Sobre la responsabilidad individual La trayectoria de la realizadora norteamericana de ascendencia japonesa Karyn Kusama ha sido de lo más errática, muy en línea con lo que suele suceder hoy por hoy con muchos directores: luego de un interesante debut, Girlfight (2000), se despachó con dos propuestas bien flojas en las que definitivamente perdió el rumbo creativo cortesía del control del aparato hollywoodense, Æon Flux (2005) y Diabólica Tentación (Jennifer's Body, 2009), lo que derivó en un regreso a la independencia de la mano de la potable The Invitation (2015) y después en otra caída monumental vía su participación en un proyecto colectivo de terror francamente desastroso, XX (2017). Su última obra, Destrucción (Destroyer, 2018), termina de corregir los problemas narrativos de los diferentes trabajos previos y subraya aquello de que estábamos ante un típico caso de potencial desperdiciado ya que casi ninguno de los films anteriores calzaba del todo con el talento solapado y bastante escurridizo de Kusama. El título hace referencia a la misión fundamental de Shiva y a la Trimurti de la mitología hinduista en general (Brahmá es el Dios de la creación, Visnú el gran protector y Shiva el encargado de hacer estallar todo por los aires en el fin del mundo), alusión más que oportuna porque apunta a remarcar la influencia dañina/ devastadora de los seres humanos en su mismo entorno, suerte de masoquismo existencial que no suele dejar nada en pie en función de esa insistente fascinación con las distintas facetas de la muerte por parte de todos los hombres y mujeres. El maravilloso film adopta el formato de los policiales negros de redención poniendo el acento en la estela de las acciones pasadas en el presente y cómo la conciencia individual pesa -y mucho- a lo largo de los años, por más que operen sobre el intelecto la intención de olvidar, la rabia abrasadora, los paliativos químicos y/ o el resto de los recursos para autosabotearse en plan de castigo improvisado que permita lograr la paz. Hoy la historia sigue de cerca a la pobre Erin Bell (Nicole Kidman), una oficial de policía alcohólica, ninguneada por sus colegas y con una pésima relación con su hija adolescente, Shelby (Jade Pettyjohn), una joven que la acusa de negligente y abúlica por una depresión que arrastra desde hace mucho tiempo: el origen de todos sus males se remonta a unas dos décadas atrás cuando junto a su compañero Chris (Sebastian Stan) se infiltraron en una banda de ladrones de bancos y participaron de un robo que derivó en tragedia. Cuando reaparece el líder del grupo, Silas (Toby Kebbell), Erin decide saldar viejas cuentas a través de una investigación que la conducirá a reencontrarse con figuras de sus días como oficial encubierta, planteo que por supuesto nos hará testigos de hasta qué punto la angustia de la mujer, el odio hacia sí misma y el ansia por darle un cierre a todo el asunto la convertirán en un agente tanto pasivo como activo de la destrucción de turno, un ciclo fatal con delay. Kusama recupera el dejo más apesadumbrado y austero del cine indie con el firme objetivo de por un lado evitar el cancherismo infantiloide del mainstream del rubro y por otro lado colocar a Kidman delante de todo, no como el tradicional ángel de la venganza sino más bien como una persona común que ya no puede acarrear su culpa y desea hacerse cargo de los acontecimientos de antaño: en este sentido, la realizadora administra con astucia el enigma de fondo y le saca un enorme partido a la protagonista, quien “se afea” a propósito para enfatizar que las cicatrices corporales son la representación de un pesar interno igual o incluso más profundo que lo que pueden llegar a ser las marcas del alcohol, el insomnio y la autoflagelación física. La estupenda Kidman consigue aquí literalmente uno de los mejores trabajos de su carrera y se reconfirma como una actriz gloriosa que aun en la “fase veterana” de su devenir profesional continúa eligiendo muchos papeles jugados y exigentes. El tono narrativo seco/ despojado/ ascético de Kusama, algo así como el primo suburbial y mugroso de su homólogo de The Invitation, se acopla perfecto a la tensión escalonada de tantas escenas y también a los instantes dramáticos vinculados a la necesaria introspección de Bell, aunque sin nunca abusar porque el eje de la faena es el film noir de impronta suicida. Retomando lo dicho con anterioridad, hoy la fuerza de la conciencia muta en una responsabilidad que jamás se diluye y sigue mancillado la psiquis por ese detalle -como mortales que somos- centrado en el hecho de que no podemos deshacer el pasado, circunstancia que nos pone a diario frente a la tarea de llevar la mochila de lo considerado doloroso/ irresuelto hasta eventualmente tener que decidir si continuamos trasladándosela a otros, en esencia a nuestro círculo íntimo, o si buscamos una salida que quizás implique la propia inmolación a sabiendas del rol jugado en el colorido desastre que nos atormenta…
En el fascinante thriller policíaco de Karym Kusama (The Invitation, Girlfigth)), la veterana detective de la policía de Los Ángeles Erin Bell (Nicole Kidman), recibe un billete marcado, cuestión que la impulsa a emprender una peligrosa odisea para encontrar al asesino y líder de la pandilla: Silas (Tobby Kebbell) y tal vez finalmente hacer las paces con su tortuoso pasado. Para el próximo 17 de enero de este nuevo año (2019) se espera el estreno en Argentina, de este filme que trae consigo la catapulta de Nicole Kidman como actriz. Desde mi punto de vista, Kidman está genial (Desgarradora, oscura, brillante, transformadora), una composición poli de adjetivos positivos para su acertada carrera como actriz. Demuestra su casta y asombra a sus seguidores con una interpretación compleja y transgresora, al punto que vemos en pantalla a otra Nicole que jamás habíamos visto. La mejor interpretación en toda su carrera artística y por las características del personaje de Erin Bell, Nicole Kidman será la reina ganadora de la temporada de premios que está por comenzar, de hecho ya está nominada por este personaje a los Globos de Oro en su categoría como “Mejor Actriz Drama” y seguramente será nominada junto a Lady Gaga (Nace una Estrella) a los Oscar de la academia. La brillante performance de esta actriz hace que “Destroyer o Destrucción” sea una tarea pendiente a ver para los cinéfilos mundiales. En otros aspectos la dirección de Kusama se destaca, pero queda eclipsada por la participación de Kidman. Un ritmo un poco lento, pero este thriller oscuro te irá atrapando hasta asfixiarte en el bajo mundo de los personajes. Es un filme que manifiesta el cómo un ser se puede juzgar moralmente y “destruir” su vida, obligándose a enmendar errores sin importar las consecuencias. No puedes dejar de verla.
Con reveses de trama obvios y predecibles se podría catalogar a esta película de clase B, algo que pareciera que esta directora es lo único que tiene para ofrecernos. Voces en off -como es su película anterior- como si no tuviera recursos o le haría falta. Todo servido como si los espectadores fuéramos estúpidos y no hubiéramos visto cine policial del bueno. Dicho sea de paso, los personajes secundarios son un horror, desde sus líneas de diálogos, como en su ejecución. Kidman no está mejor que en “Big Little Lies” ó “The Undoing” de HBO por más que haya sido nominada a los Globos de Oro; y -como ella misma lo reconoce en una entrevista- apoyó esta película porque quiere apoyar a directoras, lo que me parece muy noble, pero es una autodestrucción innecesaria. Kidman es una actriz indiscutible y ahora que el botox en sus labios mermó, podemos ver la belleza de una mujer auténtica. Si tienes curiosidad por ir a verla -como lo fue para mí luego de ver el tráiler, algo que no suelo hacer- “Destrucción” NO habla de lo que sucede exteriormente de una manera tímida, no es Tarantino, acá habla de lo que sucede interiormente; y sólo hacia el final hay un dejo de poesía que debió estar ubicado en el inicio, una mala decisión estructural de parte de los guionistas, justamente hubiera sido mejor que lo hubiera escrito una mujer.
La venganza no arranca el dolor Una mujer dañada, que deambula como si arrastrara un ancla pesada, sin relaciones armoniosas, que se vale del dinero para conseguir cosas, madre de una adolescente perdida, cuyos intercambios con las demás personas son desagradables, no sólo no es admirable ni alguien que quieras conocer en la vida real; sin embargo, sólo ella conoce sus debilidades y fortalezas y el camino recorrido para llegar a esa instancia e intentará reparar algo de tanto daño ocasionado. Destrucción (Destroyer, 2018), thriller policíaco de la directora Karyn Kusama, relata la historia de la detective de la Policía de Los Ángeles, Erin Bell (Nicole Kidman), quien en el pasado se infiltró en una pandilla criminal del desierto de California como agente encubierta del FBI en una misión que terminó en un desastre, dejándole consecuencias dramáticas e irreparables, tanto físicas como psicológicas. Cuando el líder de la banda reaparece -Silas (Toby Kebbell)-, Bell se ve impulsada a emprender una peligrosa odisea para encontrarlo y así ajustar cuentas; para lo cual, deberá remover ese tortuoso pasado, deshacerse de sus demonios y quizás, redimirse. Nicole Kidman sobresale en un rol desafiante que la lleva a una variedad de lugares extremos, tanto físicos como mentales. Lo primero que vemos, es su imagen con un aspecto degradante, con la piel reseca y los ojos en blanco, como si mirara las profundidades del infierno o se encontrase allí. Navega por una atmósfera tóxica que la ha devorado y es probable que no pueda regresar a tener una vida normal. Carga con un tremendo dolor, por haberse rendido a sus fragilidades; no obstante, su mayor fracaso, es no poder evitar que su hija siga sus pasos. Karyn Kusama nos ofrece un trabajo inquietante, ambicioso pero pretencioso que no encuentra equilibrio entre la forma y el contenido, sin novedades en cuanto a la temática de la naturaleza corrupta en la batalla entre el bien y el mal. Narra la historia con flashbacks, -en los que vemos a la otra Erin, que a veces se une con el oficial Chris (Sebastian Stan)- pero los guionistas no logran que el film funcione estructuralmente hablando, resultando poco armonioso, quizás confuso para al espectador y desalentador. Sin lugar a dudas, es una audaz actuación la de Nicole Kidman, pero en una película a veces intensa que no termina de fluir.
Karyn Kusama y la dupla de guionistas conformada por Phil Hay y Matt Manfredi habían sorprendido hace tres años con The Invitation / La invitación, una película chica que tuvo su estreno mundial en Netflix. Ese film demostraba lo que la directora de Girlfight: Golpes de mujer y esos dos escritores podían construir juntos, sin estrellas, con una sola locación y un presupuesto acotado. En Destrucción prueban que tener a Nicole Kidman de protagonista y una producción mayor sólo potenciaron su capacidad para crear una narración tan inteligente a nivel de trama y construcción de personajes como visualmente potente. La nueva película de Kusama tiene, además, la originalidad de ser un film noir protagonizado por una mujer, aunque esto es un detalle más y no se subraya como importante. Los tópicos del género están presentes pero reelaborados a partir de las especificidades de esta historia en particular, la de una detective golpeada por un hecho ocurrido en un pasado con el que tiene que volver a enfrentarse. Kidman fue nominada al Globo de Oro seguramente será candidata al premio Oscar porque su interpretación lo merece y porque la Academia de Hollywood ama ver a las estrellas transformadas y despojadas de su glamour para un papel. Pero, más allá de su actuación y de un elenco muy sólido, lo más impactante de Destrucción es la sofisticación del guión y de la puesta en escena.
El maquillaje no oculta las imperfecciones. En su último film, la directora Karyn Kusama (Diabólica Tentación, La Invitación) regresa con un film arraigado en los elementos clásicos del thriller policial. La detective Bell (Nicole Kidman) es una mujer avejentada, cansada y de pocas pulgas que, a pesar de apenas poder sostenerse de pie, decide ir a por todo en un caso en el cual debe resolver conflictos personales y cuentas pendientes con el crimen. La historia se ve estructurada en torno a su personaje —y en la escalada de criminales a los que debe hacerle frente para llegar al gran villano— a la vez que se ofrecen flashbacks del pasado de la protagonista, loc cuales aparecen únicamente cuando le es conveniente a la trama. Tal como Bell se desenvuelve en el campo de la ley, el film posee un ritmo enviciado por la solemnidad y frialdad de su personaje, solo coartado por algunos momentos del pasado que exploran la relación de la protagonista con su antiguo compañero y pareja, Chris (Sebastian Stan), con el que trabajó como agente encubierta dentro de una banda que asaltaba bancos. Si bien dichos momentos suponen un cambio en el ritmo narrativo, tampoco logran el nivel de empatía suficiente como para que los personajes resulten interesantes para el espectador. Si a esto se le suman todos los condimentos de más trillados a los que se acude, el film resulta un rejunte de lugares comunes con aires de seriedad, aportados por cuestiones de ritmo y de una actriz de renombre como Kidman. Y es que pareciera que la directora se interesa más por mostrar en escena a una reacia Nicole Kidman bajo la transformación absoluta de su rostro con los efectos de maquillaje, que por hacer que el público se interese realmente por el drama del personaje. Sabido es que a las ceremonias de premios en Hollywood les encanta reconocer a las actuaciones dramáticas que son acompañadas por una transformación física, pero en el caso de Destrucción, la labor de Kidman no logra destacarse de manera tal que pueda hallar reconocimiento alguno. Sí, de seguro es de lo mejor que tiene un film sin muchos aciertos, pero es por su monotonía rítmica y por el inalterable rostro austero de la actriz que el film resulta agotador en el constante y denso desarrollo que posee. A su vez, no hay transformación del personaje, a excepción del ya mencionado trabajo de maquillaje, ni alteración alguna en una historia que sigue los pasos típicos que ha de cumplir la mujer en su investigación y en su venganza. El film se desarrolla yendo del punto A al B sin muchas sorpresas más que una caprichosa alteración del orden narrativo para justificar un punto de giro final, el cual no tiene relevancia ni resulta un elemento sustancial para la historia. De esta manera, Destrucción no trae consigo nada a su favor para prevalecer en el recuerdo del espectador y el empeño de apostar a que toda su estructura sea sostenida por una gran actriz en un rol menor termina por jugar en su contra —muestra suficiente de que las fallas e imperfecciones no pueden ocultarse debajo del maquillaje.
De la directora norteamericana Karyn Kusama llega la historia de Erin Bell (Nicole Kidman) una mujer que supo ser hermosa y vital, y a la que un hecho desgraciado convirtió en un despojo humano, con problemas de alcoholismo y de insomnio. La Detective de Policía de Los Angeles tiene una hija adolescente, Shelby (Jade Petty John) con la que tiene una relación pésima, (de hecho ella vive con una ex-pareja de Erin), que no logra remontar. El origen de la destrucción a la que alude el título se origina dos décadas atrás cuando junto a su compañero y pareja Chris (Sebastian Stan) se infiltra en un grupo de ladrones que planea un robo a un banco, y todo sale de la peor manera. El grupo se desarma y su líder Silas (Toby Kebbell) reaparece en la ciudad. Mediante un billete marcado, Erin se da cuenta de su reaparición y comienza la cacería, por mano propia. Por más ayuda que se le ofrezca, ésta es una cuenta personal y emprende la venganza sola, cuando apenas puede sostenerse, tanto en lo físico como en lo emocional. Mediante flashbacks nos enteraremos de cómo sucedieron los hechos. Una película que se degusta en forma lenta, pero con una actuación de Nicole Kidman formidable, hecho que le valió la nominación al Globo de Oro de éste año. Muy merecido. Sólo por su actuación vale la pena verla. ---> https://www.youtube.com/watch?v=w6VT2Lu2Ycc TITULO ORIGINAL: Destroyer DIRECCIÓN: Karyn Kusama. ACTORES: Nicole Kidman, Toby Kebbell, Sebastian Stan. ACTORES SECUNDARIOS: Tatiana Maslany, Scoot McNairy, Bradley Whitford. GUION: Phil Hay, Matt Manfredi. FOTOGRAFIA: Julie Kirkwood. MÚSICA: Theodore Shapiro. GENERO: Policial , Drama . ORIGEN: Estados Unidos. DURACION: 120 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 13 años con reservas DISTRIBUIDORA: Diamond Films FORMATOS: 2D. ESTRENO: 17 de Enero de 2019 ESTRENO EN USA: 25 de Diciembre de 2018
El ser humano es un animal de errores. A menos que se los ponga en contexto, aprendamos de ellos y enmendemos por lo dañado. También pueden hacer la suficiente mella en nosotros para que perdamos nuestro eje. Ese es el contexto en el que se enmarca el drama policial Destrucción. En mil pedazos La detective Erin Bell de la Policía de Los Ángeles recibe un nuevo caso: el asesinato por arma de fuego de una persona sin identificación. Este incidente, sumado a un misterioso sobre que llega a su despacho, pondrá en marcha una pesquisa que la pondrá nuevamente en contacto con una agrupación de criminales a la que conoció siendo agente infiltrada del FBI. Destrucción tiene un guion con un desarrollo de personajes muy rico en cuanto a las múltiples capas –tanto psicológicas como morales– que nos exhibe sobre sus personajes. Su estructura es prolija, y tiene un ritmo mayoritariamente fluido cuando se concentra en la trama principal y en la subtrama que involucra a la operación encubierta del pasado. Sin embargo, hay una segunda subtrama con la hija de la protagonista que si bien posee cierta relevancia para la historia como un todo, por sí sola no tiene la fluidez, profundidad y curiosidad de las otras dos líneas narrativas, contribuyendo a que la historia pierda su agilidad. En materia actoral, este guion simple se vuelve una película destacable precisamente por la actuación de Nicole Kidman, que lleva el peso del film en sus hombros con su hábil interpretación de esta destrozada y avejentada mujer policía. Una interpretación a la que la actriz le pone el cuerpo y la expresión de tal manera, que cuando vemos las escenas de la actualidad tenemos que esperar a que la cámara la encuadre en un primer plano pues es irreconocible. También esto es cortesía, claro está, de un maquillaje prostético detalladamente elaborado. Del reparto de secundarios tenemos mucha eficiencia, pero quien destaca es Sebastian Stancomo el compañero del personaje de Kidman: en el poco tiempo de pantalla que se le concede vuelve a sorprender con una habilidad interpretativa que va más allá del universo Marvel. En materia técnica, la realizadora Karyn Kusama tiene un pulso narrativo modesto, con un manejo de la tensión poco ambicioso pero que alcanza su pico más alto en la secuencia de un asalto bancario. Ese, por su eficacia, está entre los momentos más logrados de la película.
Hay veces que las filmografías de ciertos directores no hacen justicia por la forma en la que estos pueden contar sus historias, tal vez por falta de experiencia o simplemente porque las ideas para los filmes nunca terminaron de cerrar. Karyn Kusama es una cineasta con una carrera no tan larga, por lo menos no como directora, y no cuenta con películas memorables, hasta ahora.
Es un policial que pretende ser moderno, con reminiscencias de los clásicos del genero de los años 70, con una historia de hundimiento personal, de descenso a los infiernos y un hecho que impulsa a un ser destruido hacia una redención. Pero también es una película que permite el lucimiento extremo de Nicole Kidman, que ya le valió una nominación a los Golden Globe, y una esperanza para estar entre las nominadas al Oscar. Kidman ama esos personajes que le permiten desaparecer en ellos como ocurrió con “Las horas”. Así como Charlize Theron o Christian Bale, ella aquí sorprende. Primero como una mujer absolutamente devastada por sus adicciones pero principalmente por la culpa y los errores del pasado que le hicieron perder casi todo. Pero como el filme de Karyn Kusama, trabaja sobre dos líneas de tiempo, ese presente de mujer herida y deshecha físicamente, con los ojos en blanco y la voz en un susurro, convive con el prodigio de verla joven y fresca en el pasado. Con el buen uso de la luz y la fotografía Nicole también resplandece. La historia del pasado es la una policía encubierta, involucrada sentimentalmente con un compañero, que tiene un destino de errores trágicos. Y un presente donde un malvado regresa y eso le permite a esa policía, fuera de toda norma, actuar con un impulso de nueva energía que intenta también retomar un vínculo con su hija y alejarla de un novio destructor. El film resulta entretenido aunque no novedoso, ni quedará en la historia. Pero si tiene un giro sorpresivo que le dejará al espectador, junto a la labor de la protagonista, la satisfacción de una película bien hecha, aun con sus defectos en el durante. (G.M.)
Una policía se despierta en su auto y se nota que pasó una mala noche apenas abre los ojos, porque el sol de Los Ángeles le molesta demasiado. Medio entredormida, se baja del coche y camina con dificultad hasta la escena de un crimen. Nicole Kidman, irreconocible, interpreta a la detective Erin Bell, que parece haber recibido una paliza inolvidable, estar atravesando la peor resaca de su vida o, todavía más verosímil en este impactante comienzo de Destrucción, estar sufriendo las dos cosas juntas. Se siente en el aire la fuerte tensión con los dos compañeros que se acercaron al lugar y la miran con desprecio y condescendencia. Erin demuestra que ya no cree en nada ni nadie y los dos policías le dejan bien claro que tampoco creen en ella, por más que la detective revela enseguida que el cuerpo encontrado tiene mucho que ver con su pasado oscuro. Destrucción es un policial negro que sigue a la antiheroína Erin por distintas etapas de su vida profesional mientras intenta detener a la pandilla del villano Silas, ladrones de bancos que hacen quedar a los surfers de Tiempo límite como nenes de pecho. Kidman tiene la cara deformada por el maquillaje, pero a diferencia de la famosa nariz de su Virginia Woolf en Las horas, la transformación aquí excede una prótesis facial. La mirada derrotada y la postura corporal desoladora que consigue la actriz son desconcertantes y alcanzan para mostrar a su personaje como una perdedora desterrada por su entorno y hundida en la depresión y el alcoholismo. La australiana desarrolla el papel más logrado de su carrera, pero al mismo tiempo es imposible no distraerse mirando a la diva escondida detrás de una montaña de maquillaje que intenta desmejorar su aspecto. La directora Karyn Kusama (Girlfight y Diabólica tentación) sigue a Erin con obsesión durante su traumático descenso a los infiernos para lidiar con los demonios de antaño, y la narración salta entre el presente oscuro en busca de redención a cualquier precio, como una versión descafeinada de Un maldito policía de Abel Ferrara, y un pasado luminoso que vuelven más violentos y desesperanzadores los días corrientes. A mitad de camino, Kusama se la juega por un giro argumental que resignifica la película como si fuera una especie de Memento menos sensacionalista. La cineasta demuestra cierta pericia para la acción en un tiroteo durante el asalto a un banco y consigue algún eco distante de la inolvidable balacera filmada por Michael Mann en Fuego contra fuego. Kusama decepciona al minimizar este tipo de secuencias y prefiere explayarse en las motivaciones de su protagonista, como si para la directora tuviera más peso el exceso de maquillaje en el rostro de Nicole Kidman que la imagen de la actriz empuñando una ametralladora dispuesta a lo que sea.
A mitad de camino entre el thriller y el drama familiar, esta película de la directora Karyn Kusama tiene -más allá del virtuosismo de la estructura de su guion- un objetivo principal: el lucimiento de Nicole Kidman. Desprovista de todo glamour hasta el punto de aparecer casi irreconocible, la prolífica actriz aceptó este auténtico tour de force como para ratificar (por si todavía hiciera falta) su ductilidad y su permanente apuesta al riesgo. Kidman es Erin Bell, una experimentada detective de la policía de Los Ángeles con una existencia en degradación constante. La veremos durmiendo en un auto, siendo víctima de burla por parte de sus colegas y con una pésima relación con su rebelde hija adolescente. Su obsesión pasa por reencontrarse con los integrantes de una banda de asaltantes de bancos de la que formó parte en su juventud como agente encubierta. Su descenso a los infiernos y la búsqueda de la redención parecen por momentos una versión femenina del Harvey Keitel de Un maldito policía, de Abel Ferrara. Destrucción apuesta al relato enmarcado, pendula todo el tiempo entre el presente y el pasado, y -como buen ejercicio de género- recién podremos comprender la exacta dimensión de los conflictos tras el desenlace. Kusama se regodea demasiado en la sordidez, no siempre consigue articular las diferentes aristas e implicancias del film, pero -a partir de una puesta en escena muy potente y del portentoso trabajo de Kidman- sale airosa de un proyecto audaz y ambicioso.
“Destrucción”, de Karyn Kusama Por Jorge Bernárdez La vida es un infierno para la agente de policía Erin Bell (Nicole Kidman), que cayó en un pozo depresivo tras perder a su compañero de investigaciones y la convirtió en un personaje insoportable para el resto de los policías. Solitaria, alcohólica y con una vida personal que también es un desastre, Erin trata de buscar venganza, al menos eso es lo que se desprende del relato enrevesado que presenta Destrucción, la película con la cual Nicole Kidman apostó este temporada para revalidar su lugar de estrella cinematográfica, porque si bien su condición de primerísima figura en una serie como Big Little Lies, que produce y protagoniza junto a Reese Whisterpoon, está muy bien pero el Oscar y el mundo de los premios cinematográficos le dan man lustre. Así que aquí está Nicole, maquillada hasta el punto de volverla una mujer gastada y consumida por sus variados vicios, además de mostrase carcomida por la culpa. Destrucción está dirigida por la neoyorquina Karyn Kusama, quien lejos de concentrarse en el relato puro y duro del policial negro que cuenta la historia, prefiere concentrarse en el andamiaje actoral de Nicole que casi se desentiende de la historia y se concentra en que se advierta que se puso fea y hace de un personaje torturado y se desentiende de la historia. Lo cierto es que lo que pudo ser un buen policial oscuro y duro, es un festival de lugares comunes y de pretensiones de carácter artístico que corta el relato y lo fracciona hasta volverlo un rompecabezas incomprensible, tanto que cuando cuando la película está por terminar todo, probablemente los espectadores no lleguen a saber lo que está pasando porque se produce un giro supuestamente inesperado que a esa altura es más molesto que sorpresivo. DESTRUCCIÓN Destroyer. Estados Unidos, 2018. Dirección: Karyn Kusama. Guión: Phil Hay y Matt Manfredi. Intérpretes: Nicole Kidman, Toby Kebbell, Tatiana Maslany, Sebastian Stan, Scoot McNairy, Bradley Whitford, Toby Huss, James Jordan, Beau Knapp, Jade Pettyjohn. Producción: Phil Hay, Matt Manfredi y Fred Berger. Distribuidora: Diamond Films. Duración: 120 minutos.
Una demacrada e irreconocible Nicole Kidman se pone en la piel de una atormentada detective de la policía de Los Ángeles que intenta redimirse de los errores de su pasado atrapando a un viejo enemigo que la contacta sorpresivamente luego de más de 16 años. Karyn Kusama compone un thriller policial sórdido y lúgubre, de criminales marginales y personajes quebrados con expectativas de bajo vuelo. El resultado, sin embargo, es desparejo, ya que las excelentes actuaciones, fotografía y ambientación no van de la mano de una trama por momentos errática a la que le falta esa densidad dramática que todo el tiempo parece prometer. Título original: Destroyer; Origen: Estados Unidos; Año: 2018; Dirección: Karyn Kusama; Guión: Phil Hay y Matt Manfredi; Elenco: Nicole Kidman, Toby Kebbell, Tatiana Maslany, Sebastian Stan, Scoot McNairy, Bradley Whitford, Toby Huss, James Jordan, Beau Knapp, Jade Pettyjohn;Duración: 120 minutos; Estreno en Buenos Aires: 17 de enero de 2019. Erin Bell (Nicole Kidman) es una detective en decadencia. Entregada al alcohol, demacrada, desalineada y psicológicamente alterada, su vida se reparte entre una profesión que ya no la motiva y una conflictiva relación con su hija Shelby (Jade Pettyjohn), una adolescente rebelde que no muestra ningún tipo de afecto para con su madre ausente. Sin embargo, cuando la detective recibe en un sobre un billete marcado de Silas (Toby Kebbell), el cruel e inescrupuloso líder de una pandilla de ladrones de bancos que la propia Erin integró como agente encubierta 16 años atrás (una operación que, por otro lado, salió terriblemente mal), decide salir del ostracismo y encarar un último viaje de redención para reparar el vínculo con su hija, enfrentarse a Silas y poner a dormir a los demonios de su pasado. La película se desarrolla en dos líneas temporales: una presente, en donde se suscita la investigación policial propiamente dicha, y otra pasada, en la que a través de los recuerdos de Erin el espectador va descubriendo qué es lo que salió mal en aquella operación encubierta y por qué a partir de la misma la vida de la detective entró en un espiral progresivo de autodestrucción. Karyn Kusama (“The Invitation”; “Jennifer’s Body”) compone un thriller policial sórdido y lúgubre que explora cómo la ambición desmedida y un par de malas decisiones pueden marcar a fuego a una persona que, a partir de allí, permanece fijada en un círculo vicioso de culpa, angustia y autoflagelo. La descarnada y potente actuación de Kidman (ayudada por un excelente trabajo de maquillaje y fotografía) logra mantener el interés durante la mayor parte de la película y nos hace sentir en carne propia los pesares de la atribulada mente de la detective. Sin dudas, su retrato de esta mujer deteriorada en plena decadencia nos acerca a la mejor Nicole Kidman, aquella actriz llena de matices y facetas que por mucho tiempo creímos perdida, y que alcanzó su mejor expresión allá por el año 2002, cuando interpretó a la escritora Virginia Wolf en “Las Horas”, de Stephen Daldry. De este modo, es muy probable que su interpretación le valga una nueva nominación a los Oscar 2019 y la devuelva -con 51 años- a los primeros planos de la industria Hollywoodense. Sin embargo, la excelente actuación de Kidman y el gran trabajo de ambientación, maquillaje y fotografía, se contraponen con una historia chata, por momentos errática, con personajes entre simplones y caricaturescos que entorpecen y hasta obstaculizan el desarrollo de la trama. Si la performance de la estadounidense es lo mejor de la película, el guión es lo más flojo: desde algunas motivaciones poco creíbles de los protagonistas y la lentitud con la que avanza el relato, hasta la superficialidad de distintos personajes. Destrucción es un filme que funciona mejor cuando Kidman tiene espacio para lucirse, pero que queda al desnudo cuando tiene que apoyarse en su propia densidad dramática. En este aspecto, la cinta de Kusama termina siendo despareja, dejando un sabor agridulce al mostrarnos, por un lado, a una actriz que prácticamente sostiene la película ella sola, y por otro, a una historia que, creemos, estaba para más.
En el abismo Karyn Kusama es una realizadora que se ha preocupado por trabajar relatos que recuperen un espacio para la mujer en el que se la ha visto relegada a roles secundarios, sacándola de los márgenes para producciones asociadas a películas de acción, de ciencia ficción, de terror y hasta comedia. Así, el cine pugilístico supo ver en GirlFight (2000) una esperanza en la construcción del héroe, en Aeon Flux (2005) la imaginación futurista se encargó de devolver una mirada apocalíptica del universo con una protagonista potente, y ahora en Destrucción (Destroyer, 2018), el policial negro le permite jugar con la decadencia de una investigadora que posee métodos particulares para aclarar un caso y ofrecerle a Nicole Kidman un rol clave para seguir confirmando sus capacidades actorales (y también estar presente en cada una de las ceremonias de la temporada de premios). Es tal vez esa misma oportunidad, sumada a un increíble trabajo de maquillaje y caracterización (algo que pasó recientemente con Vincent Cassel en Sin dejar huellas), que resiente las posibilidades de Destrucción para consolidar su propuesta, la que, con una narración bucólica y lenta, no puede terminar de cerrar las premisas con las que inicia el relato, potenciar sus easter eggs, y mucho menos, con los giros que intentan sorprender hacia el final al espectador. Kidman interpreta a Erin Bell, una mujer policía que tras haber estado en el mejor momento personal, físico y profesional de su carrera, en una misión secreta, el presente la encuentra en decadencia, con problemas asociados a drogas y alcohol y, principalmente, amenazada por un pasado al que no quiere regresar. La realizadora busca la empatía con el personaje, una mujer distante, fría y calculadora, que entiende que los días de gloria ya han pasado, por lo que no busca forzar vínculos, ni mucho menos su estancada carrera policial, y sólo desea develar, a través de la pesquisa, quién se esconde tras la misteriosa muerte de un sujeto. A través de flashbacks, el relato intenta ofrecer información al espectador, quien deberá atenta y activamente reconstruir el pasado pasado de Erin como un puzzle, pero también el pasado reciente, uno que posee mucha más información que la que se cree y que posibilitará la articulación entre las dos Erin que la película muestra. Desgarbada, pesada, con manías y obsesiones, Kidman es un camaleón casi irreconocible, que presta su físico, logrando un phisique du rol único, hablando con voz áspera y grave, y fundado en su caracterización, que no sólo le agrega 20 años de diferencia a las temporalidades de Erin, sino que, principalmente, permite comprender la dureza de los hechos que la policía vivió entre una época y otra. El guion de Phil Hay y Matt Manfredi (que ofician además de productores) desarrolla en una primera etapa las pistas para comprender la manera de actuar (o no) de Erin, para luego comenzar a desentrañar las misteriosas conexiones entre los personajes del pasado, la vida actual de la policía y algunas consecuencias aún vigentes de la misión secreta de la cual participó. Allí, cuando Destrucción bucea en las entrañas de los personajes es cuando la propuesta toma más vuelo, desprendiéndose de la presentación de Kidman en decadencia, y ofreciendo una mirada separada del artificio que le ha ofrecido para que pueda lucirse como actriz, una interpretación potente, pero obvia, que termina afectando a la forma del relato sin poder olvidar que además de la presentación, el desarrollo de la historia es clave para que el policial funcione y mantenga en vilo a la audiencia.
Destroyer es una película que cuenta con una muy poderosa actuación de su protagonista, pero no mucho más que eso. O sea, la historia es un rejunte de muchos policiales/thrillers que ya hemos visto y no nos sorprendemos en ningún momento. Típico policial negro con un personaje que busca redención. Lo atípico es que aquí se trata de una mujer. El laburo de Nicole Kidman es impresionante, no solo por su transformación física (ayudada de un excelente maquillaje y prótesis), sino también porque deja todo en el rol. Como policía pasada de noche y alcohol, como mala madre y como pareja tras una venganza. Es por ella que todo se hace más llevadero y quedás un poco atrapado. La directora Karyn Kusama, de carrera bastante interesante con films tales como Jennifer’s Body (2009) y La invitación (2015), crea un buen clima, pero no logra ser original ni contundente en su narrativa. Gran parte de la culpa es del guión, de los lugares comunes. No hay mucho más que se pueda decir sobre este estreno. Ideal para ver una soberbia actuación, y listo.
Nuevamente, como en la angustiante "Las horas", de Stephen Daldry, Nicole Kidman transforma su rostro como odiándolo en largas secciones de maquillaje y se entrega con intensidad a su personaje. En "Las horas" era una gran escritora, Virginia Woolf, debatiéndose en el caos de la vida. En "Destrucción" se introduce en el viaje interior de Erin Bell, ese que puede permitirle al fin enfrentarse con su realidad. "Destrucción" es el drama policial en el que una detective no puede escapar a un pasado que la marcó, cuando como policía encubierta integraba una banda delictiva para lograr desenmascarar a un criminal de nombre Silas (Tobin Kebbell). Su va y viene entre el pasado conflictivo y el presente intenta convertirse en catarsis de una situación que no puede superar. Si las drogas le provocaron traspiés en el pasado, el alcohol lo está haciendo ahora y a esto se suman los problemas afectivos que no puede resolver como madre de una adolescente. Por eso, volcada nuevamente a su trabajo policial, se mete a fondo en su oficio para intentar develar la muerte de un hombre y de alguna manera compensar tanto cúmulo de fracasos personales. Con una aceitada mecánica narrativa, objetivos claros en un guión bien construído, mano dura para el diseño de caracteres y el control de la acción y del suspenso, esta realizadora independiente es una presencia valiosa en el nuevo cine yanqui. Crítica del "sistema de estudios" americano, amante del "corte final" y -según dicen- "dueña de una constancia oriental", como sus orígenes lo revelan, Karyn Kusama ("El cuerpo de Jennifer") promete más de una sorpresa. En este caso, su unión artística con la camaleónica Kidman, en notable trabajo, potencia el drama policial.
Destrucción termina siendo la reversión de los clásicos filmes de acción detectivescos, con un plot twist que nunca se ve venir y con una actuación descomunal de su actriz protagonista. Si hay una actriz supo adueñarse de los papeles femeninos más importantes en las películas en toda la década de los 90’s y principios del nuevo milenio, esa es sin lugar a dudas Nicole Kidman. Desde trabajar con el genio de Stanley Kubrick en Ojos bien cerrados (Eyes Wide Shut) o participar en Batman Forever (1995), Nicole se hacia cargo de cuanto papel le ofrecieran. Algunas de sus películas triunfaron más que otras por supuesto, pero siempre se la ha destacado a ella como a una actriz a la que no se le puede encasillar en un solo género. Muchas veces como femme fatale y otras tantas como protagonista principal, Kidman ha sabido sacar a flote películas con su sola participación. Pero en los últimos años, Kidman ha estado bastante alejada de las obras que la supieron colocar como una de las mejores actrices de Hollywood. Participando en películas menores, con papeles no tan bien desarrollados, la constancia con la que se le veía en la gran pantalla fue cesando bastante. Sin embargo, en los últimos años ha empezado a elegir mejor en donde participar. El Sacrificio del Ciervo Sagrado (The Killing of a Sacred Deer, 2017) o en la serie de HBO Big Little Lies (2017), son claros ejemplos del repunte que ha conseguido la rubia en los últimos tiempos. Pero para poder consolidar esta nueva etapa de gracia, Nicole decide explorar un rubro totalmente nuevo para ella y en un papel en particular que no se ve todos los días en Destrucción (Destroyer, 2018), la nueva película de Karyn Kusama. Destrucción, se centra en la vida de Erin Bell (Nicole Kidman), una detective de la ciudad de Los Angeles de venida a menos, con un pasado más que difícil de olvidar y un presente que la tiene al borde del colapso en todo momento. Ella, está tras los pasos de un grupo de ladrones de bancos liderado por el peligroso y sanguinario Silas (Toby Kebbell), que en sus momentos de su juventud la tuvo a Erin como infiltrada junto con su compañero Chris (Sebastian Stan). Utilizando toda su experiencia como detective y todo lo que sabe acerca del manejo del peligroso grupo, Erin deberá enfrentarse a esta banda de facinerosos que le han quitado parte de su mundo y parte de su cordura. Si bien la trama de la película puede no sonar demasiado atractiva porque no tiene ningún elemento novedoso a simple vista, esta producción tiene un par de pilares fundamentales que logran que la peli sea entretenida y por momentos, sorprendente. Estas características destacadas, tiene como principal punto de referencia, la impecable transformación física y actitudinal de Nicole Kidman, gracias a un gran trabajo de maquillaje, la actriz está realmente irreconocible y si bien en un principio puede parecer medio chocante y exagerado, con el correr de los minutos esa primera impresión se desvanece y logra convencer a todos de que realmente Nicole Kidman puede lucir así. Otro de los puntos fuertes que tiene, es que como esta historia, hay muchas, pero nunca encarada desde el punto de vista de una detective mujer y en estos tiempos que corren, esta peli es un claro indicio de que todo se está reformando. El guion es otro punto fuerte, ya que consta de una fuerza narrativa al mejor estilo Christopher Nolan, que utiliza como distracción las actuaciones y despista al espectador con lo que pasa de fondo en la trama. También tiene sus puntos flacos, ya que el ritmo que utiliza la película es bastante lento y puede correr el riesgo de incluso aburrir a la audiencia. Esto produce un par de paradojas en cuanto al relato y a cómo está narrado. Si bien lo que sucede y se intenta contar es muy interesante, con giros argumentales, flashbacks y demás, estas situaciones están llevadas a cabo con un ritmo preparado para que el espectador preste atención y no se distraiga, pero siendo contado con una postura muy cansina. En resumen, el gran guión y la gran performance de su actriz protagonista, sostienen una película que por momentos amaga a derrumbarse y por otros tiende a dejarnos al borde de la butaca, mordiéndonos las uñas. Nicole Kidman sin dudas peleará para hacerse de la estatuilla como mejor actriz en drama, ¿podrá conseguirlo?
Una historia cruda en la que la protagonista es una agente policial de nombre Erin Bell (Nicole Kidman), que arrastra un penoso pasado. Su aspecto es de fastidio, abatida, antipático, desalineada, madre de una adolescente rebelde Shelby (Jade Pettyjohn), quien le reprocha sus desatenciones por estar abocada a su trabajo y ambas no logran comprenderse. Nicole Kidman interpreta a una mujer vencida, llena de culpas, con una vida tormentosa y con algunas heridas, para su personaje logra una interesante transformación física usando una peluca, su rostro bajo una capa de maquillaje y la acompaña un buen elenco secundario integrado entre otros por: Scoot McNairy, Bradley Whitford, Sebastian Stan, Toby Kebbell y Tatiana Maslany. La construcción de la trama va y viene todo el tiempo a través del flashback para que el espectador entre y salga todo el tiempo, pero está un poco sobrecargada y con algunos saltos temporales, escenas que se alargan, sin sorpresas, aunque tiene una duración de dos horas pareciera que dura mucho más y no se ve nada distinto de lo que hayamos visto en un thriller policial.
Una “maldita policía” llena de culpas A diferencia de Harvey Keitel en la película de Abel Ferrara, el personaje de Kidman no tiene culpas de origen religioso. Pero las tiene, y muy fuertes, en un sentido agnóstico. Como a Circe, a la Academia de Hollywood le gustan las transformaciones. No necesariamente de hombre a chancho, especialidad de aquella suerte de bruja que aparece en La Odisea, pero transformaciones al fin. Anthony Hopkins en Nixon, Gary Oldman haciendo de Churchill en La hora más oscura, la dorada Charlize Theron, mutada a horrorosa asesina white trash en Monster, la bella Patricia Arquette en los últimos Globos de Oro, convertida en tosca carcelera de unos cuantos años (y kilos) más, en la serie Escape at Dannemora, ayer nomás la célebre nariz de Nicole Kidman en Las horas (la más famosa del mundo, después de las de Pinocho y Cyrano) y hoy la propia Kidman –que por vía de la cirugía viene mutando con regularidad fuera de la pantalla–, reconvertida dos veces en Destrucción, a falta de una: primero como linda policía morocha de pelo largo, diecisiete años más tarde como policía morocha de pelo corto, gruesas ojeras y piel agrisada. En tiempos del Hollywood clásico, las conversiones se reservaban al género de terror y a un actor, Lon Chaney, llamado “el hombre de las mil caras”. El resto se resolvía en actuación, que si era buena creaba la ilusión de estar frente a alguien distinto. Actualmente no basta con eso, todo tiene que ser visible, ostensible y literal, haciendo de ésta la era del maquillador-estrella. En verdad el look habitual de Mrs. Kidman hubiera quedado fuera de lugar en esta ficción, ya que su personaje, Erin Bell, es una policía encubierta de Los Ángeles que se hace pasar por asaltante de bancos, para atrapar a una bandita de poca monta. El rubio platinado que suele ostentar la actriz nacida en Honolulu (no en Australia, como suele pensarse), su piel pálida y cerosa, su sobrecarga de maquillaje, hubieran hecho de ella un blanco móvil para esta banda mix latina-downtown, cuyas integrantes femeninas son rubias de peluquería. O sea: en este caso, el maquillaje está justificado, aunque podría considerárselo excesivo. Con guion de Phil Hay y Matt Manfredi, el relato se mueve en varios tiempos, de los cuales los más importantes son el presente en el que Erin persigue obsesivamente a Silas, líder de la banda, y un tiempo previo que tuvo lugar diecisiete años antes, donde se consumó el robo. La estructura de piezas móviles echa luz sobre la relación entre Erin y Elis, su compañero infiltrado, posponiendo casi hasta el final la develación de lo q da culpa a Erin. Erin es una suerte de “maldita policía” que, a diferencia de Harvey Keitel en la película de Abel Ferrara, no tiene culpa de origen religioso. Pero la tiene, y muy fuerte, en sentido agnóstico. Esa culpa no está relacionada sólo con su actuación en el plan criminal de la banda de Silas, donde Erin se comportó como un delincuente más, sino también con Shelby, su hija adolescente. No la cuidó como ella necesitaba e intenta repararlo ahora. Las dos reparaciones se yuxtaponen. Por un lado intenta cobrarse venganza de Silas, por el otro proteger a Shelby, con el más estricto método policial: aprietes, trompadas y amenazas. Todo esto se va viendo en esa estructura de rompecabezas, en la que algunas piezas “se juegan tapadas” y van asomando en una capa temporal u otra. Destrucción (daría la impresión de que el título alude a la pulsión que mueve a Erin) transcurre en una Los Angeles que da la espalda a las palmeras, la playa y los bulevares. Una Los Angeles de callejones, viaductos y galpones. Una Los Angeles gris, brumosa, nublada, que calza a la perfección con el ánimo de Erin. Como el héroe de algún policial negro (como Fred McMurray en Pacto de sangre, pongamos), luego de un tiroteo Erin comienza a desangrarse, y lo hace sola, con la certeza de quien toma una decisión. Única actriz reconocida del elenco, Nicole Kidman está en cuadro durante las poco más de dos horas de metraje. Es un protagónico absoluto, que la actriz hawaiana seguramente habrá agradecido. No por nada Destroyer se estrenó en Estados Unidos una semana antes de lo que la Academia considera como cierre para los Oscar. Va a recibir seguramente cinco nominaciones, una de las cuales va a ser para Kidman (las otras para película, dirección, guion y maquillaje). El maquillaje es el quid de la cuestión. Si lo que se quiere es mostrar la aflicción, el dolor, el peso de años que carga la protagonista, ¿desde cuándo un actor necesita delegar en el maquillaje lo que deberían ser sus herramientas de trabajo?
Nicole Kidman ofrece una notable actuación en este perturbador policial que se pasa un poco de la raya en cuanto a sus pretensiones. Kidman es una curtida policía de Los Angeles que, tal como demuestra sus ominosa mirada, ha visto el infierno más veces de lo recomendable, sobre todo cuando mucho tiempo atrás se infiltró como agente encubierta en una salvaje banda de ladrones de bancos. Cuesta creer, entre otras cosas, del argumento de “Destroyer”, que una policía tan malograda por el lado más oscuro de su trabajo pueda seguir en servicio, pero este tipo de detalles no amilanan a la directora Karyn Kusama para brindarle más situaciones tremendas a la tortuosa protagonista. Hay mucho del Michael Mann de “Fuego contra fuego” en esta historia de venganza y enfrentamiento entre malos y buenos, pero Kusama no es Mann y su estilo narrativamente moroso sólo despega cuando las situaciones explotan en serio, lo que por suerte sucede cada tanto equilibrando una película que daba para mucho más, sin que por eso deje de tener muy buenas escenas, una excelente fotografía y, sobre todo, una sorprendente actuación de Nicole Kidman, que por momentos está casi irreconocible. Con todos sus altibajos, conviene aclarar que ningún fan del policial negro moderno debería dejar de darle una mirada a esta “Destroyer”.
A esta altura, nadie podría ignorar las aptitudes actorales de una figura como Nicole Kidman. Si bien su figura glamorosa y su matrimonio con Tom Cruise muchas veces opacaron su extensa y valiosa carrera cinematográfica, lo cierto es que eso no impide que cada tanto nos podamos sorprender con una actuación memorable y deslumbrante que vuelve a ponerla en foco como una de las actrices más versátiles de Hollywood. Lo hizo en Retrato de una Dama (1996) de Jane Campion, en Los Otros (2001) de Alejandro Amenábar, en Las Horas (2002) de Stephen Daldry —por el que obtuvo el Oscar a la Mejor Actriz—, en Dogville (2003) de Lars Von Trier, en Birth (2004) de Jonathan Glazer —en donde la cámara se detiene sobre su rostro durante más de dos minutos para exprimir todas sus facetas emocionales que es digno de mérito—, y en The Beguiled (2017) de Sofía Coppola, sin olvidar esa suerte de obra póstuma del gran Stanley Kubrick que fue Eyes Wide Shut (1999) en donde actuó junto a su esposo —en ese entonces— Tom Cruise. Ahora, de la mano de la directora Karin Kusama, Kidman vuelve a sorprendernos en el papel de la detective Erin Bell que decide saldar viejas cuentas con un pasado que la llevó a la ruina personal y afectiva, para de ahí en más redimirse y lograr esa paz que le fue arrebatada por el deseo de alcanzar un sueño que estaba fuera de sus principios éticos y morales. Bell, diez años atrás, había sido elegida por el FBI para infiltrarse en una banda de ladrones de bancos. Allí ya se encontraba el agente Chris (Sebastián Stan) haciendo el trabajo de inteligencia. Una vez allí, ambos se enamoran y es allí, en que Bell decide jugar, junto a Chris, su propio juego. Quedarse sin que nadie se diese cuenta con parte del botín de un futuro asalto, avisar luego a sus jefes del FBI del operativo —es decir, llenar las formalidades e informes burocráticos— y, luego de unos meses, renunciar a la policía. Un plan perfecto que termina en tragedia. Una tragedia que la va a acosar durante los próximos diez años de su vida y de la que no puede salir, utilizando al alcohol como medio de evasión, a la culpa como medio de autodestrucción y al distanciamiento de su hija adolescente como medio de autoflagelación. Pero esta inmolación lenta y eficaz se detiene al aparecer nuevamente en escena Silas, el jefe de esa banda criminal que ella conoce tan bien, hoy dispersa y oculta, por lo que decide volver a poner en funcionamiento su débil cuerpo atormentado. En este sentido, Destrucción (2018) alude no a lo que se supondría un título efectista, sino a la acción destructora del dios hindú Shiva, que luego de la creación del mundo por Brahmá y de la protección de Visnú, tiene por misión arrasar con todo lo creado, en cíclicos procesos de resurrección. Lo asombroso de este nuevo film de Kusama es cómo logra narrar una historia en donde el tiempo presente es casi nulo. En cómo todas las piezas encajan a la perfección en los últimos minutos de la película. En cómo caemos en la cuenta de que estuvimos viendo un enorme flashback que se encontraba dentro de otro enorme flashback más complejo y contundente. Una narración impecable e inteligente —más allá de si la historia en sí no tiene mucho de original —que es posible gracias a la maestría de los guionistas Phil Hay y Matt Manfredi y, obviamente, a la gran dirección de Kusama. Porque más allá de tener en cuadro a la inmensa Kidman en casi todo el film, las escenas de violencia, esto es uno de los asaltos a un banco, está filmado y coreografiado de una manera tan realista como contundente. Se ha hablado mucho de la transformación física que realiza Nicole Kidman en el antes y después de la detective Bell. Si bien, al principio su figura totalmente devastada y envejecida contrasta de una manera increíble con lo que era diez años atrás, el maquillaje es solo un efecto. Lo valioso de su interpretación es ese andar agobiado, dolorido, con un cuerpo lacerado por golpes mortales —de eso nos vamos a dar cuenta después—, cansino y falto de toda esperanza. Una sombra, una sombra trágica que incomoda a sus propios compañeros de la policía, que ven en ella el punto máximo del sufrimiento. Un espejo al que no quieren mirar, quizás, para no verse reflejado en él. Kusama vuelve de la mejor manera posible, y digo vuelve porque tras un debut totalmente auspicioso con su primer film, Girlfight (2000) que obtuvo el Primer Premio a mejor Dirección en el Sundance Festival, sus siguientes películas empezaron a ir cuesta abajo. Aeon Flux (2005) con Charlize Theron y basada en una serie de dibujos animado japonés, fue un fracaso tanto de crítica como de público. Jennifer´s Body (2009), película que conjugaba el misterio con lo fantástico tuvo un mejor recibimiento, y La Invitación (2006) aterrizó de la mejor manera posible en el Festival de Sitges, ganando el Premio como Mejor Película. Con Destrucción, Kusama vuelve al ruedo de una manera brillante e inteligente. De hecho Nicole Kidman estuvo nominada al Globo de Oro por esta película —lo ganó Lady Gaga por A star is Born (2018) y es candidata al Oscar 2018 como Mejor Actriz Principal. Una historia sobre cómo hacer justicia con mano propia, sí. Un thriller negro, muy negro, sí. Una película más sobre el derrumbe de uno de los protagonistas que tienen al pasado pendiendo sobre sus cabezas como una espada de Damocles, sí. Un film de acción, sí. Una película de bandas de delincuentes estereotipadas y lleno de lugares comunes, sí. Es todo eso, pero de un lado de la pantalla está el manejo impecable del tiempo de esta directora graduada en la Escuela de Cine de Nueva York y del otro, la inoxidable Nicole Kidman, en una de las mejores interpretaciones de toda su carrera cinematográfica. Y con esas dos conjunciones de planetas, sin olvidar el sofisticado guión que tiene un giro inesperado sobre el final, es más que suficiente para seguir de cerca los próximos pasos de Kusama y seguir acompañando a una Kidman que siempre está dispuesta a arriesgarlo todo.
REMARCACIONES Ya Nicole Kidman se había transformado la cara hasta extremos absurdos con el obvio objetivo de llevarse un Oscar en Las horas, y lo peor es que le había salido muy bien, porque efectivamente terminó ganándolo. En Destrucción redobla la apuesta, interpretando a Erin Bell, una detective de la policía que a partir de la investigación de un homicidio retoma contacto con un caso donde se desempeñó como oficial encubierta. Todo salió mal en ese caso, el pasado atormenta a la protagonista, que ya no puede relacionarse armoniosamente con nadie –lo cual incluye a su propia hija- y la búsqueda obsesiva del criminal que arruinó su vida será una especie de descenso casi definitivo al peor de los infiernos. Allá irán también Kidman y la película, como para que al espectador no le queden dudas. Es que no está mal comprometerse con un personaje y su historia, pero una cosa es el compromiso, el aceptar (lo cual no significa avalar) incluso sus peores defectos, y otra es montar una especie de maratón de miserabilismo. Lamentablemente hay mucho de eso en Destrucción, que hasta se da el lujo de mostrar a esa policía que es Erin, en la lona física y mentalmente, aceptando masturbar a un ex preso, postrado en una cama por una enfermedad terminal, para obtener información. Esa secuencia, gratuita y extensa, funciona como un resumen de todos los males que aquejan a la película de Karyn Kusama, que parece que nunca aprendió lo que significa el pudor. Cuando nos referimos al pudor, no estamos hablando simplemente de no mostrar determinadas cosas que pueden resultar un tanto chocantes, sino a saber cuándo queda claro algo y cuando ya se entra en la pura remarcación hasta extremos contraproducentes. Destrucción se la pasa recalcando lo jodida que está su protagonista, el mundo de mierda que la rodea, lo mal que está su situación familiar, cuánto extraña al hombre que amó y perdió, su incapacidad para comunicarse con sus afectos, el desprecio e incomodidad que genera en sus propios colegas y un largo etcétera. Y es llamativo cómo eso conspira contra lo que podría ser un policial oscuro pero dinámico y tenso; o un drama íntimo donde la admisión de ciertas verdades podría representar un camino posible rumbo a la redención. En Destrucción hay una constante tensión precisamente entre el policial y el drama personal, entre la violencia del ámbito criminal y los comportamientos autodestructivos de la protagonista, lo cual es resuelto a medias incluso por la propia Kidman, que se pasa de rosca en la veta dramática –aunque tiene un par de escenas donde destila mayor sinceridad, principalmente cuando comparte pantalla con Sebastian Stan- y no llega a tener suficiente presencia como agente de la ley venida a menos. Pero donde se ven las mayores indecisiones es en la narración, que apela a idas y vueltas temporales que llegan a una importante cumbre de arbitrariedad en la vuelta de tuerca del final, que se pretende un tanto reparadora para la protagonista y en realidad no solo es arbitraria, sino un tanto inmoral. Encima, allí la película entra en nuevas remarcaciones, pero desde la veta poética. Destrucción es, efectivamente, un compendio de remarcaciones, que igual cumplen su cometido, ya que a Kidman le llegan nuevos (y exagerados) reconocimientos a una actuación que se pretende comprometida, aunque en verdad es facilista.
El nuevo thriller policial dirigido por Karin Kusama (“La invitación”, “Diabólica tentación”), y escrito por Phil Hay y Matt Manfredi (The Invitation, crazy/ beautiful), nos invita a recorrer, a través de dos lineas temporales distintas, diferentes fragmentos de vida de la detective Erin Bell (Nicole Kidman), quien luego de haber estado infiltrada en una misión de alto riesgo, toma la decisión de buscar venganza por mano propia contra un grupo de delincuentes con el cual tiene una historia en común. A través de los ojos de Erin Bell, conoceremos no solo su faz policial, si no también (y aquí radica lo más interesante del filme), su faz personal, con sus miserias y altibajos, pero sobre todo, con la presencia de un amor que la impulsa a seguir adelante, aún cuando todo alrededor parecería derrumbarse. Ver a Nicole Kidman en este personaje es una muy grata sorpresa. La reconocida actriz, a la que últimamente se la pudo ver en “Aquaman“, y pronto también en “Amigos por siempre”, lleva adelante un trabajo de composición tan complejo como valioso. Esta entrega le valió nominaciones como mejor actriz en los Golden Globe Award, Satellite Award, y AACTA International Award. Con escenas muy bien logradas, logra traspasar la pantalla y cautivar al espectador. También cabe destacar el trabajo de Jade Pettyjohn, quien en el rol de hija de Erin Bell, comparte con Kidman escenas intensas y con una potente carga emotiva. Ahora bien, más allá del gran trabajo de Kidman, la película no logra, desde su trama policial, alcanzar efectividad: por momentos se vuelve predecible, poco dinámica y aleccionadora desde el punto de vista moral, algo a lo que ya estamos acostumbrados, y que no tiene nada interesante para aportar. “Destrucción” es un filme que hace lucir a Nicole Kidman: tanto la crítica como las nominaciones a diferentes premios así lo ratifican. Verla es siempre un buen plan, y esta película no es la excepción.
Apoyada en una gran actuación de Nicole Kidman, "Destrucción" de Karyn Kusama, es un thriller dramático algo inconsistente en su progresión. Temporada de premios. Comienzan a correr los títulos que se la juegan el todo por el todo para lograr estar ahí, entre los anuncios de nominaciones y colocar la referencia en el afiche como gancho para el público interesado. Se sabe, hay películas que están pensabas estratégicamente para ser consideradas por las academias e instituciones. "Destrucción", la nueva película de Karyn Kusama parece ser una de esas. Claramente estamos frente a algo que pone todo su foco en un elemento, la actuación de su protagonista. Nicole Kidman tiene experiencia en esto. Digna de una belleza nata, es capaz de hacerse todo tipo de reformas, de cambiar no sólo su fisonomía, sino su andar y su actitud frente a las cámaras, para pasar de ser una trepadora mosquita muerta, una reina del cabaret, una ama de casa modélica de los suburbios, a Virginia Wolf. En 2003, una de esas modificaciones, implante nasal de por medio (y más que nada), le valió la ansiada estatuilla del Oscar a la mejor actriz. En "Destrucción", Nicole vuelve a cambiar, es Erin Bell, una agente de la policía que en la primera escena ya la veremos hacer honor al título, está destruida. En la soleada Los Ángeles aparece un cadáver al costado de la autopista, con un curioso tatuaje en la nuca, y pocas pistas sobre el homicida. En el lugar se hace presente Erin, que nada tiene que hacer ahí, está desafectada y claramente su aspecto y sus modos no son los mejores. Sin embargo, Erin se interesa de inmediato, hay algo en ese cuerpo que le hace pensar que el crimen se relaciona con un caso central en su vida. Comienza a mover sus influencias, no siempre del modo más correcto, ni sus contactos más santos, para iniciar una investigación paralela. Mediante una serie de flashback, y viajes ida y vuelta al presente, iremos conociendo qué pasó con ella, siempre relacionado al caso en cuestión. Sabremos que Erin participó en un operativo como agente encubierta, infiltrándose en una banda delictiva relacionada con el narcotráfico y los grandes robos. El resto, será mejor verlo en pantalla. Karin Kusama tiene experiencia en retratar estos personajes femeninos con un pasado a cuesta y que la pelean con más (Aeon Flux) o menos glamour (Girlfight), y que utilizan los cambios radicales como señal de lucha. Pero el guion de Phil Hay y Matt Manfredi falla a la hora mezclar el thriller con la vena dramática. A diferencia de "Girlfight", la mejor obra de Kusama, "Destrucción" se siente contenida en cuanto a la sensibilidad de su tratamiento. Posee una pátina seca que la hace impenetrable, y distancia al espectador de la necesaria empatía con la protagonista. Ni siquiera genera una anti empatía, un rechazo que nos haga comprenderla; logra distancia. Por otro lado, el thriller pierde fuerza por su estructura fragmentada que esconde una historia algo débil y ya vista en otras oportunidades. Sobre todo en un menospreciado film de los noventa, imposible de adelantar cuál es sin considerarse un spoiler. Su duración que traspasa (apenas) las dos horas, se hace innecesariamente larga. Con una primera hora lenta, en la que es poco lo que sucede, y tampoco presenta demasiado a sus personajes más allá de su protagonista, a quien ya nos pintaron con la primera escena. Sobre el final apura sus resoluciones, y presenta una sorpresa, o vuelta de rosca, que alguien más o menos avispado pudo adivinar a los pocos minutos de iniciado el asunto. Hay una película interesante dentro de Destrucción, pero da la sensación que ni desde el guion, ni desde la puesta fría de la directora hacen demasiado para aportar lo necesario y llevar a buen puerto. Se puede decir que este film, es un festival de Nicole Kidman, ella se luce, y a diferencia de "Las horas", es más que una prótesis. Pero con eso no alcanza, el resto del elenco no la acompaña en nivel, y el sustento para contenerla apenas si estimula para terminar de verla.
Las primeras imágenes que circularon de Destrucción mostraban a una Nicole Kidman irreconocible, avejentada, con la mirada cansina y la piel agrietada, imágenes que parecían justificar de antemano su interpretación y homologaban su transformación con aquella vez que supo meterse en el cuerpo de Virgina Woolf, en la película Las horas (Stephen Daldry, 2002). Pero hablar del maquillaje de un personaje o de que tan rápido e inhumano logró un actor adelgazar o engordar antes de un rodaje no deja de ser cuestiones periféricas a la obra. En última instancia lo que hace una buena actuación es, entre muchas otras cosas, el modo en que esos rasgos faciales, los propios, los del actor, son utilizados, estén maquillados o no. En el caso puntual de esta nueva entrega de la realizadora Katryn Kusama con guion del dúo Phil Hay y Matt Manfredi, el rostro de Kidman de tan ampuloso y exagerado se vuelve más una máscara, una caricatura de una teniente mala que tras la reaparición de Silas, un antiguo criminal, se propone saldar cuentas que quedaron pendientes hace más 15 años. En ese entonces Bell se había infiltrado, junto a otro agente del FBI, en una banda delictiva integrada por un puñado de jóvenes stoners y white-thrash con sede en el desierto californiano. Silas entonces es el líder de esta pequeña fracción salida de algún capítulo de True Detective. De hecho, el ingreso ralentizado de los agentes al búnker de estos delincuentes es un calco de una escena de la serie: humo en el ambiente, camperas de cuero y de fondo una canción de Kyuss suena en lugar de una de The Melvins. Lo que viene a hacer la protagonista es actuar como la fuerza centrípeta del filme. Ella teje y mueve los hilos, y todo lo hace sola. Destrucción ocurre en dos tiempos: uno difuso y tramposo, que ocurre en el pasado y se nos va despejando a cuentagotas, el otro ocurre en el presente, es el recorrido que toma la detective Bell para cazar a su ratón. Un recorrido tomado del policial más básico, lineal y esquemático. Así, entre recuerdos que reaparecen, el personaje de Kidman va pensado posibles personas que sepan algo del paradero de este asaltante de bancos de poca monta. Ella llega, pregunta, si no contestan se arma un conflicto de intereses que finaliza con algún tipo de favor que ella otorga, a los golpes o como última opción, a los tiros. Pero lo claro acá es que Bell nunca pierde y su temperamento iracundo y chato tampoco se va a permitir. En una de sus entradas y salidas por uno de los flashbacks, Bell y Silas están bajo la noche, solos, frente a una fogata. Aparentemente él desconoce que sentada a su lado tiene un agente del FBI, cuando le dice serio y con la mirada fija que tiene una buena y una mala noticia y es que nadie los está mirando. La frase prefija de algún modo cómo será la venganza: individual, personal y a espaldas de la ley. Uno contra otro como en el western. Porque el personaje de Nicole Kidman, si bien guarda su placa en el bolsillo, actúa más como un bandido del desierto, que avanza tras los pasos de su enemigo de forma recta y sin ayuda. Su comportamiento inclaudicable y por momentos violento, lejos está del paradigmático Harvey Kietel de Un maldito policía (Abel Ferrara, 1992). Mientras el personaje de Abel Ferrara conseguía la redención después de asumir -epifanía mediante- su comportamiento inmoral y abusivo, Destrucción es por demás un filme que se sostiene sobre la moral y que al más mínimo corrimiento de su centro gravitatorio castiga con una vida desdichada, miserable con problemas laborales, sociales y hasta filio-maternales. Por otro lado, circula una pretensión indie de aspirar a la revitalización del cine neo-noir, tal como hizo la directora con The Invitation (2015) al proponer un terror más atmosférico. El guion, desde lo estructural craneado, trabajado y bien pulido, termina siendo también pretencioso al agregar un innecesario plot-twist final a lo David Fincher sin asumir que en el fondo es tan clásico que podría ser parte de alguna temporada de The Law and Order. Destrucción es una tragedia griega hecha y derecha donde cerca del final nos enteramos que un simple capricho, la tentación de jugar para el equipo contrario y probar las mieles de la ilegalidad por un día, fue el verdadero propulsor para este policial que como la detective Bell, pasará y quedará discretamente olvidado, estacionada dentro de un auto, bajo un puente en las afueras de una gran ciudad que no tiene nada más para ofrecerle. Por Felix De Cunto @felix_decunto
Entre el thriller y el drama, Destrucción es un film que cuenta la historia de una mujer que debe enfrentar su pasado, pero lo hace hipnotizado por la transformación física de su protagonista. Erin Bell (Nicole Kidman), agente de policía de Los Angeles, ha sabido tener mejores tiempos. Arrastrando la vida y las culpas y una pérdida que no ha podido superar sigue trabajando por obra y gracia de la inercia. Separada y con una hija adolescente que no la respeta ni oye sus consejos que, claramente, tampoco está en condiciones de dar, y con compañeros de trabajo que no la consideran, de pronto se topa con un pasado que parece regresar para darle una oportunidad. Pero no de redención. La primera misión que le encomendaron al entrar en la fuerza fue un trabajo encubierto con un compañero del FBI (que terminará siendo algo más) infiltrándose en una banda criminal que perpetra un robo a un banco que termina muy mal. Ahora, muchos años después, cuando el líder de la pandilla parece haber regresado, Erin comprende que no hay manera de seguir escapando. Trabajando con la forma para tratar de darle originalidad a una historia ya vista, y más allá de la puesta en escena que utiliza en su provecho los clisés del género para construir un noir con protagonista femenina, Karyn Kusama (Diabólica tentación) elige contar a partir de flashbacks que van proporcionando información y cruzan el pasado y el presente pero no consigue resolver “algo” central del tiempo de la narración si no es con una evidente manipulación tramposa (en su falta de pistas para el espectador) que finalmente se ofrece como una sorpresa del guion. Otro de los puntos basales para destacar a Destrucción del pelotón de tantos filmes de género es la actuación protagónica de Nicole Kidman en un papel de esos que la Academia ama premiar a partir de la transformación física. Desgarbada, descuidada en su ropa y su peinado, sin make up o, mejor dicho, enterrada bajo las capas de un maquillaje sorprendente, Erin es la apariencia que la actriz construyó para darle carnadura a un personaje desolado y sin futuro. Más apariencia que profundidad de carácter.
Dentro del universo del policial, más específicamente en el policial negro, las premisas de construcción del argumento siguen siendo básicamente las mismas, por ejemplo un crimen inicial en circunstancias violentas, misteriosas y crueles; un enigma que luego se descubre como la punta de un iceberg que involucra a más gente de la que aparentaba al principio, y un detective con pasado pesado que afecta su presente y lo vuelve oscuro. Por supuesto no puede faltar la sordidez interna y externa del personaje central. Ya no se hacen como antes, pero de vez en cuando algún productor nostálgico se acuerda y apuesta de nuevo. “Destrucción” comienza de la manera tradicional. Erin (Nicole Kidman) baja del auto y se dirige a la zona donde se ha encontrado el cadáver de un hombre. “¿Quién es?”, preguntará, y en esas dos palabras entre signos de interrogación comenzará el engaño (no la mentira) al espectador para que éste quiera y necesite saber más. También desde ese minuto en adelante veremos un estupendo trabajo actoral de difícil composición que incluso sortea los clichés del guión con la suficiente solvencia como para minimizarlos. Su mirada está vacía, cansina, mortuori, y su andar no es muy superior al de un zombie. Una muerta en vida. Se tambalea al caminar, como si estuviese borracha, o le doliese algo, su voz ya casi no tiene vida. Está enterrada en litros de alcohol, cigarrillos y mucho dolor. Merced a flashbacks cuidadosamente instalados se cuenta la previa a todo éste presente: años atrás, trabajando de encubierto junto a su pareja y novio Chris (Sebastian Stan), ambos se infiltran en la banda de Silas (Toby Kebbell) a los efectos de conseguir las pruebas incriminatorias que lo saquen del circuito de ladrones de bancos. Algo sale espantosamente mal. Chris muere en ese trabajo y la vida de Erin se desmorona hasta perder sentido, incluyendo el casi completo abandono de su única hija, hoy adolescente, con quien casi no se habla. El crimen que vemos al principio es el disparador para que ella pueda cerrar el único capítulo que la mantiene viva. Más allá de la forma de rompecabezas con la cual está estructurada la historia y cierta manipulación del personaje por parte de la directora Karyn Kusama, “Destrucción” avanza como hacia adelante con la investigación, pero sin dejar de lado el eje principal. Ese descenso a los infernos que el espíritu autodestructivo de Erin hace funcionar como motor impulsor para hacer progresar el relato. Para colaborar con este estilo narrativo la realizadora maneja un tinte trágico que remite a la fantástica “Incendies” (Denis Villenueve, 2012). Nicole Kidman hace una demostración de versatilidad en la composición de su Erin. Le entrega todo y es gracias a eso que “Destrucción” se alza con un valor agregado. Sin un trabajo de estas características sería muy difícil llevarla adelante. Además, el asiduo concurrente a la sala podrá comprobar la enrome paleta de colores que la actriz australiana tiene si ya la vio como la reina Atlanna en “Aquamán”, todavía en cartel. Un buen policial en el inicio de una temporada cargada de variantes y previo a las nominaciones al Oscar.
MI PASADO ME CONDENA Nicole Kidman es la protagonista absoluta de este thriller neo noir cargado de culpa y venganza. Estamos demasiado acostumbrados a ver historias de venganza protagonizadas por personajes masculinos. Claro que hay excepciones como “Kill Bill” y otras no tan bien llevadas como “Matar o Morir” (Peppermint, 2018), pero con “Destrucción” (Destroyer, 2018), Karyn Kusama encuentra el equilibrio justo y el impacto narrativo sin necesidad de convertir a su protagonista en una suerte de (anti)heroína revanchista y todopoderosa. El guión de Phil Hay y Matt Manfredi es, justamente, todo lo contrario, el camino de redención para Erin Bell (Nicole Kidman), oficial de policía de Los Ángeles demasiado perseguida por su pasado. Antes que nada, recordemos que Kusama hizo su gran debut cinematográfico con la genial “Girlfight, Golpes de Mujer” (2000), intentó una aproximación más superheroica de la mano de “Æon Flux” (2005), y es la responsable de nuevos clásicos de culto del terror como “Diabólica Tentación” (Jennifer's Body, 2009) donde hace yunta con Diablo Cody. Sin dudas, una realizadora que entiende muy bien a sus protagonistas y, a pesar de los resultados, logra que sus historias personales se destaquen en cualquier pantalla. “Destrucción” también tiene el aliciente del thriller criminal y una trama que, en muchos aspectos, nos recuerda (je) al camino de Leonard Shelby en “Memento, Recuerdos de un Crimen” (Memento, 2000). Claro que acá no hay problemitas de memoria a corto plazo, ni narraciones que van de atrás para adelante, pero sí la moralidad ambigua de Bell y sus discutibles métodos justicieros, más si tenemos en cuenta que juega de este lado de la ley. Todo arranca cuando Erin llega a la escena de un crimen y cree saber la verdadera identidad del cadáver de este hombre. Su aspecto desalineado deja bien en claro que la detective tuvo una de “esas noches” que no le ganan el afecto ni el respeto de sus compañeros, pero las primeras pistas que vislumbra del asesinato, y otras tantas que recibe directo en su escritorio de la jefatura, la guían derechito hacia un caso que tuvo lugar 17 años atrás y que la dejó marcada para siempre. Un billete manchado es la conexión con un violento robo bancario y la banda de ladrones que lo llevó a cabo casi dos décadas atrás. Un caso que la joven Bell y su compañero Chris (Sebastian Stan) vivieron de primera mano, ya que actuaron como agentes infiltrados para el FBI. El arresto tuvo más de un inconveniente y el líder de la pandilla, Silas (Toby Kebbell), logró huir con algunos de sus cómplices y gran parte del botín, sin tener novedades desde entonces. El dinero y el cuerpo encontrado parecen indicar que Silas está de regreso en la ciudad y Erin hará todo lo necesario para que el delincuente pague por lo sucedido, aunque esto implique dejar la ley a un costado y hacer justicia por mano propia. La única forma de hallarlo es contactar a los viejos miembros de la banda que sí fueron encarcelados, y otros tantos que se ocultaron a simple vista. De esta manera, “Destrucción” se convierte en una cruzada para esta mujer que no tiene mucho que perder, pero intenta recuperar un poco de su alma. La venganza nunca es buena ¿Por qué? Poco y nada se puede develar de la historia pergeñada por Hay y Manfredi que nos pasean del presente al pasado con el único objetivo de entender las acciones de Erin, una mujer que no logró superar lo ocurrido y, desde entonces, recorre su propio camino de autodestrucción, muchas veces, arrastrando a sus seres queridos, ya sea su hija adolescente (Jade Pettyjohn) o una ex pareja (Scoot McNairy) que ya se cansó de intentarlo. Esta espiral de remordimiento y autoflagelación emocional que ya lleva 17 años, se acentúa con el supuesto regreso de Silas, una figura que se mantiene en las sombras hasta que necesita dinero para seguir subsistiendo y planea un nuevo atraco. Kusama hace un gran trabajo desmenuzando los hechos del pasado y su repercusión en el presente siempre desde el punto de vista de su protagonista, una Nicole Kidman irreconocible, sólo impulsada por sus ansias de saldar cuentas y cerrar esta oscura página de su vida. Por algo el título original de la película es “Destroyer”, haciendo alusión a ese destructor o destructora al cual achacarle toda la culpa. Los realizadores nos entregan una estructura narrativa que va revelando sus pormenores a medida que ellos quieren. Ahí reside gran parte del impacto de esta historia que, la mayoría de las veces, recae sobre los hombros de su personaje principal, teniendo al resto de un gran elenco orbitando alrededor de ella. Por lo menos, una nominación al Oscar “Destrucción” es un drama policial crudo desde su temática y sus imágenes. Kusama no tiene ningún apuro para meternos de lleno en la acción y se toma su tiempo (algo que puede molestar a los espectadores más impacientes) para dejarnos entrar en la historia y en la cabecita de Erin Bell, describiendo las relaciones más importantes de su vida, ya sea con su ex compañero o con su hija. La fotografía de Julie Kirkwood y el montaje de Plummy Tucker también son decisivos a la hora de darle forma a un relato que no necesariamente le debe el éxito a sus giros narrativos. El film, como buen noir moderno, explora la venganza como exhortación de la culpa. Lo novedoso es la visión femenina y oscura que suma el guión y, sobre todo, una de las mejores actuaciones de Kidman, cuya “valentía” no está en lucir desmejorada y sin maquillaje ante las cámaras, sino lograr nuestra empatía hacia un personaje que no siempre se la merece.
“Destrucción” es un impecable thriller policíaco situado en la ciudad de Los Ángeles que nos adentra en la vida de la detective Erin, protagonizada por Nicole Kidman.
Una mujer que fue agente infiltrada en una banda de ladrones de bancos y que, años después de fracasar, vuelve a enfrentarlos. Karyn Kusama es una realizadora interesante, especialista en películas de acción. Ha tenido éxitos (“Girlfight”) y fracasos (“Aeon Flux”), pero su tema es el rol de las mujeres en un universo donde es necesario a veces tomar las armas. De eso se trata “Destrucción”, sobre una mujer que fue agente infiltrada en una banda de ladrones de bancos y que, años después de fracasar, vuelve a enfrentarlos. La película tiene sus fallas, pero es un enorme bastidor para ver el trabajo de una perfecta y oscura Nicole Kidman; una actuación que es buena más allá del maquillaje, por cierto.
Un policial potente, con una protagonista que vive un trauma del pasado, un film al estilo de los clásicos del género, desde las películas de Don Siegel a los más actuales como Takeshi Kitano, la directora Karyn Kusama logra una narración intensa pero sin trucos, al servicio del género y de una protagonista espectacular. Nicole Kidman interpreta a la detective Erin Bell, que años atrás se infiltró en una banda de criminales con consecuencias que al comienzo de la película no conocemos pero iremos adivinando poco a poco. Lo que ocurrió la dejó marcada y hoy, cuando cree que el líder de aquella banda, Silas, ha vuelto a aparecer, ella decide emprender una cacería por mano propia sin importarle el precio. El suspenso está muy bien logrado, aun cuando uno imagina los eventos por venir. Justamente adivinar esos eventos los vuelve más trágicos y angustiantes. La detective, alcohólica y desaliñada, no tiene otro objetivo que saldar aquella cuenta. Un personaje que pertenece a una larga tradición de detectives obsesionados con un objetivo. Pero en la detective Erin hay un costado heroico, porque ella asume la responsabilidad de lo ocurrido y lo que quiere es cerrar algo que ha quedado abierto. Para semejante papel se necesita una gran actriz y Nicole Kidman sorprende en uno de los mejores trabajos de su carrera. Una pena que la película no haya recibido el reconocimiento que se merece.
Nicole Kidman: vengadora anónima y walking dead. Quizás el argumento de venta mas potente del filme sea ver como la belleza australiana se transforma en un guiñapo humano, un esqueleto consumido por el alcohol y la mala vida que cualquiera apostaría que está por morirse de cirrosis en cualquier momento. La Kidman es una agente encubierta que está en la mala por algo que pasó hace 15 años, detalle que la directora Karyn Kusama (Girlfight) se encarga de contar en lentos, interminables y poco excitantes flashbacks. Es en sí un policial negro con el género del protagonista cambiado; pero el problema es que la anécdota no amerita las dos horas de duración del largometraje, por lo cual Kusama se dedica a hacer trabajo de introspección y construcción dramática de caracteres que solo vale la pena ver por la perfomance de la australiana. La Kidman es una gran actriz y lo suyo entra en ese nicho de trabajos a conciencia en donde los actores mutan físicamente para dar el physique du rol… aún cuando el proceso ponga en serio riesgo su propia salud. Sea Charlize Theron con Monster o Christian Bale con El Maquinista, acá la Kidman adelgaza que da calambre y le meten maquillaje para que se vea como un cadáver ambulante, un detalle logrado ya que llama la atención a cualquier lugar que va en las escenas del filme situadas en la época actual. Pero esta detective no siempre fue un zombie que arrastra las piernas y las palabras y está con el último aliento a flor de boca: hace años era una oficial de carrera destacada y la empardaron con un poli agradable (Sebastian “¿por qué le dieron el escudo del Cap a Falcon y no a mí?” Stan) para un trabajo encubierto en una pandilla que asaltaba bancos y movía armas ilegales. Lo que sabemos es que fue un trabajo de meses, que Stan y la Kidman se liaron mas allá de lo requerido por sus roles, y que todo se fue al joraca. Y ahora, como un fantasma del pasado, la presencia potencial de los villanos de aquella época reaviva la llama de la venganza en la consumida detective. Que a Destroyer le sobra media hora es algo ultra obvio; una cosa es crear clima y otra es estirar las cosas hasta el punto de frenarlas casi del todo. La Kidman agotada recorre soplones, hace manuelas a cambio de data, se pelea con su hija quinceañera – que es rebelde y la odia – y lidia con su ex, el cual se sorprende que aún esté con vida. Porque no hay cosa que la Kidman no se haya metido en el cuerpo, sean polvos o licores y, para colmo, debe recomponerse de alguna manera para enfrentarse a la vieja pandilla que arruinó su trabajo encubierto y su vida. Hay que esperar al minuto 46 para ver que la consumida policía tiene fuego en las venas y puede llevarse puesto a tipos mas jóvenes y fuertes que ella, pero sólo es un destello fugaz. Salvo una lograda escena del atraco a un banco – en donde la Kidman se ve involucrada de casualidad, porque estaba siguiendo una pista y de pronto se topa con semejante sorpresa – el resto son palabras y palabras. Sí, Destroyer tiene un par de momentos dramáticos logrados – la confesión final de la Kidman frente a su hija por ejemplo -, pero los flashbacks no apasionan simplemente porque todo es muy vulgar y corriente. Figurando con 15 años menos la Kidman no se ve una nena y parece la mamá de Sebastian Stan; sigo sin entender por qué los productores están convencidos de que Toby Kebbell es un gran villano (lo han metido en todos lados, desde Warcraft hasta la fallida última versión de Los 4 Fantásticos), y lo que se supone que es un seudo clan Manson ultra violento y dedicado a robar bancos sólo es un montón de fanfarrones con mal carácter sobrepasados de polvo blanco. Ni siquiera Kebbell parece un líder brillante y rastrear su paradero demanda un montón de supuestos – de que a ninguno de los soplones que hablan con la Kidman se le pase siquiera por la cabeza la idea de mandarle un mensaje de texto a Kebbell para advertirle que van por él -, lo que hace que todo se vea traído de los pelos. Hay un par de vueltas de tuerca finales que repuntan el filme pero… No pido que todas las cintas sean pura acción (acá es un thriller, así que los misterios y el suspenso deberían estar a la orden del día) pero sí que al menos lo que haya en el medio sea apasionante, atraiga, te despierte el interés. El derrotero de la Kidman agotada es largo y lento, no es todo lo implacable que debiera; y el flashback con la Kidman joven tampoco es muy interesante, sin mucha química con Stan, sin despertar fascinación por estar encerrada con un grupo que se supone que es el mal supremo. Es simplemente un policial pasable, largo y algo estático, al cual hay que tenerle paciencia y que sólo vale la pena ver por el tour de force de la australiana, la que sigue demostrando que es una de las mejores actrices de la actualidad.
“Destroyer” es un interesante ejercicio cinematográfico que funciona en varios niveles, pero, ante todo, resulta atractivo en referencia al desafío actoral que representa para su protagonista y eje omnipresente del relato: la grandiosa Nicole Kidman. Gracias a una impresionante transformación física (maquillaje y prótesis mediante) el sufrido personaje que la actriz australiana interpreta se dirime en dos espacios de tiempo que distan en décadas. Dos episodios de drástica naturaleza separan la distancia cronológica y también escinden la frágil naturaleza de un ser arrasado en su interior. Allí residirá la clave del relato la notoria valía de “Destroyer” como un exponente cinematográfico inusual. Algo se rompió en Eril Bell, es una mujer herida. En este personaje femenino se encarna la valentía, el dolor y la imperfección moral de un ser que no cede en la búsqueda de su propia redención. El drama de una mujer policía, falible en su rol de madre, quien sortea la discriminación de género y se rodea de peligro transitando para nada agradables ambientes del hampa californiana, parecen converger en un cúmulo de lugares comunes difícil de sortear. Sin embargo, en manos de la directora Karyn Kusama – autora de Jennifer’s Body (2009) y La invitación (2015) – la propuesta adquiere un vuelo cinematográfico notable. La mayor virtud de “Destroyer” reside en el interés que genera la trama, trabajando de forma alterna el registro temporal. En su ir y venir cronológico, resultará inevitable que pasado y presente se encuentren, desentrañando la clave del misterio (el activa la investigación policial) y desatando los tensos hilos psicológicos que apresan a la inestable pero insistente mujer policía. Respaldada por una nominación a los Globos de Oro, el papel de la protagonista de “Las Horas” posee una dimensión dramática tal que nos demuestra el inagotable talento de su estrella. Esta diva del celuloide del nuevo siglo atraviesa un excelente momento profesional, respaldado en la elección de desafiantes roles y proyectos independientes elogiosos. Desde “The Beguiled” a “Boy Erased” y de allí a “El Sacrificio de un Ciervo Sagrado” y “Camino a Casa”. La inteligente narración construida, moviéndose entre incesantes flashbacks y flashforwards, pergeñan un recorrido argumental que desafía el intelecto del atento espectador. Visualmente sofisticada, nos encontramos frente a un especímen cinematográfico potente y de inusual belleza. La autora prefiere hacer foco en el trauma y las motivaciones -éticas y emotivas- de su sufrida fémina en proceso de autodestrucción, sabedora que deposita en esta luminaria hollywoodense la suerte entera de este film de profundo cáliz existencialista. Por momentos, una atormentada Erin Bell parece alimentarse del propio peligro en el que se balancea su afligida rutina. Retratando a un personaje de múltiples matices dramáticos, Kidman aborda el enésimo riesgo interpretativo de su carrera, mostrándose audaz y lejos de todo encasillamiento, a sus 50 años de edad. Esta valiente mujer de ley, intrépida y de armas tomar, se inmiscuirá en ambientes sórdidos, espejándose en la lobreguez del asunto que parece retenerla en tiempo y espacio, ajena a una vida que no le pertenece y presa de sus pecados pasados. Nicole es una estrella que se ensucia, literalmente, jamás calculando la profundidad del lodo asfixiante en donde se adentra. Sin retorno afectivo, su lento y adivinado fade out ofrece como un sacrificio la salud dinamitada. Las pruebas remiten el lento proceso de derrumbe, con nada por delante que perder. Nicole brilla en el firmamento. Celebramos su osadía, pidamos un rock para la mujer perdida.