La militancia. A veces desde el Tercer Mundo cuesta un poco empatizar con el cine social creado para ser consumido por el público bienintencionado de las metrópolis, aun si consideramos los ejemplos más loables y progresivos dentro del acervo cultural que año a año pone sus fichas en la temporada de premios y/ o el calendario de festivales clase A. El objeto de estudio de estos films por lo general es un lumpenproletariado cuyo equivalente local es la pequeña burguesía, ya que por estos lares la estabilidad maltrecha del sector sería vista como un privilegio: pensemos si no en la verdadera pobreza que aquí suelen afrontar los trabajadores ocupados, representada en los cuentapropistas marginales de los centros urbanos y la esclavitud golondrina del interior, dos capas inexistentes en el norte opulento. La obra de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne nos plantea obstáculos de este tipo, que en el fondo podemos sortear colocándonos en su lugar y evaluando el contexto desde el que construyen sus películas, caracterizado no tanto por una inversión de los esquemas colectivos de la periferia sino por una atenuación de las injusticas, la cual de ninguna forma funciona como una panacea ni mucho menos (la flexibilización laboral está presente en todo el globo y no invalida el análisis de los casos nacionales). El devenir de los belgas fue algo accidentado: en un principio aportaron un soplo de aire fresco con La Promesa (La Promesse, 1996) y Rosetta (1999), luego decayeron en El Hijo (Le Fils, 2002) y El Niño (L’Enfant, 2005), y de un tiempo a esta parte han ido levantando la puntería con serenidad. Definitivamente la introducción de pequeñas novedades jugó un papel fundamental a la hora de revitalizar la producción de los directores, hoy conscientes de que los cinéfilos conocemos cada una de sus preocupaciones temáticas y marcas formales. Mientras que en El Silencio de Lorna (Le Silence de Lorna, 2008) coquetearon con el suspenso y en El Chico de la Bicicleta (Le Gamin au Vélo, 2011) homenajearon al neorrealismo italiano, en esta oportunidad recurrieron a la primera “actriz de renombre” de su carrera, la extraordinaria Marion Cotillard. La elección no podría haber sido más acertada porque la estrella se adapta de inmediato a la ética de trabajo de los realizadores, su fortaleza cercana al documental y esa idiosincrasia de inflexión humanista que grita en pos de ecuanimidad. Una vez más la premisa de la trama es muy simple y hace eje en un personaje desesperado que ve puesta a prueba su capacidad de resistencia, siempre en sintonía con decisiones que oponen su moralidad particular a las fauces parasitarias del capitalismo transnacional: Sandra (Cotillard) es una empleada que sale de un período de depresión y se enfrenta a la difícil tarea de tener que convencer a 18 compañeros para que voten por retenerla por sobre un bono de 1000 euros, en una disyuntiva de “despido o recompensa” esbozada por su jefe en connivencia con el capataz de turno. Dos Días, una Noche (Deux Jours, une Nuit, 2014) hace referencia a las jornadas que la mujer, con la ayuda de su esposo, dedicará a tal faena, en función de la cual irán surgiendo reacciones de lo más variadas por parte de sus colegas. En esencia estamos ante un unipersonal de Cotillard, quien maneja de manera exquisita el límite entre la vergüenza y el derrotismo, entre la incertidumbre y la angustia exacerbada. La desnudez expresiva, los golpes bajos dosificados y el ascetismo en la puesta en escena constituyen las principales herramientas emocionales de los Dardenne para retratar los callejones sin salida que traen aparejados el servilismo de una patronal cómplice y la falta de solidaridad a nivel comunal, dos mecanismos de control al servicio de la pauperización de las condiciones laborales. Así las cosas, los belgas continúan edificando un cine verdaderamente militante basado sobre todo en el naturalismo lacónico de la cámara en mano, las tomas secuencia, las locaciones suburbiales y la ausencia de música incidental…
Dos Días, una Noche, es la más reciente película de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne. Es la pequeña historia de un simple fin de semana de Sandra (una fabulosa Marion Cotillard), quien debido a un chantaje de trabajo, ha perdido su trabajo por una votación de sus compañeros. Es así que, recién salida de un tratamiento por depresión, deberá encontrar fuerzas para visitar a todos sus compañeros en un par de días y convencerlos de que repitan la votación para que ella conserve su trabajo. Aunque la historia es simple y se desarrolla en un par de días, hay dos ingredientes que la hacen particularmente buena: la primera, el trabajo de Marion Cotillard. No por nada ganó el oscar a mejor actriz por su papel de Edith Piaf en La Vida En Rosa. Pero no solo eso, sino que el año pasado fue totalmente ignorada por su maravilloso papel de una entrenadora acuática inválida en Rust And Bone (De Óxido y Hueso). Y este año, teniendo dos papeles maravillosos en El Sueño de Ellis (The Immigrant) y esta que reseñamos, se ha convertido en la olvidada de temporada de premios. Y la segunda cosa, es la misma simpleza del guión: no olvida nada de un mundo tan pequeño como el de Sandra. En algo que parece trivial y convertirlo en la historia perfecta para narrar un filme de apenas una hora y media, pero que al final, es como cualquier otra historia de cualquier otra persona: tan importante como uno quiera verlo. Y como poner la cámara frente a una persona que está por perder su trabajo, es un filme nada pretencioso y al mismo tiempo enteramente disfrutable.
Al final del camino… La extraordinaria capacidad de la dupla Jean-Pierre y Luc Dardenne para representar cuestiones sociales es parte de una comprensión del drama existencial de los trabajadores y de las contradicciones del sistema capitalista en la actualidad. Situándose como observadores epistemológicos de una realidad que se complejiza a cada momento, los hermanos Dardenne indagan en las situaciones cotidianas sin introducir un componente político pero marcando una definición ideológica clara a través del recorte cinematográfico. Dos Días, una Noche (Deux Jours, une Nuit, 2014) es una odisea laboral que tiene como protagonista a Sandra (Marion Cotillard), una operaria de una empresa de paneles solares. Con la excusa de la falta de competitividad y rentabilidad, una temible muletilla de las corporaciones para recortar personal y salario, la empresa somete a la votación de los empleados si prefieren que ella retome su puesto, tras una prolongada licencia psiquiátrica debida a síntomas de depresión, o si optan por recibir su bono por productividad, dado que el gerente anuncia inescrupulosamente que no hay presupuesto para ambas. Tras la votación Sandra y su amiga Juliette consiguen un viernes a última hora que la gerencia apruebe la realización de una nueva votación para el lunes aduciendo que el capataz del proyecto coaccionó y amedrentó a varios empleados para escoger por el bono. Superando todos sus problemas, Sandra deberá ponerse en contacto con sus compañeros para que cambien de opinión con el fin de conservar su trabajo, ya que sin su salario su familia no está en condiciones de mantener el nivel de vida de clase media que llevan. A través de varios ejes conceptuales la película construye una mirada universal sobre la precariedad en la que viven los trabajadores debido a la falta de solidaridad, la flexibilización laboral, el miedo a las represalias, el egoísmo, la presión psicológica y la falta de unidad y de sindicatos representativos en tanto momentos de una batalla ideológica entre los ideales corporativos (los cuales proponen la sujeción de los empleados a las políticas de la empresa) y los ideales de conciencia de clase. En esta búsqueda de la solidaridad perdida en la cultura de las crisis permanentes europeas, el cuerpo de Marion Cotillard soporta durante todo el metraje la atenta auscultación de cada uno de sus gestos a través de la cámara, ofreciendo una excelente, aguda y sufrida actuación, y representando los efectos de la inestabilidad laboral sobre la psiquis. De esta forma, Dos Días, una Noche se transforma -al igual que el resto de la filmografía de los Dardenne- tanto en un manifiesto social como en una aproximación sutil y abisal a las profundidades de las emociones humanas en situaciones sociales límite.
“LES AVANT-PREMIÈRES 2015”: “DOS DÍAS, UNA NOCHE” DE JEAN-PIERRE Y LUC DARDENNE (2014) Lo nuevo de los hermanos Dardenne tuvo la inusual tarea de imponer la presencia de una película extranjera en una de las categorías principales de los Oscars cuando Marion Cotillard obtuvo su nominación a Mejor Actriz. Bien ganado el reconocimiento, esta película cuenta la historia de Sandra, una mujer de clase trabajadora que cuando vuelve de su licencia descubre que está al borde de perder su trabajo. Sus jefes extorsionaron a los empleados para que voten: O despiden a uno (justo el que no esté presente), o todos se quedan sin su bono, una especie de aguinaldo europeo. Ella convence a su jefe de repetir la votación, y se encuentra con una difícil tarea; Tiene el fin de semana para ir a ver a sus colegas y convencerlos para que cambien de opinión. El planteo parece simple, pero son las interpretaciones la que lo vuelven complejo. Sandra acaba de terminar un tratamiento por depresión, y las malas noticias la hacen recaer. Así, vemos su lucha entre dejarse llevar por la desesperación o esforzarse por conservar su trabajo. Tiene momentos en que se desalienta y se bloquea, otros momentos de euforia; en un desafío interpretativo para la actriz. Incluso desde lo físico, basta ver cualquier foto de la actriz para reconocer cómo le cambia la cara al personaje que sufre de depresión. Lo novedoso, además, es el hecho de retratar una enfermedad psiquiátrica como tal. Cuando estamos acostumbrados a que muchas veces las películas acaben romantizando la depresión, aquí se muestra con una crudeza hiperrealista que resulta impactante para el espectador. Además, a este realismo ayuda la composición de los planos. El montaje no es tradicional, los planos duran mucho, e incluso algunas veces da la impresión de ser una cámara en mano. Esto no es casual, vemos a través de las cámaras cada movimiento sin cortar por más insignificante que sea, como tender la cama o poner la mesa. De este modo, nos sentimos invitados en su casa, en su auto, y somos testigos directos de la lucha de esta mujer consigo misma y con las circunstancias. Por otro lado, tampoco se encuentra en un vacío social. Podemos ver su esfuerzo por preservar a sus hijos de la situación y una relación con un esposo amoroso pero desbordado. Este hombre, Manu (Fabrizio Rongione), resulta un punto de equilibrio necesario para el personaje de Sandra, dándole ese empujoncito cada vez que pierde el impulso. Cada paso en el viaje de Sandra es representado por una persona con la que se encuentra. Cada uno de ellos muestra una postura diferente ante las mismas frases, algunos desde la indignación, otros desde el miedo o incluso la lástima. Componen personajes con los que podemos empatizar y otros que van a caernos muy mal. Es imposible incluso para nosotros como público ser indiferentes y no pensar qué haríamos en el lugar de cada uno. Aunque es una película relativamente corta, no le falta nada para ser una obra perfectamente acabada. Sin embargo, puede ser difícil para el espectador acostumbrarse a que el montaje refleje una lentitud visual. Tampoco tenemos música ambiental, sino que oímos lo mismo que los personajes. Pero superado este obstáculo, se convierte en una imperdible obra de arte sobre la condición humana, la solidaridad, la negociación y la familia. Agustina Tajtelbaum
Levántate y anda Seven, Alien el octavo pasajero, 12 hombres en pugna, 10 negritos, son películas muy diferentes entre sí, pero todas ellas tienen un elemento en común. Además de que casualmente tienen cifras en sus respectivos títulos, en ellas los andiamajes narrativos, la estructura en sí, es protagonista. Plantean una premisa que marca las reglas del relato, y desde un comienzo se pone al espectador en pleno conocimiento de esas reglas. Así, se propone un recorrido con algo de lúdico, sea a través de crímenes relacionados con los pecados capitales o la muerte uno a uno de todos los personajes, la dirección está claramente establecida; el camino cobra cierto grado de previsibilidad pero lo que comienza a interesar y lo que vuelve atractivo al planteo ya no es tanto qué sucederá (eso ya se sabe de antemano) sino cómo y con qué variaciones se irán sucediendo esos hechos. La anécdota de Dos días, una noche (2014), es abrupta y nos coloca de pleno en el punto de partida de otra sucesión de eventos. Sandra, la protagonista (Marion Cotillard, en un despliegue expresivo sobresaliente) ha pasado un período enferma pero ya está apta para volver a su trabajo en una planta de fabricación de paneles solares. Pero sus jefes deciden prescindir de su labor, exigiendo un poco más a los demás trabajadores para cubrir ese recorte. Luego de una votación, los empleados deciden obtener un bono extra (mil euros en casi todos los casos) y que Sandra sea despedida. Pero es de suponer que varias de esas personas podrían cambiar de opinión si Sandra les dijera personalmente lo importante que es para ella seguir trabajando. Pronto sabremos que varios votaron bajo amenaza y presión por parte de los empleadores, por lo que la protagonista cuenta con el lapso del título para hablar una por una con las catorce personas, para convencerlos de renunciar al bono y respaldarla en una nueva votación. Se plantea entonces el recorrido por el que Sandra va y se apersona en la casa de cada uno de las personas detrás de tan antipática votación. Para poder recobrar su trabajo, debería convencer a la mitad de ellas. En esta sucesión se presenta un gran abanico de personalidades, una variada fauna humana que ostenta sucesivamente el más descarado desinterés, arrepentimientos sinceros, indecisión, apoyo empático y hasta abierta hostilidad. Los hermanos Dardenne proponen así una serie de situaciones y realidades, tan disímiles unas de otras como sólo pueden ser los seres humanos entre sí. Como aproximación social, se trata de una especialmente atenta a la riqueza y a la diversidad: cada individuo viene acompañado de su propio micromundo, de su familia, de sus hijos que, impávidos, testifican el proceder de sus padres. Estos mismos niños crecerán nutridos de esta influencia, y así los apuntes sociales se multiplican, convirtiendo a esta película en una auténtica radiografía de un tiempo, de una clase social sumergida y del legado que deja a las siguientes generaciones. Por sobre la anécdota sobrevuela una certidumbre: el enfrentamiento de estas personas es consecuencia de una nada inocente maniobra de desarticulación sindical, mediante la cual se apela al individualismo, a la desconfianza y a la hostilidad entre compañeros. Pero la mirada de los Dardenne siempre deja lugar para la esperanza y así como Sandra obtiene varias negativas también la solidaridad gana espacios. Y la batalla fundamental que se impone, la de una mujer por su dignidad y contra su propia depresión, es la verdadera épica subyacente. Cotillard provee un sutil pero abundante bagaje de recursos interpretativos, desde el quiebre de su voz en situaciones que la superan a abruptos cambios de registro que dan cuenta de su inestabilidad emocional; la última escena, en la que ostenta una calma y radiante sonrisa, supone un giro liberador y al mismo tiempo sorprendente. La naturalidad aparente del cuadro es producto de un trabajo extremadamente puntilloso por parte de los directores. Una mirada atenta a la puesta en escena permite descubrir un cuidado equilibrio cromático y de iluminación, hay largos tramos filmados sin cortes y en tiempo real y algunas escenas fueron rodadas cincuenta, sesenta y hasta ochenta veces, siempre en orden cronológico. Pero los hermanos Dardenne son maestros del artificio: todo fluye y hasta pareciera que los actores se desempeñaran con altos grados de improvisación. No hay caso, los directores belgas lo han vuelto a hacer y una vez más demuestran ser los más dignos herederos del neorrealismo italiano. Una economía de recursos sorprendente, una capacidad de sugerencia portentosa y un detenimiento en los matices, en el torbellino emocional atravesado por la protagonista proveen a esta película de una riqueza humana y conceptual profundamente conmovedora. Será por todo esto que Dos días, una noche es, hasta hoy, la mejor de las películas estrenadas este año. Publicado en Brecha el 21/8/2015
Los hermanos Dardenne ya no convencen. Esa es la novedad en Cannes. Tal vez se espera mucho de ellos, o quizás simplemente han agotado su método. En verdad, la fórmula de los Dardenne está intacta, pero después de un tiempo ha encontrado su límite insoslayable. Y Dos días, una noche es justamente eso: la exposición (involuntaria) del límite de un método de trabajo, acaso su impotencia, presente desde un inicio y disimulada por más de 15 años a partir de una galería de personajes entrañables que ya son parte de nuestras vidas como cinéfilos: Rosetta, el pibe de El hijo, el protagonista de El chico de la bicicleta. Cuando en un pasaje breve de Dos días, una noche se ve al actor de El hijo ya hecho un hombre hay un plus emocional en esa aparición que desmarca al espectador de la diégesis del film. Decimos: “ahí está, es él, ha crecido, incluso se lo ve bien”. La nueva película de los Dardenne cuenta con el protagónico de una actriz difícil: Marion Cotillard. Difícil porque ella no es solamente una actriz conocida sino una estrella. Muchos actores de los Dardenne empezaron sus carreras con ellos, y en ese entonces eran desconocidos. Olivier Gourmet se ha convertido en un actor importante, pero en La promesa era literalmente una promesa. La incorporación de Cécile de France en El niño de la bicicleta no había perturbado el sistema de representación. De France era una cara bonita y conocida, y si bien venía de hacer un film con Eastwood, aún así se acoplaba a la película sin inconvenientes porque era todavía una actriz. La decisión por Cotillard conlleva mayores riesgos. ¿Puede una estrella interpretar con cierta dignidad a una mujer que está por perder su trabajo en una empresa pequeña? Evidentemente sí. Cotillard, incluso siendo un error de casting, lleva su papel con soltura y mágicamente es verosímil como Sandra. Bastó que no la maquillaran y que lleve puesto una remera naranja sin marca para que su belleza no desentone con el contexto. Si bien no luce ordinaria, tampoco se nota que es una millonaria. Es decir: si existe un problema en Dos días, una noche pasa por otro lado. ¿Por dónde? Quienes dirigen la empresa en cuestión y quienes manejan las cuestiones de personal han tomado una decisión perversa: echar a un empleado supone bonificar a los que quedan, dos actos que no están ligados pero que así se comunican. El personaje de Cotillard viene de una depresión, por lo cual luchar por retener su puesto de trabajo no le es tan sencillo. Con el apoyo de su marido, Sandra tiene poco tiempo para revertir la decisión de la empresa. El sindicato brilla por su ausencia. El individuo está solo. Después de convencer a los empleadores en convocar a una votación privada de entre los 16 trabajadores de la empresa para que renuncien o no a la bonificación otorgada y voten en consecuencia a favor de que la reintegren a la empresa, Sandra irá visitando a varios de sus compañeros pidiéndoles que voten y que además lo hagan por ella. Cada trabajador es un caso que demuestra una arista del problema: de la simple necesidad del dinero para la manutención de una familia hasta el gasto no del todo necesario de la decoración de una casa, los operarios responden vacilantes y convencidos sobre su posición respecto del caso. Algunos votarán a favor de Sandra; otros dudan en hacerlo y también están los que ya han decidido por el bienestar propio. En este sentido, la gran inteligencia de los Dardenne pasa por no juzgar ninguna de las posiciones, lo que no significa que no tengan una posición respecto de la posición y no ofrezcan matices que se definen especialmente por una diferencia generacional de los operarios. Aquello que se puede ver aquí es hasta dónde una época y un sistema económico se introyecta en la intimidad de un trabajador, o como suele decir el sociólogo Richard Sennett, hasta que punto un sistema ha alcanzado la corrosión del carácter. thumb.php Lógicamente, todo el film se direcciona hacia al resultado de la votación, y si bien eso parece decisivo, los Dardenne le encontrarán una vuelta más a la cuestión. Este giro sobre el final es la ilustración de un punto de vista que se articula en un anclaje ético a contramano del utilitarismo que imponen las pseudo filosofías del managment. Es un pasaje hermoso, breve pero de una intensidad conmovedora, en el que se precipita la moral como una fuerza imbatible frente al cálculo, de donde surge una emoción depurada. La nobleza de las personas, una virtud que en Cannes 2014 brilla por su ausencia y se desprecia sistemáticamente, se puede constatar por unos segundos. La austeridad es siempre un recurso fiable. La votación previa a este momento decisivo que tiene que ver con una decisión inesperada que debe tomar Sandra, momento que se pone a prueba la entereza de una posición ética específica, es también una duplicación conceptual. Los votantes no sólo depositan su elección en la urna sino que ahí se confronta una ética de principios a otra concepción de la conducta que pone en tela de juicio los principios y subsume a la ética a una mera tarea de medición pragmática respecto de las consecuencias y los beneficios de una decisión. ¿Cuál es el problema entonces con este film o qué es lo que éste puede plantear retrospectivamente acerca del sistema de los hermanos? Antes de responder directamente, no está mal repasar algunos detalles menores. En esta ocasión, los Dardenne vuelven a filmar durante días de sol. Los colores y la luz, desde El chico de la bicicleta, predominan en la puesta en escena. La relación entre temple de ánimo y meteorología ya no cumple un rol formal. Por otro lado, el momento decisivo, ese instante en el que el héroe en cuestión revisa su posición y pasa a una acción reveladora, se precipita sin dramatismo. Si uno compara el desenlace de Dos días, una noche con El hijo, la economía emocional de este último film es ostensible. En Dos días, una noche, los Dardenne ya no parecen trabajar sobre el espacio como si se tratara de una partición del territorio que refiere a distintas luchas, fundamental para la organización de la puesta en escena. La casa de Sandra y las casas de los otros empleados no tienen aquí ninguna función simbólica. Por ejemplo, no es como en Rosetta en donde el espacio se dividía como campo de batalla (las calles y los lugares de trabajo), zona de transición y tregua (el bosque que unía el mundo del trabajo al refugio marginal de caravanas) y lugar de descanso (la caravana como cueva-hogar). Rosetta era una película bélica, pues así se revelaba la disputa de un puesto de trabajo, un enfrentamiento cuerpo a cuerpo. En este aspecto, el rigor de Dos noches, un día es apenas un remedo de las dos mejores películas de los hermanos: Rosetta y El hijo. Este signo de pereza también se puede constatar en las decisiones de registro. Véase las escenas que tienen lugar dentro del automóvil. En cierto momento, los Dardenne eligen seguir una conversación vía un plano-contraplano tradicional, extraño en su forma de componer la continuidad de cada escena. Unos minutos después, en otra escena en el automóvil, los Dardenne filman a la vieja usanza: con un plano secuencia cubren la interacción entre tres personajes sin dificultad. Puede ser un detalle menor pero es llamativo ver cierta incongruencia de estilo. Pero estos señalamientos, en última instancia, son secundarios. Justamente Dos días, una noche es la primer película en la que los Dardenne podían avanzar hacia un dominio hasta ahora postergado en su cine. Todas sus películas recaen en la obstinación y la lucha de un individuo frente a un sistema de enajenación estructural. En esta oportunidad, los Dardenne tenía la oportunidad de trabajar sobre un sujeto colectivo frente a la situación de Sandra. En vez de explorar cómo un grupo puede contrarrestar las injusticias instituidas por la patronal, los Dardenne no pueden o no quieren abandonar la resistencia localizada en la voluntad de un individuo, renunciando por consiguiente a pensar y filmar la indignación colectiva y su concomitante acción grupal. Es como si su método de trabajo general solamente pudiera aplicarse a individuos aislados. La rabia privatizada tiene entonces un alcance moral y puede restaurar el carácter, pero jamás este impulso emancipatorio se asocia y suma a una resistencia colectiva ni en forma de proyecto, ni en expresión política. Ahora que los hermanos podían ir más lejos, han elegido el confort y una velada forma de complacencia: el mártir constituye el límite de la imaginación política de sus películas mientras que la revuelta social queda aplazada infinitamente, en un fuera de campo que bien puede ser entendido como impotencia. El cine de los Dardenne es el límite preciso y funcional de un tipo de cine respecto de un tiempo histórico revuelto y confuso. Pueden cambiar leyes laborales, pueden conmover hasta las lágrimas frente a un acto admirable de un personaje, pero, paradójicamente, pactan con el orden vigente. He aquí, el lado sombrío e involuntario del humanismo de los maravillosos hermanos belgas.
Capital humano Sandra -Marion Cotillard- sufre de depresión. Después de una licencia laboral por su enfermedad se prepara para volver al trabajo, pero sus empleadores de la fábrica de paneles solares le informan que va a ser despedida. En su ausencia sus compañeros trabajaron horas extras y el gerente decidió que prescindir de sus servicios es ahorrar un gasto innecesario. Sandra, que como todo asalariado debe vender su fuerza de trabajo para vivir, necesita recuperar su trabajo y para eso depende de una votación -democrática en lo formal- de sus 16 compañeros, a los que la empresa les dará un bono extra como premio sólo si sigue vigente el recorte que le cuesta el puesto a la protagonista. El relato de Jean-Pierre y Luc Dardenne se inicia justo en este punto y la cámara persigue a Sandra mientras emprende camino hacia la casa de cada uno de sus compañeros de trabajo, con la intención de convencerlos de que voten a su favor, que no es ni más ni menos que pedirles que renuncien al premio de mil euros. Todos interpretan distinto sobre lo que significa votar a favor de Sandra. También todos saben que no votar a favor es votar en su contra, aunque casi ninguno de los personajes lo ponga en estos términos -"No voto en tu contra, sólo voto por mi bono", dice uno-. Dos días, una noche utiliza esta trampa de la lengua para dejarla en evidencia. Entonces pone no sólo a los personajes en un lugar incómodo, de interpelación ética -hasta dónde mis acciones tienen consecuencias en el otro-, también el espectador queda atrapado en este juego y debe tomar partido. En su última película, como en todas las demás, los Dardenne ponen lo político en el centro, revelan las relaciones económicas y de poder que esconden los vínculos, visibilizan la perversidad de un sistema que aquí coloca a los semejantes en una relación violenta de competencia, que nada tiene que ver con las voluntades de todos ellos, sino que aparece sujeta a intereses ajenos y al mandato de la maximización de los beneficios -"Ellos quieren pegarme y yo también", le explica Sandra a Manu, su pareja, quien la escolta firme durante el conflicto-. El análisis es marxista, la película así lo propone. Marshall Berman, en su lectura crítica sobre el pensamiento de Marx, dice que éste trabaja dentro de una tradición -la moderna-, en la que se hace presente un nuevo simbolismo: la desnudez del hombre "desguarnecido". "Marx piensa dentro de la tradición trágica. Para él las ropas son quitadas, los velos desagarrados, el proceso de despojamiento es violento y brutal, y sin embargo, de algún modo, el movimiento trágico de la historia moderna tiene una supuesta culminación en un final feliz", reflexiona Berman. Para pensar este imaginario lo ejemplifica a través de la figura literaria del rey Lear, quien mientras vaga sin rumbo, despojado de sus vestiduras reales, en la más absoluta miseria, reconoce, por primera vez, su relación con otro ser humano -Edgar, su bufón y fiel servidor-. Esta condición, explica Berman, resulta ser su primer paso hacia una plena humanidad. Pero la catástrofe que lo redime como ser humano es la misma que lo destruye políticamente, ya que sólo en este preciso momento Lear está capacitado para ser lo que es, un rey. Y amplía: "Shakespeare nos dice que la terrible realidad desnuda del hombre desguarnecido es el punto a partir del cual debe realizarse la guarnición, el único terreno sobre el que puede crecer una comunidad real". Sandra, la depresiva que asume que perder su trabajo es equiparable a perder la vida -"No existo, no soy nada", admite-, descubre en el trayecto una realidad antes oculta y que tal vez la obligue a salirse del lugar preasignado.
Si se trata de dramas realistas, intensos, perturbadores, pero siempre muy humanos, imposible eludir a los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne. Oriundos de Bélgica, consiguieron la Palma de Oro en Cannes, primero con Rosetta y más tarde gracias a El Niño. Dos Días, una Noche se centra en Sandra (Marion Cotillard), una empleada que, tras un tiempo de licencia, quiere volver al trabajo. Pero descubre que ya no es prioridad para sus jefes. De hecho, le comunican al resto de los empleados que, para que ella pueda conservar su puesto, deberán renunciar a una prima de 1.000 euros. La acostumbrada cámara inquieta de los Dardenne acompaña a Sandra en su lucha por mantener el trabajo y su relación con los compañeros, quienes de pronto están envueltos en un dilema moral. Y Sandra no tendría cuerpo y alma si no fuera por otra enorme labor de Marion Cotillard, capaz de trasmitir vulnerabilidad y fuerza; un ser que, pese a sus tormentos, sale a luchar como una leona. Sin estar a la altura de las mencionadas Rosetta, El Niño y otras de sus gemas, los Dardenne vuelven a lograr en Dos Días, una Noche otra película que pone a prueba al espectador y lo deja pensando y discutiendo.
Si hay algo que caracteriza a los hermanos Dardenne, es que las tramas de sus películas son por demás mundanas, es decir, la gran mayoría de la gente podría sentirse muy identificada con sus personajes y la historia que ellos ofrecen. Tras su último film El niño de la bicicleta (The Boy With The Bike, 2011) los belgas nos traen Dos días, una noche (Two Days, One Night), el cual se centra en la crisis económica que hoy vive Europa y la aborda de manera muy profunda. Marion Cotillard, quien es claramente la máxima atracción en este relato, interpreta a Sandra, una empleada de una planta bioquímica quien fue despedida luego de haberse tomado una licencia consecuencia de una crisis nerviosa. La única forma que tiene de volver a conseguir su empleo, es convenciendo a sus ex compañeros –en un fin de semana- a que renuncien a sus bonos de euros los cuales les fueron otorgados por haber reducido el número de empleados. Pero Sandra también vive otra realidad paralela en su casa, si bien el contexto en el cual vive la ha llevado a su crisis, su gran desafío doméstico es no transmitir estos sentimientos a su hija y su esposo. Esto se vuelve inevitable de a momentos, los llantos son espontáneos, la presión que su situación laboral causa es apenas contrarrestada por la presencia de su marido. Podríamos concebir esta película como una crítica social –desde el punto de vista artístico- al presente que vive Europa en su economía, la labor de la protagonista se vuelve cada vez más dura, ya que está pidiendo a sus amigos nada más ni menos que renunciar a un puñado importante de dinero en épocas de crisis económica. También tenemos que resaltar el papel de su marido, interpretado por Fabrizio Rongione, quien es el sustento emocional de Sandra, quien debe hacerse cargo de su hija en los momentos en los cuales ella no puede dar presencia. Sin dudas esta película no sería la misma si la actriz fuese otra. Una Marion Cotillard que sostiene la vértebra de esta película de forma constante, de aspecto exhausto, flaca, interpreta a la perfección a una madre con trastornos depresivos. Este aspecto, en combinación con el contexto actual que envuelve al viejo continente le otorga un realismo imponente a esta historia. Otra perla en el haber de estos talentosos realizadores belgas.
Desprotegida. Frágil. Endeble. Dolida. Abrumada. Así comienza a desandar los pasos de Sandra la actriz Marion Cotillard en “Dos días, una noche” (Francia, Bélgica, Italia, 2014) un sentido filme de los realizadores Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne, y que pese a cierta demora en su estreno local, el mismo celebra la decisión de la distribuidora de no cancelarlo y acercarlo a los espectadores con aún más urgencia que en su momento lo hubiese hecho. En “Dos días, una noche” Sandra quiere volver a trabajar luego de una licencia relacionada a depresión y algún otro mal posmoderno y que un par de pastillas, previa consulta al psiquiatra, tan solo terminan por alivianar alguno que otro síntoma. A su regreso a la empresa se encuentra ante una disyuntiva planteada por sus empleadores, sabiendo de su potenciales “problemas” a futuro se han adelantado a la vuelta ofreciéndole a sus compañeros un “bono” de fin de año sólo si ella finalmente no es reincorporada. Tiránica lógica la que plantea la situación, que ubica a los proletarios en un lugar de decisión y toma de postura ante el hecho de una mujer, casada, con hijos, que tuvo que preservar su salud mental y no puede regresar a su trabajo tal como lo quería hacer. Allí los Dardenne desbordan poética, y también ética, con límites claros y específicos que no hacen otra cosa que desnudar el descarnado sistema económico y laboral, que termina enfrentando a los compañeros de trabajo en vez de unirlos ante los embates que sufren. Formalmente “Dos días, una noche” es una película pedestre, austera, que potencia el recurso de la palabra por sobre la puesta en escena, que la hay, pero que claramente no termina por manifestarse de manera artificiosa, sino, todo lo contrario. En la interpretación de Cotillard (sublime), de esa mujer que debe hablar con cada uno de los involucrados, incluyendo a los empleados, empleadores y sindicatos, la crudeza y el efecto de “naturalidad” del registro fílmico, hay una línea lábil que la emparenta con el documental social, aquel que contempla pasivamente, pero que en este caso, claro está, se toma partido por una de las partes en conflicto, un conflicto tan artificial como la explotación y los atropellos de la economía liberal. “Dos días, una noche” duele, porque habla de la falta de compasión y comprensión con la que a diario nos movemos sin reparar en la presencia del otro, y justamente en ese mostrar nuestro comportamiento es en donde más fluye el cine. Cuando Sandra comienza a percibir cada vez más lejos su meta. Cuando en la cara a los gritos le hablan de una realidad que no podrá cambiar y que la podría ayudar a sanar rápidamente de sus dolencias espirituales, es cuando los Dardenne construyen el punto más alto de la película. Y cuando la solidaridad aparece, como en el caso de esa compañera que decide abandonar a su marido para ponerse a su lado y ayudarla en la difícil tarea de convencer con argumentos sólidos y no mentiras infundadas a los otros compañeros, la esperanza en que todo se puede llegar a cambiar florece.
La dignidad Los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne vuelven a exponer de forma brillante el modo en el que la sociedad capitalista produce la corrosión de la conciencia, en este fascinante tour de force emocional en el que brilla Marion Cotillard. Cuando Rosetta (1999) fue presentada en la Competencia Oficial de Cannes, quedó claro que se abría un interesante capítulo en la relación entre cine y pensamiento social. Si bien los hermanos Dardenne debutaron con La promesa (1996), fue aquel film el que les dio un espaldarazo mundial. Varios años más tarde, esos mismos realizadores siguen con su poética intacta, sólida, gracias a una elaboradísima puesta en escena que, desde el realismo más seco, no abandona jamás su mirada humanista. Mientras que aquella película nos mostraba a una joven de clase baja en lucha con su contexto y consigo misma, su nuevo opus, Dos días, una noche (Deux Jours, Une nuit, 2014), se interna en la atribulada mente de Sandra, una mujer joven pero con marido e hijos, quien se encuentra en un particular momento de su vida. Sandra trabaja en una fábrica de paneles solares, pero está en licencia por depresión. Tiene un marido que la ama, dos hijos pequeños, y una casa que, sin ser lujosa, es agradable y tiene las comodidades básicas cubiertas. Su esposo la anima como puede, mientras ella sigue con su tratamiento a base de psicotrópicos. Pero si quiere volver a trabajar (algo que necesita de forma imperiosa), Sandra tendrá que enfrentar un penoso fin de semana; su jefe, sostiene, no cuenta con el dinero necesario para mantenerla en planta, pues la competencia con China le exige reducir gastos. Y por tal motivo, propuso una votación a sus compañeros; o bien mantienen el puesto laboral de Sandra, o bien reciben un bono anual de mil euros. Ambas cosas, no. Tras haber recibido un resultado negativo, ella lo apela por considerar que sus compañeros recibieron presiones, además de que el voto se hizo de forma pública. La mujer tendrá, entonces, dos días y una noche para recorrer casa por casa, e intentar convencer a todos de que voten por ella. La película registra cada encuentro y aumenta orgánicamente la tensión dramática; merced a un trabajo cohesivo que aúna el trabajo con el espacio, el montaje, y el drama interno que padece Sandra, que en la piel de Cotillard transmite todo el sopor y la gravedad que la situación amerita. La película podría caer fácilmente en los golpes bajos, a los que los realizadores escapan. En cambio, hay espacio para la contradicción y la ternura, sin perder de vista la situación de todos (no sólo la de la protagonista), en una Europa corroída por la crisis y en donde el espíritu solidario se ve amenazado. Tras ese periplo que involucra a 17 trabajadores, los Dardenne entregan un final conmovedor, lúcido, de esos que funcionan como un baldazo de agua. Unos pocos minutos que revalidan todo lo visto en los prodigiosos 95 minutos que lo anteceden.
Jean-Pierre y Luc Dardenne logran una emotiva película sin golpes bajos y con la angustia de una mujer que en la Europa de hoy está a punto de perder su trabajo. Entre su inestabilidad, que alguna vez la alejó del mercado laboral, la necesidad y la vergüenza, tiene el plazo del título para pedirle a sus compañeros que renuncien a una bonificación para evitar que la echen. Todas las reacciones, todo el dolor.
Recursos poco humanos Sandra (Marion Cotillard) se ha recuperado recientemente de una depresión profunda, y al reintegrarse a su trabajo se encuentra con que la situación económica ha afectado a la fábrica donde trabaja de operaria, y sus compañeros se ven obligados a votar para tomar una decisión: renuncian al bono anual de mil Euros, o deben despedir a Sandra. Ella sabe que la mayoría de sus compañeros no dudará en elegir el dinero, a todos les hace falta, ninguno está en mejor situación que ella, y por lo visto los años de lucha obrera y sindical a favor de los compañeros, han quedado atrás. Aún débil, y muy afectada por lo que sucede, Sandra debe salir a pelear, alentada por su esposo y con una hipoteca y dos hijos como fuerte motivación, debe salir a convencer uno a uno a sus compañeros de que voten a favor de ella. Los hermanos Dardene vuelven una vez más con historias de esas que pegan fuerte, que angustian, y que muestran personajes desvalidos, aquellos que nadie quiere ver, pero que todos sabemos que existen, y que están ahí, pasándola mal, muy mal. La historia no es un ensayo sobre la precarización laboral o la crisis europea, no pretende adoctrinar ni ejemplificar, es simplemente la historia de Sandra, cercana, íntima, interpretada por una Marion Cotillard extraordinaria, que nos hace sentir cada golpe, cada dolor de una mujer herida, pero que igual debe salir adelante. Todo el tiempo está en ella la duda, Sandra no es una heroína, y varias veces quiere tirar la toalla, su enfermedad no la ha abandonado, los miedos, el pánico y la desesperanza se apoderan de ella en más de una ocasión El filme muestra un abanico de personajes, los compañeros de la fábrica, quienes toman diferentes posiciones: el que siente culpa, el que se solidariza, el que prefiere enojarse porque sentir empatía sería demasiado doloroso. Todos son seres anónimos mostrados de forma extraordinaria, desde su simpleza y su desprotección. Filmada de forma despojada, cercana, es una narración de lo cotidiano que muestra la lucha de una mujer frágil, en desventaja, pero que en esos dos días vuelve a ponerse de pie, se reconoce, y es capaz de volver a elegir.
Las fisuras en una disciplina histórica A pesar de la notable actuación de Marion Cotillard, el film de los hermanos belgas exhibe algunas abdicaciones en el guión que eran inimaginables en films anteriores. Afortunadamente, los últimos minutos ofrecen el equilibrio acostumbrado en su cine. Luego de una serie de infinitas cancelaciones y reprogramaciones se estrena finalmente en la Argentina la última película de los hermanos Dardenne, lanzada mundialmente en el Festival de Cannes 2014. Motivo de celebración para sus seguidores pero también de preocupación por una disciplina de trabajo cinematográfico (difícilmente pueda aplicarse mejor el término que a los directores de El hijo, Rosetta y El niño) que comienza a mostrar algunas tensiones y fisuras internas y que, por primera vez, puede entenderse como mera aplicación de una fórmula. ¿Es Dos días, una noche un film despreciable, que puede pasarse por alto sin mayores consideraciones? Definitivamente no, pero tal vez los realizadores belgas hayan forzado demasiado la máquina en esta ocasión. No vale la pena discutir el casting de Marion Cotillard, gran estrella del cine francés, ya que su encarnación de Sandra –esposa, madre de dos hijos, empleada de una pyme dedicada a la fabricación de paneles solares– resulta ejemplar: luego de algunos minutos de proyección, el film logra que el espectador no vea a la Cotillard haciendo de joven proletaria sino a una trabajadora en problemas interpretada por una actriz llamada Cotillard. La diferencia entre ambas nociones es enorme y bastó para ello un acertado uso (o falta de) maquillaje, un vestuario apropiado y una dirección actoral férrea.Lo problemático en Dos días, una noche es, en última instancia, conceptual y de representación. En gran medida el de los Dardenne ha sido siempre un cine de concepto, pensado y gestado alrededor de una idea central, a partir de la cual se elabora una tesis (generalmente dialéctica) acerca de cuestiones como el trabajo y las condiciones en que se lleva a cabo, la inmigración, la noción de paternidad/maternidad y otros temas prioritarios en la vida contemporánea europea y del resto del mundo. Aquí el punto de partida involucra a Sandra y a la decisión de la pequeña empresa en la que trabaja de poner al resto de sus 16 empleados entre la espada y la pared: optar mediante una simple votación por despedirla y obtener una prima de mil euros o mantener ese puesto de trabajo y no recibir el aumento de sueldo. Que Sandra esté saliendo de una depresión crónica que le imposibilitó de trabajar durante un tiempo no es un detalle menor en la postura de la empresa y, ciertamente, es un dato que pesa fuerte en la mirada de sus compañeros. En particular de aquellos que andan ahogados en deudas o que simplemente necesitan ese dinero extra para dar algún salto en su economía cotidiana. En pocas palabras: es el capitalismo, estúpida.De allí en más, con el fuerte apoyo de su marido luego de una primera instancia de resignación, Sandra iniciará una carrera contra reloj durante la cual intentará convencer a sus colegas –uno por uno, visitándolos en sus propios hogares– de que voten por su permanencia en el trabajo. Podrá pensarse que tal situación resulta un tanto forzada y que, en líneas generales, las empresas –grandes o chicas– no se andan usualmente con tantos rodeos para dejar en la calle a sus empleados. Incluso es posible preguntarse si ese planteo posee una lógica financiera que permita sostenerla. De nuevo, el concepto, que puede entenderse en el mejor de los casos como metáfora. Aunque en un cine fuertemente marcado por su impronta (hiper)realista, esa génesis narrativa introduce un poco de ruido en la señal. Y son varios los “olvidos” o abdicaciones que el guión incorpora sin demasiadas consideraciones, inimaginables en films anteriores, como poner en pantalla el alta hospitalaria más veloz de la historia o el hecho mismo de que la historia no transcurra en dos días y una noche. Como si en pos de alcanzar el objetivo de máxima: hacer chocar los intereses de la protagonista y su familia con los del resto de la sociedad –representada por el ámbito laboral y comunitario cercano y la patronal– los realizadores se llevaran por delante la minuciosa elaboración artesanal del material que era una marca notoria de su arte.En ese sentido, cada uno de los camaradas a los cuales Sandra visita durante ese fin de semana resultan ser no tanto personajes como arquetipos, desde un extremo al otro del arco que va del egoísmo a la solidaridad. El suspenso funciona, ciertamente, y la cámara sigue a Cotillard como lo ha hecho con tantos otros personajes en películas previas de los hermanos, logrando interés y empatía. Pero la sumatoria de escenas y su decantación resulta sistemática, sin demasiada vida más allá de su calidad de ilustración de las ideas que la sostienen. Afortunadamente los últimos minutos de metraje, durante y después de la temida votación, evitan cualquier tipo de excesos y reencuentran un equilibrio y potencia que se corresponden con una férrea toma de posición del personaje de Sandra, a su vez iluminación ética y maduración como ser humano. Un cierre justo, preciso y movilizador que vuelve a poner de relieve la máxima humanista que ha movido el cine de Jean-Pierre y Luc Dardenne desde sus primeros esfuerzos en el cine de ficción.
Arriba ese ánimo Sandra, despedida de la fábrica, debe lograr que sus compañeros dejen de cobrar un plus para que la reincorporen. “La crisis y la competencia asiática me obligan a tomar decisiones”, dice el jefe. El señor Dumont les dio a los 16 trabajadores la opción de elegir entre reincorporar a la fábrica a la despedida Sandra, o recibir un bonus en efectivo. Y la mayoría, catorce, ya eligió el dinero. Sandra consigue el viernes que haya una nueva votación, esta vez secreta, el lunes. Jean-Pierre y Luc Dardenne van a seguir a Sandra, y a su marido, Manu, el que más la presiona para que hable con sus compañeros (“¿Cómo pagaremos la casa sin tu sueldo?” es sólo uno de sus argumentos). Sandra, que viene de recuperarse de una crisis emocional, teme sentirse una mendiga. Pero allí va, empujada por la situación, y por Manu, y una compañera, a poner el cuerpo, a hablar con sus colegas, convencer uno a uno, yendo a visitarlos a sus hogares. “Estoy jodida otra vez”, reconoce Sandra, pelo recogido en colita, ojerosa y sin pintura. Los directores ponen en juego, en el centro, la solidaridad. “¿No te da vergüenza venir a robarnos?”, le responde a Sandra un compañero. Así, la protagonista se debate entre una nueva depresión (¿ cómo la van a tratar los que pierdan el bonus, no por propia decisión, sino porque perdieron en la nueva votación?) y la esperanza. También como en muchos de sus filmes, lo que está detrás es una fábula sobre la fuerza, la entereza de un individuo vulnerable que debe luchar contra lo que lo rodea. Y los Dardenne, como siempre, no cuestionan a la protagonista. Simplemente la filman. La acompañan con su cámara. Cámara casi siempre en mano, salvo algunas tomas fijas en el interior del auto, y muchos exteriores, lo que le da espontaneidad al relato, que no tiene absolutamente nada de improvisación, todo ello redunda en un trabajo magnífico de un lado y del otro de la cámara. Porque si el cine social es el que siembran y cosechan los directores de Rosetta (con la que más parecidos tiene Dos días, una noche), El niño y El chico de la bicicleta, si no se logra empatía con el espectador ese aspecto cuasi documental en su manera de filmar y narrar quedaría entonces como un relato ajeno. Marion Cotillard seguramente no se lavó el cabello durante varias jornadas. Afeada, con la misma ropa esos dos días y más de los que habla el título, compone a Sandra desde la forma en que camina cuando va a hablar con sus colegas y cuando se retira. No es sólo la expresión de su rostro. Ni sus lloriqueos. Y es por eso que, en el final, y no adelantamos nada, Sandra puede decir que se siente feliz. El tema no es sólo ser solidario, es pelear y poner en juego y adelante de todo los derechos, lo primordial, los ideales. Pero no todo tiene que ver con la pérdida o no de la fuente laboral. La película también trata sobre la felicidad de Sandra. Sus desequilibrios -mentales y anímicos- la llevan de pasar de una depresión a un estado de optimismo medido. Es la manera que tienen los Dardenne de subrayar que, llamémosle los principios, el alma, la integridad de una persona nace de adentro hacia afuera. Como cantaba Charly García, te pueden corromper, te puedes olvidar, pero ella (la libertad) siempre está.
Marion Cotillard vuelve a brillar con los Dardenne Más allá de que en sus dos últimos films trabajaron con estrellas para mejorar los resultados comerciales (en El chico de la bicicleta fue Cécile de France y para este proyecto la elegida resultó Marion Cotillard) poco ha cambiado -en el mejor sentido del concepto- desde que en 1996 La promesa los lanzó al reconocimiento internacional hasta hoy. El cine humanista, íntegro, noble y demoledor de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne se mantiene fiel e imperturbable a los cambios de paradigmas. Pasan los años, las películas, y estos dos viejos maestros se sostienen a fuerza de talento, rigor y coherencia. Y, lo que es tan o más importante, sin perder contacto con la realidad, sintonizando siempre con los conflictos esenciales de la actualidad. En Dos días, una noche los Dardenne se meten otra vez con la problemática laboral. En el ámbito de una fábrica de paneles solares en crisis por la creciente competencia china, el jefe ha decidido que sean los propios trabajadores quienes voten qué hacer: despedir a uno de los 17 trabajadores o resignar un bono anual de mil euros que todos esperan con ansias para resolver problemas pendientes. En una primera instancia, la mayoría decide quedarse con la plata y es Sandra (Cotillard, nominada al Oscar y consagrada mejor actriz en los European Film Awards por este trabajo), una mujer que desde hace bastante tiempo atraviesa por una profunda crisis depresiva, quien perderá su puesto. Pero un par de compañeros asegura que el capataz ha presionado a los operarios y, así, el dueño acepta realizar una segunda votación el lunes siguiente. Ella, con el apoyo de su marido, deberá sobreponerse a su baja autoestima, a su dependencia de las pastillas y a su tendencia a abandonar todo a mitad de camino para visitar uno por uno a sus compañeros y convencerlos de que no la dejen en la calle. No importa tanto la resolución final, ya que lo que los Dardenne (dos veces ganadores de la Palma de Oro en 1999 con Rosetta y en 2005 con El niño) exponen es cómo la crisis del empleo va no sólo marcando la situación económica sino minando la integridad moral, física y hasta sexual de los trabajadores. Al plantear semejante dilema moral, los directores de El silencio de Lorna y El hijo exponen los riesgos y contradicciones que atraviesan hoy aquellos que dependen de un salario y necesitan mantenerlo como sea. La película va de lo social a lo íntimo, sin juzgar a nadie, sin dividir el mundo entre villanos y héroes, dándole voz a todas las posturas (incluso a las de quienes se niegan a ayudar a la víctima), ofreciendo los múltiples puntos de vista para comprender la situación en toda su dimensión y complejidad. Un cine inteligente. Un cine de resistencia.
Avatares de la clase trabajadora del primer mundo Sandra (Marion Cotillard) trabaja en una pequeña empresa de paneles solares, nada la distingue del resto de sus compañeros salvo que estuvo de licencia por una depresión. En su ausencia, el resto de los obreros trabajaron horas extras para suplir su ausencia y la firma cayó en la cuenta de que podía prescindir de sus servicios. Pero para desembarazarse de Sandra, el directorio les propone a los 16 empleados restantes que voten si optan por aceptar un bono de mil euros y seguir trabajando a destajo o prescindir del dinero y así su compañera podrá conservar el empleo. Es viernes y la perversa votación se va a realizar el lunes, así que Sandra tiene apenas el fin de semana para convencer a sus colegas para que voten por ella. Dos días, una noche finalmente llega a la cartelera local después de presentarse en la competencia oficial del Festival de Cannes del año pasado, en donde parte de la prensa sentenció que la película era otro fresco de los Dardenne sobre el capitalismo y no mucho más. Lo cierto es que más allá de que los hermanos belgas nuevamente abordan el realismo proletario, si se quiere un sinuoso subgénero siempre sujeto a la discusión, sin juzgar a nadie pero con una clara toma de partido, la película en si se ocupa en profundidad de los nuevos interrogantes que se desprenden de las feroces condiciones laborales, que determinan un nuevo escenario en cuestiones como la solidaridad, los lazos personales y el papel de los sindicatos. En ese sentido el angustioso recorrido de la protagonista por casas de los suburbios, canchas de fútbol, talleres y hogares en donde las cosas no van demasiado bien, es una aproximación bastante precisa del estado de situación de la clase trabajadora del primer mundo, dando cuenta que esa denominación también está sujeta a revisión. Pero sobre todo, la épica de Sandra se confronta una y otra vez con la de otros desgraciados, sin villanos, algunos derrotados, otros tratando de hacer lo correcto y todos con necesidades, atendibles, tan chiquitas como enormes en su lucha cotidiana. Y está la puesta, tensa, con una cámara siempre encima de Marion Cotillard, una actriz famosa que pone el cuerpo para ser otra. "No existo, no soy nada" dice su personaje en un momento de desesperación y Cotillard logra lo que parece imposible sin forzar el verosímil, transitar de manera natural el pasaje de estrella global a heroína sin gloria, cuyo mayor triunfo será, en el mejor de los casos, conservar el empleo.
En el marco de “Les Avant-Premières 2015”, la séptima edición del Festival de Cine Francés de Buenos Aires, que se realiza entre el 9 al 15 de abril en nuestra ciudad, se encuentra entre su selección de películas “Dos días, una noche” de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne. Esta película cuenta la historia de Sandra (Marion Cotillard), una trabajadora de una fábrica que previamente a su reincorporación, su capataz realiza una votación entre sus compañeros: elegir entre un bono de mil euros o mantener a Sandra en el trabajo. Frente a la sospecha de manipulación y presión entre los colegas, Sandra junto a una de sus compañeras consigue que se vuelva a realizar la votación. Es así como tendrá el fin de semana para convencerlos de rechazar el bono para poder conservar su empleo. La premisa de la historia es simple: frente a un hecho ocurrido, la protagonista deberá realizar ciertas acciones para lograr un cometido. Sin embargo, a medida que la historia avanza se va haciendo cada vez más compleja. ¿Por qué? Porque vamos interiorizándonos con las condiciones de vida de las distintas personas que trabajan con Sandra y tratamos de entender o no por qué la apoyarán o tomarán la decisión de conservar el bono. A pesar de que la historia se repita una y otra vez (Sandra yendo a ver a cada uno de sus compañeros para pedirles que recapaciten acerca del voto), el ritmo de la trama no disminuye ni se hace monótono. Uno piensa ¿irá a ver alrededor de diez personas a pedirle siempre lo mismo? Sí, eso pasa, pero cada personaje tendrá una reacción distinta y un contexto en el cual se encuentra inmerso diferente. Asimismo, también nosotros juzgaremos la decisión final de cada individuo, según la moral y la ética. ¿Hicieron bien en votar de tal y cual forma? ¿Qué hubiéramos hecho nosotros en una situación similar? De esta manera, “Dos días, una noche” nos propone el debate y la reflexión acerca de un dilema moral, que a pesar de estar contextualizado en una fábrica de Francia, se puede extender a cualquier trabajo de cualquier país; es una historia universal. Con respecto a las actuaciones, hay que destacar el impecable e increíble trabajo de Marion Cotillard, quien se pone la película en el hombro y, si bien está muy bien acompañada por Fabrizio Rongione, quien hace de Manu, el marido de Sandra y un personaje muy necesario tanto para la historia como para su mujer, se podría decir que todo el crédito se lo lleva ella. Su interpretación de Sandra es muy cuidada y logra demostrar esa entereza pero a la vez esa vulnerabilidad por la que transita su personaje. En síntesis, “Dos días, una noche” es un drama sumamente realista, que nos permite ponernos en el lugar del otro y empatizar con los personajes, gracias a un impecable labor de su protagonista, Marion Cotillard, y con una historia muy bien elaborada que se desarrolla de una manera perfecta.
"Dos días, una noche" es la peli por la que Marion Cotillard recibió la nominación a mejor actriz en la última ceremonia de los Oscars, y claro, lo vale. Marion es una de mis favoritas y si ves esta peli seguramente lo será para vos. Los hermanos Dardenne se plantan y cuentan una historia "real", con momentos tan normales como únicos, que hacen que la peli sea una especie de documental ficcionado muy interesante. La depresión, la crisis, las decisiones, los temores y más, todo explotado e interpretado por el elenco que hace juicio a las acciones y funciona en todo momento. Una trama que da para debate y reflexión, y que seguramente no solo quede en la sala de cine. Una buena propuesta para disfrutar activamente a cada minuto.
La nuca de Marion Cotillard Los hermanos Dardenne vuelven a retratar a la clase trabajadora con cámara en mano, pero esta vez en una historia con aires de thriller. Los hermanos Dardenne no inventaron esto pero transformaron el recurso en su marca personal: su cine es un cine de nucas. La cámara en mano sigue a los personajes, que invariablemente caminan y hablan, hablan y caminan. Generalmente son mujeres o niños, siempre frágiles, pero con los años su cine se volvió más luminoso, sin perder la melancolía. Su película que más me impresionó sigue siendo Rosetta, la primera que ví y la que los lanzó al mundo con la Palma de Oro en Cannes ‘99. Sin dudas fue por la novedad y la rigurosidad de una película que funcionaba como un mazazo. Pero los Dardenne se fueron complejizando con el correr de las películas sin abandonar nunca su poética y llegaron, creo yo, a una síntesis con Dos días, una noche. Al cine de nucas, de personajes frágiles y diálogos realistas en apariencia sencillos y vulgares, se lo carga con una historia mucho más redonda que en otros casos, que tiene una progresión dramática más definida y que funciona casi como un thriller. Algunos incluso la compararon con A la hora señalada o Doce hombres en pugna. ¿Los Dardenne haciendo cine de género? No, tanto no. Pero en Dos días, una noche hay un personaje que tiene un objetivo claro y un tiempo breve para cumplirlo (adivinaron: dos días y una noche, un fin de semana). Se trata de Sandra (increíble Marion Cotillard, nominada al Oscar por este papel), una mujer que después de una licencia por enfermedad es despedida de la fábrica donde trabaja. Su jefe les propuso a sus compañeros la posibilidad de echar a Sandra y que cada uno cobre un plus de mil euros por hacer el trabajo que ella hacía. Hubo una votación: sólo dos votaron a favor de que Sandra conserve su trabajo y los otros 14 optaron por el plus de mil euros. Ese viernes Sandra convence a su jefe de que vuelvan a hacer la votación el lunes, y el fin de semana recorrerá la casa de cada uno de sus compañeros para convencerlos de que voten por ella y renuncien a los mil euros extra. En un principio, la premisa parece un poco tirada de los pelos y uno adivina que la cosa puede ir para el lado de películas del estilo de Recursos humanos o El empleo del tiempo: una mirada crítica al mundo de las relaciones laborales. Pero claro, con un punto de partida bastante sesgado y artificial. Quiero decir: no es muy común que un jefe haga elegir a los empleados entre un aumento de sueldo o un compañero. Pero los hermanos Dardenne no son ningunos tontos y la película usa ese argumento apenas como anzuelo para darle a Sandra un propósito y a la película una tensión. La crítica está implícita -como en todas sus películas, siempre pobladas por personajes de la clase trabajadora- pero el conflicto tiene escala humana: al final los temas son el individualismo y la solidaridad más en el sentido amplio que en el contexto de una fábrica y de relaciones laborales. Pasaron casi quince años de aquel verano en que ví Rosetta en una sala del Abasto. Cinco películas después, los Dardenne mantienen la coherencia de una forma asombrosa y, si bien ya no sorprenden ni son tan contundentes, sus películas son más complejas, más ambiciosas y, en el caso de esta última, más amigable.
Reconocible planteo moral de los hermanos Dardenne Más sencillo imposible. Más dificil de resolver, también imposible. Una empleada pidió licencia médica. Puede que, cuando vuelva, no rinda como antes, incluso puede que recaiga. Mientras, los compañeros se han repartido su trabajo. El viernes la empresa les ofrece un bonus para seguir de esa manera. Es una empresa chica, de esas que los sindicatos ni siquiera toman en cuenta. Y ellos de ese modo podrán llegar mejor a fin de mes. A costa de un despido. El lunes deben votar su decisión. La mujer se entera el sábado. Tiene dos días y una noche para visitar a cada uno de sus compañeros y pedirles que no acepten la propuesta. Pero cada uno tiene sus razones para aceptarla. Con este planteo, Frank Capra hubiera hecho una hermosa fábula sobre la bondad humana. Recuérdese "La locura del dólar" o "¡Qué bello es vivir!". Algún director socialista hubiera hecho una fábula elogiando la solidaridad obrera. Y un contestatario de los 70 hubiera repartido armas para acabar con los cerdos capitalistas que quieren dividir a los trabajadores. Pero ésta es una película de los hermanos Dardenne. Vale decir, una obra realista, que hace un planteo moral y considera las razones de cada persona para pensar primero en sí misma o mostrarse digna y generosa, porque le sale del alma, porque se ve obligada, o porque puede darse ese lujo. Son tiempos de crisis, y la crisis no es solo económica. Esta vez los Dardenne aquietan la cámara. No la enciman tanto sobre los personajes. Contemplan a la debida distancia la mujer que pide, que pregunta "¿qué harías vos en mi lugar?" y la persona que debe responderle, ambas en el mismo cuadro. Casa por casa. Respuesta por respuesta. Mientras el espectador también se pregunta qué haría en su lugar. Todas son situaciones verosímiles. La protagonista es Marion Cotillard, estrella francesa que acá se luce "a cara lavada". Su actuación en esta película le ha valido premios por todas partes, incluso una nominación al Oscar. ¿Y al final cómo termina la historia? ¿Qué tan compañeros son los compañeros? ¿Podrá esta mujer desesperada convencer a la mitad más uno, para mantener su empleo? ¿La situación económica todavía permite la utopía? ¿Qué resolución dramática pueden elegir esos grandes moralistas belgas que son los hermanos Dardenne? Digamos solamente que ésta es su película más cercana al público de todas partes. Vale la pena.
Se estrena con mucho retraso la última película de los hermanos Dardenne, protagonizada por Marion Cotillard, Dos días, una noche. Los hermanos belgos vuelven a apostar a un cine de retratos crudos y brutalmente honestos. Esta vez, enfocan su atención en un personaje femenino, Sandra, que además del bagaje que carga (sufre de una fuerte depresión), tras una licencia debe volver a su trabajo sólo para enterarse que sus compañeros votaron por obtener un bono extra a cambio de prescindir de su labor. “No existo, no soy nada”, llora una Marion Cotillard sin maquillaje entregada en cuerpo y alma a su personaje. Pero entonces le dan una segunda oportunidad, aunque no sólo depende de ella sino también del compañerismo de sus colegas. Es así que Sandra cuenta con dos días y una noche para convencer uno por uno de votar el próximo lunes a favor de que ella pudiera quedarse. Pero con cada visita se encuentra con diferentes personajes, diferentes historias y diferentes razones, para votar que sí o que no. En fin, se encuentra cara a cara con diferentes realidades sociales. Probablemente nadie se acuerde pero Marion Cotillard fue nominada al Oscar por su actuación en esta película. Y sin dudas fue una de las más merecidas (sino la más), porque le imprime a su personaje de un modo muy natural una fragilidad y dolor inmensos. La cámara en mano, inquieta, nerviosa, ansiosa, la sigue escena tras escena mientras lucha por su trabajo y por su propio estado emocional, porque para alguien como ella salir y enfrentarse a la gente no es algo tan fácil como para muchos. Una película dura, demoledora, un relato intimista y social a la vez y una actuación hermosa de Marion Cotillard. Dos días y una noche merecía ser finalmente estrenada.
Soy de los que creen que los hermanos Dardenne no pueden hacer nunca una película del todo mala. Lo he escrito ya varias veces: hay una lógica en la manera en la que ven al mundo, a sus personajes y una forma realista –seca e implacable– en la que filman, que casi no les permite caer en groserías estéticas ni narrativas ni cometer errores demasiado obvios. Con ese estilo pseudo documental y de “clase trabajadora” que tienen, nada puede dejar de ser honesto ni creíble ni humano. Dentro de estos parámetros, de todos modos, tengo la impresión que TWO DAYS, ONE NIGHT es una película floja, menor, de lo más intrascendente y, para mí, poco creíble y más manipulador que han hecho los directores belgas en toda su notable carrera. Y no por el hecho de que una actriz famosa como Marion Cotillard sea la protagonista –no me molesta tanto como a otros que en los últimos tiempos hayan empezado a usar estrellas de cine–, sino que la siento, extrañamente en ellos, programática, guionada, muy básico su eje temático y muy mínimo su desarrollo temático. twodaysEl filme cuenta lo que pasa a lo largo de un fin de semana en la vida de una mujer que está volviendo al trabajo en una fábrica tras una larga ausencia por enfermedad (pronto sabremos que se trata de depresión, aunque el asunto se explorará poco y nada). Ella acaba de recibir la noticia que sus compañeros de trabajo han votado en su contra cuando la empresa para la que trabajan los hizo optar entre conservar el trabajo de la chica o cobrar cada uno de ellos un bono anual de 1.000 euros. Según la propuesta de la empresa, era una cosa o la otra. Y los colegas de la chica, bastante desalmados por cierto, decidieron dejarla en la calle para cobrar un dinero que les permitirá, en el mejor de los casos, comprar una heladera o tomarse unas mínimas vacaciones. Asumamos que uno acepta que algo así sea posible y que haya gente de ese mundo que sea tan miserable como para hacerle eso a una persona con la que trabajan (la película probará que no solo son muchos sino que no parecen tener nada de lo que avergonzarse), otro de los problemas del filme es que el recorrido dramático de la película se vuelve reiterativo. La mujer debe ir a las casas de los 16 compañeros y tratar de convencer uno a uno de que cambien su voto en una segunda votación que consiguieron para el lunes. Sí, el recorrido servirá para hacer un trazado sociológico de la clase media baja de la Europa contemporánea y su pérdida drástica de la solidaridad en estos tiempos de crisis económica, pero en términos narrativos se vuelve previsible, con nuestra protagonista repitiendo una y otra vez la misma consigna y escuchando versiones de la misma respuesta por sí o por no. No existen las elipsis en el filme: todo se reitera, hasta la explicación del caso. twodays_onenight_1-620x412Estilísticamente, si bien la película sigue en la línea de un realismo sin fisuras del cine de los Dardenne, este filme tampoco tiene la fuerza y el ritmo frenético de anteriores películas suyas en las que la cámara parecía estar montada sobre los personajes. Ese estilo lo han ido abandonando hace ya unos años, pero en esta película tan generalista se vuelve más anodino. De hecho, por momentos, daba la sensación de estar viendo una de esas películas de Ken Loach en la que los personajes son apenas manifestaciones humanas de posiciones políticas y para lo único que se los utiliza es para plantear debates sociales sobre “temas relevantes”. Es, para mí, también la película menos personal y sentida de los directores de EL HIJO desde la mínima atención que se le presta a su problema de depresión y su compleja relación de pareja. Esto no quiere decir que hayan cambiado radicalmente nada de su forma de hacer cine. El principio estilístico y los temas están ahí, solo que para mí están banalizados, reducidos, sin el aura intensa y personal que la mayoría de sus otras películas tienen, como si fuera una versión accesible o “made for TV” de otros filmes suyos, mejores. En un punto, se puede pensar a la película como una crónica electoral que, en cierto sentido, anticipa el reciente triunfo de la derecha en Europa en general y en Francia en particular: a la clase obrera cada vez le importa menos el otro y el concepto de solidaridad se va perdiendo. Es un universo sin sindicatos que ayuden, sin obreros que propongan huelgas, con gente mirando para otro lado. En la película suena un poco forzado y maniqueo. Acaso la realidad misma sea más dramática –y dramáticamente compleja– que cualquier intento por ficcionalizarla.
Conciencia de clase Una mujer duerme en un sofá. El teléfono la despierta. Es joven y hermosa; está triste. Todo en ella es cotidiano, conocido, pequeño y propio para una trabajadora de clase media baja como ella y como yo. Saca una pizza del horno. No hay ninguna música pero en el sonido ambiente, en la forma de descubrir el espacio, en el color de la imagen: ahí están la tristeza, el desorden, el sopor de la tarde, la soledad. El llamado telefónico de una amiga cercana nos informa el conflicto: Sandra (simple y bella Marion Cotillard) está intentando volver a su trabajo luego de una depresión, pero el empresario con el que mantiene la relación de dependencia ha decidido que no puede pagar el bono anual al resto de los empleados y recontratarla. O una cosa o la otra. La decisión está en mano de los compañeros del trabajo, que ya han votado y han elegido quedarse con el dinero. Pero la amiga de Sandra tiene la esperanza de persuadir al jefe para votar otra vez y lograr que el equipo la apoye. Eso implica, para una persona depresiva, luchar, tener fuerza y pedir. La palabra clave es “convencer”. Animarse a decir, hacer el intento, ser convincente. Ir uno a uno pidiendo ayuda, convenciendo. Venciendo en conjunto. Sandra tiene dos hijos y un marido que la ama. Hace cuatro meses que no hacen el amor. Él intenta apoyarla, sostenerla; pero sus hijos la enloquecen, la depresión se cuela, las pastillas son esa presencia a la vez salvadora e inquietante. Sandra llora en silencio. Tiene que hacer el intento de conservar su trabajo. El trabajo, el sentido, algo para entender qué está haciendo ahí, qué es lo que vale la pena recuperar. La ciudad suena simple y ajena. Hay una cámara que la acompaña: somos nosotros. Ella es completamente cierta junto a una cámara delicada y respetuosa pero dolorosamente incisiva. Sandra es real cuando se mueve, cuando mira, cuando respira y cuando espera. La cámara corta poco y nada, se mueve con ella y nos deja verla, sentirla. Todo sucede, fluye, se escucha, se huele. Su cuello; los hombros a través de la musculosa ajustada, la desprolija colita de caballo, el jean. Los ojos y las manos. La película se estructura en una serie de viñetas, de pequeños sucesos: cada encuentro de Sandra con un compañero al que convencer de dejar su bono y votar por ella. Tiene solo un día para convencerlos, un día y una noche. Así conocemos a cada uno de los personajes, metidos de lleno en el conflicto ético de qué hacer: si jugarse por el trabajo de una compañera o recibir el bono anual de mil euros. Como Sandra está apurada y la situación es tremendamente incómoda, los espacios suelen ser umbrales: puertas, pasillos, halls de entrada. La pregunta parece ser quién la deja entrar, quién al menos se permite la duda. Los cuerpos pelean en el borde de las ideas, dan cuenta del nerviosismo, del límite. Ahí en la pista donde se ven los pingos, diría algún tango porteño. Los compañeros de trabajo de Sandra, en general, están en aprietos. Precisan ese bono, como yo lo precisaría. No hay verdadero trabajador que no comprenda la sensación de necesidad de una platita extra; lo que depositamos ahí, el pago de una deuda, la compra de algo necesario, un aire, un pequeño respiro. La situación expone la contradicción más evidente del capitalismo: no se puede estar en dos lugares a la vez. Si un trabajador elige jugarse por los demás, anteponer la ética al pragmatismo, tiene que renunciar hasta a los más pequeños beneficios personales y eso implica quedar afuera, abdicar de ciertas cosas, salirse. Perder, bah, en la materia y en la idea. To be a loser. El lugar que nos queda es el de preguntarnos qué haríamos. Resulta difícil juzgar a los personajes y la película no lo hace: más bien ilustra el tipo de vínculo que estas situaciones despiertan, cómo tocan otras cosas, cómo ponen en juego las relaciones de poder, las historias personales, la memoria, las marcas de origen. Y en cada encuentro resulta imposible negar que hasta las decisiones más personales están atravesadas por la política: esa extraña forma abstracta del lenguaje humano. Tal vez sea ese el verdadero sentido de la conciencia de clase: no algo vinculado al acuerdo ideológico sino algo mucho más concreto, más cercano al acto de identificar a aquel que incluso en el desacuerdo ocupa un lugar parecido al mío. Sandra se desmorona muchas veces oscilando entre el posible triunfo y el posible fracaso. Cuando logra convencer a alguno, nos alegramos con ella; cuando le cierran la puerta, la vemos desbarrancar. Es terrible cómo está contada la sensación de desgaste de la lucha que el personaje emprende: el miedo, el orgullo, los picos de tristeza infinita. El contexto que ahoga también es el único sostén, la posibilidad de salir adelante, y en esa paradoja la relación de pareja está narrada con una ternura y un realismo muy profundos, muy bellos. La situación límite llega a su punto máximo al otro día, después de que se encontró con todos, en el momento en que van a volver a votar. Sandra espera, en uno de los planos más duros de la película, en tiempo real, qué es lo que va a pasar con su futuro. Y nosotros esperamos con ella. Entonces la película vuelve a girar sobre sí misma como un trompo para demostrarnos claramente cómo el conflicto por la felicidad o las ganas de vivir que podamos tener no está afuera, no es posible que dependa de otros, por más extremas que parezcan las circunstancias. Cómo la libertad, finalmente, no es una conquista pragmática sino ideológica, que tiene algo de epifanía, por qué no, de locura. Y que bueno, nos cambia la vida aunque sea un ratito: ese efímero y gozoso momento en que uno sabe que está comprometido con uno mismo y con lo que cree, y sale afuera y siente que rearma su propio andar, sus piernas, su corazón adentro. Sandra habla por teléfono con su marido, sonríe, camina, se aleja despacio de la fábrica. Siento que estoy frente a una obra de arte que me habla directamente, que sin ninguna estridencia me arenga y me consuela, y que por eso es revolucionaria.
El fantasma de la libertad Un fantasma acecha al cine de autor: la repetición. Y esta vez les tocó a los hermanos belgas. En alguna oportunidad, Bergman escribió un curioso y divertido texto firmado con seudónimo donde asumía la voz de un crítico señalando un estado de agotamiento creativo en la obra del legendario director. Tal ejercicio, más allá del carácter lúdico y paródico, era una forma de autoconciencia sobre la propia obra, siempre atravesada por una serie de obsesiones y constantes que conducirían inevitablemente a un callejón sin salida: la reiteración del método. De hecho, Bergman dejaría de filmar por un largo tiempo luego de Fanny y Alexander (1982), para regresar renovado con En presencia de un payaso (1997) y despedirse con Saraband (2003). En relación a lo anterior, tal vez sea Godard el mayor cineasta de la historia. Sin resignar jamás su condición autoral ha sabido reinventarse y pensar este lenguaje con sus permanentes mutaciones. Los hermanos Dardenne han construido un bloque sólido de preocupaciones sociales y estéticas. Dos días, una noche es una película correcta. Se congregan en ella el humanismo característico de sus criaturas, la exposición de los problemas laborales, un registro realista y los dilemas morales que afectan a las personas en situaciones de presión económica. Sin embargo, algo falta. Posiblemente sea esa energía que transmitían los protagonistas de El niño, El hijo o El chico de la bicicleta. La actuación de Marion Cotillard (joven estrella) es convincente y creíble. Conserva esas pocas marcas distintivas y objetos que los directores suelen utilizar para los protagonistas. En este caso, una musculosa salmón, una cartera (ahí están las pastillas), la ausencia de maquillaje y el caminar nervioso, siempre acompañado por una cámara que privilegia encuadres tensos. De todos modos, algunas decisiones con respecto a cómo se encara la historia, la apartan de la naturalidad interpretativa. Sandra da batalla para conservar el trabajo. Su depresión le ha causado inconvenientes y la empresa ha resuelto que si despiden a un obrero podrán bonificar a los demás. Esta decisión siniestra implica arrojar la piedra a los empleados: hay una votación donde deben elegir al respecto y ya ha sido enturbiada por el personal jerárquico. Esto moviliza a la protagonista a que se revea el escrutinio, sin presiones. Para ello, necesita sumar la mayoría de los sufragios. A partir de este momento, las horas están contadas y Sandra comenzará una especie de carrera contra reloj tratando de convencer a cada uno de sus compañeros para que renuncien al bono y posibiliten su reincorporación. Si bien los Dardenne despliegan en este sufrido periplo su acostumbrada moderación para trabajar las diversas reacciones y las justificaciones de los obreros sin bajar juicios de valor, sorprende el convencionalismo narrativo que lo emparienta con varios films taquilleros, focalizados en explotar un conflicto central excluyente. A la fuerza descriptiva de los ambientes (como en Rosetta, por citar un caso) y a la tensión individual como consecuencia de lo colectivo, le gana terreno la expectativa por un final, como si la principal atención estuviera puesta en eso. Esta diferencia con respecto al resto de la filmografía marca una orientación distinta que, lejos de enriquecer una cierta idea de método autoral si se quiere, coloca a la película en un lugar común con films más comerciales. Ahora, ¿es un problema lo expresado más arriba? Más bien es una observación. Y ello no impide reconocer que, pese a algún reparo, Dos días, una noche tenga sus momentos, aquellos donde asoma la voluntad de solidaridad, de acompañar al otro en una mirada, en un abrazo, en tender una mano aún resignando los propios intereses. Allí estará la figura del marido para bancar la parada y una compañera que se la juega a pesar de abdicar a la pareja. No es algo que necesariamente prevalezca en un mundo de circulación desaforada de capitales y esto los Dardenne lo expresan de manera sutil. No necesitan discursos de barricada ni escenifican revueltas colectivas porque eso no representa una predilección en sus films. De hecho, en la película, la discusión colectiva en la empresa funciona fuera de campo y el acento está puesto en las reacciones individuales, en los gestos de unos y otros, que tienen sus razones para tomar una decisión. Y cuando el fantasma de la repetición cobra una dimensión considerable, los directores vuelven a sacar una carta de la manga capaz de redimir los puntos débiles con una secuencia final notable donde el humanismo y la convicción son los pilares de una ética que no se negocia.
Pobre contra pobres La historia es simple. Luego de una breve internación por su síntoma depresivo, Sandra (Marion Cotillard) es notificada de que la suspenderán en la fábrica donde trabaja por exceso de personal. La única forma de mantener el puesto es convencer a sus compañeros de que resignen su bono anual por horas extras. La compañía, en suma, destinaría ese dinero, obtenido en legítimo derecho por los trabajadores, para mantener el puesto de una asalariada. Y el fallo se decide en una votación. En el lapso de dos días, entonces, Sandra deberá visitar personalmente a cada uno de ellos para rogarles que desistan del bono, para poder seguir trabajando. Algunos la atenderán a regañadientes, otros desearán golpearla. Es una lucha de pobres contra pobres, avalada y hasta alentada por la empresa, que los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne convierten en el thriller más angustiante de la semana. Los belgas son expertos en crear pequeñas obras de arte con relatos cotidianos, y Dos días, una noche puede contarse entre las más logradas.
Como hiciera Lisandro Alonso con Jauja, esta vez los Dardenne optaron por incluir a una superestrella en su reparto. Se trata de la próxima Lady Macbeth, Marion Cotillard, cuyo papel le valió una nominación al Oscar el pasado febrero. Considerado por muchos como un film menor dentro de su filmografía, debido a algún que otro exceso resuelto a las apuradas, Dos días, una noche no es un film a menospreciar. Cuenta la historia de Sandra, una obrera belga de la pequeña industria que padece uno de los males de nuestra época: la depresión. Luego de una crisis, Sandra se ausenta durante un tiempo y la empresa aprovecha para aumentarle el sueldo al resto de los trabajadores. La responsabilidad no es del empleador sino de los empleados ya que esto ha sido resuelto mediante votación. Sandra quiere recuperar su puesto pero la empresa advierte: si sus compañeros aceptan que ella retorne, el bono de mil euros les será descontado. Se trata, entonces, de la ética. Una vez más en la filmografía de los hermanos, lo político se ubica en el centro: las relaciones económicas impulsan la competencia entre los semejantes (“No voto en contra tuyo, sólo voto por mi bono”, dirán algunos… sin embargo, no es lo uno sin lo otro). Sandra tiene dos días y una noche para ir casa por casa a convencer a sus dieciséis compañeros de que se pronuncien a su favor. Los necesarios Dardenne cuidan a sus personajes, no los juzgan en ningún momento. El registro semidocumental de sus películas los tornan palpables, hay una continuidad entre nuestro mundo y el de ellos. De ahí que dé gusto volver ver a Morgan Marinne, el adolescente de la que quizás sea la mejor película de los hermanos: El hijo. Su presencia en esta película remite a esa otra. Sabemos que se trata de otro personaje, pues tiene otro nombre, pero lo que se ve en Dos días, una noche bien podría haber sido el destino de ese niño “rehabilitado” por el sistema allá por el 2002. En el recorrido de Sandra se revela una Europa multirracial en la que los trabajadores deben recurrir a otros trabajos (legales o clandestinos) para sostenerse. Sus reacciones ante la decisión son variopintas: algunos están cansados, otros carcomidos por la culpa, unos se muestran arrepentidos, otros indiferentes, abrumados por mandatos familiares o violentados por la situación. Y el capataz, interpretado por Olivier Gourmet, actor fetiche de los Dardenne, aparece como la cara visible del mal pero no deja de ser otra ficha que cede ante las directivas de los poderosos. Lo de Marion Cotillard es notable y si bien los Dardenne ya no entregan películas tan perfectas como Rosetta o El niño, la lucha sigue siendo la brújula que guía a sus personajes. Ella nos renueva y nos redefine. Bienvenido sea este estreno, entonces.//?z
Una película inolvidable, por lejos de lo mejor estrenado en el año Qué falta nos hace. Qué necesario es el arte cinematográfico de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne, tal vez los mejores retratistas de nuestros tiempos. El hombre y la mujer occidental visto a través de la sencillez de sus conceptos merecen un tratado aparte, como también su forma de filmar cronológica según lo que indica el guión. Capaces de visitar un set dos, tres, o más veces con tal de que el nivel interpretativo de los elencos que reúnen puedan, además de poner su talento al servicio de la construcción de los personajes, transitar la progresión dramática respecto de las circunstancias que viven. Prácticamente afiliados a los premios en todos los festivales del mundo (en especial en Cannes), sólo hace falta mencionar “El niño” (2005), “El silencio de Lorna” (2008) o “El niño de la bicicleta” (2013), como para que cada vez que se avecina un nuevo estreno uno se vaya relamiendo y esperando con ansiedad. Así llega, luego de un par de postergaciones y el paso por Pantalla Pinamar y por Les Avant Première de este año, “Dos días, una noche”. Lo primero para señalar es el contexto de crisis económica en el cual se emplaza esta historia pero, en lugar de utilizarlo para esconderse detrás del folletín de ocasión, los hermanos utilizan la situación como un manto, un velo invisible debajo del cual están, conviven e intentan sobrevivir los personajes. Sandra (Marion Cotillard) se entera de una mala noticia: ante una violenta reducción de presupuesto en la fábrica, y sin que ella hubiese asistido ese día, sus compañeros han optado por obtener un pago extra de dinero a cambio de votar a favor de su despido. Según las reglas, ella tiene un fin de semana para convencer a sus excompañeros de rectificar su decisión y así poder conservar su empleo. A partir de ese momento somos testigos del derrotero de Sandra que junto con su marido (Fabrizio Rongione) van casa por casa tratando de hablar con todos. El guión y la dirección de Jean-Pierre y Luc Dardenne, además de estar fenomenalmente escrito en función del balance entre narración pura y transición, plantean la profundidad de las miserias humanas a partir de la necesidad y del instinto de conservación. Ya no hace falta contar que el sistema se fagocita a la clase trabajadora y por eso pueden coquetear con los dos factores que amplían el drama en grandes proporciones. Sin ampulosidades ni golpes de efectos innecesarios, los talentosos artistas confían en la suficiencia que de por sí supone enfrentar o mejor dicho, confrontar la humillación y la búsqueda de dignidad contra la culpa y la indiferencia. Cada dialogo, cada gesto y cada paso que dan los personajes van aumentando el nivel de angustia en ambos extremos, mientras que la parte patronal, el gran cuco de este cuento, oficia como una omnipresencia que no parece desaparecer, aún si este problemita tuviese un final amable. Lo magistral de este planteo es que desde el vamos ningún espectador puede imaginar que alguien salga ganando aquí. Gracias a un argumento que ofrece un personaje muy generoso, pero sobre todo por su capacidad, Marion Cotillard ofrece por lejos el mejor trabajo de su filmografía. La postura corporal, la forma urgente de caminar, la contención ilimitada para o dejar salir la bronca y la impotencia, el vacío de mirada frente al golpe, son sólo algunos de los recursos que esta extraordinaria actriz (nominada al Oscar por este papel) entrega en cada plano. “Dos días, una noche” tiene ya en su título una idea del tiempo disponible, otro factor fundamental que juega como un irreductible e insobornable enemigo. Una película inolvidable, por lejos de lo mejor estrenado en el año. Brillante.
Reflexiones éticas de un gran film Con un particular concepto de realismo, que se sostiene en el concepto de honestidad, los directores trazan una topografía de nuestro tiempo a partir de diferentes voces, que nos acercan a lo más profundo de una gran crisis. Cuando mencionamos a los hermanos Dardenne, nacidos en una ciudad de Bélgica, pensamos inmediatamente en tantos otros hermanos que llevaron a cabo, juntos, la vocacional labor de escribir y dirigir para el cine. Asoman en nuestra memoria los tan reconocidos hermanos Paolo y Vittorio Taviani, quienes desde los años 60 redefinieron la poética del Neorrealismo desde una mirada mosaico antropológica de notable acento crítico en el orden socio?cultural. Y, en Estados Unidos, los hermanos Coen, quienes han logrado un consenso ciertamente muy generalizado en las plateas de los públicos de mediana edad; que los vienen siguiendo desde aquel primer film, de género pero independiente, Simplemente sangre, de mediados de los años ochenta. Los hermanos Dardenne, Jean Pierre y Luc, que cuentan en la actualidad con una filmografía de dieciocho films entre cortos y largometrajes, ofrecen a lo largo de todo su itinerario una inusual coherencia, en cuanto a la perspectiva ideológica que parte de quebrar todo enfoque maniqueo, otorgando una voz propia a cada personaje, presentando a cada uno de ellos frente a situaciones que a veces rozan los límites, sin prejuzgar. En el orden de lo inmediatamente visible, pareciera que están improvisando constantemente; sin embargo, como la actriz principal del film que hoy comentamos, Marion Cotillard, desde su sublime profesionalismo, ha expresado a la prensa que "cada instante se va planteando de manera calibrada, milimétrica, no dejando al descubierto las costuras del mismo". El principio de economía del film y de la obra de estos directores ya parte desde el mismo título. Nombres que apelan a un concepto, que apuntan a centrar un sustantivo o a establecer un rasgo de pertenencia. En esta filmografía que despierta continuos interrogantes, que apela a un espectador reflexivo, títulos como La promesa, El hijo, El Niño, El silencio de Lorna, Rosetta o El niño de la bicicleta revelan esa fuerte capacidad de síntesis que está presente en cada uno de los films. En ellos se plantea una cierta inmediatez en esa manera de acercamiento a pequeños hechos de la vida cotidiana, que se expanden, como ahora en este último, desde una acotada unidad temporal; que tensan un movimiento que adquiere sus tonos más graves sin apuntar a una resolución. Y en la mayor parte de sus obras, la cámara en mano nos lleva a acompañar de cerca a sus personajes, detenernos, observarlos, abrirnos a sus gestos, a sus palabras. Si hay un festival que siempre espera esa nueva obra de los Dardenne es el de Cannes. Y Cannes en numerosas oportunidades ha considerado su obra a la hora de las premiaciones: guión, actores, films en sí. Alejados de todo tipo de concesiones, sus obras se modelan sobre esa categoría un tanto olvidada, la del cine de compromiso; expresión un tanto ausente en el cine de hoy; lejos, por otra parte, en lo que respecta a ellos, de todo enfoque panfletario. Son pequeñas historias, historias mínimas, las que elevan sus siluetas por encima de una actitud indiferente. En esos recortes de vida, retazos, se ponen en juego toda una serie de conductas que tienen su propio lugar. La horizontalidad atraviesa toda una filmografía que lleva a que el espectador, desde una mirada profunda, pueda ser partícipe de sus propios dilemas ante situaciones de dolorosa crisis. Y la reflexión ética que proponen, lejos de plantearse como moraleja, queda suspendida en la mirada de cada uno de nosotros. Sus personajes se mueven casi anónimamente en ese mundo que los ignora. Muchos de ellos viven en los márgenes, desde su condición de inmigrantes, desocupados, sosteniendo el día a día de manera precaria. Los hermanos Dardenne colocan a sus personajes en situaciones límites frente a determinadas opciones, dejando al descubierto el dolor, la fragilidad, la desesperación en ese intento por sobrevivir. Pero no clausuran el relato, por el contrario, esos puntos suspensivos nos seguirán acompañando mucho más allá de la salida de la sala. Presentada en la selección Oficial del 2014 en Cannes, Dos días, una noche, sin embargo, no fue reconocida a la hora final. Sí, en cambio fue elegido como mejor film extranjero en otros festivales y su actriz, Marion Cotillard, fue nominada para los premios Oscars y en la noche de los premios César. Pero, igualmente, la mayor parte de la crítica internacional destacó sus méritos. Podríamos decir que en la hora y media de duración del film --y desde un relato que da cuenta, temporalmente hablando, de lo que se anuncia en su título-- pasamos a ser testigos y protagonistas de los diferentes tipos de reacciones ante una determinante decisión de la voz empresarial, que empuja a una direccionalizada votación. Quedan así aquí, al descubierto, desde una actitud manipuladora, los miedos y alarmas de un grupo de empleados que debieron elegir para poder recibir ellos ese plus que les permitirá sentirse más seguros. En ese acto de elegir, en esa votación, lo que ha imperado es el miedo: miedo a quedar fuera del campo laboral, miedo a no poder subsistir, miedo a quedar atrapado en las redes de la desconfianza tendidas por el propio sistema. Y todo este planteo, que se escenifica aquí en un barrio de humildes empleados, obreros, de la ciudad de Lieja, coloca de inmediato a la figura de una joven mujer, casada, con un compañero que sirve en un lugar de comida al paso, que ha pasado a ser, de manera directa, tras su licencia por depresión, la figura elegida para reestructurar ese orden económico, que pretende de manera ilusoria hacer ver que cada uno de ellos, cada empleado, puede obtener un mayor beneficio ("la prima", se da en llamar) a cambio de sacrificar a uno de los que allí trabajan. Feroz dilema, perversa votación, en la que ya está dado de antemano el fallo final. Un tiempo que se estrecha, una posible nueva elección, un incierto continuará. Al igual que uno de los hermanos Kaurismaki --Aki, director del sublime film Le Havre-El puerto, definido por su director como "un utópico sueño"--, los hermanos Dardenne dibujan aquí un horizonte esperanzador respecto del conflicto señalado. Y en tal caso, no ya porque se ha restablecido un orden consolador, sino porque algunos de ellos, a lo largo del relato, han podido decidir teniendo en cuenta sus razones más sinceras, escapando de la tensión angustiante que los oprime, pensando en su prójimo. Admirable es el trabajo de construcción que realizan estos directores, en ese periplo que atraviesa la protagonista, Sandra, a los fines de escuchar las razones de los otros, pidiendo se comprendan sus urgencias, poniendo en escena el vocablo "decidir" desde quien pronuncia el mismo, desde quien lo actúa, a partir de quién obliga a hacerlo de acuerdo con ciertos intereses. Respuestas solidarias, mezquinas, celosas; respuestas que crean todo un espectro que va delineando los alcances y pausas de una amenazante fractura. Una nueva votación se anuncia para esa primera hora de la mañana de ese tan inmediato, más que cercano, día lunes. Y a lo largo de esos días y una noche, en los que caben todos los matices, las reacciones nos llevan a una escucha diferente, a la captación del gesto no ya naturalizado. Los matices impregnan la atmósfera en los pasajes de los estados de ánimo, a partir de diferentes respuestas, de nuevos replanteos en algunos de sus compañeros de fábrica. Y allí, en medio de ese debate a puerta cerrada, otro inesperado dilema tendrá lugar. Los Dardenne exploran aquí, en este admirable film, un particular concepto de realismo, que se sostiene en el concepto de honestidad. Una caracterización de un grupo de perdedores que orillan una férrea línea de incomprensión, de ajenidad. Y el drama de la protagonista, apenas emergiendo de un estado de crisis, la va a llevar a golpear puerta a puerta, pidiendo disculpas, sintiendo vergüenza, tratando de que pueda ser comprendida. Tal vez, cabe pensar que los Dardenne a través de sus propuestas fílmicas, del drama que sufren sus personajes, se interrogan sobre los grandes temas de nuestro tiempo. Cada uno de esos empleados, obreros, inmigrantes, desposeídos, habita un mundo precario que busca naturalmente la mano del otro. Y los espacios que habitan denuncian el celo y el despojo de todo un sistema que ha capturado --usurpando, domesticado para sí-- los vocablos que fundaron un tiempo de esperanzas.
Finalmente llegó a la cartelera local “Dos días, una noche”, la última película de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne (“La promesa”, “El silencio de Lorna”), por la cual Marion Cotillard recibió una justa nominación al Oscar como mejor actriz (los Oscars de febrero pasado). Los cineastas belgas vuelven a concentrarse aquí en las miserias del mundo laboral, que ya habían visitado con éxito en “Rosetta”, y hacen foco en el eslabón más débil de esa cadena: una mujer que viene de sufrir una fuerte depresión y que, cuando va a reincorporarse a su trabajo, se encuentra con que va a ser despedida, salvo que sus compañeros acepten renunciar a un bono extra anual de mil euros. Sandra, la protagonista, apenas tiene fuerzas para atender a su familia y depende de los tranquilizantes para afrontar cualquier situación. Sin embargo, su marido y un par de amigos la animan para que trate de convencer a sus compañeros de que no la dejen en la calle. Con cámara en mano, una narración rigurosa y un naturalismo extremo, los Dardenne muestran a través de los ojos de Sandra ese recorrido por los suburbios de la clase trabajadora del primer mundo, con personajes arrastrados por un sistema perverso, un universo plagado de mezquindades, prejuicios, necesidades y culpas. Los directores no juzgan a sus personajes, y tampoco transforman a su protagonista en una víctima. Y ese es uno de sus mayores aciertos. El espacio para las contradicciones está abierto, sin trazos gruesos ni bajadas de línea, y el espectador es interpelado por un cine potente y humanista. Marion Cotillard le pone el cuerpo a esta mujer desesperada y maneja a la perfección todos sus matices, desde esa línea del principio (“Yo no soy nada, no existo”) hasta el último gesto del final.
Otro caso de enfermedad social Cuando se trata de una película de Jean-Pierre y Luc Dardenne, hay cierto condicionamiento en el espectador, fuertemente impresionado por las experiencias producidas por sus anteriores filmes. Aquellos que irrumpieron en el ambiente del cine con una impronta propia y original, abordando temas ríspidos, desnudando realidades de la vida social contemporánea a menudo difíciles de digerir, agitando conciencias, incomodando ¿por qué no? al espectador. Los hermanos belgas elaboraron un estilo que hoy es una marca reconocida en todos lados. En “Dos días, una noche”, vuelven a posar su mirada sobre un drama de la vida social, esta vez, concentrado en el ámbito laboral, concretamente, en una pyme que ha puesto en funcionamiento una política interna de recursos humanos bastante sui generis. El personaje principal es Sandra, una joven mujer, casada, con dos hijos, que luego de atravesar por una depresión que la obligó a tomar licencia en su trabajo, al ser dada de alta y querer volver a su puesto, se encuentra con la novedad de que a sus compañeros les han otorgado un bono por realizar horas extra durante su ausencia, y ahora, ante la perspectiva de que Sandra vuelva, los han hecho decidir en una votación si estaban dispuestos a renunciar a ese bono para restituir a la trabajadora en su puesto. Lisa y llanamente, la empresa los hace optar entre “bono o Sandra”. Curiosa resulta, por lo menos, esta política de personal empresaria. En algunos lugares podría considerarse ilegal. Sin embargo, el planteo de los Dardenne la presenta como si fuera una práctica antipática, eso sí, pero normal, trasladando la responsabilidad de la decisión de despedir a alguien a sus propios compañeros. El tema del bono es un fuerte condicionante, porque se trata de empleados de bajos ingresos que se ubican en una clase obrera que, con un poco de esfuerzo y juntando varios sueldos, puede darse una vida con algunas comodidades. El caso es que una compañera le avisa a Sandra que el jefe de personal estaría dispuesto a realizar una nueva votación, dado que algunos compañeros denunciaron “aprietes” para votar en contra de ella, y le sugiere que intente hablar con cada uno de ellos para convencerlos de votar nuevamente para evitar que la despidan. Esto debe hacerse en un fin de semana, puesto que la votación sería el lunes siguiente. La película se concentra en el proceso emocional, psíquico y físico que atraviesa el personaje en esos dos días y una noche, tiempo durante el cual está sometida a la presión, un poco disfrazada de apoyo, que ejerce su esposo, ante la necesidad de contar con su sueldo para solventar los gastos familiares. Y por otro lado, la exigencia de contactar con sus compañeros, uno por uno, en sus domicilios, para explicarles su situación. En ese periplo, Sandra tiene infinidad de altibajos anímicos, mientras se va encontrando con realidades complejas en cada visita que hace. El planteo de los Dardenne, en este caso, es lo más parecido a una fórmula en la que cada situación se presenta como un dilema arquetípico, sobre todo, en el plano moral, a la vez que desnuda algunas realidades ocultas, no asumidas, que gravitan en las decisiones. El caso es que Sandra se ve forzada a cumplir con todos los mandatos sociales, incluido el de su propia familia, para cerrar este difícil proceso. Una vez cumplido ese paso, costoso pero ineludible, recién podrá, quizás, asumir nuevas experiencias y sentirse libre para tomar otras decisiones. Lo más interesante del film es el excelente trabajo actoral de Marion Cotillard, que se pone la película al hombro para mostrar hasta qué punto las exigencias sociales y familiares pueden afectar a una persona.
Los hermanos Dardenne han conseguido un método: construir ficciones de suspenso sobre los aspectos más duros de la realidad social global -aunque sus films transcurran siempre en su Bélgica natal- utilizando un estilo documental que, con absoluta limpieza, borra todo indicio de manipulación dramática. Aquí la historia -como en Rosetta, como en La promesa- se concentra en el mundo del trabajo: una mujer (excelente Marion Cotillard) trata de conservar su trabajo; para eso, debe convencer a sus compañeros de renunciar a sus horas extras, y solo tiene dos días para hacerlo. Como en el cine de gran espectáculo, como en el thriller, estamos en una carrera contra el tiempo con mil vicisitudes y peligros; como en la vida real, nos encontramos con personajes que tienen, todos, un motivo para hacer lo que hacen, para aceptar o rechazar una propuesta, para ejercer o no la solidaridad. El film es de una tensión apabullante, y no escatima ni la fiereza ni la ternura.
Escuchá el audio (ver link). Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli. Un espacio dedicado al cine nacional e internacional.
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El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
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