Conociéndonos en los campos de la civilización occidental y cristiana. La última película del director y guionista Javier Torre se centra en un singular e incómodo episodio ocurrido el 19 de Mayo de 1976 en Buenos Aires. El presidente de la Junta Militar, Jorge Rafael Videla, a poco de destituir al gobierno constitucional de Isabel Martínez de Perón por medio de un levantamiento militar que llevó a la Argentina a la peor de sus pesadillas, invitó a los escritores Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Leonardo Castellani y Horacio Esteban Ratti a compartir un almuerzo con él y con José Villarreal, el secretario general de la presidencia, con el fin de comunicar los nuevos códigos de conducta intelectual pretendidos para los integrantes del mundo de la cultura e indagar en las opiniones de algunos de sus eminentes representantes como parte de una serie de almuerzos con distintos sectores de las fuerzas vivas del país. Para reconstruir este almuerzo, Torre intenta ser fiel a cada detalle centrándose en las declaraciones que los protagonistas dieron en los medios y lo que se escribió sobre el acontecimiento. Tomando como punto de partida el capítulo sobre Sábato durante la dictadura de La Voluntad, el libro de investigación histórica de los periodistas Martín Caparrós y Eduardo Anguita, la película se divide en dos puntos neurálgicos alrededor del evento. El primero es el almuerzo en sí y los acontecimientos de la vida de cada uno de los comensales en aquella mañana. Por otro lado y en contraposición al agasajo, el realizador vuelve la mirada hacia el secuestro y la desaparición del escritor Haroldo Conti, autor de Sudeste y Mascaró, el cazador americano, catorce días antes del evento, y la posterior huida del país de su compañera Marta Scavac. La película resalta loablemente el tímido intento fallido de Leonardo Castellani de conseguir que Videla vele por la vida de Conti, quien había sido alumno suyo en el seminario religioso católico. Durante el almuerzo y alejados de la violencia callejera constante, Borges y Sábato se enfrascaron en una discusión intelectual sobre el rol del escritor en el entramado social a raíz de un comentario de Videla. El Almuerzo destaca la cordial incomodidad de todos los comensales ante el encuentro. Ni siquiera la afabilidad extrema de Borges puede romper la tensión y el fastidio de Ratti, Sábato y Castellani, quienes vislumbraban cómo los asesinos estaban tomando el control y una nube negra se cernía sobre el destino del país. Pompeyo Audivert representa espléndidamente al padre Castellani, un cura jesuita con ínfulas intelectuales que respondía a una ideología nacionalista cristiana. Roberto Carnaghi interpreta magníficamente a Ratti, el olvidado presidente de la Sociedad Argentina de Escritores, un hombre atribulado por la violencia y las desapariciones de colegas, entre los que se destacaban el poeta Miguel Ángel Bustos y el periodista y escritor Antonio Di Benedetto. Jean Pierre Noher recrea de forma fantástica a un Jorge Luis Borges físicamente abatido, en los últimos años de su vida, luchando contra su ceguera. También son extraordinarias y destacadas las interpretaciones de Lorenzo Quinteros del contradictorio Ernesto Sábato, Alejandro Awada como el sanguinario Videla y Arturo Bonín como el circunspecto Villarreal. Javier Torre regresa con un film que indaga en un acontecimiento pequeño y de apariencia nimio para condensar explosivamente todas las contradicciones de una época y de una cultura intelectual. Las extraordinarias actuaciones de todo el elenco y un detallismo soberbio convierten a El Almuerzo en una obra de gran valor sobre nuestra herencia cultural. La memoria, la verdad y la justicia siguen su curso.
Faltaba postre La problemática de El almuerzo -2015- como película no reside tanto en el relato y en la manera de contarlo, sino en un estilo que pareciera rememorar viejos vicios del cine caduco y que no guardan correspondencia con una intención de época en el sentido formal del término. La perspectiva histórica más allá de la intencionalidad de recuperar la memoria de aquellos acontecimientos que encuentran el contraste ideal en la recreación del secuestro del escritor Haroldo Conti para dejar en claro cuál debería haber sido el rol de los comensales invitados, hoy resulta algo anacrónica y sumamente polémica. Tomar una parte y así intentar abarcar el todo, a veces genera riesgos que desde el punto de vista narrativo son factibles de desencadenar una catarata de fallidos, que tiran por la borda una idea o premisa interesante. No alcanza con las buenas intenciones, con desarrollar a partir de una anécdota clave, recogida por el libro La voluntad de Martín Caparrós y Eduardo Anguita y testimonios de la época de los propios protagonistas, punto de partida y de llegada de El almuerzo, opus del director Javier Torre, que cuenta con las actuaciones de un elenco importante, encabezado por Alejandro Awada en la piel del ex presidente de facto Jorge Rafael Videla. A Awada se suman con papeles de figuras de peso histórico -y mucho más en el campo de la cultura- Lorenzo Quinteros como Ernesto Sábato, Jean-Pierre Noher en el cuerpo de Jorge Luis Borges, Pompeyo Audivert en la piel de Leonardo Castellani y Roberto Carnaghi como el residente de SADE (Sociedad Argentina de Escritores) Horacio Esteban Ratti. El almuerzo al que alude el título es aquel que se llevara a cabo por una convocatoria del propio Videla a un grupo intelectual con el objetivo de comunicarles cuales eran los lineamientos de la política cultural, los nuevos códigos de conducta que pretendían las autoridades tras el golpe de estado a Isabel Martínez de Perón, y la preocupación por la mal llamada guerra sucia, para lo cual el tono de camaradería y la imposibilidad de planteos profundos ocuparon el centro de la anécdota más allá de algunas inoportunas declaraciones de los participantes a la prensa, a la salida del convite. Pocas cosas se pueden sacar en concreto de ese almuerzo más que el silencio, el desmedido respeto por la investidura de Videla y como apunte de color, la conocida rivalidad Borges-Sábato no sólo en el quehacer de la literatura, sino en el campo ideológico y debate de ideas acerca del rol de la intelectualidad en relación a la política y a la sociedad en su conjunto. Es de destacar el trabajo de Alejandro Awada, en una composición muy personal de Jorge Rafael Videla, no así el intento de mímesis de Jean-Pierre Noher para recrear a Jorge Luis Borges y sus gestualidades características, además de la ceguera. Quizás Roberto Carnaghi y Pompeyo Audivert consiguen que sus personajes encuentren el tono medio necesario para no resultar sobreactuados como en el caso de Lorenzo Quinteros y su desafío de ponerse en el cuerpo de nada menos que Ernesto Sábato.
El Almuerzo. de Javier Torre es una dramatización ficcionalizada de un hecho real: el encuentro del entonces presidente de la dictadura Jorge Rafael Videla con los escritores Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Horacio Esteban Ratti (presidente de la SADE) y el sacerdote Leonardo Castellani, que tuvo lugar el 19 de mayo de 1976 a casi dos meses del golpe de estado, en la Casa Rosada. Se cuenta también la previa: el temor de los personajes mientras se preparan para asistir al encuentro, las amenazas a Sábato de parte de un miembro de los servicios, el discurso que ensaya Ratti pensando que podrá decirle algo a Videla, un Borges asistido por su fiel Fanny que lo acompaña y lo espera. Aunque el segundo relato paralelo a esta previa es anterior: el secuestro y tortura de Haroldo Conti, que comenzara el 5 de mayo de 1976, el asilo de su mujer Marta Scavac con su pequeño hijo y su posterior salida del país, y el pedido al padre Castellani (ex profesor de Conti), que interceda por él ante la dictadura. La película que como pieza cinematográfica es un producto convencional, sin mayores méritos técnicos, tiene una virtud que se destaca, sin dudas: fortalece un debate que hoy sigue siendo central en nuestra sociedad, y es el de las relaciones de los criminales militares con intelectuales, periodistas y deportistas, que sin pretender ser una crítica feroz ni un juicio anacrónico, proponga revisar o repensar la cuestión, desde esa retitulación que se le está dando desde distintos sectores al período más negro de nuestra historia reciente, que es nombrada como dictadura cívico-militar. Como todxs pensamos, las fuentes con las que se construyen los relatos históricos son múltiples y flexibles. O deberían serlo por lo menos. Por eso nadie cuestionaría el hecho de que el cine, como la práctica escolar y la palabra guardada desde la oralidad son fuentes que están al mismo nivel que los archivos escritos. Y es así que quizás debamos rescatar El Almuerzo: como un item más en la construcción de nuestras historiografías y miradas sobre un pasado que, lejos de estar cerrado o siquiera racionalmente ordenado, está lleno de lagunas (como la información referida a este almuerzo siniestro) y se vuelve día a día más presente y desde allí nos interpela. Sinceramente, creo que desde este lugar el tema de la llaneza de recursos o lo básico del tratamiento cinematográfico, que ha despertado y despertará sin dudas comentarios negativos que no me interesa rescatar aquí, pasan a un segundo plano. Claro que pueden decirme que esto es cine, y que entonces, no puede pasarse por alto. Es cierto, la película dice todo por la palabra, no hay manera de que la imagen cuente de un modo más opaco, con algún elemento entrópico y poético, digamos, y los protagonistas no interactúan, ni se modifican, ni evolucionan -como sería esperable en un cine narrativo. También es cierto que Borges (con un trabajo de interpretación asombroso de Jean Pierre Noher) aparece demasiado parodiado de sí mismo, con su mamá omnipresente, nieta de coronel de la independencia (Manuel Isidoro Suárez, para más dato, que le da nombre a una muy bella localidad bonaerense), su antiperonismo, su elogio de Videla, su ceguera, su modo afectado de hablar y su desprecio por el resto de los comensales. Y que las escenas de allanamiento, secuestro y tortura de Haroldo Conti dejan la sensación de atrasar y de estar narradas como en los 80, como si no hubieran pasado décadas de otros cines nuevos en la escena local. Sí, la película falla en presentar un lenguaje que satisfaga a la cinefilia más exigente, conocedora de soportes y maneras de narrar y de jugar pantallas. Pero quizás porque no tenía ninguna expectativa hacia la película, la cosa sale mejor de lo esperado. Porque, admito, no tengo ninguna expectativa hacia las películas de su director, Javier Torre (El Juguete Rabioso, Fiebre Amarilla), y entonces, me fui de la sala al término del film con más de lo que pensé encontrar, porque, recuperando la frase del poeta, lo que te falta te abandona menos, lema de vida y por ello, lema como espectadora de películas. Creo que va a dar para hablar y este pequeño comentario es el punto de partida, de un debate que se vendrá, y que sería muy importante que continúe con los otros “encuentros” que sostuvo el dictador con distintos personajes públicos. El lenguaje audiovisual puede provocar mundos, más allá incluso de los realizadores y, por supuesto, de nosotrxs lxs que analizamos al lenguaje individual, a los realizadores y a la historia… de eso se trata también un festival de cine y para ello es necesario que suceda esto, algo parecido a una política cultural que le haga espacio a estos productos que tocan nuestra historia más dolorosa. Lo demás, estará por suceder, el debate y sus efectos queda en manos nuestras.
Encuentro con el Diablo La recreación del almuerzo de Jorge Rafael Videla con referentes de la cultura en 1976 y la desaparición de Haroldo Conti son los ejes de este film de Torre. Javier Torre se mete con un tema espinoso: en mayo de 1976, poco menos de dos meses después del último Golpe Militar, Jorge Rafael Videla organizó un almuerzo en la Casa Rosada con distintas personalidades de la cultura nacional para señalarles la importancia de este área en su flamante gestión de facto. Allí estuvieron Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Horacio Ratti, el Padre Castellani y el General Villarreal, este último Secretario General de la Presidencia. La recreación de esos hechos, en paralelo con el secuestro del escritor Haroldo Conti, ocurrido un par de semanas antes, son el centro de El almuerzo. El film comienza con la irrupción de un grupo comando en la casa del autor de Mascaró para saltar luego a los preparativos de los distintos invitados en las vísperas del almuerzo. A muchos de ellos, claro, se le acercan distintos conocidos suplicándoles que eleven sus pedidos por los desaparecidos a las cúpulas militares, permitiéndole a Torre lucirse con los peores vicios del cine testimonial y declamatorio de los años ’80, incluyendo a varios actores inmersos en personajes más cercanos a la encarnación de valores que a algo parecido a personas. Sin embargo, debe reconocérsele a Torre su capacidad para sostener la tensión del almuerzo a fuerza de silencios incómodos y una impostación generalizada. Esto también funciona gracias al trabajo de Alejandro Awada, cuyas interpretaciones de Arquímides Puccio en la serie Historia de un clan y ahora de Videla lo convierten en el gran encarnador del Mal de 2015
Golpe a la cultura El famoso almuerzo que realizó la junta militar el 19 de mayo de 1976 (tan solo dos meses después del golpe) con los máximos integrantes de la cultura argentina del momento (los escritores Borges, Sábato, Horacio Esteban Ratti y el sacerdote Leonardo Castellani) llega a la pantalla argentina en este film protagonizado por Jean Pierre Noher (Borges), Pompeyo Audivert (Leoni), Lorenzo Quinteros (Sabato), Roberto Carnaghi (Ratti), Alejandro Awada (Videla) y Arturo Bonín (secretario de la Presidencia, José Villarreal). Mucho se habló sobre el dichoso almuerzo, pero lo cierto es que nadie sabe con certeza que se entretejió durante esa comida en casa de gobierno. La película imagina -mediante datos, material de archivo y una exhaustiva investigación- el lugar que ocupaba cada personaje en la tenebrosa Argentina de 1976, las conversaciones que se entrelazaron entre los intelectuales y el máximo responsable del golpe militar. A su vez, se narra el secuestro de otro escritor, Haroldo Conti, y la lucha de su mujer por salir del país. Con un montaje paralelo entre una situación y otra, se desarrolla la tensión del film. El dato no menor es su realizador, Javier Torre, hijo de Leopoldo Torre Nilsson, quién no tuvo una filmografía destacada, logra aquí su mejor film hasta la fecha. El director de Las Tumbas (1991) maneja el pulso justo para acaparar la atención del espectador con el relato, y nos lleva a inmiscuirnos en aquello que pasaba en el interior de la cabeza de los personajes durante ese tan mentado mediodía. Sin ser una obra sobresaliente (de hecho reitera varios de los vicios del cine testimonial de los años ochenta), Torre evita la distracción y pone su energía en el lugar apropiado para entrar en la historia. Narrar en dos tiempos la historia (la del almuerzo y la del secuestro de Haroldo Conti) le da fluidez a la narración, complementando ambos puntos de tensión para sostener la atención del espectador. Se sabe que filmar gente sentada alrededor de una mesa supone una complicación de realización (los racord de mirada, los ejes de acción) sin embargo está muy bien resuelto, sobre todo cuando los gestos y lo no dicho adquiere mayor sentido y función dramática. Quizás la polémica surge en torno a la figura de Borges, interpretado nuevamente –como en Un amor de Borges (2000)- por Jean Pierre Noher. Su Borges anciano es caricaturesco y, si bien aporta el toque de humor y ayuda a distender la tensión de la trama, rompe con el registro realista que construye la película. La noticia del rodaje del almuerzo en cuestión provocó estupor en el medio, por la delicada sensibilidad que suponía narrar un hecho de semejantes magnitudes, todavía presente en el imaginario del social. Sin embargo Torre sale airoso, El almuerzo es una película digna, polémica y frontal sobre un hecho que por fin tiene su versión cinematográfica.
Javier Torre y la recreación de un almuerzo al que asistieron escritores convocado por el presidente Videla en los años de plomo. Borges, Sabato, el padre Castellani y Horacio Ratti, de la SADE. Grandes actores, lo mejor de la peli, y una suerte de docudrama de un encuentro terrible.
El 19 de Mayo de 1976 en Buenos Aires, Jorge Rafael Videla, poco después de destituir del cargo de Presidente a Isabel Perón, realiza un almuerzo con figuras de la literatura como Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Leonardo Castellani y Horacio Esteban Ratti junto a José Villarreal, el secretario general. ¿El motivo? Comunicarles los nuevos códigos de conducta intelectual que pretenden que rijan para ellos a partir de ese momento. Mientras tanto, el escritor Haroldo Conti acaba de ser raptado de su casa y su desaparición es sólo una muestra de los horrores que la Dictadura Militar comienza a esparcir en el país. El film decide comenzar con esta parte de la historia, con una escena violenta para luego pasar a la aparente calma del almuerzo. Un almuerzo en el que predomina el silencio, y expresiones siempre medidas y correctas. El director Javier Torre propone un tono acorde a la época que retrata, se percibe clásico, antiguo, y la reconstrucción de la época es precisa y a la vez sutil. Las actuaciones son bastante sorprendentes, con un Alejandro Awada como Videla destacándose un poco más que el resto quizás y un Jean Pierre Noer quizás más deslucido que el resto como Jorge Luis Borges. No es fácil el trabajo que ninguno de estos actores tienen y en general todos entregan interpretaciones medidas y correctas, cuando podría haber sido muy fácil caer en otros lugares menos efectivos. En una historia pequeña se pone en evidencia contradicciones y reflexiones varias sobre una época a la que ningún argentino puede ser indiferente. La literatura, ya sea a través de diferentes escritores o el ícono que ya es el Martín Fierro, funciona como una de las excusas para develar diferentes aristas. El antes y el después de ese almuerzo. Un almuerzo que a la larga no cambia demasiado la historia, pero no es eso lo que su director quiere contar, sino poner sobre la mesa ideas y reflexiones que terminan de completarse en el espectador.
Es curioso que en “El almuerzo” (Argentina, 2015) la facturación del filme es una de las primeras cuestiones que llama la atención y para mal. Javier Torre ha producido una serie de filmes de índole histórica o que han adaptado clásicos de la literatura, siempre con una buena impronta y con un cuidado estético en sus productos. Pero en esta oportunidad, en la que se apoya en un hecho que ha sido falseado, imaginado, y hasta convertido en un “mito urbano”, le brinda la posibilidad de crear un filme con buenas intenciones pero que no termina por cerrar del todo los planteos que desde el inicio ofrece y, justamente, en esto y en la falta de realismo a la historia es en donde todo queda a medio camino. Tomando el secuestro y tortura de Haroldo Conti, y el almuerzo que Videla realizó con personalidades de la literatura y cultura nacional de ese momento, Torre imagina una película de índole histórico y dramático, en la que la oscura dictadura cívico militar, una vez más, será el eje para hablar de la nefasta época liderada por los castrenses, pero no trabaja con nada nuevo. Así, mientras en el inicio vemos cómo operaban los militares arrasando en los hogares de las futuras víctimas, luego, el almuerzo, será la bisagra para reforzar puntos relacionados al apoyo o no, a la obediencia debida, de un grupo de ilustrados que debieron anteponer sus anhelos y sueños literarios ante la presión del ejército y otros que decidieron darlo sin chistar. Pero Torre, en vez de concentrar allí su mirada, en esa comida en la que mucho seguramente se podría haber imaginado y soñado desde la solidez de un guión rico en datos y diálogos, de la totalidad de la narración sería sólo un instante en el que nuevamente se pierde la posibilidad de crear una historia atractiva para el espectador. En el almuerzo, del que participaron personalidades como Borges (Jean Pierre Noher), Leoni (Pompeyo Audivert), Sabato (Lorenzo Quinteros) y Ratti (Roberto Carnaghi), Torre otorga de frases afectadas y grandilocuentes a los comensales, quizás para cumplir con un imaginario ilustrado que atenta contra cada palabra que dicen, como así también las que Videla (Alejandro Awada) indica luego de dejar participar a cada uno de ellos de la charla. La narración, que comienza con el secuestro, va generando cierta intriga por el momento anhelado y deseado de poder conocer qué pasó dentro las cuatro paredes en las que se sirvió la comida, pero rápidamente esta sensación se disipa, y genera un fuerte rechazo por lo que se muestra. Tampoco ayuda la puesta escénica, teatral, con un plano y contraplano que termina por homogeneizar el relato y potenciando una monotonía en la narración que es imposible de levantar luego que la comida finalice. Nada más forzado que la ubicación dentro de la totalidad de la película del hecho. Hay cierto vuelo en algunas escenas que cuentan la huida de la mujer de Conti hacia otras latitudes, con una excelente interpretación por parte de Mausí Martinez, una de las mejores actrices del país, quien otorga su desgarradora situación ante la inevitabilidad de quedarse sola sin su compañero. A “El Almuerzo” se le nota mucho el encargo y la imposibilidad de brindarle al realizador mayor libertad en la narración e historia, quedando a medio camino entre el telefilme y una película que pueda brindar algo de luz a la oscura etapa dictatorial del país (que no lo hace). Mención aparte para Noher y una vez más su lograda performance como Jorge Luis Borges.
De eso no se habla La película reconstruye el encuentro entre Jorge Rafael Videla y los intelectuales que fueron a pedir por la suerte de desaparecidos. “Un instante helado en el que todos ven lo que hay en la punta de los tenedores”, así definió Jack Kerouac su sugerencia del título Festín desnudo para el libro de William Borroughs. Algo de ese hielo hay en El almuerzo, en esa invitación del dictador Jorge Rafael Videla a los dos escritores más famosos de nuestro país en mayo del ‘76, tema de la nueva película de Javier Torre. Eligió contar un hecho polémico Torre, asumir el riesgo del juicio sobre los protagonistas y sobre él mismo, debido a la reconstrucción, al relato de ese encuentro hermético del que participaron Videla, Borges, Ernesto Sábato, Horacio Ratti (SADE) y el cura Castellani. La película comienza con el brutal secuestro de Haroldo Conti, perpetrado 15 días antes de ese encuentro, dos marcas para la historia política de la literatura argentina, contrapuestas, espejadas en un drama con altos y bajos en el que el director, el guión, pone palabras y gestos críticos en cada uno de los protagonistas. No es un llamado a juzgar, pero se trata de Borges, expuesto aquí como un pueril adulador del General golpista, aunque luego se arrepintiera y reivindicara a las Madres de Plaza de Mayo. Pero además, al presentar un relato sobre aquel encuentro, el filme introduce de manera indirecta la discusión sobre si un escritor puede considerarse un modelo para la sociedad. “Tengo mis dudas de que los escritores quieran un mundo mejor”, dice Borges, interpretado por Jean Pierre Noher. El enfrentamiento archiconocido entre Borges y Sabato, y discutir al Martín Fierro son los caminos que encuentra, los invitados para eludir el tema central, los desaparecidos, que todos vemos con las torturas a Conti. Ese es el desafío del filme, mostrar la tensión, el miedo, la lucha interna de estos personajes por decir, hablar, contar y nombrar a Di Benedetto, a Conti, a tantos otros, por decir sus verdades frente a un censor asesino. Con grandes actores (Awada haciendo de Videla, Lorenzo Quinteros de Sabato, Roberto Carnaghi de Ratti) este relato y reconstrucción histórica es un filme sobre la condición humana, en el que uno de los grandes autores de la literatura le dice al dictador sangriento que es un caballero. Un momento helado, ¿síntoma del terror?
El almuerzo con ropa de fajina El almuerzo de Javier Torre es una mala película, y lo es porque reúne una serie de fallas incalculable que arranca con un guión imposible que construye personajes de cartón, y continúa con un nivel muy desparejo de actuaciones con una puesta en escena cuestionable. Además, agreguemos su mirada política unidimensional e infantil. El almuerzo es toda una experiencia para atravesar. El guión de Javier Torre es el principal obstáculo con el que se enfrenta El almuerzo. A partir de allí se estructura la debacle. En principio, se intenta contar dos historias: el secuestro y desaparición de Haroldo Conti, y el almuerzo que compartieron en mayo de 1976 el dictador Videla con Borges, Sábato, Horacio Ratti y el padre Castellani como representantes notables de la cultura. Un paralelismo válido y una historia interesante, sólo que Javier Torre no logra que los dos relatos se conviertan en uno: la única conexión entre ambos es la mención que Ratti hace de Conti y otros escritores desaparecidos en aquella reunión infame. La historia de Conti termina siendo contada como un relato genérico de tortura y desaparición pegado a una reproducción ociosa y poco reveladora de lo que siempre se supo de aquel almuerzo. Asimismo, es un guión que incurre en fallas de dosificación (el almuerzo es un poco largo) y hay personajes importantes como el Conti de Jorge Gerschman y el general Villarreal de Arturo Bonin que tienen literalmente una o dos líneas cada uno, para luego enmudecer para siempre. Hay actores que actúan de actores, es decir, cuyas actuaciones son subrayadas e inexpugnables. En otras palabras, trabajan de que su trabajo se note. Alejandro Awada es un ejemplo de esto, sobre todo en el Videla que construye para El almuerzo, que es literalmente un cínico con cara de orto que dice barbaridades nacionalistas cada 5 minutos. Claro, todos sabemos que Videla era eso pero también era un ser humano, con debilidades humanas, pero ni Awada ni el guión de Torre rescatan un segundo íntimo que le agregue un poco de complejidad a un personaje que termina siendo un monstruo imposible. Quizás podríamos discutir qué tan lograda es la mímica del Borges que hace Jean Pierre Noher, que más allá de sus excesos está aceptable. Pero digamos que el rasgo distintivo de las actuaciones en El almuerzo es su tono teatral acertado o no, dependiendo del intérprete, en conjunción con un guión que construye personajes unidimensionales a fuerza de diálogos espantosos pero sobre todo imposibles. Todo lo que se dice en la película es lo que todo burgués progre biempensante quiere escuchar. Ver los torturadores y represores demoniacos y absolutamente inverosímiles que se nos presentan en El almuerzo nos alcanza para apreciar la mirada obsoleta sobre los años 70 que atraviesa la película. No sólo no explora las ambigüedades de los personajes que confluyeron en esa reunión que por lo demás es relativa en importancia (que Borges o Sábato hablaran bien de Videla es una mera formalidad, no tan distinta de, por ejemplo, Maradona elogiando a Menem). No desarrolla absolutamente nada acerca de Conti como personaje relevante en la cultura, y ni siquiera trabaja el suspenso en las tensiones que supuestamente surgieron en una charla (la que se da en el tan mencionado almuerzo) que mas allá de la mención de los escritores desaparecidos fue banal y genérica. Finalmente quizás debamos decir que el error de El almuerzo es grave, pero uno solo: haberse convertido en película.
“Otra película de la dictadura”, esta frase se suele escuchar cuando un film versa o rosa estos temas. Por alguna extraña razón gran parte del público cree que se estrenan decenas de films sobre los 70s en Argentina cuando la realidad es todo lo contrario. Sin ir más lejos, en los últimos cinco años se estrenaron nada más que seis cintas que aluden al tema. Aunque nos pese porque es un horror, esa época es muy rica y llena de buenas historias para llevar a la pantalla. De la misma manera que en Hollywood se hicieron cientos de films sobre la Segunda Guerra Mundial o últimamente sobre el conflicto bélico en oriente. Si vos sos de esas personas que exclaman esa frase con desdén, definitivamente El almuerzo no es una película para vos. Peor por fortuna tenés más de 80 films argentinos estrenados este año sobre diversos temas. Ahora bien, si vos sos uno de los que se interesan por estas cuestiones, el nuevo film de Javier Torre es lo tuyo. Contado con detalles y precisiones, se relata el famoso almuerzo que el Dictador Jorge Rafael Videla tuvo con referentes de la cultura en mayo de 1976, a pocas semanas del Golpe de Estado, entre ellos los mismísimos Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato. Con minuciosa precisión se recrea la época tanto en locaciones como en vestuarios, siendo la Casa Rosada una protagonista más. Y hablando de protagonistas, el plato fuerte de este film son las espectaculares actuaciones, Primero y principal la de Jean Pierre Noher como un Borges ya entrado en años y cuya ideología no es la que muchos esperan, tal como sucede en el caso del excelentísimo Alejandro Awada que le pone la piel a un Videla tan repulsivo como aquel que se puede ver en la imágenes de archivo. Por su parte, Lorenzo Quinteros le da la solemnidad justa y necesaria al buen Sábato. Nos enteramos muchas cosas de esa comida así como también del secuestro y desaparición del escritor Haroldo Conti, gracias a buenos y contundentes diálogos y secuencias desgarradoras. La edición del film está bien pero a veces no coincide con la música incidental y eso le resta en los climas que genera. Es una muy buena película, un gran testimonio de una parte espantosa de nuestra historia, pero hay que tener en cuenta las aclaraciones que hice en los primeros párrafos, su público puede llegar a ser muy sectorizado.
Una de las temáticas más importantes que se trataron y se siguen tratando en Argentina es la referente a la dictadura militar ocurrida en nuestro país entre 1976 y 1983. “El Almuerzo”, historia que decidió contar Javier Torre, se centra particularmente en el almuerzo llevado a cabo en mayo de 1976 entre el entonces Presidente Rafael Videla y los representantes de la cultura Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Horacio Ratti y el Padre Castellani. Es decir, que se tomó un nuevo enfoque de la ya tratada (pero que es necesario que así sea) temática de la situación nacional. La película recrea la crudeza de una época en sus imágenes y la historia de la desaparición del poeta Haroldo Conti, las cuales se van intercalando con la presentación de las personalidades y el desarrollo del almuerzo en sí. Utilizando un gran abanico de fuentes documentales, Javier Torre capta la esencia del evento. La presión e impresión de los representantes culturales por almorzar con un Presidente (y en este caso lo que implicaba Videla) y el miedo y la valentía para tocar ciertas temáticas, como las desapariciones que ya estaban ocurriendo. Desde el respeto, se observan las actuaciones más que impecables de todo el elenco y una caracterización sorprendente de Alejandro Awada como Videla, Lorenzo Quinteros como Ernesto Sábato y, principalmente, Jean Pierre Noher como Jorge Luis Borges, que brinda una cierta frescura entre tanta tensión. El trabajo de maquillaje es sumamente destacable. Básicamente, “El Almuerzo” dará que hablar por su tema de la dictadura (y despertará polémica entre la audiencia), por las actuaciones de sus protagonistas, por la calidad de su iluminación y el toque antiguo y setentoso que se le otorga, entre otros elementos. Es una película que nos invita directamente a la reflexión, al recuerdo y al debate, porque busca enmarcar esta época de una determinada manera y expone a los personajes en esta realidad. Sin dudas es una película que todo argentino (y por qué no extranjero que se quiera interiorizar sobre dicho período) debe ver y compartir sus pensamientos con su círculo interno.
La historia que faltaba abordar Poco después de haber concretado el golpe de Estado, Jorge Rafael Videla comenzó a realizar encuentros con distintos sectores para explicar lo que iban a ser los lineamientos de su gobierno. Así, el 19 de mayo de 1976 se realizó en la Casa Rosada un almuerzo donde se suponía que el dictador iba a exponer la que sería su política cultural ante Jorge Luis Borges, Ernesto Sabato, Horacio Esteban Ratti (presidente de la Sociedad Argentina de Escritores) y el cura Leonardo Castellani. Este episodio casi olvidado es rescatado por Javier Torre (Vereda tropical, Un amor de Borges, El juguete rabioso, Las tumbas), reconstruyendo el hecho y haciendo eje en la principal polémica del encuentro: cuál fue la actitud de cada uno de los comensales frente al presidente de facto y sobre todo, cómo se abordó el secuestro, tortura y posterior desaparición del escritor Haroldo Conti. El relato entonces cuenta en paralelo la tensa reunión y el calvario de Conti, la fascinación de Borges (JeanPierre Noher nuevamente en la piel del autor de El Aleph) por el nuevo orden encabezado por Videla (Alejandro Awada en una composición excepcional) además del inevitable choque ideológico con Ernesto Sabato (Lorenzo Quinteros), el tímido pedido de Ratti (Roberto Carnaghi) por el escritor desaparecido y padre Castellani (ex profesor de Conti), que también intercedió por él ante la dictadura. La película además amplía su mirada con los preparativos previos a la reunión, imaginando los diálogos de Borges con su asistente Fanny, que lo escucha mientras el escritor habla de su madre y lo orgullosa que se sentiría al ver que su hijo se sentaba a la mesa de un presidente militar, en tanto Sabato hace tiempo en un bar cercano a la casa de gobierno y es amenazado por un anónimo y siniestro miembro de los servicios de inteligencia una de las escenas más logradas de la película. Más allá del valor que constituye el intento de abordar un episodio oscuro de la historia reciente argentina y de la posición clara que aborda el relato en cuanto a los protagonistas, las buenas intenciones no alcanzan para plasmar en la pantalla un film atractivo, que más allá de avivar el debate sobre el papel de los intelectuales en épocas oscuras, disminuye su interés ante una puesta opaca y convencional.<
Elogiable evocación de hechos atroces con buenos actores Muy buenos intérpretes, bien dirigidos, se lucen en "El almuerzo", la nueva película de Javier Torre. Pero ése, con ser atractivo y harto elogiable, no es el único mérito de esta obra. En igual medida tienen peso más que suficiente el tratamiento del tema, el ejercicio de la memoria y el modo en que se nos lleva a reflexionar sobre responsabilidades propias y ajenas. Ante todo, los elogios para Jean-Pierre Noher, por su nueva, exigida y afectuosa caracterización de Jorge Luis Borges, con la que supera su propio trabajo en "Un amor de Borges", del mismo Javier Torre. Luego, Roberto Carnaghi, Lorenzo Quinteros, Pompeyo Audivert y Arturo Bonin, dos que expresan todo casi sin decir palabra, y Alejandro Awada, Mausi Martínez, Jorge Gerschman, como Haroldo Conti, Sergio Surraco en el extraño papel de un represor de buenos modales (que existió, según dio testimonio la viuda de Conti), y Emilio Bardi, Susana Lanteri, en fin. El tema, es el compromiso consigo mismo y el valor personal en circunstancias difíciles. Corren los primeros meses del gobierno militar 1976-1983. Los más bravos. En plan de control y captación, el teniente general Videla invita a almorzar con él en la Casa de Gobierno a diversos representantes de la sociedad. Rechazar la invitación sería incómodo y hasta peligroso. Aceptarla también, pero un poco menos. Ya fue el turno de los científicos, ex cancilleres y obispos. Ahora vienen los escritores: Borges y Ernesto Sabato, reconocidos por todos, el poeta Horacio Ratti como presidente de la Sade, y el padre Leonardo Castellani, autor nacionalista de prestigio indiscutible y criterio propio (atención a su novela "Juan XXIII, Juan XXIV", Ed. Theoria, 1964, donde anticipa un Papa jesuita y argentino). La película describe lo que fue ese mediodía, y recuerda el trasfondo: la "desaparición" de una docena larga de escritores, en particular Haroldo Conti. ¿Cómo pedir por ellos en esa oportunidad? ¿Quién se anima? Si tiembla la mano del pobre Ratti cuando apenas se atreve a pedir por la Ley del Libro ante ese alto militar que lo mira con educado fastidio. Pese a todo, algo se atrevieron. Es bueno recordar cada tanto aquella época, la incertidumbre, los criterios de valor, los allanamientos, el miedo. Ahora es fácil criticar a quienes fueron a esas reuniones. También Luis F. Leloir, René Favaloro, monseñor Zaspe, tuvieron que ir. Habría que haber estado en sus pellejos. Algo así planteaba Ronald Harwood en "Taking Sides", sobre la actitud del maestro Wilhelm Furtwangler bajo el nazismo, pieza teatral muy bien llevada al cine por István Szabó. Por supuesto, la puesta acepta algunos reproches. El menú es tal cual pero la presencia de soldados en ropa de fajina no corresponde al protocolo, ciertas caracterizaciones no se ajustan a la imagen exacta de los personajes históricos, etc. En el fondo son reproches menores. Quizá la indicación final acerca de 1983 requiera más explicaciones, para que no se tome a ciertas figuras como oportunistas. Eso sí, cabe advertir que los primeros minutos, con el detalle del arresto de Conti, son bastante fuertes, y luego hay otras escenas también impresionantes. Por suerte se equilibran con las inefables salidas de Borges, que aflojan la tensión.
Un encuentro peculiar Javier Torre recrea un tenso almuerzo llevado a cabo en los albores de la última dictadura militar, días después del secuestro del recordado escritor Haroldo Conti. La conversación en esa inusual mesa que reunió a Jorge Rafael Videla y uno de sus más estrechos colaboradores, el general Villarreal, con gente notable del mundo de la literatura es animada básicamente por las ocurrencias de un Borges que oscila entre la agudeza y la candidez. Es el personaje encarnado al borde de la mimesis por Jean Pierre Noher (quien ya se había puesto en la piel del autor de El Aleph en otra película del mismo director, Un amor de Borges) el que le pone algo de humor y ligereza a una reunión reconstruida esquemáticamente por Torre: ominoso y amenazante, Videla (Alejandro Awada) explica con frialdad los siniestros planes de su gobierno y Sabato (Lorenzo Quinteros) opina con la mesura y la solemnidad del original. Horacio Ratti, un gris funcionario de la Sociedad Argentina de Escritores (Roberto Carnaghi), y el sacerdote Leonardo Castellani (Pompeyo Audivert) intervienen menos. No hay demasiada información novedosa en la película, que tiene un buen trabajo de fotografía y puesta en escena, pero se corre muy poquito de la discreción y la corrección política.
Su argumento es fuerte, forma parte de nuestra historia, contiene suspenso, tensión y una buena reconstrucción de época. Se van generando interesantes climas y cuenta con una buena iluminación para resaltar ciertas situaciones. Además tiene buenas actuaciones, sobre todo estupenda la de Alejandro Awada que interpreta al Teniente General Jorge Rafael Videla, Roberto Carnaghi a Horacio Ratti y Lorenzo Quinteros de Sabato. Aunque no esté del todo lograda se deja ver.
A la memoria de Haroldo Conti El almuerzo, la película de Javier Torre, recrea en clave de ficción el almuerzo que Jorge Rafael Videla ofreció en la Casa Rosada a referentes de la cultura, en 1976. El almuerzo, de Javier Torre, es un viaje a la Argentina de la violación a los Derechos Humanos. La anécdota recrea el almuerzo que el genocida Jorge Rafael Videla ofreció en la Casa Rosada a referentes de la cultura, en mayo de 1976. La película, sencilla y con diseño documental, pone la cámara sobre cada personaje y deja que los discursos aparezcan controlados por el miedo y la sospecha del horror que no se puede nombrar. Alejandro Awada compone el rictus de Videla de manera magistral. Mastica las palabras y se dirige a sus invitados con desprecio disfrazado de cortesía. A su mesa ha sentado a Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Horacio Ratti (presidente de la Sade) y el Padre Castellani, interpretados por Jean Pierre Noher, Lorenzo Quinteros, Roberto Carnaghi y Pompeyo Audivert, respectivamente. En la otra punta de la mesa, el Secretario General de la Presidencia, General Villarreal (sobrio, Arturo Bonín) mide la situación. La película entrelaza esa circunstancia difundida por los medios de comunicación a dos meses del golpe de estado, con la desaparición, tortura y asesinato del escritor Haroldo Conti (Jorge Gerschman). Cada invitado llega a la Rosada con preocupación por el nivel de apoyo que implica la invitación. Previamente se los muestra escuchando historias de represión, de procedimientos irregulares, y conocen la lista de escritores desaparecidos. La mediación es un anhelo que se esfuma con la primera mirada de Videla.Más allá de la imitación, una de las decisiones que sostiene la película, ya que los actores han buscado los rasgos distintivos de las personalidades evocadas, Javier Torre recrea ese momento crucial en la vida y la muerte de la nación. La incomodidad de los comensales, la conversación en torno a la figura del escritor en la sociedad, lo patético de la situación con esos hombres respetables comiendo con el dictador, mientras Haroldo Conti vive su calvario, componen una imagen escalofriante del pasado. La actuación de cada actor es de una intensidad conmovedora. Audivert, por ser quizás menos mimético, y Gerschman, como la víctima que representa a tantos mártires, estremecen por la actualidad del planteo, aun en un contexto de garantías de los Derechos Humanos. El almuerzo es, a su manera, un homenaje sentido a Haroldo Conti, que remite, sin decirlo, a la frase "Nunca más", repetida tantas veces como sea necesario.
A veces una buena intención no alcanza para lograr una buena película. Y esto pasa con “El almuerzo”, un filme en el que es incuestionable su virtud de retratar y denunciar una época nefasta, como fue la dictadura argentina, pero que falla en el delineado de los personajes, cuyos comportamientos y textos están demasiado subrayados. La película es casi teatral, pero carece de sutilezas. Ambientada en mayo de 1976, tras el secuestro del escritor Haroldo Conti, Javier Torre hace hincapié en la reunión posterior en Casa de Gobierno entre el presidente de facto Jorge Rafael Videla (Awada) y personalidades de la cultura, entre las que se destacan Jorge Luis Borges (Noher) y Ernesto Sábato (Quinteros). Ese almuerzo que da título a la película, y que está basado en un hecho real, también incluyó a Horacio Ratti (Carnaghi), titular de la Sociedad Argentina de Escritores, y el Padre Castellani (Audivert), un sacerdote con cierto compromiso social. La tensión de ese almuerzo es lo más logrado del filme, pero los discursos de los protagonistas son tan remarcados, que deterioran el resultado final. Videla se ve más fachista que nunca y Borges, más gorila y pro militar que de costumbre. La escena de los soldados armados en la cocina de la Casa de Gobierno coronó el subrayado más inverosímil de la película.
Obsoleta mirada a un hecho histórico que merecía mejor suerte. Almorzando con el enemigo Durante el año 2000 era un simple estudiante de segundo año del secundario que recién comenzaba a leer cuentos de Borges. Aunque más adelante en la vida me fui inclinando por otros autores argentinos, fue durante esos años el pico máximo de mi interés por el escritor. Casualmente en en esa misma época se estrenaban dos películas centradas en la figura de Jorge Luis, y no hizo falta saber mucho más sobre ellas para meterme directamente en la sala. Honestamente ninguno de los dos films fue la experiencia que esperaba, y visiones subsecuentes confirmaron mi criterio de aquel entonces. Las películas en cuestión eran Los Libros y la Noche, de Tristán Bauer, y la que nos interesa en este momento: Un Amor de Borges, dirigida por Javier Torre (hijo del histórico Leopoldo Torre Nilsson) y protagonizada por Jean-Pierre Noher en el papel del escritor. Hoy, exactamente quince primaveras después, nos llega El Almuerzo, una ¿continuación espiritual? de dicho film, o tan solo otra película más en la que Noher vuelve a interpretar a Borges con Torre nuevamente haciéndose cargo de la dirección y el guión. Pero aunque pasó mucho tiempo en el mundo real, Un Amor de Borges y El Almuerzo parecen dos películas separadas por cuestión de días, ya que en términos de guión, diálogos, actuación, dirección y puesta en escena, esta última pareciera haberse realizado, como mínimo (y siendo muy generosos), hace quince años. A poco más de un mes del comienzo de golpe de estado que dio lugar a la dictadura militar el 24 de Marzo de 1976, el escritor Haroldo Conti es secuestrado por la Triple A mientras llegaba a su casa luego de una salida al cine . Dos semanas después, el presidente de facto Jorge Rafael Videla, invita a un almuerzo en Casa Rosada a distintas figuras y personalidades destacadas de la cultura con el afán de discutir su lugar dentro del nuevo Gobierno. Entre ellas que se encontraban Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, el Padre Castellani y Horacio Ratti, quien por aquel entonces estaba al frente de la Sociedad Argentina de Escritores. Así como la breve sinopsis que acabo de describir parece partida a la mitad por dos relatos aparentemente inconexos, lo mismo sucede en la película. A pesar del esfuerzo de Torre por unir la desaparición del escritor y el histórico almuerzo, la relación termina siendo muy frágil y hasta desaprovechada, salvo por la breve mención de Conti mientras los comensales disfrutan de un plato de ravioles, o un poco explorado vínculo con el personaje del Padre Castellani. Los problemas en el guión son una constante a lo largo del relato y donde más se siente es en sus diálogos, que para colmo dichos como recitados en una obra escolar parecieran ser un copy/paste de algo que podría haber sido publicado en un manual de historia. Lo mismo sucede con la visión de Torre sobre la dictadura, una visión totalmente básica, monocromática y obsoleta, donde los militares simplemente se limitan a poner cara de poker y repetir como robots frases fachistoides. La Casa Rosada está más cerca de ser una guarida de un villano de James Bond que una casa de gobierno,solo faltaba que Alejandro Awada se siente en la mesa con un gato entre sus manos y cartón lleno. Como dijimos antes Jean-Pierre Noher vuelve a ponerse en la piel del escritor de El Aleph, pero esta vez con una caracterización bastante particular (por decirlo de alguna manera) de Borges. Un poco ido, por momentos bastante torpe, extrañando constantemente a su finada madre y con problemas gástricos, muy lejos de parecer un intelectual, más bien todo lo contrario. Conclusión El Almuerzo es un productor que se asemeja a las escenas que sirven para ilustrar los documentales históricos, donde se hacen recreaciones de hechos importantes de nuestro país acompañados por la voz en off de algún experto en la materia. Como largometraje tiene muy poco para rescatar, la puesta en escena televisiva definitiva no ayuda en lo más mínimo a un guión que no tiene de donde sostenerse, y que difícilmente le entrega a sus intérpretes algo sólido sobre que construir. Quizás lo mejor que puedo decir sobre la película es que en comparación a otros títulos de la filmografía Torre el asunto se termina bastante rápido. No solo por sus escasos 85 minutos, también porque el relato logra mantener cierto ritmo.
El no cine El almuerzo es una desgracia cinematográfica. Una película que reúne los peores defectos estéticos que una película puede tener. Uno de esos títulos que están por debajo de la línea aceptable que separa al profesionalismo del amateurismo en el peor sentido posible. La historia que cuenta El almuerzo no encierra misterio alguno, la película cuenta un almuerzo. Jorge Rafael Videla, dictador a cargo de la presidencia a partir de 1976, invita a diferentes personalidades nacionales y llega el turno de la cultura. Así es como Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Horacio Ratti y el Padre Castellani se reúnen con Videla y con el General de la Presidencia, Villarreal. Pero el film empieza antes, cuando dos semanas antes el escritor Haroldo Conti es secuestrado por la misma dictadura. El paralelismo entre el escritor secuestrado y los escritores que almuerzan con Videla es de una obviedad bastante molesta, sin entrar en la ideología política del director, que con el correr de los minutos logra volverse tan chirle como irrelevante. La dictadura militar será un tema para el cine argentino durante muchos años más, mientras haya directores que deseen genuinamente tratar el tema y espectadores que quieran ver sus películas. No sospecharemos ni aquí ni nunca, de la idea de que un director sea un cínico que busca el crédito fácil del INCAA para hacer una película de presupuesto insólitamente pobre con el fin de hacer de su film político un gran curro. Pero igual hay que estar atentos, porque eventualmente podría llegar a pasar. El almuerzo tiene varios frentes que la convierten en una experiencia insufrible. Para empezar, la película se pobre, muy pobre, como si unos amigos se hubieran juntado un fin de semana a jugar a hacer cine. Muchos directores independientes han hecho buen cine de esa manera, pero su forma de filmar y lo que filmaron tenía coherencia. El almuerzo pretende que el espectador se tome en serio un film narrado como si fuera televisión de hace veinte años, que creo como lujoso algo que es de una pobreza insólita, que creamos escenas de una ridiculez que no se veía desde las últimas películas de Enrique Carreras. Las actuaciones son un capítulo aparte. Roberto Carnaghi logra sobrevivir al disparate y Lorenzo Quinteros compone un Sábato más sofisticado que la película misma. Ahora bien, los demás, son una verdadera calamidad. Awada haciendo de Videla o Bonín haciendo de Villareal están simplemente fuera de toda la evolución positiva del cine argentino de los últimos veinte años. Pero la cereza de este postre terrible es Jean-Pierre Noher haciendo de Jorge Luis Borges. El máximo genio de la literatura argentina queda en manos de una actuación que lo destruye. Noher hace una imitación del escritor que resulta siempre indignante y cómica. Como en aquel viejo programa de televisión cómico Las mil y una de Sapag, su imitación es grotesca y no puede ser tomada en serio. Duele ver esa imagen de Borges. Peor aún, ni el guionista, ni el actor, ni el director entienden cual es su genialidad y lo tratan como a un pesado. Borges, según esta película, es un salame, un tarado insoportable que dice cualquier cosa, que carece de valor. Que almuerza con genocidas y luego se esconde asustado. Tal vez sea la marca de los tiempos que corren. Un revisionismo parcial y manipulador, donde el peor crimen que se puede cometer no es desaparecer gente, sino ser un genio. Jorge Luis Borges es el enemigo de la falta de inteligencia de películas como esta. Como Borges no fue secuestrado por la dictadura ni formó parte de una organización armada, ni fue nunca de izquierda, no merece ser respetado. Qué una parte demasiado grande de la crítica argentina haya defendido esta película solo puede hablar de una brutalización de los que escriben o de una complicidad inaceptable. No puedo juzgarlos uno por uno, pero sumados, esos críticos dan tanta vergüenza e indignación como esta película que está entre lo peor de los últimos años.
Llevar a la ficción un hecho real, y aun más, de esta magnitud, no es sinónimo de buen cine “Hice un trabajo muy minucioso de investigación entre archivos periodísticos, televisivos, internet, todo el sustento narrativo esta documentado”, señala Javier Torre. Esta realización se inspira en un hecho real. “El Almuerzo” trata de reflejar la “invitación” del titular del ejecutivo nacional durante el periodo de la dictadura (1976-1983) Jorge Rafael Videla (Alejandro Awada) a Jorge Luís Borges (Jean Pierre Noher), Ernesto Sabato (Lorenzo Quinteros), Horacio Esteban Ratti, presidente de la SADE (Roberto Carnaghi) y el sacerdote Leonardo Castellani (Pompeyo Audivert), con la presencia del general Antonio Villareal (Antonio Bonin), secretario general de la presidencia. La historia refiere dos historias paralelas (a su regreso del cine averigüe que película fueron a ver). Una se inicia con la entrada violenta de un grupo comando en casa del escritor Haroldo Conti (Jorge Gerschman), acompañado de su esposa Marta Scavac (Mausi Martínez), quien después de ser golpeado salvajemente es llevado a prisión ante la desesperación de su mujer que oye llorar a su hijo y no comprende nada de lo que esta pasando con ese grupo, encabezado por el personaje cubierto por Sergio Surraco, la que posteriormente logrará el exilio junto a su hijo con la ayuda de algunos amigos diplomáticos. La otra es El almuerzo que tuvo lugar el 19 de mayo de 1976. Los invitados, sus preparativos para ir a la casa de gobierno, y finalmente el almuerzo en sí, con un menú bastante simple, y el pollo como plato principal. Javier Torre trata de mostrarnos a los invitados con sus actitudes y planteamientos (si es que los hay), aprovechando a un grupo interesante de actores con Jean Pierre Noher dando vida a un Borges (papel que había animado en el 2000 en “Un amor de Borges”, del mismo director), quien deja la sensación de infantilismo más que las cosas habituales en el poeta como sarcasmo, ironía, juego de palabras, etc, particularidades a las que nos tenia acostumbrados. Eso si, logra acercarse al personaje con su ceguera, su afectado modo de hablar y su desprecio para el resto de los comensales, algo totalmente borgiano, el actor cumple con lo pedido por el realizador y resulta parodiándose a si mismo. Lorenzo Quinteros como Ernesto Sábato logra recrear los gestos, su cadencia de voz, y se luce en la escena de amedrentamiento sufrida (en el bar) por un matón. Roberto Carnaghi personificando a Horacio Ratti, presidente de la SADE, consigue presentar a alguien que trata de acomodarse a las circunstancias por lo que consigue réditos positivos, un personaje que muy pocos recordaran en el día de hoy. Por su parte Pompeyo Audivert brinda un buen trabajo en su rol del padre Castellani, logrando transmitir emoción, duda, y capacidad para enfrentar la difícil tarea de interceder por Haroldo Conti, y de otros escritores desaparecidos, respecto de lo que Videla había dicho: “subversivo no sólo es el que tiene un arma, también lo son los que escriben en contra o no acorde con el pensamiento (¿?) del régimen militar”. La interpretación de Alejandro Awada en verdad no pone de relieve nada del dictador, y cuando parece escuchar a sus invitados da la sensación de estar en otro escenario. Más lograda es la presencia de Arturo Bonin (General Villareal)quien deplora la reunión y al grupo de invitados, y quiere terminarla rápidamente. Mención especial gana Mausi Martínez en su breve, interesante y dramático rol de Marta Scavac, logrando, literalmente, “robarse la película” transmitiendo intensidad dramática en toda su participación. En resumidas cuentas la realización de Javier Torre no logra pasar más allá de un producto convencional, sin meritos técnicos, la dirección de actores no es muy precisa pues los protagonistas son individualidades que no interactúan, no vemos evolución y menos aún progreso en la narrativa, con una simpleza en cuanto a recursos para un tratamiento cinematográfico que hace prevalecer las palabras a las imágenes, error garrafal en cine La música estridente en las escenas iniciales, cual película de terror, y luego adecuada pues no la notamos para nada. Diremos que fue un almuerzo más que no logro cambiar en nada el régimen que ensangrentó y dividió al país desde 1976 hasta 1983, reunión que sólo buscaba blanquear el accionar de la dictadura frente a la opinión publica extranjera. La apertura fue con palabras del director, y vale hacerlo lo propio en el cierre: “Una de las cosas que nunca quise es ser un dedo que señala. No quiero juzgar a los personajes. Intenté tener una mirada calida y respetuosa”.Esto si queda claro, la próxima película será “El compromiso”.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Almorzando con el enemigo Desde las primeras escenas, la ambientación de la película nos sumerge en el clima de la época. Mientras suena un tango en la calle, un grupo de tareas secuestra al escritor Haroldo Conti y destruye su casa. Es el 5 de mayo de 1976, en Argentina la dictadura genocida persigue, mata, secuestra y tortura día a día. Los militares patrullan las calles con y sin uniforme, se han instalado centros clandestinos de detención, hay represión cotidiana y censura. El 19 de mayo, Haroldo Conti ya está hace 14 días desparecido, y el general Videla invita a un almuerzo a distintas personalidades del mundo literario. Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Horacio Ratti (SADE), el Padre Castellani, son los elegidos para el encuentro, y especialmente para la foto, un documento que deje constancia que a los responsables del terror les interesa la Cultura, y por otro lado, mostrar que para un sector de la intelectualidad nacional, la Junta Militar está compuesta por gente respetable. La película recorre desde los preparativos, el evento al interior de la Casa Rosada y las repercusiones posteriores. La acción se alterna en un montaje paralelo con la situación de Conti, desde su secuestro, hasta sus días en el centro clandestino, como también se siguen los pasos de su compañera, Marta Scavac, y su bebé, refugiados en la embajada de Cuba. El elenco está conformado por destacados actores. Entre los invitados, Jean Pierre Noher como Borges, Lorenzo Quinteros es quien interpreta a Sábato, Roberto Carnaghi es Horacio Ratti, el directivo de la SADE, y Pompeyo Audivert el padre Leonardo Castellani. En el otro lado Alejandro Awada, personifica al asesino Videla y Arturo Bonín es uno de sus colaboradores. El director Javier Torre, explica que se detuvo mucho en el trabajo de investigación apelando a archivos periodísticos, televisivos e Internet. Más allá del menú que comenzó con whisky, jerez y jugo de frutas para seguir con "budín de verduras con salsa blanca, ravioles y ensalada de frutas con crema o dulce de leche, con vino tinto Bianchi 1887 y San Felipe blanco", todo difundido en la prensa de la época, es difícil reconstruir lo que sucedió fehacientemente puertas adentro de la Casa Rosada. Según algunos testimonios el presidente de la Sade habría planteado el tema de los escritores desaparecidos, en la película se recrea este momento cuando Ratti transmite, tímidamente y entre otros temas, su preocupación por Miguel Angel Bustos, Roberto Santoro y más de quince escritores, por su parte el padre Castellani habría pedido a Videla por Haroldo Conti, solo y al final del almuerzo. Lo cierto es que no hay un registro al interior de este almuerzo, pero sí se registraron las opiniones posteriores. Una de las fuentes que documenta este hecho es una entrevista al padre Castellani aparecida en la revista Crisis, que intentó conversar con los protagonistas, y un mes más tarde del almuerzo publicó la nota. Otra fuente habitualmente citada es la investigación del tomo III del libro La Voluntad, de Anguita y Caparrós en donde se detallan algunas anécdotas y se citan textuales las declaraciones a la prensa de los protagonistas. Si bien en la película se rescatan sólo algunos fragmentos, un recorrido más completo por éstas y otras declaraciones, nos da cuenta de la actitud funcional y servil de un sector de la intelectualidad nacional. La investigación de Anguita y Caparrós rescata algunos momentos: "Le agradecí personalmente el golpe del 24 de marzo, que salvó al país de la ignominia, y le manifesté mi simpatía por haber enfrentado las responsabilidades del gobierno. Yo nunca he sabido gobernar mi vida, menos podría gobernar un país", dijo Jorge Luis Borges, y los periodistas de Casa de Gobierno se sonrieron: ya tenían un titulo para sus notas... "Es imposible sintetizar una conversación de dos horas en pocas palabras, pero puedo decir que con el presidente de la Nación hablamos de la cultura en general, de temas espirituales, culturales, históricos y vinculados con los medios masivos de comunicación. Hubo un altísimo grado de comprensión y de respeto mutuo...". Dijo, a la salida y a la prensa, Ernesto Sábato. Después le preguntaron su opinión sobre Videla: "El general Videla me dio una excelente impresión. Se trata de un hombre culto, modesto e inteligente. Me impresionó la amplitud de criterio y la cultura del presidente". Dijo Ernesto Sábato, y los periodistas volvieron a sonreír: ya tenían un cierre. Ya en 1978, Sábato explicaría su posición en un artículo de la revista alemana Geo: "La inmensa mayoría de los argentinos rogaba casi por favor que las Fuerzas Armadas tomaran el poder. Todos nosotros deseábamos que se terminara ese vergonzoso gobierno de mafiosos...Sin duda alguna, en los últimos meses, muchas cosas han mejorado en nuestro país: las bandas terroristas han sido puestas en gran parte bajo control". A estas palabras de Ernesto Sábato pueden sumarse otras, publicadas en una valiosa investigación de la revista Sudestada. Allí se da cuenta que ya desde varios años antes el escritor tenía como costumbre elogiar los golpes militares. "Creo que es el fin de una era. Llegó el momento de barrer con prejuicios y valores apócrifos que no responden más a la realidad. Debemos tener el coraje para comprender (y decir) que han acabado, que habían acabado instituciones en las que nadie creía seriamente. ¿Vos creés en la Cámara de Diputados? ¿Conocés mucha gente que crea en esa clase de farsas? Por eso la gente común de la calle ha sentido un profundo sentimiento de liberación...Ojalá la serenidad, la discreción, la fuerza sin alarde, la firmeza sin prepotencia que ha manifestado Onganía en sus primeros actos sea lo que prevalezca, y que podamos, al fin, levantar una gran nación", Sábato en entrevista de de revista Gente 1966. Años más tarde, y luego de festejar el mundial 78, tendrá la capacidad de acomodarse a los nuevos tiempos, y cambiando radicalmente su repertorio comenzará a cuestionar a la dictadura. Su "actuación" es exitosa y se integra a la CONADEP, será también el responsable del prólogo al informe sobre la desaparición de personas, el "Nunca Más". Allí escribió “la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda”, y con estas palabras se difundía masivamente la nefasta "Teoría de los dos demonios". Por eso si completamos la historia de Sábato con su derrotero anterior y posterior, el personaje de la película tiene una caracterización algo benévola. Pero más allá de los matices, El Almuerzo, expone ante el público un hecho que merece ser debatido y cuestionado. Develar el conjunto de las complicidades civiles con el golpe militar sigue siendo una tarea pendiente.