La película tiene un ritmo calmo, intimista, pero no denso, ideal para contar esta historia de amor tipo cuento de hadas, que juega todo el tiempo entre el límite de la fantasía y la verdad. Pero si sos de los que están acostumbrados a ver sólo películas románticas Hollywoodenses, es posible que...
El nuevo trabajo de Neil Jordan ("The Crying Game", "The End of the Affair") nos cuenta la historia de Syracuse, un pescador que rescata a una mujer en sus redes. Esta misteriosa mujer llamada Ondine está asustada y no recuerda cómo llegó hasta allí. Syracuse le ofrece alojamiento y descubre que le trae suerte. Es que cuando ella canta con esa voz angelical, atrae a los peces. Annie, la hija del pescador que sufre insuficiencia renal, está convencida que Ondine es una "selike", una criatura mitológica irlandesa similar a una sirena. Pronto ellos comienzan a enamorarse, pero todo se complicará con la aparición de un misterioso hombre en el pueblo. Inicialmente, el film se presenta como un drama romántico con un toque de fantasía, girando luego al género de suspenso cuando se comienza a descubrir quién es esta mujer. Además de un buen trabajo de dirección, sobresale la fotografía que resalta los paisajes irlandeses. Colin Farrell entrega otra interesante actuación como el pescador ex-alcohólico, demostrando en sus últimos trabajos ("Crazy Heart", "In Bruges") que estamos frente a un gran actor. La desconocida Alicja Bachleda, pareja de Farrell en la vida real, también se destaca gracias a la buena química que mantiene con el actor. En el rol de la hija está Alison Barry, otra de esas pequeñas actrices para tener en cuenta. Stephen Rea, un clásico colaborador de Neil Jordan, interpreta al cura confidente. "Ondine" tiene una buena combinación de cuento y thriller.
Un misterio llamado Ondine La nueva película de Neil Jordan (El juego de las lágrimas, Entrevista con el vampiro) fusiona fantasía y realidad para hacer un alegato sobre la necesidad de creer en cuentos de hadas. Lo fantástico suplanta la falta de esperanzas en el mundo cotidiano que vive el personaje que interpreta Colin Farrell. Irlanda. Un pequeño pueblo junto al mar. En él, se gana la vida como pescador Syracuse (Colin Farrell), al que todos llaman payaso por su pasado alcohólico. Pero un día como cualquier otro, en la soledad del mar, Syracuse recoge su medio mundo y encuentra una hermosa mujer, la Ondine del título original. La misma dice pertenecer a las selkies, una leyenda mitológica del mar. Ambos se enamoran y viven la fantasía hasta que la realidad se presenta violentamente. Amor sin límites (Ondine, 2010) puede compararse con El juego de las lágrimas (Crying game, 1992) si tenemos en cuenta su clave “mágica”: la mujer. La mujer es la que trae consigo un misterio, dueña de un secreto irrevelable que arrastrará hasta las últimas consecuencias. Pero Amor sin límites es por sobre todo, una fábula a pesar de sus toques melodramáticos. Así se concibe. Una fábula que juega con sus metáforas y simboligismos acerca de la existencia. De esta manera Ondine podría haber guardado su secreto hasta el final –en parte lo hace, nunca se revela porque a través del canto mejora la pesca de Syracuse- y el tono del film hubiera sido el mismo. La idea de creer en los cuentos de hadas para que la vida sea más amena se mantiene hasta el final. Sin embargo esta fusión de tonos y géneros, hacen que en algunos pasajes Amor sin límites camine por la cuerda floja aunque no llega a caer. Lo extraordinario del mundo fantástico no alcanza a desestabilizar el tono dramático así como lo excesivamente trágico no alcanza a desquebrajar la fábula. Neil Jordan quien también escribe el guión vuelve a sus fuentes. A su país natal, teniendo de protagonista a Colin Farrell también oriundo de Irlanda y a una historia acorde a sus pretensiones autorales, una fábula donde la mujer es la base de todos los misterios de la existencia humana.
Un cuento de hadas en el siglo XXI. En el mundo de hoy, siglo XXI; los cuentos de hadas… ¿existen? ¿Es posible que un hombre desesperanzado, sin futuro, atrapado en sus propias oscuridades se encuentre mágicamente con el amor de una mujer, y que eso lo cambie para siempre? ¿Es posible que un pescador en un mar sin peces se encuentre con su sirena? Muchos creen que definitivamente es posible. Otros creen que los tiempos de princesas, hadas, héroes… simplemente terminaron. Pero en algún lugar todavía existen personas como Syracuse, quienes se entregan a la fantasía como primera opción. Quizá por sostener las ilusiones de una (su) niña, ó porque hoy se vive en un mundo donde la esperanza es algo muy difícil de tener. Ondine, es una historia en la que, llegado el momento, todos deciden lidiar con la realidad, sin dejar de aferrarse a la fantasía. Una historia basada en relatos mitológicos Irlandeses, filmada en la increíble península de Beara donde Neil Jordan (Entrevista con un vampiro) logró una atmosfera casi de ensueño… Creo que Odine es una película para rescatar dentro de la gran bolsa de historias románticas sin sentido que se producen por año. Si tienen ganas de disfrutar un lindo domingo de cine en pareja… Odine es definitivamente la mejor opción estos días.
En la profundidad del mar “La verdad no es lo que sabes, es lo que crees”, es el lema de la nueva película del director Ganador del Oscar, Neil Jordan. El realizador de El Juego de las Lágrimas y Entrevista con el Vampiro, vuelve con lo que pretende ser un cuento de hadas moderno. El film narra los días de Syracuse (interpretado por Colin Farrell, Miami Vice), el pescador de un poblado cuya vida se transformada por una hermosa y misteriosa mujer (Alicja Bachleda) a quien rescata del mar. El papel de Farrell tiene varias aristas, es un ex alcohólico, su mujer sigue bebiendo, una hija con problemas motrices y se relaciona con su consejero fiel, un párroco del lugar. Annie (Alison Barry), la hija de Syracuse, cree que la misteriosa mujer es una criatura mágica que vino para traerles amor y tranquilidad a sus vidas, pero esto le sucede con suerte (mucha) al espectador, ya que la fantasía que genera resulta poco creíble. Esta película prometía ser una historia de amor, fe y esperanza. El objetivo se cumple a medias y entrega una historia con ciertos matices de ternura. Ondine (título original que significa "la mujer que viene del agua") tiene una cuidada fotografía, música envolvente y una cámara que sigue constantemente al protagonista. Sin lugar a dudas, las mejores actuaciones recaen en los personajes secundarios, como el cura y la hija. Un realizador notable que ahora trae entre manos un film destinado a sumergirse en las profundidades.
Neil Jordan logra unificar con este film elementos que ya había explorado en sus anteriores trabajos (Entrevista con el vampiro y El juego de las lágrimas). Por un lado, nos encontramos con un relato de amor imposible. Algo que se insinúa pero nunca se muestra hasta el final hace que los amantes no puedan estar completamente juntos. Por el otro lado, Jordan retoma los relatos fantásticos al centrar su película en una leyenda nórdica: las selkies. Annie, la hija discapacitada de Syracuse (Colin Farrell) está convencida de que la mujer que su padre sacó del agua inconsciente, Ondine (Alicja Bachleda), es una mujer-foca, según la mitología nórdica. Varios indicios como la falta de memoria, el hecho de que atrae con su canto a los peces, que se siente más cómoda en el agua que en la tierra, y que se esconde de los hombres del pueblo, hacen que como espectadores creamos en parte este relato fantástico que propone el director. Nos identificamos con la mirada de la niña y leemos estos signos como la posibilidad de algo mágico en un universo crudamente real (la niña con fallas renales, el padre es un pescador pobre y alcohólico, igual que su ex esposa) Jordan trabaja desde la ambigüedad, que es fundamental para los relatos míticos. Sin embargo, esta vaguedad no se mantendrá hasta al final, lo cual es una pena, porque allí radicaba la fuerza de esta historia de amor. Finalmente lo real hace añicos la fantasía: lo mágico no puede cohabitar donde el pensamiento racional trata de dar una explicación que cierre de manera perfecta. La propuesta inicial de que ambos mundos coexistan, queda anulada al oponer ‘bandos’: la explicación racional y más cruda es la que se dan los adultos, y la mítica queda como el punto de vista de la niña. Esta división tan binaria pulveriza la posibilidad de un final más abierto e incierto. En cuanto a los aciertos, el director irlandés sitúa el relato en su tierra natal, logrando un ritmo único, ya sea por la musicalidad de las palabras de los actores, ya sea por ese paisaje inhóspito y a la vez encantador, ya sea por la banda de sonido de Kjartan Sveinsson y el tema de la banda irlandesa Sigur Rós, “Takk”. Lejos de Hollywood, se toma su tiempo para presentar a los personajes, mostrando su parte más humana y también más bestial. En este sentido, el mito de una mujer-animal, es por un lado, una bella metáfora acerca de la dualidad humana y por el otro, una apuesta a la creencia de que cosas fantásticas pueden suceder en lugares y seres olvidados de la mano de Dios.
Ponyo a la Irlandesa “Bajo del mar, bajo del mar. Vives contenta, siendo sirena eres feliz. Sé que trabajan sin parar y bajo el sol para variar. Mientras nosotros siempre flotamos. Bajo el mar”. Los griegos decían que cuando navegaban, escuchaban canciones de mujeres, provenientes del mar, que tenían la mitad superior, cuerpo de humano, y la otra mitad, cola de pez. Las canciones hipnotizaban a los navegantes, y los griegos le echaban la culpa a las “sirenas” cada vez que chocaban sus barcos. Los irlandeses, en cambio creen en las selke o mujeres foca. Según el mito de Ondine, una mujer foca va a salir a la superficie y vivir durante siete años con un hombre común, si se enamora de él, perdiendo sus vestimentas hasta que su marido la venga a buscar y la regrese al mar. El ecléctico Neil Jordan, que siempre fue fiel a sus raíces irlandesas, tiene una extensa trayectoria mezclando fantasía, política y romance. Sus mejores trabajos suelen ser aquellos que no hace por encargo, que él mismo escribe, que puede conjugar y jugar con los géneros cinematográficos. Su cine tiene elementos transgresores, oníricos, discutibles, pero lo que es indudable, es que siempre fue un gran narrador. El IRA, la crítica hacia la iglesia católica, mezclado con los miedos de la niñez, la forma en la que la violencia genera mayor violencia, y apuntados aportes de humor negro distinguen su filmografía. Tras la relativamente polémica Valiente (que acá salió directamente en DVD) con Jodie Foster, Jordan regresa como pez al agua, a su Irlanda natal con una vieja fábula que rememora un poco los cuentos de Hans Christian Andersen, pero con una vuelta de tuerca. Así como en 1984 realizara, una macabra versión de Caperucita Roja con En Compañía de Lobos, ahora manifiesta su propia mirada del mito de La Sirenita. Syracusse (un Colin Farrell sólido, sin excesos. Volver a Irlanda también le hace bien a él, se nota) es un pescador solitario que un día tira la red al agua y saca una mujer hermosa. La misma no tiene nombre (se hace llamar Ondine, como el mito local). Syracusse le da un hogar a cambio de su compañía. Ondine le pide que la lleve a pescar, pero que la esconda de la visión del resto de la gente. Ella le trae suerte con la pesca y Syracusse se enamora de ella. Al mismo tiempo, aparece Annie, la hija. Annie se traslada en silla de ruedas mientras espera que le hagan un transplante. Entre Ondine y Annie nace una buena amistad, y Syracusse mejora su carácter gracias a la compañía de ambas. El problema surge, cuando un misterioso hombre viene a buscar a Ondine. Jordan construye una comedia romántica con algo de drama, pero que nunca se convierte en una telenovela. Todo lo contrario, se puede decir que es la obra más optimista de Jordan en mucho tiempo. Más interesado en el retrato de la comunidad pesquera y en la relación entre los personajes, profundizando en las ironías sobre el destino, el azar, la vida y la muerte, el realizador de El Juego de las Lágrimas y Entrevista con el Vampiro, crea una fábula en donde la realidad social se introduce de forma mágica. Seductora y elegante, acaso como Mona Lisa, Un Buen Ladrón, El Ocaso de un Romance o Desayuno en Plutón (una película subvalorada si las hay) Amor sin Límites no será la GRAN película de este gran realizador, pero al menos sostiene su estatus autoral. Humor, romance, nostalgia navegan alrededor del barco de Syracusse. Como ya dije, Farrell está cómodo en el rol, bien acompañado por la bella cantante mexicana Alicja Bachleda y por el actor fetiche de Jordan, el excelente intérprete Stephen Rea, a quien esta vez, le reserva un rol secundario que encara con la naturalidad que lo caracteriza. En los límites del absurdo y el realismo mágico, Jordan realiza este trabajo sin fisuras, que además cuenta con una hermosa banda sonora a cargo de Kjartan Sviensson (que también aporta con una canción en 127 Horas) y la maravillosa fotografía de Christopher Doyle, aprovechando al máximo la geografía irlandesa. A través del canto de su sirena, Neil Jordan lleva a un buen puerto Amor sin Límites, un cuento de hadas fiel a su estilo, que va a provocar el derrame de algunas lágrimas. Solo que esta vez no será un juego, y las sirenas no traerán sorpresas, de la mitad de la cintura para abajo.
En la actualidad, no son habituales las películas sobre cuentos de hadas. Esto es lo que parece ser Amor sin límites durante buena parte del film. Varios elementos contribuían a creerlo así: un hombre solitario y perdedor (Colin Farrel)), pescador en las costas de Irlanda, cuida a su hijita con serios problemas de salud, a quien deberán cambiarle un riñón. Una ex esposa alcohólica, y un pasado propio de alcohólico también, ahora recuperado para poder ayudar a su hija Annie. Ante estos personajes en conflicto se presenta una bella y misteriosa joven surgida del agua -en verdad, él la recoge con su red entre unos pocos peces- que habla con un acento extraño, y se rehúsa a dar explicaciones sobre su llegada o a ver a nadie del pueblo, y se hace llamar Ondine (Alicja Bachleda). Mujer del agua, nunca se aleja de ella, es una experta nadadora y parece atraer con su canto a peces y langostas a las redes de su salvador. Todo lleva a que la inteligente Annie vea a la misteriosa visitante como un ser mitológico, y que surja el amor entre esos seres que parecen rescatarse mutuamente. Sin embargo, Ondine muestra tener un costado carnal muy evidente. En suma, un film con un alto grado de romanticismo, que se ve con placer, y que trae una vez más el tópico del misterioso recién llegado que viene a alterar la vida de un grupo humano. Me reconcilié un poco con Colin Farrel, en esta actuación medida, entre duro y débil, del hombre que lucha por recuperar una dignidad que tal vez nunca había tenido. Neil Jordan (El juego de las lágrimas, Entrevista con el vampiro) suele ocuparse -en películas de distinto género- de la articulación o interacción entre realidad concreta y fantasía, entre apariencia y verdad. Su film puede disfrutarse cuando se desarrolla en ese interregno cuasi fantástico, mientras se mantiene la magia. La sugestiva fotografía de Christopher Doyle -bien conocido fotógrafo de las películas de Wong Kar-wai- filma esas costas, esos mares, con un sabio uso del gris, del verde y el azul, de las penumbras, de la permanente ausencia del sol, acentuando una atmósfera bellamente misteriosa. El problema sobreviene cuando Jordan decide no sostener más el misterio, y da un duro golpe de realismo anticlimático en un final torpe y apresurado, con lo cual el film cae de manera estrepitosa.
Horror sin Límites Érase una vez una joven muy muy linda que queda atrapada en las redes de un pescador muy muy sucio quien cree que la joven es una sirena o una foca; ambos se enamoran, entablan una relación, hasta que, un extraño y maléfico hombre comienza a perseguir a la damisela y ahí el pescador muy muy sucio descubre que la sirenita era en realidad una joven traficante de drogas rumana que escapaba de la ley. Igual la perdona, se casan y viven felices. Y colorín colorado, esta interesantísima historia se ha terminado. Con esta película me ocurrió lo que pocas veces me había ocurrido en mi vida: estuve a punto de levantarme e irme en la mitad. Pero, con el afán de disponer de más material para propinar una adecuada destrucción retórica, opté por torturar a mi cerebro el tiempo que fuese necesario y asistir a esa regurgitación cinematográfica hasta el final. Ondine es una especie de enmascaramiento de otra cosa. Es como una suerte de película para niños, con un guión paupérrimo -por ser extremadamente suave- y con un giro de tuerca final que resulta una tomada de pelo. Todo es un pretexto para mostrar dos cosas: a la chica/sirena/dealer en ropa interior, con actitud exasperantemente naif y aniñada, mientras seduce a Colin Farrel, y los paisajes de Irlanda. Muy linda fotografía, eso sí. El resto, puro humo. Es una historia torpe, tonta, aburrida, con actuaciones malas, pobretonas y carentes de cualquier tipo de emoción. Lo de Colin Farrell es tremendo. No es que este actor no haya tenido desaciertos garrafales en su filmografía (recordemos Alejandro Magno, El Nuevo Mundo, Daredevil), pero en esta película se va al pasto como nunca antes, derrapa por completo. Primero (y esto no es un tema que lo incumba directamente pero igual lo menciono acá), todos estamos de acuerdo con que los pescadores son sucios pero Colin en esta película te da un soberano asco, unas ganas de vomitar increíbles; parece que en su vida vio otro agua que no fuera el del mar en el que pesca. Así y todo, logra conquistar a esa princesita frágil, hermosa e impoluta. Segundo, estamos en Irlanda, en Cork, en un pueblo de pescadores; todo bien Colin pero, ¿es necesario tener un acento tan exageradamente forzado e incomprensible incluso para los propios irlandeses? Me resulta curioso que Neil Jordan, director de grandes películas como El Juego de las Lágrimas y Entrevista con el Vampiro, haya sido el responsable de semejante guión y de semejante película. No solo el guión es torpe y descuidado, con baches y situaciones traídas de los pelos y forzadas, las actuaciones no ayudan en absoluto a dar algo de coherencia y atractivo a esta historia. Como dijo mi colega Rodolfo arriba, el actor fetiche de este director es Stephen Rea y, en esta película, es el único que se luce un poquito, aportando cierta cuota de humor a la historia. De todas formas, me resulta triste que buenos actores formen parte de películas tan patéticas. Para mí, es como el principio de la pendiente cuesta abajo, el principio del final de una carrera digna. La hija de Colin Farrell, una nena que va a los chapasos de acá para allá por toda la isla en su silla de ruedas, es un ser precoz, con una percepción y una sensibilidad superior a la de los adultos (y sí, los adultos son una manga de incompetentes e incapaces), y para que no nos queden dudas de ello, nos refriegan de manera iterativa lo inteligente que es. ¿Por qué será que algunas películas nos tratan como idiotas mentales y repiten hasta el hartazgo cosas obvias y redundantes? Cuando se abusa de un recurso para mostrar algo se cae en el ridículo, en el extrañamiento, y eso ocurre con la actuación de esta nena, que termina por fastidiar y generar el efecto contrario al deseado. Y el hecho de que repitiera constantemente “curioser and curioser” (porque es muy viva y leyó “Alicia en el País de las Maravillas”) me puso muy nerviosa. Ondine, la chica que da nombre a la película, canta lindo (es una cantante polaca en la vida real), al estilo Enya, y así atrae a los peces, y tiene una belleza realmente increíble. Pero solo está ahí para eso, para que la observemos y nos deleitemos ante su belleza. A pesar de esta cualidad singular, no logra ni un ápice de química, piel o erotismo con Colin, que en esta película parece estar en piloto automático, totalmente inmutable, preocupado más por lograr el dialecto de Cork que por brindar una actuación mínimamente digna. Increíble viniendo del actor que encarnó una de las historias de amor más eróticas e intensas de la historia del cine en Miami Vice junto a Li Gong. Eso si, el lugar es hermoso y la fotografía se encarga de capturarlo, con largos planos generales del océano y de la geografía verde y campestre. En lo que hace a la historia, uno se queda con la sensación de haber visto una película que empieza como una especie de cuento de hadas, con un elemento sobrenatural, que de golpe y porrazo, sin verlo venir y de prepo, deviene en una especie de policial mediocre con un final feliz paupérrimo, romanticón y barato.
UN AMOR DE FANTASIA Esta nueva película de Neil Jordan introduce una historia dramática muy común dentro del género, acompañada con un relato que en todo momento toca tintes fantásticos, bien logrado, con una armonía y un estilo narrativo intimidante y tranquilo, que se destaca durante todo el transcurso de la narración. Lamentablemente, el sentimiento de paz y de imaginación desarrollado durante casi la totalidad del argumento, se ve frágil y olvidado al final. La historia tiene todos los condimentos justos para convertirse en el típico drama de cuentos de hadas. Por un lado, está Syracuse, un pescador sucio, que tiene una hija enferma y quiere encontrar lo más rápido posible a un donante que la pueda ayudar. Una tarde, descubre en sus redes, mientras trabajaba, a una bella y desprotegida mujer. Él le va a dar hogar, alimento y tranquilidad y, al darse cuenta que ella le trae suerte en su trabajo cada vez que canta una misteriosa canción, junto con su hija, van a comenzar a pensar que es una sirena que vino a ayudarlos. El relato comienza y se desarrolla con un ritmo muy lento, pero nunca agobiante ni desinteresado. Esta armonía con la que se decidió contar la historia funciona perfectamente para que el relato fantástico, que va acompañando el conflicto, pueda cobrar intensidad y se cree intriga alrededor de la figura femenina protagónica. Hay muchos diálogos, mucha paz visual, mostrada en base a los apaciguados movimientos de los barcos y la suave marea, junto con una elección de los tonos azules, que aportan frialdad, pero también confianza y comodidad. Es así como el relato, poco a poco, comienza a profundizar su lado maravilloso, o sea el plantar la duda sobre el origen de Ondine, la mujer, y lo hace muy bien. Las escenas en las que se puede apreciar a la pequeña niña investigando sobre la fantasía y luego hablando a solas con la muchacha, están muy bien logradas y le aportan una calma y una sensación de armonía digna de los cuentos de hadas. Ahora bien, la cinta tiene un solo planteo conflictivo, saber de dónde viene la muchacha, y la misma, aunque introduce situaciones paralelas, nunca profundiza ni se toma el tiempo para crear sentimientos ni emociones referidas a estas otras ocasiones. La enfermedad de la niña no aporta ni perjudica el relato, no hay una intensión por hacer de esto un golpe bajo, lo cual está muy bien, pero se deja una puerta abierta cuestionando si era necesario todo lo sucedido, ya que solo le aporta dramatismo a la caracterización del padre. A su vez, toda la fantasía creada alrededor de Ondine, muy bien lograda, se ve destruida cerca del final, ya que no se deja a la libre interpretación del público su origen, lo cual está correcto, pero destruye todo lo creado con anterioridad al no ser creíbles las diferentes reacciones de los personajes en los minutos finales. Las actuaciones son buenas. Colin Farrell está muy bien en su rol, en especial al brindarle esa incertidumbre y desconfianza, por momentos, que caracteriza a su personaje. Alicja Bachleda, Ondine, también está muy bien, sobretodo al en el trabajo que hace al plantarle la duda al espectador sobre su verdadera identidad y esa mimetización de los sentimientos en su rostro. Alison Barry, la niña, está muy correcta, el problema cae en su guión, que es poco creíble, ya que se le crea una madurez y un uso de las palabras que no van de la mano con la inocencia que siempre quiere connotar, ni con sus creencias fantásticas. "Ondine" es una cinta que está muy bien musicalizada, en especial en los momentos dramáticos, en los que se pueden escuchar tonos leves pero movilizantes; con actuaciones correctas; un uso de la cámara y una elección de los planos satisfactoria; con una fotografía muy bella y un uso de los colores fríos acorde al tinte de la narración. Una película que se desarrolla muy bien, pero que no le da permiso al espectador a seguir soñando y ser parte de ese mundo fantástico que aquí se introduce. UNA ESCENA A DESTACAR: escena inicial.
Fantasías irlandesas Curiosa fábula de Neil Jordan, con Colin Farrell. La carrera del irlandés Neil Jordan es curiosa. A lo largo de casi 30 años, en muchas de sus películas navegó por el terreno de las raras conexiones entre fantasía y realidad. Si bien es más conocido por títulos no fantásticos ( El juego de las lágrimas y El ocaso de un amor ), en filmes como En compañía de lobos, Entrevista con el vampiro y otros lo muestran jugando en esos límites, con mayor o menor éxito. En Amor sin límites se juega nuevamente en esa frontera, pero en un tono que tiende más a la fábula infantil, contando una historia folclórica acerca de un pescador en la fría costa irlandesa de Cork, que se ha separado, ve poco a su hija (que tiene un problema de salud) y tiene un pasado alcohólico del que quiere recuperarse. Un día, literalmente, pesca en el mar con su red a una mujer que casi no habla, dice llamarse Ondine y prefiere esconderse en la casa del pescador para que nadie la vea. Annie, su hija, la descubre y cree que es una selkie, una criatura mítica mutada en humana. El pescador, que no sabe bien qué pensar, se va enamorando de esta mujer mientras algunas situaciones sospechosas comienzan a acumularse. ¿Será tan fábula el asunto como Annie cree o la realidad de Ondine es mucho más dura y mundana? Como filme familiar, Amor... es tortuoso y cruento, entre la enfermedad de la niña, el alcoholismo del padre y las revelaciones brutales de la trama. Y como drama para adultos es bastante banal, más allá de la contenida actuación de Colin Farrell, la encantadora Alison Barry (Annie) y Alicja Bajleda, en el rol de la mujer misteriosa. El nivel de crueldad se acrecienta sobre el final, donde la salud y hasta la vida de Annie están en peligro. Hay emoción, también, pero se siente más forzada que ganada con recursos limpios. En suma, otro paso en falso para un director que hace ya más de una década no realiza un título memorable.
Balada para una selkie En la vasta mitología de pueblos como el escocés y el irlandés hay un lugar importante reservado para las selkies. ¿Qué son estas curiosas criaturas que han inflamado la imaginación de Neil Jordan como para concebir este bello filme con nombre de mujer en el título original (Ondine) y horriblemente traducido al español como Amor sin límites? Se trata de unas míticas ninfas acuáticas con torso y rostro de mujer y cuerpo de foca en lugar de piernas. Dice la leyenda que una selkie puede enamorarse de un hombre de tierra ya que al salir del agua se les desprende la piel de foca y lucen exactamente como cualquier fémina. El problema es que eventualmente sienten la necesidad de regresar a su elemento y no dudan en abandonar a su amante pese a los años de convivencia y amor juntos. En su decimosexto filme el autor, productor y director Neil Jordan explora una línea argumental no muy vista en su respetable filmografía. El realizador de En compañía de lobos y Mona Lisa se ha jugado por una idea temática cuyo eje rector está sostenido por una deliberada ambigüedad. Ondine (lograda caracterización de la polaca Alicja Bachleda) es atrapada moribunda por la red del pescador Syracuse (un Colin Farell más contenido que lo habitual) quien la salva dándole respiración boca a boca, la protege y le brinda un lugar donde esconderse ya que la muchacha muestra una conducta hacia la gente un tanto aversiva. La pequeña hija de Syracuse, Annie (Alison Barry) proclama que la dama en cuestión es una selkie que ha venido a cambiar la mala suerte crónica de su papá. Y en verdad que la Diosa Fortuna comienza a sonreírle a este pescador alcohólico cuyas redes se llenan de pescados y langostas cuando antes brillaban por su ausencia. La pregunta, no obstante, sigue estando allí: ¿es Ondine una ninfa cantarina o un ser humano común y corriente que oculta algún terrible secreto? Neil Jordan escribió un guión sin grandes alternativas dramáticas –lo cual no significa que no pasen cosas interesantes- poniéndole especial énfasis a la faceta intrigante de la historia. La relación amorosa entre Syracuse y Ondine está narrada sin exceso de sentimentalismo procurando siempre no caer en la melosidad. Lástima que por buscar ese delicado equilibrio, en el camino quizás se haya perdido algo de la clásica pasión romántica. El devenir emocional del personaje de él también presenta algunos reparos que hubiesen sido fácilmente subsanados durante el desarrollo de la trama. Aunque esto es claramente opinable, así como la resolución del misterio que puede llegar a decepcionar o entusiasmar de acuerdo a la sensibilidad de cada espectador. Más allá del discreto trabajo de Jordan como guionista si hay algo que debe rescatarse en esta película es su riquísima pátina estética en la que confluyen los notables talentos de Christopher Doyle (el director de fotografía australiano que detesta la Argentina de acuerdo a las anécdotas originadas durante el caótico rodaje de Happy Together), la escenógrafa Anna Rackard y el director de arte Mark Lowry, más el invalorable aporte del compositor islandés Kjartan Sveinsson cuyas melancólicas melodías de guitarra revisten a este moderno cuento de hadas de un inspiradísimo hálito poético. La hermosa península de Beara –localizable en la costa suroeste de Irlanda- ha sido embellecida aún más por un equipo técnico de desempeño extraordinario. Por su parte Jordan como director aprovecha con sapiencia los recursos de producción puestos a su disposición y entrega un producto filmado como los dioses que desde lo conceptual podría haber sido notoriamente mejor.
Anexo de crítica: El mayor atractivo de esta película del director Neil Jordan no lo constituye sin lugar a dudas la fábula que da pie a esta historia de amor, sino la belleza de los paisajes en los que transcurre la trama que va perdiendo esa ambigüedad necesaria de los primeros treinta minutos para irse afianzando en un terreno mucho más predecible y convencional. No obstante, Colin Farrell y Alicja Bachleda se las ingenian para producir en el espectador esa pequeña cuota de empatía que toda historia romántica necesita. Es destacable, en cuanto a los rubros técnicos, el aporte del director de fotografía Christopher Doyle con unas texturas de imagen que contrastan la claridad del escenario con el gris plomizo del cielo y la inspirada banda sonora de Kjartan Sveinsson...
De fantasía y realidad Syracuse (Colin Farrell) es un solitario pescador de las costas irlandesas. Padre a medio tiempo de una hija a la que adora, Annie (Alison Barry), tiene serios problemas con la bebida y se ha convertido en el hazmerreír de la pequeña comunidad a la que pertenece. Quizá por ese motivo vive aún en la casa aislada que perteneció a su madre; una mujer tan solitaria como él mismo. Un día, mientras recoge las redes, encuentra junto a la pesca habitual a una misteriosa mujer (Alicja Bachleda) que balbucea confundida, en estado de shock. Dice llamarse Ondine y se muestra esquiva, reacia a comentarle a Syracuse algún detalle de su vida pasada o actual. Desde ese momento lo acompaña en sus tareas diarias y vive en su casa, bajo condición de no ser vista. Pero un día es descubierta por la enfermiza Annie, que luego de una cuidadosa investigación de las tradiciones orales irlandesas concluye que Ondine es una selkie; una mujer-foca que, de acuerdo a la leyenda, puede vivir en compañía de humanos unos siete años antes de regresar al mar. Syracuse piensa que estas historias sólo existen en la imaginación de su hija, pero a medida que pasa el tiempo nota que Ondine influye de una manera muy particular en quienes la rodean, especialmente en él. Y la duda aflora. ¿Se trata efectivamente de una simple mujer sin pasado... o de una selkie? Usando una leyenda muy conocida de los mares del norte como punto de partida, Neil Jordan retoma sus temáticas habituales: las relaciones (familiares y de las otras) no convencionales, la soledad, los personajes marginales u outsiders que le son tan caros, y a los que consigue retratar con maestría... pero sobre todo, ese reverso que no siempre somos capaces de atisbar y que tienen todas las situaciones y personas que la vida puede ponernos por delante, casi accidentalmente. Es una pena que el remate de la historia no esté a la altura de la delicadeza con que Jordan supo manejar los primeros dos tercios de la cinta. Por previsible o porque algunos recursos han sido muy gastados, el tramo final transcurre sin sorpresas ni demasiados sobresaltos, con un cierre políticamente correcto. Claro que se trata de un filme de gran calidad y con un costumbrismo que sabe alejarse de los lugares comunes más molestos, por lo que "Amor sin límites" se puede recomendar con algunas salvedades.
Neil Jordan, ahora entre la realidad y la fantasía Syracuse es un solitario pescador irlandés que trata de sobrevivir echando redes en aguas turbulentas. Un buen día, entre peces y cangrejos, levanta a una joven y atractiva mujer en fuga, no se sabe de quién, que le pide refugio y en especial escondite a prueba de extraños. Con su misterio a cuestas, ella entona melodías, mientras él inventa un cuento, que en verdad se trata de una sirena y que con su presencia cambiará su suerte.Syracuse está divorciado de su esposa, no obstante sigue conviviendo con su pequeña hija Annie, que padece de insuficiencia renal. La niña hace propia la idea de que la mujer que se ha cruzado en sus vidas es realmente un personaje mitológico, pero que les devolverá la felicidad sólo por un tiempo, y deja crecer el relato de su padre. Nada es tan simple como parece y así el paisaje que los rodea se ilumina tanto como se oscurece, porque la verdad, de a poco, pone las cosas en su lugar. Neil Jordan, además de ser un prolífico escritor, es un director con un singular talento para los encuadres y para encontrarles el tono dramático justo a sus relatos bien diversos. Así lo demostró hace dos décadas con El juego de las lágrimas y con obras posteriores, como Entrevista con el vampiro y la no estrenada aquí El niño carnicero . Sin embargo, en las últimas obras que de él se conocieron aquí repite una misma debilidad: la falta de ajuste en la resolución de sus planteos. Si bien la historia de Ondine (título original que refiere a una leyenda germánica sobre la diosa del agua que los celtas incorporaron a su folklore como selkies, focas que toman formas humanas) tiene una fuerte y bien presentada carga poética y dramática, cuando comienza a ser reiterativa Jordan pega un volantazo tanto en historia como en ritmo, logrando que las piezas terminen encajando y la trama encuentre un desenlace realista, posible aunque demasiado convencional para lo que suponía lo visto en principio. No obstante el camino zigzagueante elegido por Jordan, hay varias cuestiones -técnicas y artísticas- que suman valiosos puntos a la propuesta. Por un lado, el mencionado trabajo de cámara, al que inevitablemente se suman el fotográfico del australiano Christopher Doyle; los hipnóticos temas musicales de Kjartan Sveinsson, y muy en especial los trabajos actorales tanto de Colin Farrell como la sensual Alicja Bachleda y la pequeña Alison Barry, así como el de Stephen Rea (fetiche de Jordan), esta vez un singular cura pueblerino.
Una sirena que no tiene mucha cola Un pescador irlandés tira su red al mar y recoge... una chica. Que apenas hable y menos sobre su pasado, que ni siquiera diga su nombre y tenga un acento extraño, hace pensar que la chica pasó por algún trauma, vaya a saber en qué tierras o mares. ¿O será acaso una sirena o la clase de ninfa acuática a la que la mitología celta llama “selkes”? Con un guión tirando a escuálido, escrito por él mismo, la película más reciente del alguna vez interesante Neil Jordan (¿o habrá sido un espejismo, generado tal vez por la repercusión de El juego de las lágrimas?) combina aire de realismo social, drama familiar, un “gancho” fantástico (o anzuelo, siendo el caso), amagos indecisos de love story y elementos de thriller, tanto como para darle al asunto aunque sea una tímida aceleración final. Amor sin límites queda sin embargo a media agua de todo ello, con perdón por la insistencia en símiles acuáticos o marinos. El realismo social está dado por el ambiente general del pueblito de pescadores donde vive el hombre al que llaman Syracuse (Colin Farrell), así como por su pasado alcohólico, que es también el presente de su ex. Allí entronca el costado drama familiar, agudizado por el hecho de que Annie, hija de ambos, padece de una insuficiencia renal, se desplaza en silla de ruedas y se dializa a diario. A dializarla la acompaña Syracuse, con lo cual se percibe que es un buen hombre (en ciertas películas, los dramas le suceden sólo a la gente buena). Es allí que Syracuse pesca a Ondine (ése es el nombre que le pone, a falta del real), su mala suerte para la pesca se vuelve buena y Annie, curiosa por la aparición de una potencial nueva candidata para papá, se pone a investigar sobre mitología marina en la biblioteca pública. En algún momento, Ondine se baña desnuda, cuestión de generar algún interés en el espectador macho (tal vez evocando las escenas de baño de la Coca Sarli, la polaca Alicja Bachleda hace buena cantidad de gestitos y morisquetas). Protagonista de El juego de las lágrimas e infaltable actor fetiche del realizador, Stephen Rea aporta una vez más su mejor expresión de can apaleado, esta vez en el papel del cura al que el torturado protagonista recurre como consuelo (ya se sabe que Irlanda es uno de los últimos rincones del mundo donde el catolicismo sigue firme). El australiano Christopher Doyle, célebre director de fotografía de Wong Kar–wai, cambia por un rato de aires y de tonos, trocando dorados crepusculares por brumas del Mar del Norte. El final es del estilo “de todo eso que sugerimos durante una hora y media, nada”. Nada es una buena palabra para referirse en su conjunto a Amor sin límites, Ondine en el original.
En la cultura celta y escandinava las ondinas son personajes mitológicos importantes que fueron protagonistas de cientos de relatos y fábulas. Estos seres eran ninfas acuáticas que poseían una extraordinaria belleza y poseían la virtud de ser inmortales. Su mayor peligro era terminar enamoradas de un mortal, ya que si tenían una relación con un humano y peor aún, terminaban embarazadas, las ninfas perdían la vida eterna. Otros personajes populares en Irlanda y Escocia, principalmente, que también brindaron centenares de relatos son las Selkies. Las Selkies eran focas que tenían la capacidad de convertirse en humanos. Debajo de la piel animal siempre aparecían mujeres hermosas. A diferencias de las ondinas no tenían prohibido entablar relaciones con los humanos, pero sólo podían hacerlo por un breve período de tiempo ya que su corazón pertenecía al océano, aunque se enamoraban y formaran familias entre los humanos. Existen centenares de relatos fantásticos también con este tipo de personajes. Para los interesados les recomiendo el libro Tradiciones Irlandesas, de la editorial Círculo Latino y The Irish Fairy Book, de Alfred Percival Graves que brindan excelentes recopilaciones de cuentos relacionado con estas leyendas Amor sin límites es una gran película romántica que no hace otra cosa que brindar un hermoso cuento de hadas para adultos. Después de trabajar con historias oscuras y violentas en el último tiempo como Valiente, ese gran director que es Neil Jordan (El juego de las lágrimas, Entrevista con el vampiro) regresó a la pantalla grande con una propuesta romántica que trabaja con mucha originalidad e ingenio las leyendas de las Selkies y las ondinas. La particularidad del relato es que la realidad se mezcla todo el tiempo con la fantasía y pese todos los momentos dramáticos que viven los personajes, lo divertido es que a larga cuando la película termina te das cuenta que la intención de Jordan fue claramente la de narrar un cuento de hadas. Colin Farell brinda otra interpretación excelente a las que nos tiene acostumbrados, en este caso, como un pesquero atormentado por su relación con el alcohol y los problemas de salud de su hija que encuentra una nueva esperanza al pescar literalmente del mar a una misteriosa mujer. Alicja Bachleda-Curus, la co-protagonista no podía haber sido mejor elección de Jordan para el personaje de Ondine, ya que tiene la belleza que se describía en las leyendas celtas. Esta pareja de actores, que en la vida real tuvieron un hijo, tienen una excelente química en escena que fue un elemento clave en esta producción. Jordan brindó una historia romántica magnífica que además se destaca por una tremenda fotografía de Christopher Doyle, clásico colaborador del cineasta Wong Kar Wai, y la música compuesta por Kjartan Sveinsson, tecladista de la banda Sigur Rós. Frente a los filmes insulsos románticos que brinda Hollywood últimamente, acá por lo menos tenemos una producción excelentemente realizada con actores talentosos que juega con esos maravillosos personajes de la cultura celta. En lo personal me encantó esta película y definitivamente la recomiendo.
Anexo de crítica: En su última realización el extraordinario Neil Jordan regresa a una estructura narrativa emparentada con los cuentos de hadas macabros símil En Compañía de Lobos (The Company of Wolves, 1984), El Niño Carnicero (The Butcher Boy, 1997) y Sueños de un Asesino (In Dreams, 1999). Las ninfas marinas, el alcoholismo y la soledad se entremezclan en un relato bellamente filmado en el que debemos destacar el desempeño del trío protagónico (Alicja Bachleda, Colin Farrell y Alison Barry) y la infaltable participación del gran Stephen Rea. Amor sin Límites (Ondine, 2009) es un melodrama tan honesto como sutil, conducido por una mano maestra que deja el corazón en cada fotograma...
Cuento de hadas con final de noticiero Las selkies son focas que, abandonando su traje animal, incorporan el aspecto humano y se introducen entre la gente. En realidad forman parte de una leyenda de origen germánico que los irlandeses han sabido incorporar en sus tradiciones y transmitir, imbricándola con su gran colonia pesquera. Y tanto escuchar “selkie” durante los casi 120 minutos que dura Amor sin límites, a uno se le viene a la memoria El secreto de Roan Inish, aquella placentera película de John Sayles que jugaba con estas mismas tradiciones, pero se animaba a todo lo que este film de Neil Jordan, tal vez preocupado por otras cuestiones, no se anima: a abrazar la leyenda, hacerla cuento y relato, y apostar directamente por su universo mágico. Amor sin límites durante buena parte de su metraje juega al misterio: Syracuse (Colin Farrell) es un pescador en un pueblito costero de Irlanda, el cual se encuentra fotografiado por Christopher Doyle como uno imagina deben verse estos pueblitos de los cuentos. Y un día de esos, una de sus redes levanta a una mujer, aturdida y confundida, alguien sin nombre apodada Ondine y que comienza a ser una suerte de amuleto para el hombre de mar: sus capturas comienzan a ser más suculentas, la relación con su hija enferma mejora notablemente, logra mantenerse de forma más firme alejado del alcohol. El conflicto está dado en saber qué o quién es Ondine: ¿una criatura marina, una selkie que busca dejar atrás su vida marina y quedarse en la superficie o una mujer que huye? Durante ese tramo, el film de Jordan se vale acertadamente de la ambigüedad: Ondine juega constantemente al misterio, más cuando la hija de Syracuse empieza a tratarla como si fuera una de esas focas que tomó forma humana. Evidentemente, su hosquedad y búsqueda de cero contacto con los demás, potencia el asunto. Lo que Amor sin límites expone claramente en esos pasajes es cómo las fábulas no son otra cosa que realidades travestidas de fantasía. Tienen un significado y son el reverso fantástico de otro acontecimiento, tal vez mucho cercano y palpable. Para Ondine, mantener esa tradición es una forma de modificar su presente. El problema de Amor sin límites es que no se contenta con suponerlo, sino que además sobre el final, en un giro realmente torpe y mal contado, abandona la ambigüedad y se vuelve el titular de un mal noticiero. A favor de Jordan, podemos decir que el film es una apuesta extraña en el marco del cine actual. El cuento de hadas, hoy y salvo excepciones (Slumdog millionaire, por ejemplo), parece reservado exclusivamente al mundo del cine animado destinado a los más chicos. Como si el cinismo del mundo adulto no pudiera contrarrestarse, son pocas las películas que se animan a instalar un universo fantástico licuado por el aspecto de la realidad. Que Amor sin límites carezca de situaciones ficticias y sostenga la duda durante más de una hora es para celebrar. Durante ese tramo, el film se sostiene fundamentalmente por la buena actuación de Colin Farrell, quien hace creíbles todos los vínculos que genera su personaje, desde el progresivo interés que va ganando por Ondine hasta el cuidado receloso que ejerce sobre su hija enferma. De hecho hay elementos peligrosos dando vueltas -la hija tiene que hacerse diálisis y está en silla de ruedas-, pero nunca el director los utiliza para impactar al espectador. El film adquiere acertadamente su estética de cuento de hadas, de suspensión de la credulidad y enrarecimiento de la realidad. Sin embargo Jordan, que tiene experiencia en el cine con elementos fantásticos que funcionan como reverso de la realidad, también ha tenido reiteradamente un placer por intrometer en sus películas elementos de la más cruda realidad. Tal vez por el choque que se genera aquí, donde el relato pasa sin solución de continuidad del clima suspendido de misterio al thriller con apuntes sociales, la resolución de Amor sin límites tira por la borda todo lo bueno y sensible que hasta entonces se había hecho. Entre las varias posibilidades con las que contaba el director, fundamentalmente la de metaforizar el pasado de Ondine, Jordan elige las peores. El desenlace es abrupto, está mal contado, es anticlimático con la sensibilidad que la película había exhibido hasta entonces. Inevitablemente, Amor sin límites se desbarranca porque cinematográficamente se anula y, por otra parte, porque termina descreyendo de la fantasía.
PURIFICACIONES Como en ocasiones anteriores, el director Neil Jordan vuelve en Amor sin límites a los límites de lo fantástico. Sin embargo, el film adolece de los mismos problemas que sus películas drámaticas como El juego de las lágrimas y El precio de la libertad. AMOR SIN LIMITES, de Neil Jordan PURIFICACIONES | por Maria Marta Sosa Como en ocasiones anteriores, el director Neil Jordan vuelve en Amor sin límites a los límites de lo fantástico. Sin embargo, el film adolece de los mismos problemas que sus películas drámaticas como El juego de las lágrimas y El precio de la libertad. El mar es mar porque va y viene como los dos personajes principales de Amor sin límites, van y vienen entre sus dos nombres Ondine-Joanna (Alicja Bachleda) Syracuse-Circus (Colin Farrell). Cada nombre representa una vida que los priva del bien (la otra vida-nombre). Syracuse es el pescador sobrio, el padre que acompaña a su hija en su enfermedad y confiesa sus pecados sin desear absolución –punto sobre que el que volveremos–; Circus era el pescador borracho, el padre irresponsable. Ondine es la mujer etérea que aparece en la red del pescador; Joanna es la esposa de un hombre violento que la somete en varios aspectos. Ambos manifestarán esta tensión a lo largo de la película. Syracuse-Circus es quien lo hace primero ante su confesor. Esta instancia es peculiar, como se dijo antes, porque el sacramento no se concreta ninguna de las veces en que el protagonista acude a él. Luego nos enteraremos por el sacerdote que es Syracuse-Circus quien deliberadamente no quiere reconciliarse y se retira antes de la conversión. Este rechazo al bien debido es aquella privación que representa su nombre Circus. Por más que ahora haga llamarse Syracuse, no ha aceptado plenamente ese nombre, esa vida cerca de su hija, alejada del alcohol. De Ondine no sabremos, al principio, más que lo que Annie, la hija de Syracuse-Circus, le adjudica. La niña investiga en la literatura irlandesa y le adjudica a la mujer nadadora los atributos de una mitológica mujer-foca del mar, que al relacionarse con un hombre “terrestre” deja su piel animal para vivir como humana. Ondine se aprovecha de esta situación para intentar tapar su otro nombre, Joanna, esa vida que se percibe fue oscura. Por eso Ondine intenta construir una familia junto a Annie y Syracuse-Circus, mas la morada es de arena y el mar puede arrasarla en cualquier momento. Hay cuestiones que no son tan positivas en la película, pero que tampoco lo eran en El juego de las lágrimas o en El precio de la libertad, como los leimotivs poco delicados o, dicho de otro modo, que intensifican demasiado las acciones de los personajes; o en el caso de los personajes secundarios tratados con una mirada demasiado simplista. Este (des)trato para con la ex esposa de Syracuse-Circus y su pareja suponemos es motivado porque ambos son alcohólicos y aunque viven (o tienen como rehén) a Annie procuran para con ella un ambiente hostil. El único que parece tener un atisbo de cambio es el padrastro de Annie, en la escena donde arregla su silla de ruedas cuando sus amigos se la mojan. El problema es que es un hecho aislado y este personaje tendrá posteriormente una importancia vital para la enfermedad que padece Annie y su cura. Por eso hablamos de un trato poco profundo de esos personajes secundarios (pero no por ello desestimables), porque no se les da tiempo, no se los describe ni se los prepara para su devenir en la historia. La dualidad de los protagonistas es el aspecto más elaborado del viejo conocido Neil Jordan. Esa comprensión del mal, que es la ausencia de un bien debido, puesta en palabras y hechos de los protagonistas habla bien de nuestro director. La elección de un mito para explicar la existencia de Ondine también dialoga con esa dualidad, ya que los mitos explicaban una realidad verdadera que había sucedido en otro tiempo. Que Syracuse-Circus y Annie recurran a un mito para explicar la realidad que están viviendo los aproxima a esa reconciliación que viene postergada.
Jordan no encuentra el tono de la película y el relato se limitada a la historia de amor fantástico, sin demasiado amor ni demasiada fantasía. Syracuse (Farrell) es un pescador hosco, que por algún motivo prefiere evitar el contacto con el resto de las personas. Su vida está marcada por un pasado complicado por el alcoholismo y una separación no exenta de violencia, y un presente económicamente difícil, lo que se suma a la enfermedad de su hija, a quien urge un trasplante hepático mientras se la somete regularmente a diálisis. En una de sus cotidianas salidas de pesca, en la red habitualmente vacía, aparece Ondine (Bachleda), una mujer bella, misteriosa, inexplicable. Ella no quiere ser vista, ni merece ser abandonada. Es por ello que Syracuse la llevará a vivir a la casa abandonada de su madre, ya fallecida. Desde ese día, las cosas cambiarán. Para Annie, la frágil hija del pescador, la recién llegada es una sirena. Ciertas leyendas irlandesas, como Neil Jordan, el realizador de la película, refieren a las selkies como sirenas inmortales que son capaces de adoptar formas humanas, dejando escondido su ropaje original. La joven Annie decide que Ondine es una selkie que se ha enamorado de su padre y que vivirá con ellos para siempre, aun a costa de renunciar a su verdadera identidad y convertirse en mortal. La dura vida real comienza a iluminarse de fantasía. Y eso es la película: una fantasía amorosa, un cuento de hadas cruzado por la enfermedad de la niña, el alcoholismo, la difícil situación social de cierto sector de la población de Irlanda y la violencia asociada al tráfico de personas. Combinación que Jordan ya había abordado. A diferencia de lo que ha hecho en algunas de sus mejores películas (En compañía de lobos, Mona Lisa, El juego de las lágrimas), en este caso evita cargar de oscuridad el relato, no atravesar la historia bonita con los dolores de la realidad, con la oscuridad de los pasados que necesariamente desmiente ese relato idílico. Y acá está el problema principal de Amor sin límites. La deriva de la trama impone un final que empeora, por su rictus de realismo declarativo, la interesante dialéctica entre la historia fabulosa urdida por la niña sin esperanza, y la historia real de personas reales, que se enamoran a pesar de saber que todo es más complicado de lo que parece. Jordan parece no encontrar el tono de la película en ningún momento, ya que no causa inquietud ni zozobra en el espectador, limitada a la historia de amor fantástico, sin demasiado amor ni demasiada fantasía. Una obra definitivamente olvidable en un director que, por su historia, aun cuenta con crédito suficiente.
Las sirenas sólo existen en cuentos En los mares que bañan la costa de Irlanda, un pescador solitario levanta su red y además de una magra carga de peces, sobre la cubierta del barco, descarga a una hermosa mujer. La primera escena ubica rápidamente al relato en la fuerte tradición celta sobre cuentos de hadas, en lo fantástico, un género en el que el director Neil Jordan (El juego de las lágrimas, Entrevista con el vampiro) incursionó en varias oportunidades. Entonces, siempre en un tono melancólico y romántico bajo el cielo permanentemente gris, la película va desgranando la historia que gira en torno a Syracuse (Colin Farrell) un pescador sin suerte, ex alcohólico empujado por la necesidad de cuidar a Annie (Alison Barry), su hija, que necesita un transplante de riñón. El mundo de Syracuse se completa con su ex esposa que va derecho al precipicio por la bebida y muy poco más. Ondine (Alicja Bachleda, esposa en la vida real de Farrel) irrumpe en la vida del protagonista y la tristeza infinita que arrastra empieza a ceder ante la aparición de la mujer, que principalmente para su hija y poco a poco para él mismo, es una sirena cargada de buenas noticias –más peces, la posibilidad de una cura-, aun cuando en torno a Ondine se presiente una tragedia que poco tiene que ver con lo mágico. Los cielos cargados, el misterio que rodea a la chica, el mar como un protagonista más, el amor de pocas palabras, van conformando una historia interesante, que se sostiene balanceando numerosos enigmas. Sin embargo, el clima, los silencios, el buen trabajo de Farrell y Bachleda, es decir, todo lo construido meticulosamente durante buena parte del film, se pierden abruptamente en los últimos minutos, con la irrupción de una serie de respuestas a todos los interrogantes, como si de repente, el director hubiera perdido toda la fe en la capacidad de los espectadores de completar los misterios que rodean al relato. <
Escenas frente al mar. A los productos de Neil Jordan los distinguió siempre una moderada destreza fotográfica y un despliegue insincero de golpes de timón cuyo fin es disimular el absoluto vacío que los afecta. Como saben todos, aquella película suya que produjo tanto revuelo inútil, El juego de las lágrimas, venía con sorpresa, pero parte del efecto podía sospecharse sin mucha perspicacia más o menos con una hora de antelación. Se trataba una película gélida e inocua, que ocultaba su intrascendencia bajo un ropaje de noir político que al final se diluía en pos del módico escándalo que terminaba constituyéndose en su verdadera razón de ser. En su otro indudable hit, Entrevista con el vampiro, el director apelaba sin convicción a una dramaturgia inspirada en el gótico sureño, pero su historia de vampirismo exhibía una sensualidad impostada que languidecía entre lugares comunes y planos pasteurizados de sus divos protagonistas. Dividido entre su Irlanda natal y los Estados Unidos, el hombre resulta más un profesional de la industria del cine que un creador de ninguna clase. Decir “Una de Neil Jordan” es no decir absolutamente nada, y su filmografía marcha dando barquinazos como en una tómbola a ver si alguna película le sale con más o menos suerte que otra. En Amor sin límites las cosas no mejoran demasiado. La película gira alrededor de una criatura marina de índole mítica que los lugareños denominan selkie. El folklore irlandés, como el de cualquier parte, se encarga aquí de ejercer una apelación sentimental con la que lo típico encuentra su justificación universal y lo banal se hace pasar por irreemplazable. De paso, se lo declara patrimonio exclusivo de la clase obrera y así se la puede hacer sufrir como loca para redimirla, falsamente, otorgándole el dudoso beneficio de lo maravilloso. La vibración genuinamente material que engalana unos pocos planos de Amor sin límites se ve rápidamente impugnada por la ternura esencialista propia de la fábula que en realidad le da vida. Los personajes andan cabizbajos y tristes, sojuzgados por el guión y sometidos a una teleología que la película se impone a fin de resaltar el carácter excelso de un amor que se escribe con mayúsculas. La selkie tiene la fisonomía de una mujer hermosa que se confunde con la paisajística de la zona costera donde se desarrolla la película. Que después de todo la criatura no sea lo que parecía sino otra cosa describe el sistema imperante en parte del cine industrial actual, que entrega sin el menor convencimiento varias cosas a la vez con el mismo envoltorio. El misterio raquítico que campea a lo largo de la película y la torpeza de su resolución son una necesidad en el programa conservador de Amor sin límites, que renuncia a toda ambigüedad cinematográfica mientras se consagra a la cursilería propia de una moraleja para adultos.
Una fábula que desnuda su fragilidad Las tradiciones son ricas en leyendas y, entre éstas, hay algunas que todavía circulan en el norte de Irlanda, donde aún se habla de las ondinas, seres que pertenecen al mar pero que pueden establecer relaciones con los humanos. Apoyado en esta creencia popular, el director de "Amor sin límites" entrecruza las vidas de un pescador joven y separado, que convive con su pequeña hija enferma, y la de una mujer que queda atrapada en las redes de un barco pesquero. Basado en ese punto de partida, Neil Jordan presenta una historia que mezcla esperanzas con realidades y que se va macerando lentamente en un romance que une a la pareja que terminan formando el pescador y la joven rescatada. La pequeña hija del marino es quien alimenta el ancestral mito de la ondina, quizá porque sea quien más sufre la desesperanza a la que la lleva una cruel enfermedad y sueña con algún poder sobrehumano que consiga poner las cosas en su lugar. Con correctas actuaciones de Colin Farrel y Stephen Rea, y la sugerente presencia de Alicja Bachleda, la película se mantiene a flote. Más allá de que lo mágico rápidamente se revela como apariencia vacía y la realidad –como siempre sucede- resulta mucho más pedestre, la excelente fotografía del filme, los escenarios y la música con que cuenta la obra, justifican sentarse en una butaca durante los 103 minutos que dura la proyección.
Un cuento de hadas a media tinta La presencia de Neil Jordan detrás de las cámaras y de Stephen Rea en el elenco hace pensar en un producto de excelente nivel, como "El juego de las lágrimas" (1992) o "El ocaso de un amor" (1999). No es el caso, a pesar de que en los primeros tramos del relato la historia promete mucho. Jordan pinta con su reconocida capacidad el ambiente de la aldea de pescadores de la costa irlandesa en la que se desarrolla la trama, y describe ajustadamente la relación entre el pescador que encarna Colin Farrell, su ex esposa alcohólica y su pequeña hija, afectada por una grave enfermedad renal y a la espera de un trasplante. Integra promisoriamente a este ambiente a una extraña muchacha que el pescador encuentra semiahogada entre sus redes durante una jornada de pesca. El misterio se ahonda cuando la niñita comienza a convencerse de que la recién llegada es una suerte de sirena que está pasando por una experiencia singular fuera de las aguas marinas que conforman su habitat. Jordan parece querer contar un cuento de hadas en tiempos actuales; se apoya en el halo fantástico que impregna los paisajes irlandeses, tierra de duendes y de seres fabulosos. En ese tramo del filme, el director logra los mejores momentos; Farrell entrega una actuación sobria y convincente, y la actriz de origen polaco Alicja Bachleda encuentra el tono justo entre el misterio, la frescura y la oscuridad para encarnar a la enigmática Ondine. Alison Barry le saca el jugo al personaje de la hija de Farrell y Stephen Rea luce eficaz como siempre en la piel del comprensivo cura del pueblo. El problema fundamental está en el remate; da la sensación de que el director vacila porque le imprime un viraje inesperado al tono del filme que, de esta manera, se aparta de los climas atractivos planteados en el comienzo y en buena parte del desarrollo de la trama; la historia cierra entonces con un "colorín colorado" que suena cuanto menos incongruente con el resto de la narración.
Syracuse es un pescador irlandés que atrapa con sus redes a Ondine, una misteriosa criatura mitológica con cuerpo de mujer que va a cambiar su vida y la de quienes lo rodean. Syracuse, un Colin Farrell más cómodo que de costumbre, pesca con su red a una misteriosa mujer que se hace llamar Ondine (Alicja Bachleda), y relata este acontecimiento en forma de cuento de hadas a su hija Annie (Alison Barry). Sumando las numerosas referencias a otros relatos como Alicia en el país de las maravillas o Blancanieves, Amor sin límites funciona así como un cuento dentro de un cuento. Padre e hija llegan a la conclusión de que la joven es una mitológica criatura del mar, una selkie. La leyenda cuenta que hay focas que pueden abandonar su piel animal y convertirse en humanos por un corto período de tiempo, a menos que encuentren el amor de un hombre de tierra, lo cual les permitiría permanecer fuera del agua durante siete años. El pescador irlandés por primera vez se encuentra afortunado en el trabajo y el amor, su enamoramiento de la joven se profundiza a la vez que los cantos de esta permiten que atrape con sus redes incontables cantidades de peces y langostas. Es en el cruce entre la realidad y la fantasía donde la historia se desarrolla hasta el final, en el que una de las facetas es abandonada y Neil Jordan decide borrar con el codo lo escrito con la mano. Si hay un aspecto en el que Ondine se “destaca” es la gran cantidad de golpes bajos a los que se recurre durante el transcurso de la historia, básicamente enfocados en Annie, la hija que sufre de fallas renales y se ve obligada a movilizarse en silla de ruedas. Si lo que se busca es empatía, esta surge desde el primer contacto, después de todo se trata de un personaje carismático y dulce, demasiado joven para sufrir así. Entonces que un grupo de chicos le tire la silla al agua, que se la haga reflexionar durante las sesiones de diálisis, que le pida a la selkie que por favor la cure, parecen un abuso, pero que la madre borracha de vueltas con la silla alrededor de un bar, ya es tortura. La película plantea el valor de las segundas oportunidades y de lo que se cree por encima de lo que se ve, no obstante a pesar de las buenas intenciones se ve afectada por una serie de elementos que le juegan en contra. En primera instancia el mito de estas criaturas marinas es flexible, parece irse acomodando según las necesidades de la trama. En segundo lugar el director parece no saber qué faceta del relato privilegiar, si la historia fantástica o la realidad de enfermedades, adicciones y muerte en la que esta se inserta. Hacia el final Neil Jordan decide por un realismo crudo que no hace más que ocultar un inocente optimismo, introduciendo una explicación vinculada al mundo de las drogas a la que se le da una rápida resolución, bastante simplista como para ser tomada en serio. Si bien los personajes cuentan con un grado de realismo y complejidad mayores, la estructura corresponde a la de un cuento típico, con el padre bueno redimido, el padrastro malo y un hada que trae sanación. Todo su planteo tiende a reforzar la fantasía en cuanta oportunidad tiene, la pesca abundante, la mujer emergiendo del agua, el hombre de negro que busca a Ondine comiendo sardinas (para entender la referencia, son peces menores), pero cuando el director decide dejar todo eso atrás en busca de un nuevo rumbo, la historia se ve perjudicada porque no se puede liberar totalmente del componente fantástico. De esa forma concluye Ondine, dejando la sensación de que se debería haber continuado en las vías de la fantasía pura para hacer un film más digno, en vez de optar por una conclusión fantasiosa disfrazada de realista.
Cuento de hadas a la irlandesa Neil Jordan es un cineasta de prestigio cuya línea de trabajo es abordar los límites entre la fantasía, lo silencioso pero presente en cada sujeto, y la terrible realidad en que éste está inmerso. Si recordamos "The Crying Game" o "Interview with the vampire", distintas como son, vemos claro que Jordan coquetea con lo oculto y en general, siempre sale bien parado de esas construcciones. En esta oportunidad, este director irlandés vuelve a su tierra para filmar un cuento de hadas romántico, un relato sobre la fantasía y su contraste con la más dura realidad. Una historia sobre perdedores que se vuelven ganadores y cómo eso altera el equilibrio del medio en el que se mueven, mostrando lo peor del corazón humano. "Ondine" es un relato ambientado en la costa de un pequeño pueblo pesquero en Irlanda. Allí conoceremos a Syracuse (Colin Farrell), quien es un trabajador independiente, separado y con problemas financieros. Ha sido alcoholico años anteriores y de ahí el apodo que tiene en el pueblo: "Circus". En aquel remoto lugar, Syracuse sale con su barcaza a pescar, aunque tampoco eso es su fuerte: tiene muchas deudas y apenas puede darle algo de dinero a su ex esposa para mantener a su hija, la encantadora Annie (Alison Barry). Ella está enferma, tiene una disfunción en uno de sus riñones y recorre su pueblo (para hacer los trayectos desde y hacia su escuela) en una silla de ruedas. Annie es absolutamente luminosa: es muy inteligente, dulce y es capaz de entender rápidamente las situaciones nuevas. Un día, su padre saldrá a navegar y encontrará una... sirena. Bueno, en realidad, al subir su red de pesca encontrará enrededada a una bella mujer. Ella se llama Ondine (Alicja Bachelda, habla poco (y tiene un lenguaje particular que usa en ciertos momentos) y no quiere ser vista ni relacionarse con la gente. Canta, con una voz única y cada vez que lo hace, la red de Syracuse se llena de peces. De todo tipo de peces, lo cual es muy complicado de explicar a las autoridades que controlan la pesca de la zona. Pero lo central es que Ondine es una mujer, en apariencia, sin pasado. Syracuse, carente de todo en la vida, se enamorará perdidamente de ella pero con el correr de los días, la noticia de su llegada a ese pequeño pueblo (donde todos se conocen), traerá complicaciones a la relación y el conflicto se instalará en el seno de esa comunidad. Superficialmente, "Ondine" puede ser vendida como una historia de amor, "sin límites". Prefiero pensar que es más que ello. Primero, porque hay un gran trabajo desde lo visual que enmarca la acción con prolija e intensa emoción (la fotografía estuvo a cargo de un Christopher Doyle, quien hizo 8 películas con Kar Wai Kong), las colinas costeras de Irlanda fotografiadas con una paleta apagada y melancólica son el marco perfecto para este tipo de historias. Segundo, porque el cast ha sido exacto: cada papel está perfectamente dibujado e incluso los secundarios que tienen poca participación, hacen lo suyo a la perfección (Maura y el sacerdote -jugado por un actor fetiche del director, Stephen Rea). Hay mucho trabajo en lo que aparentemente parece una película chiquita, y que no lo es. El punto neurálgico del relato no es, la existencia de una sirena que irrumpe en la vida de un pobre pescador, sino la modificación de un equilibrio que está preestablecido en cierta comunidad. Lo extraño, mágico o inusual es asimilado de diferentes maneras por la gente que nos rodea, y "Ondine", muestra en los rostros asombrados de ese pueblo, esa sensación de ser testigos de algo único y no poder entenderlo desde la mente. En definitiva, ciertos eventos de la vida de las personas, sólo son asequibles mediante la emoción. Si no hay corazón, no hay manera de decodificarlo. Bueno, Neil Jordan y su equipo nos muestran una historia de amor, pero más que eso, buscan instalarla en un terreno donde las miradas y las acciones de los hombres muestran el desconcierto ante la alteración de lo que, en apariencia, es inmodificable. Lo rico de "Amor sin límites", está en la mirada triste de cada personaje y su viaje hacia el asombro y la emoción más primaria. Desde ese punto de vista, me resisto a recomendarla como una historia de amor tradicional. Un film para ver con lentes curiosos e inquietos. Ideal para compañías sensibles y gente que le gusta asomarse a las sensaciones encontradas, donde el descubrimiento de lo mágico, tiene que ver con un descenso a las profundidades del corazón humano. Volvió Neil Jordan, y eso siempre es una buena noticia.
Sentimiento que no penetra Ondine (Amor sin límites) es la última película dirigida por el respetado director Neil Jordan, quien también estuviera al frente de producciones muy recordadas como "Entrevista con el Vampiro" (peliculón) y "Juego de Lágrimas". En esta ocasión presenta otro drama en tono de fantasía, que tiene varios altibajos durante sus 111 minutos de duración, un poco excedido para la trama del film. Lejos de ser colocada en la misma canasta de las películas que nombré anteriormente, Ondine trae una historia que resulta interesante, pero que no enamora, sólo produce un buen sentimiento de tipo superficial... como apreciar bastante a alguien, sin llegar a quererlo sinceramente. Syracuse (Colin Farrell) es un pescador humilde de las costas irlandesas, alcohólico, separado, aunque no todo es malo en su vida, ya que tiene una hija de esas que todos quieren tener por su personalidad procaz e inteligencia, características inusuales de ciertos niños que los hacen extremadamente simpáticos. Un día común de pesca por el mar, levanta en su red a una hermosa joven, algo que al principio resulta inexplicable, pero que luego comienza a tomar forma cuando entra en juego la cultura irlandesa, que siempre ha estado llena de cuentos fantásticos sobre ninfas y sirenas. La mujer, que se hace llamar Ondine (Alicja Bachleda), comenzará a cambiar la vida de la familia de Syracuse, pero como toda rosa, viene con algunas espinas, en este caso, un malvado sireno que la persigue para que vuelva a donde pertenece. Creo que la fábula de la ninfa, combinada con un muy buen trabajo de captación de la cultura irlandesa, hace que la cinta se salve de caer en el típico melodrama romántico en tono de film independiente. Por momentos resulta muy atractiva, con algunas escenas dignas de guardar en la memoria (la hija de Syracuse, Annie, se roba la película), pero por otros, se torna lenta y un poco absurda, presentando situaciones que parecen como de relleno. Para ir cerrando, es una linda historia, que por momentos lo transporta a uno a ese mundo fantástico donde todo puede pasar, y por otros nos hace mirar el reloj para saber cuanto falta para que termine, lo que la convierte en algo irregular. A muchos no les va a gustar, por el tono sombrío y lento, por lo que deben tener precaución al momento de decidir ir a verla.Yo pienso que es buena, pero no será una historia trascendente en absoluto.
DE MITOS Y MILAGROS Sirenas, transplantes, delincuentes de Europa del este confluyen en este drama familiar tan explícitamente edulcorado como propenso a la crueldad. Las panorámicas aéreas que dan inicio a Amor sin límites son cautivantes. El mar, de por sí, es una entidad cinematográfica, y en esta ocasión el reconocido director Neil Jordan, a través del ojo exquisito del fotógrafo Christopher Doyle, le confiere, evitando la excesiva luminosidad del sol, un semblante verdoso y azul oscuro, colores que, por otra parte, se impondrán en todo el relato, lo que constituye una propuesta cromática sensible. Acompaña una melodía atmosférica salida de la guitarra de Pat Metheny, hasta que en semicírculos la cámara aterriza en un modesto barco pesquero. Es un buen comienzo y un buen escenario: la costa irlandesa de Cork es ostensiblemente hermosa. Allí, solitario y triste, lleva el timón Syracuse (Colin Farrell), un ex alcohólico al que sus coetáneos le dicen payaso y cuya única razón para vivir está centrada en su pequeña hija, Annie, curiosa y precoz, pero también muy enferma. La espera por un riñón para un trasplante no resulta sencilla. Ni el pescador, ni la madre de la niña, que vive con otro hombre, tienen vidas fáciles, aunque la fortaleza de la niña es sorprendente. Prodigio de las ciencias médicas, un trasplante es lo más parecido a un milagro. La vida de Syracuse cambiará completamente cuando en una de sus redes, en vez de encontrar salmones y langostas (con el tiempo llegarán a raudales), recoja a una bellísima mujer. Quizás sea un milagro concreto, pues la doncella marítima todavía respira, excepto que se trate de una sirena o, en este contexto, una selkie, una criatura (mítica) que en el mar adopta la existencia física de una foca mientras que en la tierra es simplemente una mujer. Ondine, dice llamarse, temerosa y misteriosa, será la protegida del pescador, también su amor y una esperanza mitológica para una niña que no desconoce su precario destino. Como suele suceder en las películas de Jordan, no todo es lo que parece, y no solamente porque en sus filmes lo real y la fantasía se entremezclan. El cuento de hadas puede devenir en un breve thriller policíaco, y aquí también se develará un secreto, aunque no será como el famoso giro final de El juego de las lágrimas. En un pasaje inicial Syracuse le pide a su hija que le cuente algo extraño o maravilloso. Quien intenta hacerlo por 111 minutos es el propio Jordan. Su voluntad excesiva de conmover edulcora hasta el cansancio un relato no desprovisto de la dosis de crueldad característica de su cine. El montaje pretende desorientar, el exceso de música emocionar, mientras que desde el guión se controla todo. Es por eso que Amor sin límites respira algo de vida en escenas de transición, casi insignificantes, como las que transcurren en un mercado de pescadores, y acaso humorísticas, como las del confesionario. A veces, la moderación puede ser extraordinaria.
Después de varias postergaciones finalmente se estrenó en nuestro país “Ondine”, la historia de Syracuse (Colin Farrell), un pescador que un día rescata con su red a una joven, hermosa y misteriosa mujer (Alicja Bachleda). Al contarle parte de esta historia a su pequeña hija, que sufre de insuficiencia renal, la niña comienza a investigar convencida de que la dama que provino del agua es en realidad una sirena que llegó para inundar sus vidas de amor y buena suerte. ¿Puede una sirena tomar completa forma humana para devolverle un poco de felicidad a este triste pescador solitario? ¿Puede un cuento de hadas convertirse en realidad? En otra demostración de su talento, Colin Farrell despliega sus mejores armas, aquellas que sólo parecen salir a la luz cuanto más independiente es el proyecto y más alejado se encuentra de los convencionalismos de Hollywood. Las bellas melodías que acompañan el retrato de estos desolados parajes irlandeses también son un aporte a destacar.