cinematográfica moderna lo es. El director parece más bien un excelente artesano de las escenas sueltas, pulidas como bloques de acción autónoma y concebidas como fragmentos, parpadeos de un todo, una idea general –precisamente, el mundo según De Caro, cuyas huellas se esparcen como migas por los diferentes lugares que transita– a la que accedemos como a las páginas perdidas de un diario personal. ¿Qué se dice de los amigos en ese diario? Que están bien, que nos aguantan, nos protegen, nos sacan de apuro cuando las papas queman. Pero que el objetivo de la existencia es otro. Tiene un sexo diferente: es la mujer. Pero ni siquiera cualquier mujer. En una secuencia muy graciosa, Juan (el protagonista) está en la cama con una antigua compañera de la secundaria a la que no veía desde hacía años. Terminan de coger. Ella le pide que le alcance una botella de agua; él agarra la botella de la mesa de luz pero empieza a tomar primero y se la pasa cuando está casi vacía. Sin una queja, la chica se termina lo que queda y se ponen a charlar como buenos amigos. La chica concluye varias frases con la expresión “maestro”, la misma que usa el grupo de amigos para dirigirse entre ellos (y que cualquiera que lo haya escuchado hablar dos minutos sabe que se puede oír en boca del propio De Caro). De modo que el objeto amado, y esa es la lección de la película, debe ser diferente a nosotros, y por tanto hay que buscarlo afuera, en otros círculos. Tiene que representar una parte nuestra que acaso desconocemos, una parte que no es social –he ahí una clave– sino íntima. Mejor todavía: a esa mujer hipotética no hay que esperarla, hay que topársela, hay que chocarse con ella. Como advierte el dicho: love happens. 20.000 besos empieza como una película de amigotes y deriva hacia una comedia romántica. En el medio, más cerca del principio que otra cosa, el protagonista conoce a una compañera de oficina, una chica del sur del conurbano bonaerense (“la chica de Quilmes”), que acepta de buen grado los juegos de participación para motivar al personal propuestos por el jefe; que empieza a volverlo loco a Juan con “llamadas de trabajo” y que “no sabe quién es Morrison” (¡cómo si hiciera falta! Pero justamente ese es el asunto). Dijimos que se trata de una mujer, para decirlo de modo directo, distinta. Es muy bella y algo inocentona, es torpe, un poco cursi, y está llena de entusiasmo. Sus amigas del barrio, “Las hadas”, están cortadas con la misma tijera: son lo opuesto a lo que están acostumbrados Juan y su grupo. Como se ve, la chica de De Caro es la misma que trastoca el mundo masculino en las comedias del Hollywood clásico. Un personaje maravilloso. De esos que las comedias del cine argentino se niegan sistemáticamente a ofrecer, porque no quieren o no pueden. Para De Caro hay un combate singular en este cuento de amor: hacer los trazos de un grupo definido, atravesado por gestos reconocibles, contraseñas, formas de decir, de mirar (el mundo, precisamente). Pero también romper la endogamia, salir de la tentación del resignado “esto es lo que somos” y dejar que entre el aire del cine, en este caso con sus restos de género, que superan la cita y contienen bien, generosamente incluso, eso que no sin equívocos se llama una visión del mundo. En este retrato de su propio grupo De Caro deja ensayar los rituales, toma nota del habla compartida en ellos y encuentra en su recorrido un regocijo que no puede ser sino cinematográfico, con toda su carga de melancolía por apresar en un rectángulo de luz aquello que está destinado a perderse sin remedio. En un momento fundamental de la película, Juan filma un corto con su amada como protagonista exclusiva. La filmación los reúne a todos, las chicas y los muchachos, como parte del equipo. La cámara que filma a la chica, como atraída por un campo magnético, nos apunta a nosotros en calidad de espectadores. Los demás miran como lo hace Juan, fascinados también: se dan cuenta de que la chica, efectivamente, “tiene algo”. El espectador ya lo sabe hace rato y ahora ocupa, durante unos segundos que valen oro, el lugar de privilegio que le permite ver, cara a cara, la representación cabal de esa fascinación en el momento mismo en que se manifiesta. Se trata de una escena reveladora, muy linda y bien lograda. A su manera, además, muy conmovedora. Aunque pueda sonar apresurado afirmarlo, el cine se inventó para hacer el relevo de emociones parecidas a esa.
Desde hace mucho que he definido a las películas, para mi propia clasificación en tres grandes categorías, 1) Las muy buenas, 2) Las muy malas y 3) El resto. Las mismas se encuentran subdivididas en regulares y buenas. De las primeras dos clases muy difícil que me olvide, las del tercer rango, posiblemente a pocas horas de salir del cine no tenga ningún tipo de registro nemónico al respecto. Los porcentajes van variando, pero más o menos se podría decir 70% para el resto, 25% para las muy malas y sólo un 5%, de todo lo que se estrena en las carteleras vernáculas entran en la lista que hasta se pueden nombrar como imprescindibles “20.000 besos” esta de lleno y sin lugar e dudas dentro del 70% de la mayoría de filmes que llegan a la pantalla grande de los cines. El filme comienza con una leyenda “Cuando una persona te gusta de verdad un beso es demasiado y 20.000 no son suficientes” ¿Qué quiere decir con esto? No lo se, el filme no lo desarrolla ni lo explica, así es todo de trivial en esta producción nacional. La historia se centra en Juan, (Walter Comas) un treintañero que está en plena crisis con su propia vida, con lo que tiene y con aquellos que ha dejado de lado. El vivir con su pareja le ha quitado tiempo para ver a sus amigos, de casa al trabajo y del trabajo a casa, en uno haciendo lo que no le gusta, en el otro la rutina ha hecho desaparecer la magia del enamoramiento. Incomodado por la existencia que lleva decide separarse sin poder dilucidar las razones concretas. Luego de pasar unas noches en la casa de su amigo Goldstein (Gaston Pauls) va intentando reconquistar el tiempo perdido y los afectos dejados en suspenso. Alquila un departamento, se reencuentra con sus amigos y cuando comienza a disfrutar de su nueva vida su jefe le asigna un trabajo junto a Luciana, (Carla Quevedo), una compañera de la oficina, divertida e ingenua, con intereses muy distantes a los de Juan. Lo único que los une es que en el derrotero de la construcción de los personajes ambos terminan siendo infantiles y superficiales, aunque Juan no lo aparente. Esta situación en principio esta más cercana a un capricho del jefe, a algo estudiado o un proyecto serio. Lo que instalara una relación de opuestos en comedia romántica de estructura tan clásica como trillada. Pero por arbitrio del guión en la convivencia cotidiana ira sintiendo algo por la niña que no creía capaz de volver a suceder, se empieza a enamorar. ¿Cuanta originalidad, no? Hay varios puntos en el filme que hacen que uno empiece a sentirse molesto. Todos los amigos de Juan, tienen su historia personal, que se constituyen en subtramas que no terminan por desarrollarse del todo, y menos aun cerrarse, la utilización de afiche de películas que sólo están puestas para dar cuenta que estamos en el mundo del cine, con diálogos con demasiados altibajos, algunos divertidos y otros aburridos al extremo de la tontería. Sólo son rescatable las actuaciones de la pareja protagónica, muy bien acompañados por Gaston Pauls y Alan Sabagh como uno de los mejores amigos de Juan. Pero no hay en esta producción, chata desde lo narrado, búsquedas de ninguna naturaleza, ni estéticas, ni de estructura, ni de intentar profundizar en qué y cómo se produjeron estos niños en cuerpo de adultos, para poder entenderlos recomendaría leer “Adultos en crisis, jovenes a la deriva”,un texto de la Dra. Silvia Obiols, psiquiatra argentina. La película se presenta como olvidable, ya que queda a mitad de camino en todo.
Una comedia, nada menos 20.000 besos, dirigida por Sebastián De Caro y con guión de Sebastián Rotstein (argumento de ambos), no es una película excelente. ¿Pero, se necesitan con urgencia películas excelentes en el cine argentino? Bueno, sí, ojalá Bielinsky siguiera vivo. Pero 20.000 besos viene a ayudarnos en otras urgencias. Es otra cosa, de un interés distinto: es una película importante, por diversos motivos, aún con sus problemas o cortedades, que acá dejaré de lado para concentrarme en ciertos rasgos de especial relevancia. 1. Los actores. No hay actores haciendo su show. Bueno, tal vez un poco Eduardo Blanco y Gastón Pauls, pero son los personajes del borde, los extremos, que tienen que tener intensidad extra. El protagonista, Walter Cornás, un histórico del grupo FARSA, posee una precisión y una sobriedad que la comedia argentina debería aprovechar con mayor frecuencia. Es un actor de cine, definitivamente. Su personaje, Juan, no necesita apoyarse en gestos que funcionen como grandes hitos. Juan es porque Walter Cornás lo hace ser sin dotarlo de peso extra. Se impone como protagonista por la lógica del relato, por cómo se establece el punto de vista. El actor no tironea al personaje, no lo agita para hacerlo notar, toda una rareza para el cine local. “La chica” (aunque no es una película de chico-chica) es Carla Quevedo, cuyo debut en el cine fue como muerta en El secreto de sus ojos. Bueno, si el argentino fuera un cine realmente industrial ya debería haber muchos directores tratando de contratarla: la fotogenia de ese rostro merece más películas con suma urgencia. Lo de Alan Sabbagh no es sorpresa después de Masterplan: si se hiciera Seinfeld o algo parecido acá, debería estar. 20.000 besos es una película con muchos actores y actrices que no parece saturada de ellos. 2. La comparación. El antecedente más inmediato del cine argentino en “película de grupo de amigos” es la flojísima Días de vinilo del año pasado. Pero 20.000 besos es otra cosa: no intenta hacer una comedia “como las de allá, acá” sin entender el cine de allá. 20.000 besos huye de los grandes núcleos argumentales, de las grandes disyuntivas, de los conflictos forzados y de las resoluciones con moño. Y, sobre todo, huye de las sorpresas rutilantes y las revelaciones. Los líos del amor se dan en pequeños movimientos. Pueden ser muy significativos pero no hay necesidad de enfatizarlos, de dar volantazos. 20.000 besos es una rareza: es una comedia romántica y de amistad que no apuesta por el crescendo emocional dentro del formato ¿qué pasará? Lo que pasa es todo importante, nada es señalado con bombos y platillos como crucial. Las conversaciones sobre temas irrelevantes engañan: son tan relevantes como las encrucijadas amorosas. Conocerse es relevante. Jugar es relevante. 20.000 besos conoce al cine de allá y no solamente por hablar de Rocky, La guerra de las galaxias o Volver al futuro. No los tiene como cotillón sino como parte de la vida de los personajes, seguramente también del director y el guionista. 3. El grupo de amigos no es falso y nunca abusa del maquillaje “argento”. No se habla como Pucho, el asistente de Neurus. No se habla con tics de Capusotto mal digerido. No se habla como en las fantasías del rock chabón. No se habla desde el vestuario de la cancha de fútbol. Al negar esos caminos y otros igualmente temibles, 20.000 besos encuentra una identidad, algo genuino e inusual para el cine argentino que se aproxima a la comedia romántica, o a las comedias del grupo de amigos, o a los líos del amor. El amor está siempre en fuga y es un signo de sabiduría no cerrarlo desde un cine que no ha practicado demasiado el tema en su producción reciente. 20.000 besos hace de esa carencia de tradición, de la conciencia de esa carencia, una plataforma desde donde generar una película placentera.
Los auténticos decadentes. Para que no me malinterpreten, el estilo de Sebastián De Caro se aleja demasiado de mi realidad como persona. Nací en otra época y ni siquiera crecí en Buenos Aires. Es importante sentirte identificado con la ‘sociedad’ de este film, para poder comprenderlo y disfrutarlo. Si efectivamente pertenecés al nicho, vas a ser parte de una verdadera comedia romántica con personajes muy disímiles y bien marcados. No cabe duda de la elaboración de cada uno de los caracteres que abarcan a la película, aunque a mi gusto hay algunos baches de guión. La trama es un tanto lenta y es elevada a su máximo esplendor en presencia de Gastón Pauls, Alan Sabbagh y Eduardo Blanco. Desde mi punto de vista, fueron los únicos personajes que realmente valieron la pena. El lenguaje es muy tosco y definido, apto únicamente para los que pertenecen al club. Claro que también se trata de un par de nerds obligados a madurar a los tropezones. Hay muchos guiños cinéfilos y un trabajo musical que está correcto y muy divertido. 20.000 Besos comienza con la ruptura amorosa de su potencial protagonista. Por suerte tiene a su fiel amigo Golstein (Gastón Pauls), un ser que no parece conectar con este mundo en su filosofía, pero que sabe mucho más de los trescientos porros que se fuma por día. Juan (Walter Cornás) comienza un viaje que lo llevará de vuelta a los viejos tiempos, en que pasaba horas junto a sus pares, montando su patineta y organizando reuniones cerveceras. Pese al contexto, parece estar deprimido y no encontrar su lugar en el universo. Hasta que aparece Luciana (Carla Quevedo), su jovencísima colega laboral cuya ‘inocencia’ hará explotar algo en su yo más profundo. Y mientras su jefe se descose por encontrar junto a sus empleados una nueva forma de encarar el aburrido trabajo de oficina, el pibe trata de descifrar qué son esas locuras que se pasean por su mente. Si bien Luciana es un ser bastante especial que comparte todas sus aventuras con sus amigas ‘Las Hadas de Banfield’ (¿!?), Juan cae preso de sus encantos e intenta acercarse a ella de la forma más ortodoxa posible. Si era o no necesario hacer tanto esfuerzo físico y mental por una nena de mamá, lo sabrán cuando vean el film. Lo mejorcito, a mi criterio, es ‘El Jefe’, personaje a cargo del genial Eduardo Blanco y ‘El Cinéfilo’ perpetrado por Sabbagh. Sinceramente, de las participaciones femeninas no me gustó ni una; lástima, porque se podría haber hecho un aprovechamiento más interesante. Si lográs identificarte con alguno de los participantes, vas a festejar una pila de chistes, de lo contrario vas a arrugar la nariz y el ceño al mismo tiempo. El director y guionista argento aprueba varias materias y, aunque le hayan quedado espacios temporales por rellenar, es difícil juzgar una película que sólo conecta con cierto target. Por eso les recomiendo que lean otros puntos de vista, o que simplemente la miren y saquen sus propias conclusiones. No hay demasiado para decir, ya que la filmación es básica y no asume riesgos; todo queda en manos de los diálogos en pantalla y del diálogo que establezcas contigo mismo. ¡Besos!
Amigos y chasquidos que dicen mucho Divertida comedia que expone en pantalla, a puro estilo argento, el reencuentro, los desamores y una fresca bocanada de liberados y geniales diálogos de un grupo de treintañeros bastante bloqueados, inconscientemente, en cuanto a madurar y darse cuenta de la edad que poseen. El protagonista es Juan (Walter Cornás), quien tras separarse recientemente parece emanciparse de todo compromiso retornando a las reuniones amigueras, trasladándose en skate de un lado a otro, portando este elemento un valor simbólico de despojo y albedrío juvenil. Entre anécdotas, ironías y pláticas amenas entre los participantes, cada uno de ellos parece almacenar más de un infortunio amoroso en su historial, abordando la temática en una sintonía tan verosímil que permite que muchos se sientan identificados con los personajes. Juan trabaja con Luciana (Carla Quevedo en destacable y sorprendente encarnación) una joven difícil de descifrar, de apariencia naif, inocentona y conductas zonzas, que para nada van con el carácter y el modo de ser de nuestra figura principal. Pero hay algo que lo cautiva y lo compenetra con ella, quizás por oposición o percepción, sin embargo Juan comienza a enamorarse. Por momentos parece distinguirse, entre la niebla que separa la cámara de la puesta en escena, a un De Caro inmerso en la piel de quienes llevan a cabo las interpretaciones, con ese peculiar e inteligente humor, incluso cuando alguno cita la palabra “maestro” como fiel a su vocabulario. Angustias, alegrías, chasquidos como código para indicar la intensidad de un beso, juegos para conquistar mujeres, menciones cuasi nerds a los videojuegos, retratos satíricos y muy bien cimentados del loser argentino, algunos elegantes recursos técnicos y una banda sonora disfrutable sonando con Cosmo de fondo (vale mencionar el tema El dueño del sueño) fundan los motivos particulares para que 20000 Besos cumpla, sin llegar a trascender. LO MEJOR: el reparto en general, principalmente Quevedo y Alan Sabbagh. Los momentos graciosos, con ese peculiar sentido del humor impreso por su director. LO PEOR: parece faltarle algo al remate del film. PUNTAJE: 7
What’s the true meaning of kiss and tell? Juan (Walter Cornás) is in his early thirties and not having the best of times. He’s just split up with his girlfriend, hasn’t seen his best friends in quite a while, and has been working for too long in a place he doesn’t really enjoy. No wonder total boredom has invaded his life. In fact, at times it seems there’s no real way out. However, he knows things have to change as soon as possible. That’s why he decides to spend a few nights at Goldstein’s (Gastón Pauls), one of his most reliable friends and one hell of a pot smoker. They share some joints, talk about their moods, sentimental lives and their plans for today and tomorrow. Soon, Juan rents a small apartment and begins to see his other friends too. He has plenty of laughs and spends quality time with them. Things seem to be getting better. That is, until one day his boss (Eduardo Blanco) gives him a task to be carried out with Luciana (Carla Quevedo), a co-worker he can barely stand. He really feels she’s kind of dumb and a total pain in the neck. Yet, as days go by, he starts to have different feelings for her. Actually, he begins to fall in love. So now new queries come up: is he ready for a new relationship? Does he truly want a girlfriend? Most important, does she even like him enough? 20.000 besos (20,000 Kisses), directed by Sebastián De Caro and co-written with Sebastián Rotstein, is a somewhat unusual feature. It’s a well-executed dramatic comedy with a small, appropriate dose of romance. More than anything else, it portrays that uncertain period in which you have to realize you just can’t keep being a late adolescent anymore, but a full grown adult with the corresponding responsibilities. Of all things, De Caro and Rotstein are interested in the nature of relationship, love and desire, be it a one-night stand, a brief romance or a steady relationship. And friendship, of course. Fortunately, the filmmakers do not seek enlightening truths about the characters, their joys and tribulations. Instead, they show the state of things, explore underlying tensions and follow their characters as they do what they do. Sometimes they even hint at why they do what they do, but never cast a clinical eye on it. Everything is permeated by much welcome humour, the kind of humour you find in your everyday life, if you will. Deliberately and ably light-weighted, 20.000 besos is a film that knows where it’s going. Moreover, its seemingly unelaborate cinematography and its pleasurable soundtrack set the right tone for the best scenes. On the minus side, there are some very visible script problems. While the characters of Juan, Goldstein and Luciana are well defined and do have enough nuances, the others are not much more than figurines who utter lines here and there. It’s hard to care about them because they barely exist. It’s pretty clear that the film focuses on Juan (and eventually on Goldstein, smartly played by Pauls), but better supporting characters would have painted a richer canvas. Granted, the idea of las hadas (the fairies), a group of three giddy, empty-headed girls, pays off because the acting is very natural and the characters, though stereotypes, are believable (but to include a gay man as the fourth fairy is not exactly too ingenious). Then there’s the humour. Just like there are times when the gags and one-liners are surprising and really funny, there are others in which you can see them coming from a mile away, and so they feel obvious and unnecessary. This is precisely when more is less, you can see the pen of the scriptwriters and all magic is lost. The same applies to a few commonplace situations about folks in a thirty-something crisis. There’s no doubt that the scenes flow and, for the most part, are very well developed. Also, there’s an undeniable sense of truth about them. But by the time the film wraps up, you wonder if a stronger central story would have made for a more gripping movie. As things stand, some potentially valuable material has been left unexplored. All in all, however, 20.000 besos is worth seeing because it makes good on many of its promises.
Demasiado grandes para ser tan chicos Sebastián de Caro además de cineasta es actor y guionista, también conductor radial y televisivo. Con 38 años, es autor de varias realizaciones independientes y con “Veinte mil besos” incursiona en la comedia romántica, más abierta a las expectativas de un cine menos elitista, con actuaciones, diálogos y situaciones de las recientes comedias románticas norteamericanas, protagonizadas por eternos perdedores en el terreno sentimental. Por un lado, podría decirse que esta película cuenta la historia de Juan, un treintañero que está aburrido con su vida actual y la mejor forma que encuentra para cambiarla es regresando hacia atrás, a un tiempo donde la vida era más parecida a un juego sin complicaciones laborales ni afectivas. La nueva situación lo lleva a reencontrarse con ex amigos que también están pasando por situaciones parecidas, con lo que “Veinte mil besos” tiene mucho de satírico retrato generacional. Abrumado por una rutina de trabajo oficinesco y pareja cama adentro, el protagonista, un día se separa sin planes a futuro, dispuesto a dejarse fluir en el río de una libertad recuperada, trasladándose en skate de un lado a otro, recobrando amistades y juguetes de colección perdidos en el tiempo. Así descubre a Luciana (Carla Quevedo) que no se parece a él en nada y sin proponerselo se va enamorando de ella. Con discreto encanto La comedia sintoniza con algunos comportamientos, sentimientos, obsesiones y códigos de su tiempo y lugar. Se amplifican las dudas, angustias y contradicciones con bastante humor ingenioso y oscuro. Igualmente -y en todo sentido- “20.000 besos” es una película muy lúdica, donde el director pareciera también estar jugando y el entretenimiento principal es estar siempre a la búsqueda del amor, que generalmente escapa o se malogra. Aunque al film parece faltarle un remate más contundente, no deja de ser entretenido por su galería de personajes que despiertan empatía y ternura en el público, con actuaciones tan naturales y espontáneas que no parecen filmadas. Otro mérito es un peculiar sentido del humor con marca de autor, una comicidad fina que se burla de sí misma y de lo que sale mal. Una particularidad del film es su buscado universo vintage, abundan las autorreferencias hacia videojuegos, músicos y películas. Hay homenajes a personajes favoritos como el Sylvester Stallone de “Rocky” o Jim Morrison; también a los personajes de ciencia ficción de “Star Wars” o “Volver al futuro”. Como en “Los amores imaginarios” del joven director canadiense Xavier Dolan-Tadros existe una visión ombliguista del mundo, pero a diferencia de la temática gay, estos chicos reafirman su masculinidad en una permanente búsqueda de lo femenino. Por algo las seductoras boquitas pintadas de los créditos son un ícono del film, que anticipa desde su estética y banda sonora, que el tema es la búsqueda del amor de una mujer, siempre inestable y volátil como un enjambre de mariposas o de besos. ¿Mirada de género? Las mujeres están omnipresentes en las fantasías y pesadillas masculinas. Tienen un papel bastante lateral cuando son vistas como objetivo de cacería, para lo cual Juan es el referente de sus amigos para ser consultado por su capacidad de inventar situaciones que les permitan conseguir chicas. Pero si bien el relato está situado desde la mirada masculina y sus códigos, se problematiza la mirada sobre la mujer, cuando el protagonista termina enamorándose de Luciana (Carla Quevedo), una compañera de trabajo que es de alguna manera su opuesto y lo cierto es que el género femenino despierta admiración e intimida a todos, cuando aparecen en escena Las Hadas de Banfield (el grupete presentado por Carla) y también la notable humorista, especie de frontwoman todoterreno interpretada por Laura Cymer, quien los define como “niños encerrados en cuerpos de adultos”. La narración transita entre el intento de desestructurar estereotipos mientras hilvana una historia simple pero con varias aristas interesantes, donde se acumulan diálogos supuestamente ingeniosos, con una visión que no le escapa a la sinceridad ni a la emoción más allá de la pose cínica y canchera. En la película, hay bastante de borrador, de ensayo no completo, intuyéndose algo que pudo ser y al final no fue. Por momentos, el film avanza a los tropezones hasta decidirse a trascender de ser una “peli” hecha “entre” y “para” amigos. “20.000 besos” crece cuando parece importar, y se confiesa, lo que parece ser un sentimiento de verdadero amor. También es disfrutable el aporte de una banda sonora efectiva, donde suenan temas pop del grupo Cosmo con regusto naif y azucarado.
“20.000 BESOS”: GENERACIÓN POP, AMOR Y UNA PELÍCULA ÚNICA. Es difícil notar ciertas exclusividades en los films de ahora. Y no hablamos de guiones que rompen cráneos con su originalidad, sino mas bien de esa sensación que te dejan algunas películas, que a pesar de tener una historia común, son únicas por su naturaleza. La última producción de Sebastián De Caro es el ejemplo perfecto. “Juan es un treintañero que se acaba de separar. Es así como luego de unas cuantas noches en casa de su amigo Goldstein, comienza a recuperar todo lo que había olvidado de si mismo. Alquila un departamento, se reencuentra con su grupo de amigos y justo cuando empieza a disfrutar de la vida de recién separado conoce a Luciana, una compañera de trabajo a la que no tolera pero de la que se está enamorando.” Sin duda una buena elección de De Caro fue el elenco. Los actores no son los mas populares en el cine nacional, pero esto le otorga una frescura y no le quita para nada calidad al nivel actoral. Walter Cornás (uno de los fundadores de FARSA PRODUCCIONES) y Carla Quevedo son la dupla central donde también participan Laura Azcurra, Clemente Cancela, Eduardo Blanco, Gaston Pauls y Alan Sabbagh (mas que elogiable son las actuaciones de estos dos últimos, sin duda los personajes mas entrañables y queribles del film). El nivel de producción es notable, así como la fotografía y la música que, en conjunto, crean un ambiente muy real y actual. La historia, si bien es muy común y trata el ya recontraremilsuperdruper utilizado recurso del “hombre que se separa y no sabe como continuar con su vida” tiene algo que la hace única, y es sin lugar a duda, la impronta de De Caro para sostener un guion que se caería por su desgaste, si tuviese otro estilo. Se notan, y demasiado, aunque se deja en claro que esta hecho adrede, los toques del director (la utilización de la palabra “Maestro”, el merchandising “freak” y sus planos detalle, los posters y las constantes referencia al cine y los comics); pero estos son el motor para que la película sea considerada única. 20.000 BESOS se destaca por ir mas allá del simple “chico ama a chica” y busca, con gran sentido del humor, hacerse un lugar en el cine nacional creando personajes tan queribles como reales y una historia cálida que han vivido todos alguna vez. Logra quedarse en el recuerdo y marcar el cine nacional, sobre todo porque al fin la generación pop, esa que creció en la década de los ochenta y hoy tienen entre 30 y 40 años, al fin tienen una película que pueden considerar como propia.
Muy buen debut como director del crítico Sebastián De Caro. El film es una comedia romántica, y en ese sentido maneja muy bien sus códigos. Pero también es el retrato preciso y desde adentro de una generación, la primera en retrasar (o no definir) su madurez. De Caro quiere mucho a sus personajes y eso logra que nosotros también sintamos empatía con ellos. Pequeña joya.
Publicada en la edición digital #255 de la revista.
Publicada en la edición digital #255 de la revista.
Los treintas, esa bisagra entre la adolescencia y la adultez retratada desde una visión particular: el mundo de Sebastián De Caro, que no es el mundo de todos, pero sí el de muchos. Juan es un abúlico oficinista al que su jefe (un genial Blanco) le asigna la tarea de pensar junto a su compañera de trabajo Luciana un juego que fomente el compañerismo en el ámbito laboral. Luciana es insoportable, sin embargo sucede …lo debe suceder. El tiempo que empiezan a compartir se convierte en infatuación unilateral primero y en algo más después. De Caro tiene cariño por sus personajes, no los baña de snobismo ni cinismo, elige mostrarlos como una generación influenciada por una cultura pop que está ligada directamente con las emociones, con el amor. Así Star Wars y la amistad son sinónimos. El fantástico personaje de Alan Sabbagh, un cinéfilo adorable es claramente la versión “on screen” de De Caro, como Randal era Kevin Smith en “Clerks” película con la cual comparte puntos en común. En definitiva el encanto de 20.000 Besos es la identificación, allí radica su fuerte y su debilidad. Je sui Juan.
O sea, el papel de una chica “tonta” tiene que ser tan extremo para que el espectador “entienda”? Los hombres de la película no son en el fondo como la protagonista? Algunas escenas, por tratar de parecer naturales, quedaron forzadas. 20.000 besos es una historia sencilla, una película hecha entre amigos, y se nota eso en el film. Es entretenida, y hay otros personajes secundarios, que también son todos “divertidos”, manteniendo un humor que sigue la línea de la película hasta el final. Gran parte del guión son chistes y eso hace tener empatía con el público joven. El amor en la nueva era, no es fácil ni profundo