Diferentes escalas de la verdad. Resulta indudable que tanto la industria cinematográfica norteamericana como su homóloga europea han convertido al régimen nazi en un significante vacío, destinándolo casi siempre al rol de villano o transformándolo en un mecanismo retórico a partir del cual lavar culpas y/ o complicidades varias, respectivamente. Ahora bien, más allá de las décadas de reduccionismo histórico en lo referido al análisis de los fascismos del siglo XX, por suerte de vez en cuando aparece una anomalía que pone el ojo en los correlatos directos de la Segunda Guerra Mundial, un tópico mucho más difícil de “tratar” porque implica una fragmentación general profundamente contradictoria que escapa a la estigmatización burda. Específicamente Dos Vidas (Zwei Leben, 2012) retrata una faceta muy poco conocida del conflicto bélico: durante la ocupación nazi de Noruega, los bebés que nacían producto de las relaciones entre los soldados invasores y las mujeres autóctonas eran considerados “arios” y por ello llevados a orfanatos en Alemania. Con la derrota posterior y el contubernio a flor de piel, estos niños representaron la “vergüenza nacional” y pasaron a engrosar el catálogo de “ítems” a esconder debajo de la alfombra con la llegada de la República Democrática Alemana. El film está centrado en Katrine (Juliane Köhler), una agente de la Stasi que en 1990 ve peligrar su fachada debido al colapso del comunismo. La aparición de Sven Solbach (Ken Duken), un abogado que pretende entablar un juicio contra el estado noruego por los niños “cedidos” a Alemania, desencadenará al instante la desesperación de Katrine -cuyo caso es el único en que hija y madre biológica pudieron reencontrarse- en pos de borrar toda huella que la conecte con el servicio de inteligencia y así salvaguardar a su familia, la cual incluye esposo, hija y nieta. Las diferentes escalas de la verdad, los pormenores de la infiltración, los sacrificios involucrados, el transcurso del tiempo y la amenaza de represalias son los ejes del opus de Georg Maas y Judith Kaufmann, un prodigio que combina el drama testimonial con los thrillers de espionaje. A través de un desarrollo de personajes sumamente conspicuo y flashbacks esporádicos que sistematizan la génesis de la historia, los realizadores recurren a la memoria emotiva de los espectadores y se explayan sobre los “secretos” menos ilustres de una “Alemania potencia” con dolorosas heridas en su haber, incapaz de sanar a menos que acepte su identidad heterogénea y deje de abrazar ese típico modelo xenófobo, racista y antropocéntrico en función del cual los sectores conservadores europeos gustan de vanagloriarse. Mención aparte merece la extraordinaria Liv Ullmann, hoy personificando a la madre de Katrine, otro toque de distinción para una propuesta muy valiosa desde múltiples puntos de vista…
Vale la pena, para disfrutar plenamente "Dos Vidas", hacer un poco de foco en la historia: en 1935, en la Alemania nazi empezó a funcionar el programa Lebensborn, básicamente orientado a mantener la raza aria. Los niños que fueron fruto de relaciones de los soldados alemanes con mujeres noruegas durante la ocupación nazi en ese país, fueron acogidas en este proyecto que daba la oportunidad a esas madres solteras de dar a luz a sus niños en los centros de acogida, luego de lo cual el Estado quedaba a cargo del cuidado de ambos. Aquellos niños 'aprobados' eran enviados a los refugios de distribución donde se los sometía a un programa de 'germanización inicial': falsificaron completamente sus documentos, que indicaban que eran "huérfanos"y les dieron, obviamente, nuevos nombres alemanes. Luego de unos tres o cuatro meses, entregaban al niño a una familia adoptiva y se mantenía en secreto su verdadera identidad. Pero finalizada la guerra, estos niños pasaron a denominarse “hijos de la vergüenza”, y en la Alemania dividida por el muro, la STASI se encargó de regular entradas y salidas con lo cual, cientos de niños desconocen sus orígenes y les fue imposible reconstruir los lazos con su pasado y recomponer su identidad. Katrine (un preciso y atrapante trabajo de Juliane Köhler) vive una vida feliz en Noruega, junto a su esposo, su hija y su nieto y por un breve lapso, también se agregará la convivencia con su propia madre a la dinámica familiar para cuidar de su bisnieto (con la aparición nuevamente en la pantalla del ícono del cine de Ingmar Berman, Liv Ullmann en otra sólida composición). El equilibrio se quiebra cuando aparezca un abogado alemán (Ken Duken) solicitando que su madre participe como testigo en contra del estado noruego en un juicio a favor de estos niños victimas del Lebensborn. Pero para Katrine que ese pasado salga a la luz, traerá más de una implicancia y las contradicciones, las mentiras y la traición irán saliendo poco a poco a la luz. El director Georg Maas (con experiencia previa en el documental) y la directora Judith Kaufmann (una gran directora de fotografía de reconocidísimas películas del cine alemán actual) conjugan una historia que mezcla un potente hecho histórico de una fuerte carga dramática con una estructura de thriller que se ve inteligentemente potenciada por el estilo narrativo que eligen los directores para estructurar el relato muy cercano a otras grandes películas alemanas como "La vida de los Otros" "Bárbara" y en otro tono, la comedia "Good Bye, Lenin". La estructura de narración clásica de "Dos vidas" se ve constantemente interrumpida por potentes flashbacks que a manera de piezas de un gran rompecabezas, van ayudando al espectador a reconstruir la verdadera historia, escondida tras las apariencias, tapando el dolor, la desolación y las trampas del sistema. Cada uno de esos fragmentos va aportando una nueva pista y en cada uno de ellos se devela un elemento trascendente de la historia hasta que llegando hacia el final ese rompecabezas empieza a tener sentido con todas las piezas en su lugar. Más allá de que los directores sobre el final, eligen cerrar la historia de una forma más simple y convencional, y que además, tratándose de una película basada en hechos reales aparecen en el cierre los textos explicando las derivaciones de la historia años después (lo cual hace perder la tensión dramática que se venía elaborando previamente) la fuerza de una gran historia, potenciada por las impecables actuaciones de Juliane Köhler (de una filmografía casi desconocida en nuestro país) y el aplaudido regreso de Liv Ullmann a la pantalla grande, hacen de "Dos Vidas" un film inteligente, valiente en su revisión de la historia reciente con el adicional de saber imprimirle un ritmo de thriller que suma tensión y atrapa doblemente.
La dualidad con rostro de mujer. La demora que se percibe desde el inicio hasta promediar la primera media hora de película para configurarse realmente de qué se trata Dos vidas, se ve subsanada de inmediato al atar una serie de cabos que, a rigor de verdad, aparecen desperdigados en el relato. La referencia directa a la caída del muro de Berlín que mantenía separadas a las dos Alemanias, la Federal y la Democrática, refleja que de esos escombros emergen historias oscuras y secretos que parecían sepultados por el paso del tiempo, las complicidades internacionales e internas y un sinfín de intereses políticos y económicos que sostuvieron durante décadas la Guerra Fría y todos sus derivados, a lo largo y ancho de Europa. El hecho de que la protagonista se disfrace con una peluca al pasar por un aeropuerto desde Noruega a Alemania nos introduce en un relato que rozará las líneas narrativas del cine de espionaje -¿doble agente?- pero al introducir de lleno a una familia de clase media noruega en apariencia feliz, la perfecta fachada para no levantar sospechas, oculta su verdadero sentido. Ese es el mérito -quizás el único destacable- de su realizador George Maas en su segundo opus, que desarrolla con ciertos contratiempos la historia de las denominadas Alemanas Tristes, episodio poco conocido que se remonta a los años del nazismo y a la ejecución del programa Lebensborn, el cual consistía en separar a los niños nacidos de madres noruegas y oficiales alemanes por considerarlos arios y así trasladarlos a maternidades germanas para que se desarrollen y crezcan allí. Sin embargo, la derrota en el campo bélico con la posterior caída del Reich y del régimen nazi en su conjunto condenó a esas criaturas a una infancia humillante por considerarlos los niños de la vergüenza. Sobre ese pilar histórico y poco conocido de la historia nazi y mucho más aún de la suerte de muchas madres noruegas sometidas a esta práctica aberrante se basa la investigación judicial del tribunal de Estrasburgo y se alimenta la obsesión de un abogado noruego (Ken Duken) quien, tras la caída del muro, pretende llegar hasta las últimas consecuencias y conseguir mediante un juicio y testimonios de las víctimas un resarcimiento del gobierno noruego. El eje de su investigación se concentra en la historia de la única noruega que logró escapar luego de la guerra; cruzar la frontera y reencontrarse con su verdadera madre ya en Noruega años después. Esa es la historia de Katrine (Juliane Kohler), quien al recomponer los lazos con su madre (Liv Ullman) conformó una familia con esposo, hija y nieta, como parte de su plan en su calidad de espía, que se verá en jaque de conocerse su verdadero pasado como integrante de la Stassi, policía secreta que hizo estragos en la pos guerra y que perseguía a los disidentes que intentaban cruzar fronteras. El testimonio de Katrine ante el tribunal resulta clave tanto para el abogado como para que la investigación provoque una sentencia favorable aunque la verdad de su historia expondría su tapadera y verdadera identidad, algo que sus superiores de ninguna manera pueden permitir. Dos vidas entonces escarba entre las verdades y mentiras que rodean el pasado histórico de Alemania antes y después del nazismo (sobre un tópico parecido en cuanto a la época trata el film Lore) con la distancia adecuada para no verse involucrado en un punto de vista cerrado o la mirada sesgada ante los acontecimientos narrados desde la novela de la alemana Hannelore Lippe. Tal vez, si bien resulta atractiva la idea de dualidad en el personaje de Katrine, su doble moral al usurpar identidades ajenas, que a fuerza de claroscuros en el tratamiento de la imagen refuerzan este aspecto de su personalidad se resiente un tanto el revisionismo histórico que se propone de antemano para acotar las acciones exclusivamente al drama familiar y a los dilemas éticos de la protagonista. Una inmejorable oportunidad para ver a Liv Ullman en cine aunque en un personaje que no logra crecer desde el punto de vista dramático en comparación a la notable actuación por partida doble de Juliane Kohler. Este film elegido por Alemania para competir en los Oscar fue uno de los 9 pre-nominados y resulta extraño que no haya quedado entre los 5 ternados porque logra mixturar el thriller con el drama testimonial de manera eficaz y entretenida para el público local y extranjero.
El pasado nos condena Hay muchas películas centradas en el nazismo, pero pocas dispuestas a abordar las consecuencias laterales de su caída. El programa Lebensborn fue creado con el fin de separar a los hijos/as de madres noruegas y oficiales nazis para trasladarlos a Alemania, donde recibirían una educación acorde a su grado de “pureza aria”. El problema surgió cuando, después del fin de la Segunda Guerra Mundial, esos niños quedaron marcados por su origen, convirtiéndose en parias sociales de la nueva era. Dos vidas comienza en 1990, en las postrimerías de la reunificación alemana, época en la que empiezan a aflorar las miserias de la policía secreta. Paralelamente se verá a Katrine (Juliane Köhler), una ama de casa noruega que en su adolescencia supo ser la única persona víctima del programa Lebensborn que logró reencontrarse con su madre (la gran Liv Ullmann). Pero cuando un abogado les pida colaboración como testigos en un juicio contra el estado noruego, se desatapará una olla llena de secretos compartidos y verdades silenciadas. El realizador Georg Maas lleva el relato con paciencia y sabiduría, distribuyendo primero todas las cartas y recién después hilando los distintos cabos, desde los asuntos familiares y la relación con su marido hasta otros laborales que aquí no conviene adelantar. El problema es que la sugestión inicial se convertirá en una larga media hora final de explicaciones (largos flashbacks incluidos) hasta llegar a un final moralista y condenatorio.
Mi pasado me condena La Segunda Guerra Mundial puede haber concluido hace 69 años, el muro de Berlín puede haber caído hace otros 25 y la Guerra Fría posiblemente haya cesado en la década del ochenta, pero eso no significa que todas las heridas estén cerradas y toda la verdad haya salido a la luz. En torno a esta problemática se construye Dos vidas (Zwei Leben, 2012) la obra de Georg Maas, un realizador cuyo imaginario suele trabajar en más de una ocasión entorno a los hechos histórico-sociales que tuvieron lugar en Alemania durante el Siglo XX y su impacto en el resto del continente. Un hombre más acostumbrado al documental que a la ficción, que en esta oportunidad adapta una novela de su compatriota Hannelore Hippe llamada Ice Ages. Dos vidas –una ficción basada en hechos reales- transcurre durante el período inmediatamente posterior a la caída del Muro de Berlín y narra la historia de Kathrin Lehnhaber (Juliane Köhler), una mujer separada de su madre al nacer por el ejército Nazi a fines de la Segunda Guerra Mundial. Siendo ya adulta logra volver a Noruega -su país natal- a reencontrarse con su madre y retomar el vínculo familiar. Una sombra de duda se cierne sobre Kathrin a causa de la reunificación de Alemania, acción que pone al descubierto muchas operaciones turbias que datan del inicio de la Guerra Fría, y que ponen en duda la propia identidad de Kathrin. No es necesario aclarar que el conocimiento de ciertos hechos históricos y políticos relevantes se vuelve un factor clave que ayudará a comprender con más facilidad los puntos sobre los que se apoya la trama, dentro de un relato que no tendrá la deferencia de pararse a explicar detalles para que todos entiendan de qué se habla precisamente o a que se está haciendo referencia. Viéndolo desde la otra vereda, tal vez lo mismo ocurriría si exponemos al público europeo a ver una película sobre la época de la dictadura en Argentina en la cual no se dan muchas explicaciones. Liv Ullmann -una de las actrices fetiche del mítico Ingmar Bergman- aporta magnetismo con su presencia, interpretando a la madre biológica de Kathrin; Ullman es de esas actrices que no necesita demasiadas palabras para transmitir un sinfín de emociones con su mirada, y este papel que la rescata un poco del olvido sirve para recordárnoslo. Lo mismo ocurre con Kölher, quien se luce interpretando a una mujer fría pero al mismo tiempo atormentada por sus propios secretos. Maas ofrece un thriller donde el misterio se desenvuelve lentamente, apoyado con fuerza en diversos flashbacks que ponen en su lugar todas las piezas del rompecabezas hasta llegar a un desenlace que a pesar de volverse un tanto evidente, no le quita mérito a una historia de espías que se sostiene con mucha inteligencia en los hechos históricos para mostrarnos el extenso y terrible alcance de sus consecuencias, incluso en la actualidad.
Las caras ocultas El tema de los llamados "hijos de la vergüenza" es la base en la que se edifica este thriller, que tiene a Liv Ullmann entre sus protagonistas. Los hijos de la vergüenza no son usualmente abordados por el cine germano. Eran niños, hoy adultos, de padres por lo general miembros de las SS y con madres de allí donde los nazis ocuparan territorios. Se llamó Lebensborn, y fue la idea del jerarca Heinrich Himmler para expandir la raza aria por el mundo. En el caso de Dos vidas, la película se centra en Katrine (Juliane Köhler, de La caída y En un lugar de Africa), una mujer ya adulta, cercano el tiempo a la caída del Muro de Berlín, que se debatió entre su rol como espía de la Stasi, madre de una noruega (hacia adonde viajó) e hija de otra noruega (interpretada por Liv Ullmann, nada menos). O tal vez no todo sea así. El filme es un thriller entre humanista y político, ya que si por un lado vemos a Katrine insertada en la sociedad noruega, con su familia, le cuesta sacarse de encima a los contactos de la policía secreta de la República Democrática Alemana, que quieren deslindarse de todo para evitar afrontar los juicios que se realizaron, tras la caída del Muro. Un abogado pide a Katrine y a su madre que comparezcan como testigos precisamente en uno, y allí comenzará a desarrollarse en paralelo la línea del thriller. Los directores Georg Maas y Judith Kaufman combinan muy bien ambas caras de la historia, y llegan, no a confundir, pero sí a intrigar al espectador, que de movida no sabe qué es lo que pasa realmente con Katrine. Esto juega en beneficio del resultado del filme, ya que no menosprecia la inteligencia del espectador, sino que apela a que vaya desatando los nudos de la trama. No está todo digerido ni puesto en pantalla. La película plantea si la relación sanguínea es o no más fuerte que la de la convivencia familiar. Como aquí hay buenos y malos, se rebaja el interés, pero en definitiva cada espectador puede encontrar o recostarse en Dos vidas en el aspecto que más le plazca.
De la intriga de espionaje al doméstico melodrama Las dos vidas a las que alude el título quedan claramente expuestas desde el comienzo. En los baños del aeropuerto alemán, al que acaba de llegar proveniente de Noruega, una mujer cincuentona y elegante entra a cambiarse a los apurones y sale rápidamente, ya irreconocible bajo un aspecto totalmente diferente, para dirigirse al orfanato en el que, según dice, pasó su infancia. Obtiene ahí unos pocos datos. Otros, algo más concretos, los escamotea en una suerte de archivo nacional. Pero no pasan muchas horas hasta que, recuperada su fisonomía original, está de regreso en el bellísimo paraje noruego junto al mar donde se levanta la casona que comparte con su madre, su marido, su hija y una nietita nacida no hace mucho. La llaman Katrina y parece vivir una vida normal, pero cuando en un momento telefonea desde la calle a un tal Hugo se anuncia como Vera y declara que se encuentra en peligro. ¿Quién es? ¿Qué busca? ¿Qué oculta? ¿Qué peligro la acecha? Las incógnitas en torno suyo son muchas e irán revelándose de a poco. Una confusa maraña de mentiras se desenreda mezclada con una intriga que tiene su origen en los pasados tiempos de la guerra fría y al mismo tiempo desencadena un complejo drama doméstico. Mezcla de hechos históricos y ficción novelesca, Dos vidas parte del programa Lebensborn, organización creada por los nazis para dar asilo y formación a los hijos arios puros nacidos de la unión de soldados alemanes con mujeres de los países ocupados. Katrina, hija de un soldado alemán muerto en el frente, fue uno de esos que más tarde fueron llamados "niños de la vergüenza", y su caso es muy singular porque se trata de la única que logró huir de Alemania del Este, reencontrar a su madre, recuperar su nacionalidad y fundar una familia en Noruega. Precisamente por eso su tranquilidad tambalea cuando, muchos años después, en 1990, tras la caída del Muro de Berlín, un abogado alemán llega en su busca y la de su madre, claro, para pedirles que presten testimonio en una demanda que lleva adelante en nombre de los huérfanos de guerra contra el Estado noruego. En principio Katrine se niega; no quiere hurgar en ese pasado y tiene por qué. La trama está cuidadosamente estructurada, y más allá de sus idas y venidas entre el pasado y el presente, el suspenso crece sostenidamente, aunque quizás el distanciamiento que impone el personaje de Katrina magníficamente interpretado por Juliane Kohler reste algo de calor al denso melodrama en que todo desemboca, sobre todo en los tramos finales. No caben sino elogios para todo el elenco, especialmente para Ken Dunken, el marido de la protagonista, y para la siempre deslumbrante Liv Ullmann. Georg Maas recrea con habilidad los clásicos climas de paranoia de la guerra fría y sostiene el interés de la trama, pese a que llegado el momento de hallar un desenlace parece optar por la solución más simple. En términos visuales, es digno de destacarse el aprovechamiento de los paisajes noruegos.
Cuando la “verosimilitud” no es genuina El que mucho abarca poco aprieta. La famosa máxima puede aplicársele tanto al personaje central de Dos vidas –aunque de manera un tanto sarcástica– como a la película en sí misma. Es que el film del alemán Georg Maas (con algo de ayuda de la directora de fotografía Judith Kaufmann, según los títulos de cierre) intenta navegar en distintas aguas al mismo tiempo, pegando a veces golpes de timón, en otras ocasiones dejándose llevar por la corriente. No es la primera vez que una película ambiciona dejar contentos a todos: reflexionar sobre hechos dolorosos del pasado, inspeccionar cuestiones complejas como la identidad, retratar a seres humanos en momentos decisivos de sus vidas y entretener con las herramientas del thriller. Pero no resulta fácil mantener todos esos caballos a raya sin que el carro se desboque, y eso es lo que ocurre casi desde el primer minuto de Dos vidas, producción alemana con aportes noruegos, rodada fundamentalmente en este último país y en ese idioma (a pesar de ello, fue la emisaria oficial de Alemania para la carrera al Oscar “extranjero” de este año). Típica película oscarizable, de asunto peliagudo y formato convencional, el comienzo encuentra a Katrine (esposa, madre y abuela interpretada por la alemana Juliane Köhler, la Eva Braun de La caída) haciendo un viaje relámpago desde Noruega a Alemania. Pero no a cualquier Alemania: corre el año 1990 y el muro que dividía al país en dos acaba de caer. Dos vidas toca un tema no demasiado conocido a nivel internacional, pero que tiene más de una resonancia local por razones obvias: aquellos hijos de padre alemán (en su mayoría soldados) y madre oriunda de alguno de los países ocupados por el ejército nazi (en este caso, Noruega) que fueron considerados arios por derecho, quitados del seno de sus progenitoras y enviados a maternidades en suelo germano para ser criados como verdaderos hijos del III Reich. De todas formas, no todo en el pasado de Katrine es lo que parece ser –algo que queda bien en claro desde las primeras escenas–, y detrás de su fachada de hija recuperada se encuentran varias capas de ocultamientos, mentiras y pecados no precisamente religiosos, corolarios de la Guerra Fría y del costado más inhumano de la maldita Stasi. Profesional, circunspecta, con actuaciones siempre adecuadas y usualmente graves, haciendo gala de la fría fotogenia de los paisajes nórdicos, Dos vidas avanza con la precisión de su mecanismo de guión, protegida por la empatía del espectador hacia la protagonista. Flashbacks que todo lo explican, hasta el detalle más ínfimo (y con mucho grano fílmico, para que no queden dudas del salto temporal); profesionales del espionaje que, peligrosamente banales, de pronto se transforman en villanos de manual; un sendero de suspenso que funciona, siempre y cuando se olviden algunos de los factores que están en juego. Y el regreso, luego de varios años fuera de la pantalla, de Liv Ullmann –en el rol de una madre con pocas posibilidades de encontrar la paz familiar–, suerte de chantaje inconsciente para cinéfilos melancólicos. No hay nada infausto pero tampoco demasiado provechoso en Dos vidas, y es necesario escarbar bastante para encontrar algo interesante detrás de las ínfulas temáticas y la corrección narrativa, algo genuino detrás de tanta “verosimilitud”.
Las secuelas de la locura nazi Katrine (Juliane Köhler) es una mujer alemana que vive en Noruega, está casada, tiene una hija y una nieta, y a simple vista una vida bastante tranquila. Pero es el año 1990 y luego de la caída del muro algunas cosas empiezan a salir a la luz. Katrine recibe la visita de un abogado (Ken Duken) que requiere su testimonio y el de su madre en un juicio en el cual demandará al estado noruego por los maltratos que han sufrido los niños del plan Lebensborn. Katrine trata de evitar la situación, pero su madre insiste con colaborar, no quiere olvidar lo que ambas han atravesado. Pero que algunas verdades se revelen no será beneficioso para ella. Con una narración simple, interrumpida por flashbacks que nos aportan piezas de este complejo rompecabezas, la película nos atrapa desde el minuto uno, con un suspenso construido a base de un solido guión y muy buenas actuaciones, sin los impactos visuales y sonoros a los que nos tienen acostumbrados últimamente los productos hollywoodenses. La película tiene como escenario el fin de la guerra fria, y el trabajo de la stasi más allá de los muros, pero además remueve un tema tan doloroso como el de los niños de Lebensborn, aquellos concebidos por madres noruegas y soldados nazis durante la ocupación, que primero fueron tratados como niños superiores por considerarlos arios y puros, pero que luego del fin de la guerra fueron considerados una vergüenza, y no solo vivieron maltratos sino que la mayoría de ellos jamás pudo recuperar su identidad. La película muestra un lado muy interesante y poco visto en el cine sobre las consecuencias de la segunda guerra, y Juliane Köhler compone sobriamente a una mujer que no puede sostener la vida que ha construido y que debe hacerle frente a las consecuencias de sus actos, cuando creía que ya todo había terminado.
Fuerte testimonio de crueles hechos reales El estilo es convencional e incluye un par de recursos fáciles, de esos que la gente se pregunta por qué Fulana no va primero a la policía, o Mengana no vino acompañada. En cambio, la historia es fuerte, el trasfondo es terrible, el desarrollo dramático es impresionante. Se trata de la candidata alemana a los Oscar, una historia que expone los ocultos métodos de la Stasi, como "La vida de los otros", pero en un campo menos esperado: el espionaje exterior a cargo de jovencitas infiltradas en Noruega y países vecinos. Dicho así, podría suponerse que estamos ante una película más de espionaje durante la Guerra Fría, con algo de "Operación Telefon", donde los malos eran los rusos infiltrados en EE.UU.. Pero acá hay varios malos. Por empezar, Noruega. Durante la II Guerra, muchas mujeres tuvieron hijos con soldados alemanes. El reino las obligó a darlos en adopción. No fue el único. El Estado nazi se hizo cargo. Luego, varios de esos orfanatos quedaron en manos de la RDA. Y el régimen comunista hizo que algunas de esas criaturas volvieran a sus países de origen convertidas en agentes secretos. La acción transcurre en 1990. Por aquella separación de madres e hijos, un cuerpo de abogados pretende levantar juicio a Noruega ante el Tribunal Europeo reunido en Estrasburgo. Necesita la anuencia y colaboración de las víctimas. Así es como llegan a la casa de una familia que pudo ser reconstituida. En 1969, la hija logró escapar de la RDA y reunirse con su madre. Ahí están la madre, la hija con su marido oficial de aviación, la nieta estudiante de Derecho, la pequeña biznieta, la casita en las afueras de Bergen. ¿Para qué escarbar viejas heridas? (¿O para qué activar una posible bomba de tiempo? La Guerra Fría ha terminado, pero sus hombres no quieren ser descubiertos). No estamos anticipando nada. Todo esto se sabe en los primeros minutos de la historia. Pero hay cosas que no hemos contado. Asuntos de carácter puramente humano. Y cuando pareciera que no puede descubrirse nada peor, pues descubriremos algo todavía peor. La última media hora es realmente dolorosa. Y hermosa. La mirada intensa de la veterana Liv Ullmann, el dolor en el rostro de Juliane Köhler y demás intérpretes, son memorables. Dicho sea de paso, la película se inspira vagamente en una novela de Hannelore Hippe basada en hechos reales. Hay diferencias, aceptadas por la escritora. El protagonista masculino da paso a cuatro generaciones de mujeres, surge la figura del abogado joven, la red de espías tiene mayor peso. Lo demás, incluyendo un asesinato nunca aclarado, transcurre tal como lo dijeron la realidad y el libro. Terribles ambos.
La fría espina Si pensabas que de todas las historias de postguerra mundial y Guerra fría que se han tratado en numerosas películas, ya viste todas las posibilidades, pensalo nuevamente. Dos Vidas aborda una problemática desconocida y muy particular entre este tipo de historias, logrando enganchar al espectador en el suspenso y la tensión de Katrine Evensen Myrdal (Juliane Köhler), una noruega, nacida producto de la relación entre un soldado alemán y Ase Evensen (Liv Ullmann) durante la segunda guerra mundial. Al haber nacido con Hitler en el poder, Katrine era considerada como parte de la raza aria, por eso fue extraída de su madre y criada en un orfanato alemán. El fenómeno tiene su raíz en la Lebensborn organización fundada por Heinrich Himmler, líder de las SS, y en Noruega tuvo especial auge la promoción del engendramiento de hijos, “los hijos de la vergüenza”, entre soldados alemanes y mujeres noruegas, apellidadas como las alemanas tristes, para aprovechar su herencia genética aria. Fueron aproximadamente unos 12.000 niños de la Lebensborn, sobre todo de miembros de las SS, que sufrieron la discriminación y exclusión de la sociedad. Una vez caído el muro de Berlín, un joven abogado Sven Solbach (Ken Dunken) decide empezar a investigar el caso de Katrine para juzgar la complicidad del estado noruego y poder cerrar una historia dolorosa, sin embargo, extrañamente se encuentra con una negativa sospechosa de parte de la víctima que no sólo no quiere colaborar, sino por el contrario, se dirige a Alemania a borrar rastros de ciertos detalles. El desarrollo de las acciones va brindando pistas con pequeños flashbacks (bien diferenciados por la fotografía de esas filmaciones) para entender ciertos detalles del pasado de la protagonista y de su historia. El relato y lo particular de este caso logra el interés del espectador que se mantenga vivo en todo momento, por los cambios constantes entre los damnificados y la tensión que viven los protagonistas, así se convierte en un thriller entretenido por el drama familiar, con una narrativa más hollywoodense que europea. La historia es definitivamente fuerte y sólida, sin embargo, la sensación que da el film es que podría haber llegado a mucho más, aunque sea lo suficientemente fuerte y oscuro, con actuaciones bien logradas. Los hechos están basados en escritos de Hannelore Hippe, se trata de una realidad que todavía no fue develada del todo en Noruega. Al ver la película y el desarrollo de los hechos se entiende muy bien la razón del ocultamiento, las familias pueden ignorar tranquilamente este hecho y es muy difícil que los involucrados den a conocer su verdad por miedo a destruir su presente como ocurre con Katrine. Si bien es una película recomendable y una denuncia fuerte, Dos Vidas no logra destacarse más allá de llegar a la categoría de un buen film para ver un sábado a la tarde en cable. Por Germán Morales
Dos vidas (Zwei Leben) es el séptimo largometraje de Georg Maas (NeuFundLand, Pfadfinder), que sigue la historia de una de las "hijas de la guerra" en Noruega. Suéltame pasado dos vidasEstamos en el año 1990, el muro de Berlín cayó y Alemania vuelve a ser una sola.. Una mujer se baja de un avión y en el baño del aeropuerto se cambia la ropa y se pone una peluca. Luego va a lo que supo ser un orfanato y disimuladamente destruye parte de sus registros. Vuelve, se cambia y se sube a un avión para regresar a su casa en un pequeño pueblo de Noruega. Esta mujer es Katrine Evensen (Juliane Köhler), una de las llamadas "hijas de la guerra": nació durante la Segunda Guerra Mundial, hija de una mujer noruega (Liv Ullman) y un soldado alemán. Ahora Katrine aparenta llevar una vida tranquila junto a su marido, su hija y su nieta bebé. Pero algo no termina de cerrar cuando ella se rehúsa a dar su testimonio en un juicio sobre los "hijos de la guerra". Así empieza Dos vidas, y no quiero decir mucho para no arruinar la trama de la película. Dos vidas, una familia Es un thriller con elementos de drama muy bien equilibrado, es conciso y dinámico, no le sobra un minuto. Se enfoca más que nada en el drama familiar de una mujer, característico de un lugar y momento históricos. En ese sentido me hace acordar a La vida de los otros, de Florian Henckel von Donnersmarck, que si no la vieron, háganlo. Esta es una historia en particular de las tantas que debe haber de la Segunda Guerra Mundial, interesante y no tan común. Juliane Köhler -tal vez la recuerden de La caída en el papel de Eva Braun- hace un buen trabajo, como Liv Ullman y el resto del elenco. Visualmente es floja, no están muy aprovechados los recursos cinematográficos y por momentos parece una película hecha para televisión. Conclusión Dos vidas no es un producto novedoso, pero es efectiva y concisa en lo que busca contar. Georg Maas maneja muy bien el suspenso y el drama y no es para nada pretenciosa. El elenco hace un buen trabajo, sobre todo su protagonista. Es una película que parte una historia particular para ilustrar un hecho histórico poco conocido, quizá no sea la historia más rica en contenido y matices, sin embargo es bastante original.
El placer de ver a Liv Ullmann en un relato sobre un pasado no tan lejano Cuando aún permanece fresco el recuerdo de la rica selección del reciente 14º Festival de Cine Alemán se estrena ahora otro film de igual origen (en coproducción con Noruega). Se trata de “Dos vidas” (“Zwei Leben”) de Georg Maas que recientemente fuera seleccionada para competir por la nominación al Oscar extranjero. Su temática puede relacionarse con la de “La vida de los otros” al enfocar nuevamente, aunque desde otro ángulo, a la policía secreta de la República Democrática Alemana (RDA) más conocida como Stasi. Lo novedoso en este caso es que Katrine, uno de los dos personajes centrales de la película, ha sido concebida durante la vigencia del nazismo, es decir el otro régimen dictatorial de la Alemania del siglo pasado. Protagonizada por Juliane Kohler (“En un lugar en Africa”, la Eva Braun de “La caída”), ella es el fruto de los Lebensborn, una organización concebida por Heinrich Himmler, destinada a expandir la raza aria. Su padre fue un soldado alemán muerto durante la guerra y su progenitora una noruega, durante la ocupación del país nórdico. Nadie mejor que Liv Ullmann para encarar a este último personaje y regalarnos su presencia, que en los últimos años sólo muy esporádicamente tenemos oportunidad de ver en cine. Quien nos visitara en el 2001 en ocasión de la exhibición de su film “Infidelidades” en el Festival de Mar del Plata ya había tenido anteriormente contacto con nuestro país. Jeanine Meerapfel la había dirigido en 1988, junto a Cipe Lincovsky, en “La amiga” y un año antes Norma Aleandro la había acompañado en “Gaby: la verdadera historia”. Pero la ex esposa de Ingmar Bergman será sobre todo recordada por su participación en diez películas del famoso realizador sueco con títulos inolvidables como “Persona”, “Vergüenza”, “Escenas de la vida conyugal” y “Sonaa otoñal” (junto a Ingrid Bergman). No conviene revelar mucho sobre la trama de “Dos vidas”, cuyo título ya insinúa que no todo lo que estamos viendo es lo que parece. La acción transcurre principalmente poco tiempo después de la caída del muro de Berlin aunque hay varios flashbacks intercalados, inteligentemente filmados en otra tonalidad y con un grano más grueso por la talentosa directora de fotografía Judith Kaufmann. En el inicio un abogado invita a madre e hija a prestar testimonio ante una investigación de la Comisión de Estrasburgo, un tribunal que investiga el rol de Noruega en el oscuro pasado europeo. Katrine no se mostrara muy dispuesta a colaborar y sus misteriosos viajes a Alemania, a escondidas de su madre, marido e hija noruega irán develando su verdadera identidad. Un suspenso bien administrado y algunas sorpresas hacia el final hacen que “Dos vidas” se convierta en un buen relato con dos grande actrices como su principal atractivo.
During the German occupation of Norway in WWII, many Norwegian women ended up having children with German soldiers, be it willingly or by force. Set in the Norwegian countryside in 1990 after the fall of the Berlin Wall, the German feature Two Lives (Zwei Leben), directed by Georg Maas, tells the story of one of the so-called Lebensborn children, Katrine (Juliane Kohler), miraculously reunited with her mother, Åse (Liv Ulllmann) in Norway after fleeing Nazi Germany when she was a teenager. Now she has a family of her own and enjoys a satisfying life. But when a young lawyer, Sven (Ken Duken), starts pressing the family to testify against the Norwegian state for reparations, Katrine firmly refuses to cooperate. She won’t tell anyone she’s afraid that the picture perfect world she has built her life around could collapse. After all, perhaps she is not who she says she is. It’s easy to see that the storyline is appealing enough for both a thriller and a domestic drama, precisely the two genres helmer Georg Mass goes for. The bad news is that he doesn’t do it very well. For a thriller, Two Lives runs into two problems at once: at first, it’s involuntarily confusing as it provides too many bits and pieces in too fragmented a manner. And during the last two thirds of the story, it’s over-explanatory and redundant. In both cases, the many flashbacks shot in grainy footage interrupt the flow of the story and are poor substitutes for a more creative way to provide the necessary information. For a drama, it lacks insight and a complex approach to the characters, which are roughly sketched and have few scenes where their most profound aspects can surface. Katrine is the most developed character, which makes sense, but the truth is that it could have been richer — the same goes for the others. So more often than not, they are action figures. Yet the huge problem is that the overall directing is so by-the-book, so unimaginative and mechanic that you never get to be engaged with either the conflict itself or with those in it. Based on a true story, Two Lives discloses little-known historical facts, but never in a gripping manner.
Con una fórmula clásica del thriller político, esta película nos cuenta la historia de una mujer que fue separada de su madre de pequeña y se escapó de Alemania Oriental para poder reencontrarse en Noruega. La razón inicial por la cual se separaron madre e hija fue que ella era hija de un alemán de la ocupación y después de la caída de ésta en la guerra, las mujeres que habían tenido relación con ellos eran tachadas de “sus putas” y fueron enviadas a campos de concentración. Para Katrine crecer en Alemania no fue sencillo, pero fue adoptada relativamente rápido y luego se escapó en un bote de Alemania a Dinamarca para poder llegar a su madre. Años más tarde es una mujer de familia, con una hija y una nieta y un matrimonio que tantos años más tarde sigue siendo feliz. Pero todo esto pende de un hilo cuando, con la caída del muro de Berlín y el régimen Comunista, vienen los juicios para pedir indemnización del Estado Noruego por haber desamparado a las víctimas de esa nacionalidad por haber tenido relaciones con oficiales de la ocupación y el caso de Katrine y su madre es emblemático porque es el único en el que madre e hija efectivamente se reencontraron. De a poco aquello que vimos al principio de Katrina en acciones forzadas, resulta raro. Su descontento con participar del juicio se va mostrando extraño para un desenlace dramático y de un peso contundente. Dirigida magistralmente por Georg Mass, guarda el puñado de letras blancas sobre fondo negro para el final y va construyendo un personaje ambiguo que uno va queriendo y odiando al mismo tiempo a través de planos cerrados que la van encerrando a ella cada vez más. Mención aparte para Liv Ullman y Sven Nordin quien como madre y marido respectivamente, terminan dando una profundidad al personaje de Katrine que hace muy difícil no relacionarse con ellos. El hecho extraordinario que llega a romper lo ordinario. Es una película de buen ritmo, donde nada de lo presentado sobra (fiel a la fórmula del género), pero se construye sobre un tema poco discutido en los films y con un toque infinitamente más cotidiano que cualquier thriller político con toques de espionaje que es donde gana mucho. El resultado final los va a dejar más que satisfechos. Muy recomendable.
Así como Argentina suele basar buena parte de su filmografía en revisar oscuros aspectos de su pasado, Alemania es otro país que lejos de esconder los puntos más cuestionables de su historia, los hace carne en buena parte de su cine más celebrado. "Dos Vidas", de Georg Mass y Judith Kauffman es una acabada muestra de una cinematografía valiente y poderosa. Hace pocos días, finalizó en nuestro país una nueva edición del Festival de Cine Alemán, dejando en claro el excelente momento por el que pasa el país en materia de films que conjugan una correctísima factura técnica con temáticas comprometidas bien plasmadas en sus argumentos; y este film del director de NeuFundLand no hace más que confirmarlo. No es sencillo narrar su argumento ya que lo mejor será que el propio espectador descubra todo el entramado, pero haremos el intento de no revelar más de lo debido. Basad en hechos reales, y adaptando la novela Ice Ages, se ubica aproximadamente un año después de la caída del muro de Berlín, reunificación de los dos Alemanias, triunfo de la democracia y del capitalismo. Kathrin Lehnhaber (Juliane Köhler) es una mujer que investiga hechos relacionados con un “asilo” de bebés al que fueron conferidos varios niños refugiados o separados de su familia, y que involucra a las dos Alemanias (RDA Y RFA) y a Noruega como país conector y de refugio. Ella misma, fue separada de su familia natal, y pudo regresar a su país tiempo después. Pero también maneja una doble vida, si por un lado se involucra más y más en esos hechos del pasado, intenta manejar una vida familiar en armonía que se escapa de las manos, como si ante cada descubrimiento un sombra tomara cada vez más lugar en ella. Hay cosas que ella oculta, y hay cosas que desconoce y será muy doloroso descubrirlas. Inteligentemente, el guión no se desnuda al primer minuto, pasará una buena parte del metraje hasta que lleguemos a comprender en su totalidad qué es lo que estamos viendo, como las capas de una cebolla que deberemos ir pelando y abriendo para llegar a su centro. Pero aun así, sin comprender la escena desde un principio (lo cual causará un mayor impacto llegado el momento), jamás perderemos la atención, hay una intriga que subyuga, por saber qué es lo que ocurre, cuáles serán los próximos pasos que dará Kathrin y qué será de su destino y qué fue de su pasado. El ritmo es envolvente a lo cual ayuda una fotografía de escenarios abiertos, ascéticos e impactantes y una banda sonora que acompaña armoniosamente en los momentos justos. El film sería otro sin la presencia de Köhler, su interpretación de una mujer fría, escondedora, pero a la vez confundida y sufrida es de varios matices a los que llega con total naturalidad. Pero no está sola, la presencia de la mítica Liv Ullman como su madre, y de otros intérpretes de fuste como Sven Nordin o Ken Duken serán de fuerte apoyo para lograr un todo conmovedor. Georg Mass tiene muchísima más trayectoria en el documental, y quizás esa experiencia le sirvió a la hora de narrar una historia que juega con los tiempos, que guarda los datos para el momento preciso y que no necesita ser explicativa porque tiene sus tiempos. La sucesión de flashback, los diálogos con características más técnicas, todo eso que parece confuso desemboca en una razón clara, y un final desgarrador. Dos vidas, como lo fue Lore, es otro de los grandes films estrenados este año provenientes de un país cuyo cine mira hacia adentro con una calidad tal que permite la proyección hacia el afuera. Imperdible.
El tema es la identidad. La construcción de una vida aparentemente perfecta basada en las mentiras más terribles, usurpación, muertes, relaciones por conveniencia, ocultación. Y en una trama de policial que atrapa al espectador en dilemas profundos. Bien actuada, sólidamente construida, cine de marca mayor.
Verdades escondidas Dos vidas arriba un poco tarde a las salas argentinas tras su lanzamiento en 2012. La película dirigida por Georg Maas y Judith Kaufmann acaba resultando todavía más interesante de lo que se podía esperar, gracias a su buen pulso narrativo y a la fusión de todos aquellos componentes que requieren que el observador se mantenga enfocado y expectante a la resolución de una serie de situaciones teñidas de misterio. Otra cinta basada en eventos reales que se construye en relación a aquellas mujeres noruegas que tuvieron relaciones con soldados alemanes durante la ocupación nazi. Juliane Köhler se luce a partir de un nivel gestual y de expresión convincente y creíble encarnando a Katrine, quien vive en Noruega con su familia. La aparición de un abogado que les solicita que participen en una demanda contra el estado del mencionado país representa el punto de inflexión de la historia. Dos vidas funciona cuando el drama del que se hace uso y prevalece en la mayor parte del relato se asocia a la intriga para despertar la curiosidad del espectador y conservarlo atento a lo que pueda llegar a descubrirse más adelante. Los directores apelan a ir desmenuzando lentamente los acontecimientos; para ello recurren a una buena cantidad de efectivos flashbacks que vayan mostrando o dejando asomar pequeños fragmentos que permitan ir encastrando cada pieza de un rompecabezas inteligentemente ideado. Los directores se encargan, desde el comienzo, de dotar a la narración de un ritmo tranquilo pero no por ello aburrido. Los climas dramáticos que van creando se complementan con esa cuota de enigma casi de thriller que sostiene y saca a relucir los mejores momentos del film, hallándose éstos desde la segunda mitad hacia adelante, acrecentando el grado de interés gracias a su poder envolvente. La proyección alemana merece ser tenida en cuenta. Su visionado vale la pena y resulta ser de esas historias en las que cuanto más cerca del desenlace mejor sabor van dejando en el paladar del público. LO MEJOR: las interpretaciones, en especial la de Köhler. El pulso narrativo. La intriga y el modo en que se exponen y luego se resuelven los acontecimientos. LO PEOR: una primera mitad que, si bien no es mala, sufre pequeñas intermitencias. PUNTAJE: 7
Dolores empaquetados Dos vidas es el título de la película y adelanta el talante obvio de su trama. En una atmósfera de clandestinidad esbozada desde el comienzo, la protagonista entra y sale del baño del aeropuerto alemán con semblantes diferentes. No hay que ser muy suspicaz en los primeros minutos para saber que estamos ante un thriller de espionaje con telón de fondo cuya época coincide con la caída del muro de Berlín. La vida y el proceder de Katrine nos irán llevando por caminos de revelación dosificada. Por un lado, vive con su familia en una especie de cabaña, alejada de la civilización; por otro, se dedica a pasar información a agentes secretos. El trasfondo histórico es siniestro. Está referido al programa Lebensborn, creado por los nazis para formar a los hijos arios puros nacidos de soldados alemanes con mujeres de los países ocupados. En este caso, Noruega. Lo cierto es que, más allá del argumento y del rico material de base, nada está librado al espectador sino más bien cocido y prolijamente empaquetado. Se puede aceptar que el horizonte de expectativas de esta clase de películas sea un Oscar a la mejor cinta extranjera (tiene todos los ingredientes para competir), pero no que le falte intensidad y que se la relegue por una corrección casi patológica y obsesiva por quedar bien exclusivamente con aspectos técnicos, como si eso bastara para un film. Siempre hay una escena que delata la medianía de este tipo de obras, su falta de ambiciones como sinónimo de conformismo. Las cortas intenciones de Maas y la omnipresencia de Kauffmann (colaboradora y fotógrafa) quedan al desnudo en una escena ya avanzada la historia: un padre desilusionado está sentado frente a un imponente mar (parece un cuadro romántico); su hija que se le acerca. La cámara se aproxima para que sintamos sus cuerpos presentes. La chica dice algo, expresa un estado de ánimo. Parece un momento íntimo, de aquellos que prácticamente no hay en esta fría latitud. Cuando el diálogo quiere avanzar, el director toma otro camino: pasa a un plano general que deviene en una estampa viciada de esteticismo donde, inertes, padre e hija quedan de espaldas frente al destacado entorno. Es el paisaje por el paisaje mismo, es decir, la nada misma. La fotografía le gana terreno a la vitalidad. Este inofensivo manual de corrección no afecta ni agrede, pero perece en una indiferencia inmediata. Las buenas actuaciones y los logros técnicos no disimulan su falta de solidez en los diálogos (siempre interrumpidos por flashbacks explicativos que cortan el clima, presentados con un granulado colorinche, no vaya a ser que no entendamos) y la escasez de vida en los personajes (sobresalen como actores únicamente, es decir, imprimen sus nombres solamente). Da la sensación de que el tema podría ser de cualquier naturaleza, sin embargo, la estética del film permanecería incólume. Mientras tanto, hay que exprimir bastante para lograr un vaso con jugo.
De la misma manera que existen producciones argentinas que describen (tanto desde la ficción como del documental) uno de los períodos más oscuros de nuestra historia, la última dictadura militar, el cine alemán hace lo mismo con la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría o la caída del muro de Berlín. Claramente, estos procesos históricos poseen demasiadas y aterradoras similitudes. Sin embargo, a diferencia del cine argentino que intenta indagar sobre el tema desde un lugar más cuestionador, aunque neutralizando otras miradas sobre los años ‘70, el alemán se encuentra en una etapa en busca de una redención como una manera de limpiar conciencias. En este mismo orden podemos citar títulos como “La caída” (2004), “La vida de los otros” (2006), a manera de ejemplo. Ambos filmes poseen cierto valor catártico, lo cual, es interesante porque levantan polémicas, provocan debates y surgen nuevas opiniones sobre la historia más sensible y dramática de ese país. Metiéndonos de lleno en “Dos vidas”, lo primero que podemos señalar es que ésta producción marca el regreso al cine de Liv Ullmann, lo cual juega como una carta de interés para aquellos nostálgicos cinéfilos que la extrañaban en la pantalla grande. Dirigida por Georg Maas, “Dos vidas” narra una historia de identidades, secretos pasados y, sobre todo, de las consecuencias del programa Lebensborn creado por el régimen nazi con el fin de separar a los hijos de madres noruegas y oficiales nazis para llevarlos a Alemania. Es conveniente no adelantar demasiado de historia porque en ella hay un juego de ocultamiento de información al espectador que luego terminará develándose. Y realmente esta idea de mantener todo tan contenido, desde la información que se esconde, desde esas idas y vueltas en el tiempo, y esas actuaciones con ceño marcadamente frunzido hace que la película sea demasiado prolija, calculada e indecisa. ¿Por qué indecisa? Porque “Dos vidas” no se decide entre el thriller político-histórico ni por la trama de espionaje. Esta claro que no es casualidad que esta producción haya sido seleccionada por Alemania para competir por los premios Oscar. Posee ciertos requisitos que la hacen “oscarizable”: una temática ideal, un clima histórico hiper referenciado, actuaciones discretas, con el plus del regreso de Liv Ullmann, y un clima solemne y grave para retratar una historia que a Hollywood le debería gustar mucho.
Heridas de la guerra fría Una lista de los más extravagantes y perversos proyectos del nazismo no estaría completa sin la inclusión del programa Lebensborn. Durante la ocupación nazi en los países escandinavos, los hijos de las mujeres relacionadas con soldados alemanes fueron apropiados por el régimen y criados en orfanatos especiales, con la finalidad de, digamos, “enriquecer” la raza aria con un componente vikingo. Luego, durante la Guerra Fría, la Stasi, el organismo de inteligencia de la República Democrática Alemana, entrenó a muchos de esos chicos para usarlos como agentes de inteligencia en sus países de origen. El director alemán Georg Maas se inspiró en un oscuro episodio ligado a este background para escribir Dos mujeres. Y lo que logró es un film al principio críptico, algo monótono, pero de un gran vértigo a medida que la trama se desmadeja. La acción transcurre tras la caída del muro de Berlín, en 1989. Katrine (Juliane Köhler), que reencontró a su madre Ase (Liv Ullmann) habiendo escapado de Alemania en un bote, recibe la visita de un abogado alemán que la insta a enjuiciar al gobierno noruego, acusado de maltrato hacia ella y su madre por ser víctimas del programa Lebensborn. Por su pasado oculto, por su vínculo con agentes de inteligencia alemanes, Katrine resiste inicialmente la propuesta del abogado hasta que, animada por su hija, va a juicio y no puede evitar que la historia salga a la luz. Maas muestra fragmentos del pasado de Katrine mediante flashbacks que adquieren sentido en el tramo final, pero el film es esencialmente riguroso y llano. Con un título de varios significados, Dos mujeres tiene la virtud de introducir misterio en un drama de contenido documental, al tiempo que condensa una complicada trama en apenas una hora y media.
MIRADA TRANSPARENTE Murmullos, estupefacción, gritos. Diversos medios de comunicación replicaban las últimas noticias tras la caída del Muro de Berlín: “Las personas no salían de su asombro después de vivir 28 años tras el alambre de púas. Representantes de varias facciones del partido se despidieron de la RDA, que dejará de existir a la medianoche. A partir de entonces, solo habría un estado alemán: la República Federal de Alemania”. De esta forma, el fin de la Guerra Fría ponía de manifiesto una serie de cuestiones políticas, sociales, económicas y culturales a nivel mundial. En este punto enfatiza el director Georg Maas para trazar los ejes de la película Dos vidas, basada en la novela Eiszeiten de Hannelore Hippe. Durante la ocupación nazi se erigieron múltiples orfanatos y centros de maternidad con la intensión de criar niños nacidos de la unión entre soldados alemanes y mujeres noruegas para perpetuar la raza aria. Una de ellas es Katrine Evensen, quien logró escaparse de la RDA y llegar a Noruega para reencontrarse con su madre Ase. Katrine consiguió formar una familia (se casó con Bjarte, tuvo a Anne y más tarde nació su nieta Turid) y llevar una vida calma. Sin embargo, los fantasmas del pasado comienzan a acosarla cuando aparece Sven Solbach, un abogado de la firma Hogseth & Co, que busca llevar a juicio al estado de Noruega por el caso Lebensborn, uno de los sitios que llevaba a cabo las prácticas de “mejoramiento” de la raza. Solbach intenta que Katrine y Ase testifiquen en la demanda, pues se trata del único caso donde madre e hija se reencontraron y, aunque al principio ambas mujeres lo rechazan, finalmente Katrine acepta. Desde entonces los recuerdos que tanto buscó apaciguar regresan más feroces que nunca para resquebrajar aquella aparente vida “perfecta”. Para construir el relato Maas apela a la convivencia entre pasado y presente: se vale del uso del flashback, que aparece en tonos más desgastados, a lo largo de toda la película y también emplea algunos subtítulos para contextualizar. Podría considerarse que el elemento que enlaza estas épocas es un recuerdo reiterativo: un bosque, la sombra de una mujer que huye entre los árboles y una segunda silueta que la persigue; escena decisiva al final del filme. Otro elemento fundamental es la construcción y la importancia de la mirada. Este gesto, por un lado, funciona como símbolo de admiración, complicidad o acato y, por otro, como el resquicio mediante el cual se va dilucidando una historia subyacente. Por ejemplo, una de las primeras escenas donde Katrine entra a la casa de su madre para dejarle a su bisnieta y le echa un vistazo a la foto de sus padres colgada en la pared. El valor de esa mirada sólo se comprende en la última parte de la película. El director pone énfasis en los ambientes naturales, como el sitio donde Katrine hace kayak o donde Ase y Anne levantan los objetos que trae el mar. Prioriza en los exteriores paisajes cubiertos de nieve, la noche o días lluviosos o grises como otras formas de acentuar la crudeza. Dos vidas pone en foco otros aspectos de la época del nazismo y la Guerra Fría, pero no desde un tratamiento bajo o cruel. Lo hace a partir de una serie de elementos como el paralelismo entre pasado y presente, el paisaje y el valor de la mirada. De esta forma, no sólo articula múltiples personajes e historias, sino que también pone en relieve una elaboración fragmentaria e intimista a disposición del espectador. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar
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La espía que amó Georg Maas, se sitúa en la Europa de la década de 1990 para indagar en las consecuencias del nazismo. Y con una técnica narrativa impecable, plantea el drama a modo de “thriller”. Inspirada parcialmente en un caso real, esta película es un thriller dramático de excelente factura, atrapante y para seguir con mucha atención por su inteligencia para exponer hechos intrincados. Además es una lección comprimida de historia del siglo XX, útil para estudiantes y docentes, juristas, miembros de organizaciones de derechos humanos, entre otros actores sociales. La historia gira en torno a una figura femenina cuyo secreto se va develando en una moderada hora y media de relato. Al principio se sabe que puede está vinculada al espionaje, y se la ve recibir presiones de uno y otro bando para atestiguar en un juicio ecuménico. Pero además hay una línea emocional muy fuerte porque esa persona construyó familia bajo una identidad falsa. El cuadro de situación involucra a las organizaciones Lebensborn, creadas por los nazis para asistir a esposas de los SS y a madres solteras, ayudando así a la expansión de la raza aria en el mundo, y que también tuvieron injerencia en los países ocupados por Hitler. Esto último, a cuento de que en muchos de esos destinos los soldados tuvieron hijos con las mujeres locales, las cuales tras ser signadas como "madres de la vergüenza" por sus compatriotas fueron despojadas de sus vástagos por los alemanes, quienes extraditaron a los niños a sus propios orfanatos. La impecable narrativa, la gran técnica cinematográfica y varias grandes actuaciones, entre las cuales se cuentan el protagónico de Juliane Kohler (muy popular en su patria) y el regreso de la sueca Liv Ullman al largometraje (desde 2009) llevaron a este filme a ser presentado por Alemania para al Oscar a mejor producción extranjera de 2014, aunque no quedó como finalista. El camino hubiera sido similar al que trazó La vida de los otros en 2006, la cual tocando un tema muy cercano sí se alzó con esa estatuilla.