El que mucho abarca, poco aprieta Sulamit (Celeste Cid) es hija de inmigrantes alemanes judíos, se enamora de Friedrich (Max Riemelt), hijo de inmigrantes alemanes nazis. Ambos se conocen de niños en Buenos Aires durante la década del ’50. La película, es su ansia de pretensión, nos inunda de varios contextos políticos, desde Alemania a fines de los años ´60, hasta el peronismo en Argentina, la dictadura militar y la vuelta a la democracia...
Entre la historia y el amor El amigo alemán (2012) funciona como un viaje por casi medio siglo argentino-germano, estableciendo un paralelismo entre el nazismo y la última dictadura militar argentina a través de la historia de amor entre una judía y un descendiente de nazis. En el inicio del relato vemos a una mujer de unos 30 largos años emprendiendo un viaje en tren, señal indicadora de que lo que vamos a ver de ahora en más no será otra cosa que un recorrido a través de un tiempo pasado. Flashback mediante, la acción se ubica en la caída del gobierno del Gral. Perón y nos presenta a dos niños, vecinos entre sí, con padres alemanes, que se afincaron en la Argentina escapándose de su país. Los padres de ella, huyendo del nazismo, mientras los de él huyeron por ser nazis. Pese a estar en bandos opuestos Sulamit y Friedrich entablarán una amistad que se irá convirtiendo en un amor que prevalecerá a través del tiempo. La realizadora argentina radicada en Alemania Jeanine Meerapfel (La amiga, 1989) presenta un relato pintoresco pero que pierde al querer abarcar demasiados temas a la vez. En poco más de 90 minutos transita por el nazismo, el judaísmo, la guerrilla latinoamericana, la dictadura militar, los presos políticos, los desaparecidos, las Madres de Plaza de Mayo, las luchas estudiantiles europeas, la recuperación de tierras aborígenes, etc, etc, etc. Temas que se convierten en viñetas de un momento histórico determinado que sólo serán tocados superficialmente y sin ningún tipo de profundización. El hilo conductor para llevar al espectador por este paseo histórico será una relación amorosa que se irá armando y desarmando a través del tiempo, y que tanto Celeste Cid como el actor alemán Max Riemelt llevan con altura y buena química. La película tiene un plus que es la fotogenia de Celeste Cid, un ángel que hace que la cámara la ame. En cuanto a lo técnico, sin ser una gran producción y por tratarse de una historia de época, se resuelven muy bien algunos temas mediante la utilización de planos cerrados (sobre todo en las locaciones de Argentina) y apostando a los personajes por sobre el espacio. Para el empleo del tiempo se utilizan elipsis bien aprovechadas y que en ningún momento dificultarán la ubicación en el espectador. El amigo alemán quiere abarcar mucho y es ahí en donde pierde, pero pese a eso logra el propósito de contar un cuento de amor atravesando transversalmente la historia germano-argentina de los peores años que a ambos países les tocó vivir. Sin dudas hubiese funcionado mejor como telefilm que como apuesta cinematográfica, pero peso a eso no deja de ser un producto digno que se puede ver y disfrutar gracias a los actores que dejan el alma en cada escena.
Idas y vueltas. Sulamit (Celeste Cid) y Friedrich (Max Riemelt) siempre han estado en los lados opuestos de una barrera. Desde sus infancias como vecinos en la Buenos Aires de los años ‘50, hubo algo que los distanció: ella, hija de inmigrantes alemanes judíos; él, descendiente de uno de los muchos nazis que emigraron a Argentina tras la Segunda Guerra Mundial. A pesar de esto, ellos se aman, pero a lo largo de las décadas sus posturas no harán más que llevarlos a separarse y reunirse una y otra vez, en el contexto de importantes sucesos en la historia de América y Europa. Esta es la base de El amigo alemán (2012), una coproducción argentino-alemana escrita y dirigida por Jeanine Meerapfel. En esta oportunidad, la realizadora de La amiga intenta desarrollar temas tratados antes en su filmografía (como la identidad y el redescubrimiento propio), al mismo tiempo que pasa por algunos de los eventos relevantes de los últimos tiempos. Lamentablemente, estas intenciones fallan debido a un guión disperso, repetitivo y artificial que no atiende las cuestiones prometidas, prefiriendo dar escena tras escena salida de telenovela, impidiendo que los personajes avancen o que haya una construcción adecuada del clima. Por eso, se terminan usando los ámbitos de procesos históricos trágicos (como la última dictadura militar argentina) como débiles excusas de obstáculos en el camino de la pareja principal, que ni siquiera es lo suficientemente explorada para que importen de verdad. Algo que tampoco ayuda es la dirección, que recurre demasiado al sentimentalismo para pretender un foco emocional y cuidado. Si bien la mayoría de los aspectos técnicos están hechos de forma decente, la forma en la que se ejecutan con respecto a la historia deja ver el vacío de la producción. Estamos viendo a dos personas yendo y viniendo por el mundo repetidas veces sin motivos reales, pero Meerapfel emplea un enfoque demasiado melodramático para fingir la idea de un drama cautivador con enlaces profundos al pasado: el piano que no para de sonar en los momentos para emocionarse, o las decenas de tomas simbólicas que gritan sobre una temática que ni se expande. En cuestión de actuaciones, Cid interpreta de manera aceptable el rol protagónico, haciendo lo que puede con lo que se le da. Lo mismo va para Riemelt (mejor conocido por su rol en La ola) y Benjamin Sadler (en la piel de un profesor universitario que toma un gusto en Sulamit), aunque sus papeles se ven afectados por un mal trabajo de doblaje a la hora de las escenas fuera del propio país. El film también cuenta con apariciones de Adriana Aizemberg, Jean Pierre Noher, Carlos Kaspar y Daniel Fanego, pero a ninguno de ellos se les da el tiempo o material necesario para dejar una genuina impresión. Al final, El amigo alemán resulta decepcionante debido a la forma convencional, falsa y repetitiva en la cual Meerapfel usa el ayer como pretexto para un relato romántico que termina siendo indiferente y flojo. Un fin que no justificaba estos medios. @JoniSantucho
Pasión y política Una chica y un nene mantienen un inocente idilio durante la infancia en un pueblito suburbano por los años del derrocamiento de Perón. Ella es hija de alemanes judíos y él, de nazis. Como si siguiera al pie de la letra al bolero Inolvidable, El amigo alemán cuenta esa historia de amor entre Sulamit y Friedrich a través de varias décadas, donde los protagonistas se involucran con los movimientos estudiantiles de Alemania en el ‘68, la última dictadura argentina y hasta con el conflicto de tierras mapuche en la Patagonia. El amigo alemán resalta los parecidos y diferencias entre los entornos de sus protagonistas y también entre los movimientos políticos alemanes y argentinos. Jeanine Meerapfel, directora de La amiga y El verano de Anna, narra los politizados contextos que ella misma, como hija argentina de inmigrantes alemanes que estudió en tierra paterna, vivió de los dos lados del Atlántico, sin dejar que ese trasfondo se ubique por encima de la tierna historia de amor entre Sulamit y Friedrich. La mejor muestra de la sensibilidad de Meerapfel se revela en cómo consigue que su cámara recorra con templanza el cuerpo desnudo de Celeste Cid. Un plano hermoso que se acerca a la intimidad de una pareja sin invadirla y refleja el espíritu de la película: la importancia del amor y sus momentos mágicos por encima de las convulsiones propias de una época. El regreso de Cid al cine es auspicioso. La actriz se luce al ponerle el cuerpo a un personaje que pasa de adolescente a cuarentona y habla buena parte del tiempo en un idioma que no le es propio. El totalitarismo es el principal enemigo de El amigo alemán. No importa si se habla del nazismo o de la dictadura, esto es explícito en el costado político de la película. Pero como Meerapfel prefirió dejar en un segundo plano este aspecto de El amigo alemán, también se utiliza al régimen totalitario como metáfora amorosa. Todos los problemas para Sulamit y Friedrich se producen porque él, siempre atribulado por el oscuro pasado familiar, no se decide a abrirse y permitir la actuación de alguien más en sus sentimientos. Sólo eso necesitaba. Es fácil. Ya lo dice una canción.
Un relato repleto de historia Hay tantos elementos históricos, emocionales y generacionales en El amigo alemán que hacia el final del film dirigido por Jeanine Meerapfel cuesta identificarlos, recordarlos. Todo comienza en la década del 50 en la Argentina, cuando Sulamit, una nena hija de alemanes judíos, entabla una amistad con Friedrich, su vecinito de enfrente, hijo de alemanes con pasado de criminales nazis. La historia de Capuletos y Montescos, con sus peculiaridades históricas e interesante carga dramática, habría alcanzado para toda la trama, pero la directora eligió ampliar el espectro y sumar ingredientes que terminan por desdibujar su interesante mirada, esa que aparece en los pequeños detalles sobre la distante, pero concreta convivencia barrial entre los sobrevivientes del Holocausto y sus perpetradores y la sutil exposición sobre esa primera generación de hijos nacidos en la Argentina aunque anclados en el país -y el pasado- de sus padres. En el contexto de golpes de estado en la Argentina, revueltas estudiantiles en Alemania y persecuciones políticas en ambos países, la historia de amor entre Sulamit y Friedrich avanza. Al menos en lo que respecta al personaje que interpreta Celeste Cid con la suficiente solvencia y sensibilidad para que resulte tan creíble como adolescente y como mujer de mediana edad. Menos logrado es el Friedrich a cargo del actor alemán Max Riemelt, que debe remontar un personaje que carece de dobleces. Sus convicciones políticas, fogoneadas por la culpa de ser quien es y los conflictos de identidad, lo transforman en el menos romántico de los héroes románticos. Así, las situaciones dramáticas que sufren los personajes centrales de El amigo alemán no llegan a traducirse en escenas igual de profundas.
Un amor a través del tiempo En esta película, la directora argentina de ascendencia alemana Jeanine Meerapfel revisa el pasado del país de sus ancestros, el de la Argentina, y los momentos de historia en común. La narración comienza poco antes del golpe de Estado de la denominada “Revolución Libertadora”, que derrocó e hizo exiliarse a Perón en 1955. Atraviesa la década del sesenta, mostrando los ideales de la generación que protagonizó las marchas de universitarios en Europa, luego se adentra en la década del setenta, y una nueva dictadura en Argentina, y culmina a principios de los ochenta, con la llegada de la democracia. Treinta años en la vida de estos países, Argentina y Alemania, reflejados en la vida de los protagonistas: Sulamit (Celeste Cid), y Friedrich, o Federico (Max Riemelt), y las idas y venidas de su relación. Ella es descendiente de judíos alemanes, y él, un chico cuyo padre oculta un pasado nazi. Su amistad comenzó en la infancia, y, como opuestos que se atraen a pesar de cualquier obstáculo, su amor se mantuvo a través de los años. Sulamit seguirá a Friedrich en su búsqueda de alguna causa por la que luchar, que en realidad esconde la búsqueda de una suerte de redención por los crímenes de su padre. El guión, entonces, plantea un recorrido interesante a nivel histórico, intentando reflexiones sobre cada uno de estos períodos históricos. Justamente por eso, se puede reclamar que intenta abarcar mucho, y no hay un detenimiento profundo en ninguno. Las actuaciones, tanto de los actores argentinos como los alemanes, en general son correctas, y se destaca la de Benjamin Sadler, que interpreta a Michael, el profesor que se enamora de Sulamit. Es notable el trabajo de reconstrucción histórica, ya que se muestran tres décadas, y en todas han sido muy cuidados los aspectos de ambientación. El gran defecto de la película, que se comprende sea difícil de resolver, es el doblaje de los actores. Se destaca el esfuerzo de Celeste Cid, que habla castellano y alemán, pero los demás actores están doblados, a uno u otro idioma. Esto provoca una notoria rigidez donde los diálogos deberían ser fluidos, y genera una suerte de desconexión del espectador con respecto a la historia.
Jeanine Meerapfel escribió el guion y dirige esta coproducción argentino-alemana. Una que, a través de dos historias individuales repasa distintas épocas de la realidad argentina: entre el hijo de un militar nazi y la hija de un judío alemán nace una relación que seguirá con los años, aunque él quiera redimir la historia de su padre con su militancia de izquierda y ella pruebe otras relaciones. Quizás por lo ambicioso del proyecto, mucho no pase de pinceladas de momentos más que profundización.
Una trama que une dos países "El amigo alemán" tiene presencias actorales remarcables, como la de la excelente Celeste Cid (Sulamit) y Max Riemelt (Friedrich), un buen desempeño también muestra la pareja integrada por Carlos Kaspar y Katja Alemann y Noemí Frenkel, como la madre de la protagonista. Coproducida entre la Argentina y Alemania, "El amigo alemán", presenta una historia de amor a lo largo de un extenso período de más de cincuenta años. Sulamit Lowenstein (Celeste Cid) es hija de inmigrantes judíos y Max Riemelt (Friedrich), pertenece a una familia, que luego se sabrá, simpatizaron con el régimen hitlerista. De niños, en los años "50, se crían juntos en un barrio del norte de Buenos Aires y ya adolescentes, parten hacia Alemania para estudiar. Uno en busca de su identidad, la otra con una beca ofrecida por una entidad alemana instalada en la Argentina. La pareja interviene, a veces como testigo, otras como protagonista, de sucesos significativos, como momentos del primer gobierno peronista, la guerrilla latinoamericana, las barricadas del "68, el Proceso militar, las redadas políticas, con alusiones a la desaparición de personas, la actividad de las Madres de Plaza de Mayo, finalizando con acciones del protagonista masculino, involucrado con los pueblos originarios. LA INMIGRACION "Amigomío", "La amiga", son títulos de anteriores filmes de la directora Jeanine Meerapfel, la misma de esta obra, que también incluye la palabra "amigo" en su título. Radicada en Alemania, pero íntimamente ligada a su país de origen, la Argentina, Jeanine Meerapfel, establece puentes entre ambas naciones en sus producciones. Los temas de "El amigo alemán" son vertientes habituales en la filmografía de esta directora: las raíces, la inmigración, la libertad, el régimen militar. Esta vez la realizadora, a pesar de fijar una historia amorosa como núcleo central, con el afán de abarcar todos los temas que la preocupan, se abre de tal manera, que sólo puede tocarlos tangencialmente y no logra profundizar en ninguno. El guión toma la historia de amor como eje y considera incidentalmente temas y subtemas que rodean el núcleo argumental, descuidando ciertos aspectos cronológicos de los acontecimientos y no yendo en profundidad hacia la esencia de su espíritu. Dentro de una puesta tradicional, correcta técnicamente, con un mejor desarrollo en el período de la infancia de los protagonistas (creíbles diálogos de los niños, verosímil tratamiento de los respectivos contextos familiares). "El amigo alemán" tiene presencias actorales remarcables, como la de la excelente Celeste Cid (Sulamit) y Max Riemelt (Friedrich), un buen desempeño también muestra la pareja integrada por Carlos Kaspar y Katja Alemann y Noemí Frenkel, como la madre de la protagonista. En cálidos momentos especiales, aparecen figuras como Daniel Fanego, Jean Pierre Noher y Adriana Aizemberg.
Curando heridas, en la óptica de una conocedora Esta es la historia sentimental de dos argentinos a lo largo de varios años. Ella, hija de judíos alemanes que escaparon de la guerra. El, hijo de alemanes decididamente arios que escaparon en otras circunstancias. Los padres tendrían que ser enemigos declarados. La vecindad, calle por medio en el apacible Olivos de los 50, el ocultamiento del pasado por parte de quienes algo hicieron, la inocente nobleza de la infancia, hacen que los chicos sean amigos, que esa relación se mantenga a lo largo del tiempo, y se transforme en algo más íntimo cuando más tarde se reencuentren en el país de sus mayores. Pero algo pasa entre ambos. Ya estamos a fines de los 60, son épocas muy politizadas, y los jóvenes alemanes no solo quieren cambiar el mundo. También exigen saber qué hicieron sus padres cuando el nazismo quiso cambiar el mundo. Sienten vergüenza e irritación. Cortan raíces, son perentorios e intolerantes como sus padres, pero sin siquiera sentirse bien con lo que hacen. El resto es consecuencia, y la pareja podrá entenderse definitivamente solo después de amargas experiencias históricas, discusiones, alejamientos y búsquedas (él por otra sociedad, ella por ese amor de niña, y lo de ella resulta más sabio, más práctico y concreto). Es, como se dijo, la historia sentimental de dos argentinos. También, la historia de los vaivenes ideológicos de una generación de argentinos. Y, en algunos aspectos, es la propia historia de la realizadora Jeanine Meerapfel. No por lo del noviecito de infancia, pero sí por varias situaciones muy significativas que allí se evocan, incluyendo la escena de la vajilla con la esvástica en la casita del Tigre, la de los estudiantes secundarios del grupo Tacuara, etc). Lo que cuenta, lo cuenta con total conocimiento. El suyo es un testimonio absolutamente fiable y de primera mano. Muy bien elegida Celeste Cid, creíble y querible en todas las escenas, lo mismo que los niños Julieta Vetrano y Juan Francisco Rey para el primer capítulo. En el reparto, Max Riemelt, el actor de «La ola», Noemí Frenkel y Jean Pierre Noher como los padres, Carlos Kaspar en un personaje que merecería una escena más, Daniel Fanego, Fernán Mirás, Benjamin Sadler, Adriana Aizemberg, Katya Aleman, y, en breve participación, Cipe Lincovsky, que hará 25 años protagonizó con Liv Ullmann la película más conocida de Meerapfel: «La amiga». Otra película de la misma autora se impone hoy a modo de precuela: el documental «En la tierra de mis padres», 1981. Y una más, a modo de placentera reconciliación con la vida y los seres amados que se fueron: «El verano de Ana», 2001, filmado en islas griegas con Angela Molina.
Un amor para toda la vida El tema elegido por la directora Jeanine Meerapfel para su nuevo largometraje – historias de desencuentros, olvidos y recuperación de recuerdos vitales -- no le es ajeno en absoluto. De hecho El amigo alemán, protagonizada por la estrella televisiva Celeste Cid y el actor alemán Max Riemelt, tiene más de un punto de contacto con La amiga (1988) y Amigomío (1994, codirigida con Alcides Chiesa), a tal punto que el último film de Meerapfel pareciera cerrar un círculo o una trilogía. Expuesta suscintamente, la trama de El amigo alemán cuenta la historia de amor entre Sulamit, hija de inmigrantes alemanes judíos, y Friedrich, hijo de un inmigrante alemán nazi. Sulamit y Friedrich, por esas razones no completamente dilucidadas que hicieron que víctimas y victimarios del Holocausto eligieran la Argentina como nuevo hogar, son apenas dos chicos en edad escolar que viven calle por medio. Sulamit y Friedrich, aún inocentes e ignorantes del pasado que arrastran sus progenitores, se conocen y no tardan en hacerse compinches, amigos del alma, casi novios pubescentes. La historia transcurre en un suburbio residencial de Buenos Aires en los años 50, época convulsionada políticamente en la Argentina, y continúa en Alemania con el trasfondo del mayo francés y su impacto sociopolítico en Europa y en todo el mundo, para luego retomar la acción durante los primeros años de la última dictadura militar. Sulamit, debido al comprensible mutismo autoimpuesto por sus padres, poco sabe de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, y menos aún del exterminio llevado a cabo por los nazis en los campos de concentración. Friedrich, por su lado, vive una situación parecida, pero mucho más oscura: un día descubre que su padre no es quien dice ser, y que toda su familia ha adoptado una identidad falsa para ocultar su pasado nazi. Los padres de Sulamit huían de la guerra, los de Friedrich eran fugitivos de la justicia. Es a partir de este eje narrativo que Meerapfel, en su doble función de guionista y directora, imagina una historia ficticia que bien pudo haber sido real y que de hecho contiene muchos elementos autobiográficos. A partir del camino en busca de la verdad que emprenden Sulamit y Friedrich, Meerapfel construye un conmovedor relato atravesado por la historia de las décadas transcurridas entre el final de una confrontación, el comienzo de una nueva era signada por la liberación y la rebelión estudiantil, y el retorno a una época sombría, aterradora casi al punto de la parálisis: los años de la guerra sucia en la Argentina, cuando la Junta Militar exterminaba y desaparecía a insurrectos y supuestos complotadores. Dado el formato narrativo adoptado por Meerapfel – casi una road movie centrada en Sulamit y su periplo en busca de Friedrich, y su reencuentro en la Patagonia, lugar elegido por el muchacho como residencia permanente junto a una comunidad mapuche – El amigo alemán no se pierde en vericuetos y callejones sin salida. La historia de Sulamit y de Friedrich, a pesar de la naturaleza circular de los eventos narrados en El amigo alemán, es clara y prácticamente lineal, y si algún reparo puede esgrimirse contra el estilo fílmico de Meerapfel, tal vez sea la excesiva prolijidad, a veces con pocos matices, de los eventos que se van sumando a la historia. Pero más allá del peso propio de los eventos narrados en El amigo alemán, el verdadero sostén del film es la convincente actuación de Celeste Cid, actriz con mucha escuela a pesar de los prejuicios que le juegan en contra, como su glamour personal y el aura estelar que confiere la televisión. Después de todo, más allá de las contundentes vicisitudes históricas de los personajes, Celeste Cid se mueve en un territorio familiar porque El amigo alemán no deja de ser una historia de amor. Verídica y comprometida, pero historia de amor al fin.
Una historia de amor atravesada por la historia, desde la mirada de Jeanine Meerapfel. Jeanine Meerapfel nació en Alemania, pero vivió gran parte de su vida en Argentina. Aquí fue, de hecho, donde filmó una de las películas que marcó un hito en su trayectoria como cineasta: La amiga, un drama situado en plena dictadura militar que tuvo como protagonistas a Liv Ullman, Cipe Lincovsky y Federico Luppi. Veinticuatro años después, Meerapfel vuelve a tomar puntos de nuestro devenir histórico para desarrollar un relato de amor con toques autobiográficos. El amigo alemán se centra en la historia de Fiedrich (Max Riemelt) y Sulamit (Celeste Cid), quienes establecen una cercana relación desde su niñez pese a la recelosa mirada de sus padres. Y eso porque ella es hija de judíos alemanes que llegaron a Buenos Aires para refugiarse del horror hitleriano, mientras que él tiene un padre que esconde un oscuro pasado nazi. Sin embargo, ese no será el único obstáculo: su amistad se pondrá a prueba varias veces, también, por los avatares de una época repleta de movimientos y hechos históricos que los tendrá como protagonistas. Desde los resabios del nazismo y los coletazos del mayo francés en Europa, hasta la irrupción de la última dictadura militar en Argentina, el retorno a la democracia y varios etcéteras más. Es aquí, justamente, donde comienzan los problemas. Está claro que filmar una "historia de amor épica" en Argentina no es tarea fácil. Las exigencias de establecerse como una coproducción alemana provoca en la película un efecto poco feliz: actores argentinos que deben ser doblados al alemán y actores alemanes que deben ser doblados al español. Ese detalle atenta contra la verosimilitud y, en ocasiones, puede resultar algo molesto para el espectador atento. El otro punto que corre en contra del relato es la cantidad de hechos y/o situaciones históricas que abarca, algo que provoca que algunos de sus personajes (Fiedrich en particular) se vayan desdibujando al punto de convertirse en una caricatura. Afortunadamente, El amigo alemán cuenta con buenos actores que sostienen esos puntos en los que el argumento hace agua. Noemí Frenkel, Jean Pierre Noher, Carlos Kaspar y Daniel Fanego interpretan pequeños pero lucidos roles, y siempre resulta placentero ver -aunque sea fugazmente- a grandes actrices como Adriana Aizenberg y Cipe Lincovsky en la pantalla grande. Y también está Celeste Cid, una magnética y atemporal belleza que lleva con altura a su heroína y deja en claro porqué es una de las actrices más prometedoras de su generación. Los créditos alemanes se encuentran bien representados por Benjamin Sadler, que compone a un profesor que enamora a Sulamit en su adultez. Riemelt, el protagonista masculino, en cambio, no consigue darle los atributos sanguíneos que su personaje requiere. Aún con dificultades, Meerapfel aporta una mirada interesante a través de un tipo de cine no demasiado visitado por la industria local. Probablemente esta película no sea lo mejor de su obra, pero cumple en hablar de amor, de libertad, de ideales y de esa historia que no es necesariamente nuestra pero que igualmente cargamos sobre nuestras espaldas.
Porque el amor es más fuerte... Casi 25 años después de La amiga, aquella película protagonizada por Liv Ullman, Cipe Lincovsky y Federico Luppi sobre la amistad entre dos mujeres tensionada por la dictadura, Jeanine Meerapfel volvió a la Argentina para retomar gran parte de esas temáticas (el exilio, la búsqueda de afectos) en El amigo alemán. Coproducido con aquel país, el film de esta hija de alemanes radicados en la Argentina durante el nazismo se ambienta aquí a comienzos de la década del ’50. Allí vive Sulamit (Celeste Cid), hija de inmigrantes judío-alemanes, y Friedrich (Max Riemelt, conocido por su papel protagónico en La ola), que no es otro que el vástago de un ex miembro de la SS. No pasará demasiado tiempo para que ellos se enamoren, tensionando así los vínculos con sus familias. El punto culminante será el viaje de él a la tierra de sus ancestros. Viaje que, un tiempo después, también hará ella. A partir de ahí, el film abarcará diversas situaciones históricas, desde el Mayo Francés hasta la dictadura nacional, hecho que abre el trazado de un paralelismo entre los años ’70 argentinos y el nazismo. Basta ver La amiga hoy para percatarse de que Meerapfel mantiene constantes no sólo las temáticas, sino también las formas. Así, El amigo alemán tiene el mismo tono alegórico (¡ay, esos cóndores volando!), subrayado y preciosista de aquel film, preocupándose más por el qué decir (podría resumirse en “el amor es más fuerte”) que en cómo hacerlo.
La épica didáctica Semanas atrás conocíamos Infancia clandestina, una película que al igual que esta tiene aires industriales pero busca una personalidad que la distinga, incorporando tiempos y tonos cercanos a un cine más de autor. Para más similitudes, no sólo ambas abordan temas vinculados con la historia política del país, sino que además se valen de la propia experiencia de su director para sostener el verosímil de su recorrido. En el caso de El amigo alemán, Jeanine Meerapfel aborda la experiencia que atraviesan una hija de alemanes judíos y el hijo de una pareja de alemanes nazis, instalados en la Argentina. Ambos se enamoran allá por los 50’s, crecen, se hacen adultos, y el tiempo y los hechos políticos los distancian. Y así como en el film de Benjamín Avila es el compromiso y la pertenencia a determinadas causas lo que interfiere en los vínculos, aquí el militante Friedrich (Max Riemelt) se apasionará con las movidas de su tiempo mientras la expectante Sulamit (Celeste Cid) espera el momento en que pueda estar nuevamente con su amado. Pero El amigo alemán no sólo es una película fallida porque nunca logra que la épica romántica corte la respiración del espectador (le falta pasión de la real), sino que además -pecado mortal- no logra que la historia de sus personajes trascienda a la historia que sirve de telón de fondo. Cuando una película decide contar la Historia a través de personajes ficticios, lo fundamental es hacer que ese recorte en primer plano (los protagonistas) tenga la suficiente entidad como para que el segundo plano (la Historia) resulte un comentario de aquel. En El amigo alemán, Friedrich y Sulamit no sólo viven tiempos convulsionados (imagínese que van del nazismo a la caída del peronismo pasando por la lucha armada contra la dictadura, los desaparecidos, las Madres de Plaza de Mayo, el triunfo de Alfonsín y la defensa de las causas aborígenes), sino que además esos tiempos convulsionados están en un constante primer plano y pautan el comportamiento de los protagonistas: así, la película, carente de fluidez para desarrollar todos los temas que pretende y sin personajes que sostengan el relato y se impongan, es una especies de greatest hits históricos. Y no es la Historia la que se refleja en los personajes, sino que son los personajes los que se ven obligados a hacer comentarios acordes a cada instancia que atraviesan. Vale retomar el ejemplo de Infancia clandestina: en verdad, poco sabemos acerca de lo que hacen los padres del protagonista, pero son sus acciones y decisiones, contaminadas por el contexto histórico que conocemos, las que forman y construyen a los personajes. En El amigo alemán no hay nada más que una serie de lugares comunes y diálogos didácticos (la reunión con las Madres de Plaza de Mayo es ejemplar en este sentido). En verdad, el film de Meerapfel podría haber funcionado si las notas al pie de cada escena hubieran ofrecido un punto de vista original sobre los hechos, si los protagonistas hubieran tenido algo interesante que decir. No es el caso. Friedrich no es más que un cliché andante, un estereotipo con intenciones de profundidad y con un giro final excesivo y expuesto de manera ridícula (en Infancia clandestina el padre es también un estereotipo, pero su función en el relato es precisamente el de ese ejercicio simbólico de ser una referencia comprensible para el espectador) y Sulamit pena por su indefinición respecto de lo que quiere, a lo que hay que sumar esa languidez algo soporífera con la que Celeste Cid encara cualquier personaje. En cierto modo algo andaba mal en El amigo alemán desde un principio, en los giros argumentales que se pretenden titular de noticiero (el padre nazi, los médicos que hablan durante la caída de Perón y un largo etcétera) o en esos doblajes demasiado evidentes (el caso de Riemelt genera una continua dispersión para el espectador) dentro de una película que es muy rigurosa con el uso del lenguaje. Pero acercándose al final, la película pretende aplicarse correctamente al subgénero de la épica romántica sobre la que se fue amparando, y es ahí donde hace agua por todos los rincones definitivamente: no sólo cuenta con un final imposible, sino que además se recibe de naif y culebronazo. Discursivamente El amigo alemán dice lo que hay que decir, sostiene lo que hay que sostener, se pone del lado de los que debe ponerse, pero eso no alcanza cuando las herramientas con las que se lo hace distan de ser las adecuadas. Un film fallido, aburrido y sin una gota de esa pasión que pide a gritos.
En una semana nutrida de estrenos nacionales como pocas veces, dos de los seis films que se suman a la cartelera, tienen en su trama y hasta en su título, contenidos germánicos. Además de Schafhaus, parte del metraje de El amigo alemán transcurre y está relacionado con aquel país. De la mano de la directora argentinofrancesa Jeanine Meerapfel llega ahora una epopeya fílmica de fuerte contenido emocional y político, pieza con la cual, además, la realizadora enhebra una suerte de tríptico vinculado a la idea de la amistad. Sus tres películas en Argentina (las otras serían La amiga y Amigomio) tienen nombres que giran alrededor de este término, aunque seguramente el tópico que más las aúna sean las profundas heridas abiertas por la dictadura cívico-militar. Su trama es lo suficientemente abarcativa y ambiciosa como para caer en elipsis continuas y aspectos poco desarrollados, pero a la vez colabora en el interés constante que lleva la historia, sin por otra parte menguar sus componentes emotivos. Hablada en español y alemán -muchas veces los diálogos se inician en un idioma y las réplicas terminan en otro-, y a través de casi medio siglo, entran en el juego dramático la dictadura, la guerrilla, las luchas estudiantiles, las Madres de Plaza de Mayo y entramados familiares ocultos. Meerapfel corre riesgos con todas esas subtramas, pero la da un lugar preferencial a esa potente historia de amor, que prevalece a través del tiempo, entre una judía y un –muy a su pesar- descendiente de nazis. La ambientación es de gran nivel pese a los continuos cambios de locaciones y en las actuaciones confluye lo mejor del espíritu del film. La enorme belleza de Celeste Cid está en absoluta sintonía con su múltiple capacidad de transmitir sentimientos y el joven actor alemán Max Riemelt la acompaña con carisma, pero es su compatriota Benjamin Sadler el que más se destaca, junto con notables participaciones de Noemí Frenkel, Jean Pierre Noher, Carlos Kaspar y Daniel Fanego.
En el barrio los chicos no eran concientes de las grandes diferencias que existían entre sus padres. Sulamit es hija de inmigrantes alemanes judíos y Friedrich, su mejor amigo y vecino, proviene de una familia de inmigrantes alemanes nazis. Ajenos a los conflictos de los adultos, los niños se enamoran, concretan su amor en la adolescencia y deciden luchar por sus ideales en Europa. Cuando el golpe militar estalla en Argentina y las dictaduras están en su momento más cruel en Latinoamérica, sus ideales terminan por separarlos. Sin embargo, el cariño, el respeto y los momentos vividos les hace imposible estar separados, comenzando una búsqueda que los llevará a reencontrarse muchos años después. Celeste Cid es la gran figura de esta propuesta que se enmarca en los cambios políticos en la Alemania de 1968 y en dictadura militar en la Argentina. Ambivalente, con dosis de ternura, fragilidad y fortaleza en proporciones iguales, transita esos veinte años de su personaje con solvencia y credibilidad (hecho que la diferencia notoriamente de su coprotagonista). Se percibe de manera clara que sus realizadores conocen el tema del que se propusieron hablar, conmoviendo al ver en pantalla la crueldad de la que somos capaces las personas. Por fortuna, y quitando de encima las capas de conflictos sociales y políticos, estamos frente a una historia de amor que tiene mucho de real y poco de cuento de hadas.
Nada concreto "El amigo alemán" intenta ser una historia épica sobre un romance trágico a través de los tiempos. Donde diversos acontecimientos históricos separaron a una pareja supuestamente idílica. Tal vez pudo haber sido su corta duración, pero asombra como durante toda la película ningún evento tiene la elaboración correspondiente como para tomarse en serio las diferentes representaciones históricas. Todo parece forzado y ninguno de los temas o conflictos son los suficientemente convincentes para justificar semejante relato. Lo primero que uno observa apenas comienza la película, es a Celeste Cid arriba de un tren yendo por la Patagonia. Llamativamente parece estar representando a una mujer de una edad mayor, pero lamentablemente es asombroso ver como el maquillaje no es lo suficientemente convincente y ya de entrada la sensación no es muy favorable. Sin ir más lejos, los personajes empiezan a hablar y nuevamente el espectador vuelve a sufrir de una realización técnica deficiente. Ahora, el doblaje de las voces es lo que falla y enseguida ya todo parece ser increíblemente falso. Desde el vestuario hasta las locaciones. Todo remite a escenificación y falsedad. Igualmente, lo peor esta por venir y el mayor defecto de la película se encuentra indudablemente en la historia. Es impresionante como la película transita por innumerables momentos históricos o conflictos, pero sin embargo ninguno recibe el tratamiento serio que la película intenta reflejar. Por ejemplo, es irreal que un conflicto entre los personajes de Celeste Cid y Max Riemelt sea su procedencia (familia judía con Nazis), ya que ambos se juntan y hablan sin ningún problema. Aunque a los padres se los ve reticentes de la relación ninguno le prohíbe a sus hijos que se reúnan. Incluso las continuos cuestionamientos de Celeste Cid a las tradiciones de su familia judía parecen convertir a esta película en una cinta antisemita. Otro ejemplo de incongruencias, podría ser como es que los procesos totalitarios de américa latina, ya sea Chile o Argentina, son dados como terminados cuando asume el presidente electo democraticamente. Casi ignorando el hecho de que un momento más representativo pudo haber sido el llamado a elecciones. Es posible que todos estos defectos pudieran haber pasado un segundo plano si la historia romántica hubiera tenido un peso dramático más fuerte. Pero es demasiado improbable, porque si los eventos de la película no convencen es muy difícil que los personajes sean vistos con seriedad por parte del espectador. La empatía necesaria para generar emoción esta cortada y, por lo tanto, el romance épico y trágico no será otra cosa más que un juego tonto de niños.
Salí de la sala después de ver "El amigo alemán", con sensaciones ambiguas. Por un lado, me parecía que no podía dejar de rescatar la intención de Jeanine Meerapfel (responsable del guión también) de hacer una película ambiciosa donde se transitara por muchos momentos históricos en referencia a la política nacional, integrandola con una historia de amistad y amor. Sin embargo, a la hora del balance, lo cierto es que muchas de las buenas intenciones no logran cobrar unidad y eso es fácilmente perceptible a lo largo de la película. Esta es la historia de dos niños, Sulamit (Celeste Cid) y Friedrich (Max Riemelt), descendientes de familias alemanas, vecinos, no se llevan tan bien, por razones visibles: una es aria pura (ya se imaginan) y la otra, judía. Esta diferencia hace que el padre de Sulamit, Phillip (Jean Pierre Noher), vea con cierta preocupación la creciente relación de su hija con el joven... El marco es, inmigrantes germanos, enfrentados, viviendo a metros de distancia. La cuestión es que, a los chicos, eso no les importa. Se quieren, se llevan bien y se vuelven inseparables. Pero con el correr de los años, Friedrich, comienza a rebelarse contra su padre al darse cuenta de que era nazi. Esa indignación es la que direcciona la película hacia otro lugar. Porque hasta ahí parece una historia de amor (que ya sabemos que crecerá), pero el componente político se instala en "El amigo alemán", para quedarse y eso afecta a la unidad de la historia. Es decir, por un lado tenemos toda la construcción que se apoya en las ideas que enarbola el personaje de Riemelt, rebelde total, anti-sistema y dispuesto a arriesgar la vida por sus convicciones, y por el otro, la mirada de Sulamit, quien si bien tiene compromiso en sus posiciones, luce siempre preocupada por concretar su romance con Friedrich. El escenario se trasladará de Argentina a Alemania, los años pasarán, los conflictos que se vivirán en esos agitados tiempos tomarán forma y afectarán la vida de los protagonistas, y seremos testigo de cómo cada uno de ellos resuelve sus propias necesidades y se relaciona con el otro, desde donde puede. Quizás ahí es donde el guión se quede corto. Las ideas están claras pero se siente falta de profundidad en el desarrollo de las subtramas (por ejemplo, Friedrich y su relación con el grupo de rebeldes con los que opera en Buenos Aires, por tomar un sólo ejemplo), lo que lleva a parecer liviana, en términos políticos (por así decirlo), y también superficial en cuanto a las emociones que despliega la pareja protagónica. Que quede claro, que la reconstrucción de época, el pasaje de los años desde lo artístico y el trabajo actoral de Cid, son muy buenos. Tal vez otra mirada o enfoque (incluso pienso en una decisión por jugarse con una sola línea narrativa potente) habría transformado un film desparejo, en una producción de épicas proporciones. Más allá de eso, es una historia que puede interesar y se deja ver, atrae y tiene algo que ofrecer. El problema es sentir que había material de sobra en todos los rubros para imprimirle una dimensión distinta. Aprueba con lo justo.
El guión fue escrito por la directora y se centraliza en el amor de Sulamit y Friedrich. La historia sentimental de los protagonistas resulta atrayente desde el personaje masculino que siente y trata de “lavar” la culpa de sus padres, mediante la búsqueda de una revolución social que lo lleva a priorizar sus militancias y relegar a la mujer que ama. Los hechos políticos están presentes en todas las subtramas, pero no siempre desarrollados con la misma intensidad, por lo que resulta que algunas referencias pasan rápidamente y acaso inadvertidas, tal como sucede, por ejemplo, con la escena del ataque que la protagonista sufre, por ser judía, de parte de la Agrupación Tacuara, organización guerrillera que tuvo vinculaciones con los nazis refugiados en la Argentina. También en el filme hay un somero desarrollo sobre el icónico Mayo del ´68 francés, pero en los 60 años que abarca la trama de la película sucedieron tantos hechos desencadenantes de cambios políticos que evidentemente resultó difícil tratarlos en profundidad en los 100 minutos que dura el largometraje. La directora, en un diálogo que mantuvo con éste cronista, contó que el hecho de no haber cerrado algunas situaciones se debe a que prefirió que el relato del espectador sea el que mida la dimensión de esos tratamientos en la trama; un concepto que remite a una tendencia del Nuevo Cine Argentino que se ha visto en la filmografía de Lucrecia Martel Jeanine Meerapfel también declaró, durante esa charla con el periodista, que al escribir el guión pensaba en Max Riemelt como protagonista, por lo que se ve al actor con el physique du rol adecuado para componer un rol que va transformándose físicamente, a través de sus vivencias a largo de muchos años, y el intérprete alemán logró diferenciar visualmente e interiormente las etapas que el personaje atraviesa. Celeste Cid vuelve a demostrar que es una excelente actriz que no sólo actúa sino que vive las situaciones. Para cada una de las edades por las que transita su personaje tiene una composición diferente que transmite al espectador los cambios interiores que ha sufrido la mujer a la que interpreta. Los personajes secundarios no tienen un desarrollo gravitacional, por lo que los actores debieron realizar una labor muy mesurada, aunque se destacan Carlos Kaspar como el ex nazi padre de Friedrich, y Adriana Aizenberg como una tía de Sulamit con las características de una idishe mame. “El amigo alemán” de Jeanine Meerapfel toca temas que pueden interesar a un público que “contempló” la política de la segunda mitad del siglo XX. Los jóvenes se sentirán atraídos por el ímpetu de los militantes que lucharon empecinadamente por sus ideales tratando de cambiar el mundo y, los que prefieren las historias de amor encontrarán en esta película los elementos para analizar, desde su propio relato, por qué se quiere “para siempre”. Los cinéfilos podrán objetar que en este largometraje se tocan muchos temas pero sólo se profundiza sobre la culpa de los padres, aunque el desarrollo sea tangencial con las subtramas.
Un amor de contornos difusos "El amigo alemán" desarrolla la relación entre dos jóvenes sobre las coordenadas de la vida política latinoamericana de tres décadas. A medio camino entre la historia de amor y la crónica de época, El amigo alemán, de Jeanine Meerapfel, intenta narrar los sentimientos de Sulamit (Celeste Cid) y Friedrich (Max Riemelt) a través de varias décadas, desde la adolescencia en Buenos Aires, en los años 1950, hasta la recuperación de la democracia en 1983. Así de extenso es el periodo en el que ella y él corren en busca de su destino. La película refleja en lo visual los cambios de época, con detalles cuidadosamente puestos frente a la cámara, preciosismo que, entre otras cosas, va acompañado, en lo que respecta a la construcción de personajes y situaciones, de una tendencia simplona que lleva a pintar estereotipos, todo el tiempo y en todo lugar. Sulamit es hija de judíos y amiga de Friedrich, hijo de un alemán nazi, refugiado en Argentina. Hay en la chica un voluntarismo permanente y no se sabe si entre ellos existe amor de pareja o de hermanos. Cada uno vive su concepción del mundo y huye de la herencia impuesta por la sangre y las tragedias de signo opuesto. Una y otra vez Sulamit dice: "Somos argentinos". Celeste Cid trabaja el personaje rebelde aunque no revolucionario de manera poco expresiva, con un rictus que sólo permite algunas sonrisas a lo largo de la película. En tanto, Max Riemelt encarna el muchacho que adhiere a las causas libertarias de los años de 1960, primero en Alemania, donde vive con estudiantes latinoamericanos politizados y, después, en Argentina, como parte de la guerrilla de los años de 1970. Un recorrido que Sulamit va acompañando por instinto y sin convicciones. La película de Meerapfel, directora nacida en Buenos Aires y con vasta experiencia como documentalista, se vuelve un ejercicio de reconstrucción de época bastante tedioso, en el que los niños de la primera parte hablan como si estuvieran leyendo. Si bien el elenco es muy generoso por su aporte al trazo elemental de los personajes (Adriana Aizenberg, Katja Alemann, Cipe Lincovsky, irreconocibles por la caracterización; Daniel Fanego, Jean Pierre Noher), la propuesta de la directora está muy lejos de las películas del cine argentino actual. No sólo el estereotipo es un problema. Los enamorados funcionan como la excusa para describir 30 años de historia argentina, un plan pretencioso en el que las ideas malhieren a la historia de amor.
Honesta propuesta de condena a regímenes totalitarios Este cronista, perteneciente a la misma generación que los dos personajes centrales y con vivencias relativamente similares a ellos, se siente ciertamente habilitado a juzgar con conocimiento de causa la veracidad de la trama de “El amigo alemán”. La nueva película de la directora Jeanine Meerapfel, nacida en Argentina pero residente en Alemania desde hace cincuenta años, continúa en la línea de sus producciones anteriores como “La amiga” y “Amigomío”, con las que curiosamente comparte similares títulos. Puede sorprender que en un mismo barrio hayan convivido familias alemanas tan disímiles como las de Sulamit, de origen judío y Friedrich, con padre nazi. Pero ello ocurrió con frecuencia en nuestro país apenas finalizada la guerra y pese a no estar especificada la localización es probable que corresponda a la zona norte de Buenos Aires (Vicente López, Olivos o Martínez por ejemplo). El inicio corresponde claramente a inicios de la década del ’50 (los carteles de Perón en la calle no pueden llevar a equívoco ninguno). Lo confirma también la escena en el aula donde a la niña le avisan que está enferma la maestra de “Moral”, mientras que el resto de sus compañeros van a la clase de “Religión”. La prematura muerte del padre (Jean Pierre Noher) de la joven dará mayor protagonismo a su madre (una excelente Noemí Frenkel), preocupada por la ola antisemita que comenzó a asolar Buenos Aires en la segunda mitad de la década del ‘50. Habrá referencias a una estudiante judía a quien le grabaron un pecho con una navaja (en realidad fue el caso de Graciela Sirota en 1962) y la propia Sulamit (ya encarnada por Celeste Cid) sufrirá una agresión física por parte de tres jóvenes de la agrupación Tacuara. Friedrich (el actor alemán Max Riemelt, visto en “La ola”) por su parte descubrirá el pasado nazi de su padre (Carlos Kaspar) y la complicidad de la madre (Katia Aleman) y se revelará contra ellos. Conseguirá una beca en Frankfurt y una vez llegado allí irá virando ideológicamente hacia la izquierda. Ella lo seguirá algo más tarde en Alemania pero no siempre sus visiones coincidirán, siendo Friedrich el más radical de ambos. Se sucederán los gobiernos militares (Onganía, Videla) y habrá momentos dramáticos como uno en la cárcel de Rawson. Pero finalmente la llegada de Alfonsín será el último capítulo de una larga historia de encuentros y desencuentros. Es probable que Meerapfel haya querido abarcar demasiadas temáticas y quizás hubiese ganado de haber limitado el espacio temporal a menos décadas de nuestra historia. No obstante, se rescata la honestidad intelectual de su propuesta y la clara condena a regímenes totalitarios (nazismo, Proceso). El mensaje central podría sintetizarse en que una persona no necesariamente es el producto inevitable de sus antecedentes familiares. O más aún, como se afirma en algún momento de “El amigo alemán”, que la historia de la condena a padres intolerantes “siempre se repite”.
De romance y política Aveces por querer contar tanto se termina mostrando poco. Y este es el caso para “El amigo alemán”, que se convierte en una película pretenciosa, muy bien intencionada en el plano ideológico, pero demasiado pobre en lo que se refiere al guión y, por sobre todo, a las cuestiones técnicas. Es que el filme, una coproducción alemana-argentina, tiene un doblaje precario para los tiempos que corren. Con las innovaciones tecnológicas de esta era es inadmisible ver un filme en donde la boca del actor vaya para un lado y el sonido y las palabras vayan para el otro. Algo tan simple termina deteriorando el resultado final hasta sacar de la película al espectador. Jeanine Meerapfel narra una historia ambientada en Buenos Aires y Frankfurt entre los años 50 y la democracia alfonsinista, con el eje puesto en la relación de dos niños, que luego serán pareja. Uno es hijo de un coronel nazi y la joven es hija de inmigrantes judío-alemanes. Con la única salvedad de la belleza desnuda de Celeste Cid, la película recorre los vaivenes políticos del mundo, atravesados por dictaduras y revoluciones, pero con un tratamiento demasiado superficial y carente de emoción.
Una historia de amor que perdura en el tiempo, se mezclan los temas políticos con una mirada dulce y sentimental. Argentina recibió una importante cantidad de inmigrantes procedentes de la Unión Europea, debido a la crisis económica y social, y más aún después de la guerra. Llegaron muchos italianos y españoles, también procedentes de: Polonia, Rumania, Bulgaria, además de portugueses y alemanes, todos en busca de trabajo y de otra vida mejor, algunos venían con su familia. Muchos de los adultos hablaban el idioma de origen (en un principio como para no perder su identidad), en cambio los niños intentaban dialogar en el idioma del país que los acogió. Aquí la directora germano-argentina (69 años), nos cuenta la historia de amor entre Sulamit Löwenstein (Celeste Cid) de 13 años de edad, y Friedrich Burg (Max Riemelt) que se prolonga durante décadas. Ella es hija de inmigrantes judío-alemanes que escaparon de los nazis y él su íntimo amigo y vecino es hijo de un ex teniente coronel de la SS. Ellos crecen en Buenos Aires en los años 50, y el problema surge cuando Friedrich descubre la verdadera identidad de su padre Rudolf Burg (Carlos Kaspar) y rompe los lazos familiares. A finales de 1960 decide irse a Alemania, participa de los acontecimientos de mayo del ’68, ella busca la posibilidad de ir tras de él. Pero él no le ofrece un espacio al amor, es cuando Sulamit conoce a Michael, que la ama y la protege, y acepta que ella este enamorada de otro hombre. Friedrich Burg vuelve a Argentina y participa de la guerrilla para terminar preso en una cárcel en el sur. Y sigue pensando cuando salga continuará su lucha, como dice el lema “No te des por vencido, ni aun vencido”. La directora no solo nos relata una historia de amor entre una joven judía y él procedente de una familia nazi, que logra ser emotivo, pero además va tocando distintas situaciones que ellos se enfrentan como: la guerrilla latinoamericana, la dictadura militar, los presos políticos, los desaparecidos, las Madres de Plaza de Mayo, las luchas estudiantiles europeas, la recuperación de tierras aborígenes, entre otros temas. Creo que al intentar tocar tantos temas los mismos se pierden al no poder indagar. Cuenta con sorprendentes actuaciones y una fotografía que junto a la música están acorde a los momentos que se desarrollan. Esta es una historia fuerte, donde el amor juega un rol muy importante. Podría funcionar muy bien siendo una miniserie donde se podrían desarrollar las subtramas políticas y sociales.
Publicada en la edición digital #244 de la revista.
Una relación en tres décadas de historia Meerapfel es hija de judíos alemanes que se radicaron en Argentina para escapar del nazismo. Nació en 1944 y en 1964 obtuvo una beca para estudiar en la Escuela Superior de Diseño de Ulm, Alemania, con Alexander Kluge, quien en aquellos años aglutinó a los integrantes del nuevo cine alemán. El amigo alemán presenta algunas similitudes con un guión escrito en 1975 por Osvaldo Bayer titulado Tiernas hojas de almendro , una historia de amor entre dos adolescentes de la colectividad alemana en Buenos Aires, durante la Segunda Guerra Mundial. Quien estuvo interesado en filmar ese relato fue Héctor Olivera, pero el proyecto fue prohibido en 1976 por el interventor militar en el Instituto de Cine y nunca se concretó. En El amigo alemán , la directora narra la relación entre Sulamit, hija de inmigrantes judíos alemanes que huyeron del Tercer Reich, y Friedrich, hijo de un ex miembro de las SS. Cabe acotar que la Argentina fue entre 1944 y 1955 uno de los principales refugios de criminales nazis. La historia de Sulamit y Friedrich comienza en 1954 en un pueblo del interior del país, cuando ambos concurrían a la misma escuela. Integraban la primera generación de hijos de inmigrantes alemanes nacidos en la Argentina, pero influidos por el pasado de sus padres. Concluido el secundario, Friedrich obtiene una beca para estudiar Ciencias Políticas en Frankfurt. Cree que con esa "fuga hacia adelante" podrá superar su conflicto de identidad, en cuanto siente que carga con una culpa que en realidad no es suya, sino de su padre. Poco tiempo después Sulamit gana una beca para cursar literatura, también en Frankfurt. Allí se produce el reencuentro de esas "almas gemelas", y desde ese momento, la directora observa su evolución hasta el año 1984. El relato es un prolongado flashback. Eso ocurre en el marco o con el telón de fondo de sucesivos hechos históricos, como el Mayo Francés, la influencia de la revolución cubana y los movimientos de liberación de los países del Tercer Mundo, la asunción de Allende en Chile, el golpe de estado en la Argentina de 1976 y la recuperación de la democracia en 1983. Esos vaivenes políticos tienen su correlato en la faz afectiva, en especial cuando Friedrich regresa a la Argentina para luchar contra el gobierno militar y Sulamit prefiere permanecer en Alemania. Meerapfel comentó que El amigo alemán trata sobre "la necesidad de tolerancia, de aprender a asumir la historia que llevamos a cuestas y no traumatizarse por ella". Y a través del relato va contrastando las diferencias de las realidades personales de los dos protagonistas, de sus entornos sociales y los movimientos políticos a los que adhieren a través de las tres décadas que abarca la historia. Pero acumula, sin profundizar, un exceso de datos históricos. Y como reza el refrán, el que mucha abarca, poco aprieta. Cuenta con la buena actuación de Celeste Cid y el aporte del alemán Max Riemelt (La ola ), quien no está a la misma altura.