Retrato sobre la obsesión. Crítica de “Claudia” de Sebastián De Caro. La película que dió inicio a la 21° del BAFICI se estrena en salas comerciales. Por Bruno Calabrese. El film de Sebastián De Caro es una propuesta totalmente diferente a su anterior película “20.000 besos”. Mientras en su predecesora asistimos a un viaje introspectivo de un hombre que está entrando a los 40, recién separado, y que se niega a madurar: acá estamos ante una misteriosa comedia que narra la historia de Claudia Segovia, una obsesiva organizadora de eventos. La muerte de su padre y una suplencia de último momento para llevar adelante el casamiento de una pareja cuya familia es bastante extraña y peculiar, hacen que el mundo armonioso de Claudia cambie por completo. Sobre todo cuando Jimena, la novia, le exprese en secreto su deseo de no casarse. Sin poder persuadir a la novia de rever su decisión y a partir de algunas extrañas actitudes de los familiares Claudia se obsesiona en investigar el porqué. Decide interrogar a cada uno de los sospechosos de haber arrastrado a Jimena a desear no casarse a la vez de que intenta llevar adelante la organización del evento. Un primo con actitudes peculiares, un novio ajeno a todo, un amigo del novio que siente algo por la novia, el padre de la novia que trata de tapar dolores del pasado con el casamiento. Todo encaja a la perfección para que intentemos develar junto a Claudia, ese halo de misterio que se esconde detrás del casamiento. Con un obsesivo y cuidado sentido de la estética y de los planos, con una paleta de colores llamativa (imposible no relacionar el traje de Claudia con el de Jackie Brown, la película de Tarantino), Sebastián De Caro maneja con inteligencia al espectador. Dejando siempre la sensación de que algo extraño va a suceder. ¿Pero sucederá?. Eso es lo que moviliza a Claudia y a su asistente. El director nos envuelve en una comedia repleta de enredos, situaciones incomodas y personajes extraños que parecen salidos de una película de Alex De La Iglesia. Escenas de baile que remiten al cine de Quentin Tarantino y otras que se asemejan a los lisérgicos sueños de las películas de David Lynch, demuestran la multiplicidad de influencias que revisten sobre un cinéfilo como Sebastián De Caro. Párrafo aparte para la actuación de Dolores Fonzi en el papel de Claudia Segovia. Muy bien secundada por Laura Paredes en el rol de su asistente, la actriz se lleva todos los aplausos como una mujer obsesiva que nunca se quiebra ni se pone nerviosa, aún en los momentos más angustiosos pero que con detalles en sus expresiones canaliza esa actitud de mujer imperturbable. Una película ideal para cinéfilos obsesivos de las referencias cinematográficas. PUNTAJE: 80/100.
Claudia se fija en los detalles. Es meticulosa. Sabe lo que quiere, pero no siempre comparte esa información del todo. Puede resultar atractiva, o por el contrario, generar rechazo. Esta descripción se ajusta tanto a Claudia, el personaje (Dolores Fonzi), como al largometraje en sí, y no es por casualidad. La historia se desarrolla en un día en la vida de esta organizadora de eventos, y su vida es su trabajo (al punto tal de ofuscarse y ponerse a corregir detalles organizativos durante el velorio de su padre). Claudia tiene que tomar la posta como wedding planner cuando una de sus compañeras tiene un percance de salud, e inmediatamente empieza a incorporar algunos cambios, siendo el principal un cambio de locación. La familia de la novia empieza a antagonizarla, y sospecha de un sabotaje. Sumado a esto, la novia misma tiene dudas de última hora y le suplica a la protagonista que cancele todo. Claudia hace frente a todo esto junto a Pere (Laura Paredes), su ayudante, y el evento llega a una conclusión, aunque no es la esperada. Sebastián de Caro va construyendo el relato con diversos elementos de comedia, acercándose al absurdo y al subgénero de “enredos”. En el medio también incorpora tintes de terror psicológico, y hasta pasajes de misterio policial. El director es un conocedor del cine en general, y se nota; cada elemento es manejado con habilidad, y todos contribuyen para mantener a la audiencia comprometida con su historia. Sin embargo, hay cosas que no funcionan del todo bien, en especial hacia el cierre. Por muy bien ejecutados que estén los toques de terror y suspenso, tal vez algunos espectadores – o muchos- se encuentren con que esos recursos no aportan demasiado sentido a la trama a fin de cuentas. Claudia (el personaje) no pierde en ningún momento el control de la situación, gracias a su naturaleza profesional. Pero tanto personaje como obra no llegan a lograr la complicidad con el público del todo. En ese sentido tenemos un final que nos deja casi tan desorientados como a muchos de sus protagonistas. Entre los puntos más destacables del film está, primero y principal, la actuación de Fonzi, que nos presenta de forma encantadora a un personaje que, si se aproxima a serlo, es por una cuestión de trabajo. Los aspectos técnicos también cumplen, ya sea en vestuario, diseño de producción, fotografía y música (tenemos una secuencia de baile en particular que mezcla todo eso de manera tan perturbadora como memorable). Concluyendo, “Claudia” se merece la oportunidad de hacernos disfrutar de un buen momento, siempre y cuando se tenga en cuenta que ella siempre va a estar en control.
Lo peor que le puede ocurrir a una comedia es que no tenga gracia, que no divierta, que su humor no funcione. Y eso es lo que pasa en buena parte de su algo menos de hora y media de duración con Claudia, la nueva película del director de Recortadas y 20.000 besos. Hay problemas de guión, de estructura, de tono, de verosímil, pero hay algo todavía mucho más grave dentro de este género: la narración no fluye, no tiene ritmo. Es como una acumulación de ideas que pueden parecer ingeniosas en el papel o en el marco de una charla cinéfila, pero que en la película -que insólitamente fue elegida para inaugurar un festival como el BAFICI- no logran amalgamarse y lucen casi siempre forzadas, artificiales. La protagonista de Claudia es... Claudia Segovia (Dolores Fonzi), una organizadora de eventos obsesiva hasta lo enfermizo. Tiránica, perfeccionista, está en cada mínimo detalle y no permite que nadie se entrometa en cada una de sus miles de decisiones cotidianas. La muerte de su padre y un inesperado encargo para suplir a último momento a una wedding planner le generan un estrés adicional, que se potenciará aún más con los sucesivos problemas que se le presenten: desde el lugar de la fiesta hasta las actitudes de Jimena (Paula Baldini), una novia al borde de un ataque de nervios, pasando por un suegro insoportable (Jorge Prado) o la aparición de un misterioso mago (Santiago Gobernori). La película está lleno de guiños y citas cinéfilas (Quentin Tarantino, David Lynch, Alfred Hitchcock y sigue la lista), pero esas referencias poco aportan cuando lo esencial (la comedia de enredos) avanza sin rumbo para luego coquetear (también con escaso éxito) con el suspenso y el terror. Dolores Fonzi hace lo que puede con el material que le toca en suerte y entre los personajes secundarios también se desaprovechan el talento de intérpretes como Laura Paredes (la asistente de Claudia) con personajes secundarios sin vuelo ni sustancia. En definitiva, una película hecha con las mejores intenciones de incursionar en distintos géneros nobles y populares, pero decididamente fallida en su resultado final.
Una boda y dos funerales Sebastián de Caro (20.000 Besos) es un cinéfilo apasionado. Cada fotograma de su nueva realización, Claudia (2019), destila amor al cine, por la multiplicidad de referencias, por las innumerables evocaciones, por algunos climas que remiten a otros realizadores, aunque justamente, ese mecanismo de homenaje se convierte en el peor aliado a la hora de contar la historia del personaje principal. De Caro presenta a Claudia (Dolores Fonzi) como una versión actualizada de la Pam Grier de Jackie Brown (1997), con la misma vestimenta y peinado, similares tonos de fotografía, automóvil parecido, pero con un universo completamente diferente, el de una organizadora de eventos a la que le obsesionan de sobremanera los detalles, perdiendo el norte real de su vida y compitiendo con cualquiera que se ponga delante de sus objetivos. Por eso tras la pérdida de su padre, la boda que debe reorganizar se transforma en un verdadero desastre. El guion la detalla a Claudia en cuerpo y forma, una mujer que cree en sí misma pero que se pierde entre adicciones, ansiedades y miserias. Claudia es obsesiva, sí, pero también es metódica, y con esas dos fuerzas comenzará a transitar los extraños recovecos de la historia que en el devenir se distancia de aquello que debería estar más cercano, su protagonista. Al avanzar en la boda Claudia debe lidiar con la inseguridad de una novia intensa (Paula Baldini), el despiste del novio (Julián Kartún), el asedio del primo de la novia y su pareja (Gastón Cocchiarale y Julieta Cayetina), un misterioso mago (Santiago Gobernori) y un suegro severo (Jorge Prado), que desea que todo sea como se había planificado originalmente. Por suerte Claudia cuenta con la complicidad de su asistente (Laura Paredes), quien servirá de acompañante cuando intente develar las verdaderas razones por las cuales la novia no desea concretar el matrimonio, virando el timón de la historia hacia una de detectives que termina por desdibujar los límites de la ficción y los géneros con los que juega. Ni siquiera los gags más elaborados pueden sortear una historia pequeña, sin mucho vuelo, y reiterativa. A la notoria falta de timing, y un tono desacertado en las actuaciones, se suman problemas de estructura y de coherencia, como así también una traición hacia aquello que supuestamente Claudia debería contar, porque en su disfraz de aparente comedia no logra trascender su propuesta, disolviendo aquella promesa de carcajadas originales en la triste realidad de un híbrido que considera que sólo con el artificio de la imagen (por cierto muy lograda) y homenajes a cineastas como David Lynch (tal vez uno de los momentos más logrados de la película, junto con una escena en la que la protagonista se pone a dar órdenes en un velatorio) puede suplir la gracia que carece y que desde el primer momento se le reclama.
Claudia, un pase de magia narrativo en donde conviven logradamente varios géneros. La película empieza con un número musical a cargo de Lali Esposito. Uno empieza a maquinar qué tendrá que ver todo esto con la historia que nos van a contar. Sin embargo, las pistas aparecen si se presta atención a la letra o -más específicamente- a la mención a una persona: Papá. El espectador versado, intuitivo, inmediatamente pensará que esto tiene que ver con la protagonista. Pero eso es solo una de las muchas maniobras de desorientación que, como buen truco de magia, se reserva Claudia para nosotros. Crítica realizada durante el BAFICI 21 El Conejo de la Galera La cuestión del padre o la rebelión ante el mandato paterno y el establishment, es el gran foco de la película. Empieza como una comedia cualquiera al mejor estilo 27 Bodas, para lentamente abrirse camino a otros géneros casi sin que nos demos cuenta, pasando por el policial o el terror. La magia es la desorientación. Es hacerle creer al espectador que va por un lado, cuando en realidad y sin que se dé cuenta está yendo por otro. Esa desorientación, esa movida de prestidigitación, tiene como máximo representante a la protagonista de Claudia. Durante una gran parte del metraje nos tiene convencidos de que es una perfeccionista al servicio absoluto de su trabajo, afectada parcialmente por el reciente fallecimiento de su padre. Mientras nos metemos más dentro de ese agujero de conejo, entre los interrogatorios improvisados, las charlas que tiene con sus compañeras cual pareja de detectives, y las presiones que recibe de sus empleadores cual comisario, no podemos evitar hacernos la siguiente pregunta: ¿Qué clase de workaholic, sobre todo en la manera en la que fue presentado, cometería tantos errores? Porque la misión de una planner es hacer que el casamiento salga adelante contra viento y marea. La respuesta no tarda en llegar y es la noción de que la verdadera pregunta que nos tenemos que hacer es ¿Hacia dónde está dirigida la lealtad de la protagonista? Pues la vemos enfocada, determinada, con el ojo en cada uno de los detalles, y sin embargo el evento se desmorona, detalle que parece no preocuparle porque a lo mejor no es la boda lo que está intentando salvar. Pero tranquilos, todo tendrá sentido al final de Claudia, y esa canción de Lali Esposito que parece no tener que ver con nada es en realidad la que está revelando todo. Solo hay que escucharla más de cerca y ver más de cerca los ojos de Dolores Fonzi. Ahí está todo. Fríamente calculado.
CEREMONIA SECRETA Entre las tantas variaciones posibles del relato policial, existe una que busca primero crear todo el clima necesario y hasta previsible del complot ineludible que da base a su organización como ficción, luego redistribuir las partes para arribarse a una conclusión no imprevista, sino que parece eliminar la meta de toda ficción criminal. El descubrimiento de algo, un crimen, por lo general. Así tenemos por ejemplo, “Pierrot, mi amigo” de Raymond Queneau; autor ducho en este tipo de variaciones sobre convenciones narrativas ya canónicas. También algunas de las novelas de Alain Robbe-Grillet (“Las gomas”, “En el laberinto”) Y una de las más perfectas según ese modo, que es “La calle de las bodegas oscuras” de Patrick Modiano. Se despliegan pistas, se describen personajes, se traman situaciones, y donde todo ello debería conducir a una meta: digamos a un crimen. Pero no existe tal. O tal vez no hemos sabido reemplazar a ese detective que todo lector de ese tipo de tramas, reclama como posible investigador. En el cine, esto se ha tratado o se lo ha intentado tratar de diversa manera, aunque no fuera por cierto algo muy frecuentado, y menos logrado. El ejemplo canónico es ese film todavía secreto, París nos pertenece (1959) de Jacques Rivette. Un grupo de amigos en un París bohemio y una obra de teatro en marcha con sus actores, director y demás que la ensayan. Pero donde súbitamente comienzan a aparecer, a ser invadidos por hechos extraños. Un complot parece rodearlos e incluso hacerlos desaparecer. Como en Lang, esto se vuelve paulatinamente una situación padecida -o delirada- por un grupo de reducido de personas, pero se puede entender también que se trata de una trama que abarca muchas más capas de la realidad cotidiana. Este film de Rivette, fue la, digamos, inspiración, y más que eso de Invasión, film del que ahora se cumple el medio siglo y cuyo aire de familia con París nos pertenece puede ponerse ahora sobre el tapete. Puesto que en nuestros varios escritos y seminarios al respecto, lo hemos obviado por razones que no vienen al caso. Una situación aparentemente previsible, una obra, o una busca en marcha, y que se complica o se desarma por razones oscuras. Claudia el último film de Sebastián De Caro se inscribe en esta tradición. No por el estilo de la puesta en escena, sino por el motivo de la trama -el orden buscado o anhelado- y que se frustra por alguna intromisión arcana. Aquí la obra en marcha se trata de una fiesta de bodas a cargo de una mujer obsesiva por el orden y la eficiencia, la que da título al film, que es convocada como “wedding planner”, poco después de la muerte de su padre, y donde además debe reemplazar súbitamente a una colega enferma. ¿El lugar? Una casona entre paqueta y ominosa. ¿Las personas y personajes? Los diversos familiares que rodean a la pareja de novios. Una novia por cierto que busca consagrarse como fugitiva o en vías de escape. Un novio en Babia y un padre de la novia que parece ocultar bajo su pétrea máscara inclinaciones perversas así como relaciones con grupos desconocidos, pero que huelen a algo marginal. Unos pocos invitados que oscilan entre la indiferencia lunar y llevar algún cuchillo bajo el poncho. Finalmente un mago de salón, vestido como salido de una ilustración para “Fantômas” o para “El fantasma de la Ópera”. Pero todo comienza a ser otra cosa. Una pesadilla fría. Un brizna casi invisible entre los pliegues de la ceremonia. Claudia y su ayudante, que clásicamente es el reverso del carácter de aquella, buscan organizar el caos que se precipita. Una ley de Murphy rigurosamente puesta en escena. Relaciones secretas entre los presentes. Signos ominosos y hasta macabros surtidos en las zonas más imprevistas de la añosa casona. El desarrollo de la trama puede parecer azaroso. Pero es posible que un orden particular y secreto organice esa desorganización. Esta puesta en espiral, en sus diferentes torsiones y círculos que parecen encontrarse, o tropezarse con reminiscencias de films anteriores; no sólo situaciones, sino diálogos aparentemente banales, así como los propios interiores y exteriores de la casona. Pero ¿y qué pude pensarse de este lugar? ¿Es una colección heterogénea de señales materiales? ¿Es un cambalache chic? ¿Es tal vez un Aleph de Clase b? Es allí que los espectadores, deben oficiar de detectives. Deben ser ellos los auténticos y solo posibles planners de esta wedding. Que, debe subrayarse, no tendrá lugar, porque se impone, en un reverso evidente, celebrar antes que oficiar. El humor de Sebastián De Caro, ya más que identificable en su obra anterior, no solo fílmica, sino escrita y de monologuista, se hace en Claudia más sutil. Más sotto voce. Es un humorismo gentil que puede derivar a lo negro y hasta a lo macabro. Claudia es un film insólito en el cine argentino de las últimas décadas. Pero decimos insólito, no en el sentido ya mohoso y banalizado de “vanguardia”, “ruptura” o ripios semejantes. Insólito por mantener un más que delicado equilibrio entre la pasión bulímica por el cine, y la firme postura de no adormecerse en ella, sino sostener esa pasión como base o practicable de una puesta en escena por demás personal.
El miércoles pasado asistí a la función de prensa de esta película en el microcine de la DAC, donde pude comprobar el lujo y la modernidad del nuevo edificio de la asociación de directores. Me había invitado José Luis De Lorenzo, responsable de esta página. Él también asistió y, a la salida, fuimos a tomar un café. Lo primero que le dije (JL es un hombre veraz y no me dejará mentir) fue: “Es una película de Llinás”. Me preguntó por qué decía eso y le contesté que llegué sin saber nada de Claudia y la estaba viendo con cierta perplejidad, hasta que creí reconocer la voz de Mariano Llinás en el teléfono, cuando un personaje anónimo amenaza de muerte al padre de la novia y da a entender que ambos son parte de una secta. Después, la presencia de algunos nombres en el reparto y los agradecimientos a Llinás y a su equipo reforzaron mi presunción. La proliferación de situaciones sin explicación y de monólogos rebuscados (recuerdo, en particular, una escena con el Tarot) también sugerían que Llinás había metido mano en la película. No sé si es cierto en un sentido estricto pero es indudable que Claudia es una película que reúne varios parámetros de su cine. En particular, la ausencia de una trama consistente, ya que Claudia funciona como si el argumento original hubiese sido desarmado por la aparición continua de elementos arbitrarios y heterogéneos que vuelven la trama incomprensible. Y, también, por el empeño en que los personajes no se hagan querer por el espectador y este mantenga con ellos una relación distante. Al terminar nuestra charla, le dije a De Lorenzo que la película se dejaba ver, que tenía algunos buenos momentos pero que el deliberado y obvio propósito de sembrar pistas falsas y evitar la emoción había conspirado contra mi paciencia. En cuanto a la autoría de Claudia, no importa demasiado si Llinás intervino o no en su realización. Es un poco lo que ocurre con los crímenes del clan Manson (un tema de moda en estos días): una vez que los discípulos internalizaron las consignas del líder, no importa si ejecutaron sus órdenes directas o actuaron por su cuenta. Lo indudable es que Claudia es una película de Llinás, como las de Llinás, à la Llinás o como prefieran. Lo mismo da. Me permito escribir en estos términos porque el domingo pasado, Mariano Llinás publicó en Página/12 una encendida defensa de Claudia en la que niega haber participado, más allá de la oscura y acaso metafórica afirmación de que el equipo de De Caro le había pedido prestados “sus libros de brujería y ocultismo”. Sin embargo, la nota es una evidente declaración de padrinazgo sobre la película. Más que declarar su admiración por Claudia, Llinás la coloca bajo su protección, la inscribe en su propio sistema cinematográfico. Llinás empieza diciendo que De Caro no hizo lo que se esperaba de él: una screwball comedy, “un objeto comercial lleno de oportunidades para el disfrute del productor: Números musicales, infinidad de roles pequeños para que las vedettes de la televisión, los instagramers y los influencers repartieran sus gracias a lo largo del permisivo metraje.” Pero, continúa Llinás, después pudo advertir que en el elenco: “mezclados con los atletas de la tribu televisiva aparecían aquí y allá nombres feroces, nombres de la ultratumba del teatro y el cine independientes”. O sea, que en Claudia hay dos clases de actores y actrices: los despreciables de la “tribu televisiva” y los valiosos “de la ultratumba del teatro y el cine independientes”. Es decir, los que Llinás y su productora suelen utilizar. Pero detengámonos un poco en ese oblicuo elogio a la “ultratumba del teatro y el cine independientes” (que, desde luego, no es tan subterránea como la hipérbole que Llinás pretende) que proporciona una pista muy clara sobre la influencia del teatro en su obra. El teatro siempre tuvo algunos problemas con el cine. Tanto en el mudo como al principio del sonoro era común que los actores declamaran en vez de actuar. Poco a poco, sin embargo, se fue advirtiendo que había un modo de actuación específicamente cinematográfica: sobre ella se asentaron tanto el Hollywood clásico y la Nouvellle Vague. En ambos casos (la cinefilia proviene básicamente de comprender esta novedad estética) la presencia de los actores en la pantalla era de un valor enorme, ya fuera la de John Wayne en The Searchers o la de Ana Karina en Vivir su vida, películas opuestas casi en todo sentido. La fascinación, el encanto de la presencia humana en la pantalla, no venía del teatro, ya que era completamente ajena a los escenarios. En la Argentina esto fue comprendido tardíamente: el cine nacional siempre tendió a lo retórico, a un costumbrismo de origen teatral marcado por el subrayado y el amaneramiento. En los años sesenta, apareció en el llamado “teatro independiente” de entonces la moda del “distanciamiento brechtiano”, por el cual los actores debían mantener una distancia con los personajes porque eso permitía la crítica revolucionaria. De allí surgió un nuevo amaneramiento que politizó el costumbrismo. Con el tiempo, este se convirtió en un brechtismo cínico, de actores que no solo se distancian de sus personajes sino que más bien los desprecian, a veces incluso sin darse cuenta. De ese teatro que atenta contra las cualidades de la figura humana en el cine abrevó Llinás para hacer películas que cortan cualquier identificación por parte del espectador y lo dejan huérfano de empatía con los personajes. En la nota de Página/12 lo sintetiza en estos términos: “Sebastián (De Caro) no iba a hacer un film simpático.” Esto quiere decir, en particular, que a cambio de la simpatía, de la seducción de los actores, de su fotogenia o del brillo de su interacción, el espectador recibe una estructura despojada de afectos. Le queda, a cambio, la posibilidad de admirar ese cine haciéndose cómplice de su propuesta. Buena parte del cine argentino actual trabaja sobre la base de esos personajes-marionetas. Llinás agrega que, contra lo que se esperaba de él, “De Caro iba a soltar sobre la mesa el póker de ases del misterio y la crueldad.” No está claro si faltan otros dos ases, pero con esos dos alcanza. Es curioso, sin embargo, el particular mecanismo de la crueldad en una película como Claudia. Siempre según Llinás, Claudia y De Caro rompen con una mala palabra que es “profundidad”. Curioso que esa idea se enuncie después de haber hablado contra la screwball comedy, acaso el más superficial de los géneros. Advirtiendo la posible contradicción, Llinás agrega que De Caro rompe también con el género, palabra a la que atribuye ser “el santo y seña del que se vale el pensamiento más convencional y cobarde”. Dicho de otro modo, las películas no deben ser profundas, pero tampoco deben ser de género. Y, en cambio, deben ser crueles. ¿Crueles como El ángel exterminador, preguntará alguien? Tal vez esa sea la respuesta con respecto al segundo as: el misterio. En Claudia, como en la película de Buñuel, hay misterio. La diferencia es que en un caso, el misterio (“por qué los protagonistas no pueden abandonar la casa”) es una premisa de la narración que nunca se explica pero le da consistencia: todo gira en torno a esa dificultad y es coherente con ella. Eso produce angustia, dolor y revela una desnudez en los personajes que la vuelven una película tocante. En Claudia, en cambio, en palabras de Llinás: “la narración avanza aquí como una sucesión de incertidumbres, de pequeños y eufóricos caprichos.” (…) Es un film que defiende su gratuidad como una bandera, su misterio como un norte, su secreto como un Grial.” Dicho de otra manera, no es que haya un misterio en ese casamiento (¿por qué no se quiere casar la novia?) sino muchos, uno a cada rato (¿qué es esa secta amenazante?, ¿qué se propone?, ¿qué pretende la protagonista?, ¿qué papel juega el mago?, ¿qué significan las preguntas idiotas que le hacen a los que asisten a la fiesta?, ¿sabe Claudia lo que pasa y colabora secretamente con el complot, ¿hay toda una explicación alternativa?, etcétera.) Es decir, a diferencia de El ángel exterminador, donde no se entiende por qué pasa lo que pasa (y esa incógnita admite interpretaciones políticas, psicológicas o metafísicas), acá no se entiende qué es lo que pasa porque todo es lo mismo y, en definitiva, no importa. El misterio, dice pomposamente Llinás, es un secreto. Pero un secreto vacío, la nada misma. Una nada que hace mover la trama pretendiendo que es algo, que existe. Pero no, el chiste es que detrás de los afanes de los personajes no hay ninguna explicación. El mecanismo podría enunciarse así: “cualquier expectativa del espectador debe ser disuelta; le esté prohibido desentrañar el misterio porque el director tiró la clave de la explicación al río”. A esa prestidigitación con el argumento, Llinás lo llama: “un perfecto engaño, una perfecta traición ejecutada a la vista de todo el mundo, con la altivez festiva de una tarántula.” El único problema es que el espectador, más que sentirse traicionado, puede sentirse despreciado. Como si la película fuera un complot del director y los actores contra los personajes y contra él. Un complot en el que la que se divierte es solo la tarántula. No solo se divierte, se festeja a sí misma en la prosa apadrinadora de Llinás. Hay algo efectivamente cruel en ese cine de la tarántula, pero se trata de algo que ocurre fuera de la pantalla. Dice Llinás: “Como nadie ignora, la batalla del cine ha sido desde el comienzo la del prestigio, y desde siempre ha habido tontos que han exigido que sus imágenes se legitimaran por elementos exteriores”. Lo curioso es que la defensa que hace Llinás de Claudia, una película muy poco generosa a raíz de su solipsismo, coloca a los espectadores frente al dilema de aplaudir lo que no les gusta solo porque la película viene protegida por otro tipo de prestigio. Como en una época era obligatorio legitimar las películas por “el tema, el mensaje, el subtexto, la profundidad” (dice Llinás), ahora se intenta legitimarlas por su superficialidad, su capricho, su oscuridad, su falta de emoción. En definitiva, por su renuncia a la simpatía, a la belleza. Llinás afirma que en Claudia todo es bello y escalofriante. Y, sin embargo, es difícil encontrar algo que lo sea: la gente, los decorados, las acciones, los diálogos, los movimientos son el testimonio de una fealdad que deriva del desprecio que la película les tiene. Tal vez solo los números musicales, despegados del resto, pueden disfrutarse sin que el guion interponga sus idas y vueltas absurdas. El cine que propone Llinás y ejecuta De Caro es un cine sin imágenes, sin espacio y sin tiempo, pero saturado en cambio de muecas. Un cine sin placer y lleno de subrayados aunque en teoría se oponga al cine vulgar de los que no están apadrinados. De todos modos, más allá de su manierismo y sus escamoteos, hay algo que mantiene Claudia en tensión, que evita que sea una obra completamente inerte. Es Dolores Fonzi (Claudia), a quien la película pone en un lugar imposible. Su personaje, una organizadora de eventos sociales, es una obsesiva que trabaja para una empresa totalitaria y repite lemas vacíos sobre el orden y la eficiencia. Claudia se expresa mediante lugares comunes, no tiene pareja ni amantes y su único capital humano es la tenacidad y la obediencia de su ayudante (otro personaje de caricatura pero remotamente simpático). Desde allí, sin embargo, elige buscar la verdad, aun desobedeciendo a sus jefes. No se entiende bien qué verdad busca ni cuál es su estrategia (en el fondo, sabemos, no hay verdad). Pero Fonzi la pelea. Es decir, como si fuera un caballo cargado de peso suplementario, trata de conferirle humanidad a lo que hace. Fonzi es una actriz popular, mainstream, acaso una parte de la despreciable “tribu televisiva” y su registro es de una intensidad que escapa a los parámetros de la escudería Llinás. Fonzi exhibe una rebeldía contra la situación y contra las limitaciones que el guion le impone: eso le permite, a diferencia de todo el elenco, no ser una caricatura y proponerle al espectador que la acompañe. Fonzi hace que la película siga viva a pesar del peso muerto de los caprichos del guion y, aunque la condene a una doble derrota porque tiene el mandato de no ser simpática (la película, no Fonzi) y, en lugar de premiarla con la solución del enigma principal (y premiar, de paso, al espectador por su empatía con ella), la haga fracasar disolviendo el enigma y hasta proponiendo un segundo, innecesario y macabro final (circular para colmo, porque de entrada De Caro le mata al padre en otro acto gratuito de la tarántula). Sin embargo, la encarnizada batalla de Fonzi canaliza la rebeldía de la neurosis contra el orden jerárquico. Cargada con sus obsesiones, de puro humana como debe ser una actriz de cine, lucha todo el tiempo contra la inanidad de lo que se supone bello porque es siniestro. Es que el cine, entre sus ventajas, tiene la de colarse por los resquicios que le dejan los directores, aun los directores-tarántula.
En la primera escena de la nueva comedia dirigida por Sebastián De Caro (20.000 besos), que inauguró la última edición del BAFICI, se percibe un clima diferente: un videoclip musical de Lali Espósito. Detrás del telón descubrimos a Claudia Segovia (Dolores Fonzi), una organizadora de eventos ocupada en todos los detalles. “Siempre aspiramos a la excelencia”, afirma cuando se hace cargo de una boda por pedido de una amiga. Con la ayuda de su asistente (Laura Paredes), Claudia coreografía cada paso del casamiento, pero una serie de inconvenientes incontrolables se suceden cuando se ve obligada a cambiar la iglesia y el salón. La solemne y siempre impecable “wedding planner” deberá, junto a su entorno, enfrentar imprevistos en un palacio y a una familia que arrastra secretos. El planteo del filme es interesante por la manera de narrar las diferentes situaciones que enfrenta la protagonista en medio de una variada fauna encabezada por una novia dudosa (Paula Baldini) y un novio (Julián Kartún) inmerso en una nebulosa. Entre los comensales está el suegro (Jorge Prado en un gran papel) que controla todo y un primo (Gastón Cocchiarale) con su pareja (Julieta Cayetina) que parecen los olvidados de una fiesta de Hollywood. La atracción de la velada, prevista para el final, es un mago (Santiago Gobernori) que presenta su acto de ilusionismo -ya se verá por qué- en la historia. Se trata de una comedia atípica con pulso seguro que se alimenta de otros géneros y explota el misterio (Claudia también se transforma en una suerte de investigadora) cuando se desatan confusiones y afloran pasiones ocultas. Uno de sus aciertos es abordar temas como la ausencia paterna (en un velatorio inolvidable), la obsesión, el vacío existencial y la soledad, pero sin olvidar que se trata de una comedia. Claudia imprime su sello personal y ofrece referencias para el público más atento. Dolores Fonzi lleva adelante su inmutable criatura con convicción, entre la apariencia externa, la intuición y el desorden interior que atraviesa. Todo con detalles que como reza el slogan publicitario lo son todo. Al menos para ella.
“Claudia”, de Sebastián De Caro Por Hugo F. Sanchez Claudia es una comedia, una comedia protagonizada por Dolores Fonzi en el rol de una organizadora de eventos que debe reemplazar a una colega en una boda en donde todo va a ser raro, fallido y sin timing, como repite una y otra vez Claudia en su trabajo. Claudia es perfeccionista, severa y tan obsesiva, que el día de la muerte de su padre trabaja y no solo eso, se saca de quicio cuando en el velorio las cosas no están organizadas como lo hubiera hecho ella. De Caro instala en el centro del relato a Claudia (Fonzi) confiando en su talento y claro que la decisión es correcta, tanto como acompañarla por Laura Paredes como su asistente en plan buddy movie. Pero casi nada funciona en Claudia, la película es una sucesión de situaciones, algunas cómicas aunque casi nunca efectivas, transiciones confusas, chistes cinéfilos mal resueltos, como por ejemplo la torta del casamiento tiene la forma del mítico edificio Nakatomi Plaza de Duro de matar, sin conexión con nada del relato. Y para sumare más elementos en contra, en Claudia -inexplicablemente elegida para inaugurar la última edición del Bafici- se notan las carencias de producción y Fonzi, que es una buena actriz, sorprende para mal con un trabajo fallido en donde nunca se la nota cómoda. CLAUDIA Claudia. Argentina, 2019. Guion y dirección: Sebastián De Caro. Intérpretes: Dolores Fonzi, Laura Paredes, Julieta Cayetina, Julián Kartun, Paula Baldini, Gastón Cocchiarale y Jorge Prado. Fotografía: Mariano Suárez. Música: Darío Georges. Edición: Flor Efron. Dirección de arte: Laura Caligiuri Sonido: Pablo Gamberg. Distribuidora: Aura Films. Duración: 87 minutos.
Sebastián de Caro como realizador le propone al espectador la historia de una obsesiva organizadora de bodas que tiene objetivos ocultos en su manera de proceder. Desde la canción de Lali Espósito que abre la película, todo lo que ocurre con un humor muy particular, un tono de vistosidad ambiental y un espíritu de juego que lleva de un género al otro y mantiene al espectador interesado hacia el final. Un lenguaje de grandes empresas, una investigación con interrogatorios incluidos y la gran sospecha instalada infectando cada acto de ese festejo interrumpido o accidentado, ofrece una verdad elusiva y una mirada divertida. Dolores Fonzi una especie de azafata en este vuelo creativo y festivo nos guía, seria y concentrada a una invitación que siempre oculta algo. Es cierto que se encuentran algunas vacilaciones y se pierde la intensidad del comienzo hacia una finalización forzada. Pero hay que reconocerle meritos de entretenimiento a esta comedia inusual.
"Claudia": los ritos y sus caricaturas El film puede ser visto de manera borgeana, como una trama de dos niveles en la que a partir de un hecho traumático la realidad comienza a esfumarse, cediéndole espacio a lo ilusorio. Con el riesgo y el exceso como atributos distintivos, y tras haber oficiado como película de apertura en el último Bafici, llega a las salas comerciales Claudia, nuevo trabajo de Sebastián de Caro. La del título es una mujer joven, meticulosa y fría a quien parece no importarle demasiado su vida privada, cuya máxima aspiración es la excelencia aplicada a su oficio: organizadora de eventos. La secuencia inicial es una puesta en abismo de esa obsesión. Claudia está parada entre bambalinas con un handy en la mano y así se queda hasta que termina el espectáculo musical en cuya producción trabaja. Recién ahí se permite abandonar su puesto para asistir al sepelio de su padre. En Claudia De Caro parece haberse propuesto el desafío de poner en evidencia el modo en que ciertos ritos ancestrales han sido vaciados de su contenido simbólico, para acabar convertidos en pantomimas, caricaturas de lo que alguna vez representaron. En ese juego entre la deconstrucción y la resignificación está lo mejor de la película. Para llevarlo a cabo el director y guionista diseñó un dispositivo de dos movimientos, el primero de los cuales tiene lugar en ese mismo velorio. Para evitar conectar con su dolor, la protagonista se aferra a lo único que la hace sentir segura: su trabajo. Apenas llega a la sala donde se despiden los restos de su padre Claudia encara a la responsable de la funeraria para decirle que la iluminación del lugar es mala, que el féretro no está a la altura correcta, que el café es feo. La enumeración revela la puesta en escena, desnudando la banalidad del rito, que lejos de cumplir con su antigua función ceremonial se reduce a una serie de convenciones seguidas de memoria. En la segunda etapa Claudia debe reemplazar a una compañera en el rol de wedding planer en una de esas fiestas de casamiento que son el non plus ultra del kitsch. Un festival de superficialidad aspiracional en medio del cual lo siniestro emergerá de forma inesperada. El quiebre se produce cuando la novia le confiesa a la protagonista que no quiere casarse y le pide que la ayude a eludir el trance. La primera reacción de Claudia es atenerse a la planificación, pero no tardará en notar movidas extrañas entre los invitados. Acá la película revela su linaje: el de ciertos relatos alucinados y paranoicos cuya producción fue abundante en la década de 1970. Claudia irá atando cabos hasta comprender que la novia no es otra cosa que el cordero inocente, la ofrenda en el sentido más pagano del término. Con ese giro De Caro le restituye al rito su carga simbólica, pero lo hace por el camino del absurdo, convirtiendo a los invitados en grotescos confabulados y al carnaval carioca en una danza que se volverá macabra a través del ridículo. De Claudia puede decirse que es un film desencajado, desconcertante en el mismo sentido en que lo era Vaquero, ópera prima de Juan Minujín que también tuvo la responsabilidad de abrir un Bafici (la edición de 2012). Ambos trabajan a contrapelo del verosímil, apelando a un registro actoral desmedido con el propósito de generar un clima de inestabilidad que hace equilibrio al filo de la cordura. La banda sonora a la Darío Argento, intensa y sobreexpuesta, potencia esa atmósfera enajenada que le hace honor al linaje mencionado. Claudia también puede ser vista de manera borgeana, como una trama de dos niveles en la que a partir de un hecho traumático la realidad comienza a esfumarse, cediéndole espacio a lo ilusorio o lo delirante. Algo que en el cine ha hecho de forma maravillosa el británico Peter Strickland (ver su película Berberian Sound Studio, por ejemplo), cuya estética tal vez haya influido en De Caro. Aunque en su caso los excesos acaben torciéndole el brazo al riesgo, haciendo que en su mitad final el relato tienda al desequilibrio.
Una boda tan ácida como negra Claudia es lo que hoy en día se denomina wedding planner, o sea, aquellas personas encargadas de la organización de casamientos y de otras celebraciones donde subyacen el encuentro y la emoción. Pero en Claudia la emoción esta ausente merced al cálculo matizado con una sonrisa amplia y plena de impostación. Nada debe fallar en el juego del ritual que organiza, hasta que recibe el pedido de auxilio de una colega, a quien debe sustituir en una boda de gran despliegue e importancia, para el que decide cambiar el lugar de la ceremonia. Así, sin quererlo, desencadena una serie de conflictos que pueden complicar la celebración y hasta su trabajo mismo. De su arte, en el que no estará ausente la magia que los invitados aceptan en este tipo de celebraciones (ya sea como espectáculo o evasión) dependerá salvar su dignidad cuando todo zozobre. Sebastián De Caro cambia con su argumento el lugar convencional de las películas de bodas, en muchos casos resueltas lisa y llanamente al juego de comedias de enredos, trasladándose a una zona mucho más comprometida y exigente donde la complejidad se pone de manifiesto en ese tono ácido y negro que tiene Claudia, la película, y Dolores Fonzi como su admirable, y fundamental protagonista. El elenco acompaña ese rol vital sin desentonar y la fotografía cambia la paleta cuando por fuera de todo el color se esconde lo macabro del disfrazado ritual vacío de sentido.
Una excéntrica celebración Claudia (2019) es una comedia negra argentina dirigida y escrita por Sebastián De Caro (20.000 Besos). Protagonizada por Dolores Fonzi (La Patota, El Futuro Que Viene), el reparto se completa con Laura Paredes, Julián Kartun, Gastón Cocchiarale, Jorge Prado, Santiago Pedrero, Valeria Correa, Santiago Gobernori, Julieta Cayetina, Paula Baldini, Félix Buenaventura, entre otros. Filmada en un palacio neoclásico de 1930 perteneciente al Museo de la Fundación Rómulo Raggio, ubicado en el Partido de Vicente López, la película fue elegida para la apertura de la última edición del BAFICI. La historia se centra en Claudia Segovia (Dolores Fonzi), una organizadora de eventos que siempre busca la perfección a toda costa. Luego del fallecimiento de su padre, Claudia debe reemplazar a Elizabeth (Valeria Correa) y tomar el rol de wedding planner en el festejo de boda de la pareja compuesta por Jimena (Paula Baldini) y Julián (Julián Kartun). Cuando la novia le cuenta en privado que en realidad no desea dar el sí, Claudia comenzará a ser testigo de una serie de sucesos sumamente extraños que rodean a los invitados. Inusual, peculiar y desconcertante al 100%, Claudia resulta difícil de procesar, al punto de que es muy complicado dilucidar su género. Aunque el director afirme que se trata de una comedia, las risas son casi inexistentes y lo que más prevalece es el misterio, el cual mantiene la atención del espectador gracias a la buena construcción de la atmósfera dentro de la fiesta. No obstante, las variadas situaciones raras que nos hacen dudar de las verdaderas intenciones de los familiares de la novia no terminan resolviéndose, dejándonos con una sensación amarga y decepcionante por la inverosimilitud y el poco sentido que hay en el desenlace. En cuanto a las actuaciones, Dolores Fonzi brilla en la piel de esta mujer que, por su vestimenta en el póster promocional, nos hacía creer que era azafata. Con un protagonismo absoluto, Claudia es tan maníaca y obsesionada por su trabajo que no para de hablar ni un segundo. Decidida, enérgica y autoritaria, la planificadora hace un buen equipo con Pere (Laura Paredes), su compañera que no duda ni un segundo a la hora de seguir sus órdenes. Por otro lado, Jorge Prado interpretando al padre de la novia consigue inquietar al espectador desde su mirada y forma de expresarse. A nivel técnico, el filme cuenta con una bella fotografía, vestuarios, iluminación y peinados. Los planos están elaborados teniendo en cuenta el más mínimo detalle, dando la sensación de que se aprovechó al máximo la elegancia que presenta el palacio neoclásico. Magia, máscaras terroríficas, una tarántula y hasta una presentación musical inicial de Lali Espósito convierten a Claudia en una rareza absurda que, sin muchas explicaciones, fácilmente puede llegar a convertirse en una película de culto.
La boda del año Lali Espósito es uno de los primeros hilos de este tejido que se abre ante nuestros ojos, interpretando una canción rockera a la que tal vez le quita algo de su esencia primaria, pero puede que le de su toque. Y es el comienzo de lo que tiene para mostrar la producción de la que les hablo en este caso. Claudia es claramente una película de y para, por sobre todas las cosas, cinéfilos. Pero este nuevo film de Sebastián De Caro rápidamente amplía sus márgenes y posibilidades y es capaz, de la mano del muy buen guion y las interpretaciones, de tomar al espectador y adentrarlo en el mundo tenso de la mencionada. El personaje en cuestión es una organizadora de eventos (más específicamente una “wedding planner”) que lleva con su ritmo firme, ejecutor, imperativo (y ayudada siempre por su fiel asistente “Pere”, como la llama dada la confianza entre ellas) las acciones, procurando sostener el ejercicio y desarrollo de una boda que siempre parece salirse fuera de su control. Y no hay nada que Claudia deteste más. Detrás de ello, el accionar, en principio, misterioso, de los principales participantes, desde los novios, pasando por el padre, hasta el primo y la principal amiga, eleva el tono y procura, de la mano de los guiños varios al cine de terror, trabajando planos y situaciones de manera perfecta en todas las áreas. Minuciosa tanto como extremadamente obsesiva, Claudia trabaja ocupándose de tapar dolor con el trabajo de la perfección. En el medio, es puesta a prueba por sus propias falencias y lleva los límites un poco más allá cada vez. Por suerte la película, casi como Claudia, no se deja encasillar y crea su propia identidad y fuerza, se sostiene en base a una idea que crece y no necesita de largos planos de gente silenciosa haciendo nada en un espacio abierto por diez minutos. El único artificio que necesita lo crean los propios recursos de la mencionada quien juega a buscar la verdad en modo detectivesco, el descubrimiento de un misterio donde casi parece no haberlo, en una cotidianeidad que abruma y se transforma al final, otorgando un cierre al misterio que sobrevuela sobre las cabezas de los presentes en la mansión en que el evento se desarrolla. Respecto del elenco, todos brillan. Laura Paredes, clave como la ya mencionada “Pere”; Julián Kartún en el cuerpo del atribulado novio; Paula Baldini como la novia dubitativa; Gastón Cocchiarale como el primo con intenciones ocultas; Julieta Cayetina como la novia del anterior; y aplausos para Jorge Prado, en el rol del padre; tiene el gesto, la interpretación justa para lo que el personaje pide y es la demostración cabal (como me gusta remarcar) que un excelente casting siempre gana. O resplandece en la oscuridad, depende el momento elegido. Minuciosa, detallista, casi como la propia Claudia, una de detectives con guiños a película de varios géneros, que los cinéfilos seguramente disfrutarán.
La Claudia del titulo es el personaje que encarna Dolores Fonzi (lejos, lo mejor que propone esta película), una wedding planner con look de azafata de avión, obsesiva y perfeccionista que cuando reemplaza a una compañera de trabajo en la organización de una boda, reformula íntegramente no sólo la fiesta de casamiento sino también la ceremonia religiosa, con cambios que, tanto la familia como la empresa organizadora, comienzan a reclamar de manera hasta violenta. - Publicidad - El espacio en el que ocurre la casi totalidad de la historia es una casona de fin de siglo XIX principios del XX de las que suelen encontrarse en zonas ricas del conurbano bonaerense, donde sucede lo que desde el guión se plantea como una serie de extrañas situaciones, pero que en realidad es una inconexa sucesión de eventos sin demasiado asidero: la novia no quiere casarse, el padre de la novia tiene otros intereses que no son precisamente románticos, el novio es algo especial, algunos amigos y parientes son sospechosos de un complot que se irá desenredando con el correr de los minutos. Así, la actitud detectivesca de Claudia se alterna con sus reflexiones sobre ideales de actitudes en la vida, fundamentalmente sobre el amor y la muerte. Es que hacia el principio de relato, la muerte de su propio padre parece movilizar algo de la dureza con la que Claudia suele enfrentar las cosas; el corte entre ese primer momento y el tema central de la película que es esta boda buñuelesca (tal vez adjetivo que le queda muy grande) donde principalmente se altera el orden ceremonial comúnmente impuesto de Iglesia-Fiesta por el de Fiesta-Iglesia, es bastante rotundo, y podría haber sido mejor explotado. Suena hasta banal si se quiere que el problema de este grupo de personajes sea ese. Eso si, el funeral del comienzo tendrá un cierre hacia el final. La extravagancia puede ser una marca autoral, en Claudia hay algo que ni siquiera alcanza esa categoría: un desarrollo entre la obviedad y el absurdo, desde el comienzo con un recital de Lali Spósito, una fiesta con 12 invitados (no eran 60??), un jardín con dos autos en la puerta, un show de tango payasesco improbable, situaciones que no conducen a ninguna parte. En medio de todo eso, Dolores Fonzi hace un personaje que sale al salvataje de este cuasi despropósito que deberemos recordar por mucho tiempo como la película de apertura de un BAFICI alguna vez. En su superficialidad, su esquematismo, su vacío de sentido, su futilidad, Claudia será también, tal vez, la última película de toda una época.
Sebastián De Caro vuelve a ponerse en el rol de director con Claudia, película que fue la encargada de abrir el último BAFICI y protagonizada por Dolores Fonzi en el papel de una obsesiva organizadora de eventos. Si hay un oficio que depende mucho de los detalles, ése es el de organizar eventos. En especial, una boda, aquella celebración que puede significar tanto para dos personas y la gente que los rodea, que necesitan demostrar por un día que todo en su vida luce perfecto. Claudia toma el mando de una boda que estaba a cargo de una compañera que cae enferma y decide que todo va a salir bien, pero a su modo. Su intempestiva presencia en la organización incluye hasta cambios de locación, sin embargo no contaba con una novia que no quiere casarse. La nueva película que dirige Sebastián De Caro intenta ser una comedia con aires de misterio. ¿Por qué la novia no quiere casarse? ¿Por qué su familia necesita tanto ese casamiento? Entonces Claudia pasa de organizadora a ser una especie de detective, se pone a investigar qué está sucediendo a su alrededor para así poder solucionar cada problema y que la fiesta salga como corresponde. La obsesión que caracteriza al personaje protagonista es la misma que tiene el director a la hora de demostrar en cada plano toda su formación cinéfila. Está tan preocupado por referenciar constantemente a las películas y cineastas que le gustan que deja de lado un elemento principal: la trama. Así, nos tenemos que acostumbrar a que una wedding planner se vista igual que una azafata, por ejemplo (pero, claro, así se parece a Jackie Brown). Y en su afán por crear un halo de misterio plantea un montón de detalles que nunca retoma y terminan quedando en el aire hasta llegar a una resolución apresurada y sin mucho sentido. En el medio, personajes poco desarrollados y momentos sin gracia y reiterativos que hacen que la película se vaya desinflando más y más desde la escena inicial con Lali Espósito. Dolores Fonzi hace lo que puede con el papel que tiene entre sus manos, pero en general no se la ve cómoda. Eso sumado a una cantidad de situaciones inverosímiles propias de un universo que el realizador pretende pero no consigue construir, deriva en una película que, además, no llega a cumplir con su función de comedia: no causa risas. Claudia sitúa a Sebastián De Caro como un gran recolector de citas cinéfilas, pero sin la capacidad de adueñarse de esas influencias para crear un mundo propio. Estando más interesado en ese aspecto deja de lado el esqueleto de la película: un guion que hace agua por todos lados y que no logra intrigarnos mucho tiempo ni hacernos reír.
Todo evento debe tener su organizador ideal. Y Claudia es lo suficientemente obsesiva, detallista y con la autoridad necesaria para cambiar lo que haya que cambiar. Por eso, ya sea un velatorio familiar o una boda no querida, se las arreglará para lograr equilibrar los aciertos y las dificultades para conseguir una organización ideal. La imagen de Dolores Fonzi recuerda a la Natalie Keener que Anna Kendrick encarnaba en "Amor sin escalas", la obsesiva compañera de trabajo de George Clooney, el despedidor por excelencia que viajaba por el mundo con la "santa labor" de despedir gente. Inmersa en un mundo personal, Claudia, luego de la muerte de su padre, juega el todo por el todo en los eventos que organiza, pero si la perfección es su norte, ansiedades y caprichos pueden desbaratar un mundo que aspira a ser perfecto. Confundiendo la tarea de wedding planning con la de consultora o detective de un casamiento de excéntricos, Claudia desborda entre invitados conflictivos, novias en duda (Paula Baldini), que contrastan con novios indiferentes (Julián Kartum), o padres desconcertados (Jorge Prado) GUIÑOS CINEFILOS La comedia, que se enriquece con las connotaciones cinéfilas de su director, abunda en referencias, alusiones y personajes que forman parte de remedos cinematográficos de conocidos directores y que De Caro evoca una y otra vez. Así, la historia toma distintos tonos y no se remite a un solo género, fluctuando según las situaciones que se suceden. Sin embargo, un guion de escasa solidez termina por descontrolar la narración y va mellando los recursos cómicos y deshaciendo lo que pudo haber sido un buen remate escénico. "Claudia" conserva el tono absurdo, pero no siempre su protagonista parece reconocerse en el mismo, mientras su ayudante, una eficaz Laura Paredes, es el complemento ideal de la planner en acción. "Claudia", de un director singular, Sebastián De Caro, mantiene ciertas constantes que se presentaban en alguna de sus realizaciones anteriores ("20 mil besos"), como el tono lúdico, juguetón y alterado que caracteriza esta exaltación de un oficio muy actual, al que suele incorporarse la parafernalia de la neurosis urbana. Cuidadoso diseño de producción de un filme que mantiene alto el rubro de la estética.
Perdiendo el control. Claudia es una comedia argentina escrita y dirigida por Sebastian De Caro y protagonizada por Dolores Fonzi como una organizadora de eventos sumamente obsesiva. La acompañan Laura Paredes, Julián Kartun, Paula Baldini, Gastón Cocchiarale, Jorge Prado y Julieta Cayetina. La película nos cuenta la historia de Claudia Segovia, una empleada de una empresa de eventos, que tiene que hacerse cargo de improviso de un casamiento, pero se le derrumban todos sus planes cuando la novia le confiesa en secreto que no quiere casarse. Esto la llevará a a investigar los motivos y a hacer todo lo posible para que la boda no fracase, y así poder conservar su trabajo. Buena parte del humor que tiene esta película se debe a la disciplina militar con la que Claudia lleva a cabo su trabajo. Esto se puede apreciar desde la pulcritud de su uniforme hasta como llama base de operaciones a la oficina desde donde dirige el evento, y que luego se convierte en una sala de interrogatorios. Pero a mi parecer esta situación absurda no termina de rematarse con gags efectivos, ya que hay muchos menos de los que el espectador podría esperar. Porque su director no le saca todo el provecho que le ofrece el muy buen trabajo de Dolores Fonzi, generando un fuerte contraste entre su disciplina obsesiva y una fiesta desastrosa inspirada en las comedias de Blake Edwards, sin necesariamente plagiar a La fiesta inolvidable. Pero un aspecto positivo a destacar de todo este potencial desaprovechado después de un comienzo genial en el que Claudia reta a la organizadora del velorio de su padre, seguramente por cuestiones presupuestarias es que Sebastián De Caro es un director a tener en cuenta en el futuro. Porque es bienvenido al cine argentino contemporáneo esta apuesta por el humor negro enmarcado en situaciones cotidianas con las que es fácil identificarse En conclusión, Claudia es una comedia que plantea muy bien una situación, pero que no termina de explotarla al máximo, desperdiciando así su enorme potencial humorístico. Pero se destaca el muy buen trabajo de Dolores Fonzi y queda la esperanza de que la sociedad con Sebastián De Caro como director traiga futuros proyectos mucho más interesantes.
Se sabe que Sebastián de Caro antes que ser un cineasta (director de “Recortadas” “Rockabilly” y la más conocida del tándem “20.000 besos”) es un cinéfilo empedernido, un profundo conocedor de los géneros y un fanático obsesionado por los detalles. Es así como en sus films abundan las referencias cinéfilas de todo tipo, sabe jugar con la mezcla de géneros y construye un universo particular del que su última película “CLAUDIA”, no será la excepción. En este caso De Caro nos plantea la historia de Claudia, personaje central que da lugar al título del filme, una organizadora de eventos que se caracteriza por su meticulosidad, su rigurosidad y su obsesivo perfeccionismo, características que se exacerban más aún, a partir de un hecho traumático que vive momentos antes de un importante evento que debe organizar en nombre de la empresa para la que trabaja. Shockeada por estos sucesos familiares, deberá encarar la planificación de una importante boda donde a partir de una confesión de la propia novia de no querer casarse, todo comenzará a rodar de mal en peor, haciendo que la propia protagonista comience a sentirse en un espiral de descontrol interior. Si bien el tema de no tener un género definido y por momentos, intentar abordar las situaciones en un tono de comedia desenfrenada y para luego adentrarse en los códigos más típicos de una película de suspenso en el marco de un espacio cerrado como es el de la mansión donde se desarrolla el casamiento (con algunas reminiscencias a los personajes más recordados de Agatha Christie), coqueteando también con el cine negro y el del propio Howard Hawks, De Caro como gran cinéfilo plantea un banquete, un enorme festival ininterrumpido de guiños, en los que el espectador más entrenado podrá encontrar referencias de todo tipo y en grandes cantidades. El hecho de no querer encasillarse en ningún género le da un aire creativo y liberador que es sumamente positivo, pero al mismo tiempo la pretensión de rendir tantos homenajes y remitir a tantos géneros a la vez con esa enorme cantidad de referencias, termina haciendo que “CLAUDIA” comience a nadar en un tono indefinido que desconcierta al espectador y provoca, pasada la primera mitad del filme, cierta incomodidad que no la beneficia en absoluto. Lo mismo sucede con el protagónico de Dolores Fonzi, una muy buena actriz que no logra encontrar el tono exacto que Claudia necesita: su impostura para la comedia luce forzada y hasta pareciese notársela incómoda en una gran cantidad de escenas que se encuentran nutridas con diálogos demasiado frondosos –típicos del desborde verbal de De Caro- que le hacen perder fluidez en ese ritmo de comedia que en algún momento se propone. Un papel protagónico que, en principio, había sido pensado para Pilar Gamboa, una actriz que puede dar ese tono de locura y desborde permanente que Claudia requería y que, en la piel de Fonzi, no se logra enteramente. Laura Paredes (una de las cuatro actrices que conforman el famoso grupo teatral Piel de Lava, que han sido protagonistas de la controvertida “La Flor” de Mariano Llinás) está brillante en su rol de asistente y dentro del elenco, se destacan los muy buenos secundarios de Gastón Cocciarale, Julieta Cayetina y Santiago Gobernori y, por otro lado, vemos como un muy buen actor como Julián Kartun luce completamente desaprovechado en el rol del novio. “CLAUDIA” no solamente se jacta de armarse en torno a un juego de abundantes referencias cinéfilas sino que el propio director, en la presentación que realizó en ocasión de ser la película de apertura del último BAFICI, invitó a descubrir otras tantas como las múltiples imágenes de santos que aparecen en los márgenes de la pantalla como así también los fragmentos de cuerpos que remiten a una serie española de suspenso de la que De Caro se confiesa un fan absoluto. De esta manera, este nuevo opus de De Caro queda entrampado y limitado en su propia propuesta, pareciera beber de su propia medicina. Funciona casi exclusivamente como un juego “solo para elegidos”, dado que sin esas múltiples menciones al cine de género y al cine de autor, a esos guiños que pueden ir desde David Lynch a Alex De la Iglesia, pasando por Quentin Tarantino, Hitchcock y Orson Welles, la película no logra estructurarse en si misma ni sostener su eje por fuera de toda esta parafernalia de referencias cinéfilas. Los momentos de comedia se presentan como irregulares y sinuosos y los diversos puntos de interés que se presentan al inicio de la historia (con una impactante apertura con un video clip con Lali Espósito), se van diluyendo a medida que avanza la trama cuyo punto fuerte no es evidentemente la coherencia. Es así como “CLAUDIA” queda relegada a una especie de “cadáver exquisito”, a un Frankenstein donde sus partes no encajan a la perfección, dejando al descubierto enormes costuras, para que sus fragmentos, de una manera u otra, logren cohesión.
Claudia Segovia (Dolores Fonzi) es una “Wedding Planner” que, en plena tragedia familiar, acepta la solicitud personal de sustituir a una de sus compañeras que trabaja para su misma empresa organizadora de eventos. Ya presente en el escenario de trabajo, la protagonista toma una serie de decisiones que paulatinamente desorienta a los familiares de la boda y a su colega asistente. Entre tanto, Claudia y esta última son tomadas por asalto con una anomalía que, a base de protocolo, la definen como “N 23”: la cual atenta no solo con poner en riesgo su más reciente ocupación, sino más bien con difamar su reputación profesional. Con ‘20000 Besos’, el director y guionista Sebastián De Caro había elaborado –voluntariamente, o no- una extensión de la esencia del personaje que encarnó en la serie ‘Todos Contra Juan’, ese que invertía buena parte de su vida en aludir constantemente a fenómenos cinematográficos de la cultura popular. No estamos arremetiendo contra este rasgo, lo señalamos porque en ningún momento se ve presente en ‘Claudia’. En realidad, si, se nombran un par de títulos en una escena y la torta del casamiento es un monumento a un ícono más que reconocido del cine de la década de 1980; además, Claudia se apropia de una oficina muy reminiscente a la de Marlon Brando en la primera entrega de ‘El Padrino’. Sin embargo, estos, como muchos otros elementos cinéfilos que vemos al transcurrir la obra, son puestos en escena por una visión que claramente los ha ingerido y los respeta sin ser evidente. No hay mensajes que se pongan por encima de la historia de la película, y esa es una de las mejores claves con las que trabaja De Caro. Nada es gratuito, por el contrario, todo es desafiante. Si se nos pone un chiste de frente –al margen de que nos cause gracia, o no- se lo hace para disfrazar a un rumbo narrativo fijo con situaciones excéntricas e ingenuas. Y es fundamental señalar que esto no solo se apalanca con diálogos, viene acompañado con la banda sonora –de Diego Cano, Juan Espinosa y Patricio Browne-, y también con la fotografía de Mariano Suárez, a destacar: algunos planos generales -que últimamente suelen ser descartables- en los que vemos a la mayoría de los protagonistas secundarios teniendo conversaciones inaudibles; un más que satisfactorio plano con lente bifocal, cerca del desenlace, que es una clara oda a Brian De Palma y a la vez compone significados sin reducirse a ser un mero decorado; y el uso de colores rojo, azul y blanco –más que presentes en el póster publicitario- que opera como un estudio de contrastes respecto a la estabilidad emocional de la planificadora protagonista (o al menos es una acotada observación nuestra). ‘Claudia’, como film, se entiende fácilmente después de un primer visionado. En ese sentido, no es una película exclusivamente descifrable para los sagrados Magios de Los Simpson. Por otro lado, se presta deliberadamente para las confusiones, pero lo hace sin tomar atajos argumentales. Esto último tiende a ser menospreciado porque el espectador promedio demanda certezas ante todo. Mientras tanto, quien escribe festeja que por nuestras carteleras figuren este tipo de estrenos con elencos nacionales… y habla en plural porque, afortunadamente, la celebración se duplica la próxima semana con otro título de mismo calibre.
De Caro, amante de todo el cine posible, teje desde la aventura hasta el terror todos los colores posibles. El título es el nombre de la protagonista, una obsesiva wedding planner que debe llevar adelante una fiesta en una casa señorial donde, parece, hay una especie de plan macabro alrededor de los contrayentes. De Caro, amante de todo el cine posible, teje desde la aventura hasta el terror todos los colores posibles. No siempre funciona, pero cuando no, está Dolores Fonzi sacando de la galera un personaje extraordinario. Un film original, lo que en nuestro panorama es extraordinario.
Una boda, una novia fugitiva y una wedding planner con look de azafata en apuros. Enumerado de esta forma, pareciera que estuviéramos ante una clásica película de Julia Roberts llena de azúcar, vaivenes y ocurrencias. Por el contrario, aquí nada es lo que parece. Con un tono más cercano al film Recortadas (2009) que a su última obra, la comedia romántica 20.000 Besos (2013), el director Sebastián De Caro nos ofrece una historia sombría e inquietante repleta de simbolismos que se oculta bajo el disfraz de una comedia de enredos. La película sigue los pasos de Claudia (Dolores Fonzi), una meticulosa y obsesiva wedding planner que se rehúsa a hacer el duelo por la muerte de su padre con la excusa de abocarse de lleno a su trabajo. Para Claudia, la excelencia es la única posibilidad, tan así que hasta en el funeral de su progenitor la joven se muestra más pendiente del café y la mala distribución de la sala que de lo que en realidad está ocurriendo allí y en su vida. En la misma semana, Claudia recibe el encargo de organizar una boda que desde un principio resulta bastante misteriosa. Cuando horas antes de la fiesta la novia le confiesa que en realidad no quiere casarte y que necesita huir urgentemente de allí, Claudia sabe muy bien lo que debe hacer. Ella parece haber estado siempre preparada para este momento y por supuesto, no dejará que nada escape de sus manos. Claudia es un film sumamente inusual dentro de nuestra cinematografía. Al igual que la también estrenada este año Muere, Monstruo, Muere de Alejandro Fadel, la película bebe del estilo alucinatorio y ominoso de cineastas como David Lynch para contar un relato que en la superficie resulta mucho menos profundo de lo que en realidad es. Escrita por De Carocon la colaboración de Matías Orta y Diego Acorssi, el guion se desliza por los márgenes de un misterio que apuesta a la interpretación del espectador y que mantiene la tensión y la intriga constante de principio a fin. En Claudia, el carnaval carioca se convierte en un festín satánico donde la novia representa el sacrificio, aquel animal inocente que debe ser entregado a un ser oscuro a cambio de algo superior que trasciende nuestra frágil humanidad. Las interrogantes se acumulan a medida de que el film avanza a paso apresurado, casi tanto como esta extraña boda que exalta las expectativas de los familiares. Es menester recalcar las actuaciones de un elenco diverso, compuesto de figuras tanto del mainstream como del indie, donde cada uno parece haber comprendido las intenciones del autor y se entregan a la historia en un tono correcto. Desde la sugerente y excelentísima Fonzi, pasando por Laura Paredes en un rol pintoresco como su compañera de trabajo, hasta la participación de Lali Espósito, quien aquí se encarga de la banda sonora. Claudia es de esas películas que sin duda continuará rondando en la cabeza del espectador bastante tiempo después de haberla visionado. Una que demuestra como nuestro cine independiente no teme avanzar por lugares poco comunes y muchas veces, incomprendidos.
«Los detalles son todo», reza la frase que acompaña a la imagen de Dolores Fonzi en el póster de Claudia, la nueva película de Sebastián de Caro (Rocabilly, 20000 besos). Dicha consigna se aproxima a los sucesos que acontecen en el film, expone la forma en que la historia se organiza y, sobre todo, define las obsesiones de la protagonista. Esto puede advertirse desde el inicio, en el que la vemos encargándose de un evento que tiene como estrella a Mariana «Lali» Espósito, quien interpreta una canción que tendrá un peso central en los sucesos posteriores -luego ocurrirá lo mismo con el tema de cierre-. A su vez, De Caro refuerza otros aspectos de la personalidad de Claudia, y no concentra esa faceta detallista únicamente en su desempeño laboral. Para esto, traslada esa actitud compulsiva a otros momentos, como por ejemplo el velorio de su padre, en el que esta le reclama a la encargada del funeral una mayor prolijidad y esmero, sin mostrar un ápice de consternación por la tragedia ocurrida.
El trabajo de las organizadoras de eventos puede ser invasivo, estresante, adrenalínico pero por sobre todas las cosas: full time. Dolores Fonzi es Claudia, organiza eventos y es la mejor en su rubro. Sebastián De Caro aborda este film en una manera posmoderna e innovadora. Dolores Fonzi rompe el molde desde su actuación, creando un personaje border que acompañamos desde un principio en esta desopilante trama de la boda que pierde su curso. Misterio, enredos, secretos, infidelidades, amores perdidos, amistades quebradas, obligaciones familiares, el deber, el honor y la perfección son algunos de los factores que encontramos en esta obra. Los recursos son variados y atención fans, Lali Espósito hace su aparición como cantante: sensual y explosiva como siempre.
La planificadora ¿Hay que ver para entender? No todo lo que se ve obedece siempre a lo que se mira y de ahí el juego de apariencias encuentra un reflejo difícil. El cine espejo pone en evidencia el truco y si el truco es evidente ¿es mérito del mago o sencillamente del incauto espectador que se deja seducir por la magia? El comienzo de Claudia es tan desconcertante e intenso como toda la película. Sin spoilear se puede aventurar que el director Sebastián De Caro pensó mucho a la hora de organizar un caos paradójicamente en una película donde el control y el orden parecen mover el amperímetro de una de las energías que atraviesan una trama que hace de un hecho anecdótico -si se permite banal- una intriga paranoica al mejor estilo Hitchcock. Es que en Claudia la película, tercer opus del director de Recortadas, Claudia, el personaje, se debate entre el deber ser y el sentir. La no emoción que se puede achacar a su impostura controladora, a esa bandera de la eficiencia, a la meticulosa tarea de cuidar cada detalle en un evento como una boda o el propio velatorio de su padre, no hace otra cosa que enfatizar la fragilidad por la que transita desde el momento del velatorio de su padre hasta el desenlace. Los detalles en la puesta en escena, la utilización de planos y angulaciones para hacer del espacio un muestrario de rituales y su contracara de cínica desacralización a veces explota con líneas narrativas que abren subtramas, artilugios de prestidigitador que conoce al dedillo los trucos pero que lo hace de una forma invisible y fluida. No se puede achacar falta de ritmo a esta intriga que por momentos se vuelve absurda; no se puede pretender ese cine digerido y autocomplaciente y menos en un director de las características de Sebastián De Caro. A Dolores Fonzi se le pide enorme entrega en esa contenida Claudia Segovia y cumple con creces, seguramente por estar bien dirigida, por confiar en la propuesta sin buscarle verosimilitud a determinados raptos de quiebres constantes en el rumbo a seguir. Es lógico por otro lado que para algunos la película no funcione como comedia que tiene que hacer reír y quede a medio camino siempre. Ahora, la pregunta se puede trasladar al terreno de la magia, el mago y sus trucos, a la transacción injusta de complicidades para reducir las expectativas del asombro cuando todo es visible y no se quiere ver más allá de lo que indican las convenciones de la mirada.
Estrenada en la edición 21° de BAFICI, la nueva obra de Sebastián De Caro es una apuesta arriesgada, de parte de un apasionado cinéfilo. Comienza la película con Lali Espósito interpretando, de manera más que sexy, un número musical sobre el escenario. Esto no tiene nada que ver con el resto de la historia, a no ser por el detalle de la letra de la canción que repite el vocablo “papá” hasta el cansancio. Pero tampoco. Luego aparece la voz en off de Dolores Fonzi, presentando su propio personaje, que a partir de ahí será cada vez más inverosímil, pero llamativo a la vez. Claudia (Fonzi) es una wedding planner atravesada por el orden y los esquemas hasta en su propia intimidad. Eso hace que, tras la muerte de su padre, la boda que organiza se convierta en un desastre. Obsesiva y súper organizada, quizás el papel parece un poco forzado para la protagonista, pero nada es natural en la película. Ella se pasa toda la fiesta lidiando con la novia confundida (Paula Baldini), el novio desinteresado (Julián Kartún), los primos (Gastón Cocchiarale y Julieta Cayetina) y un enigmático suegro (Jorge Prado). Claudia cuenta con la ayuda de Pere (Laura Paredes), que también le sirve de apoyo psicológico cuando se le desbordan las situaciones. Todos quedan sobreactuados, es que todo es exagerado en la narración. El argumento no llega a convencer. No pasa a mayores de lo descripto en el párrafo anterior. Momentos hilarantes y trágicos, almodovarianos, sin mucha más razón que la que el propio director le haya dado a esta comedia negra de enredos. El vestuario tipo azafata pop a lo warhol, su peinado y maquillaje, el maletín especialmente diseñado según el deseo de De Caro, favorecen a la belleza de la película. Así como la mansión que hace de salón de eventos. No hay que dejar de mencionar que la película confunde. Mientras suceden los minutos, no se sabe si es buena o mala, divertida o aburrida, cómica o trágica. El sinsentido se disfruta. Uno se ríe con los desopilantes acontecimientos. Además de las muchas referencias cinematográficas que permiten disfrutar más aun al espectador cinéfilo de pura cepa.
En esta nueva película de Sebastián de Caro, siempre enarbolando la idea de contar una historia a través del humor absurdo, coloca su particular visión sobre una fiesta de casamiento, tantas veces tratada por la cinematografía internacional en los últimos años, con sus contratiempos, dudas, y problemas de último momento, etc., pero aquí, está ubicada desde el punto de vista de una wedding planner, pero no de cualquiera, sino de Claudia, quien fue designada para esta tarea supliendo a otra chica, que estaba planificando esta boda desde hace un tiempo, pero que, lamentablemente, se enfermó. La perfección, la eficiencia y la exigencia, tanto para los demás como para uno mismo, está encarnada en la figura de Claudia (Dolores Fonzi), empleada de una empresa dedicada a organizar eventos de distinto tipo. Pueden ser recitales, velorios o casamientos. La obsesión por los detalles, son su mayor virtud dentro de su ámbito laboral, aunque eso pueda traerle ciertos problemas con sus jefes o clientes. Ningún problema la saca de foco. Tiene la gran capacidad de estar segura de lo que quiere y, a raíz de ello, poder convencer a los otros de que todo va por los carriles normales. Su vestuario es impecable. Claudia viste, como sus compañeras, un traje azul, con gorro del mismo color, cuyo aspecto es parecido a la de una azafata. Con todas estas armas, tanto las de su aspecto exterior como las del trato humano, encara cada labor asignada. Relatada con un ritmo vertiginoso, la protagonista corre de un lado a otro y cuenta con la colaboración de Pere (Laura Paredes) como una obediente asistente. Ambas intentan lidiar con un imprevisto, Jimena (Paula Baldini), la novia, que previamente contrajo matrimonio en el registro civil, no quiere casarse por iglesia, pero no por problemas religiosos, sino que se arrepintió. Los diálogos y las escenas son geniales. Cada vez que alguno de los pintorescos personajes gesticula o habla seriamente provoca risa porque hay un trasfondo en la historia. Algo turbio pasa. Sólo un sector de los invitados sabe los motivos por el cual la novia no se quiere casar, mientras que el otro presiona para que dé el sí, pero la incógnita se mantiene a lo largo del film y la tensión aumenta. Las melodías que suenan en determinadas escenas ayudan a reforzar la idea de lo que estamos viendo. Estéticamente impecable, no sólo del vestuario, sino de los detalles organizativos de una fiesta, incluso de la locación conseguida para desarrollar la historia. Pero, luego de tanta expectativa generada, la resolución no está a la altura de lo narrado anteriormente, porque decae un poco y pierde la inercia de la fuerza arrolladora que tuvo a lo largo de del relato.
La película elegida para abrir la última edición del Bafici porteño, del actor y director Sebastián de Caro, es una comedia bastante disparatada y desconcertante. La historia de una extraña fiesta de casamiento, o mejor, de una wedding planner (Dolores Fonzi), que viste como una azafata y tiene modos de institutriz severa. A cargo de una celebración que la novia no quiere consumar y que parece suceder de manera anárquica. Con elementos que remiten a homenajes cinéfilos varios, desde El bebé de Rosemary a La fiesta inolvidable u Ojos bien cerrados, Claudia va y viene entre dos micromundos complementarios: el de la planner y su ayudante, y el de los invitados. Y mientras el primero es un hervidero de nervios y llamados, de recepción de quejas y decisiones sobre la marcha, el segundo va descubriendo extrañas personalidades e intenciones. A esto se suman elementos como el esoterismo y la magia. Pero el desconcierto por sus cambios de tono, de registro (¿parodia?, ¿grotesco?, ¿suspenso?, ¿comedia cool?), se impone a la diversión real. Y la distancia, que resulta del esfuerzo por entender de qué se trata, o hacia dónde va todo esto, impide la empatía necesaria como para meterse en la situación. Hay en Claudia una búsqueda valiosa y personal, de juego con géneros reconocibles, de repaso por gustos cinéfilos. Pero la película se enreda en su propio enredo, como extraviada. Y con más impostación que gracia, termina por dejar al espectador afuera.
Va mostrando los momentos que debe vivir Claudia (Dolores Fonzi, intenta en todo momento sacar a flote la historia) debe organizar una boda y se enfrenta a distintas situaciones inesperadas como así también misteriosas. La comedia se encuentra llena de guiños de otras películas, varios enredos, un buen vestuario y otros personajes que aportan su granito de arena como: Laura Paredes, Julieta Cayetina y Julian Kartun, pero lamentablemente no son suficientes, en una comedia que no divierte, apenas te puede sacar una risa, no tiene ritmo, posee un guion flojo y resulta fallida.
Claudia es una organizadora de eventos obsesiva por su trabajo. A tal punto que en el sepelio de su padre termina discutiendo con la empresa fúnebre sobre la organización del mismo. Una amiga acude a su ayuda para que la reemplace como Wedding Planer de una importante boda. Claudia acepta y rápidamente investiga sobre los novios, su familia, etc. Descubre que el lugar elegido tiene problemas edilicios y sobre la hora decide cambiar la localización de la ceremonia. Este será el comienzo de una serie de acontecimientos que irán complicando la boda y generando una inquietud creciente. ¿Es Claudia una comedia? ¿Podría decirse que es un policial? ¿Estuvo a punto de convertirse en un film de terror? No hay manera de encajar a esta extraña película en una única categoría. Ningún film necesita categorías, pero algunos encajan en ellas y nos permiten una interpretación plácida y amable, más allá de que sean buenas o malas. Pero el único parentesco que Claudia tiene es con el mundo de Alfred Hitchcock. Como en La dama desaparece uno se pregunta si lo que pasa es real o si está en la mente de la protagonista. Y como aquel film uno llega a una pregunta mayor: ¿Lo que nos pasa es producto de la casualidad o no rodea una gran conspiración? En Hitchcock la respuesta es: las dos cosas. No todos forman parte de un plan, pero muchos sí. La angustia de esta comedia inusual se sostiene gracias a la actuación de una de las más grandes actrices de nuestro cine: Dolores Fonzi. Ella permite que el caos tenga, al menos dentro del film, un sendero por donde transitar y mantener la atención en una película nada convencional.
Voy a ser un análisis de algunas de las escenas de esta gran película de Seba de Caro que me parece la mejor película argentina junto a “El cuento de las comadrejas” de lo que va del año en lo que respecta a elementos cinematográficos como el sonido, la fotografía, arte, guion, entre otras cosas que hacen de la puesta en escena, ideal en este film. Contiene SPOILERS. Arrancamos con un show de Lali Esposito que luego al finalizar, vemos a Claudia a un costado del escenario, cerrando el telón. Luego camina por un pasillo con lineas rojas. Color que tiene dos significados y va a rodear a Claudia en todo el film, representando por un lado el amor, esa pasión por su trabajo, pero también el peligro o la advertencia. Ella estará consumida por el azul que representa la soledad, melancolía y responsabilidad. Todo lo que la protagonista es y quiere ser. Hay un plano muy bonito de Claudia sola en su casa, inundada de este color. Claudia es una mujer segura de si misma y de todas las lineas de guion interesantes en el film, a ella la define el lema de la novia Julieta: “Si dudas, cagaste”. Y Claudia nunca duda, en los momentos cuando le preguntan: “¿Segura?”, ella responde con la misma firmeza que la caracteriza. Esta coincidencia con el lema que la define y comparte con la novia(Jimena), tiene mucho que ver. Porque estos personajes son simétricos, tienen relaciones entre si. La novia va a ser la que le pide a ayuda a Claudia y esta se lo va a otorgar, siendo este el objetivo secundario de la protagonista, el primero siendo que todo salga a la perfección. A las dos se le mueren los padres y están en contra de los casamientos. La mejor linea en el guion personalmente es: “La excelencia es menester”. Frase que va a estar retratada en el vaso de la compañera de convivencia de Claudia. Y luego va ser reiterada por su jefa, la cual nunca vemos, al igual que el jefe del padre de la novia. Siempre se va a comunicar con la protagonista vía teléfono( también de color rojo). La escena donde la prima de la novia se coloca la mascara de toro y se funde en rojo la imagen junto a sus cómplices(el novio, Sanchez el padre de la novia, su primo y David, primer sospechoso de claudia). En una escena Sanchez va a amenazar a Claudia de tener el control comiéndose un tomate(rojo). Esta escena es de las mejores del film, junto a primeros planos desafiantes entre ellos, retándose por quien tiene el control. Retomando el elemento de la cabeza de toro que denota peligro o secreto, también aparece en la escena cuando el novio desciende a los baños a reunirse con los demás cómplices del plan, junto a la puerta del baño(al lado de la luz que relampaguea, genera un clima de misterio). También en la oficina de Claudia bien ubicada detrás de ella, representando ese misterio que ella no puede ver, pero esta cerca. Luego de que su jefa la despida, Claudia va al baño a limpiarse las manos, librándose de toda culpa de no lograr el deseo de la novia. Algo que es relevante es que ella realice interrogantes y actué como detective con todos los invitados. Ella necesita hacerlo para tener todo bajo control y descubrir el porque la novia no desea casarse. Al descubrirlo llama al mago para hacer desaparecer a la novia,pero antes, da un discurso frente a todos y pasa a ser la heroína de la historia. Esto es un cambio si tenemos en cuenta que al inicio la vemos a un costado del show, pero al final decide ella ser el foco de atención. Existen tres tipos: el mago(el mago mismo), el que se asombra por el mago (Sanchez al morir), y el que descubre los trucos del mago(Claudia) o se cree mas que el mago(Sanchez) . Mientras ocurre ese montaje alterno aparecen estas lineas de subtexto interesantes en el film. “El criterio parece un truco, pero no lo es”. Claudia toma la decisión de atrasar el casamiento y lo hace cambiando de lugar, llamando al mago para hacer desaparecer a la novia, entre otras cosas. Al final la vemos en el velorio de Sanchez, en el centro y en un primer plano sonriente, a Claudia, revelándonos que fue ella la causante de todo. Como lectura interpreto que es una critica a las formalidades de las parejas, el absurdo del casamiento, como forma de pensar arcaica y si alguien se casa es porque existen bienes o ventajas para uno mismo. Y por supuesto al control y pasión por el trabajo. La obsesión absurda de querer alcanzar un perfeccionismo que nunca se podrá. El día que se casen, llamen a Claudia. “Naces, creces, te casas y te moris”. “Una obsesion de Jime?. Los magos” Pistas en Claudia.