Un homenaje tardío que terminó en desilusión Sí, me voy a poner bien en jodido con todo esto. Entre que los fans estuvieron muchísimo tiempo haciendo revuelo para que llegara a Latinoamérica la versión en castellano, (iba a poner “doblada” pero había algo raro ahí), por las voces originales de la serie y que hacía casi 20 años que no había una película, más allá de las reversiones de Dragon Ball Kai y Dragon Ball GT, siendo esta última El golpe del dragón del año 1995, (para quien escribe una de las tres mejores películas de la serie), creo que esperábamos, o al menos yo, otra cosa. Mucho Dios de la destrucción y pocas nueces 1363812014-115El gato llamado Bills es el Dios de la destrucción y están en busca del Dios Super Sayajin. Vamos a hacer de cuenta que es todo lo que necesitan saber. Forma típica de la franquicia, un tipo muy groso que se quiere probar contra el otro groso del universo, ese pibe siempre es Gokú. Pero Son Gokú no es un Dios, entonces le falta ganar mayor fuerza. La película en vez de tener idas y venidas con peleas y misterios termina siendo muy, pero muy, pero muy dialogada con el Dios Bills sembrando el pánico en los Guerreros Z, (al menos así le decíamos en mi época). Bills no ataca a nadie, mientras se come toda la comida en el cumpleaños de Bulma. Hasta que el Dios Sayajin no aparezca él no se va a ir, pero tampoco va a dañar a nadie. O sea, es el Dios de la Destrucción pero no tiene mala onda con los terrícolas, todo muy FM escuhando buena música. Quizá en el momento más tensionante del comienzo, pasados los 20 minutos, cuando parece que va a pasar algo y todos estamos al borde del asiento, aparecen Pilaf, (primer villano de Dragon Ball al que Shenlong vuelve un bebé), y sus secuaces para robarse las esferas del Dragón, momento al que le dedican varias, aburridas e innecesarias escenas. (Yo avisé que iba a poner en jodido). Para que me entiendan bien, el grueso de la peli es hacer que Bills no se enoje y se las tome antes de que alguien lo haga enojar y destruya la tierra. Así es como todo ocurre en dos lugares solamente, el planeta de Kaio Sama y Capsule Corp. durante el cumpleaños de Bulma. Dragon Ball – All in One Pilaf_Dragon_Ball Rey Pilaf apareció primero en Dragon Ball cómo enemigo de Gokú y Bulma en la búsqueda de las esferas. Tanto Dragon Ball como Z siempre tuvieron una buena cuota de humor, más en la primera que en la segunda. E incluso esto se ha visto en todas las películas en mayor o menor medida. Pero siempre en Z uno se encontraba con escenas más crudas durante el desarrollo de la trama como toda la pelea de Gohan con Cell o en la mayoría de las películas que puedan encontrar. En La Batalla de los dioses van y vienen todo el tiempo con escenas picarescas como tratando de rescatar eso de Dragon Ball, pero no así de Dragon Ball Z haciendo que todo se vuelva demasiado repetitivo y canse. La animación tampoco es algo que uno le vuele la peluca, si eso es posible hoy en día con la tecnología que llevamos encima todos los espectadores de cine. Nada de lo que se ve en pantalla tiene de meritorio ir a pagar una entrada con relación a la animación de los 80′s y 90′s. Lo rescatable No es que la peli sea un completo desastre. Pero merece el último escalafón de valoración con respecto a las demás producciones. Hay momentos agradables, algún que otro chiste rescatable y partes en donde las peleas se ponen interesantes. Pero no podría recomendarles mucho más sobre la peli. Creo que los primeros 20 minutos hassta la aparición de Pilaf se está bien, después uno está buscando excusas para no lamentar el precio de la entrada. Conclusión La fórmula de Dragon Ball Z La batalla de los dioses es que Bills no ataque a nadie ni haga nada, solamente que morfe y morfe esperando a que llegue el Dios Sayajin. No sé, quizá esto estaba basado en Esperando a Godot y no me dí cuenta. No sé, fui a ver una de Dragon Ball Z y no la encontré, quizá ya estoy muy viejo y no soy el que era o quizá realmente es muy aburrida esta película. ¿La recomiendan para niños? Seguro, que mejor manera para hacerlos dormir la siesta. ¿Me pregunto cuantos comentarios con correcciones lograré esta vez?
Luego de varios años de terminada la emisión de la serie y de haber estado por última vez en el cine, Goku vuelve en esta nueva aventura tan esperada por los fanáticos que por años han seguido las aventura de este guerrero Z. Después de estar dormido por muchos años Bills, el dios de la destrucción, despierta para enterarse que Freezer, a quien le había encomendado la destrucción del planeta Vegita (Wakusei Bejīta), ha sido derrotado. Whis, su asistente, le muestra imagenes de la pelea y en ese momento, observando a Goku, confiesa ya haber visto esto en sus sueños. Él ha soñado que pronto se enfrentará a un Dios Saiyajin. Whis desconoce al tal Dios Saiyajin y deciden ir a consultarlo al planeta del Kaio del Norte, con el mismo Goku. Él tampoco sabe a qué se refiere Bills con eso del Dios Saiyajin. Ante tal decepción el Dios de la Destrucción decide dirigirse a la tierra a consultarlo con los otros Saiyans (Vegeta, Gohan, Trunks, Gotenks). El problema es que Bill tiene poca paciencia y la decepción de no poder encontrar al rival que busca lo lleva a querer destruir la tierra. Es así que Goku, junto a los otros guerreros Z, intentarán complacer a este dios para evitar que se enoje y termine destruyendo su hogar. Si bien el film es altamente esperado por los fans que por años han seguido las aventuras de Goku a través de la serie y las películas, debo admitir, también como fan de la serie, que el film ha sido una gran decepción. La historia que se presenta es injustificada e insostenible. Gran parte del film, en especial la primera porción, se hace más que larga y no sucede nada interesante. Uno podría pensar que después de tanto tiempo se encontraría con “la” película de Dragon Ball Z, pero solo se encuentra con una aventura más que podría sin problemas haber sido contada en un episodio de veinteséis minutos. Si valen destacar algunos breves momentos gracioso y algunas escenas de peleas. También la premisa que plantea al final sobre cómo podría arrancar una futura saga. Fuera de eso el film es realmente olvidable. Aún asi, como fan, he disfrutado el recuerdo que me genera volver a ver estos personajes en pantalla y por sobre todo el poder volver a escuchar a Mario Castañeda y a René García doblando nuevamente e estos icónicos personajes del animé, Goku y Vegeta. Se van a preguntar “¿Por qué regular?” porque cada fan (Si, fan. Porque la mayoría del público será fan.) percibirá el film de diferente manera. A algunos les gustará más que a otros. Además, como dije antes, por el recuerdo que revive el film en aquellos que crecimos viendo Dragon Ball Z.
Si tienen entre 20 y 30 años de edad, sabrán la fiebre que respresentó, por lo menos aquí en México y en otros países de latinoamérica, la entrada de Dragon Ball a la pantalla grande. En aquellos años en los que apenas empezábamos a entender que las caricaturas de japón se llamaban "ánime" y cuál era la diferencia entre eso y un "manga", y quién era Akira Toriyama, las aventuras de un pequeño niño con cola y sus peleas estilo karate (responsable que incluso muchos de nosotros quisiéramos aprender Karate, kung-fu y todos sus derivados), y que posteriorimente evolucionaría en sus peleas, personajes y estilos hasta convertirse en todo un referente cultural y popular. Hoy, después de casi 10 años (un poco más, un poco menos) de su finalización, -hay que considerar que Dragon Ball GT nunca formó parte del universo original, sino que fue una historia creada exclusivamente para la TV- Akira Toriyama regresa con Goku y compañía para traernos una nueva aventura con un nuevo enemigo y las ansias de los fans quienes nos mordemos las uñas contando las horas para su estreno en pantalla grande. No sé en cuántos países, pero en México, en su momento, tuvimos el estreno de una película llamada simplemente "Dragon Ball Z, la Película", también conocida como "La batalla más grande del mundo está por comenzar", allá por 1998, por lo que una aventura así no nos es completamente ajena. La ventaja de "La batalla de los dioses" es que cuenta con el factor nostalgia. Después de la horrenda Dragon Ball Z Kai, que pretendía ser la versión remasterizada, resumida, y con miras de llegar a las nuevas generaciones, Toriyama anunciaba una nueva historia creada por él, y se movió cielo mar y tierra para que fuera proyectada en cines fuera de japón y con las voces que inmortalizaron este ánime en su primera transmisión. Y ahora que llegamos... pues sigo sin decidirme si la película es mala por sí sola, si sólo fue como respuesta a la presión de los fans por el regreso de los Saiyajins, o es que las expectativas estaban demasiado elevadas. La historia se ubica unos años después de la derrota de Majin Boo a manos de Gokú (básicamente, el final de Dragon Ball Z).. Éste se encuentra en el mundo de Kaiosama, debido a que está muerto. Mientras, en un universo paralelo, el Dios de la destrucción, Bills, despierta de un largo sueño y escucha la historia de cómo el gran Freezer fue destruído por un saiyayin. Alimentado por una profecía que dice que un día enfrentaría a un Dios-Saiyajin, viaja a buscar a Gokú, que intenta pelear con él sin éxito. Con ayuda de Shen Long, descubren que reuniendo el poder de 6 saiyajins, lograrán obtener el poder de un Dios-saiyajin, por lo que Gohan, Goten, Trunks, Vegeta y una Pan no-nacida en el vientre de Videl, le dan el poder a Gokú para pelear en modo Dios, para al final... Bueno. No debería dar spoilers, pero me parece que el final es de lo peor que he visto en mucho tiempo. Equiparable con el giro de tuerca sin sentido de Iron Man 3 y el Mandarín. Pensándolo fríamente, hay que reconocer que retoma el espíritu infantil de Dragon Ball. Pero ver a Gohan, Piccolo y Vegeta haciendo payasadas está fuera de lugar. Y más aún fuera de lugar, la actitud de Bills y Weiss, los adversarios. Insisto, no sé si fue por presión que se hizo una historia tan mala con el mero pretexto de volver a ver a los Guerreros Z reunidos, pero... sin duda, y sin miedo a sufrir represalias, Dragon Ball Z se coloca en mi lista de lo PEOR del año.
San Goku El melancólico estreno de Dragon Ball Z: La Batalla de los Dioses (Dragon Ball Z: Battle of Gods) cae en un fuera de tiempo tremendo. Es que la historia de Goku, Vegetta, Freezer e infinitos personajes más, ya se encuentra guardada en el baúl de los recuerdos. Para mediados de los 90 el animé que rompió absolutamente todo, más allá de las cualidades estéticas y narrativas, fue Dragon Ball Z. La más exitosa serie de animación japonesa fue el terremoto para el tsunami que vendría después. Es cierto, se hace imposible obviar en esa misma oleada a Salilor Moon y Los Caballeros del Zodiaco, pero fue Goku y compañía quien logró la masividad mundial. La popularidad de la serie se debía a la humilde premisa de amigos + esfuerzo = victoria. Dragon Ball Z siempre fue simpleza, de una estepa narrativa tan mecánica y poco sorprendente como confortable, ante cualquier enemigo posible estaba San Goku para salvarlos a todos. Desde ese mismo lugar, pero muchas años después, esta entrega huele a capitulo extendido. No aporta en el aspecto visual (la pelea final es entretenida pero no inventa nada), y los personajes, retoman el espíritu de la serie como si no hubiera pasado un solo día. Pero ya pasaron muchos, los niños crecieron (hasta ahí) y mucha agua animada pasó bajo el puente. El truco de Dragon Ball Z siempre fue el de ir incrementando el poder de los rivales para que nuestro héroe Goku tuviera un nuevo nivel a superar. Cada vez más fuerte, cada vez más imposible. ¿Que restaba entonces? Los dioses mismos. Aquí aparece por eso un gato arábigo "Dios de la Destrucción" llamado Bills. Este personaje, lejos de ser el típico malvado, es más bien lo más cómico del film. Su actitud es: buscar pelea, comer y amenazar con destruir todo. La realidad es que parece el invitado de una fiesta de egresados de una escuela a la que no fue, nunca alcanza ser un peligro sincero, porque después de todo, no odia a la humanidad. Para el seguidor de la serie puede que el film se quede a mitad de camino y no justifique la pantalla grande. Durante los ochenta y dos minutos de "La Batalla de los Dioses" hay más comedia (funciona de poco a nada) que pelea, algo decepcionante considerando que el mito Dragon Ball Z se creó sobre las bases de cagarse a trompadas con bolas de poder cada vez más grandes (que parecían destinadas a hacer estallar el universo todo). Esta aventura, bastante trivial, resulta un entrenamiento sin demasiado en juego, un divertimiento naif que no levanta vuelo. Si su estreno se justifica por la base de fans cosechados a lo largo de estas décadas, más que por sus méritos cinematográficos, ese también es su techo, un film para seguidores que se conforma con hurgar en la memoria pero sin trascender en el presente.
El simple hecho que esta película haya llegado a los cines es una gran noticia para todos aquellos que entendemos que la animación en la pantalla grande va más allá de las producciones hollywoodenses de Disney, Fox y Dreamworks. Hace muchos años que no teníamos estrenos de animé y por eso creo que es menester para los amantes del género bancar esta película en las salas. Si no te gustó después puteala con toda tu alma y descargate en la crítica pero hay que apoyarla en el cine porque es la única manera que tenemos que más largometrajes de animé puedan estrenarse localmente. La animación japonesa en Argentina tiene un gran público entusiasta pero cuando llega algo a los cines dentro de este estilo, la realidad es que las películas pasan desapercibidas. Ponyo, de Hayao Miyazaki, fue un caso contundente. Muchos fans lucen los prendedores de Totoro en convenciones pero cuando Ponyo llegó a los cines no la vio nadie y desde entonces nunca más tuvimos estrenos de los estudios Ghibli. Dragon Ball: La batalla de los dioses creo que es una fiesta de reencuentro entre los fans y estos históricos personajes creados por Akira Toriyama. Hace 17 años que no se hacía un film relacionado con esta saga y me parece que el factor nostálgico juega un papel fudamental en la recepción de esta propuesta. En este estreno cuando escuchás por primera vez la voz de Mario Castañeda interpretando a Goku se te cae la infancia encima y es inevitable que la escena no te haga sonreír. De hecho, me parece que no fue casualidad que el conflicto de la trama se desarrolle durante el cumpleaños de Bulma, donde se reúnen todos los personajes. Ese ambiente festivo de reencuentro creo que estuvo muy plasmado en esta producción y es el eje central de la batalla de los dioses. La película fue encarada básicamente como una comedia de enredos, que presenta algunas situaciones desopilantes, pero se quedó algo corto para mi gusto en materia de acción. El título del film y el poster que concibieron los productores termina siendo engañoso ya que este largometraje de Dragon Ball nunca llega ser tan épico como uno hubiera imaginado y la batalla de los dioses tampoco es tan impactante. Claro que también juega en esto el control de las expectativas. Me parece algo estúpido pretender que una película de 85 minutos supere a toda una saga de animación que hizo historia en este arte. Por eso elijo quedarme con los aspectos positivos del regreso de Dragon Ball. En materia de humor, la trama tiene diálogos fabulosos y reacciones de los personajes que me hicieron reír mucho, algo que se vio potenciado con el excelente doblaje latino. La animación por otra parte es genial y en los aspectos más técnicos Dragon Ball jamás lució tan espectacular en el cine. Sin revelar demasiadas cosas de la trama sí me pareció interesante que en un punto rompieron en este argumento la fórmula de estas historias y a Goku no le sale todo tan bien en la trama. El problema que encuentro en el guión, más allá que para mí le faltó un par de secuencias de acción, es que no tiene un villano memorable. Bliss, el dios de la destrucción, es un sujeto jodido pero no es malo, sino una deidad aburrida. Si bien tiene muy buenos diálogos no es un personaje que haga historia en esta saga. Es claro que los realizadores también apuntaron a capturar la atención de una nueva generación de niños y por eso el film tiene un marcado tono infantil en muchos momentos. Si La batalla de los dioses funciona como se espera esto podría representar un gran relazamiento para Dragon Ball con más películas, ya que el conflicto también podría ser visto como el preludio de un nuevo arco argumental. Reitero, si se controlan las expectativas y uno simplemente se sienta a verla sin buscarle a la trama la quinta pata al gato, la película es muy divertida y se disfruta a pleno. Después de muchos años volvió el animé a los cines argentinos y eso ya de por sí es un motivo de celebración.
Por debajo de 9000 ¿Pueden creer que Dragon Ball Z, el anime, terminó hace 17 años? Y sin embargo aquí tenemos Dragon Ball Z. La batalla de los Dioses (Doragon Boru Zetto Kami to Kami, 2013), como si no hubiera pasado ni un día desde entonces. Los personajes no han envejecido, Mario Castañeda y René García continúan doblando las voces de Goku y Vegeta, y el autor del manga original Akira Toriyama supervisó la película. ¿Cuánto más puede pedir un fan, considerando que nadie pidió ni vio venir la película en primer lugar? Es el proverbial caballo regalado. Para empezar, puede pedir una buena película. Lo cual Dragon Ball Z. La batalla de los Dioses no lo es. Es un epílogo de 89 minutos a una serie que duró una década y le sobran los epílogos. No quita ni agrega nada, no posee ninguna ambición, empieza antes de que se den cuenta y termina antes de que se den cuenta que empezó. Es el tipo de entretenimiento inconsecuente que sólo quiere conciliarse con el espectador fanático, que estará más que satisfecho con encontrarse que nada ha cambiado desde su infancia. Los demás se verán alienados y anonadados por la insensatez de la trama. La trama: Bills, el Dios de la Destrucción (suerte de Anubis intergaláctico) despierta de un largo sueño y oye de la muerte de uno de sus más feroces vasallos (la muerte de Freezer es el primero de varios flashbacks silentes que nos remiten a los momentos más emblemáticos de la serie). El responsable es Goku, el protagonista de Dragon Ball. No necesita introducción ni recibe una, pero cortando esquinas: es un Superman adoptado por la Tierra como su mesías y salvador contra las incontables amenazas extraterrestres que intentan destruirla como una afirmación de poder. Bills no puede creer la hazaña y viaja personalmente a comprobar el poder de Goku, que se transforma en Súper Saiyajin Fase 3 pero es derrotado en 2 golpes. Decepcionado, Bills viaja a la Tierra en busca del legendario Dios Saiyajin, porque la única ambición de Bills en la vida, cuando no está destruyendo mundos, es pasar un buen rato peleando con un rival digno. Y a Goku en poder le sigue Vegeta, su compatriota, que se encuentra festejando el cumpleaños de Bulma, su mujer, donde está reunido el elenco entero de Dragon Ball. Vegeta hace todo lo posible para entretener a Bills y ganar tiempo, así que canta karaoke, mientras el Emperador Pilaf y sus acólitos se escabullen buscando las epónimas Esferas del Dragón, que otorgan cualquier deseo a quien las junte, aunque por algún motivo Bulma las está rifando en un bingo, y Bills baila break-dance y… … y la trama se desenvuelve caprichosamente, con más énfasis en el humor pueril y la histeria de personajes en situaciones histéricas que en la acción, de la cual hay muy poca, sorpresivamente. Es más fiel a los principios de la serie, que iba más por el humor sonso y las aventuras bizarras, que a la fase más cargada de testosterona, en la que bandas de musculosos hombres se enfrentarían bajo el sol del desierto jadeantes y sudorosos, alejados de las mujeres, ansiosos por “medir el poder” de cada uno y penetrarse mutuamente con rayos de energía. El latente homoeroticismo sadomasoquista de la serie se hace aquí palpable en la escena en que Goku yace boca arriba luego de recibir la golpiza de su vida y suspira extasiado “Eso estuvo increíble”. En fin, la película vale su peso en nostalgia, chistes vergonzosos y la inagotablemente simpática energía de sus personajes atrapados en este lío incomprensible de escenas que no van a ningún lado. Es la coda no sólo de una serie, sino de la infancia de toda una generación. Tiene el encanto de un álbum fotográfico, y efectivamente, la mejor parte de la película es ver pasar hoja por hoja los 42 tomos del manga original al son de Cha-La Head-Cha-La. Aún si la película no se lo merece.
Para fanáticos nóstalgicos únicamente Un dios de la destrucción descubre la proeza del protagonista y decide ir a la tierra en busca de un rival digno de su calibre. Aunque la historia se centre en una contienda épica, la trama da continuas vueltas en situaciones absurdas que supestamente buscan divertir al espectador pero solo lo desconciertan con un relato lleno de chistes tontos y sub-tramas que no aportan nada a la película. Para cualquier película que este incluida en una saga siempre es muy importante mantener la conexión con el material original sin olvidar que también es una historia nueva y que tiene que valerse por si misma. En otras palabras, debe poder ser vista y entendida por espectadores ajenos a la saga. De esta manera, esta trama comete el pecado de mostrar todo tipo de referencias a otras historias cuyo desconocimiento provocan el inmediato rechazó ante la imposibilidad de entender que ocurre. La película contiene mucho humor al cual si uno no conoce de antemano la personalidad de los personajes, no les va a causar gracia. Igualmente este es solo un detalle de la película. El verdadero problema de la historia sucede en su fallida composición como relato. El villano a pesar de amenazar con destruir todo es una simple caricatura de no temer. Se presenta en una fiesta con el objetivo de averiguar sobre un guerrero con el poder de un dios, pero rápidamente se suma al festejo como si su búsqueda fuera completamente irrelevante. Asimismo, los distintos eventos que se desarrollan en la fiesta carecen de cualquier tipo de importancia y solo alargan una trama sin ideas o contenido. Finalmente, la película también falla en algo muy esperado de la misma que son las batallas. En su intento por aprovechar las nuevas tecnologías, trata de crear combates dinámicos con muchos movimientos en la imagen. Sin embargo, toda su ambición se ve relucida en combates toscos donde es difícil entender bien que sucede y sus coreografías pierden asombro e intensidad. "Dragon Ball Z: La batalla de los Dioses" nunca parece tener un objetivo claro sobre exactamente que desea cumplir como historia y eso parece haber desconcertar tanto a los espectadores como a sus realizadores.
Una película que deja la sensación de estar incompleta, por su duración, por el desaprovecho de los personajes, por el final y por el villano. Es una cinta dirigida a la nostalgia, a volver a ver a los personajes de la infancia en pantalla grande, con una historia nueva y con algunos polémicos cambios (el modo Dios de Goku). Entretiene y se las arregla para encajar muy bien en la linea temporal de Dragon Ball y Dragon Ball Z. Se agradece la vuelta de Toriyama, pero este film no hace honor a los inolvidables capítulos originales.
Después de diecisiete años, el legendario comic japónés vuelve a la pantalla grande en esta decimocuarta película de animación de la franquicia Dragon Ball. Un universo fantástico que sigue las aventuras de sus héroes y mantiene la estética que tantos seguidores cosechó. Para algunos, la concepción de animación puede resultar antigua y hasta ingenua, pero muchos festejarán esta animación 2D que preserva los colores estridentes y los movimientos (casi estáticos) de un producto que ya es marca registrada. Los 42 volúmenes del manga se adaptaron en dos series de anime: Dragon Ball y Dragon Ball Z, las cuales fueron transmitidas en Japón entre 1986 y 1996. Sin dejar de lado el humor y con una idea de familia y universo amenazados, esta nueva aventura trae a Bils, el Dios de la Destrucción que mantiene el balance del universo, despierta tras un largo sueño y sale en la búsqueda del guerrero que logró esta victoria: Goku. Ahora este miembro de la raza de guerreros Saiyan, junto a Vegeta y los Guerreros Z, intentarán detenerlo. Con personajes de naturaleza mixta, purasangres con poderes y expertos en combate, la película tiene los ingredientes que esperan los seguidores de la saga y retrotrae también a épocas en las que el dibujo artesanal todavía emocionaba y se elevaba -al igual que los personajes- a la categoría de arte. Masahiro Hosoda es el artesano que coloca alma, luchas y cuerpo a su nuevo trabajo.
Bills, el dios de la destrucción del séptimo universo (cada universo tiene uno) se despierta de un largo sueño de 39 años y nadie lo celebra más que Goku, el famoso alienígena saiyajín criado en la Tierra que ahora, cuando la infinitamente temible divinidad lo desafíe, tendrá un rival poderoso con el cual medir fuerzas. No le va a ir demasiado bien en un principio y tendrá que ingeniárselas para darse el gusto de enfrentarlo de dios a dios, ya se verá cómo. Así tiene que ser porque de eso de las terribles batallas que amenazan con la destrucción de la Tierra y de todo lo que el héroe debe afrontar para evitarlo, se tratan los episodios de Dragonball Z , la popularísima serie nacida del manga de Akira Toriyama, cuyos fanáticos han tenido que esperar un tiempo que les habrá parecido igualmente excesivo para encontrar en los cines una versión del fantasioso animé con el que han crecido. La espera puede haber valido especialmente la pena, ya que en este caso se trata de la primera vez que el propio Toriyama se involucró directamente en la adaptación. Y además, si se tiene en cuenta el éxito arrasador que la película experimentó en Japón desde su estreno en mayo último, puede preverse similar reacción por parte de la extensa tribu de fanáticos argentinos del animé en general y de Dragonball en particular. En ellos, en los chicos y sobre todo en los que ya no lo son tanto, pero han seguido fieles a la franquicia (el manga se publicó entre 1984 y 1995) y a todo lo vinculado con ella hasta bien pasada la adolescencia, habrán pensado los realizadores. Y habrán acertado a juzgar por la ruidosa reacción de una platea expectante que bramó, celebró y aclamó desde mucho antes que comenzara la proyección y especialmente cuando Mario Castañeda, el actor mexicano que le ha puesto la voz a Goku en todos estos años, se hizo presente en una función avant-première realizada en el Cinemark Palermo el domingo por la mañana. Hubo aplausos, gritos, risas y toda clase de manifestaciones de aprobación durante la escasa hora y media de proyección, con los clásicos trazos de la animación japonesa, los colores estridentes, los fantásticos combates y los bombazos de la banda sonora que se esperaban. Un verdadero entendimiento entre el producto expuesto en la pantalla y sus fervorosos consumidores. La gran tribu, feliz. Todo un fenómeno. Claro que se trata de uno más merecedor del análisis de los sociólogos que del comentario de un cronista de cine.
El dibujo creado por Akira Toryama que se transformó en la exitosísima serie de la tele, ahora, después de 17 años, vuelve al cine, solo para su audiencia cautiva.
QUERER ES PODER El ki nunca se agotó: después de muchos años, Goku y sus amigos vuelven a la pantalla grande en DRAGON BALL Z: LA BATALLA DE LOS DIOSES (2013), un film que va más allá de ser un sólo un homenaje a la serie. Claro que el inevitable contenido nostálgico está incluido, pero además la película nos ofrece divertidos momentos de comedia y un guión que -afortunadamente- se aleja de la clásica historia dragonbolesca de villano-malo-ataca-la-Tierra. Todo comienza en el planeta de Kaiosama. Goku, como siempre, está entrenando, mientras el dueño de casa habla vía telepática con Kaioshin: el tema de conversación es Bills, el poderoso dios de la Destrucción, quien está despertando de una siesta de varios años. Este ser de aspecto gatuno no es el clásico malo y en cierta forma se parece a Goku: no quiere conquistar el universo ni nada por el estilo, sólo quiere pelear con alguien muy fuerte, algo que se cumplirá según una premonición relacionada con la supuesta existencia de un "dios Sayajin". Es así que, acompañado por su afeminado asistente Wiss, viaja a nuestro planeta en busca de los sobrevivientes de esta raza para recabar algo de información. Al llegar a la Corporación Cápsula, se encuentra en medio de una fiesta: él único que sabe acerca de la identidad de Bills es Vegeta, quien hará todo lo posible para no hacer enojar al caprichoso y malcriado dios de la Destrucción. Es que si el gato cósmico se aburre o no encuentra lo que está buscando, destruirá la Tierra. La primera parte de la película es prácticamente una comedia: sus muchos momentos humorísticos son aportados por Goku, Bulma, Vegeta (sí, él), Trunks, Gohan y unos antiguos enemigos que regresan de forma muy divertida, mientras que el resto de los personajes están más de relleno que nunca. Este ambiente de fiesta y diversión resulta bastante atípico: no hay una sensación de gravedad o dramatismo, como sucedía en "Dragon Ball Z" cuando algún enemigo hacía su aparición. Aquí, todo es risas, hasta el punto de que, por momentos, el film se torna casi autoparódico. Y si bien esto lleva a que el desenlace no sea tan épico, resulta ser un enfoque original para una producción vinculada a la creación de Akira Toriyama. También es para destacar que DRAGON BALL Z: LA BATALLA DE LOS DIOSES incluya referencias a momentos y personajes de la serie (algunos del pasado y otros que vendrán más adelante en la cronología), lo que genera una agradable sensación de complicidad con el espectador. Otro aspecto llamativo del film es que no hay muchas peleas (hay unos cuantos intercambios de golpes, pero Bills es demasiado fuerte): sólo al final veremos un enfrentamiento con todas las letras, filmado de forma muy espectacular y combinando la animación en 2D con fondos generados por computadora. Sin embargo, esta última pelea parece funcionar sólo como un adelanto de lo que podría depararnos el futuro. Es más, al final, la película plantea nuevos conceptos para explorar. ¿Habrá más aventuras de Goku en camino? Recémosle a Kamisama para que así sea.
La nostalgia que da pelea El filme animado es para fanáticos que conozcan a Goku, respetando la serie de TV. La espera terminó para los fanáticos de esta historia, creada por Akira Toriyama en 1984, cuya publicación finalizó ¡hace 18 años!, tuvo sus casi 300 capítulos televisivos y una docena de películas. El carácter nostálgico de ver en salas comerciales a un hito animado de los años noventa planteaba dos caminos: hacer un filme que sumase nuevos adeptos a la saga o recluirse en sus seguidores. Este debut cinematográfico del nipón Masahiro Hosoda optó por lo segundo. Una película no inclusiva, sólo para fanáticos, donde desde el comienzo del filme hay que tener una dosis mínima de conocimiento de Goku y cía. El recorte del filme también es polémico, centrado en Bills, un temerario dios destructor quien despierta de una “siesta” de 39 años. Junto a su fiel (y ambiguo) asistente Wiss (quien esconde un importante secreto), viajan hacia el alejado planeta Tierra para conocer al único Dios Super Saiyajin de la galaxia. Y así poner a prueba su imbatible poder del mal. Lo que amenaza con ser muerte y desolación queda totalmente descartado al ver que los seres extraterrestres desembarcan ¡en una fiesta de cumpleaños! de Bulma, la esposa de Vegeta, otro héroe de la cosecha Toriyama. El guión, podríamos decir televisivo y que se podría haber condensado en un capítulo de la tira, se estira y estira viendo cómo el Dios de la Destrucción cae como eje en una comedia animada donde las risas están garantizadas en algunos pasajes. ¿O quien imagina a una deidad felina con look del Antiguo Egipto sucumbiendo ante un budín o gustando del sushi? Placeres terrenales que no se consiguen en galaxias lejanas. El polémico “modo Dios” de Goku, y la larga batalla que libra contra su rival, son algunos puntos fuertes de este filme cuya estética de los personajes no gusta moverse del original. Con colores vívidos y respetando al dedillo los paisajes de la serie, acá no hay tridimensionalidad ni efectos especiales de lujo. La película se encierra en la nostalgia de tiempos mejores como al escuchar a Mario Castañeda ponerle voz a Goku o a René García, haciendo lo mismo con Vegeta. Snif, snif.
Dragon Ball que disfrutarán hasta los no creyentes Tal vez dentro de miles de años algún arqueólogo descubra fragmentos de los distintos Dragon Balls del comic, la TV y el cine y los descifre como algún tipo de mitología ancestral o narración religiosa similar al "Popol Vuh", "La Iliada", o "Quién se ha llevado mi queso". En todo caso, en este mismo 2013 nadie puede dejar de reconocer que la franquicia de los distintos Dragon Balls, Vegetas, Gokus y demás hitos surgidos de la delirante e insondable imaginería nipona, a esta altura constituyen una verdadera mitología moderna. Y como toda mitología, es casi palabra santa para sus seguidores y una pesadilla incomprensible para los no creyentes. Pesadilla doble si se considera que en este caso los no creyentes son los adultos que deben abonar todo tipo de productos para sus niños fans de Dragon Ball, al que encima detestan el triple que cualquier producción animada más standard producida en Occidente. Pero lo que nadie puede negar es que, amado u odiado, Dragon Ball hace mucho llegó para quedarse. Y luego de tres lustros vuelve en pantalla grande con una historia mitológica como pocas, algo que queda claro desde la "Batalla de los Dioses". La idea es que en el universo niponamente alocado de Dragon Ball hay un Dios de la Creación, pero también un Dios de la Destrucción, y curiosamente este último es el que les parece más interesante a los brillantes creativos detrás de este nuevo Dragon Ball. Este Dios de la Creación en un felino humanoide que luego de una siesta de 39 años desayuna como los dioses y le pregunta a su irónica asistente qué posible destrucción podría resultar divertida para una divinidad que no encuentra ningún rival a la altura de sus superpoderes. Como no hay ninguna, el Dios gato se las arregla para recordar un sueño premonitorio -que ni él mismo se cree- que incluye la posible superación de los poderes de Goku y sus amigos. Asi es que el Dios Gato funcional para todo apocalipsis galáctico aparece en la Tierra nada menos que en el cumpleaños de la bella y frívola Bulma, para ver si ahí puede encontrar a uno de estos nuevos modelos de dioses guerreros, sabiendo que caso contrario su visita a ese ínfimo planeta no tendrá más interés que otra de sus rutinarias destrucciones cósmicas. Considerando que para un neófito todo Dragon Ball fue siempre un misterio inentendible, llama la atención que lo mejor de este nuevo film sea una trama que combina la acción y el humor de un modo único, capaz de fascinar al mismo tiempo a los fans de la saga como a cualquier espectador desprevenido que no podrá dejar de divertirse a lo grande viendo la paciencia del Dios de la destrucción a ver si le traen otro Dios para armar una pelea en medio del cumpleaños de una señora rica que no quiere decir su edad. En un momento culminante, al Dios Gato le niegan un flancito, y se enoja tanto como para destruir el planeta. Sin perder el estilo de animación japonesa medio berreta y televisiva, las imágenes son asombrosas en su despliegue de colores, y sobre todo, en encuadre y montaje que acompañan con astucia los cambios de climas de una historia que puede pasar de un bingo familiar al apocalipsis en cuestion de segundos. El doblaje al castellano está a cargo de los tradicionales Mario Castañeda y René García, y si esta película de animación japonesa puede parecer buenísima a los no fans, para los seguidores de la infinita saga de los Dragon Balls, esto debe ser lo más parecido al néctar de los dioses que puedan encontrar en los próximos días en un multiplex.
Jamás pensé en la posibilidad de decir algo negativo acerca de Dragon Ball. Siendo un niño cuando el dibujito -¿quién hablaba de manga o animé entonces?- empezó a ser emitido por Magic Kids a mediados de los '90, eran pocas las posibilidades de no ser un fanático de las aventuras de Goku. Víctima de aquella tortura diseñada por un genio del mal, ser seguidor implicaba la chance de encontrar, de un día para el otro, que el programa había vuelto a su comienzo y que una vez más se lo tendría que ver a la espera de que eventualmente llegaran nuevos episodios. Dragon Ball era diferente y por eso despertaba otro tipo de pasiones. Porque no tener un muñeco de Los Caballeros del Zodiaco, un lujo restrictivo que costaba $50 pesos de la época -el mío lo recibí solo por las buenas notas al final del año escolar- era estar fuera de la movida, pero no hacía falta tener un Goku articulado para ser parte de este universo. Uno ya estaba incluido. Los torneos de las artes marciales, Tao Pai Pai volando en columna, ese primer vistazo a nuestro héroe hecho un adolescente luego del entrenamiento en el templo de Kami Sama, la muerte de Krilin, tantas secuencias inolvidables acompañadas por el café con leche de las 07:30, antes de salir para clase. Todo es un recuerdo imborrable, lo mismo que la llegada de la nueva era, la Z, que se abría de la manera más cruel eliminando al protagonista en los primeros episodios, inaugurando un mundo gigante de posibilidades a partir de la palabra Saiyan. Se trató de un viaje de años, de crecimiento junto a los personajes. Enemistades a muerte que se convirtieron en alianzas inquebrantables, batallas imposibles con consecuencias demasiado grandes para sobrellevar sin ayuda, guerreros poderosos que al tiempo no eran más que insectos, Dragon Ball y Dragon Ball Z –GT tuvo sus momentos, pero ya era otra la edad, otro el impacto- fueron compañeros de ruta de miles de chicos. De aquellos que podían soportar que los 5 minutos de existencia que le quedaban a Namekusei tras el ataque de Freezer se extendieran por varios episodios –cualquiera dirá que son los 5 minutos más largos de la historia- o de los que se emocionaban con el rostro de Goku intentando salvar al planeta una vez más de una destrucción segura a manos de Cell. Para ellos, nosotros, es Dragon Ball Z: La Batalla de los Dioses, una película nostálgica mas no por su capacidad de recuperar un sentimiento, sino porque por fuerza de título ya remite a todo lo que se ha mencionado arriba. Es, antes que nada, una producción apurada. Ha habido tiempo de sobra para volver a trabajar en torno a estos personajes y los realizadores –entre los que se contó Akira Toriyama- sin duda se tomaron libertades. La historia tiene lugar durante lo que se llama la "Década Perdida", en el marco de los diez años que pasaron luego de finalizada la saga de Boo. Un período amplio para trabajar, en el que los involucrados podían dar rienda suelta a sus ideas y crear figuras totalmente desconocidas –de hecho jamás se hizo referencia a Bills, el Dios de la Destrucción-, así como rasgar la propia mitología de las sagas al incluir cosas fundamentales de las que jamás se habló. Ellos toman esa carta blanca y el público la acepta, después de todo es la primera producción en estrenarse en cines después de la olvidable Dragon Ball Z, la película, esa en la que el villano era un sujeto igual a nuestro héroe pero llamado Turles. Y la decepción es grande al evidenciar que -dentro del film, no fuera de él- hay algo que no funciona. El hechizo no se rompió, evidentemente los recuerdos están más que vivos en la gran cantidad de espectadores que compraron sus entradas antes del estreno y que harán largas filas a la espera de conseguir una butaca. El problema es que la película no es buena y quienes la hicieron no lograron recapturar la esencia por fuera de lanzar a los personajes una vez más a la pantalla. Busca ser grande y es sumamente pequeña. Todos los amigos del protagonista están en escena, no obstante hay muchos que no tienen otro destino más que ser un decorado familiar –si se saca a Goku, mi apoyo incondicional siempre fue para Ten Shin Han, que aquí ni habla-. Se trata, entonces, de una simple apelación a la nostalgia que nunca se esfuerza por ser algo más. Aspira a ese distintivo sentido del humor que siempre acompañó a la serie, que sin ser especialmente graciosa –no eran muchos los momentos de genuina risa a lo largo de todos los capítulos- gozaba de una enorme simpatía. Este intento por tocar el hilo sensible de la audiencia lleva a que por momentos no tenga sentido y que, por ejemplo, se traiga de nuevo a Pilaf y sus secuaces, irrelevantes a lo largo de todo Dragon Ball Z. La película no tenía que ser una obra maestra y perfectamente podría habérsela sobrellevado con un buen combate. El sacrificio de algún secundario daría el golpe de emoción y el espectador quedaría satisfecho por ver una vez más a Goku y compañía en pantalla. Imagino que cualquier amante de estas aventuras podría hacer su propio fanzine, su fan fiction personal, su concepto de cómo tendría que ser una película de Dragon Ball y posiblemente llegarían a un resultado mejor, porque uno sabe que la pelea no puede fallar y extrañamente aquí es uno de los componentes más desaprovechados. Sus escasos 85 minutos por momentos se hacen muy pesados, algo que llama la atención si se habla de una serie que era capaz de extender 5 minutos a lo largo de 5 episodios. Dragon Ball Z: La Batalla de los Dioses está muy por debajo de la altura a la que el animé llegó y se ve muy desmejorada incluso frente a otras películas –Un Futuro Diferente es una joya en comparación-. Lo que pasa por fuera de ella es, no obstante, algo muy diferente. Busca retomar un espíritu, celebra con todos los personajes en pantalla -no hay tantos juntos desde Dragon Ball GT, en la fiesta de Capsule Corp tras la pelea con Baby-, apunta al grupo de amigos que se reunirá para rememorar la infancia y en ese sentido logra su cometido con creces. No por nada ha habido un esfuerzo invaluable en traer a Mario Castañeda y a René García para que aporten las voces que hemos sabido apreciar y distinguir con facilidad. Ha sido un fenómeno de ventas y ha vuelto a poner sobre la mesa la importancia de Dragon Ball, que no siguió en la producción de sagas como en el caso de Los Caballeros del Zodiaco. No se puede vivir de recuerdos ni se puede pretender que un álbum de fotos sea suficiente, pero es una forma de volver a poner en escena la fuerza de lo creado por Akira Toriyama. Quizás esto sea solo el comienzo y suponga el impulso necesario para ayudar a toda una nueva generación de espectadores a crecer con Goku y sus amigos.
De dioses y saiyajines Suele suceder, como en una suerte de regla o ecuación, que a mayor expectativa, más grande es la desilusión. Y es muy probable que sus seguidores sientan algo de eso, porque a pesar de no terminar de ser un mal producto, Dragon Ball Z: La batalla de los dioses falla notablemente en los puntos en donde el film debía arrasar o destacarse. La narración se ubica unos años después de lo que significó la última etapa de Dragon Ball Z, tras el ferviente y vigoroso enfrentamiento con Majin Boo. Allí se hace presente un villano bastante peculiar, el Dios de la destrucción. Éste, llamado Bills, es un holgazán que ha despertado de una siesta de décadas con el afán de encontrar un guerrero poderoso que decida medirse con él, aferrándose a la eventual existencia de un Dios Saiyajin. Emprende viaje hacia la Tierra, donde Goku y compañía tratarán de no hacerlo enfadar para que no destruya el planeta. Nada para reprochar hay en lo que respecta a la animación: como era de esperarse este aspecto es de lo mejorcito de la película. El problema elemental está dado en el excesivo e infantiloide recurso a las bromas y chistes repetitivos, con muecas y gestos que se van agotando y quemando cada vez más con el correr de los minutos. Si bien el modo de hacer humor siempre fue apreciable en la creación de Akira Toriyama, en esta entrega se apela tanto al intento de hacer reír al público, que parece olvidarse que Dragon Ball cautivó a las masas por, sobre todo, sus agudos y penetrantes momentos de lucha. El personaje de Bills, más allá del enorme potencial que expone cuando le toca sacar a la luz su fuerza, carece de carisma y nunca genera lo que han sabido cosechar los terribles Freezer, Cell y Boo: temor, tensión, preocupación. Más allá de pasearnos por secuencias muy entretenidas (primordialmente en la primera media hora) y de contar con unos buenos guiños que entusiasman a cualquier fan (a saber conversiones en distintas fases de súper saiyajines, alguna siempre atractiva fusión, etcétera), el relato nunca acaba de inquietarnos y angustiarnos (como sí lo conseguía la serie). Para colmo, las batallas se toman un descanso casi tan largo como el que se echa el Dios de la destrucción en el film y no se exhiben hasta llegar al último tramo. Amena pero olvidable, Dragon Ball Z: La batalla de los dioses no trasciende y echa a perder la oportunidad de vincular nostálgicamente a los incondicionales del taquillero animé. LO MEJOR: algunos (sólo algunos) ratos graciosos. La aparición de todos los personajes. La animación. LO PEOR: se desperdicia una buena ocasión de satisfacer al público. Por instancias infantil. Bills, un villano bastante aburrido. Tensión nula. Las peleas ocupan poco espacio. PUNTAJE: 5
Este verdadero dibujo de culto llega a las salas doblado con las voces originales de la serie y rescatando el espíritu original de la serie. Está claro, que es un filme para iniciados en el mundo de DRAGON BALL. Y es por eso que el filme no defrauda: mantiene el nivel estético y de guión, quizás peque de falta de acción (las escenas dialogadas pueden resultar demasiadas) pero también allí se descubre el trabajo de los guionista, que no fueron a lo fácil (piña, patada, y cuerpos suspendidos en el aire) Colorida, hipnótica por momentos, verla en pantalla grande es una experiencia única e irrepetible.
Goku no es un dios Es casi un lugar común decir lo que significa Dragon Ball, Dragon Ball Z, y ese innecesario estiramiento llamado Dragon Ball GT para los que tenemos alrededor de unos 25 ó 30 años. En mi caso marcó el fin tardío de la infancia: gracias a seguir con un fanatismo atroz la historia de Goku a lo largo de más de 350 capítulos (más películas y parafernalia) pude ser niño por más tiempo (demasiado tiempo). Cuando terminó, ya nada fue lo mismo: Goku se fue montado en un dragón gigante y yo me quede sin él para siempre. A partir de ahí, cada vez que me acercaba a algún producto Dragon Ball era sólo por melancolía barata. Por eso la llegada de Dragon Ball Z: la batalla de los dioses se formulaba en mi prejuicio como otra baratija contenedora de recuerdos. Sin embargo, esta película es una pequeña y linda sorpresa. Todas las películas de Dragon Ball Z son más o menos iguales en cuanto al argumento. Un enemigo súper fuerte viene a la Tierra con alguna ambición: o destruirla, o usar las esferas del dragón (conceden deseos) o matar a Goku y proclamarse el más grosso de todos. En fin, generalmente Goku enfrenta la amenaza y pierde la pelea, luego alguna fuerza exterior que puede ser la naturaleza, sus amigos o directamente toda la vida del universo le presta su energía y termina ganando. Dragon Ball Z: la batalla de los dioses comparte esa estructura pero con un rasgo de autoconciencia y de melancolía diferente a sus predecesoras. Vemos aparecer a Bill, el dios de la destrucción, quien ha oído rumores de un dios súper-saiyajin (saiyajin es la raza extraterrestre a la que pertenece Goku, lo de súper es porque cuando se enoja demasiado o supera cierto límite de poder cambia de apariencia y se vuelve más fuerte) y como es un dios aburrido y poderoso se va a la Tierra donde hay cinco saijayins viviendo, para preguntarles si ese dios existe y en última instancia pelear con él para aplacar su tedio, y de paso destruir la Tierra pues ese es su trabajo. Desde el principio los personajes se encargan de aclarar que es imposible que Goku derrote a Bills, pero todos los que hemos visto la serie sabemos que no hay imposibles para nuestro querido héroe. Y aquí está la clave de la película y un gigantesco spoiler: Goku pierde dos veces y se resigna, por primera vez en la historia de Dragon Ball no hay nada que él pueda hacer. Pero no se agiten: Bills, el dios de la destrucción, es vago y caprichoso pero razonable, y decide no destruir la Tierra a cambio de que el año siguiente lo inviten al cumpleaños de Bulma para comer pudin (sí, así de ridículo). Está bien, lo acepto: Dragon Ball Z: la batalla de los dioses, es más una reunión aniversario de regresados que un homenaje-reescritura del universo de la serie. Pero con pocos elementos se encarga de mostrarnos que algo ha cambiado, que ya nada volverá a ser lo mismo, pues Goku ha encontrado un límite y nosotros como espectadores de la serie creciditos deberíamos encontrarlo también. Hoy, como adulto cínico que soy, recuerdo la batalla con Freezer (quizás el enemigo más sádico que ha tenido Goku) como la más interesante de toda la larga historia de Dragon Ball Z, porque Freezer obliga a nuestro héroe a matarlo y este termina ganando a fuerza de su ira y sed de venganza. De hecho, nunca más volveremos a ver a Goku tan bestial e implacable. Freezer fue el Joker de Goku. Todo lo demás fue estiramiento y agotamiento de la serie. Pero volvamos a Dragon Ball Z: la batalla de los dioses: como decíamos, la melancolía es un rasgo importante en la historia aunque también el humor. Lo que al fin de cuentas vemos son escenas más o menos logradas con gags más bien inocentes pero que en general funcionan. Es que la película quiere mostrarnos a Goku peleando otra vez, pero también se esfuerza en recordarnos su origen desenfadado y aventurero. Si hay algo que siempre ha sobrevolado en la moral del universo de Dragon Ball es que la gente de buen corazón termina prevaleciendo. Goku es el más poderoso porque es el más bueno, y porque es un tipo de más de treinta años (al menos en la línea temporal en la que transcurre la película) que piensa como un niño eterno. A pesar de su superficialidad, Dragon Ball Z: la batalla de los dioses pone por un instante en jaque la fe y el buen corazón de Goku y es todo un avance. Quizás en diez años Alan Moore tome las riendas de la historia de Goku y lo convierta en un alcohólico amargado que lamenta todo lo que ha hecho. En esta película al menos, nuestro héroe se da cuenta de que ser la mejor persona del universo no te habilita para ser un dios.
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Dragon Ball Z, al igual que muchos otros animé, tuvo una suerte “extraña” en nuestro país. La “serie televisiva” llegó muchos años después de su creación, y en materia de cine hasta el momento se habían estrenado tres películas en sala– obviemos la realización hollywoodense con actores –, la última a fines de 1999, que en realidad eran conjunciones de capítulos extendidos y sin un orden muy lógico. Por eso, ahora, catorce años después de “Guerra en dos mundos” el estreno de Dragon Ball Z: La Batalla de los Dioses es todo un evento de proporciones épicas para seguidores, primero por la larga ausencia, y segundo por tratarse del primer largometraje real en estrenarse en nuestras tierras. Producto diseñado a la medida del fanático, hay dos preguntas importantes para hacerse ¿Está a la altura del original? La respuesta es no, ¿Va a contentar a ese público fiel? Es muy probable que sí. La historia que engloba el universo Dragon Ball es inmensa y compleja, toda la saga dio tantas vueltas de tuerca en relación a la asunción de estos guerreros poderosos a semi-dioses creando una mitología propia. Por eso, retomar la historia diecisiete años después (según las fechas reales de producción) es todo un riesgo que genera expectativas. Sin embargo, el camino optado es el de la anécdota, el de la historia cuasi paralela que poco aporta en cambios significativos sobre lo original; tal vez acertadamente teniendo en cuenta que los niños/pre-.adolescentes de entonces hoy ya son personas adultas. Veamos, mientras Goku descansa recluido de su estado de Semi-Dios como guerrero Sayayin, el Dios de la destrucción Bliss despierta de una corta siesta de treinta años con muchas ganas de continuar su tarea. Cuando se entera de la existencia de un Súper Sayayin capaz de haber destruido a Freezer, decide ir hacia la tierra para conocer a ese guerrero en estado de Dios – y por supuesto enfrentarlo de pura diversión –, de lo contrario, destruirá nuestro planeta. Una vez aquí, Goku, deseoso de volver a combatir, inocentemente desafiará a Bliss agudizando el conflicto que estallará entre Vegeta y Bulma (en pleno cumpleaños de Bulma) en el que se encuentran los restantes personajes clásicos del manga y animé. Narrada con el suficiente humor, el necesario toque infantil, y una lograda mezcla de animación tradicional con algunos paisajes computarizados, La Batalla de los Dioses resulta un producto muy entretenido, sobre todo para los fieles que sufrían de abstinencia. Pero también, en comparación con el trabajo original resulta menor, algo simplificado, y hasta puede dejar con gusto a poco a algún fan purista. Otro punto a favor es que el espectador novato puede entrar a la película sin muchos conocimientos previos, por lo menos comprenderá (casi) todo o se imaginará qué puede haber sucedido anteriormente, ¿pero existirá ese público que ingrese recién ahora a una historia que lleva décadas de desarrollo? Por más improbable que parezca no se puede saber ciertamente. Es imposible analizar esta película sin tener en vista a su público principal, y ellos ya saben o imaginan qué les aguarda. Las ansias han sido grandes, todos ellos quieren saber cómo continúa la historia de sus personajes favoritos años después, y aunque esta no sea más que una nota de color, difícilmente haya decepción, los elementos principales ahí están, y la batalla, finalmente cuando se libera, sí, es inmensa.
La furia animada "Dragon Ball Z: la batalla de los dioses" transcurre en un ambiente mitológico pero guarda toques de modernidad, que garantizan el entretenimiento. Es una de esas películas que los entendidos disfrutan más que nadie, pero que también puede ser vista por otro público infantil o por adolescentes, e incluso por adultos, que sean o hubieran sido seguidores de la exitosa serie original. Y cuando se dice serie, en este caso, se debe pensar tanto en los manga (historietas japonesas) donde nacieron estos personajes, como en las versiones para televisión y posteriores largometrajes para cine realizados a partir de su éxito. Sólo en papel, se vendieron más de 300 millones de copias de este fenómeno mundial nacido a mediados de los 80. Sin embargo, hacía más de 17 años, desde 1996, que no se estrenaba un filme sobre estos personajes, pese a que existen 16 largometrajes anteriores en sus dos etapas: Dragon Ball y Dragon Ball Z. Este Dragon Ball Z: la batalla de los dioses tiene como cualidad lo magistral del dibujo al estilo tradicional y la riqueza de personajes exóticos, dotados de un movimiento magníficamente ilustrado en un estilo bien fotográfico. Además de estas representaciones, las mejores escenas del filme son sin dudas las de los combates, generalmente entre los dos personajes más fuertes del relato, el dios más poderoso de todos, el malvado Bills, y aquel que según la profecía podría ser el único capaz de derrotarlo, Son Goku, a la sazón el héroe de la saga. Todo transcurre en un ambiente entre mitológico y fantástico, que hunde sus raíces en el Japón antiguo pero que se eleva más allá del planeta, hacia los confines de éste y varios otros universos. La historia entretiene y en ella, se anunció, ha metido la pluma por primera vez -en el cine- el creador total de este mundo imaginado, Akira Toriyama, quien prometió incluir toques de modernidad sin perder el espíritu original. Y cumplió con su palabra.
VideoComentario (ver link).
Difícil hablar de “Dragon Ball Z: la batalla de los dioses” sin mencionar, por un lado, una base mínima de la historia que la precede, y por otro, el ineludible hecho de ser una película casi exclusivamente para fanáticos seguidores. Dragon Ball es una historieta Japonesa de la década del ’80, pero que recién llegó a su versión en español en la década del ‘90. Todos los volúmenes de la historieta fueron llevados a la televisión, y la industria nipona dio cuenta también de algunas películas dada la aceptación mundial. Básicamente el argumento se centra en Gokú, un extraterrestre (esto se supo mucho después en la serie) experto en artes marciales que recorre la tierra en busca de siete bolas de dragón, las que juntas llaman a un dragón/dios gigante que concede deseos. A partir de esta idea medular basada conceptualmente en “Viaje al Oeste”, una de las cuatro obras fundamentales de la literatura china del siglo XVI, el viaje de Gokú se plagó de amigos y enemigos, algún amor y viejas rencillas entre planetas y dioses. Con esto dicho, y sin ningún preámbulo que resuma nada, “Dragon Ball Z: la batalla de los dioses” deja afuera a cualquiera que no haya visto o leído la historieta de Akira Toriyama. Treinta y nueve años después de la siesta el Dios de la destrucción se despierta y anda con ganas de medirse contra alguien poderoso para recordarle a la gente que es el capo di tutti capi. Adivine a qué planeta viene y con quién se enfrenta. Lejos de cualquier rimbombancia de efectos y estética tridimensional, el largometraje de más de ochenta minutos respeta a rajatabla el dibujo original y hasta cuenta en su versión en español con las voces originales. Como corresponde al comic japonés, la acción es mucha y variada y las dosis de humor recaen en los personajes más chiquitos y en los caprichos del protagonista. Puede que suene sectario, pero realmente los fanáticos pueden ir tranquilos. Los demás, a ponerse al día o ver otra cosa.
Creación del historietista Akira Toriyama, Dragon Ball es un ícono de la infancia de los que tienen entre veinte y treinta años. Dragon Ball Z es una vuelta de tuerca del primero, que aquí vuelve al cine luego de más de una década en una versión desarrollada por su autor original. Este popular animé no tiene la complejidad de una serie como Akira, o la belleza artistica y alegórica de una pelicula de Hayao Miyazaki, pero las aventuras de Goku y sus amigos recorriendo el mundo en busca de místicas esferas que cumplian deseos a quien las reuniera, desairando al malo de turno, fueron una referencia para una generación. Los personajes de Toriyama contaban con un variado abanico, y en el caso de Dragon Ball Z la batalla de los dioses interviene Bills, el Dios de la Destrucción –con un intencionado aire de trazo egipcio-, que mantiene el universo en equilibrio y despierta luego de un largo sueño para fastidio de los héroes de la saga. Con toques de comedia y muchos guiños a los fanáticos de la serie, se desata un enfrentamiento entre este dios y roles como Goku y Vegeta, estos últimos doblados por Mario Castañeda y René Garcia, sus voces clásicas. Un final no tan típico para el personaje principal le otorga un detalle interesante al desenlace, y, dentro su particular estilo, se despliega una lograda animación tradicional.
Reviviendo el animé Mucho se peleó para que llegara a la pantalla grande argentina este estreno basado en la icónica serie animada de Akira Toriyama, "Dragon Ball Z", y se logró. La verdad es que fue una muy buena iniciativa por parte de los fans, sobre todo para abrirle a los ojos a los distribuidores que estaban descreídos de este producto. Más allá de esto, creo que la película fue un tanto irregular, con mucha base en la comedia típica de la serie “Dragon Ball” y no tanto en la seriedad y las batallas de “Dragon Ball Z”. Por supuesto que los fanáticos más acérrimos estaban más contentos que nene con juguete nuevo, volvían a ver sus ídolos nuevamente en animación clásica de alta definición, el Kame Hame Ha de Gokú, un nuevo contrincante poderosísimo (Bills), las fusiones entre sayayines y otras cosas típicas de la serie, pero si nos ponemos un poco más críticos vamos a poder ver algunas falencias que le bajaron categoría a la historia. En primer lugar, la pelea se hace esperar demasiado, pero no con el suspenso y el drama de la serie Z, sino con agregados cómicos que funcionaban de a momentos. En mi opinión esto le sacó tensión a los momentos importantes, porque cuando llegaban, ya estábamos con la onda de animación cómica y hasta con un poco de tedio e impaciencia por la falta de batallas. La otra cuestión es la carga infantil que se le imprimió a la propuesta, nuevamente más cercana a Dragon Ball que a la serie Z. No quiero spoilear, pero hubo varias cuestiones que terminaban en situaciones amistosas cuando lo que queríamos ver era el despliegue de poder super sayayin. Creo que al director Masahido Hosoda se le fue la mano con el humor. Para resaltar, la sola posibilidad de ver nuevamente con vida a nuestros héroes viviendo nuevas aventuras, alguna que otra sorpresa y una batalla final clásica con todo el power que caracterizó a la serie Z. La animación está muy bien lograda y el hecho de haber conseguido las voces originales del doblaje latino fue sencillamente genial. Una peli que los fans más fieles festejarán más allá de sus evidentes debilidades, pero que seguramente no encontrará nuevos adeptos entre el público adulto que creció con el animé.
“DRAGON BALL Z: LA BATALLA DE LOS DIOSES” O EL DELOREAN DE LA FELICIDAD A veces una canción, un aroma, un gusto, una melodía o hasta una película nos transportan mágicamente diez o quince años atrás y nos hacen recordar las hermosas fotografías de nuestro pasado. Revivimos ese momento con tanta intensidad que es inevitable dibujar una sonrisa en nuestros rostros. El alegre “memento”, esa fantástica maquina del tiempo de este año es, para la generación que hoy en día tiene entre 20 y 30 años, sin lugar a dudas el estreno de la esperadísima “Dragon Ball Z: La batalla de los dioses.” Supervisada, en parte guionada y aprobada por el autor de toda la historia dragonballera, el mismísimo Akira Toriyama, la dirección corrió a cargo de Masahiro Hosoda (quien ha trabajado en varios capítulos de la serie original, como así también en diversas adaptaciones y películas de otros animes) y la animación fue llevada a cabo por el estudio TOEI ANIMATION, reconocido también por haber animado la serie en su totalidad y sus continuaciones (Dragon Ball y Dragon Ball GT). La historia, confirmado por su autor, es una inclusión canónica que se ubica luego de la derrota de Majin Boo y luego de la llegada y despedida de Tarble (hermano de Vegeta, introducido a la historia en el corto homenaje a los 40 años de la revista Shonen Jump) pero antes del nacimiento de Pam, la nieta de Goku. La misma nos presenta a todos los personajes de la historia (cuando digo todos, me refiero a TODOS los mas representativos y recordados que en algún momento tuvieron una importancia relevante)e introduce dos nuevos, Bills (dios de la destrucción, una especia de gato violeta que recuerda a un dios egipcio) y su enigmático y andrógino sirviente Wiss. El mismo Bills despierta luego de 39 años y se entera que su lacayo Freezer ha sido derrotado por un Super Saiyajin. A su vez recuerda una premonición que tuvo, que ese día iba a enfrentarse a un “Dios Super Saiyajin”. El dios de la destrucción sale en busca de este “Dios” que su premonición le dijo que debía enfrentar y es así como se cruzara con Goku y los demás en la Tierra, donde una vez mas los guerreros Z deberán enfrentarlo para que su planeta no sea destruido. La animación es sublime en cuanto a calidad pero a su vez no logra perder ese estilo de la rusticidad original. Si bien la historia no es algo muy nuevo y se ha visto veces anteriores (de hecho se podría catalogar, como toda película derivada de una serie animada, que es un capitulo largo) los guionistas se las ingeniaron para romper el esquema con el final y poder darle un toque de frescura y humanización (si es que se pueden humanizar) a la historia y los personajes. El humor abunda de manera muy sorpresiva y la acción increíblemente es poca pero intensa. Aunque, nobleza obliga, debemos admitir que el mejor recurso y el mas efectivo es la nostalgia. Los personajes mas recordados están todos (y cada uno tiene su momento de lucirse), aunque se nota que los agregaron a la historia por la fuerza, queriendo apelar al recuerdo. Un ejemplo claro es la aparición de Pilaf y sus secuaces, que bien podría haberse obviado y la historia hubiese seguido su curso sin problemas. Mención aparte merece el equipo de doblaje latinoamericano, ya que cumplen una función vital en la impronta nostálgica de la película. Mario Castañeda (recordada voz de Goku) y Rene García (Vegeta) estuvieron presentes, como así también todas las voces originales, a excepción de Laura Torres (que supo hacer de Goku niño, Gohan niño y en este caso hubiese hecho de Gonten) y Ricardo Hill (voz de Kaio Sama). Gran trabajo de todos los actores, cuyas expresiones vocales son exactamente igual a la que supieron hacer años atrás. En conclusión si no sos fanático de la serie original, la película cumple, entretiene y logra unos efectos muy increíbles visualmente. Pero si llevas esta serie en tu memoria, entonces es casi una obligación verla. “Dragon Ball Z: La batalla de los dioses” es una de esas películas que se transforman en maquinas del tiempo y que te hacen volver a tener 10 años. De esas que, como pocas, te hacen sonreír como un niño y vivir una sensación similar a estar en tu infancia. Es indescriptible lo que logra este DeLorean animado, transportándonos a esos años donde no existían los problemas, las responsabilidades y todo lo que nos preocupaba era llegar a casa, preparar una chocolatada y encender la TV. Durante 85 minutos, van a sentir eso.
Llamativa animación Uno de los mayores éxitos de las últimas décadas del manga llevado al animé, Dragon Ball Z, ofrece mayor humor, colores más brillantes y mejor definición en el trazo que otras propuestas japonesas con películas recientemente estrenadas en cines locales, como Los caballeros del Zodíaco o Naruto. Esta película hace mayor centro en la obsesión por los poderes de lucha, con personajes que parecen hacer upgrades de sus habilidades guerreras. Hay más de una docena de películas animadas sobre Dragon Ball Z, y ésta es una secuela de La batalla de los dioses. El villano Freezer es resucitado -gracias a las bolas que invocan al dragón Shenlong- y regresa con más poder, y quiere vengarse de los que lo mandaron a lo que él llama el infierno. Estarán, para oponerse al ejército del iracundo señor F., los guerreros Saiyajin, incluida la estrella Goku y alguna ayuda de otro origen. Hay largas -demasiado largas- conversaciones sobre asuntos diversos (comida en el mejor de los casos; poderes en la zona menos atractiva para los no fans) y extensas secuencias de pelea que tienen resoluciones visuales deslumbrantes, con juegos entre fondo y figura, y entre quietud y movimiento. Dentro de una narrativa mínima -resurrección, amenaza, invocaciones, peleas- los dioses glotones son un comic relief nada desdeñable.