Los primeros minutos de la proyección venden un producto que promete mucho, ya que se meten directamente con el mundo interno del laboratorio Pfizer, nombrando medicamentos, mostrando lo que hacen los visitadores con tal de escalar posiciones y ganar dinero, la relación de los médicos con ellos, etc. etc. Pero de pronto...
Si querés llorar, reí (y viceversa) ¿Qué decir (escribir) sobre esta película de Edward Zwick? ¿Cómo encarar una película tan desconcertante, tan esquizofrénica, tan llena de notables pasajes que entusiasman, pero también de muchos otros que irritan o dan vergüenza ajena? Lo mejor que tiene De amor y otras adicciones es que -contra buena parte de la producción hollywoodense actual- resulta imposible de encasillar ¿Por qué? Porque tiene un poco de todo, porque no se queda jamás en un solo registro y pendula por muy diversos géneros, estilos y tonos. En principio (y ante todo), es una comedia romántica al servicio de dos carilindos y jóvenes protagonistas (los galancitos Jake Gyllenhaal y Anne Hathaway, que aprovechan su fotogenia y sortean con decoro y dignidad varios momentos cercanos al ridículo), pero también es un melodrama lacrimógeno sobre el amor en medio de condiciones adversas (ella sufre del mal de Parkinson), y ¡también! una despiadada mirada sobre la avaricia y las miserias el mundillo de la poderosa industria farmacéutica (laboratorios y médicos incluidos). Hay en este nuevo film del dispar y muchas veces grandilocuente Edward Zwick (Gloria, Leyendas de pasión, Valor bajo fuego, Contra el enemigo, El último samurai, Diamante de sangre, Desafío) no pocos riesgos, una buena dosis de audacia que hacen que -por lo menos en mi caso- termine calificando al film de "bueno", más allá de sus múltiples problemas y excesos. Puede parecer un dato menor, irrelevante, pero aquí va uno: que una "chica Disney" como Anne Hathaway acepte someterse a tantos desnudos como aquí ya eleva al film bastante por encima de la mojigatería reinante en el Hollywood actual. El film -ambientado en 1996- está narrado desde el punto de vista de Jamie Randall (Gyllenhaal), un Don Juan compulsivo que termina abruptamente su experiencia como vendedor de electrodomésticos e ingresa a un curso de capacitación de la compañía Pfizer, donde encontrará la posibilidad de dar rienda suelta a sus técnicas de seducción y de saciar su espíritu competitivo y ambicioso. Las cosas cambian cuando se enamora de Maggie Murdock (Hathaway), una atractiva chica de 26 años que hace gala de una adicción al sexo similar a la suya, pero que no quiere comprometerse afectivamente. La película (muy políticamente correcta y algo machista) va desarrollando la historia de amor y, mientras tanto, expone cómo funciona una industria multimillonaria, donde el cinismo y los sobornos están a la orden del día. En principio, la lucha es entre quién gana el mercado de antidepresivos (debe lograr que el Zoloft desbanque al todopoderoso Prozac de los rivales), pero la aparición del súbitamente popular Viagra cambia por completo la situación del negocio, de la compañía y del protagonista, cuyo futuro luce decididamente prometedor. No ahondaremos más en la trama, que tiene un montón de vueltas de tuerca. Por momentos, estamos ante una comedia negra muy bien llevada (con aires de Gracias por fumar, Amor sin escalas o Jerry Maguire: amor y desafío); en otros, ante cursilerías que ya no se animarían a plantear ni los más elementales culebrones y con algunos momentos (¡ay, la secuencia de la erección en el hospital!) decididamente grasas y ridículos. Y no falta tampoco un personaje muy en la línea de la Nueva Comedia Americana como el hermano gordito y reprimido (un nerd, bah) de Jamie. Más allá de todo, termino por recomendar (partes de) esta película, sostenida por dos buenos actores, muchos diálogos punzantes y un puñado de observaciones más que inteligentes y muy mordaces. El resto, quedó claro, es olvidable. Así es este film absurdo y delirante a la vez, brillante en una escena y penoso en la siguiente: tómelo o déjelo. PD: Un aplauso para el gran Oliver Platt, uno de esos actores que son capaces de hacer brillar todas y cada una de las escenas en las que aparecen (aquí como el mentor del protagonista).
El film esta inspirado en parte del libro Hard Sell: The Evolution of a Viagra Salesman de Jamie Reidy , quien relata sus comienzos en la gigante biofarmaceutica Pfizer como representante de ventas, aquí conocido como visitador médico, que toma contacto con el doctor para dejarle muestras y convencerlo de recetar determinada marca . Revela parte de sus técnicas, delata lo que son capaces de ofrecer los grandes laboratorios para que su medicamento se posicione y hasta ahí muestra el film, que se convierte rápidamente en una historia de amor que involucra una joven con el mal de Parkinson, perdiendo el hilo de la critica social con tono de comedia para convertirse en un film romántico. Jake Gyllenhaal (Secreto en la Montaña, El Príncipe de Persia) es Randall, un mujeriego que dentro de la familia todavía no consigue un empleo estable y siente algo de presión al respecto. Es así como pasa por un entrenamiento en Pfizer. Esta primera parte del film consigue que el espectador se enganche con la historia de este don juan, que parece que se las sabe todas, no tiene compromisos y se adapta a los métodos de la empresa. Hasta que conoce a la tan afectada como hermosa Maggie, interpretada por Anne Hathaway ( El Diablo Viste a la Moda , Guerra de Novias) quien lo cautivará con lo poco que muestra de ella, padece de E P y se cierra constantemente a la relación. Es entonces como la idea demostrar el mundo competitivo en el que vale todo con tal de posicionar una droga, va decayendo para dar lugar a la historia de amor. El parece no tener idea sobre este tipo de dolencia y menos de como llevar la relación, momento que se contamina con el descubrimiento de la vitamina V (Viagra), un dato que no es menor, y que se filtra en a historia cuando ya es demasiado tarde: el video clip sensiblero inundo la pantalla luego de deleitar al espectador en varias ocasiones con el cuerpo desnudo de A . Hathaway. Mas romántica que comedia, sin llegar al melodrama, con mucho cuidado se aborda el tema de una de las enfermedades progresivas degenerativas mas conocidas, después del Alzheimer : el paladio. Es escasa la profundidad que tiene la pareja del protagonico: Maggie de quien lo poco que se sabe es lo que J Randall logra sacarle con tirabuzón, la conocemos como camarera y fotógrafa amateur, dos actividades dolorosas para quien padece parkinson y que demuestran el poco cuidado en el armado de la historia de un rol principal en contraposición con el del visitador medico estrella. Edward Zwick, quien supo dirigir allá por el año 1994 la romántica Leyendas de Pasión, hoy abre un abanico de posibilidades en este film que refleja parte del problema de EEUU con los grandes laboratorios y su competencia feroz, sin llegar a ser denuncia y parte de la realidad de quien padece parkinson, sin llegar al drama en si.
Volver a los 90s Y un día tenía que pasar… Los 90s han regresado. No, la estética ochentosa ya no es novedosa, ahora tienen que regresar la década de los jeans sueltos, los equipos de audio novedosos, los televisores gigantes (que no eran plasma ni HD) y los medicamentos de venta libre. ¡Ah! Y las comedias románticas con tintes dramáticos, pero agradables a fin de cuentas… Por estos rumbos transita un “debutante” en el género, Edward Zwick. Sí, el mismo Zwick que desde Tiempos de Gloria hasta Desafío se calzó los zapatos épicos, y no se los volvió a sacar. El mismo que transformó a la delicada Meg Ryan en una soldado de la guerra del Golfo, a Tom Cruise en samurai y a Leonardo Di Caprio en un mercader de diamantes en Africa, regresa a un género que le dio las primeras herramientas cinematográficas, pero por el cuál no es demasiado recordado. Con elementos del más optimista Garry Marshall, la menos golpebajista Nancy Meyers y el más inteligente Lawrence Kasdan, Zwick convierte un melodrama televisivo en una obra pasatista, entretenida, amena, clásica, pero sobretodo con buenos personajes y soberbias interpretaciones. Pero quizás lo más elogioso es el ojo del director y los productores para elegir a la pareja protagónica. A ver, no estamos hablando de una pareja más… de un par de actores jóvenes que tienen química eventual, de forma aislada, sino que estamos frente a una de esas nuevas parejas que se van a inmortalizar en la pantalla… como Cary Grant y Katherine Hepburn, Katherine Hepburn y Spencer Tracy, Tom Hanks y Meg Ryan o Tony Lau y Gong Li (no voy a mencionar a Julia Roberts y Richard Gere porque no me gustan). Anne Hathaway y Jake Gyllenhall tienen chispa. Es su segundo trabajo juntos como pareja (en la primera el amor no era recíproco, ya que a él estaba enamorado de su compañero arriero), pero esta vez ambos pueden desquitarse… y quitarse toda la ropa de encima, y disfrutar a pleno de una relación entrañable, creíble y querible. Dejemos de lado las subtramas dedicadas a las ventas y los speech, a la competencia entre compañías farmacéuticas, al lavado de cerebro, al negocio de la medicina y los remedios en Estados Unidos. Todo eso ya lo sabemos de antemano, y realmente la película, levanta un poco, cuando Randall empieza a vender viagra. Centrémonos en como Zwick logra escaparle al bulto pesado… a esa sombra que suena tan tentadora para lograr manipular al espectador, pero que sin embargo nunca termina de tomar protagonismo (aunque es centrar para que se desenvuelva el conflicto principal: si la relación debe o no seguir su curso): esa pesadilla se llama “la enfermedad de ella”. No es cáncer, no es SIDA, no es siquiera Alzheimer (como en Lejos de Ella), sino parkinson. Enfermedad conocida si las hay, degenerativa, pero que el cine hollywoodense prefiere no tocar. Quizá sea porque no es mortal, pero nunca se ha hecho una película que trate a la enfermedad con realismo y actitud “positiva”, sin por eso dejar de lado los aspectos negativos, pero a la vez reales. Acá se trata de saber aceptar la enfermedad (uno mismo, en el caso de Maggie) y la pareja saber asimilar que si quiere tener un futuro a su lado, va a tener que enfrentar algo duro. Zwick no apela al golpe bajo. Ni bien aparece Maggie en pantalla reconoce su enfermedad. Por lo tanto el resto son escenas, donde se intercalan momentos de genuino humor con otros un poco más dramáticos. Especialmente, cuando empieza la segunda hora de película, el melodrama le gana un poco a la comedia, y esta empieza a caer. Pero no demasiado. Gracias a un insospechado instinto para mechar gags, escenas simpáticas, el relato logra revivir a fuerza de humor. Aunque el epílogo es un poco abrupto, la sensación final es satisfactoria. Gyllenhall es carismático y convincente. Se pone la película sobre los hombros y no apela a demasiados tics. Hathaway, en cambio, un poco (apenas) desplazada por el protagonista es ecléctica, pero siempre creíble. No importan los diferentes estados de ánimos que atraviesa, nunca se despega del personaje y tampoco exagera la enfermedad. Pero sobre todo es sensual… muy sensual. ¿Se acuerdan cuando esta chica era el nuevo descubrimiento Disney? Bueno, se podría decir que creció. Sí, no todo es colchón de rosas: hay clisés típicos, estereotipos (el hermano regordete de Randall interpretado simpáticamente por el desconocido Josh Gad, que en otros tiempos habría sido Jack Black), lugares comunes y diálogos de terror… pero aún así se disfruta. Por obra y gracias de actores talentosos, divertidos, que provocan que la audiencia se enamore de ellos y de sus inteligentes personajes. Dentro del elenco secundario se destacan dos grandes: Hank Azaria y Oliver Platt. También hacen breves apariciones Judy Greer, George Segal y la fallecida Jill Claybourgh. Zwick no tiene miedo en mezclar el parkinson, con la adicción al sexo, los negociados de fármacos, la corrupción de los médicos y el romance happyendingafter en un licuadora con bastante humor. Sin agregarle efectos especiales, sino suficientes afectos especiales. Es sutil cuando las explicaciones están de más, directo y escatológico, cuando es necesario, pero nunca abusa de ninguna de estas actitudes. Mantiene detrás de cámara una personalidad invisible, apela al montaje dinámico y transparente. Pero sin embargo, no tiene la frialdad de otras películas hechas por encargo. Hay meticulosidad en cada puesta de cámara. Aunque no se trata de un film adictivo, De Amor y Otras Adicciones provoca nostalgia, es menos pretenciosa de lo que parece y sobretodo es la excusa ideal para llevar al cine a la chica que te gusta… escuchar sus risas… sus llantos, y después… Como se hacía en los 90s…
Comedia romántica de Edward Zwick, el mismo de El Último Samurai, que está basada en el libro de Jamie Reidy, en el que un joven representante de ventas de la farmacéutica lleva al mercado el medicamento conocido como Viagra. Maggie, interpretada por la bella y correcta Hathaway (El Diablo se Viste a la Moda, Alicia en el País de las Maravillas) es una chica de espíritu libre que no deja que nada ni nadie se interponga en su camino, incluyendo un terrible reto personal: el Parkinson. Aunque todo cambiará cuando reconoce a su igual en Jamie Randell, encarnado por Gyllenhaal, (Principe de Persia), cuyo especial encanto lo vuelve infalible tanto con las mujeres como en el competitivo mundo de las ventas. Si bien la cinta posee todos los ingredientes para una real comedia, el espíritu de Zwick se hace notar y muestra el brutal mundo de las droguerías y los hospitales. La historia se aproxima cada vez más al drama, con un punto real: la degeneración de los pacientes con dicha enfermedad. Quizás el film recuerda a Todo Por Amor, con Julia Roberts o incluso My Name is Sam, con Sean Penn, donde el mismo Edward Zwick fue productor. Como si fuera un cóctel de emociones, con una buena dupla interpretativa y un reparto sólido, De Amor y otras Adicciones sensibiliza, no pasa desapercibida y deja un balance positivo.
Cambiando constantemente de tono, "Love and Other Drugs" deambula entre la comedia crítica, la comedia romántica y el melodrama sin encontrar nunca un rumbo claro. Primero, realizando una crítica a la industria farmacéutica (basado en el libro de Jamie Reidy, un vendedor de Pfizer que ventiló algunos de los secretos de este mundo) al describir un negocio dominado por sobornos y arreglos. Luego, transformándose en una comedia romántica trillada con la relación entre el visitador médico y una chica independiente que no busca una relación seria y disfruta del sexo sin ataduras. Por último, intenta con el melodrama cuando la enfermedad que afecta a uno de los protagonistas se interpone en su relación. El carisma, la simpatía y los (muchos) desnudos de los lindos Anne Hathaway y Jake Gyllenhaal no alcanzan para sostener esta mediocre, predecible y despareja comedia del director Edward Zwick ("Blood Diamond", "The Last Samurai", "Legends of the Fall").
Píldora romántica Comedia dramática con impensados efectos secundarios. Película curiosa la de Edward Zwick. Más cercana a su etapa como creador de la serie treintaypico que a la de sus dramas políticos o históricos ( El último samurai, Diamante de sangre ), De amor y otras adicciones deja en claro su origen literario: es tan fluctuante en tonos y temas y direcciones narrativas que sólo pueden tener sentido y organicidad en una novela. Sin embargo, quienes la han leído aseguran que la película se toma muchísimas libertades respecto al original. Uno de los ejes del libro y de la película es la evolución del personaje de Jamie Randall (Jake Gyllenhaal, cada vez con más gimnasio encima), un vendedor que empieza a trabajar en la compañía farmacéutica Pfizer, vendiendo el antidepresivo Zoloft en un pequeño pueblo de los Estados Unidos. Allí, como todo visitador médico, debe conseguir que los doctores lo atiendan y recomienden su producto. Pero es complicado, ya que todos parecen preferir el popular Prozac, y él tendrá que usar métodos raros para hacerlos cambiar. En la clínica conoce a Maggie (Anne Hathaway), una artista que sufre de Mal de Parkinson, pero lo tiene muy controlado. Sabiendo de su enfermedad, no quiere establecer una relación muy seria con Jamie. Pero se gustan, se enganchan, y pronto tienen sexo a diario, cosa que Zwick muestra en escenas llamativamente francas para una comedia romántica (aunque siempre... hasta ahí). La película tiene un primer giro cuando Jamie empieza a vender un nuevo producto de su compañía: algo llamado... Viagra. Y allí su popularidad crece y todo el mundo quiere su producto. Paralelamente, la enfermedad de Maggie va empeorando, lo que lleva la película a otro tono, y a una segunda hora en la que los logros de la primera parecen ir perdiéndose. Como ácida descripción del detrás de la escena de una gran compañía, el filme intenta acercarse al estilo de Jerry Maguire o filmes de Jason Reitman ( Gracias por fumar, Amor sin escalas ) y, si bien plantea algunas escenas divertidas, le falta garra. Lo mejor, sin dudas, es la primera hora, y la relación entre Jamie y Maggie: sexy, ácida, plagada de buenos diálogos en la mejor tradición de la comedia romántica entre iguales, con una mujer fuerte e independiente, capaz de “dar vuelta” a su pretendiente. Pero luego recrudecerá la enfermedad y allí la película entrará en otro viaje, en el que casi no se evitan los lugares comunes que se venían esquivando. De amor y otras adicciones (“otras drogas”, es el más apropiado título original, en su acepción medicinal) es como las pildoras sobre las que el filme habla: depende el efecto que cada una tiene en el espectador, la sensación cambiará. Y la última, es un poco difícil de digerir: tiene efectos secundarios impensados.
De amor y otras adicciones Un romance ambientado en los años noventa, en el que se lucen sus protagonistas El amor puede dar sorpresas. Y esto es lo que le ocurre a Jamie, un donjuanesco joven que trabaja como representante de un laboratorio farmacéutico, cuando conoce a Maggie, una chica introvertida que llega a su vida de la forma más inesperada. Maggie guarda un secreto, y cuando Jamie se le cruza en el camino sabe que él podría ser el hombre de sus sueños a pesar de su dolencia. Sin embargo, y entre una serie de situaciones que hacen al film recorrer la cornisa entre el drama y la comedia, la pareja dejará de lado los placeres para comprender que todo en la vida tiene algún tipo de solución. El film, que transcurre en la década del 90, se apoya en algunas situaciones hilarantes (entre ellas, el descubrimiento del Viagra y sus consecuencias entre el público) y no deja de lado tampoco cierto aire melancólico que, en torno de la pareja central, se va cubriendo de comprensión y de verdadera ternura. El director Edward Zwick supo llevar por buen camino esta historia que, si por momentos juega a la más alocada diversión, en otros, en cambio, no deja de lado el drama más intenso. Para dar realidad a esta anécdota, el realizador eligió un consistente elenco, ya que Jake Gyllenhaal y Anne Hathaway lograron sacar buen partido de sus respectivos papeles.
¿Comedia sexual para una noche de verano? De amor y otras adicciones (Love and Other Drugs, 2010), la nueva película del realizador Edward Zwick (Desafío, Diamante de sangre, Valor bajo fuego) podría catalogarse como una comedia, pero que se corre del eje cuando vira hacia la profundidad y la moralina, descontextualizando el conflicto inicial. Lo que empieza siendo pasatista y banal se convertirá en un fallido dramón sobre el Mal de Parkinson. El film ambientado a mediados de la década del 90 nos presenta a Jamie Randall (Jake Gyllenhaal), un visitador médico al que le cuesta comprometerse con el sexo opuesto. Mujeriego y ambicioso sus únicas metas parecieran ser el sexo y el dinero. Anne Hathaway es Maggie, una bella mujer a la que le diagnosticaron Parkinson precoz y a la que también le cuesta comprometerse con los hombres, buscando sólo relaciones ocasionales. Ambos se encontrarán y obviamente lo que empieza siendo sexual se convertirá en amor. En el medio de la historia el surgimiento del Viagra, la guerra farmacéutica y la lucha de una mujer con Mal de Parkinson. Extraña mezcla, ¿no? Claramente el film se desdobla en dos partes. Durante la primera mitad será la comedia y el sexo quienes dominen la historia por completo. Ambos actores hacen uso y abuso de sus cuerpos bien dotados para aparecer desnudos en cámara casi como si se tratara de un bock de venta sexual. Sin justificativos alguno las escenas de cama se apoderarán de esta parte de la trama en donde se apelara al gag fácil y trivial para conquistar al espectador. A pesar de todo lo enumerado, los problemas reales de la película no son las escenas de sexo reiteradas, los desnudos innecesarios y los chistes tontos, sino el brusco giro que se produce cuando el Mal de Parkinson pasa a ser casi el protagonista excluyente. Es ahí cuando lo que hasta el momento era una simple comedia de verano apela al recurso moralizador redimiendo a los personajes de sus banalidades superfluas para volverlos seres comprometidos, no sólo con ellos mismos sino con el mundo que los rodea. Basado en el best seller Hard Sell: The Evolution of a Viagra Salesman, del autor Jamie Reidy De amor y otras adicciones se nutre de dos actores consagrados, jóvenes y sensuales para atraer público en base a una campaña promocional basada en lo sexual, pero que a pesar de su cometido termina naufragando por no querer pecar de superficial y adentrarse en la profundidad de una historia que dentro del contexto que se la presenta queda fuera de lugar. Un fiasco que además aburre.
Más romance que otra cosa Hay algo raro en De amor y otras adicciones, que en el fondo es una película muy tradicional. De entrada uno empieza a sospechar: lo primero que vemos es un cartel que nos sitúa temporalmente, la historia comienza en 1996. La pregunta que uno se hace es: ¿por qué ambientar una película en 1996? ¿Tan lejos estamos? ¿Tan diferente es nuestro mundo al de entonces como para poder aprovechar la música y algunos artefactos del decorado para el lado de la nostalgia? ¿Por qué 1996? El argumento, un poco más adelante, se encargará de justificar esa elección; lo importante en realidad es 1997. Pero hay algo ahí que queda molestando. La película transcurre en un mundo muy parecido al de hoy, pero cada tanto nos encontramos con los pager y los celulares viejos que nos hablan de una tecnología que hoy ya pasó de moda. La película abre con el personaje interpretado por Jake Gyllenhaal, sus trabajos, sus ojitos seductores, su familia, su futuro laboral. Hay algo raro en ese estereotipo de hombre que se voltea a cualquier mujer que le pasa por delante, pero el giro hacia la comedia (ligera) hace que pase desapercibido y su periplo como vendedor para una empresa farmacéutica parece empujar todo hacia un mismo lado. Y de pronto en una sala de médico en algún lugar de Estados Unidos aparece Anne Hathaway (que sabíamos que protagonizaba esto aunque todavía no se la había mostrado) y le vemos una teta. Y ahí cambia todo. De pronto estamos ante una comedia romántica como las que se hacen ahora, en la que la mujer es la que no quiere que haya conexión emocional, en la que hay mucha carnalidad, en la que vemos más de un desnudo (de ella y de él), todo muy posmoderno (aunque seguimos en 1996). Los chistes no son muy buenos, pero el tono se mantiene. Y de pronto esa relación casual se vuelve una relación estable (como es de rigor) y todo vuelve a cambiar otra vez. De pronto nos encontramos en plena chick flick: hay sentimientos, infancias y tragedias, amor sobre todas las cosas, vueltas de la vida. Cuando De amor y otras adicciones entra en la recta final, lo que encontramos se parece más a un melodrama. Y así termina. Hay algo raro en De amor y otras adicciones y probablemente tenga que ver con todos estos cambios. A pesar del carisma de sus dos protagonistas (Anne Hathaway ilumina la pantalla con solo pararse frente a una cámara, aunque en esta película muestra mucho más que eso), es muy difícil que una película se logre sostener con tanto volantazo. Los chistes no son particularmente memorables y probablemente la película hubiera ganado de haberse entregado totalmente a su costado sentimental. Con todo, no deja de ser una experiencia interesante ver una película que se arriesga a moverse así. Mucho se queda en el camino pero al final hay algo que queda de todo esto. Sí, al final esta era una película para chicas pero, Parkinson de por medio, aparece algo inesperado. Y Anne Hathaway sostiene cualquier cosa.
Anexo de crítica: ¿Comedia romántica convencional?; ¿Melodrama con fórmula aplicada a la perfección? O sencillamente una comedia de humor cáustico sobre el mundo del multimillonario negocio de la salud. Todo eso encaja en esta rareza dirigida por el inestable Edward Zwick y protagonizada por Jake Gyllenhaal y Anne Hathaway en un registro poco habitual para lo que acostumbran a entregar. Si bien la historia del visitador médico ambicioso que se reblandece al tomar contacto la enfermedad de su pareja es más que trillada, resulta sumamente positivo el tono y estilos en que se van desarrollando los acontecimientos con pasos de comedia bien logrados y un espacio para el dramatismo que no parece forzado y gana un extra debido al ajustado desempeño de la pareja protagónica. Quizá en la mezcla de tantos elementos tanto dramáticos como situaciones hilarantes el film acusa un leve desajuste que con el correr de los minutos se va acentuando, aunque eso no significa una pérdida total de interés por la trama ni por la suerte de sus personajes.
Rara, simpática y desconcertante La historia del encuentro entre un vendedor de viagra y una chica que batalla contra el mal de Parkinson es el eje de esta comedia romántica -con varios golpes bajos- que conjuga una ácida visión del negocio de la salud. Uno. Además de ser un mujeriego compulsivo, Jamie Randall (Jake Gyllenhaal) es un vendedor nato que trabaja en un negocio de electrodomésticos hasta que lo echan e ingresa a trabajar al laboratorio Pfizer, el gigante farmacéutico que en 1996, el año, que está ambientada la película, pelea en inferioridad de condiciones el mercado de los antidepresivos con Zoloft, frente al más popular Prozac. La balanza comercial se equilibra cuando Pfizer pone en el mercado el viagra, las famosas pastillitas azules que actúan sobre la impotencia y que desde esa época se venden como pan caliente. De amor y otras adicciones pone en foco las miserias de la industria farmacéutica a través del protagonista, convertido en visitador médico. Un negocio que incluye la despiadada lucha por imponer productos a los médicos que aceptan sobornos por recetar medicamentos de determinadas marcas, y a los consumidores, rehenes indefensos frente a un sistema dominado por las corporaciones. DOS. Maggie Murdock (Anne Hathaway) trabaja como camarera y además, todos los meses lleva a un grupo de enfermos a comprar medicamentos a Canadá, donde los remedios son infinitamente más baratos que en los Estados Unidos. Maggie tiene 26 años, antes fue fotógrafa hasta que se lo impidió el prematuro mal de Parkinson que padece. Es decir, tiene los días contados antes de que la enfermedad haga lo suyo en su cuerpo y en su cerebro. Entre la depresión y las ganas de vivir una vida normal, conoce a Jamie, un chanta egocéntrico, ambicioso y misógino, que sin embargo muestra alguna humanidad. La atracción sexual es fulminante, el amor también, a pesar de que la relación tiene fecha de vencimiento por la devastadora enfermedad de ella. De amor y otras adicciones es un melodramón difícil de digerir, que en su vulgar dramatismo acentúa una y otra vez el tópico de que el amor siempre triunfa. TRES. Todo esto es De amor…, una ácida visión del negocio de la salud desde el mismo riñón de Hollywood y a la vez, una comedia romántica que explota el avance de una enfermedad devastadora sin ningún prurito. El film de Edward Zwick –un artesano capaz de abordar proyectos bien disímiles como Desafío, Diamante de sangre, El último samurai, Leyendas de pasión–, es una coctelera emocional con varios cambios de registro que por momentos desconcierta, pero que al final arroja un balance favorable, más allá de una historia de amor marcada por la tragedia y los golpes bajos.
Con una “Love Story” ya era suficiente El es visitador médico, ella padece el mal de Parkinson y, como alguna vez dijo Pascal, el corazón tiene razones que la razón desconoce. Y Hollywood también. Tal vez una de las peores cosas que puedan sucederle al espectador de cine es sentir que el director de la película que eligió ver está en su contra. Que la película completa está en contra suyo. Sobre todo cuando ésta tiene elementos para ser una buena película, pero que por decisiones “artísticas” hay que aceptar que no lo es. Algo de eso sucede con De amor y otras adicciones, la nueva película de Edward Zwick, director cuya variada filmografía (que incluye títulos de éxito aceptable como El último samurai, Diamante de sangre, Leyendas de pasión) demuestra que es un hombre útil a la industria de Hollywood. Hecho que no se opone con lo dicho al principio: sin dudas De amor y otras adicciones volverá a ser otro punto más o menos exitoso de su carrera, aunque muchos espectadores sientan que el director quiso jugar con ellos (en el peor sentido) durante casi dos horas. Porque si bien la película tiene momentos que valen la pena, no tardan en ser arruinados por personajes fuera de registro, por escenas cercanas al bochorno o lugares comunes que la convierten en un pastiche indefinido, cuyo objetivo es devorar a todos los públicos posibles. Que se trate de una comedia dramática no es el problema, porque la fórmula es vieja y muchas veces ha dado grandes películas. Que su pareja protagónica esté formada por dos de los actores jóvenes y bonitos más exitosos de la escena actual, tampoco molesta: Jake Gyllenhaal y Anne Hathaway cumplen muy bien con sus trabajos y forman una buena dupla; tampoco molestan los secundarios, que incluye una lista de tipos con oficio para cargarse cualquier cosa, como Oliver Platt, Hank Azaria y hasta Judy Greer. La historia... está bien, puede no ser brillante ni mucho menos original, pero ése tampoco es un problema. De hecho, que Gyllenhaal interprete a Jamie, un joven seductor que no consigue encajar en ningún trabajo hasta que se vuelve visitador médico de uno de los laboratorios farmacéuticos más importantes del mundo, y que Hathaway haga lo propio con Maggie, una chica que padece mal de Parkinson y lo soporte estoicamente, como si no le importara, en principio tampoco se presenta como un gran obstáculo. Aunque es cierto que enciende las luces de alerta: todo el que haya visto Love Story puede comenzar a temer (y no sin una justa causa) un final golpeador. El que se quema con leche... Pero si todos esos detalles no representan en sí mismos ningún problema, ¿cuál es entonces la falla en el sistema en De amor y otras adicciones? Pues son varias y todas tienen que ver con la traición. Por ejemplo, jugar a la comedia negra, pero arrepentirse a mitad de camino y elegir la salida luminosa (y zonza); amagar con presentar una mirada cruda de la industria de los medicamentos, una de las más redituables e inescrupulosas del injusto sistema estadounidense, pero rematar la subtrama con chistes malos sobre el Viagra; presentarse como audaz, a partir de las escenas románticas y los desnudos de sus protagonistas, y terminar cayendo en la grasada del pornosoft más elemental; permitirles a sus personajes el vuelo del ingenio y la ironía, para enseguida maltratarlos con escenas de un sentimentalismo tan pavo como tedioso; incluir personajes fuera de registro, como el hermano de Jamie, que parece robado a un film de la factoría Apatow-Mottola, o incluir otros (como el del vagabundo que junta el Prozac de los tachos de basura) que no terminan de tener desarrollo y, por eso, decepcionan. Esa es la esencia de De amor y otras adicciones: una montaña rusa emotiva entre pretensiones de audacia y certezas conservadoras.
Love and Other Drugs arranca como el 90% de las comedias románticas. Nos presentan a nuestros personajes como individuos solteros y fiesteros que jamas estarían en una relación. Obviamente se conocen y de a poco se empieza a gestar una relación seria. Y acá tenemos el plus que los actores principales son muy carismáticos y venden muy bien la historia. A eso le sumamos muchas escenas de sexo realistas y temas bastante adultos, y deberíamos estar hablando de una gran película que cumple las expectativas de su genero. Adonde vienen los problemas? El director Edward Zwick (Last Samurai, Blood Diamond) intenta meter una docena de temas extra en la película, desde la industria farmacéutica, las enfermedades, las relaciones personales, la industria laboral, el sistema medico y bastantes mas. Y honestamente, no terminan de empalmar bien, dejando casi todas a medio cocinar y sin profundizar. Aquí viene la mayor falla de la película, todos esos temas o elementos, son muy interesantes y si hubieran estado mejor desarrollados, quizás con otra pasada al guion, hubieran hecho una historia realmente concisa y memorable. Así como están, solo distraen de la historia romántica principal y extienden su largo unos 10 o 15 minutos extra de lo que debería ser. La gran paradoja de la película es el cast. Si hablamos de los actores principales Jake Gyllenhaal y Anne Hathaway, tenemos que decir que están ambos excelentes en los papeles que hacen y la energía que demuestran. Son ambos extremadamente carismáticos y exitosos en hacer estos personajes creíbles y queribles. El resto del elenco es adonde esta el gran problema. Josh Gad (The Daily Show) es creo yo, el mayor error de la película. Personifica a el hermano de Jake Gyllenhaal y es simplemente insoportable desde que arranca hasta que termina. Y uno se pregunta que tipo de valor agregado tiene dentro de la historia o que rol cumple, y la respuesta es ninguna. Es solo un comic relief que no es gracioso. Después tenemos a dos brillantes actores de reparto eternos. Hank Azaria y Oliver Platt, actores que elevarían cualquier papel y producción un par de puntos solo por su presencia. Pero aquí estan en roles muy pequeños y sin posibilidad de demostrar nada, ni brillar. Uno se pregunta el por que gastar actores de este calibre en personajes tan insignificantes. Y ni hablemos de George Segal y Jill Clayburgh que solo aparecen por 2 o 3 minutos y nunca mas dan señales de vida. Cualquiera que haya visto comedias románticas, podría adivinar todas las situaciones que se van a presentar y como termina la historia. Por eso reitero que quizás, con un guion mejor trabajado, y dándole mas espacio a las interesantes tangentes que toma de vez en cuando la película, podría haber sido algo que realmente se mantenga por años como una gran película romántica adulta. Pero en el estado que se encuentra, es una de las tantas comedias románticas que se generan año a año, solo que un poco mas interesante, un poco mas frustrante, y con mucho mejores actores de lo normal. Y mucho mas sexo. Probablemente a varios les alcance.
La salud del amor A Hollywood le gustan las historias tristes/felices, las de amores que vencen prejuicios y enfermedades. Algunas son relatos originales y emocionantes, como Mi vida sin mí; otros, dramas románticos con algunos derechazos al lagrimal, como Otoño en Nueva York o Todo por amor (aquella con Julia Roberts). Más cerca de las dos últimas está De amor y otras adicciones. Jake es un vendedor nato, trabaja como visitador médico y seduce a doctores y secretarias por igual. A los primeros para que receten los medicamentos de su laboratorio, a las segundas para noches de amor ligero, y a ambos con plena lucidez y control de sus encantos. Hasta que conoce a Maggie, una chica libre y desprejuiciada que quiere exactamente lo mismo que él de una relación: nada. Ella sufre mal de Parkinson y por eso evita involucrarse a largo plazo. Pero no será tan fácil para ninguno de los dos. El filme cuenta una historia de amor sencilla que se complica poco a poco y va pasando (y mutando) por la comedia, el romance, el drama y la anécdota. Quizá el hecho de que esté basada en una historia real, best seller novelado, explique los saltos en la narración y temas, que cambian "como la vida misma". Anne Hathaway (que va tomando la posta de Julia Roberts) y Jake Gyllenhaal crean una pareja rendidora y efectiva, como lo fueron en Secreto en la montaña, pero en clave de comedia romántica. Ambos se entienden bien en cámara y le dan vida a sus personajes, aunque el tono del relato varíe. Pero alrededor de esta historia, ambientada en la década de 1990, se destacan dos ejes más. El primero es la aparición del Viagra, tema al que la película dedica varios momentos para describir sus efectos sociales, económicos y anímicos. Pero también retrata en detalle cómo funciona el mundo de los visitadores médicos, último eslabón de la cadena de capitales de los grandes laboratorios. Sin aspirar a ser un ensayo de denuncia, el filme muestra en el mismo tono ligero cómo se manejan puertas adentro del consultorio los intereses de las empresas y cómo se reflejan en los recetarios. Los pacientes, bien gracias. Así, entre estas tres columnas formadas por el retrato del Parkinson, la irrupción del Viagra y el gran negociado de la salud, se desarrolla esta historia de amor, que a veces se pierde, luego aparece, más tarde se ensombrece. Una película rara, en la que se destacan Gyllenhaal y Hathaway y la pintura de sus personajes, aunque el guión se desdibuje.
Para Edward Zwick, el mundo es un combate. No es un gran director, pero la mayoría de sus películas tienen que ver con lo bélico: “El campo de la gloria”, “Leyendas de pasión”, “Contra el enemigo”, “El último samurái”, “Desafío”, “Diamante de sangre”. Además de este costado épico-militar, tiene otro romántico (en realidad la guerra es una cuestión romántica para Zwick: aunque no realizó demasiadas películas buenas, tiene una visión del mundo). Ese lado se ha manifestado en su primer largo, “Te acuerdas de anoche” (cuando Demi Moore se desnudaba sin problemas) donde una relación de pareja terminaba en un cuasi melodrama. Sí, el melodrama es el otro elemento de Zwick. “De amor y otras adicciones” es un film que combina un poco todo eso, sin decidirse por poner el acento en ninguna parte. Hay un romance entre dos adictos al sexo que no quieren compromiso (Jake Gyllenhaal y Anne Hathaway); hay una lucha del protagonista entre su ambición –es vendedor de laboratorios farmacéuticos– y el amor que fatalmente surge; hay un vuelco trágico en el hecho de que ella tenga una enfermedad; y hay un combate sordo entre grandes conglomerados farmacéuticos, que viene a ser la pieza “denuncia” a la que acostumbra el realizador (ver, de nuevo, la filmografía). ¿Y qué nos queda? Un buen reparto, más o menos aprovechado en un film que quiere contar o más bien mostrar -desgraciadamente– demasiadas cosas.
A Hollywood siempre se le pide que salga de las recetas tradicionales. Pero viendo este resultado, o casos similares como la reciente Bajo el mismo techo yo no se si están tomando el camino correcto. De amor y otras adicciones es una historia de dos personas, por sobre una romántica, y mucho más sobre una película que no debería catalogarse como "comedia". La apuesta de los productores de esta película fue alta, porque se metieron con un tema muy jodido y sensible como el Parkinson. Personalmente me parece positivo que se muestre casos jóvenes, que quizás muchos no sepan que existan. Pero personalmente no esperaba encontrar eso y me desencajó. Las actuaciones de los dos son muy buenas. Sin el carisma de Jake Gyllenhaal y Anne Hathaway esta película no se sostenía sin lugar a dudas. Si uno entra advertido, la experiencia puede ser mejor. Para mi está bien que Hollywood varie un poco... pero todavía no encontró la armonia
Anexo de crítica: Edward Zwick era un director de películas chiquitas, queribles e intimistas como ¿Te acuerdas de anoche? (1986) o la muy galardonada serie thirtysomething… (1987/1990) hasta que se volcó a los espectáculos épicos (o al menos grandilocuentes) a partir de Tiempos de Gloria (1989). Tras una carrera irregular como pocas vuelve al género que mejor le sienta con esta comedia romántica que no rehuye ni del melodrama ni de los lugares comunes. Pese a esto último hay en esta película suficientes motivos como para no quejarse al terminar la proyección: buen timing cómico, dinamismo en el desarrollo de las secuencias, personajes correctamente diseñados y una velocidad en los diálogos que hoy día ya no se encuentra fácilmente. Los actores le hacen justicia a cada uno de los personajes y la parejita formada por Jake Gyllenhaal y Anne Hathaway –que vienen trabajando juntos desde la época de Secreto en la montaña- se siente auténtica y totalmente creíble debido al conocimiento que tienen uno del otro. Tanto en sus revelaciones emocionales como en las muchas escenas de sexo hay verdad en esa relación que, fiel al manual de la comedia romántica clásica, tiene más vueltas que un caracol…
Hollywood tiene una nutrida agenda anual de comedias románticas con la única (y valiosa) pretensión de entretener un rato al espectador. El realizador Edward Zwick tomó, para llevar a la pantalla cinematográfica, la historia del libro "Difícil de vender -la evolución de un vendedor de viagra", que es en realidad las memorias que escribió Jamie Reidy sobre la época en que fue visitador médico de Laboratorios Pfizer. En esa autobiografía el escritor pone en descubierto algunas prácticas "non sanctas" que utilizan habitualmente los mercaderes de los fármacos a nivel mundial, y ese tema es el verdadero contenido literario al que agrega la lucha de su novia contra una enfermedad incurable y las transformaciones que ante esa realidad sufrieron los integrantes de la pareja. El director Zwick comienza a contar la historia con el habitual estilo cinematográfico hollywoodense para las comedias románticas (muchacho pintón y desinhibido con todas sus hormonas en ebullición, chicas hermosas y felices, breves situaciones de humor), y sorpresivamente convierte la trama en una tragicomedia con el claro objetivo de imprimir profundidad. Influido seguramente por los Estudios que lo contrataron, en su afán de no quedar como que ha dirigido algo superficial casi se sale de género ya desde el título (en origen, "Amor y otras drogas" en traducción literal del inglés). Dicen que el amor es la droga más poderosa del mundo, capaz de narcotizar, abstraer, obnubilar, impulsar, energizar y muchos otros efectos más, a cualquier mortal. Nos referimos, claro está, al amor de pareja. La trama principal se centra en el encuentro de Jamie y Maggie. Él es un visitador médico que usa su prestancia física y simpatía innata para realizar ventas y conseguir cualquier muchacha que se le antoje. Ella es una mujer independiente con ideas muy firmes en cuanto a las relaciones. El acercamiento entre ambos se producirá únicamente por la atracción sexual que ejerce cada uno hacia el otro. De pronto todo cambia. El amor, y el compromiso que conlleva, aparece de improviso y modifica las posiciones de ambos. Las subtramas con las que este filme se encamina (sin llegar) a la profundidad y al debate, quedan en amagues de polémica. Jamie es un visitador médico de los Laboratorios Pfizer (como en la vida real lo fue el autor) y sus manejos para lograr las ventas de Viagra y Prozac son desleales. El sistema de regalos y viajes pagos a los médicos para que receten los medicamentos cuyas ventas engrosarán las arcas de un laboratorio, más atento al resultado económico que a la curación de los pacientes que consuman las drogas que ellos producen, resulta a todas luces desagradable pero despierta la curiosidad del espectador que espera un remate conclusivo desde el humor. Hubo una película argentina "La clínica del Dr. Cureta" (Fischermann, 1987) que desarrolló una trama similar, pero circunscripta a la caricatura desde el humor crítico. Zwick da otra vuelta al timón a la historia e instala la incurabilidad de Mal de Parkinson, pero tampoco llega al final del camino con esta propuesta que hubiera transformado todo en un drama. Las actuaciones son acordes al ritmo de la comedia, la pareja protagónica ya había trabajado junta en “Secreto en la montaña” (2006), aunque Jack Gyllenhaal, como Jamie es superado en recursos histriónicos por Anne Hathaway quien compone a Maggie, una mujer que quiere aparentar que ni siquiera su propia enfermedad la conmueve. No es fácil para un actor construir un personaje que dice una cosa y piensa otra, Hank Azaria lo logra interpretando a un médico corrupto que aparenta ser muy recto y respetuoso de su profesión. Azaria es uno de los actores de voz más famosos de EE.UU. y el doblaje le ha dado el trainning para desdoblar personalidades actuadas, y cuando le agrega la expresión corporal demuestra su gran ductilidad, como lo hace en la película que se comenta. Un filme destinado a vender entradas a los seguidores del género basándose en el cartel de los actores. Contiene muchas situaciones divertidas que satisfarán a los amantes del "touch and go" de la comedia. Y las partes "profundas" no duran demasiado, por lo tanto se trata de una película muy llevadera para el espectador.
De melodrama y otros vicios Si bien su opera prima (All about last night…) estuvo vinculada con la comedia romántica/dramática, prontamente Edward Zwick construyó una carrera a caballo de una serie de películas épicas con fuertes componentes tanto morales como políticos y, especialmente, con un sobrado espíritu norteamericano, muchas veces en el peor de los casos: recordar Contra el enemigo. Gloria, Leyendas de pasión, Valor bajo fuego o (la mejor) El último samurái no permiten ver a un director detrás con un mundo personal, aunque sí hay algún elemento que lo deschava: y ese es, siempre, su propensión a terminar mirando el tema que sea desde el melodrama más rancio. En este sentido, De amor y otras adicciones es una vuelta a los orígenes pero totalmente contaminada por esa necesidad de resaltar lo norteamericano como ocurrió en su cine posterior, aunque en este caso su mirada esté un poco retorcida y a ese modo de vida construido sobre lo material y el éxito económico pueda subvertirlo gracias al poder de la sátira. De todos modos, De amor y otras adicciones es un film construido sobre capas y capas narrativas, que hacen fluir y estrellar, sin ton ni son, diversas líneas argumentales. Es como si encerrado en el corset de la comedia romántica con sentido (muy en la onda Jerry Maguire), Zwick tuviera la necesidad de aglutinar subtramas para engordar el sustento de su film. En esa jugada, por los excesos y los desniveles, está lo mejor de un film que tal vez siendo más conservador en ese sentido se hubiera conformado con sólo un trozo de este pastel entre sabroso y ciertamente empalagoso. Con todo esto, decir que por un lado la película es la historia real de Jamie Randall (Jake Gyllenhaal), un joven que comienza a trabajar en la industria farmacéutica como visitador médico y que, en ese aspecto, arroja algunos dardos contra el sistema y también muestra un universo laboral medido a partir de saber hacer contactos, la proyección de la imagen y los pactos non sanctos. El film es tan veloz, que en esta primera parte pueden entrar sobornos a médicos, acosos sexuales para lograr objetivos mayores, la típica educación del héroe (a cargo del notable Oliver Platt) y demás apuntes para los que pocas veces hay una contra-respuesta. En este territorio es donde De amor y otras adicciones encuentra algunos aciertos: sin definirse como un film de denuncia, es lo bastante crítico como para construir una mirada política y, a pesar de nunca señala directamente con el dedo o levanta demasiado la voz, no se lo puede calificar como complaciente. Pero De amor y otras adicciones es también ese mismo Randall intentando ser un hombre mejor: su rapidez con la que se saca mujeres de encima, su poca aplicación al trabajo, su abandono de alguna carrera universitaria lo muestran, en plenos noventa’s -donde el film se ambienta-, como un joven sin rumbo alguno, donde el milagro económico vinculado con la tecnología lo convierte en el relegado de su familia, tras el exitoso hermano Josh (el buen comic relief de Josh Gad). Y el aventón monetario le llegará a Jamie cuando logre colocar en el mercado el famoso medicamento contra la impotencia sexual conocido como Viagra. Sin demasiado análisis sobre lo que este producto significó a la sociedad, lo que el film termina comprobando es la tesis del éxito posible en la sociedad americana. El asunto es que aquí todo está atravesado por una invisible pátina de amargura, la cual impide que De amor y otras adicciones se convierta definitivamente en la película celebratoria sobre el éxito económico o que muestre que la autosuperación es un puesto de gerente de una gran firma. Y allí lo que aparece es otra de las tantas películas que componen a De amor… y que es la relación que se establece entre Jamie y Maggie Murdock (Anne Hathaway), una joven de 26 años con Parkinson. Antes de que usted piense “golpe bajo”, digamos en favor del film que uno sabe de antemano que ella está enferma y también lo sabe el personaje: Zwick, para lo que uno puede sospechar como un director mediocre, utiliza inteligentemente este elemento y pocas veces juega al falso suspenso con la doliente Maggie. De hecho, el film es bastante honesto sobre la relación de ambos y sus crisis suenan reales, además de sorprender con cierta recurrencia al sexo: si bien lo sexual bordea el relato con la aparición del Viagra, lo cierto es que Jamie y Maggie tienen muchas escenas de cama, hay mucha fisicidad en la película, e incluso Hathaway se anima a algunos desnudos poco habituales para un film del sistema de producción de Hollywood como este. Contra todo esto, que parecen puros elogios, hay que contraponer que Zwick no parece casi nunca encontrar el ritmo de su película. De hecho, algo notorio se da con la utilización del humor: por momentos inteligente, en ocasiones recurre a algunos chistes un poco guarros que poco tienen que ver con el tono general de la propuesta. Incluso, hay imposición de chistes que llegan a destiempo, como por ejemplo toda una secuencia con una erección que carece de mayor relevancia y que sólo se entiende como la necesidad de meter un chiste para cortar con lo dramático. Hablamos aquí de Jerry Maguire, un film similar sobre un joven profesional enamorado, pero donde Cameron Crowe sabía cómo releer una screwball comedy y aggiornarla. Zwick parece totalmente alejado de esta capacidad de entendimiento, y apenas se dedica a apilar sucesos con la esperanza de que la sobreabundancia de tramas pudiera otorgarle un sentido mayor a su película. De amor y otras adicciones, en todo caso, demuestra sus peores armas al sucumbir totalmente a los códigos del melodrama: su última parte se pone en exceso discursiva, se pierde un poco la velocidad del comienzo y en todo caso uno termina agradeciendo la honestidad de los personajes, que es a prueba de manipulaciones melodramáticas. ¿Habrá una cura para estos vicios de Zwick? Al menos, De amor y otras adicciones es una buena película.
Amor de laboratorio Como todo imperio, Hollywood debe acapararlo todo, y cada día más y más rápido. Por eso ya no se complace con hacer películas de género. Ahora necesita agarrar una coctelera para mezclar tres, cuatro, cinco subgéneros, de modo que la abuelita, su nieto, el hombre maduro, el ama de casa y la mujer emprendedora entren al cine como si la sala fuera una lata de sardinas, y con una sardina de cada océano. La capacidad abarcadora de estas películas es el punto más valorado por la crítica de los noticieros televisivos. Cuando a esos comentaristas les toca hablar de una película animada que pertenece a este grupo, el elogio más repetido es que se trata de un estreno “para grandes y chicos”: lo que se dice matar muchos pájaros de un tiro. El amor y otras adicciones pertenece a esta camada que desde hace unos años invade la cartelera. En este caso la historia de un visitador médico aficionado al sexo casual, que se hace rico vendiendo Viagra y se enamora de una chica enferma de Parkinson, le sirve a la narración para apuntar a cinco o seis blancos cosa de acertar sólo en el de la taquilla. Y al final todo termina pareciendo una excusa. El trabajo del protagonista es una excusa de los tiempos de Obama para hacer un comentario social sobre el sistema de salud de los Estados Unidos, o para ver en un consultorio un primer plano de la teta izquierda de Anne Hathaway. El sexo casual es otra excusa para seguir viendo chicas desnudas, o para dejar en claro que la pretensión de sexo sin amor conduce al sexo con amor. Y el Parkinson es el drama. Pero el drama de las películas sobre enfermedades que Julia Roberts y Richard Gere supieron explotar en los 90, donde toda la tragedia pasaba por esos romances terminales, acá se corta de golpe para hacer un chiste burdo sobre erecciones o masturbaciones. Eso me hace acordar que otro comentario propio de la crítica televisiva es el que mide las facultades de un actor por su capacidad de hacer reír y llorar a la vez. Lo habrán escuchado –y lo volverán a escuchar– cuando se conmemora un nuevo año del fallecimiento de Luis Sandrini. Y claro que el público puede reír y llorar, y hasta prestar atención a un mensaje político en una misma película. Todo depende de la forma, todo depende de los tiempos que se tomen para cada cosa y la manera en que se vayan hilando los distintos elementos. Aunque la opera prima de Edward Zwick fue una comedia, allá por 1986, el trabajo frecuente con dramas épicos (al estilo Leyendas de pasión o El último samurai) parece transformar a El amor y otras adicciones en un lugar desconocido para el director, donde se nota la dificultad que tiene con el ritmo que le imprime el género. Los chistes, los gags o las situaciones dramáticas interrumpen para ofrecer un nuevo clima sin demasiada sutileza, apagan la risa y borran cualquier posibilidad de emocionarse con el ¿amor? de la pareja. Se hace difícil sacarle los signos de interrogación a la palabra “amor”. Como un rasgo de la sociedad moderna que pretende mostrar la película, a los protagonistas se los ve todo el tiempo más preocupados por sus propios asuntos que por los del otro: a Maggie no le interesa demasiado una relación seria hasta que descubre, en una convención de enfermos de Parkinson, que se puede tener esa enfermedad y llevar una vida; cuando Jamie se entera que estar envuelto en una relación seria puede implicar tener que cambiarle los pañales algún día, cortan y tiene sexo con un par de chicas sin demasiados problemas. Así el vínculo naufraga en la inconsistencia y la historia de amor se vuelve un tanto grotesca. Pero a quién le interesa todo esto si la sala estaba llena. Había algunas abuelitas, hombres maduros, amas de casa, mujeres independientes y chicos con ganas de ver a Hathaway sin ropa. Sólo faltaban los menores de 16 años: todo no se puede.
El mayor atractivo de “De amor y otras adicciones” (“Love and Other Drugs”) es la pareja central integrada por Jake Gyllenhaal y Anne Hathaway. Décima película de Edgard Zwick, un artesano que se ha especializado en películas de acción (“Tiempos de gloria”, “Leyendas de pasión”, “Valor bajo fuego”, “El último Samurai”, “Diamantes de sangre”), la presente se acerca más a su primer film “¿Te acuerdas de anoche?” con una aún joven Demi Moore. Jake Gyllenhaal, quien acaba de cumplir treinta años, es una segura apuesta para un productor cinematográfico. Su padre Stephen lo dirigió en dos oportunidades, en una de las cuales lo acompañó su hermana mayor Maggie. Ambos volvieron a actuar juntos en “Donnie Darko”, film de culto de Richard Kelly, que por extrañas cuestiones de distribución nunca se estrenó localmente. De los diez primeros títulos de la carrera de Jake sólo dos tuvieron estreno en salas en nuestro país, que incluyen a su debut cinematográfico en “City Slickers” (aquí “Amigos…siempre amigos”) cuando apenas tenía diez años. Ese film seguramente será recordado por los más memoriosos pues marcó el regreso, Oscar incluido, de Jack Palance. A partir del 2002 y hasta el presente Gyllenhaal participa en diez películas más todas estrenadas localmente y mayormente exitosas. Pero sería 2005 el año de su consagración definitiva cuando, junto a Heath Ledger, el ganador del Oscar como mejor director Ang Lee los reuniera en “Secreto en la montaña”. Y es precisamente en esa película donde por primera vez se lo ve junto a Anne Hathaway, que allí hace de esposa. Anne Hathaway, dos años más joven que Jake, ya era conocida por “El diario de la princesa”, su debut en 2001, pero su consagración definitiva fue junto a Meryl Streep en “El diablo viste a la moda” del 2006. Luego se la vería en “Guerra de novias” y más recientemente en “Alicia en el país de las maravillas”. “De amor y otras adicciones” es básicamente un melodrama en que se cruza Jamie, un exitoso vendedor de productos farmacéuticos de un muy famoso laboratorio (Pfizer), entidad que adquirirá gran fama (en el film también) cuando se descubra el Viagra y Maggie Murdock, una chica hermosa que parece tener todo a su favor. Pero a poco que avanza la historia, el espectador se entera de que ella padece del mal de Parkinson todavía en su primera (temprana) fase. A lo largo de casi dos horas se irán produciendo encuentros y desencuentros de la pareja central. Ella sentirá que él estará perdiendo el tiempo a medida que su mal se agrave y él obviamente dudará sobre el camino a seguir. Lo más flojo del film son algunos personajes secundarios, particularmente Josh (el actor Josh Gad) como el hermano “nerd” de Jaime, que parece salido de alguna de las tantas realizaciones de Hollywood que nos invaden últimamente ricas en groserías y poco refinadas alusiones sexuales. Tampoco aportan mucho dos veteranos actores (George Segal y Jill Clayburgh, recientemente fallecida) de muy episódica aparición como los padres de ambos hermanos. Algo mejor le va a Oliver Platt como el jefe de Jaime y no desentona Frank Azaria como un médico fácil de convencer. En síntesis un film desparejo del que se rescatan algunos momentos logrados que pueden justificar su visión, sin excesivas pretensiones.
VIAGRA PARA TODOS Esta es una de esas películas que es casi imposible tratar de definir con una palabra o con una expresión, simplemente porque tiene de todo y mezcla muchos estilos. Este es uno de los errores de la cinta, que si bien cumple su principal cometido que es el de entretener, (antes que nada la película es una comedia), se queda a mitad de camino en cada una de las expresiones reflexivas y cursis que intenta tocar. Jamie es un hombre que trabaja vendiendo drogas en los hospitales, tiene un ego muy grande y es un ganador con cada una de las mujeres que se le aparece en el camino. Un día conoce a Maggie, una muchacha que tiene un problema de salud y que está algo paranoica, ya que piensa que ningún hombre quiere formalizar con ella por su enfermedad. Ellos se enamoran y van a tener que lidiar con sus inflados egos. La cinta claramente se puede dividir en diferentes acciones o situaciones que van mezclando diferentes estilos narrativos y dramáticos. Principalmente, esta película es una comedia romántica, de desencuentros, de vueltas y de previsibles consecuencias. Por este lado, la cinta logrará satisfacer a los espectadores que vayan en busca de esto, ya que el romanticismo es el típico que se puede apreciar en cualquier cinta del género y se logra crear una correcta química entre los personajes principales. Ahora bien, pese a que la cinta no logra destacarse, pero si entretiene, por el lado de la comedia romántica, ésta entra en diferentes terrenos que comienzan a empeorar o a poner a prueba el extremista y poco profundo guión. Todos los temas que se tocan carecen de profundidad y fundamentalmente de reflexión, quedan en la historia como un elemento más para hacer humor o para agregarle una dosis un poco dramática y melosa a la historia. La enfermedad de Maggie, el Parkinson, está muy bien interpretada por Anne Hathaway, pero en ningún momento, salvo por esa charla que ella presencia en Chicago, se llama al pensamiento o la reflexión. El personaje piensa que no se puede vivir tranquilamente con ese problema y el libreto no explora ni va más allá de sus sentimientos, todo se resuelve en un acto de amor sin profundidad ni verosimilitud (el momento en el que Jamie le pregunta al esposo de una mujer con el mismo problema y él le responde de manera inesperada, solo aporta dramatismo, pero cero reflexión al relato). Por otro lado, hay un tratamiento exagerado e incorrecto sobre la medicina, sobre las maneras en las que se aceptan los diferentes medicamentos que se venden, que si bien aportan una cuota interesante de humor, carecen de sentido y de respeto, (se da a entender el viagra es lo mejor; un médico se inyecta testosterona para triunfar por las noches; un vagabundo logra salir de su estilo de vida gracias a unas pastillas que encuentra en la basura; y hay una exhaustiva intención por plantear en todo momento el comercio interno de las clínicas sin importar la salud de los pacientes). Las actuaciones son muy buenas. Anne Hathaway está muy bien en su personaje. Ella demostró que puede encarar un rol dramático y a la vez cómico con mucha soltura ("El casamiento de Rachel", "Secretos en la Montaña" y "El Diablo Viste de Prada"). Aquí le aporta mucho realismo a Maggie, principalmente en las reacciones de su enfermedad, cómo la lleva adelante y en mostrar esa paranoia que tiene con todo hombre que se le acerca y le pide algo más que una noche de lujuria. Jake Gyllenhaal también está muy bien, en especial en mostrar el espíritu ganador de su personaje y los cambios que va teniendo de identidad mientras va madurando y enamorándose. "Love and other Drugs" es una cinta que tiene una correcta historia típica de amor; con un humor entretenido por momentos e innecesarios por otros (erección en el auto, por ejemplo); que tiene personajes secundarios poco inspirados (el hermano metido, las mujeres que se entregan fácilmente); y que divierte si se va en busca de una comedia romántica sencilla y redonda. Pero que falla al plantear superficialmente y no darle importancia a la enfermedad de la protagonista y a desarrollar cuestiones morales algo ofensivas y poco profundas. Bien actuada, con una dirección y una banda sonora muy correcta, y que nunca logra pasar la barrera de seriedad que en todo momento intenta cruzar. UNA ESCENA A DESTACAR: las andanzas de Jamie.
Bajo la dirección de Edward Zwick llegó a nuestras carteleras De Amor y Otras Adicciones, que contó como pareja protagónica con Jake Gyllenhaal y Anne Hathaway. De Amor y Otras Adicciones nos contará la historia de Jamie Randell, un vendedor que comienza a dar sus primeros pasos en la venta de medicamentos. Jamie no es un vendedor cualquiera, ya que posee un encanto y un carisma que le ayudan a prosperar rápidamente en ese nuevo y competitivo mundo de las ventas farmaceúticas. Obviamente que esos talentos también le sirven con mejores resultados con las mujeres. Un día, gracias a obra y gracia del destino, se cruza en su camino una hermosa mujer llena de libertad que vendría a representar su alma gemela, salvo por el ¿pequeño? detalle de que ella tiene parkinson. Esa mujer se llama Maggie. A pesar de no llevarse bien al comienzo, Jamie y Maggie parecen estar hechos el uno para el otro y lo que comienza como una historia de amor sin compromisos se convertirá pronto en la experiencia más fuerte que han vivido en sus vidas, matizada con el sufrimiento y los cuestionamientos que conlleva llevar adelante una relación con una persona que posee esa terrible enfermedad. Ahora bien. ¿Como podríamos definir a De Amor y Otras Adicciones? ¿Como una comedia romántica pretenciosa? ¿Como una comedia dramática a medias tintas? ¿Como una comedia sexual? Bueno, quizás haya una sola respuesta a todas esos cuestionamientos y es justamente que tiene un poco de todas esas cuestiones. Sin dudas De Amor y Otras Adicciones representa la típica fórmula de la atracción de los espíritus sin compromisos que tienen las comedias románticas, con un aire un tanto pretencioso en el intento de dar cierto peso a la historia con la -interesante, pero incompleta- crítica a la venta de medicamentos y la enfermedad de la protagonista. Por otro lado en varios pasajes incomoda y hasta desagrada por ser tan explicita en las escenas sexuales. No es que ser explicito -sexualmente hablando- sea desagradable, pero si lo es cuando no se presenta en el contexto correcto. Un claro ejemplo de eso es el ensañamiento con mostrar constantemente los pechos de Anne Hathaway, cuando realmente se justifica hacerlo solo en dos oportunidades como máximo y en las otras incomoda y hasta fastidia. Como positivo tenemos un buen balance presentado entre algunas secuencias de comedia, generalmente a cargo del hermano y el mentor de Gyllenhaal, que se mezclan con el terrible drama de presenciar una historia con un personaje que tenga parkinson. Llevar adelante una historia así sin las muy buenas actuaciones de Jake Gyllenhaal y Anne Hathaway hubiera sido imposible. El carisma y la excelente química que muestran estos dos grandes actores en la pantalla salva del rídiculo en muchas ocasiones a esta película. De Amor y Otras Adicciones quiere ser original y relevante, pero lamentablemente solo se queda en el intento pretencioso de ser una película diferente.
Cuando hace unos años se estrenó la espantosa Un novio para mi mujer, muchísima gente y buena parte de la crítica creían que habían descubierto la quintaesencia de la comedia romántica argentina. Incluso había usuarios de escasa vida propia adoradores del personaje de la Tana Ferro pululando por el ciberespacio. Es verdad que la actuación de Bertuccelli descollaba en varios momentos; de hecho, toda la película descansaba sobre sus hombros. Pero Un novio para mi mujer tenía (tiene) un problema gravísimo: el guión se caía a pedazos, se desentendía de la historia y se cagaba en sus personajes. Así, a uno delineado como el de la Tana Ferro le hacía leer a Bucay, escuchar a Christian Castro, o considerar que se podía enamorar de un en extremo grasiento Puma Goity. Quizá fue la necesidad de meter a presión el peor costumbrismo polkiano; quizá no les importó, quizá no se dieron cuenta al trabajar con una materia desconocida; sea cual fuere la razón, el resultado fue una película horrible. En De amor y otras adicciones pasa algo parecido. La película es un constante desvío. Un constante salto de casillero en una rayuela temática; la falta de cohesión es innecesaria para lo que se termina contando, y en el proceso se cuelan errores que lesionan la composición de una historia creíble. El relato comienza con una leyenda que nos ubica en el tiempo: “1996”, pero la gente va vestida como en el 2010. Jamie Randall, un joven empedernidamente seductor comienza a trabajar en la compañía farmacéutica Pfizer como visitador médico, previo a esto, en la primera escena de la película se nos mostró un debate familiar bastante conservador y hasta un poquito misógino (vean a la madre sino) sobre la ética médica. En ese momento parece que el film tiene una marcada toma de posición política al respecto, sobre todo si consideramos que el plano inmediatamente posterior es la de un entrenamiento ridículo por parte de la empresa. Los primeros minutos de la película van por ese lado: retratan la puja constante para lograr imponer un producto en detrimento del otro y se intercalan las conquistas sexuales de Jamie; esa primera instancia es ágil y fluida, entran en cuadro dos personajes secundarios como Platt y Azaria y se disfruta, no está mal, hasta… Hasta que arriba el personaje de Anne Hathaway (Maggie), y no me malinterpreten: es un placer para los ojos verla y más aún su seno izquierdo (en una de las escenas más gratuitas de los últimos años), pero con su aparición la película bifurca hacia la comedia romántica un poco a los ponchazos. Maggie tiene veintiséis años y Parkinson, y un humor ligeramente negro y ácido para sobrellevarlo. El guión, por sádico o por descuidado –o por las dos cosas–, le da a Maggie dos oficios: fotógrafa y camarera, claramente dos actividades facilísimas de llevar a cabo si uno padece de esa enfermedad. Se conocen, se encaman, el chico está más bueno que comer pollo con la mano, ella ni les cuento, lo que les dije: comedia romántica + tono trágico porque está el bendito Parkinson en el medio –por las dudas te lo repiten varias veces no vaya a ser cosa que te olvides–. Ahora la película es igual a Sweet November (¿se acuerdan?, 2001, Keanu Reeves, Charlize Theron, ella enferma se niega a amarlo por más de un mes, pero vieron cómo son las cosas). Y seguimos saltando en la rayuela. En el casillero de al lado, camino al infierno, anda dando vueltas el hermano de Jamie, un personaje incomprensible, y además aparece el Viagra, vayan sumando. ¿Fueron memorizando las subtramas, no? No me hagan repetirlas. A De amor… no le basta con contar la historia de dos jóvenes que se enamoran y ese largo etcétera, a pesar de la adversidad, o justamente por eso. En lugar de mostrar, de narrar simplemente la vida de estos dos personajes, necesita aleccionar groseramente: en un viaje de negocios, Viagra de por medio, ella va a una convención que habla sobre su enfermedad, para mostrarnos –la película también se lo muestra a ella, parece que no lo sabía– que se puede vivir con Parkinson. Se suceden los chistes y los primeros planos de dudoso gusto, para inmediatamente darnos el testimonio de un familiar que no está tan seguro de que eso sea vida. El montaje crea sentido y la idea que se desprende es contradictoria y chocante dentro del universo que plantea la película. Casi como si se hubiesen dado cuenta, corrigen en el aire, y en menos de diez minutos, escenas vergonzosas (el discursito del hermano después de tener sexo casual) y chistes obvios sobre erecciones, la película tiene un acomodado final feliz. En el medio quedaron personajes colgados, numerosas puntas abiertas sin sentido, moralejas que desafían la inteligencia de cualquiera, y hasta un uso de Internet más propio de este siglo. Mil relatos, ningún relato. Un guión cocoliche. Una película cachengue.
Sí, antes de que lo pregunten, "De amor y otras adicciones" es otra típica comedia yanqui, pero que dentro de todo logra entretener bastante. La pareja protagónica está conformada por Jake Gyllenhaal y Anne Hathaway quienes cumplen con sus interpretaciones, y le aportan esa cuota hollywoodense muy común en estas películas (son lindos, jóvenes, etc.). Pero no logra deslumbrarme en absoluto, de hecho, la película tampoco lo amerita, pero bueno, nunca está de más! Tengo que admitir que la historia me sorprendió un poco, y me resultó interesante la forma en la que combina las escenas dramáticas con aquellas situaciones más "simpáticas" y/o graciosas, lo cual creo que hace la película llevadera y entretenida, pero no logra diferenciarla del resto de las comedias, y simplemente la termina posicionando como una película comercial... "De amor y otras adicciones", es una buena opción para ver un domingo a la tarde, reirse un buen rato, y por qué no, quedarse pensando un poco después de haberla visto.
Fresca y variada como una ensalada Luego de una seguidilla de películas con tono épico, el experimentado director Edward Zwick (El último samurai, Desafío, Diamante de sangre) nos brinda una fresca comedia dramático-romántica -permítanme el término-, llena de caras bonitas, cuerpos esculturales, amor sin ataduras y muchas otras cosas más que se van acoplando al argumento de manera más o menos adecuada, según a cuál de ellas nos refiramos. La historia comienza mostrándonos la vida de Jamie Randall (el carilindo número 1, Jake Gyllenhaal), un gigolo que es expulsado abruptamente de su trabajo de vendedor de electrodomésticos y comienza una nueva vida como visitador médico, con el difícil trabajo de vender una droga que compite con el popular Prozac (cabe mencionar que la película transcurre en el año 1996). Bastante tarde en el metraje aparece Maggie Murdock, (carilinda numero 2, Anne Hathaway), una joven que padece de mal de parkinson a pesar de su corta edad. Desde el primer vistazo, Jamie se percata de que no podrá vivir consigo mismo si no seduce a Maggie. El romance comienza, con la particularidad de que ambos deciden tener una relación sin ataduras, pero el amor se avecinará y les traerá muchos problemas. Como se puede ver con sólo leer la sinopsis, la trama nos brinda gran cantidad de hilos a seguir y el metraje los va tratando de manera escalonada, comenzando una temática para abandonar la anterior sin volverla a retomar. Es así como el espectador puede disfrutar de conocer los pormenores de la venta de drogas legales y entretenerse con las ocurrencias de Jamie para vencer a sus contrincantes, para luego pasar a enredarse en los entretelones de una pareja que quiere atenerse sólo a lo sexual sin involucrarse a nivel personal pero no puede, y de allí a la desgracia de saber algo más sobre el día a día de una persona con una enfermedad neurológica y, por qué no, conocer al hermano de Jamie -que más bien parece el hermano de Jonah Hill en Supercool o cualquiera de sus películas-, en lo que vendría a ser un manotazo al volante para llevar la película hacia la "nueva comedia americana" (si es que tal cosa existe), más osada y chabacana que otra cosa. Queda claro que dependerá a fin de cuentas de la tolerancia del espectador ante tanta voltereta argumental si la película pasa la prueba del sabor o no. Pero así como los contenidos del guión se van mezclando en la trama como dentro de una licuadora, es cierto que los personajes dentro del filme se mueven con una frescura admirable: la química entre la pareja protagónica funciona tan bien que terminan por importarnos sus historias, ya sea que se trate del progreso en la relación entre los personajes principales, o de la enfermedad que la aqueja a ella o de los problemas que esta le trae a él. El filme también cuenta con grandes participaciones en los papeles secundarios, como Oliver Platt y Hank Azaria (que hace las voces de varios personajes de Los Simpsons en su versión original, pero que quizás recuerden como el instructor de buceo con acento francés de Mi novia Polly) o el ya mencionado hermano de Jamie, interpretado con el grado de patetismo necesario por Josh Gad (Un rockero de locura). De amor y otras adicciones es una comedia de amor con toques de drama, mucha desnudez, algunos gags trillados, otros mejores y una batería de hilos argumentales que se van intercalando sin demasiado equilibrio, pero que está interpretada de manera decente por su elenco, en especial su pareja protagónica: dos bellos seres humanos bien dispuestos a exhibirse en pantalla y que, en definitiva, logran que su historia nos importe, al menos un poquito. Una comedia fresca, con muchos altibajos, pero que puede llegar a atraer a cualquiera por la variedad de elementos que ofrece.
COMEDIA ROMÁNTICA DEVENIDA EN INTENSO DRAMA El sexo sin amor es una experiencia vacía. Pero como experiencia vacía es una de las mejores. (Woody Allen). Pensar en sexo sin amor, hoy en nuestros días, ya no suena tan absurdo como quizá hace algunas décadas, sobre todo para las mujeres. Y ni hablar de los hombres... Soberbio, oportunista y, especialmente, mujeriego… Así es Jamie (Jake Gyllenhaal), un visitador médico de una importante mega empresa farmacéutica, que quiere triunfar a toda costa para armarse un futuro más que exitoso. Pero todo cambia cuando conoce a Maggie (Anne Hathaway), independiente y agraciada muchacha que tiene mucho en común con él: su entusiasmo al sexo sin ataduras; sólo que el formidable affaire que mantienen pronto va a mutar en otra cosa, trayendo los consabidos problemas de pareja, además de un tema espinoso que ella, en realidad, no esconde (pero este crítico no develará), que tiene mucho que ver con esa afición al no compromiso por parte de ella. Hay situaciones cuestionables, que acercan al filme al tratamiento clásico hollywoodense de comedias románticas, especialmente que, en un momento del desarrollo, el joven persiga con su auto el micro donde ella va, lo hace detener, se sube y todos los pasajeros expectantes por lo que él tenga que decir… El filme no se regodea en el hondo drama que trata; se sube a la acidez e ironía del personaje femenino, y regala diálogos sarcásticos, atractivos, fluidos y, también se permite los románticos. Por ello hay una mezcla de géneros a los que se les echa mano, incluyendo el romance, el drama, la comedia y hasta la denuncia. Edward Zwick (“Leyendas de pasión”, “El último Samurai”, “Diamante de sangre”) aprovecha para sugerir, indirectamente, una crítica a la poderosa industria farmacéutica, más centrada en agasajar a los médicos con cheques, muestras gratis y merchandising, que en cumplir con su (supuesto) objetivo sanador. La química entre ambos protagonistas es innegable. La mirada de Hatthaway expresa todo lo que su personaje quiere, desea, siente, busca… Emociona con sus ojos, y con sus lágrimas también. De igual modo, Gyllenhall tiene oportunidad de lucirse en este registro dramático, y lo logra también, humanizando a su personaje. Juntos trascienden la pantalla (además de verse muy sexys en varias escenas desnudos) y comprometen al espectador con una historia de amor… Una más, aunque no es poco.
El amor no tiene remedio Jamie Randall (Jake Gyllenhaal) es un joven treintañero que vive en un pueblito de Estados Unidos donde intenta hacerse un camino como vendedor de electrodomésticos, pero sus debilidades eróticas le complican, más que facilitarle, las cosas. Es el hijo mayor de un matrimonio clase media que tiene dos hijos varones y que no hace más que esperar que consigan un buen trabajo y hagan su vida de una vez por todas. Jamie es un seductor compulsivo y casi siempre consigue lo que quiere, seduciendo mujeres aquí y allá. Cuando se propone ingresar al mundo de los visitadores médicos, para así tener la chance de buenas ganancias y otras gratificaciones que concede la industria farmacéutica, lo logra sin mucho esfuerzo gracias a sus encantos. Mientras, su hermano Josh (Josh Gad), un joven bizarro felizmente casado, pero en crisis matrimonial por razones indescifrables, se muda al departamento de Jamie en busca de refugio. El carismático Jamie, en tanto, empieza a promocionar productos del laboratorio Pfizer en destacadas clínicas del lugar y recurre a todo tipo de ardides para desplazar a la competencia en determinados rubros, especialmente el de los antidepresivos, de mucho consumo en la década de los ‘90, en que está ambientada la película. La guerra es entre Prozac y Zoloft. En tono de comedia de enredos, el film de Edward Zwick (“El último samurai”, “Diamantes de sangre”), que está basado en una novela, pretende desnudar los entretelones del descarnado mundo del mercado farmacéutico. La crítica, que a veces roza la sátira, apunta al cinismo con que se manejan todos los actores, desde los médicos, pasando por enfermeras, secretarias, vendedores y llegando hasta los pacientes, en un ambiente en que se asume que todos consumen algún tipo de droga de las que siempre están a mano para calmar cualquier trastorno. En ese ámbito, Jamie conoce a una hermosa joven, Maggie (Anne Hathaway), quien pese a sus radiantes 26 años, padece un incipiente Mal de Parkinson, que la tiene condenada a una medicación permanente. Aquí las cosas tomarán un giro y la novela, que parecía una comedia crítica, se torna un tanto romántica y llega casi al melodrama, porque los jóvenes, lindos como son, no podrán evitar enamorarse, aunque ninguno de los dos esté pensando en eso ni mucho menos cuando dan rienda suelta a sus deseos pasionales. Acostumbrados a seducir y vivir el momento, eludiendo deliberadamente los compromisos, el amor les hará cambiar de parecer, aunque no sin resistencias ni conflictos. Pero mientras sucede todo esto, que implica cuestiones como asumir una enfermedad incurable cuya evolución es de mal pronóstico y qué hacer cuando uno se enamora de una persona que padece ese mal y qué hacer cuando se está enfermo y no se quiere sufrir de más ni hacer sufrir, etcétera, mientras la parejita vive este dilema, derrochando encanto sensiblero en la pantalla, el mundo de la industria farmacológica se asoma a una nueva era, aparece la droga de la felicidad que si no cura, al menos hace olvidar algunos males: el Viagra. ¿Qué tiene que ver esto con el melodrama de Jamie y Maggie, y el fastidioso hermano menor siempre metido en el medio? No mucho, solamente que le permite a Jamie dar un salto cualitativo y cuantitativo en su carrera de promotor, escalar posiciones, adquirir influencias, e intentar por todos los medios conseguir el mejor tratamiento para su chica. Aun cuando la relación entre ellos sufra de crisis y recaídas, y aun cuando las tentaciones del mundo de los negocios sea muy fuerte, finalmente esta suerte de “Love story’’ aggiornada se impondrá sobre cualquier otro tipo de intereses, y Jamie estará dispuesto a cuidar de Maggie y Maggie estará dispuesta a dejarse cuidar. La película de Zwick no supera la media de una comedia hollywoodense, que picotea en varios temas sin profundizar ninguno y que apela a actores bellos y taquilleros, sin renunciar a estereotipos y golpes bajos, ni a las fórmulas trilladas del cine de entretenimiento donde se mezclan sentimientos, acidez y algunos toques bizarros, como indica la moda.
La química del corazón Un tipo pragmático y seductor, visitador médico, se encuentra un día con una cuenta que revoluciona una época: el Viagra. El hombre, Jamie, interpretado por Jake Gyllenhaal, tiene al fin todo lo que desea, un trabajo redituable y éxito con las mujeres. Pero se cruza con con una mujer que también sabe qué quiere. Ella es Maggie, a cargo de Anne Hathaway. La chica interpreta el corazón un poco frívolo de ese chico que tiene el mundo a sus pies. Y claro, se enamoran. Pero, otra vez, el problema es la enfermedad progresiva de la mujer. En ese giro, la película se aparta un poco la autopista de la comedia ligera para internarse en el terreno más accidentado del amor. Y gracias a los actores y un humor por momentos bien logrado, el filme obtiene un resultado digno.
Buena química, con o sin drogas. Edward Zwick es un director de prestigio. Dentro de sus trabajos en la última década, se encuentran (a modo de ejemplo), "The last Samurai", "Defiance" y "Blood diamonds". Es un veterano de la industria y cada trabajo suyo ofrece un recorte espacial distinto y una historia bien contada y sólida. Esa es su característica. Por eso, y como venía haciendo films de acción, me llamó la atención la elección de esta historia para filmar. Pero a poco de leer las gacetillas de prensa, entendí su elección: Zwick es un sujeto inquieto e innovador, y "Love and other drugs" se enrola dentro de una idea nueva (o no tanto) en cuanto a las comedias románticas, el formato "evolucionado" del género, incorporar elementos sociales, familiares o humanitarios en la cinta. La idea de esta corriente, (y es solo una definición de algunos criticos, o mejor dicho, una interpretación de como las comedias románticas van mutando en otra cosa), es enriquecer todo aquello que rodea a la pareja central con mucho contexto social e insertos dentro de una problemática sobre la cual hay que reflexionar. El ejemplo que más se acerca a esta corriente es "50 first dates". Digamos que ese fue el film que marcó el rumbo. Aquí, el guión está basado en el libro de Jamie Reidy sobre el desarrollo de la evolución de las ventas del viagra, y tomando ese químico como eje, vamos a girar sobre las sustancias que el público americano consumía en los 90. Y además, al mismo nivel dramático de esa línea, veremos a una enferma de Parkinson luchando con su enfermedad, encarnada por una figura poco usual para este tipo de personajes. Veamos, la historia se inicia con la llegada de Jamie Randall (Jake Gyllenhaal) al mundo de las ventas farmacéuticas. Jamie es un tipo con un carisma formidable, es un vendedor nato y está en la plenitud de su edad: siente que nada puede interponerse entre él y su sueño. Ingresa en un grupo de distribuidores de muestras médicas y comienza a relacionarse con médicos, enfermeras y pacientes de distintos consultorios a fin de mejorar la llegada de su producto, que compite con Prozac por una porción del mercado. En una de esas visitas, conocerá a Maggie (Anne Hathaway), una atractiva y joven mujer que extrañamente para su edad, sufre de un Parkinson prematuro. Entre ellos la atracción será inmediata, y su relación estará atravesada por la actividad promocional de Jamie y los conflictos de la enfermedad de Maggie, un cóctel muy interesante para ver. Y aquí es necesario decir, aunque ya se habrán dado cuenta, que hay dos niveles de trabajo de la cinta. Por un lado, propone una simple historia de amor. Como es habitual, con toques de humor y referencia social. Por el otro, hay una reflexión lateral sobre el desarrollo de la industria farmacéutica en los Estados Unidos en los 90, sus preferencias químicas y la manera en la que esas drogas llegaban a la gente. Todo esto, sumado a la sustancia "estrella", el famoso Viagra. Su aparición en la cinta es cercana al promediar el metraje y revoluciona el mundo de las ventas, su llegada patea el tablero de la industria y afecta definitivamente en la vida laboral de Jamie. En esta dirección se articula la lucha personal de Maggie para enfrentar una enfermedad de carácter irreversible, conflicto que está dotado de mucha tensión y que condimenta la trama de manera muy marcada: al éxito de Jamie se opondrá el dolor por la situación de Maggie. Ninguno de los aspectos cobra mayor fuerza dado que se van alternando en la historia de manera de generar una suerte de equilibrio entre el dolor, el amor y la felicidad del éxito. En ese sentido, por momento sentí "Love and other drugs" un poco despareja. No es que me parezca mal integrar tantos conflictos a la vez, (las historias corales lo hacen todo el tiempo), sino que es una linea delgada la del equilibrio y no siempre se logra. Aquí, no alcanzo a ver si ese ensamble pasa la prueba por la apabullante química que tiene la pareja central. Anne Hathaway y Jake Gyllenhaal tienen una llegada al público perfecta. Se complementan dramáticamente sin problemas y logran magníficos momentos cinematográficos en los instantes cumbres de la trama. Están hechos el uno para el otro (fueron pareja en "Brokeback Mountain", de Ang Lee, se acuerdan?), y desde la butaca, las constantes escenas de sexo que desfilan, son aceptadas dentro de este contrato que ellos proponen, intensidad y dulzura en partes iguales. Son un dúo que se sacan chispas cuando desfilan por la pantalla y eso disimula los posibles desniveles de la historia. Han crecido como actores y conservan intacto su instinto, están en ascenso y debemos disfrutar de su trabajo, Maggie y Jamie son el centro de la historia por el peso de su química. Sin dudas. Para cerrar, me pareció un poco larga, quizás porque la historia, al fin y al cabo, es previsible, pero por otra parte quedé tan impresionado por el trabajo de Hathaway y Gylenhaal que me costó cerrar la cinta. No podía dejar de pensar en "The tourist". Una pareja con un magnetismo desbordante (esta) y otra (Angelina Jolie y Johnny Deep) sin nada de eso. Mucho contraste. Una buena película, honesta, en cierta manera quizás algo innovadora que parece pasar desapercibida en la cartelera pero que es un plato digno de degustar con placer.
El amor en los tiempos de píldoras El director Edward Zwick ha dirigido películas épicas/históricas como "El último samurai" con Tom Cruise, "Tiempos de Gloria" con Matthew Broderick y Denzel Washington y el drama épico mezclado con romance como en "Leyendas de pasión" con Brad Pitt y Anthony Hopkins y útimamente "Diamante de Sangre" con Leonardo Di Caprio. En el caso de "De amor y otras adicciones" seguramente ha tratado de rescatar todo su en series televisivas como "Family" "Treintaypico" y la multipremiada "Once and Again" o "Te acuerdas de anoche?" con Rob Lowe y Demi Moore. Y por lo que se puede ver, Edward Zwick se puede manejar en cualquier terreno con total comodidad, logrando siempre resultados, por lo menos, aceptables. En este caso, en la comedia romántica "De amor y otras adicciones" nos cuenta como Jamie (Jake Gyllenhaal), un joven vendedor que tiene como talento incorporado su irresistible encanto con el sexo opuesto, al perder un trabajo vendiendo electrodomésticos, pone a funcionar todos sus encantos y sus habilidades en el complicado mundo de los visitadores médicos. Apenas inicia carrera en este nuevo oficio, Maggie (Anne Hathaway) una joven emprendedora e independiente que padece Parkinson, se cruza en su camino. Y bueno, obviamente, el flechazo será instantáneo. Basada en un best seller que cuenta la historia real de Jamie Reidy, un vendedor de la empresa farmaceútica que puso a la venta la Viagra y que sacaba a la luz algunas de las prácticas actuales de la diferentes compañías farmacéuticas y su manera de captar mercado, el fim de Zwick no hace ningún tipo de hincapié en lo testimonial. A pesar de que abre algunas líneas sobre la industria farmacéutica y la relación con los médicos y trata algunos apuntes sobre las enfermedades y disfuncionalidades propias de los '90, finalmente elige limitarse a contar la historia de amor de Jamie y Maggie con todas sus idas y vueltas, sus miedos, sus contradicciones, sus intentos de acercamiento a pesar de las dificultades y su intensa pasión. Es una pena que el guión trate de abarcar muchos temas sin llegar a profundizar ninguno más que la relación entre los protagonistas y también es una lástima que algunos roles secundarios no queden bien delineados a lo largo de la trama (un desperdicio que dos actores como George Segal y Jill Clayburgh aparezcan solamente una una pequeña escena al principio de la película y que no se les haya podido dar continuidad). Pero el fuerte es indudablemente es la química que establece en pantalla la pareja protagónica. Anne Hathaway sorprende en un rol muy sexy, jugado y apasionado al que no nos tiene para nada acostumbrados (arrancó con "El diario de una princesa" luego la vimos en "El diablo viste a la moda" "Alicia en el país de las maravillas" como la Reina Blanca, fue Jane Austen en "Becoming Jane" y en los dramas "Secreto en la montaña" y por el cual ha sido nominada al Oscar: "Rachel's wedding"). Demuestra una vez más que es tiene un rostro perfecto para la comedia y que también puede animarse al drama lo que la constituye en una de las herederas del trono que van dejaron Julia Roberts, Meg Ryan o antes aún Diane Keaton quienes ya funcionan en otros papeles que el de la heroína romántica. Su presencia es luminosa y transmite perfectamente todos los tonos de su personaje aún en los momentos donde el tono de comedia gira repentinamente para el drama. A su lado, Jake Gylenhaal también acierta en su composición de este seductor compulsivo que cae rendido ante Maggie, quien le va permitir que viva experiencias que jamás había sentido con sus otras conquistas. Una comedia simpática, bien hecha, con una historia interesante que contar con algunos apuntes más comprometidos tratando de abordar algunos temas poco comunes en la comedia americana (como el de la industria farmacéutica o el mal de Parkinson con casos en gente jóven) es un producto digno que cumple con el cometido entretener y contarnos una historia de amor.
Jaime es un buscavidas que aún no termina de decidirse por ninguna profesión. Después de haber abandonado sus estudios de medicina y rotar por decenas de empleos mediocres, termina siendo contratado como visitador médico de la farmacéutica Pfaizer. En uno de sus constantes asedios a los médicos, conoce a Maggie moza durante las mañanas y artista en las tardes, quien padece Mal de Parkinson. La mayoría de las relaciones van del amor al sexo, pero esta comienza al revés y terminará en una inesperada historia de amor para nada convencional. Ambientada en los ahora lejanos años noventa y en el competitivo mundo de las grandes compañías farmacéuticas, esta adaptación del libro que relata el surgimiento del viagra y la comercialización de dicha pastillita azul, el filme no es sólo una comedia romántica. Es también una crítica al sistema médico norteamericano el cual, además de atención defectuosa en muchos de los servicios sanitarios, posee precios tan elevados para los medicamentos que obliga a los ciudadanos menos pudientes a viajar hasta Canadá para conseguir el mismo fármaco pero a valores más razonables. La buena pareja que componen Anne Hathaway y Jake Gyllenhaal, con elevadas dosis de química y erotismo entre ambos, no alcanza para disimular los extensos 112 minutos de metraje. Por consiguiente, es demasiado notorio el cambio de tono entre la primera y la segunda mitad de la historia: toda la frescura, comicidad y sexualidad de los sesenta minutos iniciales se transforman en un inesperado drama que coloca a la enfermedad de Maggie y su inestabilidad emocional en el centro del relato. La calificación está dada en mayor medida por todo lo que la película se propuso y no tanto por sus resultados finales.