Un samurái perdido en Hollywood Partiendo de la base de que estamos ante otra obra pirotécnica “made in Hollywood”, y no ante una adaptación a la pantalla grande de una leyenda japonesa, como lo fue el caso de 13 Asesinos de Takashi Miike, lo primero que se puede decir de la ópera prima de Carl Rinsch es que resulta un híbrido entre una aproximación hollywoodense a un clásico de la cultura japonesa -que incluye una historia de yakuzas con artes marciales- y una propuesta fantástica basada en la noción de “brujería y demonios”. La hermosa Rinko Kikuchi, que hace poco se enfrentaba a los Kaiju en Titanes del Pacífico, hoy es una bruja/ mujer/ loba, que de una forma muy extraña encaja como una pieza más dentro del universo diegético que plantea la película. La premisa incluye la venganza de un grupo de ronin -ex samuráis- que, desterrados de Ako luego de que su Señor fuese obligado a cometer seppuku por una ofensa relacionada con la brujería, deciden recuperar el honor con la ayuda de un mestizo, Kai (Keanu Reeves).
Japón para principiantes Si lo foráneo suele ser de por sí problemático para Hollywood, la aproximación a una cultura tan alejada de los cánones occidentales como la japonesa es una tarea ciclópea. Esto más allá del cariño con el que la factoría norteamericana tenga hacia el acervo de los ojos rasgados (allí están El último samurái o Memorias de una geisha para comprobarlo). Cariño que no implica necesariamente un intento de transmisión ni mucho menos comprensión. 47 Ronin es el último eslabón de esta tendencia. La de este tal Carl Rinsch es una de esas películas de artes marciales que emparda lo ritual con lo grave, mostrando los usos y costumbres orientales como lo haría un libro troquelado para alumnos de primer grado. ¿De qué va la historia? De un misterioso personaje (regreso a la cartelera de Keanu Reeves después de El día que la Tierra se detuvo) que es adoptado por la comunidad Ako. O, mejor dicho, recogido y acobijado, ya que desde su niñez fue un paria. Lo que seguirá es un interés romántico por la hija del líder local, una traición fantástica -en el sentido más literal del término- de parte de un malvado de turno sediento de poder y la alianza con aquellos que antes lo rechazaban y ahora se rendirán ante la evidencia utilitarista de su talento con la espada. Basada muy, pero muy libremente en la popular leyenda de los 47 samuráis caídos en desgracia (los ronin del título), la misma que abordó Kenji Mizoguchi en el film homónimo, 47 Ronin híbrida -quiere hibridar- la filosofía oriental con la mecanización fantasiosa propia de la mayoría de las superproducciones habituales, incluyendo brujas, dragones y hechizos inexistentes en la materia basal. Decisión que no es necesariamente errada, a no ser porque el film tampoco funciona en esa faceta, convirtiéndose en un largo devenir de diálogos solemnes, panorámicas del grupete cabalgando a campo traviesa y alguna que otra escena de acción, para colmo, mal filmadas, con un montaje siempre atento a cortar justo antes de los espadazos, manteniendo así a la violencia en irremediable fuera de campo. Así, 47 Ronin terminará oscilando entre el achatamiento cultural, una premisa básica y predecible y una violencia reprimida. Como si todo la capacidad de aprehender los códigos de una franja cultural, el salvajismo y lo pulsional se hubiera quedado en la sala de al lado, justo donde proyectan El lobo de Wall Street.
Un mestizo sin paz Una leyenda del Japòn feudal cobra vida en esta superproducciòn de artes marciales que recuerda a los 47 samurais que dejaron todo ante la traición. Según la película, sus tumbas son visitadas actualmente por miles de turistas. El film impone al comienzo su clima vertiginoso con la cacerìa de una criatura monstruosa tras las que se lanza Kai (Keanu Reeves), un mestizo rechazado y al que ahora los 47 samuráis quieren recuperar luego del asesinato de su amo. La venganza y la traiciòn funcionan como mòviles de la historia que si bien se inscribe dentro del género de las artes marciales, tambièn incluye su costado fantástico. En ese sentido, desfilan por la pantalla una bruja fantasmagórica con forma de Medusa que irá mutando su apariencia; luchadores gigantescos y combates cuerpo a cuerpo coreografiados al milìmetro. 47 Ronin, dirigida por Carl Rinsch (The Gift), pone el acento en los escenarios recreados digitalmente, las luchas armadas con arco y flecha y la irrupción en un palacio para combatir al traidor de turno durante una representación teatral. Por su parte, Reeves vuelve al género que lo hizo famoso con su habitual inexpresividad y agita su espada sin paz en este relato de aventuras que cumple sus objetivos.
La leyenda se degrada Los acontecimientos históricos llegan a la industria del espectáculo procesados, pasteurizados, saborizados, empaquetados y listos para ser consumidos por un público asumido como ignorante, inculto y desesperado por consumir falsas emociones que alivien el dolor de su pobre existencia cotidiana. 47 Ronin (2013) narra un famoso episodio de la era Meiji, en el Japón de principios del Siglo XVIII, en el cual un grupo de samuráis planificó y ejecutó el asesinato de un oficial de la corte en venganza de una serie de provocaciones que condujeron a la muerte de su señor feudal. La historia es una alegoría sobre la tradición, el honor, la lealtad y el sacrificio dentro del código bushido de los samurái, en contraposición a los valores occidentales que rápidamente comenzaban a imponerse en la corte japonesa con la modernización impuesta por el Emperador para quebrar el poder del shogunato. Esa fue la fortaleza sobre la cual creció la leyenda. En el film, la magia se mezcla con el mito en una historia bastante trillada, imbuida por el espíritu de la espectacularización y bien alejada de lo mejor del cine histórico japonés.
La nueva película de Keanu Reeves es sobre una antigua leyenda japonesa y es la ópera prima de Carl Rinsch, un novato al que le dieron 175 millones de dólares para filmar “47 Ronin: La Leyenda del Samurai”. Un Kurosawa de La Salada La película trata sobre una antigua leyenda japonesa del siglo XVIII, mejor conocida como “El incidente de Ako”, que se basa en la traición y muerte de un maestro de 47 samuráis que quedan acéfalos convirtiéndose en ”ronin”. Este grupo buscará vengar a su amo junto a un paria (Keanu Reeves) adoptado por la comunidad en los buenos tiempos de la ciudad. La historia no es ninguna novedad, pese a ser una antigua leyenda nipona no filmada antes., Sin embargo hubo diferencias irreversibles durante el rodaje entre Rinsch y Universal que llevaron al despido final del director y retomas realizadas en Inglaterra y Hungría para cambiar el final y permitir que Reeves tenga más escenas a lo largo de la película, haciendo a este film un poquito más comercial de lo que ya era. Por lo cual no sé, ni me interesa quién fue el responsable, lo cierto es que el resultado de “47 Ronin” es una muy extraña película (en realidad digo ”extraña” como eufemismo de bazofia en su sentido más literal). action-packed-clip-from-47-ronin-draw-your-weaponDigna de un harakiri Acá en Argentina hay una frase que dice “las excusas no se filman”, así que voy a dejar de lado los problemas de producción de la película y voy a evaluar el contenido. En sí el guión no aporta absolutamente nada nuevo al séptimo arte, pero eso sucede en la mayoría de las películas que vemos hoy en día. Lo creativo e ingenioso está en cómo se construye el relato y qué es lo que vamos a ver en la pantalla grande, aunque tanto Rinsch como Universal parecen tener una escueta inventiva. “47 Ronin: La Leyenda del Samurai” tiene una narración tan tediosamente lineal y básica que, sumado a los diálogos tan clichés, logra vislumbrarse los “parches comerciales” que realizó el estudio, facilitando lo repulsivo de este producto. Cabe destacar que las actuaciones y la fotografía son aceptables, no así los efectos cuasi obsoletos, planos de mal gusto y un montaje para nada fluido que complementa lo nefasto de esta película. Como reza el subtítulo, es digna de un harakiri, pero en los ojos. Conclusión Estoy a favor del librepensamiento del espectador, que no se le preste tanta atención a la crítica y que cada uno vaya al cine y saque sus propias conclusiones. Sin embargo, ”47 Ronin: La Leyenda del Samurai” es la clase de películas que me llevan a advertirlos y sugerirles que no malgasten su dinero porque sería subestimarlos, pero no como espectadores, sino como homo sapiens.
La mirada deforme La leyenda japonesa de los 47 samuráis caídos en desgracia que entregan su vida en venganza de su amo es una de las historias más revisitada por los japoneses, y también, de las más exportadas por parte de Japón. La historia sirve internamente como una alabanza de lo tradicional a su vez que representa una declaración de principios de lo cual los japoneses se enorgullecen de mostrar, un relato que se edifica sobre los mandatos del Bushido (El Camino del Guerrero) vinculados con el honor, la lealtad, la perseverancia, la justicia, y también, la entrega total, el sacrifico y aceptación de la muerte. 47 Ronin es el relato folclórico de los samuráis sin amo (llamados ronin por esa razón) que vengan la caída de su líder, Lord Asano. Una aventura que permite ostentar lo “japonés” a través de la idea romántica y tradicional del Bushido. En este caso la visión japonesa de su propia cultura es procesada además por la visión occidental, la hollywoodense, y por último, la del blockbuster. Resta entonces una total deformación, donde se utiliza la palabra samurái y honor para dar una entidad que no se observa, y el término “cultura japonesa” queda resumida al exotismo y al estereotipo. Así de deforme como Memorias de una Geisha (2005) de Rob Marshall, estamos frente a otra película donde actores japoneses hablan en inglés, porque como sabemos, los habitantes del gran país del norte no leen. Y una película situada pero no filmada en Japón (se filmó en Budapest y Londres) sabe que con samuráis no alcanza para ser negociable, entonces debe aparecer un occidental (o medio occidental) para salvar al mundo. Ese es Kai (Keanu Reeves), un mestizo hijo de una japonesa y un inglés, abandonado en el bosque para morir y criado por los Tengu. Estos mitológicos Tengu son demonios del bosque, lo que lleva a uno de los pocos aciertos del film, mostrar a Kai como la invasión de un afuera asimilable a lo demoníaco. Una visión que suena lógica ya que Japón pasó mucho tiempo aislado del mundo, y esta historia, desarrollada durante la Era Tokugawa, sucedió durante ese período. Eso sí, aunque en esa Era los samuráis llevaban un corte de pelo específico (con la parte delantera rapada), no se condice con los de los héroes film, algo que pareciera un dato menor sino fuera el ejemplo más claro de lo que representa la película, una visión que no logra atravesar el mero orientalismo. Otro ejemplo de esto es la decisión de mostrar un dragón (maligno) porque encaja con la visión foránea de lo oriental, pero que no se condice con el espíritu original del Dragón, la de ser portador de sabiduría. La incorporación de los Tengu y el Dragón no es lo único “mágico” que aparece, también hay una bruja, un animal monstruoso, un samurái gigante. Y katanas mágicas, como olvidar las katanas mágicas. Este agregado fantástico es una de las novedades de esta versión de los 47 Ronin. Una idea que podría haber funcionado si hubiera sido utilizada para potenciar la leyenda en vez de ser estrictamente funcional a la obligación actual de incorporar efectos CGI para hacer un film visualmente espectacular. Algo que no logra. Entre la mezcla de lo fantástico y lo tradicional, la película utiliza arbitrariamente lo místico desdibujando la idea del samurái. Las batallas reales entre los guerreros son olvidadas, y las pocas que hay no logran un mínimo interés emocional, dándole más entidad a los enfrentamientos generados por computadora. Cualquier escena de Azumi (Ryuhei Kitamura, 2003), 13 Asesinos (Takashi Miike, 2010) o Kenshin, El Guerrero Samurái (Keishi, Ohtomo, 2012) le pasa el trapo. Y eso, solamente para nombrar películas contemporáneas. El resultado final no debería sorprender, el ignoto director Carl Rinsch buscaba un film hollywoodeado de la leyenda japonesa. Por eso atraviesa lo que un producto made in japan tiene que tener: la flor de cerezo, el sepukku (hara-kiri), las armaduras samurái, el dragón. Presentando un mundo fantástico que puede resultar una extensión de Piratas del Caribe, y que resulta igual al origen de aquella saga, un parque temático salido de Disney para que la gente se pasee un rato por lo “japonés“ sin que se derrame una gota de sangre, un sepukku apto para toda la familia.
Con un arranque visual impactante, casi un comic hecho película, “47 Ronin”(USA, 2013) del debutante Carl Rinsch, prometía mucho. Pero la potencia de esa secuencia inicial y la siguiente (en la un animal que arrasa con todo y todos), va perdiendo fuerza con el correr de los minutos. Ni la utilización del 3D suma a esta película sin alma un poco de desafío y riesgo. ¿De qué va “47 Ronin”?. El protagonista es un “mestizo”, Kai (Keanu Reeves), que intenta encontrar su lugar en un organizado grupo de Samuráis “puros”. Por el sólo hecho de no ser pura sangre, excepto su gran amor Mika (Kō Shibasaki, de “Battle Royale”), todos, lo rechazarán. Pero esto no será un impedimento para él, que intentará superarse y avanzar en el camino del aprendizaje del samurái y en el de la vida en general. Durante una lucha en un torneo real, al cual llegará el Shogun de otra ciudad, Kai reemplazará a un guerrero envenenado por la estilizada y malévola bruja Mizuki (Rinko Kikuchi), pero al ser descubierto pagará el señor de la aldea con su vida por la vergüenza que le hizo pasar a los suyos y al propio visitante. Ahí comienza una segunda película, no sólo la tragedia de un paria intentando encontrar su lugar, sino una de venganza, en la que Kai y Oishi (Hiroyuki Sanada) buscarán revancha y se entremezclarán con los samuráis que dan origen al título de la cinta para poder recuperar las tierras y el poder que el Shogun otorgó al malvado Lord Kira (Tadanobu Asano). En “47 Ronin” los malos son muy malos y los buenos son muy buenos, y eso atenta al verosímil del filme. Las actuaciones medidas y hasta correctas de los protagonistas tampoco aportan vuelo a esta adaptación de una clásica leyenda japonesa, la de aquellos guerreros que lucharon por los suyos hasta las últimas consecuencias. Con una puesta en escena básica y un armado de las secuencias de acción clásico, excepto algunas escenas oníricas y la animación que logran impactar más allá del tedio general que produce la película, todo se desvanece. Sólo en el personaje de Kikuchi, el más atractivo visualmente, hay un intento por construir algo en cada una de las intervenciones que realiza. Mizuki es una medusa seductora, una loba voraz, que sólo tiene una cosa en mente, las ganas de matar por placer y llevar al “lado oscuro” a todos. “47 Ronin” por momentos se asemeja a una telenovela, con tópicos, que fuera de la investidura samurái, bien pueden ser trabajados por este tipo de envíos. A saber: expulsión del diferente, amor imposible, galán sometido, heroína atravesada por la desgracia, villanos que buscan impedir el encuentro de los amantes, luchas por riqueza, etc. Pero la película no es una telenovela y más allá que en algunas secuencias se busca impactar con la utilización del 3D, y retomar la lábil historia que va construyendo, su principal dificultad radica en la imposibilidad de encontrar el rumbo durante los casi 120 minutos de duración, que bien podrían haber sido muchos menos y más entretenidos.
Hablar de los 47 Ronin en Japón es como hablar aquí de San Martín y el cruce de Los Andes. Es historia que se enseña en las escuelas y motivo de orgullo y honor para la nación nipona. Es por ello que se han escrito cientos de libros, representado en obras de teatro, otras películas y series de televisión y animé, pero esta es la primera vez que la leyenda es revistada por la mirada de Hollywood. ¿El resultado? Un fallido con algunos aspectos rescatables. Lo que primero hay que señalar es que la producción viene mal parida desde su comienzo y que tardaron unos tres años en completar la película, lo cual causó un abultadísimo presupuesto (180 millones de dólares) que dobla a lo que se quería gastar. Amén de eso, que es algo que al espectador no le modifica nada, la película intenta ser épica y no lo logra ni por casualidad. El haber integrado tanto elemento místico para emular el género “sword and sworcery” pero del Japón feudal no encuentra eco con la solemnidad que se le quiso dar a la trama desde el punto de vista histórico. Y lo que la termina de hundir son los muy objetables efectos especiales. Año 2014, donde se nos tiene acostumbrados a deslumbrarnos con lo visual -encima en 3D- y aquí parece que el trabajo aún le falta una pulida final, como aquellas escenas eliminadas que se pueden ver en el material extra del algún DVD donde se muestran secuencias a las que aún no le habían terminado los efectos. Todo muy digital y carente de vida. Sin embargo, y no obstante a estos dos puntos no menores, la película es entretenida y se deja ver y disfrutar. Keanu “cara de nada” Reeves está bien en el papel siempre que se tenga en cuenta que no se le puede exigir como actor más de lo que da. Afortunadamente se encuentra acompañado por un excelente reparto de figuras muy conocidas en oriente y que se han sabido colar en otras propuestas norteamericanas. Destacando principalmente a Hiroyuki Sanada y Tadanobu Asano. Las secuencias de acción y peleas están bien logradas por parte del director primerizo Carl Rinsch pero lamentablemente le falta bastante como para recomendar con un si rotundo a su obra. 47 Ronin se queda en el camino de la épica tratando de convencer al espectador con artilugios ya vistos. Una verdadera pena porque podría haber sido una gran película.
Entre solemnidad cursi y cursilería solemne La leyenda de los 47 ronin de la era Tokugawa, basada en hechos reales ocurridos a comienzos del siglo XVIII, forma parte del folklore japonés y ha sido retomada por la literatura, el teatro y el cine de ese país en decenas de ocasiones. Según el relato más o menos oficializado por el paso del tiempo, esa historia de venganza y honor incluye a un tal Asano, samurái de alcurnia, que en plena recepción al shogun produce un desaire protocolar y es obligado a quitarse la vida. Aunque, eso sí, con todos los honores del ritual conocido como seppuku (un japonés jamás utilizaría el mucho más prosaico hara-kiri). El responsable último del hecho habría sido otro samurái de nombre Kira, aparentemente afecto a las coimas, aunque las versiones al respecto varían. Luego de idas y venidas y una espera de más de un año, 47 sirvientes del suicidado Señor, transformados en orgullosos ronin (samuráis sin amo a quien servir), llevaron a cabo una sangrienta venganza contra Kira, con la guía y liderazgo de Oishi, uno de los principales consejeros de Asano. Luego de restablecer el nombre y el honor de la familia a la que servían, se entregaron a la Justicia y terminaron sus días abriéndose el estómago. El cine nipón ha adaptado esa historia en películas centradas bien en la acción física, bien en la metódica espera; poéticas y serenas algunas (como la de Kenji Mizoguchi, producida en 1941), excitantes y aventureras las otras (como la versión de Hiroshi Inagaki de 1962). Esta necesaria introducción viene al caso, ya que es imperioso afirmar que la nueva versión de los 47 ronin, producida por los estudios Universal en Hollywood, poco y nada tiene que ver con la historia original, de la cual mantiene apenas dos o tres ideas básicas y el arco narrativo de muerte, espera, preparación y venganza. A partir de allí comienzan las diferencias: la película de Carl Rinsch está habitada por brujas, fantasmas, seres sobrenaturales, dragones y luchadores de más de dos metros de altura. El énfasis en las relaciones de clase y la rigurosa etiqueta de la casta samurái son reemplazados por princesas enamoradas, villanos de manual (la superestrella del cine japonés Tadanobu Asano) y romances más grandes que la vida. El Japón medieval que presenta el film está mucho más cerca del universo de Tolkien que de los libros de historia o del cine de samuráis. Nada de malo hay en ello: cualquier historia es digna de ser maltratada y reconvertida. No es necesariamente problemático, aunque sí un tanto ridículo, que un reparto integrado casi en su totalidad por actores japoneses hable en idioma inglés con diversos grados de acento. Tampoco es extraño que un film norteamericano del siglo XXI insista con esos miedos tan siglo XX a utilizar un actor asiático en el rol central, “dividiéndolo” en este caso entre el Oishi interpretado por Hiroyuki Sanada y el personaje de Kai (Keanu Reeves, en la piel de un mestizo abandonado a su suerte cuando era bebé y criado por unas criaturas mitológicas del bosque). De todas formas, los obstáculos fundamentales de 47 ronin son dos: su solemnidad cursi y su cursilería solemne, que atentan contra cualquier posibilidad de disfrutar de un espectáculo que no puede, de ninguna manera, ser tomado en serio. Colorinche en 3D al cual le faltan garra, nervio y sentido del ritmo, su etnocentrismo disfrazado de exotismo, sus escenas de acción formateadas y la irritante previsibilidad de su narración terminan generando una falta de interés que deshabilita el deseo del espectador. Tal vez el peor pecado cuando se habla de “una de aventuras”.
Un grupo de samuráis cuyo señor feudal es asesinado busca venganza. A ellos se les une Kai, un paria en el que nadie confía, excepto la bella hija del shogun muerto, con quien comenzará un accidentado romance. Llevar a la pantalla una obra tradicional japonesa como La leyenda de los 47 ronin , que ya tuvo incontables versiones cinematográficas, era una tarea casi ciclópea, dado el clima necesario para desarrollar la grandeza de sus escenarios y personajes, que tiene como leit motiv el enfrentamiento entre dos castas. Pero al novel director Carl Reinsch le faltó pulso para relatar la trama, a la que le dio un aire occidental que perjudica al relato tradicional japonés y convierte al film en uno más de muchos realizados en Hollywood sobre la venganza. Los efectos especiales, a pesar de ser uno de los puntos más cuidados de la película, no logran ensamblarse armónicamente con las escenas dramáticas y el conjunto pierde la fuerza necesaria para hacer memorable aquel final, en el que los 47 ronin deberán acatar la sentencia del shogun. Keanu Reeves aporta un rostro inmutable a su Kai, siempre dispuesto a hacer justicia, mientras que el resto del elenco transita con bastante opacidad por sus papeles.
Un mestizo que busca ser samurai En la nueva versión de Los 47 Ronin, leyenda nacional japonesa, Keanu Reeves es el protagonista que se une a un grupo de samurais devenidos en ronin. Una historia de coraje, lealtad y osadía, con puntos fuertes y algunos altibajos. Keanu Reeves protagoniza esta nueva versión cinematográfica de la clásica historia de Los 47 Ronin. Esta leyenda nacional japonesa basada en eventos verdaderos ya había sido adaptada varias veces y esta es la primera versión estadounidense. A pesar de su base real, aquí la fantasía se adueña de gran parte del relato, e incluye hechizos y demonios. 47 Ronin está ambientada en el Japón del siglo XVIII, y cuenta la historia de un mestizo (Keanu Reeves) que se une a un grupo de samurai devenidos en ronin. Ronin es el nombre que recibe un samurai sin amo. Al centrarse en la figura de un mestizo, sin duda el film pierde algo de su autenticidad pero a la vez es la manera de acercarse a la leyenda. La historia es demasiado buena como para que problemas como este la terminen deshaciendo, aun cuando las cosas se complican. Reeves está bien en su papel y casi todo el elenco que lo acompaña también. Es cierto que luego de haber visto tantas versiones –la de 1941 dirigida por el maestro Kenji Mizoguchi es por lejos la más importante y posiblemente la mejor– suena raro escucharlos hablar en inglés. Aceptando sin hacerse mala sangre esta licencia, la trama atrapa y entretiene, con algunas escenas realmente muy logradas. Otro punto realmente alto son la escenografía y el vestuario, de una precisión que deslumbra. Lamentablemente se nota que la producción sufrió algunas complicaciones y que el director debutante Carl Rinsch perdió el mando. Una de las cosas más absurdas es la gran presencia en el afiche de un personaje tatuado interpretado por Rick Genest (tatuado como cadáver en la vida real) y que sólo es una sombra en el film, así como también el personaje de Kapitan, que voló de la trama, y que son dos personajes holandeses en una escena claramente resumida. Pero aun con la confusión y las alteraciones, la película cumple su objetivo básico. Y como dato extra valioso hay que destacar que termina siendo fiel al final de la historia en la cual se basa, algo no menor a la hora de una producción de esta clase. La historia de coraje, lealtad y osadía de estos 47 ronin se mantendrá viva más allá de esta película y volverá una y otra vez en diferentes formatos. Buscar y encontrar las versiones anteriores es un sano ejercicio cinéfilo para compararla con esta producción.
El honor ante todo 47 Ronin: La leyenda del Samurai es un filme de desafíos. Uno: debía recrear fielmente, y con el aura irreal (y muchas veces innecesaria) de Hollywood, a un clásico de la historia japonesa del 1700. Dos: el inexpresivo Keanu Reeves nuevamente al frente de un papel de acción (lo último, El día que la Tierra se detuvo) despegándolo del filme Constantine y Neo (Matrix). Tres: lo más arriesgado, depositar más de 200 millones de dólares de presupuesto en manos de un novel director como Carl Rinsch. ¿Qué sucedió? Uno, la historia. Kai (Reeves), es un mestizo que se suma a las fuerzas de Oishi (Hiroyuki Sanada), jefe de los 47 Ronin, la legión de samurais cuyo viejo líder es condenado a muerte y el resto del grupo obligado al destierro por parte del malvado Lord Kira (Thadanobu Asano). Con ellos, Rinsch creó un híbrido. Por un lado está la solemnidad de la leyenda, donde el aspecto visual y sonoro de Ronin 47... jamás es maltratado. Logradas panorámicas del Japón feudal del siglo XVII y un clima hipnótico en cuanto a la liturgia nipona (sobre todo el seppuku, el ritual de suicidio) se adhieren a exageradas performances de lucha con sables de filo infinito donde se huelen cositas de 300, y del Gladiador de Ridley Scott. ¿O no encaja el samurai gigante con el enmascarado Tigris de Gaul? Mezclar brujas y demonios en CGI no le hizo cosquillas a Rinsch. La seductora, e irreconocible, Rinko Kikuchi le da el toque fantástico a este filme donde honor y venganza se imponen ante todo. Dos, los actores. Reeves parece camuflado en la historia, su gesto siempre adusto es un ingrediente a la camada de personajes secundarios que por momentos se lo devoran al astro canadiense. Y por esto.... Tres, a Rinsch le costó caro: fue expulsado por la compañía productora durante la edición del filme ante el supuesto escaso protagonismo de Keanu. Y esto, paradójicamente, es lo más ponderable de un filme donde Sanada guía la película, Asano desafía, Kikuchi hechiza y Reeves... es Reeves.
Un desastre comparado ¿Vieron cuando recién comienza una película y uno ya se da cuenta que todo lo que podía salir mal terminó saliendo efectivamente mal o incluso peor? Bueno, eso es lo que ocurre con 47 ronin, uno de esos tanques de Hollywood donde ninguna pieza encaja correctamente, que son un desastre anunciado y luego confirmado, a los que se les puede criticar multitud de cosas, promoviendo un ejercicio donde cualquier crítico se siente cómodo: la narración nunca fluye de la manera adecuada; los personajes son de cartón corrugado; el protagonista está metido de manera totalmente forzada en la trama; los efectos especiales y el vistoso diseño de producción nunca se amoldan de la forma correcta con la puesta en escena; las actuaciones son pésimas; todo el relato es en extremo serio y sin una pizca de humor que haga más llevadero el asunto; y el espíritu épico y/o aventurero, a pesar de los discursos, jamás se hace presente. Nos podríamos quedar con ese párrafo y terminar el texto, pero vamos a tratar de sacarle un poco más de jugo a la película, pensándola en relación con otros casos que podrían presentar similitudes, haciendo algunas arbitrarias comparaciones. A saber… 1) Al igual que El planeta de los simios: (r) evolución, que era dirigida por Rupert Wyatt -quien sólo tenía como antecedentes un cortometraje, un mediometraje y un pequeño thriller titulado The escapist, que había pasado totalmente desapercibido-, 47 ronin no tiene un nombre relevante en la realización cinematográfica, a pesar de su altísimo presupuesto (175 millones de dólares): Carl Rinsch sólo había dirigido unos cortos y su currículum estaba basado principalmente en los campos del videoclip y los comerciales. Pero mientras Wyatt demostró un gran atrevimiento a la hora de configurar la narración y la puesta en forma de su película, interactuando perfectamente con los efectos especiales, demostrando un profundo conocimiento de las reglas genéricas y desarrollando con inteligencia y sutileza diversos tópicos de alto contenido político, redescubriendo (y actualizando) las conexiones entre lo humano y lo tecnológico; Rinsch se muestra demasiado tímido con la legendaria leyenda japonesa de los 47 ronin, el relato se le escapa enseguida de las manos y nunca le inculca energía a lo que está contando. Si la ambición era -como dice la voz en off- conocer la cultura japonesa a través de este cuento, esa experiencia queda totalmente trunca desde el vamos. 2) Hay películas que durante su misma producción van entrando en una espiral desquiciada a nivel creativo, de tiempos, de presupuesto. A veces, esas dantescas alteraciones por sobre lo planeado terminan siendo beneficiosas, dotan al proyecto de una libertad por sobre la media de Hollywood. Un caso reciente es El llanero solitario, donde los egos de Gore Verbinski y Johnny Depp -que gastaron plata a lo bestia casi por puro capricho- le agregaron al film un toque de personalidad propia, distintiva y productiva. En cambio, las idas y vueltas que tuvo 47 ronin en su montaje, la falta de mano firme del director y los miedos de Universal Pictures llevaron a que el film se estrenara como un producto impersonal, como un Frankenstein que nunca llegó a cobrar vida. 3) Hace una década, Hollywood intentó explorar la filosofía, la historia y la disciplina japonesa con El último samurái. Aquel film, con todas sus fallas narrativas y visuales, no dejaba de ser un interesante abordaje sobre los vínculos -sin resignar las diferencias- que se podían establecer entre las sociedades occidental y oriental, que a la vez exponía con gran melancolía el final de una época y una mirada sobre el mundo. Hasta en el uso equilibrado de los lenguajes japonés e inglés había toda una declaración de principios. Y esto se debía en buena medida a la capacidad de Tom Cruise de pensarse a sí mismo, su carácter de estrella y lo que podía aportar a un relato que coqueteaba con muchas variables del western. Por el contrario, Keanu Reeves es en 47 ronin un mero rehén de la trama y lo único que tiene para aportar es su cara de piedra, que en un punto no deja de ser apropiada para un personaje que soporta sin reaccionar toda clase de humillaciones de parte de los demás y por el que es imposible sentir cualquier clase de empatía. 4) Hace sólo unos días, pesqué medio de casualidad por TCM Rey de reyes, aquella épica bíblica de 1961 sobre la vida de Jesucristo, que contaba con unos cuantos nombres importantes: Nicholas Ray (realizador de obras maestras como Rebelde sin causa o Johnny Guitar) en la dirección, el gran Orson Welles aportando su voz en la narración y un reparto integrado por Rip Torn, Robert Ryan y Guy Rolfe, entre otros. Y sin embargo, desde el comienzo, a ese film se lo adivinaba pesado, insulso, dependiendo demasiado de la Gran Historia y sin adquirir nunca vuelo propio. Algo similar le sucede a 47 ronin, que en ningún momento de su metraje consigue apropiarse de su historia y ganar autonomía. Lo que queda es un film irrelevante, destinado prontamente a ser olvidado.
Films de samurais eran los de antes Probablemente no haya una saga clásica de samurais más filmada que la leyenda de los 47 Ronin. Algunas de las versiones más famosas estuvieron a cargo de directores prestigiosos del cine japonés, incluyendo a Kenji Mizoguchi Kon Ichikawa e Hiroshi Inagaki, en films que solían durar más de 3 horas y en algunos casos eran superproducciones con imágenes increíbles en colores y formato Scope. A veces incluían superastros del género samurai como Shintaro Katso, luego más famoso por películas de culto que siguen inspirando al cine occidental. La historia suele ser conocida también bajo el título "Chushingura". Pero a diferencia de clásicos de Kurosawa, de espíritu mucho más moderno, empezando por "Los Siete Samurais" y "Yojimbo" que generaron adaptaciones al western como"Siete hombres y un destino" de John Sturges y "Por un puñado de dólares" de Sergio Leone, la historia de los 47 samurais descastados (es decir, convertidos en "ronin") decididos a vengar a su maestro, quizá por ser uno de los relatos más tradicionales del folklore nipón, siempre fue un fenómeno más localista. Lo que no quiere decir que los fans del cine japonés en general y del género samurai en particular no reconozcan la importancia fundamental de la distintas reelaboraciones, considerando en especial la de Inagaki de 1962 como una de las versiones definitivas. Que por cierto, no incluía cacerías de monstruos gigantes ni dragones infernales, sino era más bien un film épico con una gran puesta de época, apuntes históricos y una habilidad sin igual para hace crecer la terrible tensión dramática del sacrificio de los 47 Ronin durante 3 horas. En esta híbrida versión hollywoodense escrita por Chris Morgan, guionista de "Rápido y furioso", estos samurais lucen más descastados que nunca. La película comienza con una escena impactante a toda superacción y efectos especiales describiendo el ataque de una especie de búfalo gigante Entendiendo que esta escena impone un carácter fantástico poco serio, justamente entonces la gracia hubiera estado en seguir con el delirio sin pretender darle ninguna seriedad de adaptación rigurosa del asunto. Lamentablemente, a lo largo de las dos horas de proyección, los chispazos de imaginación son escasos, y las escenas de diálogos estáticos e intrigas melodramáticas muy poco atractivas se suceden una tras otra. Hay acción samurai por supuesto, pero sin mucho que ofrecer ni en el plano de aporte moderno al género, ni tampoco como delirio que un Tarantino hubiera aprovechado mejor. Los actores japoneses hablan en inglés, pero con tantos nombres propios nipones en cada diálogo que todo luce ridículo. Y Keanu Reeves, que por sus características étnicas múltiples (nació en Medio Oriente, pero de familia hawaiana) podría ser un ronin convincente, salvo que nunca puede dejar de ser Keanu Reeves. A la película le falta garra, y sobre todo sangre, teniendo en cuenta que sólo en una escena hay una ceremonia de docenas de harakiris simultáneos. Por los menos la dirección de arte, los efectos especiales y el 3D, son de primer nivel. Y con un poco de suerte esta revisión occidental de una historia clásica genere la reedición en DVD de algunas de las versiones clásicas de los gloriosos 47 Ronin.
Uno de los puntos más subrayables de "47 Ronin" es la fotografía de la película... Sí sí, la fotografía, la historia no está mal pero no termina de cerrar como debería o quizá, deja de ser original para pasar a ser predecible. Keanu Reeves es Keanu Reeves una vez más, o sea, lo venimos viendo hacer lo mismo hace varias películas. El espectáculo samurái está bueno, pero en muchos momentos los efectos especiales, que no están del todo bien realizados, nos sacan de la realidad que estamos viendo. Una peli floja que dura casi 2 horas, y parecen más. Ya sabes, queda en vos ir a verla.
Un pueblo Samurái desterrado injustamente emprende su gran venganza. Esta es una historia japonesa que se desarrolló aproximadamente entre 1701 y 1703, es la leyenda más famosa del código de honor samurái: el Bushidō, se transformo en una leyenda, conocida como “El incidente de Ako”. Resultó tan interesante que fue representada en obras de teatro, otras películas y series para la televisión y animé además de haberse escrito varios libros. Esto se enseña en las escuelas (como cada país habla de sus próceres). La historia de los 47 Rōnin es uno de los episodios de la Historia Japonesa más populares y esta versión cinematografía Hollywoodense dice que aun se les rinde homenaje cada 14 de diciembre. La película va mostrando a cada uno de los personajes desde la niñez hasta adultez, donde incluye una historia de amor imposible entre Kai llamado “el mestizo” (Keanu Reeves) y la hija de Asano Mika (Kô Shibasaki, “Chakushin ari"), y un hombre de confianza, Ôishi (Hiroyuki Sanada, "Wolverine: Inmortal", "Rush Hour 3"), la mano derecha de Lord Asano. Llegan visitas Shogun Tsunayoshi (Cary-Hiroyuki Tagawa, “El planeta de los simios”), entre otros. Van sucediendo una serie de hechos extraños, pero algo terrible sucede en la noche, un hecho confuso en el que culpan a Lord Asano (Min Tanaka, "Tasogare Seibei") y este se ve obligado a realizar el seppuku, un suicidio ritual para mantener su honor, el de la familia y su tierra; tan fuerte es este hombre que en sus últimos momentos de vida le exige a su hija que no llore y que no la vean llorar y le pide a Oishi que cuide de ella. Una vez que Lord Asano muere, el Shogun decide unir en matrimonio a Mika con Lord Kira (Tadanobu Asano, “Thor”, “Mongol”) para firmar la paz, pero este se encarga de destruirlo todo, mete en un pozo a Oishi, Kai “el mestizo” quien es vendido como esclavo y se rompe el ejército samurái de Ako. Un año después este sale del encarcelamiento, buscando venganza y recuperar el honor de su pueblo, intenta reunirse con los suyos e impedir el casamiento de Mika. Así se reúnen los 47 samurái incluyendo a Kai este huérfano hijo de un marino inglés y una campesina japonesa, quien fue criado por unos sacerdotes bastante misteriosos y con poderes. La película pertenece al director debutante Carl Erik Rinsch (video The Gift hizo bajo la visión de Ridley y Tony Scott) y el guión sencillo de Chris Morgan (“Se busca”) y Hossein Amini ("Blancanieves y el cazador"). La historia es puro entretenimiento, con un ritmo vertiginoso, desde los primeros minutos hasta el final, luchando con monstruos gigantes, magia y brujería, batallas entre llamas, misterio, figuras mitológicas, un personaje que toma distintas formas (Rinko Kikuchi, "Titanes del Pacífico2, "Los estafadores), combates cuerpo a cuerpo, seres gigantes, luchas armadas con arco, flecha y espada, efectos visuales impresionantes que los potencian el 3D, grandes coreografías, y todo el resto es previsible. Las actuaciones son correctas: Keanu Reeves un actor a veces inexpresivo, acá está bien; Hiroyuki Sanada, Min Tanaka, Rinko Kikuchi, Kou Shibasaki (“Llamada perdida”), Tadanobu Asano y Jin Akanishi.
"Desmenuzando la epopeya" Uno se choca con la dura realidad varias veces durante el visionado de la opera prima de Carl Rinsch, realizador que saltó a la fama hace unos años gracias a un interesante y llamativo cortometraje llamado “The Gift”. En primer lugar hay que decir que el talento, la creatividad visual y las grandes escenas de acción acompañadas de un ritmo vertiginoso que popularizaron a Rinsch están presentes en grandes dosis en “47 Ronin”, película basada en la leyenda japonesa más importante de toda su historia ya que retrata de forma fría y perfecta la lealtad, el honor y la valentía de aquellos hombres que llevaban la embestidura de los samurais. Con un guión firmado por Chris Morgan (Las últimas tres entregas de “Rápido y Furioso”) y Hossein Amini (“Drive”), “47 Ronin” respeta las líneas generales de esta fabula japonesa, pero le agrega un toque de fantasía que, si bien en ningún momento desentona, tampoco es la clave ni el eje donde se sostiene el film. A nivel técnico, esta película ofrece un espectáculo más que interesante, con unos cuidados efectos especiales, una enorme fotografía de John Mathieson (“Gladiador”), un increíble trabajo de vestuarios a cargo de Penny Rose (“Piratas del Caribe”) y una hermosa puesta en escena que llevaron a cabo David Allday (“Charlie y la fábrica de chocolates”) y Elli Griff (“La caída del Halcon Negro” y ”Hellboy: El ejercito dorado”). Incluso la banda sonora compuesta por Ilan Eshkeri, quien entró por la puerta de atrás para remplazar al ganador del Oscar Atticus Ross, logra crear unos correctísimos momentos de clímax en donde la piel se te pone de gallina. Vale destacar también que el 3-D en esta película está bien implementado y por momentos acompaña algunas secuencias de forma más que interesante. Los grandes problemas de “47 Ronin” pasan por dos aspectos que ya se volvieron moneda frecuente en las últimas producciones hollywoodenses de los últimos años: Keanu Reeves y la edición de las películas que realizan los estudios para hacer productos que apuntan a una audiencia más amplia. Sobre Reeves poco más se puede decir, ya que sus últimos proyectos hablan por sí solos: Pareciera que cada vez tiene menos ganas de actuar o de involucrarse en películas que requieran algo más que su cara estática, sus poses de peleador nato y su repertorio de frases sacadas de un videojuego. En “47 Ronin” Reeves es el mayor responsable de no poder crear en ningún momento de la película el espíritu de la misma, convirtiendo así a este producto en un desarrollo de acciones que carecen de un conductor emotivo que realmente atrape al espectador de forma genuina. Que se entienda: Las dos horas de duración no se sienten demasiado y uno se mantiene atento a lo que pasa en el transcurso del film sin ningún inconveniente. El problema es que el relato carece de alma, espíritu y emoción, consolidándose así como una pobre epopeya histórica que encuentra su más cercano parentesco en la paupérrima “10.000 A.C” de Roland Emmerich (2008). Sobre el tema de la edición de “47 Ronin” realizada por Universal con intenciones de estrenar esta película con una calificación apta para mayores de 13 años, las evidencias son escabrosas: Desde personajes que aparecen tan solo 5 segundos y sin embargo tienen su poster individual que los vende como protagonistas del film (Rick Genest) hasta el insulto de no mostrar ni una gota de sangre ni siquiera en el ritual del Seppuku. Esto último me pareció tan patético, que solo es comparable a ver una película de fútbol en donde no se muestren los goles. Realmente increíble. No tendríamos que acostumbrarnos a ver debuts cinematográficos tan manoseados, ni buenos elencos arruinados por una sola pieza como en este caso. Lamentablemente ya estamos familiarizados con la idea de que, dentro del mundo del cine, en Japón durante la época medieval sus habitantes hablaban ingles tranquilamente y no respetaban algunas de sus tradiciones más importantes y emblemáticas con tal de llamar la atención de los más chicos.
Samuráis de la globalización 47 Ronin tiene a Keanu Reeves como protagonista, aunque las verdaderas estrellas son los actores japoneses del filme. La película retoma una historia mítica desde un punto de vista kitsch. Empecemos por los discretos y escasos aciertos de este producto sólo concebible en nuestro tiempo: la presunta inexpresividad y parsimonia de Keanu Reeves (es el personaje más circunspecto, incluso cuando le toca la escena más cursi y ridícula de la película). Si bien es él la figura conocida, las verdaderas estrellas son japonesas, como corresponde, pero hablan en inglés. El debutante director Carl Rinsch no es Clint Eastwood, aunque pudo contar con un seleccionado de estrellas del cine nipón: están los grandiosos Hiroyuki Sanada y Tadanobu Asano, o el bueno y el malo, en los parámetros interpretativos del filme. ¿Hay algo más? Los atuendos, el sonido de las katanas, la arquitectura imperial. La historia es casi mítica y tuvo lugar en el año 1701, en el vigente orden feudal del período Edo. 47 samuráis leales a su amo, convertidos en ronin por la injusta muerte de su líder, deciden vengarlo y hacer justicia en su nombre. Una vez logrado el objetivo, se entregaron al shogun, que les concedió el derecho de quitarse la vida con honor. El tema de fondo aludía a la corrupción reinante, y la persistencia en el tiempo de esta historia responde a que la actitud de desobediencia de los ronin fue siempre leída como una defensa de la lealtad y la justicia. Las connotaciones políticas y morales brillan por su ausencia en el filme de Rinsch. Todo se reduce a una trampa que orquesta Kira, un samurái muy ambicioso, contra el clan samurái de Asano. Ayudado por una bruja, capaz de volar, devenir dragón o lobo, logrará que Asano ofenda y deshonre al shogun, que lo condena a muerte. Además, se decreta que la hija de Asano, Mika, podrá hacer duelo por su padre durante un año y luego tendrá que contraer matrimonio con Kira. Y es aquí donde el filme introduce su lado fantástico y romántico: Mika está enamorada de un mestizo llamado Kai, que fue criado por unas entidades demoníacas del bosque y luego adoptado por Asano. Si 47 Ronin hubiera sido una aventura de animación acerca de unos héroes de una cultura milenaria, en la línea de Mulan, tal vez habría funcionado. Pero el kitsch metafísico y fantástico, los efectos especiales desprovistos de una idea de cine precisa y una banalización de la historia que lo inspira hunden al filme en la insignificancia absoluta. 47 Ronin es tan sólo un remedo de una película japonesa. Se puede ver el filme homónimo de Mizoguchi: no está Keanu Reeves, pero Japón vibra en sus fotogramas.
Gran parte del imaginario popular occidental sobre la cultura japonesa se ha constituido sobre la leyenda de los 47 Ronin y lo que ellos representan llevando casi al extremo valores como honor, lealtad, el respeto a los códigos, tradición. Según los saberes y leyendas, Ronin es un samurái que se ha quedado sin “amo”, estos 47 sujetos llevaron a cabo la acción de vengar al asesinado noble a sabiendas que la misma conlleva la pena de muerte. Toda esta introducción viene a cuento para poder creer, y luego afirmar, que en la factoría hollywoodense de cine no tienen la menor idea de esa cultura cuando lo prioritario es la taquilla. Punto aparte, no les funciona; a veces la justicia aparece. No es una razón tampoco el establecerse como de pensamiento rígido, pues todo hecho histórico, social, hasta literario, puede ser adaptado, modificado, realizar lecturas diferentes, siempre y cuando el producto terminado justifique esas acciones. Éste no es el caso. Esta leyenda incumbe al ideal épico japonés. Ha sido llevada al cine con anterioridad por directores de la talla Kenji Mizoguchi, al mismo tiempo que se puede vislumbrar en éste el origen de otros texto cinematográficos, tales como “Los siete Samuráis” (1954)), de Akira Kurosawa, o “13 Asesinos” (2010), de Takashi Miike. Uno podría decir que, y nobleza obliga, estéticamente es un filme bello, bien fotografiado, trabajado con colores brillantes, sobre todo en la primera mitad, dando al vestuario una importancia mayor a la necesaria si el texto del mismo fuese bueno. La historia esta ambientada en el siglo XVII, en el Japón feudal. Kai (Keanu Reeves) es un paria que se une al líder de los 47 guerreros sin amo, que tuvieron que convertirse en apartidas después de que su señor Oishi (Hiroyuki Sanada), fuera obligado a cometer sepukku, más comúnmente conocido en estas playas como haraquiiri (suicidio al estilo samurái). Todos lucharán para vengarse del traidor que mató a su señor, condenándolos al destierro. Para restaurar el honor a su tierra natal los guerreros inician una búsqueda desenfrenada para lograr ese objetivo, sin medir las consecuencias que en realidad conocían de antemano, La práctica de seguir al amo en la muerte por medio del haraquiri es conocida como oibara Si bien “47 Ronin: La leyenda del samurái” es poseedora de un buen diseño de sonido y buen montaje, falla pues a esta altura, y con semejante producción, porque aparecen como ridículos y mal diseñados los efectos especiales y los monstruos injertados. Este último punto, el de la valoración de los monstruos, puede tener influencia directa con la adaptación (para llamarlo de alguna manera), al trastocar una historia real, modificar de raíz el género, pasar de un drama encuadrado en un filme de samuráis al genero fantástico sin que nada de lo que proponga sea maravilloso por lo burdo de su realización. Todo esto no acarrarearía la gravedad que tiene sin la ayuda de otros elementos, a saber la construcción del texto, no en cuanto a estructura sino a la presentación de la historia y sus personajes. Todo está puesto por generación espontánea, está por que si, sin ninguna explicación ni justificación, y menos aun en su desarrollo. Entre los Ronin aparece el mestizo, una cosa parecida al personaje de la serie de TV de los ‘70 Kung Fu”, Wan Chan Kein, pero a la inversa y personificado por Keanu Reeves. Si querían que el producto fallara, nunca una mejor elección, ya estando en el rubro de las actuaciones, todo el elenco, a excepción del nombrado, son de origen oriental con buenas performances, creíbles, con mascaras, facetas, sentimientos, salvo el protagonista, libanés de nacimiento. Otra variable importante del análisis es que, curiosamente, en éste tipo de filmes las vedettes son las escenas de peleas, como ejemplo vea la increíble “El arte de la guerra”, de Won Kar Wai, todavía en la cartelera porteña, en el caso de “47 Ronin:…” las escenas de duelos muestran planos, contraplanos y encuadres por momentos muy sutiles, pero por desgracia son pocos, luego la idea, o la directiva, parece haber sido el uso del plano corto rápido en función de marear y confundir al espectador, perdiendo definitivamente todo porte épico que de origen le era inherente.
VideoComentario (ver link).
El valor de la palabra Una tradicional narración japonesa vuelve a la actualidad con el sello de un gran espectáculo. La historia de los ronin -samuráis descastados después de la muerte de su señor en el Japón feudal- llega ahora revestida con la fantasía y los efectos especiales de los que es capaz la industria. Pero se trata en realidad de una historia dura, donde el honor y el coraje son elementos centrales. El relato, que tuvo muchas versiones a través de los años, es protagonizado por Keanu Reeves. El actor le presta el cuerpo a Kai, un mestizo desclasado que vive como un paria sólo gracias a la benevolencia de su Señor y de la sensibilidad de su pequeña hija, quienes le salvaron la vida cuando era adolescente. La región dominada por el líder del lugar se prepara para recibir al shogún (la máxima autoridad del país), pero algo fracasa y los samuráis deciden recuperar el honor propio y el de su Señor cuando un rival quiere apoderarse de sus tierras. Para esa tarea el usurpador cuenta con la ayuda de una bruja capaz de transformarse en lo que desee, desde un zorro hasta un dragón. Y allí es cuando ese deslumbrante despliegue visual, a pesar de su eficacia, atenta contra una historia de carácter épico con personajes austeros, disciplinados y con alta estima por el deber, de esos que sienten como un privilegio cuando se les permite practicar seppuku (o harakiri, el suicidio ritual con una daga) para salvar su honor.
Leyendas, mitos y FX Entre las leyendas del oriente milenario, 47 Ronin es una de las famosas por haber sido adaptada varias veces al teatro y al cine. En concreto, los Ronin eran 47 samuráis que vengaban el suicido de su maestro, dirigiendo elaboradas vendettas hacia sus contrincantes. Esto ocurría en el siglo XVIII, como puede verse en la versión del maestro Kenji Mizoguchi, de 1941. La presente realización, yendo a lo obvio, mezcla un imaginario medieval de brujas con monstruos animados por computadora, y entrega el protagónico a Keanu Reeves como Kai, un mestizo anglo japonés que se erige en líder de la tropa. Si Mizoguchi viviera, armaría su propia elite para liquidar al director, Carl Rinsch; pero esto es Hollywood, siglo XXI, y el bombardeo de los sentidos en 3D está a la orden del día. Dicho esto, 47 Ronin es una película entretenida, con buenos efectos y un gran despliegue de Hiroyuki Sanada como el guerrero Oishi, Tadanobu Asano como el malvado Kira y Ko Shibasaki como Mika, la hija del maestro samurái que se disputan Kai y Kira. El papel de Reeves es más bien decorativo y resulta un paso atrás luego de su documental Side by Side, acerca de (vaya coincidencia) los pros y contras de la digitalización en el cine.
Si lee en inglés, recomendamos al curioso buscar en medios como ariety.com la historia de la producción de este film, uno de los mayores fracasos económicos de Hollywood en los últimos años. Claro que fracasar en la taquilla no significa nada: “El mago de Oz” y “¡Qué bello es vivir!” son ejemplos de debacle comercial. Pero en este caso lo que se lee es cómo los estudios buscan, desesperadamente, una nueva “franquicia”, un film que pueda dar origen a una serie, el mayor negocio de hoy. Tomando un mito histórico japonés (la de los 47 samuráis que perdieron a su shogun y deciden vengarlo), sin el menor contacto con la genial película de Kenji Mizoguchi de 1941, e insertando de un modo rarísimo a Keanu Reeves en un elenco básicamente japonés, nació este Frankenstein épico en 3D gigante, con peleas y filos y dragones y magia y violencia. Que, en el rubro “drama”, sigue la mecánica de un videojuego (y hasta uno imagina que pensaron “de este film venderemos un videojuego”). Dicho esto –una descripción lo más honesta posible del film–, es necesario aclarar que tiene, esparcidas en su metraje, algunas grandes secuencias, momentos de pura invención móvil, incluso cierto aliento épico que se vuelve creíble. El problema es que esos grandes momentos, ese gran film que pudo haber sido, navega a la deriva en el mar de la indecisión, del cine ordenado por inversores. Captura la imaginación solo espasmódicamente.
No por nada se considera a la cultura occidental como avasallante. Predominante en cuanto a masividad, siempre se las arregló para “adaptar” relatos provenientes de otras cultural, las orientales, a su modo y gusto. En el cine Hollywood porta esta bandera y podemos hablar desde las remakes de películas de terror asiáticas (la mayoría de ellas con parte de sus historias ocurriendo en su país de origen), hasta films de artes marciales (transportando a sus máximas estrellas y directores). Los films de Samurai siempre han sido un atractivo, los más reconocidos directores de Asia han utilizado esta temática para hablar de su cultura y sus valores. Hollywood también arremetió contra ellos, ya sea convirtiéndolos en westerns o colocando a uno de los suyos en tierras orientales. Este último es el caso de 47 Ronin, ópera prima de Carl Rinsch. Un mestizo llamado Kai (Keannu Reeves) intenta formar parte de una legión de Samuráis, pero es rechazado de plano. Sólo Asano el líder y Señor de la aldea en que habita (Min Tanaka), y su hija enamorada (Kô Shibasaki), parecen aceptarlo y lo toma como su mentor. Pero las cosas comienzan a complicarse, durante un torneo organizado por el Shogun (Cary-Hiroyuki “Shang Tsun” Tagawa), se harán presentes Kira (Tadanobu Asano) Lord de otra aldea y la pérfida bruja y secuaz Mizuki (Rinko Kikuchi). La bruja primero envenenará a un guerrero y Kai lo reemplazará ante la negativa de todos, luego envenena a Asano haciendo peligrar la unión del Imperio por lo que pagará con su vida. ¿Qué es lo que queda? Los Samuráis de Asano serán desmembrados (no literalmente) como grupo y Kai será expulsado por los mismos. Pero luego, cuando uno de ellos, Ôishi (Hiroyuki Sanada) quiera rearmar el grupo buscará al mestizo para juntos tomar venganza. La historia de los 47 Ronins (Samuráis desterrados) es una leyenda popular del Japón antiguo, pero lo que la película hace es quitarle todo tipo de visión referida a la verdadera cultura del país. Lo que en manos de maestros como Akira Kurosawa, Hiroshi Inagaki, o Kaneto Shindo eran complejas historias de honor, valentía y contemplación, queda reducido a un entramado muy simple enrarecido (el argumento no se entiende con claridad), plagado de efectos digitales, escenas de acción con virtuosismo de cámara lenta, y personajes lineales en donde el bueno es bueno y el malo malo, como en una serie de dibujos animados. Con frases grandilocuentes como “la historia de los 47 Ronin cuenta la historia de todo Japón”, y resoluciones simplistas al extremo; tampoco logra lucirse en lo estético con grandes escenarios y vestuario deslucidos con una pobre fotografía y un casi nulo uso del 3D. Keannu Reeves tiene carisma y es de esos actores inimputables, quizás verlo a él sacando su costado oriental y reconocer a algún actor de algún film clásico de Asia, sea uno de los pocos alicientes de 47 Ronin, un film que tenía las armas para ser mucho más de lo que es, y al cual su visión cosmopolita lo termina traicionando.
Me quedo con Tom Cruise... Otra peli más de esas que me encantaría que me gusten, pero finalmente terminan siendo una gran decepción. Me hace acordar bastante a "Furia de Titanes", una historia verdaderamente espectacular que daba para hacer un film excepcional y que terminó siendo una bazofia. Con "47 Ronin" pasa algo muy parecido. Una historia clásica, llena de magia y misterio, acción y fantasía, honor y tradición, que podría haber sido una película increíble... ¿En qué falló? En 1er lugar se nota que tuvieron problemas para cerrar el producto y hacer una buena edición. Al personaje de Rick Genest (el tipo de los posters lleno de tatuajes por todo su cuerpo) nos lo muestran aproximadamente unos 30 segundos... Esa es toda su participación en la película. Claramente hubo un recorte ahí que no sabemos a qué se debió. El soldado gigante de la armadura fue otro gol en contra. Pareciera que fuera a tener un poco más de protagonismo y termina siendo un personaje muy accesorio que no nos despierta el más mínimo interés. Otra cuestión que no convenció fue la labor de Rinko Kikuchi ("Pacific Rim") como la poderosa bruja del clan contrario al de los héroes. Si bien tiene un protagonismo bastante alto, nunca nos llega a convencer del todo con su rol y no nos da esa sensación de maldad que debería transmitirnos cada vez que aparece en pantalla. Le faltó un poco más de sopa villanesca. Lo mismo me pasó con Tadanobu Asano, el otro villano del film que no llegó a conectar en ningún momento conmigo. Visualmente es fabulosa, con efectos muy logrados y la puesta de un mundo mágico de artes marciales que recuerda a grandes películas de fantasía ochentosas y noventosas, pero como lo hemos dicho siempre, sólo con esto no alcanza, debe haber una historia bien contada, que nos atraiga, que nos interese, que nos mantenga hipnotizados en nuestras butacas. Acá esto no sucede. No entendemos porque Kai (Keanu Reeves) se comporta por momentos como un asesino endemoniado y en otros parece un corderito desamparado de la montaña. No sabemos de donde vienen los villanos y cuales son sus motivaciones, poco sabemos de los demonios que criaron al protagonista desde niño y para nada atrae el rol de Cary-Hiroyuki Tagawa como el Shogun Tsunayoshi, amo de todos los clanes. En conclusión, "47 Ronin" es otro film de alto presupuesto que se olvidó de prestarle atención a la trama, al corazón de la propuesta. El hiper fanático de la fantasía y los efectos visuales puede llegar a pasar un momento safable, pero el que busca un poco de profundidad y una historia interesante que realmente transporte a ese mundo místico de las artes marciales, va a la decepción asegurada. No recomendable.
47 Ronin y la destrucción de una leyenda No hay nada más molesto que los protagonistas de una película hablen inglés en un film que transcurre en un lugar en el que se habla otra lengua. Esta incongruencia es a veces perdonada a favor de grandes épicas como Doctor Zhivago o Gladiador –Russell Crowe y el latín no pegarían demasiado. Pero ya hay un problema serio cuando los integrantes de un elenco casi enteramente japonés luchan por mantener cierta credibilidad al recitar líneas de un guión en un idioma que no es el suyo, enfundados con trajes de samuráis, mientras Keanu Reeves habla con marcado acento americano. La ilusión se desvanece. Pero el debate "inglés versus japonés" en 47 Ronin es el más pequeño de los detalles. El film adapta para la pantalla grande una de las leyendas más famosas y míticas de Japón. Cuenta la historia de un grupo de 47 ronin –samuráis sin señor al que servir- que deciden vengarse por la muerte y el deshonor de su maestro. De esta manera, acompañados por un mestizo al que discriminaron y torturaron por muchos años (Keanu Reeves), planean una estrategia para lograr su cometido y volver a recobrar el honor perdido de la estirpe de su pueblo y el linaje de su amo. Además de agregar de la nada al personaje de Reeves a una historia verdadera del siglo XVIII-que queda más fuera de lugar que un pingüino en el desierto- en un intento de seducir a la taquilla, la película se toma otras libertades. El film de Carl Rinsch transcurre en un Japón en la época feudal, en tiempos de "magia y misterio", según autoproclama. Es así que los ronin luchan con criaturas míticas y hechiceras que pueden transformarse en zorros blancos. Pero estos elementos fantásticos -que le proporcionan al largometraje un toque de color y atractivo a la casi aburrida trama- resultan chocantes y no logran ensamblarse bien con la premisa básica. A un ritmo un tanto lento por momentos, y con un promedio de 20 minutos de diálogo en las dos horas que dura la película, 47 Ronin se cree más épica y profunda de lo que realmente es. Éste es el debut cinematográfico de Rinsch, protegido de Ridley Scott. Y se nota. Sin importar la cantidad de CGI y bestias fantásticas que meta no puede dejar de ocultar la falta de emoción y substancia, a pesar de tratar temas como la redención y el honor. Pero no está solo en este circo, y el crédito por esta película insulsa y olvidable es compartido con los guionistas Chris Morgan y Hossein Amini, cuyas pocas y superficiales palabras –algo que en realidad le viene bastante bien a Keanu Reeves- contribuyen a la caída en picada del film a medida que van pasando los minutos. Capítulos aparte, sin embargo, son las actuaciones de Rinko Kikuchi (Brothers Bloom y Babel) y Hiroyuki Sanada (Wolverine y Sunshine: Alerta solar), que le dieron a la película toda la fuerza y la épica que les fue posible, y lograron que no terminara siendo un fracaso total. Contrastan notablemente con Keanu Reeves, que supuestamente es el personaje principal pero cuya presencia emocional brilla por su ausencia. 47 Ronin es, entonces, el resultado de lo que pasaría si tomamos una de esas típicas películas de artes marciales que pasan los domingos en los canales de aire y la maquillamos con efectos visuales y mucho presupuesto. Lejos de ser un buen ejemplo del cine japonés, de ahora en más será sacrilegio siquiera mencionar a este film en la misma categoría de Los Siete Samuráis de Akira Kurosawa.