El cuento mágico y la ciudad quebrada Con siete nominaciones al Oscar, Belfast es la mejor película de su director Kenneth Branagh –también responsable de Muerte en el Nilo–, en mucho tiempo. Por cuestiones fortuitas, la cartelera comercial exhibe dos películas del director (y actor) Kenneth Branagh, y por esas otras cuestiones ya intrínsecas a su filmografía, una es olvidable y la otra llamativamente buena. Desde una revisión general, hay que decir que el cine de Branagh tuvo temprana adhesión, de público y de crítica, al versionar a Shakespeare y de modo loable en Enrique V, a la par de algunos buenos títulos como Los amigos de Peter o Volver a morir; luego siguieron otros más grandilocuentes (Frankenstein, la muy posterior Thor para Marvel); algunos bastante a medio camino de su versión original (como sucede con Sleuth, remake del film magistral de Mankiewicz); y otros más, francamente pésimos, como sus contribuciones a los personajes Jack Ryan (Código sombra) y Artemis Fowl (El mundo subterráneo). En este sentido, algo similar puede decirse de su Hercule Poirot, presente en Asesinato en el Expreso de Oriente y Muerte en el Nilo (en cartel por estos días). Es tan impostada la puesta en escena, tontamente manierista y de efecto calculado, que vuelve distante la relación con los personajes. ¿Qué empatía puede generar el Poirot de Branagh? Poca o ninguna. Muerte en el Nilo corrobora lo que ya estaba presente en el film previo: repite figuritas al reemplazar el tren por una embarcación, con un contingente de “sospechosos” fraguados en actores y actrices famosos, de caracterizaciones sin convicción (vale, por esto, revisar la versión que de Murder on the Orient Express filmara Sidney Lumet en 1974, también con un elenco estelar: Lauren Bacall, John Gielgud, Vanessa Redgrave, Sean Connery, ¡Richard Widmark!, y un inolvidable Albert Finney como Poirot). La intriga y su resolución apenas suscitan atención curiosa, entre explicaciones atropelladas y un misterio que en verdad se adivina de manera temprana: esto no sería lo grave, sino el modo, la manera, desde la cual se lo explica. En síntesis, la Muerte en el Nilo de Branagh parece que debe leer más a Agatha Christie. Pero de pronto, Belfast. Con 7 nominaciones a los devaluados premios Oscar (incluyendo Mejor Película), Belfast se presenta como una recreación más o menos veraz sobre la infancia del propio Kenneth Branagh. Nacido en Belfast en 1960, Branagh revisita los hechos e iconografía de aquella década según la fisonomía de esa ciudad. Lo hace desde un blanco y negro capaz de evocar el tiempo pretérito pero también de agregar la mejor pátina de veracidad: el blanco y negro como el más justo de los ejercicios (a)cromáticos, por su capacidad para hacer ver todo de la manera más creíble, sin otra distinción más que la escala a la que obligan los grises. Belfast juega, y de modo admirable, un relato fluido, teñido de violencia callejera, racismo larvado a punto de estallar, y la mirada fabuladora de Buddy (Jude Hill), el niño protagonista. Por eso, por el niño, Belfast es un cuento mágico, en donde el plano secuencia inicial –marca formal que distingue al cine de Branagh, a veces un recurso meramente ornamental; otras, como sucede aquí, una elección supeditada a la puesta en escena– permite ingresar en el tiempo “real”, al blanco y negro de su toma de imagen sin cortes que oficia como émulo de la recreación histórica: los estallidos sociales suscitados en Belfast, hacia fines de la década de 1960; tan veraces como la niñez del protagonista, alter ego infante del propio director. Por asumir la mirada de un niño, sujeta a los ejercicios del recuerdo adulto, el guion de Branagh se permite jugar con los hechos en el sentido de un hechicero, los invoca para volver a habitarlos, sin la pretensión de moralizar (algo que se agradece). Desde luego, los enfrentamientos religiosos e intolerantes entre protestantes y católicos están a la orden del día, y el film los condena en su retrato y relato, a partir de la comprensión de un niño que ingresa (como lo hace el espectador a través del plano secuencia inicial respecto del film) a un mundo adulto donde tales divisiones asoman peligrosas y estúpidas, mientras dictaminan pertenencias, exclusiones, vidas, muertes, y nacionalidades. En el medio, una comunidad barrial se debate entre las simpatías internas y las presiones suscitadas, que la obligan a batallar a veces contra sus propias creencias. La virtud de Belfast está en su aparente sencillez, en lo afectuosa que resulta, y es por eso que su preciosismo no molesta, a diferencia del que destaca, por ejemplo y de modo insoportable, en otros títulos de Branagh como La Cenicienta. Aquí, al menos, se respira una propuesta sincera, que hace disfrutable el proceder técnico con el que se relata lo que sucede. Más aún, Branagh se permite chistes internos, como la lectura que de un cómic del Thor de Jack Kirby hace el pequeño Buddy. Una humorada que permite dar cuenta de la dualidad aludida al comienzo de esta nota: la de un cine mainstream que Branagh visita las más de las veces desde un ornamento casi vacuo; y la de un cine más personal, que al menos permite indagar desde una sensibilidad que no resulta necesariamente fingida. Es en estos términos como puede leerse el retrato de cariño y caricatura sobre sus abuelos –hay que recordar que es la mirada del niño la que guía al film–, interpretados dulcemente por los enormes Judi Dench y Ciarán Hinds: los mejores momentos son suyos, de un vínculo tallado en réplicas precisas, con el pequeño Buddy como el vértice de encuentro de un triángulo precioso. A su vez, en Belfast sobresale la sala de cine como el lugar donde habitan las historias que llevarán al niño a soñar más allá de su entorno, con un mundo en donde puede comulgar toda la comunidad y sin diferencias, gracias a una misma y compartida mirada de asombro. A su manera, Belfast no deja de ser un retrato amargo, el de la infancia concluida, que ahora existe como una tierra lejana a la cual el cine, en este asombro todavía vigente, se permite visitar. Al hacerlo, se recuperan las alegrías pero también las tristezas: las del protagonista (y director), y las de una ciudad quebrada. La despedida, en donde brilla Judi Dench, la abuela que impulsa la decisión final, es la imagen que debe ser: la del primer plano del ser querido, que cierra la historia para que luego puedan, necesariamente, comenzar otras.
La guerra en las calles El incansable Kenneth Branagh, que a esta altura se ha animado a todo, desde dirigir y actuar dramas shakesperianos hasta filmar películas de superhéroes, regresa ahora con una obra de carácter autobiográfico sobre su niñez a fines de los años sesenta en Belfast, capital de Irlanda del Norte, que se adentra en los inicios del conflicto entre católicos y protestantes, cuestión que estampó sus esquirlas durante décadas sobre la política irlandesa y británica y aún presiona fuerte sobre los conflictos de Gran Bretaña con la Unión Europea e Irlanda. Para adentrarse en el pasado, después de unas breves escenas panorámicas en color de la Belfast actual, Branagh pasa al registro en blanco y negro para narrar esta historia familiar en medio de los disturbios de agosto de 1969 que desencadenó una guerra civil entre católicos y protestantes aún no completamente resuelta, que cada cierto tiempo estalla nuevamente aunque en menor escala. Desde la perspectiva de un niño, el director de Enrique V (Henry V, 1989) explora la infancia para desenvolverse en medio de la dinámica de una familia protestante que vive en un barrio obrero en el que también habitan parentelas católicas, lo que le permite analizar el comienzo del conflicto desde un lugar privilegiado que atemoriza por su cercanía. El pequeño Buddy (Jude Hill) es un niño de nueve años, soñador, que juega en las calles con un palo y la tapa de un tacho de basura, que simulan una espada y un escudo, con sus amigos y su prima adolescente hasta que una manifestación de protestantes intenta destruir los hogares de católicos de un barrio obrero, situación que deviene en un agrio enfrentamiento con la policía. Ante la violencia imperante en la calle, su madre (Caitriona Balfe) acude al auxilio de su pequeño para llevarlo de nuevo a la casa en medio del caos de piedras y bombas molotov que caen y estallan, de los que se protege y resguarda a su hijo con la tapa del basurero que el mocoso utilizaba en su juego, ahora sí transformada realmente en escudo como un símbolo de la fantasía idílica que se transforma en pesadilla, situación que los rostros de los actores ejemplifican a la perfección, una alegoría de la pérdida de la inocencia, de una temprana introducción en un conflicto permanente con treguas más o menos breves seguidas de estallidos sociales. Mientras la tensión en el barrio y en toda la ciudad aumenta y las organizaciones radicales protestantes abogan por llevar el conflicto a las calles, la familia de Buddy se ahoga en sus deudas impositivas con el fisco de la corona británica, por lo que el padre (Jamie Dornan) debe ir y venir de Londres para ganarse el pan, pasando semanas sin visitar a su adorada familia. Entre la desesperación de su madre ante los problemas financieros y la ausencia de su marido y la distancia con su padre, Buddy pasa mucho tiempo con sus abuelos, interpretados por Ciarán Hinds y Judy Dench, una pareja de ancianos que aún se ama, que ayuda al joven con las matemáticas y siempre tiene un consejo para su nieto preferido. La enfermedad pulmonar de su abuelo, producto de su labor como minero en el pasado, y la aparición de un nuevo líder que busca cobrar impuestos para la organización terrorista protestante de Irlanda del Norte empeoran una situación ya de por sí inestable mientras el pequeño Buddy se mete en problemas con su prima, generándole grandes disgustos a su atribulada madre. Branagh hace colisionar este mundo idílico de Buddy en un barrio obrero habitado por católicos y protestantes, donde los inocentes juegos de guerra en las calles abren paso a una batalla campal que deviene en barricadas improvisadas por los vecinos en conjunto con el ejército para impedir que los manifestantes protestantes regresen a atacar las casas de los católicos y de sus cómplices. Por otra parte y a la par de esta trama, el film también trabaja sobre la cuestión de la inmigración irlandesa, obligada a partir de su tierra debido a la violencia y la desocupación. De esta forma el padre de Buddy debe viajar constantemente a Londres para ganar el sustento, lo mismo que su progenitor, que una vez partió de Belfast para trabajar en las minas de carbón y ahora debe lidiar con los problemas pulmonares heredados de su insalubre labor. El film también hace hincapié en las injustas cargas impositivas de la corona inglesa sobre los irlandeses, que terminan siempre en deudas impagables con el fisco. Jude Hill ofrece una actuación fenomenal como un niño que descubre el mundo, que disfruta de su niñez a la vez que ve con sorpresa cómo todo cambia mientras que Judy Dench y Ciarán Hinds brillan como los abuelos del pequeño y Catriona Balfe como su madre. Jamie Dornan, con un papel un poco más modesto como el padre, también realiza una gran labor al igual que Colin Morgan como el villano de la organización protestante de Irlanda del Norte que se enfrenta a la cálida familia. La fotografía de Haris Zambarloukos, con quien Branagh trabajó en varias oportunidades desde la remake de Sleuth (2007), la obra de teatro de Anthony Shaffer llevada al cine a principios de la década del setenta por Joseph Mankiewicz, resalta la combinación de emotividad y zozobra alrededor de la dinámica filial y la situación política que influye en el humor de los integrantes de la familia, trabajando codo a codo con la idea de Branagh de film de múltiples capas que recorre distintos géneros y registros, incluso aquel de la Nueva Ola Británica de los sesenta. Branagh, en muchas ocasiones hoy siguiendo los pasos del John Boorman de La Esperanza y la Gloria (Hope and Glory, 1987) y Reina & Patria (Queen & Country, 2014), aprovecha al máximo las canciones compuestas por su coetáneo, Van Morrison, el cual ofrece un repertorio extraordinario que demuestra su vigencia en una época signada por la falta de originalidad y la estandarización de la cultura. Las canciones de Van Morrison no solo dan vida a las calles de Belfast sino que otorgan una vitalidad inusual a las escenas del film. A nivel cinematográfico Branagh explora aquí el drama familiar alrededor del conflicto político para llegar hasta el western vía un típico enfrentamiento de cowboys en el Lejano Oeste entre el padre del pequeño Buddy y el líder de los tumultuosos protestantes que deplora su actitud pacifista y conciliadora. Las canciones de Van Morrison y Everlasting Love, tema escrito por Buzz Cason y Mac Gayden, interpretado por Robert Knight y popularizado por Love Affair en 1967, llevan al film incluso al borde del musical en una obra que se distingue por su particular abordaje de la nostalgia. Los recuerdos se cargan de cierta añoranza y algo de tristeza pero también hay una alegría desbordante y una inocencia infantil que contrasta con la violencia que se cierne sobre el barrio y la ciudad. La mirada infantil es lo que le permite al director de Hamlet (1996) recorrer estos sinuosos tonos que van transformando a la película con maestría y astucia sin caer en la severidad de la mirada adulta, que tampoco es dejada de lado, dado que tanto la abuela como la madre de Buddy siempre se encargan de bajar a todos a la tierra, resaltando los distintos problemas de cada una de las visiones de los varones. El romanticismo tampoco es excluido de Belfast, dado que la relación entre la madre y el padre por un lado y la abuela y el abuelo por el otro tiene sus escenas románticas, atentamente observadas por el embelesado niño, que a su vez gusta de una compañera de clase, a la que no se atreve a hablarle pero a la que intenta acercarse siempre con la timidez y la lógica infantil para despedirse prometiéndole regresar. Tampoco falta aquí la cinefilia, un amor muy profundo por el séptimo arte, donde Buddy vive solo ante la televisión, o con su hermano y sus padres o con toda su familia en el cine, las fantasías que encandilaron y fascinaron a Branagh, una pasión que afortunadamente lo llevó a canalizar su sensibilidad hacia el séptimo arte y el teatro. Lo que más sorprende de Belfast es que no se empantana en la nostalgia del pasado, por el contrario, se apoya en esta historia de la capital de Irlanda del Norte para construir un film cálido y cándido que explora los problemas de una familia atrapada por un conflicto que no promueve ni apoya, con un padre que ha tomado la decisión de emigrar debido a la desocupación y las deudas para comenzar de nuevo y una madre que no puede imaginar su vida lejos de las calles y la gente que conoce y la vio crecer, con las que ha convivido toda su vida. De esta forma Branagh explora las decisiones y la responsabilidad de madres y padres alrededor de situaciones intolerables que exigen una acción rápida y radical ante una hostilidad que crece día a día en las calles del barrio. Belfast es sin duda alguna un film íntimo, en el que Kenneth Branagh expone su corazón para revivir un período de su niñez que marcó su personalidad y su porvenir. Aquí Branagh resalta el sacrificio materno y la partida de los hombres que deben abandonar su hogar para trabajar lejos de su tierra, entre recuerdos inolvidables por su belleza o su emotividad pero también por su tristeza o violencia, cuestiones que se combinan en Belfast con la música de Van Morrison y el cine fantástico y los westerns para crear una obra encantadora y dura sobre la felicidad y la tristeza que surcan como oleadas la vida.
“¡Ya tuve demasiado Dios para un solo día!” se queja una mañana Buddy (Jude Hil, 9 años) a su madre (Caitriona Balfe), durante el desayuno. Si todos los niños del mundo se plantaran ante los adultos de la misma manera podría soñarse con un mundo distinto, más libre al menos, pero Buddy vive en el peor lugar y el peor momento para hacer un cuestionamiento de esa naturaleza: Belfast, Irlanda del Norte, agosto de 1969, cuando empezaban los “Troubles”, esto es, las guerras religiosas barriales. Atención: es el mismo concepto de “guerra religiosa” que existía durante las Cruzadas o la Edad Media, pero un mes después de que Neil Armstrong haya pisado la luna, los Beatles ya llevaran seis de haberse disuelto tras “Let It Be”, y Raquel Welch deslumbrara a Buddy en la pantalla del cine de su barrio, mientras enfrentaba a los dinosaurios de “Un millón de años antes de Cristo” (también deslumbraba a su padre, pero eso es otro asunto). “Tu abuela siempre dice que nunca es demasiado Dios. Pronto lo necesitarás”, le retruca al chico su madre durante aquel desayuno, pero él no entiende por qué razón. En definitiva, lo que él más anhela en la vida es convertirse en el mejor jugador de fútbol del Tottenham Hotspur de Irlanda, y que su compañera de banco en el colegio lo ame y quiera casarse con él. ¿Qué influencia podría tener Dios con todo esto? Pues sí, parece que tiene que ver con todo, comenzará a creer Buddy, porque los ataques incendiarios a las casas y negocios de las familias católicas de su barrio sólo acaban de empezar. Han de estar peleando a muerte, quemando autos, lastimando gente por alguien muy importante. Buddy y su familia están preocupados, pero, paradójicamente, no porque sean católicos. Ellos son protestantes, como Dios manda en esa parte de la geografía irlandea, pero el padre detesta el uso de la religión con fines políticos (como si la religión no se hubiera creado para eso), y no sólo pretende una convivencia pacífica sino que también se opone a los matones protestantes del barrio, que pronto serán asistidos (como ocurrió en otras zonas en el gran Ulster) por el Ejército Británico: los protestantes proponen continuar perteneciendo al Reino Unido, en tanto que los católicos a la República de Irlanda, a una única Irlanda que no reconocía a la Reina pero sí, desde luego, a Dios. A otro Dios: y esa es la gran complicación mental de Buddy. Parece que los católicos arreglan rápido: uno va, se confiesa con el cura, y ya está todo perdonado. En cambio, teme, el protestantismo parece una cosa más seria, aunque no tan lujuriosa en sus descripciones delEl padre de la familia, uno de los indudables héroes del film (y si se piensa que la vida imaginaria de Buddy es una semblanza casi autobiográfica de propio Kenneth Branagh queda clara la hermosa imagen que conserva de él) suele acompañarlo en sus quejas; “¡Maldita religión!”, se le oye decir en una escena. –¿Y para qué vamos entonces a la Iglesia? — pregunta entonces Buddy con lógica cartesiana. –Porque tu abuela me mata si no –le explica el padre (Jamie Dornan), con la lógica familiar que sostuvo el poder de las iglesias Belfast no es Amarcord ni, mucho menos –por fortuna—la Roma de Alfonso Cuarón. Es un relato líneal, simple, de la atormentada niñez de Buddy/Branagh, quien incapaz de comprender bien qué es lo que ocurre y por qué se pelean los que se pelean, tanto por asuntos terrenales como sobrenaturales, lo aterra la perspectiva de emprender a tan temprana edad el exilio, junto a sus padres y su hermano Willy, y dejar atrás la ciudad que tanto ama. Y a la compañera de banco. Ya la posibilidad de ser un astro de fútbol, sobre todo si van a algún país donde juegan fútbol tan distinto. Belfast es una caja de viejas fotografías puestas en orden, todas en blanco y negro: ese es el color excluyente del pasado familiar y social, ya que hay licencias (como la película con Raquel Welch, que aparece en Technicolor), y naturalmente la Belfast de hoy que “enmarca” la vieja caja donde se conservan las fotografías. El actor y realizador ya había hecho un estupendo trabajo en blanco y negro en su drama de 1995 Sueño de una noche de invierno (In The Bleak Midwinter). Dos labores extraordinarias complementan el dramatis personae de la bolsita de recuerdos: el abuelo (Ciarán Hinds, ayer nomás un galán), un protestante que ve a los “combatientes” de su bando con el respeto que podría sentir por un saltimbanqui disertando sobre Bertrand Russell, y la abuela, irreconocible Judi Dench, que se reserva casi las acotaciones de un coro griego. ¿Hasta dónde es verdad todo el relato, en especial las partes ulteriores, que construye Kenneth Branagh con su infancia? Un compatriota suyo, pero del sur, George Bernard Shaw, decía que toda autobiografía era una mentira, pero también que toda mentira era una autobiografía.
La nueva película del actor/director británico, fuerte candidata a estar en la pelea por los premios Oscar, repasa su infancia en Irlanda del Norte, en medio de la creciente violencia entre protestantes y católicos. Con Jude Hill, Caitríona Balfe, Jamie Dornan, Ciarán Hinds y Judi Dench. Podemos empezar a hablar del «efecto ROMA» para referirnos a películas como BELFAST y a todas aquellas en las que un realizador retorna a las anécdotas de una infancia rodeada de cariño y seres queridos pero en circunstancias políticas complicadas. Es cierto que la de Alfonso Cuarón está lejos de ser la primera película en la que un cineasta hace una crónica cinematográfica de su propio coming of age (podemos ir atrás en el tiempo hasta AMARCORD o a la propia LOS 400 GOLPES, entre muchas otras), pero varios de los elementos específicos que aparecen en el film mexicano se reiteran aquí: el blanco y negro, el carácter episódico, la época, el contexto político violento y el eje en el potencial desgarro familiar implícito en toda esta desventura. Y sí, también un nombre que hace referencia a un lugar específico. BELFAST es, siguiendo esa comparación, la versión light de ROMA, la película para televisión, una que mantiene una similar apariencia formal pero que luego se descubre como mucho más vacía, limitada, pasajera, genérica. Es un recuerdo cariñoso y hasta amable pero muy despolitizado, algo que es entendible en función de que se narra a partir de los recuerdos de un niño de nueve años –un alter-ego del propio Kenneth– que atraviesa la creciente violencia que se vive en el lugar, pero al que quizás le falta la perspectiva que le da el tiempo y los personajes adultos. El film es una colección de observaciones de la vida de Buddy (Jude Hill) en la capital de Irlanda del Norte, musicalizada con canciones de Van Morrison (no siempre correspondientes a la época en la que transcurre la acción: hay temas como «Days Like This» que es de 1995) y que empiezan cuando la vida aparentemente apacible del chico y de su familia (hermano mayor y madre, su padre trabaja buena parte del tiempo en Inglaterra) se quiebra con el shock de un violento ataque de grupos protestantes a las casas de las familias católicas de su barrio. Su familia es protestante y queda en medio de una situación tensa y complicada, ya que es fuerte la presión que reciben para cortar con los católicos, que eran por lo general separatistas del Reino Unido frente a los «unionistas», en su mayoría protestantes. Branagh no entra mucho en el análisis político –para los que no conocen demasiado de «los problemas» en Irlanda del Norte, siempre es bueno tener a mano algo de info previa— ya que Buddy tampoco tiene idea qué está pasando y dice que a veces preferiría ser católico solo para ser perdonado de todo en el confesionario. El chico está más preocupado por jugar al fútbol en la calle, lograr que le preste atención una compañerita del colegio, ir al cine a ver los estrenos populares o pasar el tiempo con sus abuelos (Judi Dench y Ciarán Hinds) o su simpática y coqueta madre (Caitríona Balfe, la protagonista de OUTLANDER). Y cada vez que su padre (Jamie Dornan) regresa de Inglaterra, tratan de hacer actividades juntos, aunque últimamente a ambos se los ve preocupados por la creciente tensión que se vive en la ciudad… y entre ellos. Al tratarse de una película episódica cuyo hilo narrativo central pasa por la decisión que la familia debe tomar respecto a quedarse o no viviendo en Belfast por lo complicado de la situación, uno podría suponer que Branagh armó su film buscando un tono melancólico o bien observacional, en el que lo fuerte pasara por cierto registro poético, desde lo visual al menos, de esas experiencias. Pero no. Más allá de un contrastado blanco y negro que se ve bastante digital, el actor/director narra su film de una manera entre mecánica y torpe (drones, cortes permanentes, ángulos de cámara insólitos), con los actos de violencia filmados como si fuera un mediocre thriller de acción y muchas caracterizaciones desprovistas de cualquier gracia o personalidad. A BELFAST la empujan el entusiasmo del niño, que se da cuenta que algo grave pasa pero sigue metido en sus cosas y, especialmente, la lucha de su madre por mantener la calma ante una situación que le explota por los cuatro costados. Es que, además de la creciente violencia política, «Ma» (el chico la llama así y nunca se le conoce el nombre) lidia con la salud de su propio padre, que está cada vez más enfermo, y con un marido («Pa», también) cuya ausencia permanente la hace responsable de mantener al núcleo familiar entero en medio del caos. Y a veces sola no puede, especialmente cuando algunas «malas influencias» empiezan a rodear al niño. Pero raramente la película emociona o toca fibras personales que no se parezcan a esas que se vieron en decenas de otras películas de similar subgénero. Pese a la particularidad del caso y de la locación elegida, Branagh no puede evitar que las complicaciones de la vida de Buddy se sientan genéricas, casi del manual del coming-of-age. No hay en ningún momento detalles específicos –en lo que respecta a sus vivencias– que le den una carnadura real a la historia. Son «los problemas» de Irlanda del Norte, pero si una cambia las canciones de Van Morrison por las de otro artista y modifica un par de cosas bien podría ser cualquier otro lugar. Quizás donde más se siente la conexión personal con lo que, en definitiva, es su propia historia, es en la pasión que Buddy tiene por el cine y el teatro. Las imágenes de las películas que ven aparecen en color –cuando son en color, no en THE MAN WHO SHOT LIBERTY VALANCE, de John Ford, que es en blanco y negro– y lo mismo pasa cuando va al teatro por primera vez y sale entusiasmadísimo. Y el chico habita esos momentos de una manera muy sentida, a tal punto que Branagh –partiendo de la mirada subjetiva del pequeño Buddy– musicaliza una tensa situación callejera con música de western. Lo ayuda, claro, que generalmente está acompañado por Dench y Hinds, cuyos rostros tienen más historia que sus personajes. Son criaturas dibujadas con trazos bastante gruesos (abuelos de publicidad de galletitas), pero el peso propio de los actores les da una gravedad que no tienen en el papel. Ganadora del Premio del Público del Festival de Toronto –galardón que suele coincidir con fuertes candidatas al Oscar, películas que no necesariamente son las mejores del año sino las que funcionan mejor con los espectadores–, BELFAST es un film demasiado limitado para sus ambiciones, demasiado esquemático para funcionar como una memoir personal. Su problema no pasa necesariamente por no querer ensuciarse en las más complicadas arenas políticas de la historia –si bien su punto de vista no solo se limita al del niño, la perspectiva es la suya– sino porque su acto de nostalgia y de homenaje a la resiliencia de los habitantes de una ciudad en su etapa más complicada raramente se escapa del efectismo del acto escolar, del folleto turístico actual que reconoce que, décadas atrás, las cosas no estaban tan bien como ahora, pero «supimos salir adelante». No hace falta que el niño entienda que las cosas eran un poco más complejas de lo que se muestran acá, pero el Branagh adulto debería hacerse cargo de lo que cuenta. La perspectiva que le da el tiempo (la película abre y cierra con imágenes de la coqueta Belfast de hoy) agranda su desconexión con la realidad.
La alteración de un recuerdo a través de las formas más simples del lenguaje Belfast, la última película del actor y director norirlandés Kenneth Branagh, fuerte candidata de la actual temporada de premios, contaba con numerosas comparaciones en relación a Roma, la última película de Alfonso Cuarón, y si bien hay algunas similitudes referenciales, Belfast es un relato mucho más convencional y con distintas intenciones. Una simpática escena de Belfast reúne a Buddy (encantador debut de Jude Hill), el supuesto alter-ego de nueve años de Kenneth Branagh, realizando unas tareas de matemática en la casa de sus abuelos (Judi Dench y Ciarán Hinds). Trabajando en una división, Buddy se encuentra ante una duda que le impide llegar al resultado. Mientras intenta ayudarlo, su veterano abuelo tampoco encuentra la respuesta del ejercicio, aunque sus años de experiencia le permiten encontrar otro tipo de solución: escribir los números de manera borrosa para confundir a la maestra y que así, Buddy se vea beneficiado por la duda. El niño, ingenuo, pero no por ello poco intuitivo, advierte que eso es trampa y que, además, seguramente solo haya una respuesta correcta. La respuesta del abuelo es contundente: “Si así fuera, la gente no estaría matándose por toda la ciudad”. La respuesta en cuestión refiere al conflicto norirlandés que tuvo lugar en Irlanda del Norte, iniciado en 1968 -la película transcurre en 1969- y que enfrentó a facciones unionistas protestantes contra minorías católicas. Branagh, quien en aquel entonces tenía 9 años al igual que Buddy en la película, retrata lo que probablemente haya sido uno de los momentos más significativos de su infancia, no solo por las consecuencias del violento conflicto social que convulsionó Belfast (su ciudad natal), sino también por otras situaciones que son enmarcadas dentro de los parámetros del coming-of-age. Si bien Buddy es de familia protestante, ni su madre (Caitríona Balfe) ni su padre (Jamie Dornan) tienen interés en el conflicto, aunque sufren sus consecuencias. Tanto el pequeño Buddy como su hermano mayor están expuestos al inevitable peligro que convierte a las atractivas calles de Belfast en campos de batalla y como si fuera poco, el padre debe trasladarse permanentemente a Inglaterra por motivos de trabajo -mientras también lidia con las amenazas de un unionista local- y la familia afronta una penosa economía que pone en jaque el futuro de su hogar. Pero el niño protagonista no solo comenzará a inquietarse por los problemas de los adultos sino también por los que comienzan a serle propios, como un primer amor y alguna que otra duda existencial, resultado de una tremendista misa de un reverendo local. Mucho se ha hablado de las similitudes de la nueva obra de Kenneth Branagh con la aclamada Roma, de Cuarón. Sin dudas hay algo de autobiográfico en relación a sus directores y la utilización del blanco y negro invita a pensar que ambas películas podrían formar parte de un doble programa. No obstante, el margen de comparación es meramente anecdótico. Es importante señalar esto porque amén de que pueda -injustamente- acusarse a Belfast de un ser un tanto torpe si se la somete a una comparación formal con Roma, las intenciones son otras. A la nueva película de Branagh le basta con desarrollar un drama familiar convencional, que cuenta con el agregado de incluir algunas decisiones estilísticas puntuales que ayudan a alterar a conveniencia de la cámara intensas vivencias del director. Sí, a veces con ideas más cercanas a lo puramente cinematográfico y otras, con tramos que podrían recordar a un videoclip musical. Pero también es dable destacar que esas torpezas que señalan a Belfast como una versión irrelevante del film de Cuarón también funcionan. Quizás no sea algo revelador que el color aparezca brevemente a través de las pantallas del cine o los escenarios teatrales que Buddy frecuenta entusiasmado con su familia. Mucho menos que la resolución de un conflicto se permita alivianar la tensión previa con Dornan y Balfe bailando encantadoramente al ritmo de “Everlasting Love”, mientras Buddy, primer plano mediante, contempla la secuencia con suma felicidad. Pero, ¿Quién no se ha permitido alguna vez agregarle a lo real un poco de película? En definitiva, Belfast es eso: la alteración de un recuerdo a través de las formas más simples del lenguaje. Dicho de otra manera, darle vida a esas vivencias a través de las posibilidades que ofrece el cine. Lo alentador es que Branagh logra esquivar los márgenes más tediosos de la autorreferencia (por ese motivo también hay poco de Roma) y darle una mirada pasatista pero sumamente sentida a las experiencias de su entrañable álter ego de nueve años.
El director británico Kenneth Branagh nos presenta su relato más personal y una de las grandes contendientes de cara a los Premios Oscars que entregará la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood el próximo 27 de marzo. Kenneth Branagh es un director de origen irlandés que ha tenido una prolífica carrera cinematográfica tanto delante como detrás de las cámaras. En varias oportunidades ha sido el encargado de llevar a la pantalla grande adaptaciones de conocidas obras de Shakespeare como «Henry V» (1989), «Much Ado About Nothing» (1993), «Othello» (1995), «Hamlet» (1996), «Love’s Labour’s Lost» (2000) y «As You Like It» (2006). Asimismo, ha dirigido grandes blockbusters como «Thor» (2011) y «Artemis Fowl» (2020) para Disney e, incluso, ha trabajado en las más recientes adaptaciones de las famosas novelas de Agatha Christie, dirigiendo e interpretando al famoso detective Hercules Poirot en «Murder on the Orient Express» (2017) y «Death on the Nile» (2022). No obstante, este año, Branagh decidió presentar la que hasta el momento es su obra más reflexiva y personal, titulada «Belfast». El largometraje compone una especie de retrato (casi) autobiográfico de lo que vivió el director durante su infancia a fines de los ’60 en la convulsionada capital de Irlanda del Norte. En aquella ciudad, Buddy (Jude Hill), va a la escuela en el medio de un ambiente que aglutina una lucha por parte de la clase obrera, una serie de cambios culturales y una especie de disputa violenta interreligiosa entre los católicos y los protestantes. El pequeño Buddy crece junto a su madre (Caitriona Balfe), quien hace malabares para mantener a su familia y alejarla de las deudas, mientras su padre (Jamie Dornan) trabaja en Londres y los ve esporádicamente cada dos semanas. Buddy es un chico inteligente y considerado que le gusta pasar tiempo en familia tanto con sus padres, primos y su hermano, como con sus abuelos (Ciarán Hinds y Judy Dench). Por otro lado, comienza a descubrir una pasión por el cine y también parece estar transitando por su primer amor al sentirse atraído por una niña de su clase. Todo parece incierto en la vida de Buddy y él solo busca, a su manera, mantenerse alejado de los problemas. Branagh compone este crowd-pleaser con una mirada nostálgica sobre su ciudad natal de la que tuvo que irse con su familia a temprana edad, y manteniendo la emotividad y esa aproximación conmovedora como producto de centrarse o enfocarse la mayor parte del tiempo en esa mirada infantil e inocente que presenta el personaje de Buddy. Muchos fueron los que dijeron que «Belfast» es la «Roma» (2018) de Kenneth Brannagh, y probablemente solo tengan en común que están basadas en las memorias de las infancias de sus directores y el blanco y negro de sus fotografías, ya que mientras «Roma» representaba la México de los ’70 a través de un profundo drama centrado en una joven sirvienta que trabajaba para una familia acaudalada, «Belfast» propone la otra campana, la de una familia humilde presentada a través de los ojos de un niño. Obviamente, que tanto México como Irlanda del Norte estaban atravesando profundos cambios políticos y sociales que influyeron o contextualizaron a estos dos directores que crecieron en contextos similares, pero en jerarquías sociales diferentes. Sin embargo, yendo a un terreno más minucioso no podría haber films más opuestos que los dos citados. «Belfast» es un coming of age bastante dramático, pero con una mirada un poco más esperanzadora que la que se aborda en «Roma». También podríamos decir que «Roma» es más arriesgada y cuestionadora en varios aspectos, mientras que «Belfast» busca una aproximación más contemplativa. También puede que en cuanto a estructura narrativa y a guion (escrito por el propio Branagh) «Belfast» resulte más convencional, pero también apela a otras fibras sensibles y a otra introspección. Es como si el artista buscara llegar a ese momento en el que todo era más inocente, pero en donde se empezó a gestar esa semilla que lo llevó a tener sus sueños y metas, al mismo tiempo al que agradece tanto a sus padres como a su ciudad natal el haber andado ese camino. En ese sentido, es donde «Belfast» resulta sincera y funciona. También funciona esa mirada más madura que pone en contexto el sacrificio de sus padres, y esas maravillosas y sentidas interpretaciones por parte de la revelación del film Jude Hill, y también de los fantásticos Balfe y Dornan que le ponen cuerpo y alma a sus personajes. Demás esta decir que lo de Dench y Hinds como los abuelos de la familia es superlativo y totalmente esperable de dos actores de ese calibre. Por otro lado, la banda sonora con una gran cantidad de temas de Van Morrison (cantante y compatriota de Branagh) ayuda a generar esa calidez y esperanza que busca transmitir el film. «Belfast» es una película amable, maravillosa, entretenida y conmovedora. Probablemente muchos la critiquen por su sencillez y por su mirada ingenua sobre el contexto político en el que se desarrolla, pero justamente, el relato no busca adentrarse en dicho terreno sino más que nada en mostrar todo a través de los ojos de un niño, el mismo niño que 60 años más tarde rememora reflexivamente con calidez.
Tumultuosa e íntima Belfast Belfast es la nueva película de Kenneth Branagh, reconocidísimo actor, director y guionista norirlandés que ha realizado muchas adaptaciones shakesperianas en el cine y apareció en películas como Mi semana con Marilyn, Harry Potter y la Cámara Secreta, Asesinato en el Expreso Oriente y Tenet, entre muchas otras. A sus 61 años, uno de los artistas más respetados de su país decidió hacer lo que él llamó «su película más íntima» para retratar «su» Irlanda del Norte de finales de los ’60, un período de conflictos religiosos, sociales y políticos entre protestantes y católicos conocido como “The troubles”, que seguiría 30 años más. Rodada con un exquisito blanco y negro, de impecable fotografía, acompañada de un montaje muy dinámico, Branagh nos relata esos años de su infancia a través de los ojos de un niño de 9 años: «Buddy», su álter ego, interpretado magistralmente por Jude Hill. Ante los cambios caóticos y tumultuosos que rodean su niñez, el pequeño encuentra refugio en un amor puro por el cine, su familia -especialmente con su madre y sus abuelos- y la escuela -el estudio y la chica que le gusta, que van de la mano-. Brannagh comienza el film con imágenes a color de la ciudad y, poco a poco, nos hace trepar un muro donde todo se vuelve blanco y negro. Ésta no será la última vez que nuestros ojos vean el color. Allí, en una escena muy potente, vemos niños jugando, gente entrando y saliendo de sus casa y locales y una vecindad ensamblada; repentinamente interrumpida por manifestantes que arrojan explosivos, saquean, destruyen casas y queman automóviles. El director -también guionista y productor- decide no hablar abiertamente de terrorismo y política, pero si mantiene una ácida crítica contra la Iglesia y el odio interreligioso, con mucha ironía. En sí misma, la cinta también es un homenaje a la familia, a la comunidad, y aquí destacan personajes muy pintorescos y magistralmente interpretados: la madre (Caitriona Balfe), el abuelo (Ciaran Hinds) y la abuela (Judi Dench). Personalmente, las escenas donde el niño interactúa con los ancianos son mis favoritas del film, llenas de complicidad y ternura. Belfast y sus comparaciones con Roma Varias personas han considerado que la nueva película de Branagh mantiene similitudes con Roma, de Alfonso Cuarón. El blanco y negro, el regreso «semiautobiográfico» a la niñez y la época marcada por violentos conflictos socio-políticos, son algunos elementos que comparten. Sin embargo, el tono y los despliegues técnicos, la «inocencia» subjetiva de la infancia y la predominancia del humor negro ante la miseria y la tragedia se alejan de la obra del mexicano. Branagh va por un camino más convencional y sentimental, sin la intención de dar respuestas a las situaciones y discusiones que plantea. Escéptico y con el humor como bandera, transita una cinta muy humana, algo edulcorada y muy agradable de ver y escuchar, ya que la banda sonora corre a cargo de Van Morrison, músico nativo de esta ciudad, que aquí incluye 8 canciones clásicas y una nueva, Down to Joy, que escribió para la película. Puntaje: 7,5/10 Por Federico Perez Vecchio
No hay mejor forma de decir la verdad que relatándola uno mismo. Reflexionar sobre lo vivido y volcarlo en un guion. Es por eso que Kenneth Branagh escribió y dirigió el film Belfast, uno de los estrenos de cine de la semana, que tiene 7 nominaciones a los Premios Oscar -incluyendo Mejor Película, Mejor Dirección y Mejor Guion Original-. En esta cuasi autobiografía escrita en cuarentena, el actor/realizador cuenta la vida de Buddy (Jude Hill), un niño de 9 años, con sus padres (Caitriona Balfe y Jamie Dornan) y abuelos (Ciaran Hinds y Judi Dench) en el Belfast de 1969 mientras que a su alrededor se sucedían “Los Problemas” (The Troubles, en inglés), un enfrentamiento civil armado en Irlanda del Norte que duró décadas y dejó miles de muertos y heridos. La película, aunque comienza directamente con el conflicto, no se enfoca en él, sino que da una perspectiva diferente, la de un niño de 9 años que juega en la calle con sus amigos, que se esfuerza en matemáticas porque le gusta una compañera de clase y que empieza a notar que sus padres, más allá de ser superhéroes y personas que lo aman, son seres humanos con errores y con deudas que saldar. Con una mezcla de costumbrismo y lejano oeste, Branagh decidió que el film sea en blanco y negro -a lo Roma (2018), de Alfonso Cuarón-, con muy específicos flashes de color que traen vida e inspiración a un pasado gris. Utilizó, además, una gran cantidad de primeros planos que permitían que la emoción traspasase la pantalla. Pero si hay que destacar algo por encima de todo es al elenco. Hay algo de Branagh que se contagia en el ensamble y logra sacar lo mejor de absolutamente todos: empezando por la hermosa y muy divertida relación que hay entre los personajes de Ciaran Hinds y Judi Dench -ambos nominados al Oscar por sus roles secundarios-, el vínculo amor-odio-amor entre los personajes de Caitriona Balfe (quien nunca deja de sorprender como actriz) y Jamie Dornan (gran trabajo del nativo de Belfast) y la inocencia de un maravilloso Jude Hill, en su debut cinematográfico. Todos ellos elevan el largometraje aún más. Como todo film que se enfoca en el pasado, la música cumple un rol fundamental que es introducir al espectador a la década de los ’60 y lo cumple con creces. Más de a una persona en la audiencia le tocará la fibra de la nostalgia. “Los Problemas” son un conflicto que dejó una profunda huella en Irlanda del Norte, y aunque hay una paz firmada, todavía hay pequeños focos de violencia que la fragilizan. Sin embargo, lo que muestra Belfast, y por ende Kenneth Branagh, es que lo humano está por encima de todo eso, que la ciudad sigue siendo tan bella como nunca, y que las raíces no se olvidan y se quedan con uno. Sin importar en donde estemos ahora.
Cuando un cineasta vuelve sobre los años de su infancia muchas veces dice lo que intenta decir y a la vez termina mostrando su más auténtica concepción del cine en general. Cada licencia poética, recurso visual, detalle emotivo o resolución de escenas confirma como entiende el arte cinematográfico y como lo utiliza para mostrar algo que suele ser profundamente subjetivo y muchas veces inexacto. Volver sobre la infancia es mostrar cosas que no se entendían en aquel momento e intentar reconstruirlas desde el presente. Si el cineasta se anima, tendrá escenas inverosímiles, absurdas y muchas veces graciosas sobre situaciones que en su momento tal vez no lo fueron. Por eso Belfast de Kenneth Branagh, con virtudes y defectos, es una gran película, la confirmación de todo lo que Branagh tiene para contar y sus herramientas más poderosas para hacerlo. Seguramente a un artista no le gustaría la siguiente afirmación, pero igual en este caso yo la considero un elogio: Kenneth Branagh no es oscuro. Su cine, más tarde o más temprano, delata una mirada feliz del mundo, una alegría de vivir que se les escapa al director, incluso cuando en 1996 dirigió una versión íntegra de la tragedia más grande de Williams Shakespeare: Hamlet. Belfast transcurre en un barrio de la capital de Irlanda del Norte en el año 1969. Buddy (Jude Hill), el protagonista, es un niño de nueve años que vive con su familia protestante de clase trabajadora en el momento en el cual estallan los conflictos conocidos como The Troubles. Grupos de protestantes atacan las casas y negocios de los católicos y la familia de Buddy queda atrapada en medio del conflicto a pesar de las presiones para que sea leal a los miembros de su religión. El padre de Buddy trabaja en Inglaterra, pero regresa para ver que su familia esté bien. La madre (Caitríona Balfe), el padre (Jamie Dorman), el hermano mayor (Lewis McAskie) y Buddy observan la creciente violencia y la división del barrio donde viven. A su vez, los abuelos paternos de Buddy (Judi Dench y Ciarán Hinds) cuidan y comparten la experiencia de las nuevas generaciones y la tristeza de los conflictos que van en aumento. Branagh filma en blanco y negro esta mirada de su propio pasado. No es el primer film en blanco y negro de su carrera, pero igualmente tiene un prólogo y un epílogo en colores, más algún momento más que no anticiparemos. Su capacidad para hacer convivir momentos más ambiciosos y otros más estándar ha sido desde siempre la marca de su cine. Alguna vez declaró, al contratar a Michael Keaton para Mucho ruido y pocas nueces (1993), que su deseo era que la gente entendiera que Batman y Shakespeare pertenecían al mismo mundo. Por eso también dentro de la película ven Un tiro en la noche (The Man Who Shot Liberty Valance, 1962) y A la hora señalada (High Noon, 1952) dos películas que la cinefilia más dura jamás mezclaría pero que para Branagh representan el heroísmo del western. El heroísmo fordiano y el otro. Pero también aparece Disney, que le da color a la salida familiar. El cine como escuela de valores, el cine como fantasía, felicidad, el cine como la manera de entender el mundo. La película tiene momentos extraordinarios, llenos de humor y profunda emoción. La imagen del niño como caballero con espada y escudo, la mirada del padre como un gigante protector, los temores por cosas menores y la inocencia de no entender lo que realmente debería producir miedo. Los abuelos de manual, idealizados, novelizados prácticamente, construidos por la memoria familiar más que por la realidad. La burla a los momentos de “irlandeses profesionales” y en definitiva la historia que se parece a la de todos nosotros. Ya sabemos que no fue todo así, pero como bien dicen en la película de Ford mencionada, imprimimos la leyenda. Como muchos cineastas en la historia del cine, Branagh mira esa ciudad que lo vio crecer y que dejó atrás con una mezcla de sensaciones. No es solo una ciudad lo que se abandona cuando toca irse a buscar otros rumbos y Belfast lo capta a la perfección. Branagh es simple por momentos, subrayada en otros y el director se siente obligado a decir cosas para entender que ama a Irlanda del norte. Pero como cineasta y como niño que nació allí, se siente agradecido y comprometido con su pasado. La ciudad de Belfast tiene como lema la frase “Pro tanto quid retribuamus” que en latín significa “Habiendo recibido tanto, lo que debemos devolver” y curiosamente esto no solo se aplica a este film de Branagh sino también a gran parte de su filmografía. Kenneth Branagh sigue siendo un cineasta versátil, apasionado y lleno de energía, y también parece un artista agradecido por el camino que lo ha traído hasta aquí.
Retrato autobiográfico de la tumultuosa Irlanda del Norte en los 60’s. Buddy (Jude Hill, notable para su corta edad), es un niño de nueve años cuyos mayores intereses parecen ser jugar al fútbol, intentar ganar el cariño de una compañerita del colegio o de asistir con su amorosa familia al cine para disfrutar de los estrenos semanales. Pero fuera de su mundo cotidiano que parece ideal, en las calles de su barrio se libran constantes y violentas luchas antirreligiosas y sectarias (de parte de integrantes de sectores protestantes hacía las familias católicas). Para quien no lo sepa o recuerde, Belfast es la capital de Irlanda del Norte y donde el actor y en esta ocasión director Kenneth Branagh nació y se crió. De ahí que su película Belfast tiene mucho de retrato autobiográfico. Para llevarlo a cabo el director se apoya narrativamente en el concepto cinematográfico “coming of age” y claramente Buddy es un alter ego del mismo Branagh, de sus tempranas vivencias en su pueblo natal. Ma (Caitriona Balfe), madre del niño y de quién nunca sabremos su nombre real, es quien intenta llevar adelante el hogar, a pesar de las difíciles circunstancias sociales que se producen en la región donde habitan. Su esposo, Pa (Jamie Dornan) posee un intenso trabajo en Inglaterra, por lo que cada vez que regresa al hogar trata de recuperar el tiempo perdido y relacionarse con su hijo Buddy y su hermano. Los abuelos del niño (Judi Dench y Ciarán Hinds) son quien más lo animan a ser sólo un niño y disfrutar de la plenitud de su edad. Contada en episodios, Belfast es una historia con toques dramáticos, pero con momentos muy acertados y llenos de emoción, como los que viven toda la familia en sus visitas a la sala de cine local. Casualmente igual que otra película sobre la infancia y sus experiencias –Roma (2018), dirigida por el realizador mexicano Alfonso Cuarón-, Belfast está filmada en un detallista blanco y negro, y ambas refieren a un lugar geográfico. Las imágenes, muchas de ellas de una poética absoluta y bien alejadas de los violentos ataques que se van reflejando en el lugar, están magistralmente acompañadas por la música de Van Morrison, quien comenzó su carrera como cantante en aquellos tumultuosos años 60’. Branagh toma la decisión de alejarse de un tipo de discurso político, por lo que su historia es tratada desde la mera observación y con un fuerte espíritu de nostalgia y melancolía por un tiempo pasado que ya no volverá. Belfast está nominada en las categorías más importantes en la próxima edición de los premios Oscar 2022: Mejor película, director, guión original, actor y actriz de reparto (Ciarán Hinds y Judi Dench), entre otras. A través de los ojos de un niño podemos apreciar lo importante que resulta la educación y la familia en la formación de una persona, más allá de las duras circunstancias que lo rodean y de quizás tener que afrontar un exilio en el futuro. Es Buddy sólo un pequeño que sueña en la oscura sala de un viejo cine inglés, así como también lo hacía en el pasado el director Kenneth Branagh.
Kenneth Branagh nació en 1960 en Belfast. Su más reciente película como guionista y director transcurre en la ciudad del título en 1969 y narra las desventuras de un niño de 9. Sí, la geografía y las matemáticas dan para una historia de fuerte impronta autobiográfica con el pequeño Jude Hill interpretando a su álter ego Buddy. Tras unas tomas a todo color de la Belfast actual con su puerto, sus astilleros y los cruceros que llegan a la zona, la imagen vira al blanco y negro y nos transporta al 15 agosto de 1969. El hombre acaba de llegar a la Luna, pero en Irlanda del Norte es tiempo de violencia callejera con grupos de choque protestantes que intentan expulsar a la minoría católica que hasta entonces convivía de forma pacífica con sus vecinos. Pero Belfast, más allá de sus imágenes de golpizas, bombas Molotov, barricadas y saqueos, es más una película familiar y costumbrista que un film político. Claro que el convulsionado entorno atizado por el fanatismo religioso marcará a fuego el destino de los personajes. El querible Buddy vive con su madre (Caitríona Balfe), un padre bastante ausente (Jamie Dornan), un hermano mayor y la presencia casi permanente de sus abuelos (Judi Dench y Ciarán Hinds). El protagonista es un buen alumno, pero sufre en carne propia la violencia callejera, la crítica situación económica y el terror de sus padres, quienes al no querer sumarse a los grupos más ultras, se ven amenazados y luego tentados -como tantos otros- a abandonar esa suerte de guerra civil, ya sea a Vancouver, Sidney o simplemente Londres. Con un guion afecto a ciertos lugares comunes del coming-of-age (Buddy se fascina con Raquel Welch en el cine y se empieza a interesar por una compañerita) y a contrastes un tanto obvios entre la inocencia infantil y las miserias de los adultos, Belfast logra -de todas formas- trasladarnos a un tiempo y un lugar que evidentemente generan en Branagh sensaciones fuertemente contradictorias: nostalgia, amor, pero también cierto resentimiento y rencor hacia aquellos que conspiraron contra una convivencia armónica. Con una cuidada fotografía en blanco y negro, Branagh recrea aquellos recuerdos de infancia y -en una de las decisiones más felices de la película- cede la música a otro mito viviente de Belfast como Van Morrison, quien además aporta una decena de temas, como Wild Night, Caledonia Swing, Bright Side of the Road, Warm Love, Jackie Wilson Said, Days Like This, Stranded, Carrickfergus y And the Healing has Begun (ver soundtrack debajo). No pocos han visto en Belfast una nueva Roma por el regreso de un artista a sus orígenes, pero allí donde Alfonso Cuarón se arriesgó con un film por momentos incómodo y cuestionador, Branagh lo hace con una película bastante más convencional y sentimental.
Este relato semiautobiográfico, centrado en la ciudad que viera nacer al director y guionista Kenneth Branagh, en medio de una convulsa década del ’60, se conforma como un retrato entrañable, simpático y sincero hacia un coming of age filmado en precioso blanco y negro. Branagh rescata el natural y atávico escapismo del cine, en su condición irrenunciable. Allí podemos y solo allí, disfrutar de ese color que atesoran ciertas escenas. Viaje en el tiempo al otro lado de la ilusión, sumidos en el refugio que nos salva del mundo exterior en perenne conflicto; fuera de todo tiempo y espacio puede perdurar una jota como la presente, condensando en sus fotogramas la valía interpretativa de los gigantes Judi Dench y Ciáran Hinds. Como si fuera poco, Van Morrison se adueña de la banda sonora para obnubilar nuestros sentidos. Puro amor al cine que recuerda a “Cinema Paradiso” (1990), auténtica realidad escindida que nos transporta hacia “La Vida es Bella” (1997). Liderando como favorita las apuestas de los Premios Oscar próximos a celebrarse, “Belfast” recrea una infancia en medio de una nación dividida, inmersa en la lucha entre protestantes y católicos. Resulta imposible no ver, en el joven que con total prestancia interpreta Jude Hill, al inmenso Branagh, sumamente activo en la silla de director a lo largo del último lustro. Si repasamos su trayectoria dirigiendo films, observaremos que debuta tras las cámaras con una adaptación de William Shakespeare, la impactante “Enrique V” (1989). Su obsesión con el inconmensurable literato inglés lo ha llevado a superar a los mismísimos Orson Welles y Laurence Olivier. Su insistencia en transponer a Shakespeare, de modo exhaustivo, no ha descuidado otros proyectos de interés como “Morir Todavía” (1991) y “Los Amigos de Peter” (1993). Eclético, más tarde exploró las aventuras de Tom Clancy para “La Sombra de Jack Ryan” (2016), de cierto modo interpersonal y desdibujando su rastro de autor. Es aquí justamente tal sendero el que retoma, en el deseo de explorar el territorio más íntimo y privado, en la urgencia de contar el conflicto y la violencia que atravesaron sus años de juventud. Algunos directores parecen estar esperando toda una vida para realizar aquella gran obra, y parece que Branagh lo ha logrado con “Belfast”. No solo porque refleja la autenticidad de un conflicto político que acaba afectando a su círculo familiar, no solo porque la inocencia, desde sus ojos, es una bendición en la incapacidad para entender la necedad humana. En “Belfast” existe algo poderosamente simbólico que nos atraviesa. Es la utilización de las herramientas estéticas en perfecta sincronía, y es aquel sentido de profunda nostalgia, traslucido tras un preciosismo de la imagen que no pierde un ápice de su valor dramático. Sencillo resulta relacionar este film con la autorreferencial “Roma” (2018), de Alfonso Cuarón.
Buddy, de 9 años, vive en el peor lugar y el peor momento para plantearse cuestionamientos religiosos típicos de su edad: Belfast, Irlanda del Norte, agosto de 1969, cuando empezaban los “Troubles”, esto es, las violentas guerras religiosas barriales. Parece mentira que estas guerras no se diferenciaran mucho de las de las Cruzadas o la Edad Media, pero ocurrían cuando los Beatles, en la isla vecina, ya estaban por separarse. Buddy sólo quiere llegar a ser el mejor jugador de fútbol del Tottenham Hotspur de Irlanda, y casarse con su compañera de banco en el colegio. Francamente, no ve la relación entre ambas cosas con la divinidad. Ni siquiera se hablaba de la mano de Dios para hacer goles a Inglaterra en ese tiempo. Pero los ataques incendiarios a las casas y a los negocios de las familias católicas de su barrio sólo están empezando. Dies Irae (que es el “Día de la Ira” y no “del IRA”). Buddy y su familia no son católicos sino protestantes, como Dios manda en esa parte de la geografía irlandesa, pero el padre detesta el uso de la religión con fines políticos, pretende una convivencia pacífica, y se opone a los matones protestantes del barrio, que pronto serán asistidos (como ocurrió en otras zonas en el gran Ulster) por el Ejército Británico: los protestantes quieren ser parte del Reino Unido, en tanto que los católicos a la República de Irlanda, a una única Irlanda que no reconoce a la Reina pero sí, desde luego, a Dios. La vida de Buddy es una semblanza casi autobiográfica de propio Kenneth Branagh, y aunque “Belfast” no es “Amarcord” es un sensible relato lineal, simple, de la atormentada niñez de Buddy/Branagh, a quien aterra la perspectiva de emprender a tan temprana edad el exilio, junto a sus padres y su hermano Willy, y dejar atrás la ciudad que tanto ama. Y a la compañera de banco. “Belfast” se asemeja a un álbum de viejas fotografías puestas en orden, todas en blanco y negro: ese es el color excluyente del pasado familiar y social, ya que hay excepciones (como la película con Raquel Welch y los dinosaurios que ellos van a ver, y que aparece en Technicolor), y naturalmente la Belfast de hoy que “enmarca” el álbum.
La dulce y melancólica niñez interrumpida de Kenneth Branagh La de "Belfast" es una historia de maduración catapultada por la tensión entre fuerzas incomprensibles y la incertidumbre hacia el futuro en la que lo que finalmente triunfa, y lo único que importa, es el recuerdo de los seres queridos. Hay un momento en Belfast (2021) en el que el abuelo de Buddy, el niño protagonista, decide expresar algo doloroso a su nieto. La frase que elige es tierna y consoladora pero también totalmente honesta: no acude a clichés, no busca evitar la tristeza o disfrazar la verdad. Es una escena conmovedora que resume perfectamente el film, un ejercicio de hacer memoria sobre una infancia marcada por momentos de alegría y congoja que resulta tan sentimental como auténtico. Buddy (Jude Hill) es la versión infantil del director y escritor Kenneth Branagh, cuya idílica infancia se vio interrumpida a los 9 años cuando en 1969 estalló violentamente el conflicto entre los católicos deseosos de emancipar Irlanda del Norte y los protestantes a favor de mantenerla dentro del Reino Unido. La calle en la que Buddy y otros niños juegan con espadas de madera se convierte abruptamente en un campo de batalla entre manifestantes y oprimidos, el barrio se desdibuja en un gueto segregado por barricadas y la vida cambia para siempre de un día para otro. Anclando la perspectiva firmemente en el niño, a la película no le incumbe la naturaleza del conflicto sociopolítico en cuestión y lo deja en el fondo de la historia, decorando amenazantemente las memorias de Buddy. La de Belfast es una historia de maduración catapultada por la tensión entre fuerzas incomprensibles y la incertidumbre hacia el futuro en la que lo que finalmente triunfa, y lo único que importa, es el recuerdo de los seres queridos. El núcleo de la familia de Buddy - su padre y madre (Jamie Dornan y Caitríona Balfe) y sus abuelos (Ciarán Hinds y Judi Dench) - se mantiene neutro, ganándose el resentimiento de ambas partes del conflicto. Los actores son excelentes y habitan sus papeles con comodidad, interpretando personas condicionadas por una dura realidad pero elevadas (y romantizadas) a estatutos arquetípicos por la perspectiva indirecta de Buddy. Así su aguerrida madre se convierte en un paladín con un escudo de hojalata en medio de una violenta protesta, y el padre - ausente, distante - en un vaquero solitario con el pueblo en contra y un duelo a la hora señalada. Hinds y Dench en particular se destacan como los abuelos. Cada uno tiene su rinconcito designado y su pasatiempo obsesivo y cuando hablan entre sí parecen estar continuando una conversación que lleva ininterrumpida décadas. En sus papeles secundarios dan vida a toda una relación y crean los momentos más conmovedores de la historia, hasta el mismísimo plano final. El cine moldea gran parte de la vida de Buddy y por extensión lo que vemos, lo cual excusa (a propósito o no) las partes más increíbles o trilladas del relato. El film es blanco y negro pero las películas y el teatro son representados a todo color. Son oportunidades para escapar de la desolada realidad por un rato y también adelantan lo que será de la vida de Kenneth Branagh. Pero Belfast no es una oportunidad para el director de vanagloriarse de sus orígenes humildes o el largo recorrido hacia sus logros, ni para hacer proselitismo. Trata sobre los momentos específicos, formativos, traumáticos, dulces y melancólicos que quedaron de una niñez interrumpida.
Hace unos años, Kenneth Branagh volvía a medirse con la figura de Laurence Olivier, quien desde sus inicios fue el faro de su carrera artística. Era 2016 y asomaba en el West End como Archie Rice, el artista en decadencia escrito por el dramaturgo John Osborne para Olivier en la obra The Entertainer (conocida aquí como Imprevisto pasional). La dramaturgia de Osborne insuflaba nuevas llamas al enojo de aquella generación de escritores airados al retratar la decadencia de un astro del music hall en paralelo con la derrota del Imperio Británico en el Canal de Suez. Según el crítico teatral Michael Billington de The Guardian, la interpretación de Branagh en esa reposición se mostraba “demasiado perfecta en las rutinas de baile y canto, incluso con un número de tap habilidoso al estilo de James Cagney”, infructuosa para capturar el espíritu desesperado de una cultura en decadencia. En tanto, el patetismo puesto en juego por Olivier en su interpretación de Archie Rice en la película de Tony Richardson de 1961 revelaba su ajustada comprensión de ese mundo que se extinguía. Esa clave de “infructuosa perfección” es la que define a Belfast: el intento de recrear una memoria infantil sobre un tiempo convulso con la calculada pulcritud de la ilusión. Branagh no puede evitar mirarnos desde la pantalla con anhelo de emotiva complicidad cada vez que filma los grandes ojos del pequeño Buddy (Jude Hill), su alter ego infantil en aquella Irlanda del Norte de los tardíos 60. Es cierto que la película no disimula que el mundo se embellece en la mirada inocente, pero en ese gesto también suaviza las aristas más ásperas del relato, los matices que podrían haberle ofrecido imágenes más originales, más personales. Los primeros minutos de la película recorren la Belfast actual, territorio sobre el cual el director reclama el derecho a contar su pasado. Y lo hace desde la presencia de Buddy en esa calle filmada en un limpio blanco y negro, signada por una intempestiva violencia entre quienes reclaman la expulsión de las familias católicas a fuerza de bombas caseras y piedrazos contra las casas, y las fuerzas del orden representadas en las formaciones policiales y los tanques desfilando por el centro de la ciudad. Ese conflicto es el telón de fondo de la infancia de Buddy, cuya vida se divide entre los amores en la escuela, las travesuras por el barrio y las horas en familia que le dan cobijo. Junto a Buddy también descubrimos a su madre (Caitriona Balfe), ama de casa que afirma con pasión su permanencia en Belfast, el padre (Jamie Dornan), quien trabaja en Inglaterra y solo pasa con su familia los fines de semana, y los abuelos, pilares de la tradición y el arraigo ante la posible emigración a algún rincón del extenso Commonwealth. La vocación de Branagh nunca consiste en otorgar profundidad al conflicto, más allá de la lectura que puede hacer un niño de 9 años y algunos discursos que los adultos le ofrecen para explicarlo. Incluso los momentos más contundentes, como el emotivo alegato de la madre en el colectivo, funcionan en sintonía con esa memoria construida sobre un imaginario de duelos de western nunca problematizados. En ese sentido, basta ver Amarcord para entender cómo Fellini pudo convertir su infancia en Rímini en un retrato de la Italia criada bajo la égida del fascismo, sin perder el humor y con imágenes propias e inolvidables. Branagh condensa la vida de Buddy y su familia en escenas que despliegan una meticulosa producción: las visitas al cine como experiencia deslumbrante (y en colores), el uso simbólico de la cita a A la hora señalada, las explicaciones del abuelo sobre el amor y su huidizo aprendizaje. Y cada una de ellas remarca la inocente mirada de un chico cuya infancia fue bombardeada por el caos exterior. Ese mismo ego que lo llevó a filmar el pasado de Hércules Poirot en la reciente Muerte en el Nilo para esconder tras su bigote traumas y cicatrices, aquí se morigera con calidez y nostalgia, que son las que engrandecen las mejores escenas: el baile de su padres entre recientes sinsabores –excelentes Catriona Balfe y Jamie Dorman-; la función de cine al son de ‘Chitty Chitty Bang Bang’, y algunas de las miradas de la abuela que interpreta Judi Dench tras el vidrio de la ventana de su casa, convertida en ese retazo de memoria que ha resistido la erosión del tiempo. Con Belfast, Branagh ha convertido los recuerdos dispersos de su infancia en una película con más ensueño que vigor, un relato infantil pintado de lágrimas grises y melodías perfectas.
Autobiografía de tiempos violentos La película es candidata a siete premios Oscar de la Academia de Hollywood, entre ellos a la mejor película, director y guion. Las películas en las que los directores reescriben desde la ficción sus memorias de niñez o adolescencia son un clásico en sí mismas. Nombres pesados del cine han cedido a esa tentación cuasi biográfica. Tanto Los 400 golpes, Amarcord o Cinema Paradiso, como las más recientes Roma (Alfonso Cuarón), Fue la mano de Dios (Paolo Sorrentino) y la todavía en cartel Licorice Pizza (Paul Thomas Anderson), conforman un verdadero catálogo de evocaciones. Quien ahora se suma a ese grupo es Kenneth Branagh. Es que al llegar a su largometraje número 20, el cineasta norirlandés quizás sintió que no podía ser menos que sus notorios precursores y también echó mano a sus recuerdos infantiles para escribir y dirigir Belfast, su trabajo previo a Muerte en el Nilo, adaptación de la novela de Agatha Christie que aún puede verse en salas locales. Como en algunos de los casos anteriores, Branagh utiliza el recurso de filtrar el relato a través de la mirada del protagonista, Buddy, un niño de nueve años, para mirar con asombro una realidad a la que es difícil hacerle frente. No solo por la asimetría de un chico tratando de entender las reglas del mundo, sino por la complejidad de un momento histórico determinado. Acá se trata de los estallidos de violencia que tuvieron lugar en la capital de Irlanda del Norte a fines de la década de 1960, que llevaron al límite un conflicto de raíz religiosa que recién se resolvería tres décadas más tarde. Branagh utiliza los títulos iniciales para trazar un retrato colorido de la Belfast actual, presentándola como una ciudad moderna y próspera. La secuencia, de casi dos minutos y que bien podría ser un corto de promoción turística, pone en evidencia un preciosismo calculado que definirá a la película en lo estético. Ese recorrido finaliza frente a una pared con un mural, sobre la cual la cámara se asomará para encontrarse del otro lado con el pasado. A partir de ahí el registro vira al blanco y negro y la decisión permite sospechar algo que Belfast confirmará enseguida: la necesidad manierista del director de mostrarse exquisito en la composición de cada plano y virtuoso a la hora de mover la cámara en torno a la acción. Lejos de conseguir que la narración fluya de manera natural, estos recursos a veces se convierten en distracciones, fuegos de artificio que buscan con desesperación llamar la atención sobre la forma. Belfast -candidata a siete premios Oscar, entre ellos a la mejor película, director y guion- se vuelve así una película de escaso peso dramático: ligera en sus momentos más densos; empalagosa e incluso banal cuando se propone ser más íntima o emotiva. De ese modo, la tensión de vivir en aquella ciudad sitiada por la violencia, que abruma a los personajes, nunca trasciende la pantalla. Por el contrario, queda encapsulada y reducida dentro de esos cuadros que Branagh construye con precisión metódica, pero que no siempre cumplen con el fin de potenciar el drama y no pocas veces se perciben como arbitrarios y efectistas, meros reflejos de la vanidad.
Con melancolía, pero atención, con moderación y sin ponerse nunca pedante, Kenneth Branagh construye en Belfast un filme que es candidato al Oscar con tintes autobiográficos, y escribe una carta de amor a su infancia y a su ciudad natal. Toda película tiene un punto de vista, y el de Belfast es el de Buddy, un niño, y no lo perderá en ningún momento. Buddy es Branagh, y no porque sea rubio en ese blanco y negro en el que sucede todo lo real, y a colores cuando va al cine y se escapa de la realidad. Buddy (Jude Hill, irlandés como todos los intérpretes principales, la mayoría nacidos en Belfast) tiene 9 años y cuando la película comienza está armado con la tapa de un tacho enorme de basura que utiliza como escudo. Está jugando a vencer dragones, y a pocos metros de esa calle -el filme prácticamente no sale de allí, salvo al interior del cine o al de un aula, o una parada de bus- otros irlandeses están peleando de verdad por lo que creen, sienten y entienden es por lo que hay que pelear: sus derechos. Como en toda disputa y/o grieta cada uno cree o siente y entiende que la razón lo ampara. La película transcurre en momentos en los que la capital de Irlanda del Norte vivía particularmente convulsionada por los enfrentamientos entre protestantes y católicos, pero Branagh no quiere dar ninguna lección de historia. Menos ideologizar la vida de Buddy, que ya bastante tiene con lo que le pasa por su interior. A saber, lo más importante: está enamorado de la chica más linda y más lista de su clase en la escuela. Luego, también, su familia es de clase baja, baja por los recursos económicos con los que cuenta, pero altísima si contamos los valores que manejan. Buddy a su papá (Jamie Dornan, a años luz de Cincuenta sombras de Grey) lo ve poco y nada, porque se la pasa viajando a Londres a trabajar, pero bien que disfruta los momentos con él. Su madre (Caitriona Balfe) se preocupa por él y es la voz mandante que guía al ingenuo Buddy; su abuelo (Ciarán Hinds) está enfermo, y su abuela (Judi Dench) lo malcría con dulces. Hinds y Dench son candidatos al Oscar como intérpretes de reparto. Qué familia Imposible no empatizar con Buddy y los miembros de su familia. La película, que cuenta con siete nominaciones al premio de la Academia de Hollywood, incluidas la principal, mejor película, dirección y guion original, es un relato de amor a la familia, a esas calles del barrio, a la ciudad de la que emigrar es una posibilidad cierta. Si se van, dejan atrás las penurias económicas y la peligrosidad -las revueltas de violencia hacen que se construya una barricada, y formar parte de los grupos vandálicos es más que una opción-, pero también a los abuelos, a los afectos. Branagh llamó a su habitual director de fotografía Haris Zambarloukos, el mismo de la actualmente en cartel Muerte en el Nilo y también de Thor y La Cenicienta, los títulos más comerciales del director de Enrique V para su filme más intimista, que cuenta con una gran banda sonora de Van Morrison. Entre chicos jugando a la pelota en la calle y cócteles Molotov arrojados por hombres enmascarados se desarrolla Belfast, un filme que destila un humor blanco cuando no irónico, que habla y cuestiona los fanatismos de uno y otro lado, manteniendo eso sí siempre el homenaje incondicional a la familia.
Belfast es para Kenneth Brannagh lo que Roma fue para Alfonso Cuarón, una exploración nostálgica e inocente en momentos conflictivos, con la diferencia de presentarse como un relato más dinámico y entretenido
Nostálgico relato de tintes autobiográficos de Kenneth Branagh en el que los recuerdos sobre las disputas en Irlanda, que exigieron el exilio de miles y miles de habitantes, es la excusa para hablar de una época en la que estaba todo por descubrir, y en donde pese al contexto trágico, la inocencia de un niño se mantenía inquebrantable. Con una puesta en escena única y una banda sonora contagiosa, a pesar del drama que narra, es una de las grandes candidatas a los premios Oscars.
La nueva película de Kenneth Branagh es una obra maestra que triunfa por su pasión por el séptimo arte, narrando el conflicto en Irlanda a través de los ojos de un niño. Una de las preferidas para la entrega de los Premios de la Academia de este domingo.
A fines de la década del sesenta, Irlanda del Norte vivía un pico más de la convulsionada inestabilidad política que signó su historia durante el siglo XX y es en esa época y lugar en donde Kenneth Branagh pasó su infancia, contada en Belfast, filme en donde asume el guion y la dirección. La película del actor y director irlandés es una de las 10 nominadas al Oscar a Mejor Película y suma siete candidaturas en total (incluidas las de Dirección y Guion Original), pero más allá de sus posibilidades frente a la gran favorita de este año, El poder del perro, de Jane Campion, Belfast presenta algunas contradicciones que la hacen esquiva a la hora de hacer una rápida evaluación. La historia comienza con unas virtuosas tomas a todo color de la Belfast actual y enseguida cambia al blanco y negro para transportar el relato al mismo lugar pero en 1969, en un barrio de la ciudad irlandesa en donde vive Buddy (Jude Hill como el álter ego del director) en una casa humilde y tan igual al resto de su calle acompañado por su madre (Caitríona Balfe), su padre que está ausente la mayoría del tiempo por su trabajo en Londres (Jamie Dornan), su hermano mayor (Lewis McAskie) y la cercanía afectiva de sus abuelos (brillante trabajo de Judi Dench y en especial del gran Ciarán Hinds). El compacto grupo familiar está atravesado por un turbulento exterior, en pleno desarrollo de los enfrentamientos denominados “The Troubles” (Los problemas) entre los unionistas protestantes (partidarios de permanecer en el imperio británico) y los republicanos católicos (separatistas) en el marco de la ocupación inglesa y tres años antes del trágico “Domingo sangriento”, en donde el ejército inglés abrió fuego y mató a 14 personas en una manifestación. Los recuerdos y la mirada de Branagh están centrados en ese niño feliz a pesar del entorno violento, con purgas a cargo de los protestantes para “limpiar” de católicos a la ciudad y presiones para unirse a los grupos independentistas más ultras que a pesar de no ser mencionados, se descuenta que son del Ejército Republicano Irlandés (IRA, según sus siglas en inglés). El cuidado blanco y negro no hace más que contextualizar el agobio de los personajes sobre un marco que lo excede pero con la perspectiva bastante probable de que los más jóvenes terminen formando parte de algún grupo luchando en la guerra civil o emigrar a los destinos más usuales de la diáspora irlandesa, como Canadá, Australia o el recurso más a mano, instalarse en Londres, el corazón del imperio británico. Justamente, si bien la división entre protestantes y católicos es uno de las problemáticas que marcaron la historia de Irlanda, la ocupación inglesa es tocada apenas tangencialmente por la película, una omisión en función de la facilidad con que Belfast puede ser consumida, a partir de una historia sencilla, atractiva desde lo visual, con personajes entrañables y empáticos. Un conjunto de fórmulas efectivas que representa un desafío a desentrañar detrás de una puesta tan inteligente como fácil de digerir. La historia se desarrolla dentro de lo que podría denominarse el cine costumbrista y familiar -después de todo se trata de la infancia del director- y son las propias decisiones del director las que dan cuenta de un discurso y una manera de ver el mundo que tienen que ver con la visión inglesa sobre el estado de las cosas, que parece, caló hondo en aquel niño irlandés que estuvo obligado a emigrar a Inglaterra y hoy tiene la posibilidad de contar su propia historia. Lo cierto es que Belfast es efectiva y contada con todos los elementos que debe contener un relato autobiográfico tradicional desde la mirada inocente de ese niño que crece en esas calles en plena efervescencia de sucesos históricos: el primer amor, una familia cariñosa y comprensiva que bordea el estereotipo -los abuelos, adorables, comprensivos y sabios son un ejemplo de eso- e incluso auto homenajes, que desde el presente buscan tener un carácter premonitorio. Al incluir películas como Hace un millón de años (Don Chaffey, 1966) con la explosiva Raquel Welch o la nostálgica Chitty Chitty Bang Bang (Ken Hughes, 1968), film inolvidable de esa época con un mágico auto volador conducido por Dick Van Dyke, se supone que con esa formación sentimental y cinematográfica está claro que ese pequeño inteligente y vivaz estaba destinado a dejar su marca en el mundo. En suma, Belfast dispone de un aceitado mecanismo dedicado a contar pero aunque se trate del relato más personal de Branagh, la puesta está planteada en función de una emotividad distante, que dispara la rápida conclusión que cualquier realizador con oficio y profesionalismo podría haberse hecho cargo de la película y obtener los mismos resultados, que al menos en esta oportunidad, el impersonal cineasta al abordar sus propios orígenes. BELFAST Belfast. Reino Unido, 2021. Guion y dirección: Kenneth Branagh. Intérpretes: Jude Hill, Caitríona Balfe, Judi Dench, Jamie Dornan, Ciarán Hinds y Colin Morgan. Fotografía: Haris Zambarloukos. Edición: Úna Ní Dhonghaíle. Música: Van Morrison. Distribuidora: UIP (Universal/Focus). Duración: 97 minutos.
Hoy llega a nuestros cines Belfast, escrita y dirigida por Kenneth Branagh y protagonizada por el pequeño Jude Hill, lo acompañan Caitriona Balfe, Lewis McAskie, Jamie Dornan, Ciarán Hinds y la enorme Judi Dench. Belfast sigue la historia de Buddy, un niño y su familia de clase obrera residentes de la ciudad de Irlanda del Norte durante la persecución de católicos por parte de protestantes en el año 1969, disturbios que cambiarían la vida de Buddy para siempre. Belfast es una gran película y sin dudarlo una de las mejores direcciones de Kenneth Branagh, esto tal vez sea así ya que el film encubre la infancia del director, por eso esta falsa autobiografía tiene mucho sentimiento. Filmada en casi su totalidad en blanco y negro, Brangh logra unos encuadres hermosos que dota de vida a todo ese suburbio conflictivo. La religión, la familia y la economía son los grandes temas del film, pero también está el arte que aquí se presenta siempre en color durante las escenas del cine y el teatro como si fuera un salvoconducto mágico que contrasta con la opresión que se vive afuera. Y en ese sentido la puesta en escena del guion es excelente, en un mismo plano podemos ver las dificultades que atañen a los adultos y a los niños, haciendo esa marca entre distintas problemáticas, pero uniéndolas por las tres generaciones de la familia. Otro punto a favor son las actuaciones, absolutamente todos los personajes son creíbles, niños, adultos y ancianos. El pequeño Jude Hill desborda inocencia y se carga la película al hombro, pero quienes tienen las mejores escenas dramáticas son Caitriona Balfe personificando a la madre de Buddy y Ciarán Hinds y Judi Dench como sus abuelos, estos tres personajes son quienes le dan al niño sus lecciones de vida y lo hacen sin ningún tipo de sobreactuación. En fin, Belfast es un drama redondo que no cae en golpes bajos y la recomendamos como una de las imperdibles para ver en la gran pantalla, tras su visionado se nota que sea candidata al Oscar. Belfast emociona para bien y es uno de los mejores trabajos del director.
Ambientada en1969 cuando en Irlanda del Norte comenzaban los enfrentamientos entre protestantes (Unionistas, mayoría, querían preservar los lazos con el Reino Unidos) y los católicos (republicanos y minoritarios) Pero en el medio de esos enfrentamientos que van escalando en violencia, están los que toda la vida convivieron sin problemas de creencias y desean solo la paz. En ese escenario, los recuerdos del director y guionista Kenneth Branagh, ubican a su familia en un desgarrador momento de decisión, donde prevalecen los sentimientos profundos culturales y de sangre. En este conmovedor film filmado en blanco y negro, con estallidos de color, con una magnifica fotografía y reconstrucción de época, el mundo está visto desde los ojos de un niño, encarnado por Jude Hill, que tiene sus intereses, el despertar del amor y trata de entender, como todo el resto, qué trastoca tan salvajemente su mundo. Grandes actuaciones de talentosos actores: Judy Dench y Ciaran Hinds son los abuelos que ven con desgarro como el matrimonio formado por Caitriona Balfe y Jamie Dorman se debaten en una duda crucial. Emigrar por falta de trabajo y dejar atrás todos los lazos de pertenencia, incluidos los adultos mayores o el sueño de asegurarse un futuro sin violencia y supuestamente opulento. Toda la historia rescata descubrimientos y dolores, escenas familiares de enorme calidez sin dejar de lado la mirada sobre el huevo de la serpiente que crece para el vandalismo y el fanatismo.
Esta joyita que es "Belfast" fue escrita y dirigida por Kenneth Branagh y es una de las mejores películas que vi en mucho tiempo. Relata la época tumultuosa y violenta ocurrida en Agosto de 1969 en Irlanda del Norte, a través de la inocente y dulce mirada de Buddy (Jude Hill) un niño de 9 años que resulta toda una revelación. El espectacular uso del blanco y negro a cargo de Haris Zambarloukos le otorga una belleza extrema, aunque el film posee algunos momentos de color, muy puntuales. La vida en familia, compuesta por su padre, Pa (Jamie Dornan), su madre Ma (Caitriona Balfe), su hermano Will (Lewis McAskie) y sus adorables y entrañables abuelos (Judi Dench y Ciarán Hinds) pasa de la tranquilidad, con juegos en la calle, donde todos se conocen, a una guerra violenta entre católicos y protestantes. El conflicto obliga a los adultos a proponer una mudanza familiar a Londres, lugar donde trabaja Pa para pagar sus deudas. La sola idea del desarraigo angustia a Buddy; ya no podrá compartir momentos con la niña que le gusta, jugar con sus amigos y especialmente tener largas e interesantes charlas con su abuelo. La historia semiautobiográfica de Brannagh es tierna e inteligente, y en esa simpleza, conmueve y divierte. La música de Van Morrison es otro plus, excelente. El elenco es brillante y nos permite descubrir el coming of age de Buddy, disfrutar de la pareja de ancianos formada por Hinds y Dench y ver a Dornan, en un rol más comprometido. Una película galardonada por el público en el Festival de Cine de Toronto y nominada a 7 Premios Oscar que merece gran reconocimiento y, desde ya, ser vista en el cine.
En 1989 Kenneth Branagh debutó como director con Henry V, una película que trascendió entre las más sobresalientes adaptaciones de Shakespeare y tuvo a enorme virtud de acercar las obras del dramaturgo inglés a una nueva generación de espectadores. En su momento fue un film muy popular que impulsó la carrera del artista como cineasta, quien luego sorprendió con otras grandes adaptaciones como Mucho ruido y pocas nueces, Como gustéis y la épica versión de Hamlet de cuatro horas que jamás podrás ser superada. Desde entonces su filmografía como realizador combinó películas independientes como el thriller Sleuth y La flauta mágica (basada en la ópera de Mozart) con proyectos hollywoodenses más comerciales que tuvieron diversos resultados. Algunas buenas películas como Cenicienta, Thor y Asesinato en el Oriente Express, otras olvidables como el fallido reboot de Jack Ryan y más recientemente la bochornosa Artemis Fowl. Por lejos, la peor obra de su carrera que filmó en piloto automático y sin ganas para los estudios Disney. Tras ese desastre Kenneth se redimió con Belfast, un proyecto que representa su obra más personal como director al tratarse de un relato autobiográfico. La trama está inspirada por las experiencias que vivió en su ciudad natal, durante la irrupción del conflicto norirlandés entre católicos y protestantes en 1969. El director nos transporta en el tiempo a los orígenes de esta disputa que es narrada desde la perspectiva de un niño que intenta llevar una existencia normal en un contexto social y político complejo. A través del personaje de Buddy (el alter-ego de Brannagh) la trama describe las trágicas consecuencias que generó en las familias de Belfast el incremento de la violencia. Algunos se vieron obligados a emprender un exilio forzado alejados de sus seres querido y otros optaron por quedarse y convivir con una realidad muy dura que en la décadas siguientes generaría la muerte de 3524 civiles. Branagh toma el género del coming-age para desarrollar una historia donde el contexto político se equilibra con la mirada inocente del protagonista. El film lejos de ser un drama depresivo encuentra su lugar para incluir también situaciones humorísticas y guiños a la cultura popular de aquellos años. Una rareza de Belfast es que el clásico colaborador de Branagh en la música, Patrick Doyle, esta vez no fue parte del proyecto y esa tarea quedó a cargo del cantante Van Morrison, quien también es un famoso nativo de esa ciudad. La película incluye varios clásicos de su repertorio y un nuevo tema que compuso especialmente para el film, Down to Joy, que obtuvo una nominación al Oscar. Dentro del reparto hay un muy buen ensamble de artistas veteranos como Judi Dench y Ciarán Hinds (Munich) y figuras que en los últimos años trascendieron en la televisión, como Jamie Dornan (The Fall) Caítriona Balfe (Outlander) y Colin Morgan, el recordado protagonista de la serie Merlín. El rol principal quedó a cargo de Jude Hill, un gran hallazgo de Branagh que sorprende con su carisma y empatía que trasmite con el personaje. En resumen, un gran retorno inspirado del director con un film que no se puede ignorar si disfrutaste sus obras previas.
Volver a recuperar un fragmento de la infancia, los recuerdos, aquellos momentos vividos en familia y retratar la propia aldea es una temática recurrente y muy frecuente tanto en la literatura como en el cine. En “BELFAST” el reconocido director Kenneth Branagh (de quien hace pocas semanas se estrenó “Muerte en el Nilo” en un registro autoral completamente diferente), revisita su propia niñez en la ciudad de Irlanda del Norte que da título al filme y es el marco excluyente de toda la historia. Las primeras imágenes con una fotografía brillante a todo color, hablan de la Belfast de hoy, el registro actual de una ciudad a la que Branagh quiere volver para contar su propia historia, dando paso a sus memorias, retratadas en un radiante blanco y negro, mientras transcurre el final de una década tan icónica como la década del ´60. El pequeño Jude Hill es Buddy, un perfecto alter ego del director, personaje en el que se centra la historia. Desde su mirada con ojos de niño Branagh se permitirá narrar las escenas más importantes, que permiten lograr ese tono nostálgico, mezclado con una mirada naïf y dulce, tan típica de los relatos de infancia, aquellos que inclusive sirven de trampolín para dar inicio a una nueva etapa, generando una sensación tan propia de una estructura más emparentada con un relato de coming of age. Pero si bien la temática y la estructura es conocida y varios directores han trazado de diversas formas su propio homenaje a la infancia, a su familia, a sus tradiciones y a su ciudad natal, en el caso de “BELFAST” el director apunta a una puesta en escena minuciosa, llena de detalles y por demás exquisita y es también el responsable de un guion que intenta escapar a cualquier golpe bajo para trabajar en base a dos líneas argumentales: por un lado el contexto político y social en el que la ciudad estaba inmersa y del que la familia de Buddy no puede quedar ajeno, y por el otro, el foco atento en cada uno de los personajes de la familia, a los que pinta detalladamente, con suma precisión y de una manera entrañable. Corre 1969 y Belfast aún sin quererlo, queda atrapada en las represiones policiales frente a los enfrentamientos religiosos, en las manifestaciones de la comunidad protestante, hechos que más tarde darán inicio a una campaña de atentados del IRA contra los militares. El génesis de la violencia, las víctimas y la ruptura de la paz de esta pequeña ciudad, temas que en manos de otros directores se hubiesen montado sobre una toma de posición o un discurso claramente partidista, en manos de Branagh se muestran sutilmente, con una cámara que retrata los acontecimientos sin patinarlos de enciclopedismo histórico y sobre todo, sin perder de vista esos ojos de niño y el impacto que irán generando estas situaciones sociales en el seno de una típica familia de la época. A través de esa mirada tierna y plena de candidez, Buddy intentará entender el mundo de los adultos, como testigo silencioso de la tensión entre el matrimonio de sus padres, donde la pareja deberá negociar cierto reacomodamiento laboral en cabeza del jefe de familia, frente a ciertos problemas económicos e impositivos que los oprimen. Con esa misma inocencia se describirá el vínculo con sus abuelos, donde el afecto y la complicidad se pondrán rápidamente en juego logrando las escenas más emotivas y encantadoras de “BELFAST” además de poder disfrutarse los excelentes trabajos de Judi Dench y Ciarán Hinds –quien se luce particularmente con pequeños monólogos que aprovecha inteligentemente para el crecimiento de su personaje- cargados de una amorosidad que nos transporta directamente al recuerdo nostálgico con nuestro propio pasado. La cámara de Branagh envuelve exquisitamente al rostro perfecto de Caitriona Balfe como la madre y a una precisa composición de Jamie Dornan como el padre, quienes se entienden con una muy buena química en pantalla tanto para los momentos más distendidos (como una escena de baile) hasta los más tensos con las decisiones que deben enfrentar frente a la potencial mudanza. Además del homenaje a su ciudad natal y a los momentos más inolvidables de su infancia, aparece como uno de sus recuerdos fundantes aquellas tardes en el cine donde todo era puro disfrute y donde indudablemente aparece el germen de la carrera que posteriormente desarrolló, con una filmografía tan prolífica como actor y como director, con una interesante diversidad de géneros, desde su versión de “Hamlet” y “Romeo y Julieta” volviendo sobre su espíritu shakesperiano hasta el cine más mainstream con “Asesinato en el Orient Express”, “Cenicienta” o “Jack Ryan”. Nominada a 7 premios Oscar, entre los que cuenta con Mejor Película, Mejor Director y Mejor Guion Original, “BELFAST” deja ese sabor típico de los recuerdos y los momentos grabados a fuego, cuando la cámara vuelva a recorrer los rincones de una Belfast actual, vibrante y quizás algo lejana a todo lo sucedido. POR QUE SI: » La cámara retrata los acontecimientos sin patinarlos de enciclopedismo histórico y sobre todo, sin perder de vista esos ojos de niño «
HACER LA GUERRA CON UN PALITO El póster de Belfast sintetiza bastante bien los objetivos de Kenneth Branagh en esta, su película con dejos autobiográficos: un pibe, Buddy (el simpático Jude Hill), armado con una espada de madera y cubriéndose con un tacho de la basura como escudo. Belfast es una película ambientada en los años 60’s, en una Irlanda convulsionada por los conflictos entre protestantes y católicos, y posa su punto de vista en los ojos de un niño, que mira todo sin comprender y que se evade a través del cine, la televisión y los cómics mientras su familia se desmorona un poco por el contexto político y otro tanto por asuntos más personales (aunque cuándo el contexto político no infirió en la vida de las personas). Y Branagh no es hipócrita (no lo será en el ejemplar final, por ejemplo): no pretende una mirada totalizadora sobre los problemas del mundo, no asume que su película es la verdad definitiva, ni que tiene algo importante para decir al respecto. Lo que ofrece es una mirada infantil, nos invita a la guerra con un palito de madera. Es, claro que sí, preferir la ficción a la verdad, sin convertirse en el abyecto de Benigni de La vida es bella en el camino. Belfast abre de la peor manera, una serie de postales de la ciudad irlandesa que parecen más un muestrario turístico que otra cosa. Pero tras algún paredón se desatará la guerra y Branagh señalará que ese pacífico pintoresquismo del presente, en cierta manera, esconde los rastros de un pasado de sangre y lucha. En ese movimiento hacia el pasado descubrimos a Buddy y su familia, un grupo humano tironeado entre las exigencias políticas de un contexto que pide ubicarse en algún lado y otro tanto por la necesidad de subsistir. Branagh narra todo esto de forma un poco fragmentaria, a la manera de recuerdos del pasado que surgen como viñetas. Lejos del registro realista a lo Jim Sheridan o Neil Jordan, hay aquí algo más evocativo que político; o si no político, al menos activista. A Branagh no lo mueve sacar conclusiones ni definir posturas porque, básicamente, lo que registra es precisamente el dilema de un grupo de personajes que deciden quedarse al margen o no participar activamente. Podemos discutir esa posición de los personajes, pero no podemos discutir la decisión del director de registrar eso. Si Belfast es un relato con elementos autobiográficos (el pequeño Buddy lee un cómic de Thor, el personaje que Branagh llevó a la gran pantalla), cómo juzgar la experiencia personal. Habrá quien acuse al director de poco comprometido; sin embargo yo veo un gesto de total honestidad. Lo que deberíamos preguntarnos es: ¿quiere Branagh hacer una película política? En todo caso podemos aceptar que esa posición de los protagonistas, no del todo reflexionada o puesta en crisis por la película, condiciona al relato llevándolo por un terreno de levedad y simplificación que vuelve lo político bastante vulgar. Justamente el mismo espíritu que impera en esas secuencias de protestas callejeras o movilizaciones registradas con un tono demasiado lavado. En ese sentido Belfast no deja de ser una película de Branagh, alguien capaz de alternar entre momentos sublimes y otros fallidos dentro de una misma película, de una secuencia a otra. Pero también alguien con una idea muy concreta sobre cómo contar lo que quiere contar, como lo demuestra en sus adaptaciones de Agatha Christie o en sus acercamientos a la obra de William Shakespeare. Lo que sí nunca nos va ofrecer Branagh es una mirada superada, ni nos va a enrostrar erudición para ponerse en un pedestal. Seguramente esa idea de un cine popular y accesible le juegue en contra en una película que, tal vez, reclame otras espesuras. Sin embargo se agradece esa honestidad que destila hacia el final, cuando deja en claro que estuvieron los que se fueron pero también los que se quedaron. Y que esa ecuación, en cualquiera de los sentidos, significa una pérdida. Ahí no hay inocencia ni hipocresía, sino un dolor expresado con enorme pudor.
Reseña emitida al aire en la radio.
En el programa " Aventura para la tierra de uno", el periodista Javier Erlij comenta en los estrenos de la semana: Belfast ( Película estreno en salas)
Las acrobacias de cámara rara vez tienen algo que ver con necesidades del relato, tour de force que remite a tantos otros equilibristas del prestigio que están detrás de las presuntas películas artísticas que cosechan premios y estatuillas.
Ambientado en Belfast a finales de los 60, la última película escrita y dirigida por Kenneth Branagh nominada al Oscar como mejor película y que se llevó el Globo de Oro a mejor guion, se estrenó el pasado jueves en los cines de Argentina. La película es una bellísima historia con tintes autobiográficos de la infancia del director, emotiva y sensible Por Manuel Germano Los conflictos entre católicos y protestantes que sucedieron en Belfast enmarcan el contexto del filme, una zona rodeada por militares y donde los conflictos sociales entre los propios vecinos no tardan en sucederse. Buddy, el hijo menor de un joven matrimonio protestante que no está de acuerdo con la violencia como forma de expresión, es la figura principal que Branagh elige para contar esta historia. A través de sus ojos el espectador podrá adentrarse no solo en lo agitado que fue ese momento histórico para Belfast y la política nacional, sino también en aquello que a el como niño lo mantiene atento, la incertidumbre de lo que podría pasar, el primer amor de la infancia, la estabilidad de la familia en la ciudad o fuera de ella y el vínculo con sus entrañables abuelos (Judi Dench y Ciaran Hinds ofrecen escenas bellísimas) Emociona la sencillez con la que los vínculos son retratados en Belfast y el humor que genera la inocencia de la mirada de Buddy ante el mundo adulto. Branagh trabaja la totalidad del film en blanco y negro y esa decisión (que nos recuerda a ROMA, de Alfonso Cuaron) es un gran acierto, le aporta a la historia climas y momentos preciosos que calan hondo en la audiencia. El elenco compuesto por Jude Hill, Caitriona Balfe, Jamie Dornan, Lewis McAskie, Judi Dench y Ciaran Hinds es otro acierto de Branagh, todos los roles están muy bien delineados y trabajados. La múltiple nominada a los premios de la Academia es una pieza cinematográfica de gran sensibilidad que tiene grandes posibilidades en la entrega de los Oscar del próximo 27 de marzo.
Esta es de esas películas lustrosas que convocan de inmediato la simpatía. Es en blanco y negro (con un prólogo en colores), es histórica -como comienzan los enfrentamientos entre católicos y protestantes en Irlanda del Norte-, muestra la vida de una familia a la que el conflicto la atraviesa. El punto de vista casi excluyente es el de un niño de nueve años enamorado de una compañera de colegio. No hay manera, con todos estos elementos, de que, incluso con los elementos trágicos que son de rigor, uno no se sienta a gusto mientras la ve. Incluso Brannagh, que no es precisamente un gran cineasta (aunque sí bastante prolífico y un poco dilettante), se da el lujo de jugar con la forma cinematográfica, homenajear el propio séptimo arte, crear momentos que tienen destino de recuerdo. Pero -ay, el “pero” del crítico...- todo resulta demasiado calculado, con un enfoque similar a películas como La esperanza y la gloria, de John Boorman, o incluso El Imperio del Sol, de Spielberg. No es necesariamente algo malo, y la elección de narrar desde un punto de vista infantil permite comprender mejor un contexto complejo. Brannagh, por lo demás, es un preciso director de actores, y se nota en cómo cada personaje dice sus líneas. Quizás sea la película que realmente se lleve el Oscar.
El actor y director irlandés Kenneth Branagh escribe su autobiografía cinematográfica. Belfast, una de las diez nominadas al Oscar, despliega recuerdos de una infancia marcada por los conflictos violentos entre protestantes y católicos a finales de los sesenta. Es la infancia de Buddy (el pecoso Jude Hill), evidente alter ego del director. Un chico dulce y alegre que ve cómo su mundo de juegos (su barrio, su calle) se convierte en un polvorín peligroso, amenazando la armoniosa vida familiar. La convivencia entre gente de distintos credos, o el acoso a las minorías católicas, resquebraja la estabilidad de la vida privada. Que es lo que importa en este relato, en tanto imposibilidad de continuar la vida en el lugar al que se pertenece, y se ama, en compañía familiar. Después de una introducción en color, con imágenes de la ciudad y su puerto, el blanco y negro transporta a ese tiempo pasado (e idealizado). El pequeño Buddy vive con un padre intermitente (Jamie Dornan), que va y viene por trabajo a Inglaterra, un hermano mayor, sin demasiado peso dramático, su madre y sus abuelos (interpretados por Judi Dench y Ciarán Hinds). Todos adultos amorosos, entrañables, que ni siquiera beben, pero preocupados por la creciente imposibilidad de mantenerse al margen del conflicto que crece. Desde la mirada de Buddy, el contraste con el mundo adulto, la pérdida de inocencia, tiene que ver con esos otros de afuera, que lanzan bombas molotov y saquean el comercio de la esquina, el del vecino de toda la vida. Partir, hacia Canadá o Australia, o cruzar a Londres, donde el acento es un potencial discriminante, presiona a la familia como una tormenta en ciernes. La música de Van Morrison, otro oriundo de Belfast, aporta buenos momentos a ese relato, cuyo planteo inicial interesa, pero que pronto se encauza como un relato muy convencional y edulcorado, en el que prima un sentimentalismo casi opuesto a la emoción. La sonrisa del niño versus el vandalismo, la iniciación (al cine, al erotismo, al mundo de los grandes) frente al mundo turbio de los adultos. Temas tratados desde los lugares comunes de la inocencia perdida. Películas que ya vimos, desenlaces que adivinamos, en una película que busca agradar, y al parecer lo logra, sin correr mayores riesgos.
Después de su Muerte en el Nilo, Kenneth Branagh retornó a sus orígenes y se volcó a una historia personal sobre los tumultos de la década de los 60s en Irlanda del Norte. Una película en blanco y negro, con la perspectiva de una mirada infantil, y un acercamiento ligero y dulce que hoy la posiciona como una de las posibles ganadoras al Premio Oscar. Buddy (un carismático y expresivo Jude Hill) es un niño que juega en las calles de su barrio cuando una manifestación asedia las calles de manera violenta e intentan destruir los hogares o echar a las familias católicas. Las bombas molotov estallan y una madre intenta proteger de la violencia al niño que pasó de jugar con la tapa de un tacho metálico de basura a utilizarla como escudo. La familia funciona como motor mientras las tensiones crecen en la calle. Buddy criado por dos padres (Jamie Dornan y Caitriona Balfe como dos opuestos que se complementan a la perfección) que intentan criarlo de la mejor manera y también protegerlo; la madre que se queda con ellos y el padre que necesita ir y venir por trabajo. «No puedes estar con ellos todo el tiempo. Tampoco puedes quitarle su infancia». Las contradicciones propias de toda etapa de cambio. «A la gente siempre le cuesta el cambio». La figura y presencia de los abuelos, interpretados acá de la manera más encantadora por Judi Dench y Ciarán Hinds, con quien el niño tiene la fortuna de pasar mucho tiempo. El de Brannagh es ante todo un retrato de la infancia. Mientras Buddy se mete en problemas como casi cualquier niño junto a su prima, sueña con jugar al fútbol o se enamora por vez primera, sus padres intentan sortear las dificultades económicas. Belfast muestra el conflicto irlandés a través de los ojos de un niño. Por eso quizás la película no indaga mucho más que para contextualizar en lo histórico y lo político. Es una película más sencilla y menos profunda de lo que uno esperaría; no es la opción adecuada para conocer más sobre este conflicto conocido como The Troubles, sino el modo que el realizador parece haber encontrado para recuperar recuerdos y homenajear al pueblo de donde salió. Hay allí varios temas, con mayor o menor importancia, dando vueltas. Uno es la religión, algo inevitable para la historia. La importancia del respeto entre creencias es algo que se le intenta inculcar a Buddy: no importa si sos católico o protestante, le enseña el padre que sueña con una convivencia pacífica. Y como no podía ser de otra manera en una historia con tintes autobiográficos, aparece el cine como algo más que un entretenimiento, como una manera de verse y pensarse, aun desde historias que parecen ajenas, pero sobre todo de escaparse, de transportarse a otro lugar. Nostálgica, por eso de las imágenes actuales de su ciudad natal saltamos de manera inmediata al pasado en blanco y negro, un blanco y negro en el que por momentos se colarán algunos detalles a color. La banda sonora conformada mayormente por canciones de Van Morrison le brinda un toque de belleza extra. Aunque resulte poco profunda, algo despolitizada y liviana, a veces un poquito subrayada, Belfast es una agradable película que nos conecta con los recuerdos de una época y lugar que en algún momento dejamos atrás. A la larga no importa si nos fuimos o nos quedamos, sino nunca olvidar de dónde vinimos. Eso es lo que Brannagh parece querer plantearnos con su película más personal.
“BELFAST'' es una de las fuertes candidatas a los premios Oscar de este año. Con 7 nominaciones (entre ellas mejor director, película y guion) su realizador Kenneth Branagh nos presenta una obra sobre su infancia en Belfast, Inglaterra. Será un niño de 9 años que vive una serie de revueltas que ponen en duda la paz en la ciudad. El objetivo era hacer una cinta introspectiva que nos cuente la infancia de su director. Se nota el cariño que hay en la película donde todo es visto desde un ojo nostálgico. Pero la nostalgia y el cariño no bastan para hacer cine. El cine, así como una novela, es una narración. Todo el esfuerzo debe estar puesto en hacer que la misma tenga una estructura determinada, para así lograr que el espectador disfrute la experiencia al máximo. Por supuesto esto no indica que, si o si tiene que haber acción o un drama muy intenso, sino que debe ser una historia donde cada detalle cuente y forme parte de un todo. BELFAST no hace un buen manejo de la información, muestra escenas que tienen un gran valor emocional pero que podrían ser extraídas de la película y el resultado sería el mismo. Por momentos parece un conjunto de anécdotas aisladas pegadas entre sí. Sin embargo, es claro el apego hacia lo que cuenta, sobre todo en su aspecto fotográfico. Tiene un blanco y negro muy logrado qué complace a cualquiera amante de la fotografía. Además, los encuadres son increíbles. Con una gran belleza en las composiciones, muchos planos podrían ser hermosos cuadros para colgar en una habitación. Pero esto no se trata de obtener el cuadro más bello, sino hacer que las imágenes tengan significado con respecto a lo que se narra, y es algo que se le dificulta mucho a la cinta. Hay, sin embargo, destellos de lo que podría haber sido un gran filme. Cuando se escogen esas escenas que verdaderamente aportan algo a lo que se quiere contar y cuando la trama finalmente decide avanzar hacia un rumbo determinado, todo se torna más interesante. Son altibajos, por momentos avanza y por momentos se queda estancada en el tiempo sin mucho que contar. Estos pequeños momentos, sobre todo a partir de su último acto, son los que conmovieron a muchos espectadores. “BELFAST” podría haber tenido un resultado todavía mejor. Una buena fotografía y una clara nostalgia hacia cierta época y lugar son factores que suman a la potencia narrativa de una obra. Pero si no logramos que aporten algo más a una historia, todo ese esfuerzo resulta en vano. Más allá de todo, vale la pena el retrato que hace de los personajes y su historia de vida. Deja una historia que puede gustar a algunos y a otros no, pero se presenta como fuerte candidata en esta temporada de premios. Por Felipe Benedetti
Sigue en cartel Belfast , película escrita y dirigida por Kenneth Branagh, que sin dudas vale la pena ver en el cine. El título, ubica la escena en Irlanda del Norte, Reino Unido. Lo cual se torna doblemente significativo porque allí nació su realizador en 1960 y actualmente a sus 61 años, Branagh decide contar esta historia que posee gran vínculo con su vida. Uno de los protagonistas de este relato es Buddy, un niño que -al igual que Branagh- adora las películas y es muy probable que por ello que cada vez que dentro de la diégesis asiste a una representación, esas escenas son las únicas a color en el filme. En consecuencia, puede pensarse que Buddy funciona como un alter ego del director, y quizás por eso también recurre poeticamente a la utilización del blanco y negro, porque la narración es construida principalmente desde la ocularizacion del niño (como un recuerdo del realizador). Si bien BELFAST se sitúa temporalmente en agosto de 1969, el conflicto reside en los llamados The Troubles, sobrenombre con el que se conocen los disturbios provocados por el enfrentamiento entre católicos y protestantes a partir de 1968, que tuvieron como consecuencia varias muertes en Irlanda del Norte. El barrio en el que vive Buddy, su hermano mayor Will y sus padres (Jamie Dornan y Caitriona Balfe), se ve perjudicado por los disturbios. Para una época en que los niños podían jugar tranquilamente en las calles, estas se tornarán en una zona de peligro y conflicto. Debido a la situación política, sociocultural y económica, la familia deberá decidir si permanecer en Belfast o partir en busca de un destino mejor, pero distinto, lejos de todo lo que conocen, incluso de los adorables abuelos de los niños (Judíos Dench, Ciarán Hinds). Este drama, a pesar de su trasfondo social agitado, gracias a su sentido del humor y dulzura, e inteligentes diálogos resulta disfrutable de principio a fin.
Creciendo con amor y conflictos Las aventuras de un joven nos servirán de marco para narrar un conflicto histórico. ¿De qué va?: Drama ambientado en la tumultuosa Irlanda del Norte de finales de los años ’60. Sigue al pequeño Buddy mientras crece en un ambiente de lucha obrera, cambios culturales, odio interreligioso y violencia sectaria. El multipremiado y enamorado de la obra de Shakespeare Kenneth Branagh usó parte de su infancia en Irlanda para relatar una película coming-of-age, la cual obtuvo siete nominaciones al Premio Oscar, incluyendo mejor película y mejor dirección. Con el conflicto interétnico nacionalista de Irlanda, más conocido como “The Troubles” -básicamente una guerra civil entre irlandeses-, Branagh nos ilustrará parte de sus primeros años en un relato por momentos conmovedor y por otros espeluznante. Todo enmarcado en un glorioso blanco y negro y con la fotografía perfecta de Haris Zambarloukos, asiduo compañero del director. Por otro lado, tenemos la música de Van Morrison, la que también le dio una nominación al máximo galardón por el tema «Down to Joy». Belfast tiene muchas razones para ser vista, y eso que todavía no hablamos de la magia de las actuaciones. El guion original fue escrito por el realizador, quien lo acompañó de un elenco de estrellas y de otros recién llegados, como el joven actor Jude Hill en el papel de Buddy, nuestro protagonista y relator. Además, tenemos a la ya veterana Judi Dench en el papel de la abuela, la cual sigue cosechando premios y nominaciones y no quiero dejar de nombrar a nuestra viajera del tiempo favorita, Caitriona Balfe (Outlander), en el papel de la madre y Jamie Dornan como el padre. La verdad, un equipo perfecto. Una película que nos llevará a través de una difícil pero pintoresca infancia llena de aventuras, enseñanzas, amor y una realidad sociopolítica oscura de Irlanda. En este contexto, una familia intentará sobrellevar el horror del conflicto de la mejor manera, donde a veces uno queda con tan pocas opciones que no hay margen para reflexionar, sumado a una sociedad con apuros que exige compromisos e inmediatez. Todo esto los llevará a tomar decisiones que favorecerán solo a un par de personas. Belfast es una de las 10 nominadas a mejor película en los Premios de la Academia. Difícilmente lo gane, pero así y todo es un título que se puede poner a la par de las grandes.
Para esta nueva crítica camino a los Oscar nos mudamos a Irlanda de Norte para encontrarnos con Belfast, lugar de nacimiento e infancia del director Kenneth Branagh, sería una especia de drama autobiográfico. Una película que cuenta con siete nominaciones: Mejor Película, Mejor director, Mejor Guion Original, Mejor Actor de Reparto (Ciaran Hinds), Mejor Actriz de Reparto (Judi Dench), Mejor Canción Original y Mejor Diseño de Sonido. Nuevamente nos cruzamos con una película que no pasa nada, no dice nada, es lenta y no atrapa. Empieza bien arriba con una canción de Van Morrison, introduciéndonos a una Irlanda hoy en día y en una transición interesante, cambia al blanco y negro y nos ubica en el año 1969, y a partir de ahí empieza un camino de bajada, sin más que alguna meseta en el camino, para volver a bajar. Nunca logré concentrarme de lleno en el film. Siempre sucedía algo más interesante o en mi celular o en los ruidos que venían de la calle, y esta vez no es enteramente de mi bajo poder de concentración, créanme que la película no te tira un centro para poder sentarte a mirar sin contemplar tu alrededor. Nos cuenta un poco la historia de una guerra civil que está sucediendo en Irlanda, guerra que se cree comúnmente que era de índole religiosa, pero iba un poco más allá de los católicos y los protestantes. El film está contado desde el punto de vista de un niño (Branagh de pequeño) y nos muestra las aventuras de ser un niño que crece en una calle donde conviven ‘armoniosamente’ cristianos y protestantes. La película cuenta con algunos datos ‘erróneos’ y lo pongo en comillas porque son datos que parecen haber sido manipulados para ser políticamente correcto. Desde una escuela mixta que no era, hasta la aparente tranquilidad que convivían estos dos lados de la religión. Parece tener mucha tinta agregada para quedar bien y poder llegar a estas nominaciones para los Oscar (pareciera que sin querer vi las peorcitas todas juntas, por ahora). Escenas que no se sienten reales, muy fingidas y que están como metidas a la fuerza donde no van. El niño escucha y lo ve todo. Es como si no sucedieran cosas que éste no pudiera ser parte. Creo que el director no tenía una muy buena relación con su hermano, ya que este apenas si dice dos palabras en la película, pareciera pintado. La prima tiene más diálogo e incluso la escena más tensa del film se encuentra ella, y el hermano solo le pasa la piedra al padre. Es curioso que las nominaciones a mejor actor/actriz de reparto sean el abuelo y la abuela del niño, pues fueron lo mejorcito del film. Los padres estaban poco profundizados, su relación parecía que se rompía, pero luego el amor mágico de las películas hacía que vuelvan a ser felices. El niño también realiza una actuación acorde al film. Me atrevería a decir que si este film gana un premio sería solo por las actuaciones. La canción original no es tan buena, el diseño de sonido tampoco acompaña mucho en la película. Está años luz de poder ganar a mejor película o guion original, y en cuanto a mejor director, está muchísimo más lejos que las dos anteriores. Mi recomendación: Si te interesa un poco la historia de Belfast, mirala. Pero yo no te la recomiendo.
La guerra de afuera y la batalla interior El estreno de “Belfast” fue el jueves pasado, el mismo día en que el mundo estaba convulsionado por el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania. “Belfast” también respira un enfrentamiento entre dos posiciones bien diferentes, en este caso son los católicos contra los protestantes en Irlanda. Kenneth Branagh quería filmar esta historia porque fue su propia historia de vida. Ambientada hacia fines de los 60, la película arranca a todo color con la floreciente e industrial Belfast actual y linkea al blanco y negro para contar en esa tonalidad casi todo el filme, salvo algunos chispazos coloridos para situaciones muy puntuales. El pequeño Buddy (brillante Jude Hill) es el alter ego del laureado actor y realizador, cuyo filme tiene siete nominaciones, entre ellas mejor película y mejor director, para la cita más importante de la industria del cine: los premios Oscar, que tendrán su gala el 27 de marzo. Buddy es el eje indiscutible de este relato. El chico juega a la guerra en las calles de su barrio, estudia todo lo que puede para captar la atención de una compañerita de clases de la cual está enamorado, se entretiene mirando tele en su casa junto a sus autitos Matchbox, disfruta de la compañía de sus abuelos -que siempre lo apañan, lo miman y lo educan- y de su hermano mayor. Pero hay un clima de tensión en el vínculo con sus padres. Su papá (el flojo actor Jamie Dorman, el mismo de “Cincuenta sombras de Grey”) va y viene a Londres por cuestiones laborales y a veces es algo así como una visita de lujo. Su madre (buen rol de Caitriona Balfe) se la pasa haciendo equilibrio para que sus hijos, principalmente Buddy, sean felices y para conformar el pedido de su esposo, que imperiosamente quiere irse a “una vida mejor” en Inglaterra. Belfast no solo es la ciudad que vio nacer a Buddy, también es el lugar en el que su abuela (maravillosa Judi Dench) y su abuelo (Ciarán Hins, superlativo) decidieron quedarse, postergando otros sueños. Pero el romanticismo del lugar se cae a pedazos cuando en la misma calle donde se jugaba a la guerra ya no se puede ni arrimar la nariz porque la vida está en juego, justamente. Lo bueno del filme de Branagh fue que no se quedó en las llagas del conflicto sino que rescató la mirada inocente del niño (sin llegar al extremo de “La vida es bella”). Branagh muestra a la Belfast que disfrutó, por eso se justifican tantas escenas evocando al cine. Desde el guiño al western con las imágenes y la música de “A la hora señalada”, hasta el musical “Chitty Chitty Bang Bang”, con Dick Van Dicke. La violencia invadía las calles pero el cine lo llevaba a otros paisajes, y era necesario rescatar ese sentimiento y esa emoción. En medio de aquellas vidas de película siempre se respira el amor por el lugar donde se caminó por primera vez. Esa defensa de los aromas, la gente cercana, los espacios conocidos y el derecho a la identidad. Cuando aparecía como tentador viajar a Inglaterra para tener una casa con jardín, la mamá de Buddy defiende el valor de jugar en la calle. Porque ahí están sus amigos, y en Londres ni siquiera lo entenderán al hablar. Es la misma batalla por la identidad de los personajes de la obra “Made in Lanús” (que en cine fue “Made in Argentina”). El final de la película levanta la bandera de los que resistieron y de los que se fueron. Y siempre por amor a Belfast.
Apelar a vivencias personales para construir relatos cinematográficos suele ser moneda corriente para los directores y siempre una fuente de inspiración más que válida. En los últimos años emergió sin lugar a dudas la "Roma" de Alfonso Cuarón, relato a partir del cual el director mexicano recorría su infancia a través del rol de las mujeres que lo marcaron en su vida. El éxito de "Roma" fue rotundo, y tan solo le faltó el Oscar a mejor película para coronar una brillante temporada de premios. En este contexto, puede que Kenneth Branagh haya querido replicar algo parecido en "Belfast", apelando a su niñez en un contexto convulsionado de proto guerra civil en Irlanda del Norte. El problema aquí es que mientras Cuarón logró expandir la intimidad desde lo simbólico, a Branagh justamente le ocurre lo contrario. "Belfast" parece un relato construido para minimizar su universo, no para incluirlo como energía potenciadora de vivencias. • Viajamos hacia Irlanda del Norte en 1969 para ponernos en la piel del joven protagonista llamado Buddy, un niño 9 años que verá ante sus ojos como se desata un importante conflicto en el país donde nació. Ya en la primera escena de la película vemos como la violencia se apodera de las calles de Belfast y un grupo sectario de índole protestante ataca a los ciudadanos de religión católica. Lamentablemente se tratará de la primera y única escena con representación real del conflicto, derivando de allí en más en alguna que otra referencia excesivamente simplificadora. La mirada de Branagh se centrará en el desarrollo de la niñez de Buddy, utilizando los elementos clásicos de una típica coming-of-age para narrar el desarrollo del personaje. • El extremo ascetismo que envuelve al film es quizás su mayor demérito. Las diversas situaciones que atraviesa el niño no dejan de ser bonitas y pintorescas, pero al mismo tiempo se vuelven previsibles hasta el hartazgo. No hay dudas del extremo cariño con el que Branagh recuerda su infancia. Tampoco lo hay de la exagerada corrección con la que decide plasmarla en la pantalla.
Belfast es un emotivo filme que cuenta la vida de un niño en una convulsionada ciudad de Irlanda del Norte en 1969. En el link la crítica escrita completa y la crítica radial, más informal, en versión de audio o de video. Belfast es una muy buena película de un gran maestro que se llama Kenneth Branagh, el cual hizo previamente grandes películas como Henry V y Hamlet, dentro de varias adaptaciones que hizo de Shakespeare, y otras películas más populares como la cenicienta, o Jack Ryan código sombra, o la saga de Hércules Poirot, con Asesinato En El Expreso De Oriente y Muerte En El Nilo. En este caso viene con lo que podría hacer su película más personal y más artística, ya que cuenta una historia inspirada en su propia infancia en su Belfast natal en Irlanda del Norte, en la década del 60. La historia cuenta las vicisitudes familiares de la vida de un niño y ciertos problemas históricos que marcan el contexto de la zona, donde hay una especie de guerra entre facciones protestantes y facciones católicas; todo esto a través de los ojos de un niño y mostrando especialmente a su padre, el cual hace grandes sacrificios para mantener a su familia y mantenerla segura, y también la relación del niño con su abuelo qué es esencial en su formación. Luego de un pequeño prólogo en color, el film se desarrolla en blanco y negro y tiene como un aura artística durante todo el metraje, pero sin llegar a ser demasiado pretencioso, y con cierta honestidad intelectual en el tratamiento, que hacen que la historia sea realmente interesante, que el público se enganche con la historia y que se identifique con los protagonistas, mientras ve cómo se desarrollan sus vidas en este ambiente turbulento. La película ganó el Oscar al mejor guion de forma merecida, y es un filme para adultos, que, si bien es cine arte, también entretiene; aunque no es una película que uno iría a ver al cine con él solo fin de entretenerse; sino que uno busca la emoción, el sentimiento, y la profundidad. En muchas partes de esta película se encuentra eso, aun cuando es un filme que no tiene un conflicto absolutamente claro como en muchos de los filmes que estamos acostumbrados a ver, sino que es más bien como una serie de viñetas de la vida familiar, un devenir de la vida diaria; con episodios interesantes sin duda, que van forjando la vida de este niño. Y gran parte de su magia está en los pequeños detalles. Teniendo en cuenta eso, y si a uno le gusta ese tipo de argumento donde simplemente se desarrolle la vida, es un filme que realmente vale la pena ver, muy recomendado. Cristian Olcina