Demasiada mujer para tan poca película… Lo que le falta a este film es lo que le sobró a la princesa Diana…corazón. De todas las cosas que se dijeron, y se podrán decir de Lady Di, es innegable que tenía un espíritu inquebrantable y una convicción que podía llevarla a exponerse a un campo de minas (desminado, pero con riesgo de muerte incluido) para defender la causa por la que luchaba. Conocida en su momento como la mujer más famosa del mundo, realizar una película sobre ella no parecía una tarea fácil… y definitivamente no lo fue. Ni el director de La Caída ni la excelente actriz Naomi Watts pudieron hacer nada con estas dos horas de largometraje, sólo preguntarse si habrá valido la pena siquiera intentarlo. Nunca vemos a Diana en pantalla, es decir, por más que el peinado sea parecido, que la ropa sea la misma, el andar y el caminar sugerentes también, siempre vemos a Naomi interpretando. Los diálogos pretenden transmitir “cosas importantes” pero está claro que alguien se olvidó de decir a los actores que deberían utilizar otro tono, otra impronta, y al final nos queda la misma sensación que muchos tuvimos cuando supimos la noticia de su muerte: un vacío difícil de llenar...
A pesar de una buena interpretación de Naomi Watts, el film de Oliver Hirschbiegel se acerca más a una telenovela que a la biografía que esperábamos. Dos años antes de su muerte, Lady Di comenzó un supuesto romance con Hasnat Kahn, un médico de origen pakistaní. La relación que en un comienzo pareció imposible, poco a poco avanzó hasta convertirse en una realidad. Pero la vida de Diana, que la expone una y otra vez frente al mundo, se contrapone con los deseos de una vida tranquila y lejos de las cámaras que busca Hasnat. Diana… de lejos Más allá del interés que pueda tener cada uno de nosotros en ver un film sobre Lady Di, uno debe reconocer que la vida de la Princesa Diana es digna merecedora de una película. Su casamiento y posterior divorcio con el Príncipe Carlos, sus constantes roces con la Corona Inglesa, sus trabajos humanitarios y su posterior muerte en un accidente de tránsito en Paris mientras era acosada por la prensa, la transformaron en un personaje que, tarde o temprano, iba a llegar a la pantalla grande para contar este cuento de hadas con un triste desenlace. Diana quizás no sea una biografía en el sentido estricto de la palabra. A diferencia de films como Ray sobre Ray Charles o Walk The Line sobre Johnny Cash, este tan solo cubre los últimos dos años de vida de la princesa, centrándose en la relación que tuvo con el médico cardiólogo paquistaní Hasnat Khan. Diana es un film con fuertes problemas de identidad. Maneja los tiempos de una biografía, donde los conflictos que surgen se resuelven rápidamente para dar paso más y más conflictos, pero reniega de su condición. Por momentos da la sensación que la dirección de Oliver Hirschbiegel (La Caída) y el guión de Stephen Jeffreys (El Libertino) van para dos caminos completamente distintos. Mientras que Hirschbiegel intenta contar una historia de amor, Jeffreys prefiere posar su ojo en la relación amor/odio de Diana con la prensa y su imposibilidad de llevar una vida normal. Aunque la temática resulta siempre interesante y por mementos ambas ideas avanzan juntas de la mano, la mayoría del tiempo no lo hace y allí es cuando el film comienza lentamente a naufragar narrativamente hablando. DIANA-Naomi-Watts3Ya dejamos claro que como biografía Diana se queda corta, pero como historia de amor es cuando el film muestra sus mejores armas. Sin ser nada que no hayamos visto antes, la película se las arregla para contar de una forma clásica la historia del verdadero amor en la vida de Lady Di. A pesar de sus diálogos banales y situaciones que parecen intentar reforzar una y otra vez en nuestra cabeza la idea de lo buena persona que fue Diana, hay una sencillez que no suele darse en films sobre esta o cualquier figura pública. Quizás ese sea el mayor mérito de Diana, el perder hacer olvidar al espectador, aunque sea por algunos momentos, que está viendo un film sobre Lady Di y que esta es una historia de amor imposible como muchas otras. Naomi Watts, como de costumbre, brinda una fantástica interpretación. Logra captar a la perfección los gestos y movimientos de la princesa, aunque desgraciadamente el guión nunca le da la oportunidad de lucirse como se debe. Naveen Andrews, a quien algunos de ustedes recordarán por su papel de Sayid en la serie Lost, también brinda una buena actuación, e incluso es por su personaje donde pasan los conflictos más interesantes. Conclusión Diana es una visión casi “telenovelesca” de los últimos años de vida de Lady Di. Aunque con buenas actuaciones y una dirección que por momentos presenta interesantes ideas desde lo visual, el hecho de nunca tener en claro que camino quiere agarrar ni que historia está interesada en contar termina por jugarle en contra. Aun así, resulta un film entretenido que podría haber resultado mucho mejor… o teniendo en cuenta el resultado final, mucho peor. - See more at: http://altapeli.com/review-diana/#sthash.kXNrRmCr.dpuf
LA CAMARA PERDIDA El género de las biografías cinematográficas está viviendo un nuevo esplendor, tal vez el más grande de la historia del cine. El motivo seguramente es la falta de criterio de realizadores, críticos y espectadores para evaluar una obra de arte cuya conexión con la realidad no sea absolumente literal. El mercado, agradecido. Si los libros biográficos son best seller porque no habría de ocurrir algo parecido con los films del género biopic. Dentro de ese género, el Reino Unido ya ha construido un buen número de films. Entre los más destacados primero estuvo La reina (Oscar a mejor actriz para Helen Mirren) y La dama de hierro (Oscar a mejor actriz para Meryl Streep). Ahora ha llegado, de forma razonable si pensamos en término de mercado, Diana, film que retrata el período final de la vida de Lady Di, luego de su separación del Príncipe Carlos y hasta su muerte. Como todo film de género, el biopic suele enfrentarse a varios problemas causado por los lugares comunes de esta clase de relatos. Un cliché estético un tanto insufrible es empezar la película por su final, un prólogo de los instantes previos al desenlace para luego retroceder en el tiempo y narrar cronológicamente hasta llegar al final a ese instante narrado en el prólogo. Debido a la muerte violenta de Lady Di, era de esperarse cierto pudor por parte del relato y se agradece que dicho pudor esté. No es mucho más lo que se puede agradecer, en particular al director, causante de mucho de los problemas que tiene la película. El ejemplo más claro es la cámara que sigue a Diana y sus acompañantes y se detiene de forma absurda e injustificada cuando ella de pronto también lo hace y, peor aún, ¡retrocede! Delatando así su condición de cámara. Un plano espantoso y totalmente gratuito al que mejor no interpretar más allá de la torpeza visual. Pensar que ese recurso tiene un significado sería hundir aun más al film. Oliver Hirschbiegel, el director de origen alemán y realizador de La caída, no se conforma con ese plano horrible, sino que lo usa dos veces, al comienzo y al final de la película, cuando arma la misma escena con diferentes ángulos de cámara. Si con el mediocre relato sobre los últimos días de Hitler, Hirschbiegel impactó al mundo, aquí sus chances de dejar una marca se vuelven casi imposibles. Diana es un film romántico por encima de casi cualquier otra cosa, pero en manos del director equivocado y con un guión que también suma problemas. Esta no es una película para conocer a Lady Di, esta es una película para que los que ya conozcan a Lady Di se acerquen a unos de los aspectos de su vida privada. La historia de amor imposible –en realidad no lo es tanto, y eso vuelve todo más triste- entre ella y un cirujano de origen paquistaní tiene muchas posibilidades pero el retrato chato y casi reidero que hace la película de él le quita toda fuerza al romance. Algunas líneas de diálogo son lamentables, tan simple como eso. Ni Naomi Watts, apenas afectada por la imitación, ese otro cliché del géner, logra imponer su natural carisma, ni la emoción de la historia consigue abrirse paso. Tan solo algunos instantes de emoción, algunos flashes del film que pudo ser que se asoman pero se terminan perdiendo entre todo lo mencionado. La mejor frase del film es un poema de Rumi, tal vez mal citado, pero igualmente emocionante. Ahí, justo al final, llega lo más interesante, aquello que tal vez Diana quiso retratar pero no pudo. “Somewhere between right and wrong there is a garden. I will meet you there.”
La princesa que no quería ser La biopic sobre Lady Di cae en todos los lugares comunes del género: busca humanizar a la figura real desde un suceso emocional que le quita toda racionalidad a sus actitudes, logrando así un personaje que produce lástima y empatía en igual dosis, y por sobre todo, se enmarca dentro de un film políticamente correcto. Diana (2013) se instala en la relación entre la princesa (Naomi Watts) y el doctor Hasnat Kahn (Naveen Andrews). Un romance inusual y apasionado que le genera a Diana un renacer emocional y, como todo los romances prohibidos, un dolor inmenso. A través del suceso se entienden –y peor, fundamentan- las actitudes políticamente incorrectas de la princesa de Gales. El amor es el sentimiento que viene, a niveles cinematográficos, a darle sentido a lo incomprensible, a lo irracional. Si no se pueden fundamentar actitudes de un personaje desde el raciocinio, aparecerá el amor para justificar cualquier hecho. Desde esta antiquísima idea es construida la película Diana a partir del libro de Kate Snell. Lady Di le dio más de un dolor de cabeza a la cúpula real británica. Separada de su marido, el príncipe Carlos, simbolizó la rebelión femenina y con sus actos humanitarios pretendió utilizar su poder en beneficio del pueblo ¿Cómo hacer un film sobre un personaje incorrecto para la realeza, que a la vez deje bien parada a la monarquía y sin embargo genere simpatía para con su protagonista? La solución facilista que encuentra la película es encarar al personaje desde la irracionalidad que produce el amor. La película comienza con un personaje en crisis, vulnerable y débil emocionalmente. De ahí ciertos recursos del cine moderno para graficar sus conflictos internos que implementa el director Oliver Hirschbiegel (La caída). Pero rápidamente el relato se reencauza en la narración genérica: una historia de amor prohibido lisa y llana con más de un estereotipo dando vueltas. El hombre es hindú y su madre no acepta el casamiento –y la felicidad de su hijo- por ser ella cristiana y estar separada de otro hombre…¡¡¡por más que sea princesa!!! Los acosos de los paparazzis, las visitas a escondidas, etc. La película plantea a Diana como una celebrity, no como una celebridad, es decir una persona famosa que rechaza su condición en función de no poder tener una vida “normal”. ¿Qué logra el film? Mostrar una Diana vulnerable, humanizarla en sus sentimientos y alejarla de toda ideología. Incluso justificando sus causas y accionar político desde la irracionalidad del amor. Lo que queda es un film chato, que por lapsos aburre, y que nunca encuentra ese momento revelador acerca de la vida del personaje retratado.
Año de biopics. Muchas. Algunas con mejor resultado que otras. Aún estoy pensando en qué lugar ubicar a “Diana”(Inglaterra, 2013) de Oliver Hischbiegel (“La Caída”) que plasma los últimos dos años de vida de la princesa Lady Di y sus avatares amorosos post separación del príncipe Carlos. Diana, magistralmente interpretada por Naomi Watts (¿otro nombre para el Oscar?), arranca con una soberbia escena inicial en la que nunca vemos el rostro de la actriz y sí a Diana Spencer caminando dentro de una habitación de hotel, de espaldas a cámara, hasta que sale de la misma y camina por un pasillo, acompañada por sus guardaespaldas. Allí la cámara se detiene y retrocede como para buscar algo olvidado y el director se traslada al pasado y la vemos lidiando con su soledad (obviedad de ponerse a escuchar diegéticamente el tema “All by myself”) y las “injusticias” que la prensa dice sobre ella. Diana es madre, pero hasta casi el final de la cinta nunca la vemos con sus hijos, esos hijos por los que tanto peleó para poder seguir asistiéndolos y acompañándolos a pesar de la reticencia de la realeza en su intento de tener una familia, “nunca fui aceptada por una familia” dice, pero tampoco este valor se lo construye en el film ."Nuestro matrimonio era de tres” le dice en una entrevista a la BBC, la misma entrevista en la que afirmó haber tenido problemas de alimentación y autoflagelarse. La realeza y la gente se paralizan. Pero Diana es bella, es joven, y a pesar de seguir en el ojo de la tormenta quiere rearmar su vida. Sabe que le va a costar mucho, porque obviamente no puede como cualquier mortal común ir a tomar algo con alguien o ir a un lugar a distenderse y conocer gente. Pero un día por casualidad y luego de la internación del marido de Oonagh Toffolo (Geraldine James) conoce a Hasnat Kahn (Naveen Adrews, mundialmente conocido como Sayid de “Lost”) un cirujano por el que se enamorará perdidamente. Las idas y venidas entre ambos (“te quiero pero no puedo estar contigo y con todo el mundo”) y los planteos que le hace Diana, emparentan este biopic con las más cursis telenovelas de la tarde o con, hasta cierto punto, “Notting Hill”(USA/Inglaterra, 1999) en esto de persona famosa y persona común que intentan armar su vida juntos. La puesta en escena, la dirección es chata, simple, no hay vuelo. Es una película más dialogada que “actuada” en el sentido de “acción”. En la progresión Kahn no quiere exposición, y aún habiendo ido Diana a conocer a su familia en Pakistán, y de caerle bien hasta a su madre (siempre hay que caerle en gracia a la suegra) decide dejarla. Diana se enfoca en la caridad “sean generosos, hay miles de personas que necesitan de su generosidad” y se va de gira por el mundo para ayudar a los más vulnerables. Los flashes, el lujo, los vestidos glamorosos, la TV, los paparazzis, todo la hace pensar aún más en Kahn. Para olvidarlo acepta una invitación del multimillonario Dodi Al-Fayed (Cas Anvar). Y ahí comienza otra película. Una en la que Diana es mostrada como manipuladora y calculadora, digitando a la prensa para lograr celos en Kahn e invita a fotógrafos a que la capturen en los yates de Fayed tomando sol o acariciándolo. La “princesa del pueblo” se quiebra, es tapa de todos los periódicos sensacionalistas pero lo único que desea en el fondo es la aceptación de Kahn. El final ya es conocido por todos. “Diana” vale la pena por la actuación de Watts, una actriz que ha demostrado en sus últimos papeles (“Lo Imposible”, “Promesas del Este”, “Funny Games”) una entrega total en la interpretación. Si ella no estuviera quizás “Diana” no sería el film que se merecería “la princesa del pueblo” y bien podríamos estar viendo alguna novela vespertina.
Naomi Watts tomó una apuesta arriesgada. Diana es venerada en Gran Bretaña y cualquier acercamiento a su figura, siempre iba a ser sujeto de discusión, debate y controversia. La verdad, debo reconocer que esperaba un enfoque distinto a su figura, pensando que Oliver Hirschbiegel (el director de la monumental "La caída") estaba acostumbrado a conmover y perfilar sujetos de manera muy personal. Es importante saber que no es esta, una biopic convencional. No hay muchos hechos políticos descriptos con detalle y particularmente, se centra en los dos últimos años de la vida de la malograda Princesa de Gales y su supuesto romance con el cirujano paquistankí Hasnat Khan (Naveen Andrews). El guión de Stephen Jeffreys está basado en el libro de Kate Snell que, debo decir, se aleja de la mirada política y se centra en la cuestión íntima e invisible (para la gente) de la vida de Diana. Lo que la historia intenta plantear (de manera larga, a veces tortuosa aunque con un prolijo encuadre visual) es que la plebeya más famosa del siglo XX la pasaba mal y estaba muy sola. Elemento, que quien incluso superficialmente está en tema, conoce, y muy bien. La vida de Diana era vacía, desde los afectos y rica en eventos sociales. Lo que la cinta presenta es que su relación con Khan le dio impulso para modificar en cierta manera su forma de encarar la opinión pública y usar la prensa a su favor en temas delicados, como el tema de la recuperación para la agricultura de tierras minadas. Debemos decir que Naomi está muy bien (es un actriz magnética, convengamos), y Andrews la acompaña con solvencia. El problema es que siendo Diana quien era, la novela color rosa que presenciamos es bastante convencional y previsible. Hirschbiegel desperdicia una gran oportunidad, al atarse mucho al guión y dejar de lado las complejas implicancias entre la Corona y su grupo de asesores. Quienes hemos visto otras biopics de la misma persona, sabemos que ahí hay todavía mucha riqueza para analizar. Ese costado, aquí, está ausente. En ese sentido, "Diana" aporta poco a su figura y si no estuviera Watts al frente del elenco, me atrevería a decir que es sólo una discreta historia de amor entre dos personas de distinta clase social (lo cual, es poco, teniendo en cuenta las expectativas que teníamos). Otra vez será.
Diana resultó una película decepcionante por la manera en que se abordó el tratamiento de una figura popular como fue la Princesa de Gales. Diana Spencer tuvo literalmente una vida de película y su historia personal es muy rica e interesante por todas las cosas que llegó a vivir. Si se busca una biografía para hacer un film acá había material de sobra. Su relación con Carlos, la relación tensa que siempre tuvo con la monarquía inglesa, la manera en que se conectó con la gente, como no lo hizo ninguna otra figura de la realeza de ese país en las últimas décadas, más el trágico accidente que terminó con su vida, eran elementos lo suficientemente atractivos para hacer una buena película. Sin embargo los productores de este film decidieron construir esta producción en base a un rumor absolutamente incomprobable que se basa en un libro malo, destruido por la prensa inglesa, llamado "Diana: The Last Love", de Kate Snell. Según Snell el gran amor en la vida de Diana habría sido un médico llamado Hasnath Kahn con quien aparentemente ella deseaba casarse y tuvo un romance. El libro fue impresentable y nadie tomó en serio la investigación de esta mujer porque estaba construido con supuestos comentarios y chismes que obtuvo de personas allegadas a la princesa. Un material que carecía de seriedad. Sin embargo, decidieron adaptarlo en el cine y dio como resultado un melodrama hollywondense que desaprovecha una historia que daba para mucho más. Más allá si el romance existió o no, el problema de esta película es que nunca llega a aprovechar la historia de Diana. A diferencia de La Reina, con Helen Mirren que fue una gran producción que retrató con más profundidad la figura de la Reina Isabel II, Diana se queda en el melodrama inventado de una telenovela de Thalía, donde lo único positivo es el trabajo de Naomi Watts. Esta película fue aniquilada por la prensa inglesa y al verla uno logra entender por qué. Creo que lo más decepcionante es que detrás de este film hay un muy buen director como Olivier Hirschbiegel, quien había hecho un gran trabajo en El experimento (2001) y La caída (2004), sobre los últimos días de Hitler. Diana no parece dirigida por él y por eso sorprende ver su nombre en los créditos, ya que esta producción no está en el nivel de lo que este hombre puede brindar como cineasta. Naomi Watts presenta una muy buena interpretación como la princesa de Gales y es una lástima que no se la pudiera disfrutar en un buena biográfia que trabajara mejor esta historia. Aquellos que tengan ganas de ver un melodrama meloso como los que escribe Nicholas Sparks seguramente disfrutarán más esta producción. Ahora si buscás ver una buena película sobre la historia de Diana esta no es la mejor opción.
Si el lugar común "una vida de película" puede aplicarse a una figura sin caer en el ridículo ni en la exageración, la de Diana, con su apasionante, cambiante y finalmente trágica existencia, es una de ellas. Su muerte en París, en agosto de 1997, con apenas 36 años, terminó de convertir en mito a una mujer que desde siempre ocupó los primeros planos de la agenda mediática, despertó odios y pasiones, y cambió las reglas de juego y la imagen de la realeza británica. El cine no podía dejar pasar la oportunidad de acercarse a una personalidad como la de la princesa de Gales, heroína y mártir, sufrida esposa, amante y madre, estrella y víctima de la TV y de los tabloides amarillistas, filántropa y estadista. ¿Cuántas personalidades en el mundo estuvieron tanto tiempo y tantas veces como protagonistas en ámbitos tan diversos y disímiles? Para este desafío nada sencillo se contrató al guionista Stephen Jeffreys ( El libertino ) y al director alemán Oliver Hirschbiegel ( La caída ), pero el resultado está lejos de los antecedentes de ambos; Diana -la película- sólo en muy pocos pasajes logra retratar y transmitir las múltiples facetas, contradicciones, atractivos y dimensiones de semejante personaje. El film arranca cerca del final, y luego va y viene en el tiempo para reconstruir sobre todo los dos últimos años de Diana, en especial la relación apasionada (y "prohibida") con el cirujano paquistaní Hasnat Khan (Naveen Andrews). En efecto, bastante antes de su promocionado romance con el multimillonario y playboy Dodi Al-Fayed (Cas Anvar) y después de su separación de hecho (y posterior divorcio) del príncipe Carlos, ella vivió el que para muchos fue el gran amor de su vida. La película regala algunos momentos de humor, de intensidad o simplemente curiosos (las distintas maneras en que ella o sus visitantes salían y entraban a escondidas desde y hacia el palacio de Kensington, sus encuentros nocturnos en los parques públicos), pero en buena parte de sus casi dos horas es una biopic demasiado chata y convencional, que parece haber sido concebida con el manual del subgénero de biografías cinematográficas. Diana (más allá de los esfuerzos de la siempre digna Naomi Watts) resulta en varios pasajes demasiado obvia, incluso cuando se quiere mostrar los aspectos más cuestionables (sus contactos directos y manejos manipulatorios con los paparazzi que ella misma denunciaba públicamente) o los más laudatorios (la inteligencia e ingenio que exponía en sus campañas políticas y humanitarias) de su personalidad, Hirschbiegel apela muchas veces al trazo grueso que subraya una y otra vez de manera torpe todo aquello que ya había sido expuesto en palabras e imágenes. Esa limitación en su relación con el espectador resulta el mayor pecado de un film impecable desde lo formal, pero en definitiva poco convincente en su retrato psicológico y social.
Todos los clichés y un poco más Era inevitable, apenas cuestión de tiempo, que la figura de Diana Spencer –mejor conocida como Lady Di, primera esposa del heredero a la corona británica, el príncipe Carlos de Gales, y autoproclamada en su momento “reina de corazones”– terminara siendo víctima de una biopic, género / tentación en el que es muy fácil caer, pero del que es sumamente difícil salir airoso. Suerte de prueba empírica de ello, Diana, la princesa del pueblo resulta un ejemplo paradigmático de esas dificultades. Y de hecho puede decirse que el alemán Oliver Hirschbiegel, director de la película, se tropieza con cada una de las piedras con que a priori cualquiera podía imaginar que se encontraría al hacerse cargo de un proyecto semejante. Es cierto que la película no pretende contar la historia de la célebre princesa, aunque su engañoso tagline afirme misteriosamente que una verdad nunca dicha será ahora revelada. De hecho, la película comienza con Diana ya divorciada de Carlitos Windsor y relata la historia de amor que unió a la famosa princesa con un ignoto cirujano musulmán de origen paquistaní. La película reduce a la princesa al cliché de niña rica que tiene tristeza y sufre mal de amores. Melosa, condescendiente, sensiblera y de abusiva corrección política, Diana, la princesa del pueblo no sólo elude todo riesgo posible a la hora de contar el tramo final de la vida de esta “princesa del pueblo”, sino que busca usufructuar la popularidad de la figura de Diana, subrayando todo lo que la hizo uno de los personajes favoritos del reino de farandulandia. Es decir, lo contrario de lo que Hirschbiegel había intentado en La caída, la película que le dio cierta fama y en la que se narraban los últimos días de Adolf Hitler, buscando mostrar el costado humano e inseguro de quien se ha ganado con creces un lugar en el podio de los más grandes hijos de puta de la historia. Diana representa el opuesto perfecto de Hitler: ahí donde él sólo provoca rechazo, ella es toda delicadeza, sensibilidad, elegancia, pero también angustia, fragilidad y simpatía. Es curioso que Hirschbiegel se arriesgara con un personaje como Hitler, pero eligiera el camino más fácil con Diana, evitando profundizar (a veces sin siquiera rozar) los costados más polémicos de su vida y de su muerte. Diana, la princesa del pueblo es culpable entonces de uno de los peores crímenes cinematográficos que una película puede cometer: es culpable de comodidad.
El director Olivier Hirschbiegel por un lado y la gran actuación de Naomi Watts hacen que esta película tenga una segura audiencia. También es acertado haber elegido un período preciso de su vida, un amor no muy conocido, su reportaje a la bbc, su coqueteo con la prensa y su fin. Tiene altibajos, a veces un sobrevuelo en situaciones que son un cliché romántico, pero también invoca con calidez a una mujer que en momentos era una hoja en un vendaval y en otros, una mujer dispuesta a ser distinta. No es una gran película, pero su visión es emotiva y entretenida.
El amor de su vida Resulta más sencillo contar qué no es Diana que lo que sí es. La película no cuenta la separación de Lady Di del príncipe Charles, su relación con sus hijos y con la corona británica, ni su romance con Dodi Fayed, aunque todo eso lo incluye con pinceladas. ¿De qué va entonces? Del verdadero amor de su vida. Diana estuvo perdida, loca, apasionadamente enamorada de un cirujano paquistaní que trabajaba en Londres. Lo conoció luego de su separación del infiel Charles y antes de Fayed. Los encuentros con el millonario habrían sido, según la película y el libro en el que se basa, una pantalla y también una manera de desafío hacia Hasnet, el hombre que no sabía cómo hacer para amar a esta mujer pública que amaba todo el mundo. Pero no es ése el ángulo desde el que Oliver Hirschbiegel enfoca la historia del “verdadero amor de Diana”, sino que, cómo perdérselo, pone la cámara del lado de Diana. Si la película es, en sí, toda, una historia de amor, qué mejor que tener como entera protagonista a la mujer que murió trágicamente, y que tenia el corazón más grande que el Palacio de Buckingham. Hirschbiegel (La caída), sabiendo que trata una historia poco conocida, se permite sorpresas, incidencias como guiños (el médico ingresando a la residencia custodiada de la Princesa escondido en el auto; Diana disfrazada sorprendiendo en la puerta de su departamento a su amante, y así). Todo eso le garantiza la empatía, si acaso hiciera falta, del espectador/a con Diana. El asunto es que Diana, la película, anda un poco floja de papeles. El guión no es sólido, y los papeles secundarios aportan poco y nada a una historia que, eminentemente, pasa por el corazón y no por otro sentido del público. Naomi Watts trabaja los gestos, las posturas y hasta el acento, lo cual asombra pero no lleva más allá del comentario de qué buena personificación hace. La interpretación del personaje no depende aquí de ella, sino del guión.
En “Diana” prevalece la actual cultura del chisme No diremos que está mal hecha, pero se alarga demasiado esta película sobre un supuesto romance secreto de la princesa Diana con un médico de origen pakistaní, que encima pone al finado Dodi Al-Fayed como una especie de gancho para provocarle celos al otro. Se acabó la imagen de los dos enamorados, te usaron y encima te moriste como un zonzo, pobre Dodi con toda la plata que invertiste en la rubia aquella. Pero eso es porque los responsables de la película tomaron como palabra santa el amarillista libro "Diana. Her Last Love", de una productora televisiva, Kate Snell. Ahora ya es tarde, no importan las críticas y desmentidas de familiares y gente que sabe, la cultura del chisme prevalece y es más sabrosa, y con el tiempo se convierte en verdad revelada. Fuera de esto, la platea amiga de ricos y famosos tiene para entretenerse. Dentro del palacio de Kensington hay una joven rica que tiene tristeza, un morocho que la reanima, lujos y placeres, luego viajes a piacere, mucho ornato, la atracción del drama, etcétera. Las actividades filantrópicas de Diana (campañas contra los explosivos personales, apoyo a diversas entidades médicas solidarias, remate de su guardarropas con fines benéficos en Nueva York, etc.) se ilustran de modo colorido, apresurado y superficial, como en las revistas "del corazón", y para mayor empatía varios planos remiten hábilmente al recuerdo de ciertas fotos muy difundidas en su oportunidad. Con eso, mucha gente que ahora ve esta historia revive también su propia historia. Para ella va la película. Eso sí, mucho vestuario y reconstrucción de los 90 pero la muchacha sale un día rodeada de guardaespaldas y a la noche anda sola por la vía, sin nadie que la vigile. Eso suena a solución fácil del libretista, que se creyó que estaba haciendo "La princesa que quería vivir", donde Audrey Hepburn se escapa a pasear en motoneta con Gregory Peck. Encima, el actor que representa al susodicho médico más que hijo de ricos pakistaníes parece el hijo de Peter Sellers en alguna película tipo "La fiesta inolvidable. La segunda generación". Se trata de Naveen Andrews, el que hacía de Sayud Jarrah en "Lost". En cambio Naomí Watts está perfecta, sólo que innegablemente más linda y más vivaracha que la verdadera Lady Di. Guión, con vuelo televisivo, Stephen Jeffreys. Director, Oliver Hirschbiegel, el mismo de "La caída" y "Cinco minutos de gloria" (hombre capaz, ya vendrán tiempos mejores). Víctima sobreviviente, el doctor Hasnat Kahn, que existe de veras y que con tanto bochinche alrededor de su vida amorosa se tuvo que mudar a Malasia.
'Diana', menos que una biopic tradicional, es un film romántico sobre un amor secreto y prohibido. Pero más allá de sus falencias, dejando de lado ciertas cursilerías, melodramas y detalles políticamente correctos, hay cosas para rescatar y destacar de la visión de Oliver Hirschbiegel. Escuchá el comentario. (ver link).
Una extraña historia de amor El filme está basado en el libro de Kate Snell, "Su último amor" y gira en torno a un supuesto romance entre la princesa Diana de Gales y el cardiocirujano Hasnat Kahn, de origen pakistaní. La relación se habría establecido posteriormente a la separación de la princesa de su marido, el príncipe Carlos de Inglaterra y finalizado en 1997, antes de su accidente en agosto de ese año. La misma historia plantea la relación con el millonario Dodi Al Fayed, con quien ella falleciera, como una suerte de intermezzo, que funcionaría como incentivo para la relación con Kahn, interrumpida en esos momentos. La película es una docu-ficción, que inicia la acción el día de la muerte de la princesa de Gales (Naomi Watts) en París y a través de un flashback presenta a la joven, separada de su marido y posteriormente iniciando la hipotética relación que la habría llevado a considerar la posibilidad de una conversión religiosa al islamismo. SESGO TRADICIONAL Con un estilo que se mantiene en la línea tradicional, el director de "La caída" (gran filme sobre los últimos días de Hitler) da un lustre elegante a una historia romántica, que de no ser protagonizada por una princesa de existencia real, podría ser la de cualquier mortal viviendo una historia de amor, con alguien de una clase social diferente, sumado a una diferencia de etnia. Si el director Oliver Hirschbiegel se propuso acceder a la verdadera intimidad de un personaje como Lady Di, su tarea quedó a medio camino, si se propuso mostrar simplemente una historia de amor lo logró. Con cuidado formal, un elegante diseño de producción, variados interiores y un sólido equipo de intérpretes en el que se destaca la gran actriz Naomi Watts (Diana) y Naveen Andrews (Hasnat Khan) actor inglés de origen indio. El filme hubiera ganado en intensidad con algumnos minutos menos de duración.
La caída de Hirschbiegel En el año 1997 el mundo se conmocionó ante la trágica muerte de la Princesa Diana de Gales, popularmente conocida como Lady Di, a los 36 años de edad. Millones de personas en todo el planeta ya se habían emocionado al verla contraer matrimonio con el príncipe Carlos de Inglaterra, en 1981. A partir de entonces sería "la princesa del pueblo", dado su origen plebeyo y su posterior actitud más cercana al común de la gente que a la estricta disciplina que el protocolo le imponía. El alemán Oliver Hirschbiegel, responsable de "La Caída", defrauda con este relato soso más propio de un telefilme para la hora del té que para la estatura del personaje que intenta abordar. El relato se centra en los últimos dos años de vida de la aún joven Diana, en el affair que mantuvo con el Dr.Hasnat Khan, tal vez su gran amor pero con quien no pudo establecer una relación estable en el tiempo. Sin riesgo alguno en lo cinematográfico, y con una Naomi Watts incapaz de profundizar en un personaje que daba para más, pero que se ahoga en un guión débil, sin trascendencia alguna, que prefiere quedarse en la superficie de las cosas desaprovechando todo el material que Diana dió durante años de desafío al "deber ser". Una princesa que quería vivir, eso era Lady Di, no ser una adorno más de esa monarquía que la despreciaba y a la que más de una vez incomodó. La princesa del pueblo a la que en este filme no se le hace justicia alguna.
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Princesa de amores imposibles Es cierto, no cuenta todo lo que se podía contar, es parcial y simplificada, pero lo que cuenta lo cuenta bien. El filme se impuso límites: no ir más allá de la historia de un amor imposible, aunque imaginando que ese romance con el cardiocirujano paquistaní era el gran amor de una princesa sin amor. Muestra una Diana sola, enamoradiza, vulnerable, buena y voluble. Sin Carlos, sin pompa, sin la realeza, con sus hijos lejos. El personaje daba para mucho, sobre todo para poder escarbar en las tortuosas relaciones entre ella y la reina, entre Diana y su marido infiel, entre Diana y la celebridad, entre lo que era y lo que simbolizaba. El filme no retrata a fondo esta mujer tan bella, tan poderosa y tan abandonada, que no tuvo ni un amor ni una familia. Se ocupa solamente de ese romance arrebatador que floreció en los dos últimos años de Diana, cuando ya Carlos no estaba y en la residencia eran más los silencios que los sueños. Y lo hace ajustándose al tono y al formato de un melodrama triste y elegante, que no evita las frases hechas ni las escenas convencionales y que nos recuerda algo que el cine ha contado muchas veces: que el amor suele capitular ante el peso las diferencias, sociales, económicas, religiosas y culturales. Su amor es el cardiocirujano pakistaní Hasnat Kahn, que la ama pero la deja para no enfrentar a su madre y para no poner su carrera bajo los focos de un mundo de lujo y oropel tan distinto al suyo. Está Diana, sus lágrimas, sus viajes, su manejo de la prensa, sus escapadas. Y su plan final: aparecer junto al millonario Dodi Al Fayed, sólo para darle celos a este pakistaní pollerudo que sufría pero se iba en amagues. ¿Habrá sido así? Buen trabajo de Naomi Wats, comienzo prometedor, relato ágil y una pincelazos algo acaramelados pero vendedores sobre los momentos finales de esta señora que abandonó a Carlos “porque éramos un matrimonio de tres… y eso es demasiado”. Dirigió Oliver Hirschbiegel, el de “La Caída” (el final de Hitler), a esta altura, un especialista en retratar últimos días.
LA HISTORIA DEL AMOR La fama. Si bien hay distintos tipos, lo que si tienen en común es que hacen muy difícil llevar una vida tranquila. Hay gente que hace lo que sea por ser famosa, y gente que es una celebridad por hacer lo que le gusta en la vida. El problema aparece cuando esta "relación" con el resto de la gente se interpone en lo que deseas, en tu felicidad, poniéndote un obstáculo tan grande como sea tu querida ( o no ) dichosa fama. Diana no es una película tipo documental, trae un lado de la vida de ella que es justamente boicoteado por ser quién es. Cuenta la historia del supuesto romance secreto entre la princesa de Gales ( Naomi Watts) y el cirujano cardiaco Hasnat Kahn ( Naveen Andrwes), un doctor pakistaní del hospital Royal Brompton de Londres. Muestra su primer encuentro en 1995 mientras él atendía al marido de su acupunturista donde Hasnat saluda a Diana como si fuese una persona más, este trato frio impresionó a la princesa que estaba acostumbrada a tanto reconocimiento por parte de la gente. A partir de aquí, ella comienza a realizar visitas al hospital por la noche y se interesa en el estudio de la medicina, sobre todo cardiología, para así poder estar cerca y seducir al doctor. Primeramente el cirujano, firme en su pensamiento de extrema discreción, trata de ser muy cauteloso y analizar cada paso pero al ver la conexión entre ambos, el amor se hace inevitable. Mantienen una relación casi por dos años que con sus altos y bajos, es cada vez más intensa, tanto que muestran a una Diana obsesiva y un tanto acosadora, abrumada por los sentimientos tan fuertes que poseía. En este punto es donde entra el arma de doble filo, la fama. Al ser ella tan reconocida, no podía tener una relación normal o discreta sin que sea primera plana de todos los diarios. Esta situación iba en contra de las ideologías de Hasnat que deseaba mantener un perfil bajo y seguir desarrollando su carrera profesional. Paralelamente a esta relación, muestran el lado político de la princesa recalcando las actividades benéficas relacionadas con los sobrevivientes de los campos minados y la prohibición de las minas anti persona que encabezaba en distintos países de África y Asia. A nivel dirección, Oliver Hirschbiegel ( La caída )realiza un excelente trabajo jugando, discretamente, con el humor y la ironia e imprimiendo en cada escena los sentimientos precisos, transmitiendo la pasión en la vida de Diana y el cariño que su pueblo le tenía. Qué decir de los intérpretes de este relato ?. Los ya conocidos Naomi Watts ( The ring ) y Naveen Andrwes ( Lost ) dejan a la vista sus grandes habilidades actorales compartiendo no sólo el protagonismo, sino también una gran química entre ambos. En conclusión, esta relato no-documental, además de mostrar el nivel de realeza, a los que la mayoría no estamos acostumbrados, cuenta una historia de amor prácticamente secreta pero ya relatada infinidad de veces. La doncella enamorada del plebeyo y su relación imposible, desatando pasiones, tristezas y enajenaciones, ligadas a este sentimiento tan universal como es el amor. Una parte de la vida de Lady Di, en una película muy recomendable para ver.
A 16 años de la muerte de Diana de Gales se estrenó un film sobre los dos últimos años de vida de la princesa. El director alemán Oliver Hirschbiegel, con el guión de Stephen Jeffreys, más cercano a una serie televisiva que a una película, con excesos de diálogos acartonados y extensas parrafadas para demostrar teorías absurdas sobre la realidad de plebeyos y nobles, no consiguió dar el tono justo a la complicada vida de la princesa. Durante años el padre de Dodi Al-Fayed, dueño de Harrods y sin lograr ser ciudadano inglés, insistió en la teoría de la conspiración y que el accidente fue un atentado perpetrado por el M16, mientras la casa reinante guardaba silencio sepulcral sobre el tema. Todo parecía haber quedado en el olvido hasta que el filme “Diana” salta al “screem” global, en momentos en que la monarquía tiene un nuevo heredero, y la felicidad de Charles y Camila ya es sello real, y pone un señalador sobre la figura que creó serios conflictos a la corona, por momentos inmanejable, y de quien se había dicho poseía un serio desequilibrio emocional. Oliver Hirschbiegel al pretender instalar en la pantalla una biografía de Diana, lo que ha hecho es crear un personaje totalmente ajeno a ella, falso y sin el ángel que la caracterizaba, ni la soledad que la rodeaba. En ésta producción puede decirse que a pesar de los intentos de Naomi Watts, por ser una con la princesa, sólo consiguió una imagen fría y distante, como una marioneta de Spitting Image, de la que no es posible creer que hubiera estado tan enamorada del médico paquistaní Hasnat Khan (Naveen Andrews, "El paciente inglés" -1996-, y "Lost" en televisión 2004-2010), y haya cometido tantos escapismos a lo Hudini para huir de su guarda espaldas o la prensa. Por otra parte, no toda la culpa es Naomi Watts, sino del guión de Stephen Jeffreys que no consigue darle alma a Lady Di. Su personaje es irreal aunque grafique hechos reales: ir a Angola, caminar sobre un campo de minas antipersonales, realizar viajes filantrópicos e infinidad de actos públicos, y al que nada parece importarle tanto como su obsesión por obtener el amor de Hasnat. El filme está plagado de situaciones inverosímiles, una de ellas es la de ingresar en el departamento del médico, mirar a su alrededor, y tratar de limpiar la mugre en la que éste vivía, como lavar platos y vajillas o ponerse de rodillas a fregar el piso. Esa acción no la cree ni la mismísima Diana, como tantas otras que ocurren en la narración. La película, basada en “Her Last Love” (“Su último amor”) de Kate Snell, de pretendido romanticismo, parece más una recreación de los titulares de los medios gráficos y la televisivos sobre la vida y la trágica muerte de Lady Di. Lo cierto, de Diana, es que su muerte pasará en la historia como otro de los crímenes sin resolver, y como un argumento maravilloso para que Agatha Christie haga lucir a Hercule Poirot o a Ms. Mrs. Maple.
La princesa que quería vivir El alemán del apellido difícil –Oliver Hirschbiegel– había hecho hasta el momento una película mala (El experimento), una irrelevante (La caída), y una rara (Invasión). A la lista se le agrega ahora Diana: la princesa del pueblo, la película buena. Diana es la Princesa Diana, una mujer de treinta y cinco años que por momentos parece una quinceañera. Ahí está parte de la gracia de la película: Diana tiene un romance secreto con un cirujano paquistaní residente en Londres, y para huir del protocolo (no demasiado rígido por lo que se ve), hace entrar al novio acurrucado en el asiento trasero de su auto; o se pone una peluca morocha de pelo lacio y sale a romper la noche a un boliche, o a ver un grupo de jazz, del que tiene que abandonar en la mitad porque el amante médico recibe una llamada de urgencia (el hombre es muy serio y se debe ante todo a su profesión). Nada molesta demasiado a la Princesa, excepto que el médico no se decide todavía a llevar hasta el fondo la relación. Hirschbiegel filma secuencias de una tremenda elegancia y fluidez. No está filmando una historia política, ni una historia amarillista, sino una historia de amor, que tiene la consistencia de un sentimiento adolescente: volátil e inaugural. Diana: la princesa del pueblo no es una película que pretenda interrogarse sobre la naturaleza del poder, ni está en modo alguno interesada en develar los entretelones sórdidos del mundo de la realeza: el director hace una película romántica, y en cierto modo un melodrama, donde las diferencias de origen amenazan conspirar contra la unión pública de los amantes. Hay algo conmovedor de verdad en Diana: la princesa del pueblo: el momento en el que la protagonista advierte que el tiempo se le escapa. Puesto que a lo largo de la película vemos como se ilumina cada plano con la sonrisa increíble (es decir, creíble) de Naomi Watts, no puede dejar de shockear el modo en el que su semblante se va nublando, como si el sueño revelara de pronto su carácter ficticio, esencialmente ilusorio, y solo le quedara el vacío de un decorado, el palacio demasiado grande como para que una niña sin amor juegue en él. Hirschbiegel se dedica entonces a la otra faceta de esa chica abandonada: la que se endurece, soborna a los paparazzi para que le “roben” fotos comprometedoras con un magnate para dar así una imagen degradada de sí misma, objeto de la vanidad y el dinero de los hombres poderosos, y espera que su amado reaccione. Diana tiene dos caras, como la película. Una graciosa y ligera, que fluye con la tensión subterránea del jazz –te voy a explicar de qué se trata esta música, dice el novio–, con el baile y las escapadas a deshoras delante de los guardias, que por supuesto ya saben de sobra de qué se trata. Y otra, no menos calculada pero tal vez más escurridiza, en la que Diana se desliza tambaleando hacia el infortunio. Por supuesto, lo que está al final del camino es la muerte, pero la película es lo suficientemente noble como para que la Princesa abandonada siga respirando con autoridad y tenga siempre una voz propia, incluso en esos tramos en los que el desamor aparenta haberla envilecido y transformado en una víctima de su propio despecho. A través de Watts, el director no nos deja olvidar nunca que esa chica es la misma: la mujer más linda del mundo es también, huelga decirlo, una actriz extraordinaria, capaz de las maniobras más exquisitas para dotar a Diana de un carácter singular, o sea, cinematográficamente verosímil. ¿Es el Oscar lo que de verdad espera al final del camino? Los responsables de Diana: la princesa del pueblo tienen la astucia suficiente como para haber barajado esa posibilidad. La obstinación de Watts, mientras tanto, la puja feroz entre el deseo, el pudor y la venganza de su Diana, trabaja en soledad, solo para nosotros.
Naomi Watts se pone en la piel de "la princesa de corazones". Este film llega de la mano del gran cineasta alemán Oliver Hirschbiegel (55) quién fue nominado a los Premios Oscar en el rubro a la mejor película extranjera por “La caída” (2004), film que se desarrolla casi en su totalidad en el búnker donde se refugiaron Adolf Hitler (interpretado excelente por Bruno Ganz) y sus allegados durante las últimas semanas de la Batalla de Berlín. Parece que a este director le gustan los desafíos y relatar parte de las vidas de algunas figuras históricas y polémicas. La historia gira en torno a la intimidad de los dos últimos años de vida de Lady Di (1961-1997), comienza el 31 de agosto de 1997 fecha de su muerte debido a un accidente automovilístico en el túnel de la plaza del Alma en París y luego vemos con que intensidad vivió antes de su muerte. Quien se pone en la piel de la princesa es la británica Naomi Watts (45). Diana ya se encontraba separada del príncipe Carlos, heredero de la Corona Británica, con quien tuvo dos hijos, los príncipes Guillermo de Cambridge y Enrique de Gales. Todo se desarrolla en torno al intenso romance que mantuvo con el cirujano paquistaní Hasnat Khan (Naveen Andrews) en 1995 (según la cinta). Ellos se conocieron cuando el Papá de Diana fue internado en el Hospital en terapia intensiva. A raíz de este primer encuentro, ellos debieron tener sus encuentros a escondidas, ocultar ese amor, sus gustos, sus diferencias, sus escapadas, su viaje para conocer la familia de Hasnat Khan (momento tenso, con una fuerte critica a los británicos) y quienes se atrevieron a cuestionarla y rechazarla. El film aborda constantemente el tema del enfrentamiento con los paparazzi, en aquellos años nadie sufrió tanto el acoso de la prensa como ella, no nos olvidemos que se trataba de una princesa. En 1995, Diana ofreció una entrevista a la cadena pública BBC, una de las entrevistas más famosas y polémicas (aquí algunos detalles se pasan por alto). Y hace algún hincapié en su interés por el jazz y se cita el texto de algún filósofo. Tenía muchos compromisos con la beneficencia, se dedicó de lleno a la actividad humanitaria, despertó mucha polémica y crítica de la corona británica, se alejo un poco de sus amigos, tampoco veía mucho a sus hijos, en la película aparecen solo en un momento, al igual que su esposo. Se mostraba como una persona: traviesa, desafiante, inquieta y rebelde, capaz de caminar sobre un campo minado arriesgado su vida para defender sus ideas. Tantas son las presiones que Diana vive que la llevan a romper con su amor paquistaní y luego de un tiempo comenzar una relación con el empresario egipcio Dodi Al-Fayed (Cas Anvar). La vida de Lady Di que comenzó como un cuento de hadas termino como una tragedia griega. El film resulta similar a una telenovela, no tiene demasiada fuerza, se desarrolla de manera cronológica, le falta emoción, varias actuaciones son flojas, con diálogos simples, Watts logra una buena interpretación desde lo gestual, su mirada, sus movimientos, pero el guión al ser flojo no la deja lucir, aunque al igual que otras actrices por interpretar personajes de estas características y llevarlos a la pantalla en forma de biografía puede resultar nominada al Oscar el próximo jueves 16 de enero por tercera vez (anteriormente fue nominada por:“21 gramos”- 2004, y “Lo imposible”- 2013). Parte del gancho está en la protagonista, el tráiler y el afiche. Watts sentada en el trampolín de un yate en medio del océano con un traje de baño. Esta fotografía fue tomada por un paparazi un tiempo antes de su muerte, mirando el mar de Portofino, Italia, en el yate de Al-Fayed.
Un film políticamente correcto incorrectamente realizado Cuando un producto es tan deficiente, es difícil para quien debe pronunciarse sobre sus características, decidir por dónde comenzar. Voy a elegir como punto de partida la decisión de parte de la producción de centrarse en el elemento pretendidamente taquillero de la película, anunciado desde su afiche como el develamiento de la “verdadera historia” de Diana Spencer. Quien asista con la morbosa espectativa de que va a interiorizarse en algún tipo de secreto de Estado, asociado -por ejemplo- a la teoría de la conspiración, que rodeó la muerte del personaje, bien vale recomendarle que elija otro proyecto cinematográfico, porque el relato escapa durante los casi 120 minutos a cualquier tópico que pudiera considerarse problemático en relación a la familia real. De hecho, todo el asunto asociado a la familia real (la relación con sus hijos, y el vínculo problemático con el resto de la familia monárquica) han sido sistemáticamente omitidos. ¿Qué queda entonces? La novela de amor; su presunta historia con el cirujano Hastan Kahn, interrumpida por la vida pública de Diana. Todo el eje está centrado en la imposibilidad de una vida normal entre ellos, debido a las efusiones de los paparazzis y la vida pública de Diana, que no se adecuan al bajo perfil que el cirujano pakistaní quiere conservar en su vida profesional. Por si esto fuera poco, el estatus de mujer separada no colabora a la aceptación de la familia de Kahn, extremadamente tradicional a este respecto. El problema no es tanto el foco que se hace sobre el romance y sus diversos obstáculos, si no el insulso y torpe modo que ha elegido el enunciador al momento de poner su conflictividad en escena. Prácticamente el punto de mayor fatalidad a nivel narrativo es la ausencia completa de matices en el personaje principal. Si tuviese que describir la sinopsis del relato que el film propone tendría que decir que: A Diana que es “tan buena” (logra desactivar las minas que están mutilando niños en algún lugar pintoresco, regala dinero en las escuelas) el marido la engaña, los fotógrafos la asedian. Y justo a ella “que es tan buena” (amable, solidaria y empática con sus empleados) la familia de Kahn no la acepta. Y ella que es “tan buena” es abandonada por Kahn, y finalmente, ella que es “tan buena”, muere en un accidente. Realmente el producto es tan malo que no hay rubro que se pueda elogiar. No hay un solo minuto del film que yo pueda decir que despertó en mí alguna mínima sensación de agradabilidad. Todo es un hastío, pesado e insulso. Las actuaciones son realmente malas y la ausencia de toda química entre Watts y Andrews se pasean sin escrúpulos durante los 120 minutos de película.
Reina de corazones rotos En el principio fue María Antonieta (Marie Antoinette, 2006, Sofía Coppola) y La Reina (The Queen, 2006, de Stephen Frears), luego vino El Discurso del Rey (The King’s Speech, 2010, Tom Hopper), y ahora tenemos a Princesa Diana (Diana, de Oliver Hirschbiegel), en el medio debe haber muchos ejemplos más (The Iron Lady de Phyllida Lloyd, por ejemplo) pero estas deben ser las más qualité y las más oscarizables de una lista de películas que últimamente se han dedicado a retratar con indulgencia y mucha –demasiada- corrección política a la monarquía. Oliver Hirschbiegel ya había intentado abarcar la vida, o al menos un momento, de un personaje histórico célebre (o no tanto) en La Caída (Der Untergang, 2004), aquel biopic que reflejaba los últimos días de Adolf Hitler. Los usos y costumbres indican que los biopics sirven para mostrar la vida, con sus alzas y bajas, y el costado menos conocido, de personas harto populares o famosas. También sirven para aplacar el morbo y el deseo de la gentuza por saber más y más sobre figuras mediáticas cuyas virtudes son, cuanto menos, dudosas. En La Caída, Hirschbiegel se tomaba ciertas licencias, como mostrar a Hitler encerrado en su bunker, dubitativo, esperando la llegada de los aliados, como si fuera un pobre viejito que no sabe dónde está parado, decisión curiosa pero valiente, la de intentar no caer en el cliché de retratarlo como a un monstruo despiadado (que no quita las atrocidades que sí cometió) sino como a un ser humano con incertidumbres y cavilaciones, como cualquier otro. Ahora, esto mismo no ocurre en Princesa Diana, Hirschbiegel cae en todos y cada uno de los lugares comunes de un típico biopic. Si bien la película cuenta los últimos tres años de Lady Di, a partir de la separación con el Príncipe Carlos, y la relación secreta que mantuvo con un ignoto cirujano pakistaní, nunca sale de la imagen que las masas y los medios se armaron de Diana. Aquella imagen que dice que la princesa era puro amor y solidaridad, una mujer misericordiosa que velaba por los pobres y necesitados del mundo, sufriente por el acoso de la prensa y los paparazzi, especialmente. Pero, en el film, todo está contado dentro del marco de un culebrón-a-la-mejicana, con sus dimes y diretes y sus idas y vueltas. Naomi Watts hace lo esperable en su interpretación de Diana: una mímesis correcta de los mohines, los movimientos y las miradas de la princesa, sin jamás salirse de la estampita. El pobre Naveen Andrews (para los memoriosos, Sayid, de Lost), quien interpreta al Dr. Hasnat Khan, interés amoroso de Diana, la tiene más difícil, su personaje es inverosímil (aunque esté basado en una persona real) y nunca da con el tono, es como si estuviera perdido. En definitiva, Princesa Diana no viene a revelar nada nuevo sobre el mundo de la monarquía y la farándula que rodeaba a Lady Di, ni siquiera se la juega a establecer una visión un poco más arriesgada, sino que transita por caminos conocidos, incluso tímidos y pacatos (sin embargo, no ostenta pudor a la hora de mostrar a niños africanos mutilados, pero sí cuando del accidente de Diana se trata), reafirmando aquello que ya todos sabíamos, o suponíamos: que la monarquía puede ser tan aburrida que ni vale la pena una película al respecto.
La princesa que quería vivir Si se trata de un biopic circunscripto a los tres últimos años de la vida de Lady Di, Diana, de Oliver Hirschbiegel, es algo así como la ilustración prolija de una lectura veloz en Wikipedia sobre la vida de la princesa (del pueblo). Esto no es La caída, del mismo director, filme un poco más complejo acerca del final de Hitler y su imperio delirante; en Diana no hay ningún dato revelador, ni siquiera una hipótesis sobre su muerte. Para aquellos que no tienen cierta debilidad por la vida de la realeza británica, probablemente será una novedad el romance que la princesa tuvo en la clandestinidad con un cirujano pakistaní llamado Hasnat Khan. Esta historia de amor es el centro de la película. El otro amante (egipcio), más conocido, es Dodi Fayed, que murió con la representante real de los cockney en un accidente automovilístico en París el 31 de agosto de 1997. El modo como Hirschbiegel imagina el anuncio de la macabra noticia es uno de los pocos logros del filme (otra escena simpática es cuando la princesa descubre el jazz). El lugar común no se conjura jamás. Desde el enamoramiento a la primera noche de sexo con Hasnat, de la princesa descubriendo su sensibilidad social hasta su apogeo como dama de las causas nobles de la humanidad, pasando por alguna salida nocturna y una comida en casa, todo resulta de menú cotidiano de las costumbres. No hay otra forma de normalizar e igualar a los miembros de la corona que apelando al kitsch. Extraña seducción global cosechan las películas sobre la monarquía inglesa o sus más férreos representantes en el parlamento: ya vimos la vida de una reina, de un rey tartamudo, de una estadista neoliberal convertida en santa y ahora de una joven princesa que quería vivir. Es hora de filmar la vida de un villano de la corona. ¿Quién podría filmar el biopic de Carlos de Gales? El toque sarcástico de Shakespeare será inevitable, y no estaría mal que el gran Terence Davies contara esa historia.
Convengamos que no es fácil abordar una biopic de la princesa Diana de Gales, un personaje popular, contradictorio y de múltiples aristas, y que encima se convirtió en una suerte de mito con su muerte temprana. El director alemán Oliver Hirschbiegel (“La caída”) asumió este desafío, centrándose en los últimos años de Diana, y poniendo en foco su apasionada pero problemática relación con un médico paquistaní, después de su separación del príncipe Carlos y antes de su mediático romance con Dodi Al-Fayed. Aunque este es apenas un recorte de la vida de la princesa, la película tiene aires de biopic que quiere abarcarlo todo, y al final no convence en ningún aspecto. La Diana de Hirschbiegel y del guionista Stephen Jeffreys no pasa de la niña rica con tristeza: asume el mismo gesto cuando se enamora, cuando se enoja, cuando encara campañas humanitarias o cuando intenta manipular a los paparazzi. Aquí los personajes son chatos, sin relieve dramático. Sólo parecen estallar en algunas escenas y el resto del tiempo son como títeres que te muestran el lado oscuro de la revista Caras. Hay algunos detalles pintorescos sobre la historia de amor que domina la película, pero la chispa del romance nunca termina de prender, en parte porque el director no se puede desprender de su mirada grave y estructurada sobre Diana. Además, algunas líneas de diálogo son imposibles. Cuando la princesa y su gran amor están mirando las noticias desde la cama y él dice sobre Tony Blair “él es el hombre que necesita este país” uno no puede tomárselo en serio. Tal vez el único acierto haya sido elegir a Naomi Watts como protagonista, aunque, en este contexto, su trabajo queda limitado a hacer una imitación correcta.
Uno esperaba que esta película sea la gran historia de la princesa, pero no, no lo es ni lo será. 16 años después del trágico accidente y de ver el trailer que se comenzó a proyectar en los cines, uno decía "wow, Naomi está igual"... Bueno, Naomi está bastante parecida (solo físicamente, y eso que Naomi es una de mis actrices favoritas), pero la película es un NO rotundo. Mal escrita y con muchos cambios extraños en el ritmo; "Diana" es una peli que es mejor que no se hubiera hecho. Ahora, si querés ir recordar a Lady Di, ¡anda!, pero como te digo siempre, ¡yo te avisé!
Seguro vas a disfrutar mucho más al film Diana en DVD o en cable por la menor inversión de dinero que requiere su visión. Lamentablemente el guión está construido de forma demasiado convencional, sin garra y sin pasión, características fundamentales para que el espectador vibre con la película y sienta que valió la pena el precio de la entrada. El trabajo de Naomi Watts no es...
La peli que quedó chica Lamentablemente el nuevo trabajo del director alemán Oliver Hirschbiegel ("La Caída", "El Experimento", "Invasión") resultó en una película desabrida que le quedó demasiada chica para la figura de una mujer tan popular y enigmática como fue Diana Spencer. En primer lugar, al relato le falta corazón, o al menos eso se percibe. La narración se torna pesada y plana, sumiendo al espectador en un estado de aburrimiento atroz. Es duro decir esto, porque personalmente me gustan bastante los trabajos de Hirschbiegel y mi imagen de Lady D era mucho más poderosa de lo que pude ver en esta cinta. Acá la muestran media tontona, inmadura, superficial, nada que ver con lo que uno puede imaginarse que era en su vida privada. Por momentos parecía necesitada, como caliente con el doctor con el que supuestamente tuvo un affair secreto, enamoradiza en el mal sentido... no me gustó. En segundo lugar, Naomi Watts es una actriz que suelo bancar a muerte, pero acá no hace un buen trabajo. Sí, se aprendió algunos gestos característicos de Diana, pero nunca uno se llega a creer que está frente a la princesa revivida. En todo momento vemos a una actriz tratando de convencernos que es el personaje, cuando esto en realidad debería darse de manera más natural. Por último, nos presentan una historia de amor secreta entre la figura principal y el médico Hasnat Khan, algo que nunca se validó del todo y que le quita fiabilidad a lo que estamos viendo. Más allá de esto, que siendo verdadero o no podría haber funcionado con otro tratamiento narrativo, el amorío se plantea de manera infantil, casi adolescente e insufrible, asemejando por momentos la dinámica a un drama teen de poca monta. Creo que los verdaderos seguidores de Diana Spencer no quedarán satisfechos con esta puesta, como tampoco lo estarán los amantes de buenas historias. Quizás los incondicionales de los culebrones de amor se la banquen, pero en general, no es un buen producto.
De Oliver Hirschbiegel, quien hace 10 años ganara el oscar por "La Caída", narrando los últimos días de Hitler, llega Diana, un filme que intenta plasmar los últimos 2 años de Diana, Princesa de Gales, un personaje por demás carismático y cuya trágica muerte conmocionó al mundo no sólo por tratarse de la realeza, sino por las misteriosas circunstancias en que esto sucedió. Como un cuento de hadas, Diana era parte de la sociedad común (de clase media-alta, pero de la sociedad, al fin y al cabo), en la que conoció al príncipe Carlos de Gales y se casó con él, durando un aproximado de 15 años de vida en matrimonio. Su sencillez y esa inspiración que provocó en el pueblo, le valdría ganarse su cariño y afecto, siendo la princesa del pueblo. Finalmente, sería en 1997 cuando fallecería en un trágico accidente automovilístico. Naomi Watts es la encargada de interpretar a la carismática Diana. Pero fue precisamente eso lo que faltó: carisma. No la culpamos a ella, sino al guión y a la pésima dirección, algo que desconcierta tratándose de Hirschbiegel. Cual si fuera un teledrama barato, los dos años que abarca el filme son simplemente historias de amor/engaño y deja incluso pistas que acusan al gobierno británico de quitarla del camino por intereses personales. Durante su presentación en festivales, generó polémica "de la mala", y fue perdiendo fuerza rumbo a los oscares cuando muchos daban por sentado que, tratándose de uno de los personajes más emblemáticos del siglo XX, tendría por seguro la nominación para Watts. Pero ya sabemos que pasó con la mayoría de los filmes biográficos que se presentaron en el año recién terminado. Diana es simple y sencillamente una decepción. De una princesa amada, pasa a ser una mujer sin fuerza y enredada en líos amorosos que no la muestran como era en verdad. Un filme que merecía mucho más.