Decapitando gallinas con los dientes Callejón de la Pesadilla (Nightmare Alley, 1946), legendaria novela de ficción de William Lindsay Gresham que sin lugar a dudas constituye el trabajo literario por antonomasia acerca de las ferias ambulantes de Estados Unidos y el espantoso “geek show” o número del salvaje, la costumbre de los capitalistas del carnaval de esclavizar a un borracho o a un drogadicto para que le arranque la cabeza con los dientes a una gallina o a una serpiente con el objetivo de luego beber su sangre ante un público tan espantado como fascinado, forma parte de una suerte de trilogía de Gresham alrededor de los secretos del music hall y el burlesque de acento popular francamente menesteroso y del costado menos amable o brillante de la fauna de los artistas circenses, el vodevil, el espiritismo y las atracciones y los diversos comerciantes colaterales relacionados con los parques temáticos, hablamos de Monstruo a Mitad de Camino: Una Mirada Desinhibida al Resplandeciente Mundo de los Carnavales (Monster Midway: An Uninhibited Look at the Glittering World of the Carny, 1954), libro de no ficción sobre la misma temática también inspirado en las conversaciones del autor con un tal Joseph Daniel “Doc” Halliday, un ex empleado de las ferias aludidas, durante el período histórico en el que ambos combatieron en la Guerra Civil Española dentro de las Brigadas Internacionales del bando republicano, y Houdini: El Hombre que Atravesó los Muros (Houdini: The Man Who Walked Through Walls, 1959), biografía sobre el mago más famoso del planeta que revela y analiza muchos de sus trucos e indaga en la otra pata de estos espectáculos nómadas que tanto obsesionaron a Gresham, léase el gremio de esos ilusionistas y adivinadores que específicamente en el enclave norteamericano casi siempre se entrelazan con el sustrato religioso porque el fundamentalismo protestante del país no suele dejar pasar referencia alguna al ecosistema espiritual o esotérico sin algún sermón piadoso, puritano o autolegitimante de por medio. El escritor, quien tuvo una vida muy colorida entre su alcoholismo e infidelidad crónica para con su tercera esposa, Joy Davidman, célebre poeta que terminaría casada con el asimismo famoso C.S. Lewis, gozó de una etapa de bonanza económica cuando le vendió por 60 mil dólares los derechos de filmación de Callejón de la Pesadilla a Darryl F. Zanuck de la 20th Century Fox como un vehículo para el actor Tyrone Power, una estrella muy taquillera de entonces que deseaba escapar del cliché al que estaba condenado, eso de las odiseas románticas o de aventuras, sin embargo el siempre torturado e inestable Gresham terminaría tirando la toalla en 1962 cuando se suicida a los 53 años a través de una sobredosis de somníferos por un diagnóstico doble de ceguera y cáncer de lengua, episodio que tácitamente lo igualó a ese adalid de los laberintos existenciales, el ventajismo y las muchas ironías del destino de su propia novela. La adaptación protagonizada por Power, Callejón de la Pesadilla (Nightmare Alley, 1947), con dirección de Edmund Goulding y un guión de Jules Furthman, con el transcurso del tiempo se convertiría en uno de los clásicos absolutos del film noir y sinceramente en una de las películas más extrañas que haya salido de la factoría del Hollywood Clásico debido al hecho de que la propuesta era inusitadamente sórdida -y cercana al terror estrambótico- para el nivel recatado de su época y exploraba en simultáneo la codicia capitalista, motivo recurrente en la literatura y el cine del acervo yanqui por ser la cuna de la versión moderna del parasitismo y la explotación, y la degradación moral ya no sólo bajo criterios bobos del vulgo sino también concebida dentro de los confines de la misma idiosincrasia caníbal del sujeto de turno, Stanton “Stan” Carlisle (Power), un trepador que por miedo a caer en la pobreza y el esclavismo a los que están sometidos los marginados en general y los geeks en particular, como decíamos antes unos desesperados del Siglo XIX y la primera mitad del Siglo XX que por unos tragos o algo de opio eran capaces de matar a un animal vivo con su boca delante de una colección de morbosos, emprende un camino de una enorme ambición y continuas metamorfosis profesionales e identitarias que lo llevan, precisamente, a caer en aquello que desde el principio pretendía evitar y que demonizaba como un típico ejemplo del declive humano en tiempos agitados que se movían entre los coletazos de la Gran Depresión y el comienzo de la crisis geopolítica de la Segunda Guerra Mundial, al punto de que la expresión “geek show” se continúa utilizando hasta el día de hoy para designar a un acto horroroso pero aceptado por las mayorías o una experiencia muy humillante frente a espectadores de lo más sádicos y perversos. El Callejón de las Almas Perdidas (Nightmare Alley, 2021), maravilla de Guillermo del Toro, funciona a la par como una nueva versión de la novela de Gresham, más visceral que el libro original y más pegada al imaginario del policial negro de cadencia cuasi operística a lo cuento ético, y como una remake del opus de Goulding, ahora recuperando el desenlace nihilista de la novela y dejando de lado aquel remate ambiguo aunque más esperanzador del film de 1947, amén de que la obra también puede leerse como el tercer y último eslabón de una trilogía de epopeyas góticas de época de Del Toro, esa que se completa con La Cumbre Escarlata (Crimson Peak, 2015), en parte inspirada en Los Inocentes (The Innocents, 1961), de Jack Clayton, y La Casa Embrujada (The Haunting, 1963), de Robert Wise, y con La Forma del Agua (The Shape of Water, 2017), ésta basada en El Monstruo de la Laguna Negra (Creature from the Black Lagoon, 1954), de Jack Arnold, y El Hombre Anfibio (Chelovek-Amfibiya, 1962), joya de la Unión Soviética que fue dirigida por los queridos Vladimir Chebotaryov y Gennadiy Kazanskiy. En esta oportunidad Carlisle (Bradley Cooper) no es un muchacho en pleno proceso de crecimiento sino un hombre de mediana edad que asesina fríamente a su padre alcohólico y abusador dejando la ventana abierta de su cuarto y destapándolo en pleno invierno, luego rápidamente quema el cadáver y la residencia familiar y se suma a una feria encabezada por Clement “Clem” Hoately (Willem Dafoe), adepto a cultivar geeks porque es uno de los espectáculos más populares del carnaval. Stanton pasa de ayudante/ desmontador de carpas a asistir a una pareja de ilusionistas compuesta por la mentalista Zeena Krumbein (Toni Collette) y su esposo borracho Pete (David Strathairn), con quien desarrolló un complejo código vocal que guarda en un anotador y sirve para un número de adivinación de objetos, apariencia y hasta mensajes ocultos de los asistentes mediante palabras y su acentuación, pequeño tesoro del show business que termina en manos de Stan después de transformarse en amante de Zeena y de matar a su marido sin proponérselo al confundir una botella de metanol con una de whisky. A posteriori de esquivar el carácter sobreprotector del forzudo del lugar, Bruno (Ron Perlman), y un enano polirubro (Mark Povinelli) para con una chica que se dedica a un espectáculo con electricidad en paños menores, Molly Cahill (esa genial Rooney Mara), Carlisle se marcha con la muchacha y le lleva dos largos años montar un show para la elite plutocrática de Chicago basado en las supuestas habilidades psíquicas del hombre y la asistencia de la mujer, quien le pasa los datos a través del lenguaje subrepticio ante la vista y los oídos de un público ignorante. Justo cuando pretende escalar al rubro de los nigromantes, los médiums y los cuasi pastores de la alta burguesía, el protagonista se topa con Lilith Ritter (Cate Blanchett), psicóloga brutal y corrupta del segmento ricachón con la que inicia un affaire y con la que estafa primero al Juez Kimball (Peter MacNeill) y su esposa (Mary Steenburgen), los cuales perdieron a su vástago, y después al magnate de temer Ezra Grindle (Richard Jenkins), obsesionado con volver a ver a una antigua amante, Dory, a la que llevó al óbito al forzarla a hacerse un aborto contra su voluntad. Todo sale mal porque si bien consigue sacarle buen dinero a Grindle en varias sesiones espiritistas, cuando llega el momento de que Molly personifique a Dory el engaño queda revelado y el millonario se convierte en un payaso violento que reparte golpes, por ello Stanton lo mata a piñas y hasta atropella con su coche al guardaespaldas, Anderson (Holt McCallany), luego de lo cual es abandonado por Cahill y muta en un vagabundo y alcohólico buscado por la policía porque incluso Ritter lo traiciona quedándose con todo el “vil metal” de sus farsas como psíquico a partir de datos brindados por la bella psicóloga, quien gusta de grabar las conversaciones con sus pacientes a pura hipocresía que se burla de la dignidad confesional. Del Toro deja de lado la pusilanimidad de todo el mainstream y el indie contemporáneos y por ello en El Callejón de las Almas Perdidas exacerba el trasfondo truculento de la novela y la película previas haciendo que nuestro Carlisle sienta culpa no sólo por el fallecimiento accidental de Pete sino también por el asesinato de su progenitor, dos episodios que relata a la futura extorsionadora Lilith con vistas a desahogarse sin tomar conciencia de que la femme fatale es mucho más venenosa y maquiavélica que él mismo, planteo disruptivo con respecto al pasado que también abarca el intercambio explícito de información entre ambos personajes, ella revelando cosillas de sus pacientes y él satisfaciendo su curiosidad en torno a los secretos sucios del varón, y la impronta gore del desafortunado incidente con Ezra, antes apenas un desenmascaramiento y hoy por hoy un doble homicidio y hasta una oreja destruida porque la psicóloga le dispara un tiro a su amante para convencerlo de huir y no regresar jamás ya que descubre que es un criminal hambriento de dinero y un hombre bien mediocre que no sabe retirarse cuando está ganando, clásica conducta del soberbio que queda atrapado en su narcisismo, avidez y compulsiones. El director y guionista mexicano lentifica la narración y extiende el metraje para desarrollar mejor a los personajes desde un humanismo tan lúgubre y doloroso como sensato y desde una entonación impiadosa que pone en entredicho el arte de escalar posiciones sociales porque así como el hombre se sirve de Cahill y el matrimonio Krumbein para trepar Ritter hace lo propio con él, siempre amparada en la impunidad y los datos valiosos del saber institucionalizado, al punto de dejarlo en ridículo ya que desde el vamos le advirtió que Grindle era imprevisible y que abusar de su paciencia y su credulidad podía resultar peligroso, de allí que desaparezca el paralelismo conceptual de antaño entre las dos parejas principales, la de Zeena y Pete y aquella de Stan y Molly, la segunda repitiendo la senda de la degradación de la primera, y el enfoque retórico se concentre, en cambio, en el personaje del magnífico Cooper, figura dominante en un elenco extraordinario en el que todos brillan por igual y están perfectos en sus respectivos roles. Menos ampulosa a escala de la fotografía, la música y el diseño de producción que sus dos trabajos góticos anteriores, sobre todo debido a la impronta de film noir fatalista y quirúrgico, la realización de Del Toro explora la facilidad con la que la manipulación comunal se da vuelta y el embaucador es embaucado y debe autocondenarse para sobrevivir a decapitar muchas gallinas con los dientes porque ese es el único empleo que la antropofagia capitalista tiene para ofrecerle cuando los días de gloria desaparecieron, los magos y videntes están en retroceso y la morbosidad parece ser el único interés de un público condicionado por el mercado a comportarse como moscas y fetichizar la mierda…
Nightmare Alley (1947) fue una especie de melodrama social que se vestía de film noir en un extraño contexto circense de posguerra. En él se narraba la historia de Stanton Carlisle, un laburante de estas ferias pintorescas, y su habilidad para engañar a la gente con un espectáculo que lo llevaría de la fama y las luces a la ruina total. Guillermo Del Toro, realizador irregular, dueño de algunas muy buenas películas y otras mediocres y fallidas, toma este clásico de Edmund Goulding para recrear el relato de este personaje que por ambición lo pierde todo como pasaje y camino hacia la redención. Las distancias entre una y la otra son claras, y el resultado más cantado que una ópera de Verdi: donde la original desbordaba sutileza, precisión, elegancia visual y narrativa, la nueva exhibe grosor, regodeo, impericia narrativa y efectismos varios. En el film de Goulding, Stanton entrega su corazón a Molly, la mujer más linda de la caravana. Molly, que representa la salvación y en parte lo sagrado dentro de un relato maquiavélico y sombrío, cede ante el magnetismo de Stanton y ambos dejan el circo para montar un show propio con las habilidades que aprendieron de una pitonisa y su marido. En un principio la joven cede ante las estafas que le dan prestigio al dúo y se sube al caballo sin reparar que Stanton es ya un arribista que no parece tener límites y que caerá en picada hacia la perdición. Molly abandona a su habilidoso compañero y amante y éste experimenta un descenso a los infiernos que lo deja en la lona. Una vez que ese camino pedregoso daña cada paso del chanta de turno, lo que dará forma a la obra es su naturaleza redentora y su funcionalidad hacia un discurso o visión del mundo clara y específica teniendo en cuenta que lo que narra es lo justo y necesario. En cambio, en la obra de Del Toro Stanton no deja claro si alguna vez realmente amó a esa mujer inocente y dedicada: todo se destruye en este film, porque todo lo que rodea al protagonista es infestado por su ambición y su sed de poder. Lo que ya puede dar indicios del esperable final que se amasa entre manos. El relato parece sobrepasado, casi desbordado por su ambición estética y narrativa, su incesante necesidad efectista y puramente emocional; donde un pasado nefasto condiciona psicológicamente al protagonista, salpicando así de un tono tremendista el todo para arribar a un final con una moralina cantadísima. Parte, solo parte de la moral cuestionada en esta versión estaba en la original, pero funcionando a su vez como castigo simétrico (tanto ético como cinematográfico) al que se logra soslayar porque habita también la posibilidad de la fémina como salvación y perdón: de ese abismo hacia la nada se asciende hacia lo alto, hacia el cielo. El rol de la mujer cambia porque el foco de atención que elige Del Toro es otro y no queda bien claro dónde se quiere parar al respecto. La Nightmare Alley de Del Toro quiere jugar a ser más oscura, al relato violento y salvaje como extensión de un cinismo lacerante e inhumano, sumado a un maniqueísmo para nada sutil. Acá Stanton es el doble de monstruoso, el triple de ambicioso y su destino, el que prefiere mostrar Del Toro, un castigo ruin sin ansias de salvación alguna. No es el pesimismo lo que cae mal al cine, sino la intención discursiva y mal ejecutada que lo condena como cruz que se carga a sus espaldas: Si en el relato de Goulding todo se resuelve en un lapso específico, en la versión 2022 las vueltas de calesita son tan laberínticas y soporíferas que alargan kilométricamente la obra, y el aburrimiento promediando la mitad del recorrido es tan incontenible y denso que, admito, invitaron cordialmente a unas cabeceadas y alguna siestita de segundos por acá y por allá. Dos horas y media que parecen diez y que además se podrían haber resumido en hora cuarenta, más o menos. Nightmare Alley modelo 2022, se nota, es la intención por parte de Del Toro de hacer un film de tono más serio y ligado más a la Clase A que la B, lugar donde mejor se ha movido varios años atrás. Más que maduración cinematográfica, Nightmare Alley es estrategia pura.
Historia de traiciones, de personajes que buscan su destino y también el progreso sin medir las consecuencias, está en el centro de esta película que toma al clásico de los años ’40, lo reinventa y ofrece una relectura en donde nada, ni nadie, es lo que parece ser.
El Guillermo Del Toro más humano y hollywoodense nos propone unirnos al circo para empezar de nuevo, jugar con fuego y enfrentarnos a las consecuencias.
De la mente de Guillermo del Toro llega esta nueva pesadilla en la cual vamos a seguir a un estafador interpretado por Bradley Cooper y un gran elenco. Sinceramente esta es una de las cintas más esperadas de este año, por ser de Guillermo del Toro, quien nos dio grandes joyas cinematográficas. Pero esta falla a lo grande después del segundo acto, donde al meter tantos personajes pierde el hilo conductor de esta historia. Además, todo lo que presenta se disuelve y hace que poco a poco pierdas el interés por nuestros personajes. La química que tienen Bradley Cooper y Rooney Mara no es creíble en ningún momento, porque se siente que nada de lo que hacen repercute en la historia. Lo mismo ocurre con las decisiones que toma nuestro protagonista; cada paso que da se vuelve todo mucho más sombrío y peligroso, donde va tener muchas pruebas que lo van a llevar a un límite y quebrar alguna reglas que él mismo se impuso. Tenemos que tener en cuenta que esta es una remake de la película de 1947 dirigida por Edmund Goulding, que sinceramente trataba mejor a sus personajes y que acá, como dijimos anteriormente, el guion se va por las ramas y ningún personaje se siente con un objetivo claro y conciso. Sin embargo, algo que no se pierde son las creaciones de los monstruos que de la mano de Del Toro son fascinantes. Por otro lado, a pesar de su gran elenco esta cinta le hace perder todo el interés a la audiencia después de un fantástico primer acto, y que lamentablemente se desinfla y muestra todo sus problemas con su guion y la narrativa que le tratan de dar vuelo a cada uno de nuestros personajes pero que caen por demás en un cliché andante y súper repetitivo. Lo más llamativo es que el nivel del primer acto hace recordar a las mejores películas de este director, pero después todo eso se cae y se vuelve una película repetitiva y sin sentido alguno. Lamentablemente el carnaval se queda sin alguna actuación que sea interesante para el espectador y además le juega en contra la duración, porque podría contarse en un poco menos de tiempo y sin tantos hilos que se abren y no funcionan para nada. Es más, distrae al espectador y te deja con más preguntas que respuestas. «El callejón de las almas perdidas» es una de las desilusiones del año y espero que el próximo proyecto de Del Toro vuelva a su modo más clásico con una historia con corazón y sin muchos personajes, porque esta sinceramente es un sinsentido de personajes que no llegan a nada. Igual vayan al cine y vean por ustedes mismos esta nueva película de Guillermo del Toro que ya está en todos los cines del país.
Desde el anuncio del proyecto de El callejón de las almas perdidas, Guillermo del Toro se encargó de repetir en diversas entrevistas que su película no sería una remake del noir de Edmund Goulding con Tyrone Power, estrenado en 1947, sino una nueva adaptación de la novela de culto de William Lindsay Gresham. Aquella historia sobre circos y ocultismo ambientada a fines de los años 30 resultaba el material perfecto para la cinefilia del director, tentada siempre por el homenaje y el pastiche, cuya prueba oscarizada fue La forma del agua. Lo que allí era el fantástico y el cine de monstruos acuáticos aquí asciende a la tierra bajo los contraluces del film noir y las fábulas de ascenso y caída de falsos profetas y charlatanes de feria. Del Toro actualiza esa fruición por la cita y expone un mundo de ficción recreado al dedillo como aquellos que lo fascinaron en su juventud. El callejón de las almas perdidas es eso, una pieza perfecta de orfebrería a la que el alma se le escurre entre las volutas de decoración. La historia es aún más fiel a la novela que la versión de Goulding, que había recortado el pasado del joven Stanton Carlisle para iniciar el relato con su presencia en el circo como maestro de ceremonias de un acto de adivinación. De Toro y su coguionista Kim Morgan restauran sus recuerdos ominosos, de culpa e incendio, y presentan a Stan (Bradley Cooper) arribando a un pequeño pueblo, tentado por las luces de un circo, asombrado por el acto indigno del monstruo de la feria. Su decisión de permanecer allí no es solo una escapatoria de sus fantasmas, sino la oportunidad de descubrir su talento, algo que creía que no poseía. Pero el encuentro con Zeena (Toni Colette) y Paul (David Stratahirn), dos actores de vodevil devenidos en un matrimonio agrietado por el alcohol y las traiciones, desemboca en un hallazgo: un código secreto que permite el perfecto acto de videncia y un espectáculo de premonición, para el que Stan necesita a Molly (Rooney Mara), cómplice inmejorable para el amor y la estafa. Como ocurría con La forma del agua, la voracidad de fan de Del Toro impregna la puesta en escena y entonces todo se da cita en la película con la avidez de un coleccionista: los monstruos trágicos herederos de la tradición de la Universal; la pérfida femme fatale que interpreta Cate Blanchett como eco de todas las actrices del noir (con Veronica Lake a la cabeza); el retrato del magnate que interpreta Richard Jenkins, heredero de los ambiciosos de John Huston, que luego el mismo Huston interpretaría en Barrio Chino; el atuendo de Toni Colette como prestado por la Marlene Dietrich de Sed de mal. Todo cobra forma en una imaginería que pone la puesta en escena al servicio de simultáneas apropiaciones en las que, de a ratos, asoma la gestación de un drama propio. La crueldad humana, ya sea en la exposición de las miserias en el circo o en las lágrimas en los salones de la ciudad, aparece como un signo visceral tanto en los actos de las víctimas como de los victimarios (la doliente madre que interpreta Mary Steenburgen y el sádico dueño del circo del genial Willem Dafoe). Sin embargo, lejos de sintonizar con la posición periférica que tuvo la versión de Goulding, arrastrando a una estrella como Tyrone Power a una interpretación brutal y consagratoria, a un registro sucio de bajo presupuesto, a los caprichos de un estafador que no tiene trauma que justifique su ambición, Del Toro hace una película fastuosa e importante, repleta de estrellas y colores artificialmente opacados, mobiliario art decó y alfombras impecables. La esencia del film noir fue siempre exponer la sordidez del mundo de posguerra en una belleza sombría y dolorosa, impregnar esas encrucijadas entre ambiciones y fracasos de un aire irrespirable y una moral desgastada. El callejón de las almas perdidas no tiene demasiado de ese fondo porque la perfecta superficie es su límite. Dividida en dos partes, la primera ambientada en el circo, la segunda en la urbana Búfalo, la película recorre el impulso de Stan hacia la distinción, hacia la convicción de que más allá del engaño y el oportunismo existe el poder de leer los sentimientos de quienes le piden ayuda. Ese es un interrogante nacido a comienzos de los 40, como bien lo entendió Gresham, luego de una década en la que líderes carismáticos habían ascendido a poder interpretando los más íntimos deseos de las masas populares. Pero esa lectura política que expandió la fuerza literaria de Gresham, y que lo llevó a exponer a varios charlatanes de feria más allá del circo, se torna liviana en la obra de Del Toro, un ejercicio de estilo virtuoso y deslumbrante que sintetiza toda nuestra posible admiración.
La nueva película de Guillermo del Toro es una fábula moral, tan fascinante como oscura, sórdida y espantosa. Trata como nunca en el universo del director de El laberinto del Fauno sobre la conducta humana, que sabemos puede ser tan siniestra, intrigante y seductora. Y también está la relación entre Stanton (Bradley Cooper) y Lilith (Cate Blanchett), probablemente dos caras de una misma moneda oxidada. Estafadores de todo tipo, manipuladores de la confianza e ilusiones ajenas, ya sea en una feria o parque de diversiones o psiquiatras, no hay nadie en quién confiar, parece decirnos Del Toro. Sombrero de fieltro, Stanton Carlisle comete un crimen ni bien abre la película, toma un tren y despierta cerca de un parque de diversiones. Como si ese cerrar y abrir de ojos significará terminar una etapa y comenzar otra, Stanton tendrá una nueva oportunidad. No es fácil ni difícil sentir empatía con Stan. Es un hablador que se cree superior al resto. ¿Un trepador social? Sí, seguramente. Y un tipo que puede tropezar en cualquier momento. Ningún santo Del Toro y su coguionista Kim Morgan -nueva pareja del director- no dan indicios del pasado de Stan como sí estaba en la novela de William Lindsay Gresham, que ya tuvo su versión cinematográfica, dirigida por Edmund Goulding, en 1947, con Tyrone Power. Sabemos, entonces, que el personaje no es ningún santo. Lo que no sabemos es la motivación de sus actos. Pero las futuras relaciones con los miembros de esa kermesse ambulante (los personajes de Ron Pearlman, Willem Dafoe, Davis Strathairn, Toni Collette, Rooney Mara: tras el Oscar por La forma del agua el mexicano no se privó de contar con un elenco de ensueño) nos darán una idea de quién es Stanton. Son los años ’30, después de la Gran Depresión. No es un mundo de ilusión, pero sí uno en la que hay muchos ilusos -los que pagan una entrada para ir a la kermesse- y estafadores que juegan con la esperanza de esa gente. Allí, en el parque, está la mecánica del engaño, desde cómo se adivina lo que quiere saber un visitante a cómo convertir en monstruo a cualquier persona. Pero aquí, a diferencia de en otras creaciones de Del Toro, no hay monstruos sobrenaturales. Hay monstruos de verdad. Tipos y tipas que con tal de alcanzar notoriedad y dinero son capaces de vender su integridad. De eso trata El callejón de las almas perdidas, una película que no es que vaya en círculos -presten atención a cómo Del Toro gráficamente utiliza lo circular-, pero que agarra al espectador, y difícilmente lo suelte. Hay algo del Freaks de Tod Browning en todas las secuencias de la kermesse, en ese universo de semimarginados de carromato. El mentalista (David Strathairn), la clarividente Zeena (Toni Collette), el rudo Bruno (Ron Perlman), Clem (Willem Dafoe), salvo Molly (Rooney Mara) todos tienen algo que ocultar. Y la pregunta es por qué albergarían a alguien como Stanton. Un personaje que se irá de allí, de los pueblitos hacia la gran ciudad, junto a la cándida Molly como su amor y asistente, y en Copacabana (¡!) se cruzará con la psiquiatra Lilith Ritter. Allí, cuando el filme se transforme en un film noir, Lilith será la enigmática femme fatale, encarnada por Cate Blanchett. Ella cree desenmascarar el acto de clarividencia de Stan, pero él la convence, o eso cree, que la ha engañado. La iluminación del director de fotografía Dan Laustsen es cautivadora. Y el art decó del que abreva la diseñadora de producción Tamara Deverell, y el vestuario Luis Sequeira sirven al lenguaje visual de Del Toro, a sus citas cinéfilas. A crear un universo seductor, que embruja, con una mirada menos conmovedora, es cierto. Pero con qué mirada.
Quien haya visto la versión original de “EL CALLEJON DE LAS ALMAS PERDIDAS” (Nightmare Alley, Edmund Goulding, 1947) podrá apreciar rápidamente que esta nueva versión de Guillermo del Toro gana ampliamente en esplendor visual y en el subyugante diseño de arte pero que, a la hora de delinear los personajes, se queda en la superficie y los pasea con trazos demasiado esquemáticos justo en aquellos momentos en los que, en la primera versión, contaban la historia de una forma osada e innovadora para la época –hace ya más de 70 años-, aún con la restricciones que pesaban sobre ciertos temas. La presentación del personaje central de Stanton Carlisle (Bradley Cooper), ingresando a una de esas ferias de fenómenos típica de la posguerra, le permite justamente a Del Toro una primera parte de la película estéticamente muy atractiva con múltiples referencias cinéfilas y una inmersión a un mundo prácticamente hipnótico junto con su juego de espejos. Lo freak, lo oscuro, lo violento y una fuerte sensación de marginalidad se despliegan entre bellísimas escenografías y una puesta sumamente cuidada, que con cada uno de los detalles, va dando indicios de los rasgos de cada uno de los personajes con los que Stanton se irá cruzando. Entre ellos aparecen Zeena (Toni Collette) junto a su esposo Pete (David Strathairn), quienes, casi sin quererlo, despertarán en Stanton una posibilidad de ascenso social frente a una enorme depresión económica a través de un camino oscuro que va progresivamente creciendo, iniciando como pequeños actos de adivinación en night clubs hasta montar verdaderas estafas con supuestos contactos espirituales con las almas del más allá. Si bien en todo acto de feria se sabe que se esconde un truco, parte del “abuso” del artista es seguir cautivando al público que cae absorto, borrando los límites entre magia y realidad, entre el mundo real y el mundo de las almas. En el papel de Stanton se juegan justamente todas las dilemas vinculados a los límites éticos y morales, ese fin que justifica los medios, la búsqueda de un ascenso desmedido, involucrando inclusive a su compañera Molly (Rooney Mara), junto a quien presenta este tipo de actos de adivinación y la va involucrándola en su red y marcando una fuerte diferencia moral entre cómo se mueven los personajes femeninos y la falta de escrúpulos en los personajes masculinos, roles que se verán subvertidos a medida que avance el relato. La versión de Guillermo Del Toro tiene una extensión mucho más larga que la original que hace que el ritmo del relato quede resentido, aunque los guionistas han plantado que esta nueva relectura se apega totalmente a la novela original sin intentar que fuese una remake del clásico. De todos modos, la forma en que el guion va concatenando las diferentes partes del filme deja, en algún punto, una sensación de fragmentos ordenados pero un tanto aislados, con poca conexión entre sí. Primero la feria, luego Zeena y Pete, luego Molly que pone la pizca de romance de la historia, y finalmente la aparición del personaje de la Dra. Lilith Ritter (a cargo de una impecable Cate Blanchett sorprendiendo con un estilo vamp, típico de un personaje femenino de un film noir) en una última parte que, inclusive, cambia la luz y el tono general del relato. El arco transita desde una primera parte con una interesante mezcla de aproximación casi burtoniana del circo ambulante junto con lo perturbador de lo freak de Tod Browning, hasta, lo que parece una película totalmente diferente, con aroma al cine negro policial que aparece más notablemente desde que Blanchett entra en pantalla. De todos modos, Del Toro tiene pericia y resuelve muy bien las escenas claves de la película, sobre todo una escena de alta tensión en un cementerio que realmente logra un suspenso extremo. Pero el artificio y la puesta en escena, el preciosismo con el que quiere lograr cada detalle, hace perder de vista al nudo central de la historia donde la falta de moral del personaje, las traiciones, las estafas y la ambición desmedida, van destruyendo el alma de Stanton. En este caso, la construcción del personaje que hace Bradley Cooper logra un tono seductor, atractivo y carismático para atrapar a sus víctimas que rápidamente serán estafadas, pero no logra la profundidad necesaria para esos momentos más dramáticos en donde el personaje comienza a vivir su propio infierno. A pesar de contar con un gran elenco (que incluye a Williem Dafoe –en un gran papel-, Richard Jenkins y Ron Perlman) sólo Cate Blanchett y una breve pero perfecta participación de Mary Steenburgen, logran despegar de cierta chatura que hay en la propuesta que plantea el director para la construcción de los personajes. “EL CALLEJON DE LAS ALMAS PERDIDAS” sorprende más en las formas que en el fondo y cierra con una muy buena elipsis sobre su personaje central, aunque una vez terminado ese recorrido queda la sensación de que, en el camino, Del Toro se deslumbró a su mismo con una puesta fastuosa que sólo en algunos momentos logra ahondar en sus criaturas. POR QUE SI: » Del Toro tiene pericia y resuelve muy bien las escenas claves de la película «
"El callejón de las almas perdidas", de Guillermo del Toro: rumbo al infierno El director de "La forma del agua", siempre ligado a géneros populares como la ciencia ficción, el terror y la fantasía, se interna ahora en el universo del "film noir", con una nueva versión de un clásico de Hollywood. Nightmare Alley (1947), estrenada en Argentina como El callejón de las almas perdidas, no fue un clásico inmediato, pero el paso del tiempo –y su carácter un tanto mítico, debido en parte a los conflictos legales que impidieron su circulación durante décadas– hicieron que el largometraje de Edmond Goulding adquiriera su estatus definitivo como uno de los film noirs más extraños y extremos de los años 40. La novela homónima de William Lindsay Gresham en la cual se inspiró recibe ahora un nuevo tratamiento cinematográfico, en la primera película del mexicano Guillermo del Toro alejada del universo de lo fantástico. La historia, en esencia, es la misma: Stanton Carlisle –antes Tyrone Power, ahora Bradley Cooper– reinicia su vida en una típica feria de atracciones ambulantes, poblada como corresponde por fenómenos de la naturaleza, freaks, geeks, hombres-serpiente, mujeres electrificadas, adivinos, fetos embotellados y juegos mecánicos. La época retratada es más precisa que en la versión 47: el final de la crisis económica de los 30 y la entrada de los Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial. Pero Stanton dista de ser un patriota y su oscuro pasado (el prólogo de la película ocupa una buena porción de la diferencia de metraje entre las dos versiones, 110 minutos contra los actuales 150) anticipa nuevos nubarrones y tormentas. A poco de llegar al carnival, regenteado por un Willem Dafoe retorcido y grasoso, Stan trepa de a poco en la escalera social de ese microcosmos, de changarín a asistente del jefe y de allí a formar parte de un sorprendente acto de adivinación. Con o sin sombrero en la cabeza, Cooper aporta el talante necesario para que su personaje bascule entre extremos, de galán deseado por la tarotista Zeena (Toni Collette) y la más joven Molly (Rooney Mara) a buscavidas dispuesto a cometer errores, conscientes e inconscientes, para avanzar en una recientemente descubierta carrera: el mentalismo y, más adelante, el espiritismo. “Ismos” que no son otra cosa que fachadas de los más viejos trucos de magia mental, en parte psicología aplicada, en parte sofisticados esquemas de transmisión oral en código. El blanco y negro de El callejón… original es reconvertido en una paleta de colores potentes (existe una versión especial en b&n que no llegará a nuestro país), punto de partida de una relectura desde el presente del universo del cine negro, imposible de reproducir hoy en día si no es mediante el artificio. Nada difícil para del Toro, cuyo imaginario visual, ligado a géneros populares como la ciencia ficción, el terror y la fantasía, siempre ha dependido en gran medida de ajustados diseños de producción. Su nueva película no es la excepción, y esa meticulosidad en la puesta en escena del guion es su mayor virtud y también su principal enemigo: en más de una ocasión, la historia se siente demasiado consciente de sí misma, calculada en exceso, en particular durante las escenas entre Carlisle y la psicóloga Lilith Ritter (Cate Blanchett, ultra platinada y en modo über femme fatale). Pero la historia es casi siempre atractiva, y aquellos espectadores que no conozcan el libro o el film original disfrutarán aún más del paseo. Es que el relato, dividido en dos segmentos bien diferenciados, encuentra al renovado Stan fuera de las barriadas, en el centro nocturno de las grandes ciudades, celebrado como un gran mentalista y siempre acompañado por la sufrida Molly. El triángulo con la terapeuta está servido en bandeja y las ambiciones del antihéroe crecen en cantidad y calidad: el ego y el dólar dirigen y obsesionan. A diferencia del “callejón de las pesadillas” original, siguiendo su título en inglés, que por cuestiones de censura debió pergeñar un final esperanzador, la versión de del Toro es una caminata por los infiernos de la mente y la carne, un descenso lento y riguroso plagado de mentiras y estafas que funciona como preparación para la caída estrepitosa, para ese “nací para hacer esto” que cierra el libro original.
Esta nueva versión de la novela de William Lindsay Gresham de la mano de Guillermo del Toro viene a deslumbrar. Así como la película protagonizada por Tyrone Power en l947 se considera un clásico, este film del realizador mexicano, aun sin ser una de sus mejores películas, es de visión obligatoria por muchas razones y, se ruega, en una sala de cine. Es que para esta historia oscura, cínica, repelente y fascinante a la vez, el director tuvo todo a su disposición: Un elenco de estrellas talentosas, dinero para construir una feria de monstruos, el mejor equipo técnico. El realizador que escribió el guión con Kim Morgan se rodeó de deslumbrantes rubros técnicos, vestuario, dirección de arte, fotografía. Cada encuadre es voluptuoso y sorprendente. En la primera parte, el lugar al que llega el protagonista con un pasado inconfesable, es una feria de las degradaciones humanas, donde adivinos y tarotistas, magos y payasos conviven con mujeres que soportan el paso de la electricidad de algo voltaje, los fetos deformes o el pobre alcohólico y prisionero que come pollos vivos y recoge aplausos y vítores. En ese ambiente el protagonista conquista a la virginal chica que lo acompaña a recorrer el mundo con un truco infalible, un código verbal que le permite engañar a la perfección a su audiencia. Pero la segunda parte del film se interna en un mundo lujoso y art decó donde el “mentalista” se alía con una mujer fatal, un personaje escrito para el lucimiento de Cate Blanchet. Ella junto a Bradley Cooper comenzaran un negocio amoral, con terribles consecuencias y daños colaterales. Lo que hace Cooper con su anti-héroe es mostrar toda su capacidad de fascinación, la atracción del abismo del mal, y su ambición que lo devolverá a los infiernos. Como dos películas en una, con un final que no intenta ser moral. Se lucen Tony Collete, Willem Dafoe, Rooney Mara y todo ese elenco increíble. Poderosa, imperfecta, atractiva, impresionante.
El monstruo que me habita. Guillermo del Toro nos trae una nueva versión de Nightmare Alley (1947), y lo bien que hace en abarcar una historia que se ajusta al concepto de su filmografía, con esa troupe de monstruos que aquí muestran su costado más humano. Una puesta en escena exquisita para desarrollar un relato noir, en donde el protagonista desnuda su naturaleza sin ningún tipo de prurito, impulsado por un deseo malsano y la ambición. Todo comienza con un incendio aposta, con grandes llamas de fuego que purgan un acto atroz. La chance para huir de Stanton (Bradley Cooper), quien sin pensarlo cae una feria ambulante plagada de freaks y actos imposibles. Allí conocerá a personas que inconscientemente estimulan su bestia interna, pero también a aquel que se puede enamorar de una mujer dulce, Molly (Rooney Mara), y así él mantener una ilusión muy alejada de su verdadera naturaleza. Cuando todo parece marchar sobre rieles, ya alejado de la sacrificada feria, realizando un acto de mentalismo tan falso como sorprendente en teatros de lujo y acompañado por Molly, conoce a la afamada y sensual psicóloga Lilith Ritter (Cate Blanchett); quién lo desestructura totalmente, porque bajo sus trajes y vestidos lujosos tienen la misma esencia. Una esencia que se potencia a la máxima expresión ante el primer contacto visual de ambos. No hacen faltan palabras para coordinar una serie de estafas hacia las personas más poderosas, influyentes y peligrosas de la ciudad. Y así deviene El Callejón de las Almas Perdidas, en curvas narrativas intricadas, un ambiente turbio con personas confusas. Por un momento una feria de monstruos propiamente dicha, pero no monstruos herederos de una malformación corporal. Sino personas que realmente encarnan el “mal”, y que por momentos son víctimas y por otros victimarios. La rueda de la fortuna gira para todos y puede frenar en cualquier lugar; tal como los complejos personajes, Del Toro sabe manipular muy bien esta historia deformada y fascinante.
¿Qué sucede si molestás a las personas equivocadas? El callejón de las almas perdidas es una película admirable, con magia, con drama, con interpretaciones excelentes. Una película 100% de Guillermo del Toro. Basada libremente en la novela Nightmare Alley de William Lindsay Gresham (publicada en 1946) y con leves toque de similitud con la película filmada al año siguiente, protagonizada por Tyrone Power y dirigida por Edmund Goulding (también, desde ya, tomando la idea del libro escrito por Gresham), llega a las salas esta nueva versión de una historia sobre el éxito, la caída y las mentiras que en el medio pueden obnubilar la mirada a través del ego. Con un vuelo poético diferente, porque las formas de encarar las historias se han modificado sustancialmente, se sugiere menos y se deja de lado, así, alguna sutileza elegante. De todos modos, es una película que Del Toro puede armar y desarmar, con la que se siente a sus anchas, y que no deja de lado su manera de acercarse a lo fantástico, a lo mágico, que también puede ser terrorífico y horroroso. Los freaks que tanto le gustan, los desvalidos y apartados del mundo siguen presentes en sus historias. Del elenco forman parte nombres maravillosos como Toni Collette, Cate Blanchett, Rooney Mara, Willem Dafoe, Mary Steenburgen, junto a un perfecto Bradley Cooper, quien demuestra a cada paso y en cada nuevo film en que participa la calidad que lleva consigo. El callejón de las almas perdidas es una película definitivamente para ver en cines.
En la escena inicial el protagonista de la historia coloca un cadáver envuelto y atado en un agujero de una casa. Ha roto el piso de madera para colocarlo allí. No lo tapa, ni le pone maderas arriba, lo deja allí y prende fuego la casa. No queda muy claro para que hace el pozo que finalmente no tapa, pero igualmente allí está el origen del personaje y el costado psicológico que la película utilizará para explicar las conductas y ambiciones del protagonista. Solo se lleva un reloj que también será clave en la trama. Stanton Carlisle (Bradley Cooper) es un buscavidas inescrupuloso que luego de la mencionada escena sale a buscar suerte, llegando a una feria ambulante, donde los espectáculos le llaman la atención y decide sumarse. Su ascenso dentro de la estructura de esta farándula nómade lo irá acercando a sus sueños, pero él siempre buscará más. Estamos en la década del treinta y Estados Unidos sufre la gran depresión, pero Carlisle las cosas marchan bien, salvo que sea incapaz de ponerle límites a sus ambiciones. Siendo un policial negro no cuesta nada saber que es lo que pasará. La película escrita y dirigida por Guillermo Del Toro está basada en la novela de William Lindsay Gresham, que ya fue adaptada en un film de 1947, dirigido por Edmund Goulding y protagonizado por Tyrone Power. Del Toro declaró que no se trata de una remake y al ver las dos películas hay que reconocer que tiene razón. Son dos películas muy diferentes, aunque la que veamos primero condicionará la experiencia de la segunda, probablemente. Hay algo más de riesgo y potencia en el film de 1947, posiblemente porque Tyrone Power buscaba salir del lugar seguro que tenía su carrera y puso lo mejor que tenía para transformarse en un monstruo. A pesar del gran elenco de la película del 2021, no hay manera de conectar emocionalmente. Técnicamente muy deslumbrante, el film de Guillermo Del Toro no tiene la menor energía para saber a dónde se dirige, simplemente está filmada muy lindo. Sí, se trata de una película bien hecha, no un producto berreta de streaming de esos que demuelen a diario el cine. Pero no alcanza. Por suerte Guillermo Del Toro se aleja acá de la minuciosa agenda ideológica que poblaba La forma del agua, una película que se veía perjudicada por su bajada de línea carente de sutileza. Sin embargo la historia, realmente muy buena, no consigue generar empatía alguna. No es fácil identificarse con un personaje de villano, pero no se trata de quererlo, sino de sentirnos cerca de su destino. En 1947 se había podido lograr, pero en el 2021 las película no quieren asumir sus riesgos, aun cuando se supone que tienen más libertad para contar historias. Es abrumadora la belleza de los decorados y el vestuario, así como también el cuidado en la fotografía. Hay una versión en blanco y negro pero no es fácil de ver fuera de Estados Unidos. En lo estético Del Toro funciona, pero en esta, su primera incursión fuera del cine fantástico, no consigue insuflar de vida a sus criaturas. Cuando uno piensa que fue inspirado por cineastas como Tod Browning y James Whale, es una pena que no haya podido lograr acá el enorme corazón de estos directores.
En los últimos años el cine hollywoodense evocó la nostalgia por el viejo cine noir americano con películas decentes que pasaron sin pena gloria por las salas. Tanto Ben Affleck (Live By Night) como a Edward Norton (Motherless Brooklyn) no tuvieron suerte en los aspectos comerciales cuando abordaron como realizadores el género, en parte a que se trata de una temática que ya no llega a un público masivo. El nuevo film de Guillermo del Toro, que encima tuvo que enfrentar el contexto de la pandemia, padeció hasta la fecha el mismo destino y después Nightmare Alley (su título original) va a pasar un largo tiempo hasta que los grandes estudios vuelvan a invertir en una producción de este tipo. Esta historia concebida en la literatura policial por William Lindsay Gresham en 1947 tuvo su primera adaptación con una película muy controversial por las temáticas turbias que trabajaba. Por entonces el actor Tyrone Power (La marca del Zorro) buscaba despegarse de los roles de héroes de aventuras y galanes románticos y gestó este proyecto que le brindó la oportunidad de encarnar uno de los personajes más siniestros de su carrera. Lamentablemente la película surgió en el contexto de post-guerra donde el público norteamericano no tenía ganas de ver historias oscuras de este tipo ni a Power en esta clase roles y resultó un fiasco en la taquilla. No obstante con el paso del tiempo se convirtió en un clásico de culto. Guillermo del toro, que es un muchacho inteligente, tenía claro de entrada que jamás en la vida iba a superar el film original y en lugar de refritar el film del ´47 optó por elaborar su propia adaptación de la novela de Gresham. El camino más acertado, en parte porque 250 Bradley Cooper no hacen un Tyrone Power. Esta versión de Nightmare Alley es una producción ambiciosa que demanda paciencia del espectador ya que el thriller que ofrece se cocina a fuego lento y tanto la intriga como su atractivo en materia de intensidad va de menor a mayor. El primer acto es un poco complicado porque el director expande la historia con una introducción de los personajes que se hace eterna y alarga de un modo innecesario el disparador del conflicto. Después de la primera hora fatídica la trama cobra fuerza y se vuelve más interesante hacia la gestación del clímax, pero hay que tener paciencia porque el comienzo la verdad que es un poco aburrido. El poco interés que puede generar en un principio el relato se compensa con el soberbio espectáculo visual que elabora el realizador mexicano. Junto con el director de fotografia Dan Lausten desarrollaron una marcada puesta en escena artificial que tiene la función de evocar el imaginario de un cómic pulp, más que una reconstrucción histórica realista de 1939. De hecho, hay más de una escena que remite más a las historietas de Batman de los años ´40 que cine noir clásico hollywoodense que iba por otro lado. Se nota toda la atención que le pusieron a los decorados con el fin de construir una experiencia audiovisual fascinante. Desde lo técnico no se le puede objetar nada y probablemente coseche un par de nominaciones al Oscar en varios rubros. A diferencia del film de 1947 que padeció las restricciones de la censura de ese momento, el film de del Toro va al hueso en lo referido a la brutalidad del cuento y su contenido turbio. En esta cuestión sobresale una de las grandes debilidades del film que es el casting de Bradley Cooper, a quien le queda demasiado grande este rol y ni siquiera se acerca a evocar la oscuridad de estafador Stan Carlisle como lo hizo Power en la original. Sólo el director entiende por qué este personaje no quedó en manos de Willem Dafoe, quien tiene una participación en el film y se hubiera hecho un festín con este rol. Cooper ofrece un trabajo decente pero no es la gran figura de la película y termina opacado por Cate Blanchett, quien sobresale con una mayor intensidad. El resto de la grandes figuras acompañan con roles más acotados, con la excepción de Rooney Mara, cuyo personaje encuentra un lugar para destacarse un poco más. Aunque la adaptación original sigue siendo muy superior, esta nueva versión al menos resulta satisfactoria si bien está destinada a quedar en el recuerdo en la segunda línea de la filmografía del cineasta mexicano. Algo similar a lo que ocurrió con Crimson Peak que es una buena película pero no sobresale entre los cinco títulos más populares de su obra.
Una película de monstruos en la que los monstruos son personas. Así suele definir Guillermo del Toro a Nightmare Alley/El callejón de las almas perdidas. El film toma como fuentes la novela de 1946, de William Lindsay Gresham, y la película noir del año siguiente, con Tyron Power. En plena Depresión, principios de los cuarenta, Stanton Carlisle, el antihéroe interpretado por Bradley Cooper, ambiciona convertirse en un gigante del showbiz con pretensiones. De armar parques de atracciones plenos de sensacionalismo, el hombre y su “socia” Molly (Rooney Mara) se lanzan hacia la conquista de, digamos, públicos más selectos. Su impulso está en el corazón de esta fábula oscura, que con un gran despliegue visual, y un diseño de producción impresionante, recuerda a una cruza entre Freaks y El gran truco, desembocando en el cine negro del Hollywood clásico. El universo de freaks, mentalistas, carnaval y circo va como anillo al dedo de los gustos de Del Toro. Después de la mediocre y oscarizada La forma del agua el director vuelve al terreno del cuento espeluznante con un protagonista acorde: moralmente turbio. Por cierto, el film de terror estrenado en 2021 con Del Toro como productor, Antlers, de Scott Coopers, es mucho más interesante. El elenco, con Willem Dafoe, Toni Colette y David Strathairn termina de lucirse con Cate Blanchett, como una misteriosa psicóloga. En contra del poderío visual de todo el asunto, sin embargo, vuelven a la carga las alegorías y los “mensajes” no demasiado pulidos que ya enturbiaban el atractivo de El laberinto del fauno. De todas formas, el lujo visual de esta película está diseñado para producir placer y que la oscuridad de sus callejones dialogue con un mundo que caminaba hacia una negritud aún mayor: la guerra mundial.
Freaks, estafadores y muchos claroscuros Guillermo del Toro adapta la novela de William Lindsay Gresham, que tuvo una primera versión en 1947, sosteniéndose en un gran elenco que saca a flote una historia atractiva con una dirección que no siempre llega a buenos resultados. El callejón de las almas perdidas es un clásico noir que llegó a los cines por primera vez en 1947. En dicha adaptación, el actor Tyrone Power interpetaba a un joven con ansías de éxito que se convierte en feriante, se enamora de una compañera de trabajo y aprende el arte de la estafa. La versión de Guillermo del Toro se ciñe a la trama original agregando una dosis inclaudicable de oscuridad -característica emblema del autor de El laberinto del fauno (2006) y La forma del agua (2017)- y aunque el resultado general es desparejo, el gran elenco de estrellas saca adelante la historia. Stanton Carlisle (Bradley Cooper) llega a una feria de freaks que aprender los trucos de mentalista y con esas habilidades deja de lado el show circense para mudarse a la alta sociedad, donde ejerce como estafador inescrupuloso. En su camino se cruza a una fría psicoanalista (Cate Blanchett) dispuesta a patear la ética a manipulaciones, si con eso puede lograr sus objetivos de enriquecerse. Stanton funciona como metáfora de la corrupción del ser que, seducido por la ambición y el poder, pierde la brújula; '¿es un hombre o una bestia?'. Guillermo del Toro apunta a lograr una película más visceral, regida por los extraños funcionamientos de la psiquis como detonantes de las acciones violentas de los personajes. En buena parte logra una historia abrumadora y pesimista sobre la delgada franja que existe entre caer por un precipicio o recurrir a la salvación para expiar culpas. Todo este conjunto de decisiones estéticas enriquecen la historia, a la par del elenco de grandes estrellas entre los que destacan Bradley Cooper y Cate Blanchett (en una interpretación despojada y feroz, un acierto absoluto). La falla troncal de El callejón de las almas perdidas reside en como está constituida la estructura de la historia, no tan ligera como uno esperaría -a algunos hasta puede llegar a parecerles "un plomazo"- y con algunos problemas de edición (lo que en este caso y a partir de la mitad del relato, genera la sensación de estar viendo dos películas en vez de una) El cambio de estéticas entre eventos que transforman al personaje es brusco y los espectadores fácilmente lo percibirán. En el balance general, la primera mitad es mucho más armoniosa y más fiel al estilo de del Toro. Hay que entender que se trata de un drama sobre personajes y se cuece a fuego lento. Si se asiste al cine con la predisposición de ver algo por fuera de los clásico de fantasía propios del autor, el disfrute llega.
Belleza y vacío Guillermo del Toro revisita un clásico de la década de 1940 y lo convierte en un desfile de celebridades, entre el “noir” y los filtros de Instagram. El callejón de las almas perdidas es una remake de un filme homónimo de 1947 que está basado, a su vez, en una novela del año anterior. Como en aquella, la primera mitad de El callejón de las almas perdidas se desarrolla en el contexto de la subcultura itinerante de los feriantes, en un circo de hombres monstruosos y mujeres deslumbrantes, al final de la Gran Depresión. La historia comienza en 1939, cuando las heridas de la Segunda Guerra Mundial todavía supuran. El personaje de Bradley Cooper llega a un circo en busca de trabajo y, tras conseguirlo, aprende trucos que lo convertirán en un talentoso estafador. Aquel filme de 1947 dirigido por Edmund Goulding tenía las marcas de la posguerra: la urgencia de exponer la miseria humana y la avaricia; de mostrar a los freaks y a los geeks que nunca tendrían acceso al sueño americano; de contar la historia de los estafadores de las almas, de los mentalistas y espiritistas, esos que lucran con los fantasmas de los demás cuando la muerte y la miseria invaden las pantallas de la realidad. Todo eso lo hacía a través del cine negro, es decir, usando el género a su favor. Pero nada de esto está en esta remake. Si en La dama del agua Guillermo del Toro presentaba una tensión entre lo clásico y lo contemporáneo al volver a las historias de monstruos y de la Guerra Fría, con esta película parece haber llegado al lugar que merodea desde siempre: el pasado. Pero este pasado es vintage, es imagen pura, es bello y vacío. Un circo de la ostentación y de la imagen bella. De todas maneras, hay algo muy noble en el cine del director mejicano que se hace presente al escucharlo hablar de sus películas. Sus búsquedas, su disfrute y su genuino amor por el cine. Lamentablemente poco de eso está en este filme que, seguramente, arrasará en los Oscar.
Tras la exitosa performance llevada a cabo con su última película, “La forma del agua”, el director mexicano vuelve a sumergirnos en su particular imaginería. Remake de la producción homónima de 1947, “El callejón de las almas perdidas” llega este jueves 27 de enero a todas las salas de cine del país. Guillermo del Toro nos trae una obra de mentiras y mentirosos, donde aborda su amor por los monstruos desde un punto de vista terrenal. Acompañado de un elenco desbordado de estrellas: Bradley Cooper, Rooney Mara, Cate Blanchett, Toni Collette, Willem Dafoe, David Strathairn, Richard Jenkins, Mark Povinelli, Ron Perlman, Holt McCallany, Jim Beaver, Mary Steenburgen y Tim Blake Nelson. También parte del equipo técnico con el que colabora desde hace varios años: el director de fotografía Dan Laustsen, el diseñador de vestuario Luis Sequeira y el editor Cameron McLauchlin.
La nueva película del director mexicano Guillermo del Toro (El laberinto del Fauno, Hellboy, La forma del agua, entre otras), es una trasposición de la novela homónima de William Lindsay Gresham publicada en 1946. El texto literario realizaba un estudio profundo sobre el mundo del espectáculo y sus protagonistas, utilizando las “ferias de curiosidades” como metáfora para criticar el sistema capitalista y retratar lo más vil de la condición humana. El protagonista de la película Stanton Carlisle (Bradley Cooper) descubre en el mundo de la feria que posee talento para el mentalismo, a partir de allí su ambición lo llevará por el camino del engaño, y constantemente será representado como un pecador. El personaje de Stan, representa un gran desafío actoral para Bradley Cooper puesto que ya había sido interpretado en la primera transposición cinematográfica perteneciente al género del film-noir titulada Nightmare Alley (1947, Edmund Goulding) por el buenmozo Tyrone Power. Sin embargo, aquí Cooper logra meritoriamente hacer propio el porte y la presencia escénica que lograban encarnar las estrellas de la Golden Age de Hollywood. Antes de adentrarnos en el análisis es pertinente recordar que el universo de las ferias de “freaks”(“fenómenos/monstruos”) fue representado reiteradas veces en la pantalla grande, dentro de lo que se denominó como cine exploitation. Este sensacionalismo en el cine desarrollado aproximadamente desde los ´30 a los ´50 (con repercusiones posteriores), explotaba de forma desvergonzada y sin escrúpulos, varias temáticas como por ejemplo las deformidades corporales y las adicciones. Allí se acentuaba el carácter espectacular de las “ferias de curiosidades”, y algunos ejemplos de ello son Freaks (1932, Tod Browning), Chained for life (1952, Harry L. Fraser) y The terror of Tiny Town (1938, Sam Newfield). Ahora sí, retomando El callejón de las almas perdidas (Nightmare Alley, 2021) la película se divide estructuralmente en tres apartados que se corresponden con distintos escenarios. En primer lugar, un prólogo que deja entrever algunas cuestiones sombrías del pasado de Stan, y por ende ya desde el comienzo la versión de Guillermo del Toro profundiza más en la psicología de los personajes y retoma más los planteos de la novela que la adaptación del ´40. Luego, el relato procede con el desarrollo del estatuto del personaje de Stan en el mundo de la feria, en donde también comienzan los triángulos sentimentales. El primer triángulo está compuesto por Pete (David Strathairn), en pareja con Zeena (Toni Collette) quienes realizan un show de mentalismo exitoso en la feria desde hace años, y Stan, que aprende de ellos todos los códigos y secretos de dicha actividad. Posteriormente, un segundo triángulo amoroso entre Zeena, Stan y Molly (Rooney Mara), quien es más joven que Zeena y deslumbra con su talento a Stan. Respecto a lo espacial, el decorado de la feria tiene un nivel de detalle y ambientación propio de la estética lúgubre del director que, a través de sus círculos y espirales, construye la idea de que Stan emprende un viaje en espiral del que no podrá salir. Allí también conoce a Clem Hoatley (interpretado por el siempre convincente Willem Dafoe), encargado del show de “monstruos” y un coleccionista de extraños fetos en frascos. En cierta forma Clem funciona como el personaje delegado dentro del esquema actancial, puesto que es junto a Pete (quien en esta versión es más elocuente y lúcido de los peligros de su profesión), el encargado de impartir la tesis social: cómo un ser humano puede llegar a caer hasta lo más bajo y perder toda clase de dignidad. Por último, la mayor parte de la acción se desarrolla en la ciudad, Stan y Molly se van de la feria puesto que la ambición de Stan ya no cabe allí, necesita un espacio más grande. Es en la gran urbe -decorada de forma grandilocuente como Metrópolis (1927, Fritz Lang)- donde él junto a la asistencia de Molly logrará enriquecerse. Sin embargo, su codicia no tiene límites al toparse con una astuta psiquiatra Lilith Ritter (Cate Blanchett), encuentra una nueva “aliada” para seguir aumentando su enriquecimiento a costa de engaños a la alta sociedad. A partir de allí nace el tercer triángulo sentimental. El problema es que Lilith no es cualquier mujer, es la femme fatale por antonomasia, aquella mujer que con sus artimañas (según la construcción patriarcal del film-noir clásico) logra llevar al hombre hasta la perdición. Sin embargo, el director y guionista del filme, le adhieren al personaje de Ritter una fracción de mártir de un pasado que desconocemos. En conclusión, El callejón de las almas perdidas es una lograda y entretenida transposición que realiza varios aportes respecto a la adaptación cinematográfica anterior y esto merece ser celebrado. Recordemos que la versión de 1947 se encontraba bajo la censura del Código Hays, por ende, actualmente el relato se permite, por ejemplo, ser más explícito respecto a las escenas de contenido sexual. Asimismo, el guión de Guillermo del Toro y Kim Morgan posee más violencia visual y simbólica, resaltando lo endeble que es el carácter a la par de las bajezas humanas. Sin embargo, hay que admitir que en su desenlace el avance de la acción se entorpece extendiéndose por demás en su duración, a pesar de respetar bastante el esquema de acción del texto. La película logra reflexionar profundamente sobre el rápido ascenso y caída de su protagonista. Dicha alma se pierde en un mundo circular y corrompido, obtiene -como es propio del relato clásico y de su época, e incluso del cine exploitation- un final punitivo. Es allí, donde las almas quebradas son explotadas por el sistema, hasta convertirse en “monstruos” tal como imparte de forma acumulativa la tesis social del filme.
En 1947, Edward Goulding estrena “El Callejón las Almas Perdidas”, con protagónico de Tyrone Power. Setenta y cinco años después, Guillermo Del Toro emprende la primera remake de su carrera, rodeándose de un elenco estelar y echando mano a su siempre atractiva concepción visual. Adaptando una historia que se desarrolla en el año 1941, en plena Segunda Guerra Mundial, la nueva versión de “El Callejón de las Almas Perdidas” nos presenta una variopinta galería de personajes amorales, corruptos y pendencieros, quienes trazan una mirada bastante pesimista acerca de la condición humana. Del metraje original (110 minutos minutos), el realizador mexicano ambiciona lo suficiente como para llevar su propuesta a un total de dos horas y media de duración. Excesivo metraje en pos de adaptar la novela autoría de William L. Gresham, en 1946. Conservando el espíritu noir clásico, el film se rodea de extravagantes criaturas, atraviesa pasadizos decadentes y mira directo hacia el abismo que cobija a estos seres expulsados del sistema. Un halo de tragedia, tanto como de hipnotizante magia reviste a un argumento fragmentado que resiente, por tramos, la homogeneidad que ofrece la historia a nivel narrativo. Las ferias de excentricidades eleva a la enésima potencia el fetiche por las monstruosidades y deformidades. Del Toro, un obseso de los gabinetes de curiosidades (su panteón fantástico se encuentra reunido en el libro homónimo que editara el cineasta) examina los límites de su propia fijación, conservando en formol horrorosas maravillas dignas de estudio científico. Cae la noche y siempre llueve, una atmósfera apropiada para que el carnival show ensaye su número más dantesco. A lo largo del film, abundarán magnates poderosos con oscuros secretos, una mujer fatal dispuesta a encandilar con sus encantos a todo incauto perdedor y un misterioso buscavidas tratando de escapar de su traumático pasado. El responsable de grandes films como “La Cumbre Escarlata”, “El Laberinto del Fauno” o “La Sombra del Agua” mantiene impoluto su sello; mueve su cámara con precisa inventiva, mientras la fotografía de Dan Lausten nos subyuga captando auténticas postales. La música de Alexandre Desplat hace las mieles para nuestros oídos y el próximo juego de prestidigitación se dispone a hipnotizarnos. Del Toro es un esteta de la imagen, un arquitecto de escenarios atento a cada detalle. Su manejo de la puesta en escena no cesa de sorprendernos. Creer o reventar, un buen ilusionista no devela jamás el truco. Un estafador guarda un as bajo la manga y la película muta a un tono policial que resguarda los modos de antaño. A riesgo de perder en el camino cierta porción de su verosímil e incluso cuando el ingenio del director merecía una mejor historia entre sus manos. Dentro del suculento cast, algunos personajes corren mejor suerte que otros. El siempre inconmensurable Willem Dafoe desaparece sin dejar rastro, los enormes Toni Collette y Ron Pearlman merecían mejor suerte, mientras que a Cate Blanchett le alcanzan apenas un puñado de escenas para mostrar su gloriosa valía actoral. Richard Jenkins está proverbial y Rooney Mara cae víctima del pobre personaje que le cayera en suerte. Lo mismo podríamos decir del funesto desenlace que arrastra a David Strathairn y Mary Steenburgen. No obstante, la película entera pertenece a Bradley Cooper, quien regresa a la gran pantalla luego de una prolongada ausencia de cuatro años -no lo veíamos desde “Nace una Estrella”, 2018-. La encomiable escena final arroja una verdad incontrastable: el talento actoral de Cooper no tiene techo; no menos evidente resulta el desenlace, a la hora de exponer, en carne viva y a corazón abierto, el último de los dilemas existenciales que aprisiona el gesto devastado de un alma condenada por sus propios pecados. Podría ser la reflexión acerca de la finitud de la vida, que cita a Albert Camus promediando el film. ¿Vale la pena seguir? Pero no, el auténtico absurdo, la inexpugnable farsa de la vida, sea -quizás- convertirte en aquel monstruo al que alguna vez dejaste librado a su suerte. Al fin, nacimos para eso. Be aware what you wish for…no hay escapatoria posible de un laberinto sin punto de salida. Ya estábamos advertidos, el fuego no podía consumir el asombro ni Del Toro jamás fijará el estándar de su interminable pesadilla cinéfila bajo el molde de esta nostálgica fábula moral.
El cinéfilo clásico (¿quedará alguno?) recordará a Tyrone Power en la primera versión de este melodrama noir donde un falso vidente de circo llega a los círculos de poder de una gran ciudad apoyado por una psiquiatra que es bastante más mala y manipuladora que él. Empecemos de menor a mayor: Bradley Cooper no es (cédula aparte) Tyrone Power. Pero Cate Blanchett está mejor que Helen Walker. Film de tiempos que hoy ya no se usan, respeta con talento un género perfecto.
Reseña emitida al aire en la radio.
Siempre me pareció que la película de Goulding de 1947 era un caso particular en el noir por mantenerse en un borde difuso entre lo realista y lo fantástico, tratándose de un relato de intrigas efectivamente posibles pero aludiendo a cuestiones imposibles de medir. Recordemos la famosa línea del final: “caer tan bajo por haber apuntado tan alto”, que expresa distancias pero desde el símbolo. Evidentemente se trataba de una película oscura, llena de dudas sobre las ilusiones y que nos exponía a ver a un galán como Tyrone Power en un estado de completa miseria. Quienes hayan visto ambas versiones habrán notado que una de las diferencias que propone Del Toro está en el final, que parece intentar reforzar la condena de su personaje, impidiéndonos tener el pequeño instante del encuentro entre la pareja, algo que en Goulding abría un mínimo agujero de luz indispensable para soportar el infierno. Esto no es lo único que separa a estas dos maneras tajantemente distintas de encarar una historia, pero es donde termina de decantar la mirada. No se trata de defender a toda costa la originalidad de un film realizado hace 75 años, ni de negar desde un culto vacío todo tipo de revisión o reinterpretación (o incluso ampliación). Pero vale cuestionar que los intentos del director de La forma del agua terminen inclinándose a todo lo contrario, siendo parte de un cine que exhibe constantemente una retrospectiva estética y romántica de ciertos modos, colores y hasta la organicidad interna de una etapa anterior, puesta gratuitamente en un pedestal de gloria. Contra un cine capaz de desplegar la pesadilla de su héroe en ese marco de indeterminación -que acepta la irrupción del fantástico, a modo de condena divina, en una historia de ilusionistas circenses-, se responde con un cine tan ordenado y prolijo que la indeterminación pasa más por las sensaciones contradictorias entre el asco y la admiración del detallismo. Del Toro muestra ya desde el principio, paradójicamente sin límites, la imagen del límite: el así llamado “salvaje” devora a una gallina a centímetros de la cámara, permitiéndonos apreciar el detalle de la mordida, la salpicadura de sangre, para completar el espectáculo con la cabeza arrancada. Como espectadores compartimos ese acto de horror desnudo con el público de la feria, sin la oportunidad de trascenderlos, tal vez nosotros condenados, al igual que el protagonista, a convertirnos en salvajes por una especie de morbo irremediable. ¿Qué podemos responder a eso? Simple, nosotros no nacimos para eso. El que manifiesta haber nacido para ello es aquel que desde la perspectiva de Goulding corría a lo lejos dando alaridos, con una comunidad feriante desesperada por atraparlo y una cámara distante, acercándose temerosa, dándonos la oportunidad de imaginar lo peor. La diferencia entre Goulding y Del Toro está en si nos concederán acaso, en un acto de bondad o nobleza, la esperanza de salir. En este cuidadoso diseño de puesta, dedicado a trazar a pleno detalle el camino de caída de Stanton, la descripción es clave, y toda descripción meticulosa es propensa a perder la magia, esa parte del film que hace valer la traducción de su título. Ningún alma puede ser perdida en términos tan explícitos como el detalle de una oreja perfectamente atravesada por una bala, colgando de la cara de una persona, como en una de sus escenas. Esto es aplicable también a la trama de ambas películas. En medio del conflicto, tenemos al oficio de los feriantes, que juegan con el engaño, pero mezclándose poco a poco con el psicoanálisis, donde las pasiones humanas y las debilidades aspiran a ser ciencia. Ese dilema de cualidades casi frankensteinianas es lo que ordena todo y refiere a algo ya visible en la aspiración de Stanton. El dominio completo de aquel engaño, facilitado por las herramientas de quien obtiene voluntariamente y a cambio de dinero las más oscuras pasiones, lo pone en un lugar diabólico. Del Toro, que tal vez duda de todo aquello que se escape de los bordes de su encuadre, incluye para esto una escena completamente ridícula. Dos de las víctimas de Stanton, engañadas en sesiones espiritistas que invocan a sus seres queridos fallecidos, terminan suicidándose. Del Toro parece necesitar que el conflicto tenga concretas víctimas materiales, cuantificables, capaces de explicar y dar razones a lo que ya es evidente desde el espíritu. Esto que parece apenas un detalle termina siendo lo que manda, en un universo millonario en imágenes de lo trágico, pero pobre de sus fundamentos. Al final del día se vuelve hasta curioso como una película de tanta economía estética como la de Goulding pueda sentirse tanto más pesadillesca que otra que busca desesperadamente la mímesis completa de sus imágenes de horror, y que incluso nos mantiene presos de una condena al salvajismo. Posiblemente la respuesta esté en la naturaleza de las pesadillas, de las que siempre podemos despertar, aunque estemos sudados y con el corazón palpitando. Ese despertar atenúa al espectáculo desnudo y nos devuelve a esa vida que nos pertenece y que creemos poder medir, pero volvemos transformados. Sabemos que no somos bestias, estamos felices de que no lo somos, pero no olvidamos que podríamos serlo.
Guillermo del Toro regresa una vez más cuestionándonos sobre quiénes son los verdaderos monstruos. ¿De qué va? El carismático Stanton Carlise se topa con un carnaval ambulante donde aprende trucos ilusionistas que, con la ayuda de una misteriosa psiquiatra, le permiten estafar a la élite adinerada de la sociedad de Nueva York de la década de 1940. El famoso director mexicano Guillermo del Toro, después de haber triunfado en los premios Oscar con The Shape of Water, vuelve con un elenco estelar para su nueva y esperada cinta Nightmare Alley o en español El Callejón de las Almas Perdidas. La película está basada en libro del mismo nombre publicado en 1946 por William Lindsay Gresham. Gresham, fue un escritor norteamericano de múltiples talentos que sirvió como voluntario en la Guerra Civil española, donde conoció a un ex trabajador de carnaval que le contó la historia de un hombre monstruo o geek. Incapaz de sacarse la historia de la cabeza, Gresham escribió la historia que resultó ser su libro más famoso. Muchas décadas después, Guillermo del Toro leería la historia, e incapaz de sacársela de la cabeza, dirigiría este thriller como un homenaje al cine negro o film noir. La cinta sigue la historia de Stan (Bradley Cooper) un misterioso y atractivo hombre que buscando dejar su turbio pasado atrás y sin interés en que le hagan preguntas sobre este, se topa con un carnaval ambulante en el cual empieza a trabajar. Tras aprender los trucos ilusionistas de la pareja de mentalistas del circo (Toni Colette y David Strathairn), nuestro protagonista huye con la joven Molly (Rooney Mara) para empezar una exitosa carrera por su cuenta. Lamentablemente las cosas se complican para Stanton cuando conoce a la psiquiatra Dra. Lilith Ritter (Cate Blanchett), quien le hace una propuesta que su ambición no puede rechazar. La película gira alrededor de la magia y los ilusionistas, pero a su vez, es la primera obra del director que no tiene elementos sobrenaturales, y realmente no los necesita, no requiere elementos místicos para generar una historia oscura, tenebrosa y sórdida, porque aquí lo más espeluznante es el ser humano, egoísta, ambicioso y violento. A primera vista pareciera que del Toro nos planteara el clásico debate de la naturaleza del hombre, ¿Existen hombres monstruosos por naturaleza? ¿Hay algunos mejores que otros o cualquiera puede serlo? ¿Tuvo alguna vez la posibilidad de elegir un camino distinto o su destino estuvo sellado por su traumático contexto? ¿Nació para convertirse en un monstruo? Por los detalles y mientras la película va avanzando nos damos cuenta de que Stan, acostumbrado a la violencia, y por más superior que se creyera a los demás, es un personaje condenado desde el inicio. Nuestro protagonista, con su sombrero inclinado podrá ser presentado como una especie de Indiana Jones, pero rápidamente intuimos que poco tiene de héroe. Cegado por su soberbia, subestimando al resto de los personajes y dejándose llevar por su ambición poco a poco va cediendo sus principios perdiéndose tanto en el camino, como todo lo que es importante para él. El desenlace llega con fuerza y una crudeza extraordinaria para mostrar las terribles consecuencias del comportamiento de nuestro héroe sobre los demás y finalmente también sobre sí mismo. Al igual que sus otras obras, del Toro destaca por un diseño de producción increíble en donde la atención que le presta a cada detalle, permite la creación de escenarios y estéticas maravillosamente lúgubres, con una atmosfera tétrica y sombría. Merecen un reconocimiento especial la diseñadora de producción Tamara Deverell, el director de arte Brandt Gordon, el decorador de escenarios Shane Vieau y el diseñador de vestuario Luis Sequeira, quienes construyen mundos cinematográficos deslumbrantes. Sin lugar a duda, su trabajo es lo mejor de la película. Sin embargo, hay que resaltar algunos elementos que no funcionan muy bien en la cinta. En primer lugar, es excesivamente larga, donde el único personaje que se desarrolla es el protagonista dejando al resto como meros acompañantes vacíos, siempre tomando decisiones que se sienten abruptas debido a que como espectadores no hemos tenido tiempo para conocerlos. Teniendo a una maravillosa Cate Blanchett como una astuta femme fatale, con habilidades intuitivas para analizar a las personas, es realmente una pena que sus escenas se limitaran a unas cuantas interacciones con Cooper quien, a pesar de hacer un buen trabajo, es hasta su última escena donde realmente brilla por su actuación. Por otro lado, entre los tres actos, el segundo acto, en concreto, se vuelve tedioso, alargándose más de lo necesario, haciendo que el hilo de la película se pierda durante un tramo. No obstante, lo más irregular es su guion, ya que debemos admitir que por más interesante que sea la manera de presentarla, se trata de una historia extremadamente predecible. Desde las primeras escenas son demasiadas “las pistas” que nos da a entender que va a terminar mal y la angustia que mantiene la cinta es ¿Qué tanto y hasta dónde puede decaer el ser humano? Para mi gusto, la respuesta de la película es demasiado sombría, lo que hizo que no la disfrutara tanto, pero más allá de mi opinión subjetiva al respecto, finalizo con un dato: en 1962, William Lindsay Gresham -el autor del libro en el cual se basa la película- se suicidó en la misma habitación donde lo escribió. -Al momento de morir, encontraron en sus bolsillos dos tarjetas, una decía: “sin dirección, sin teléfono, sin negocio, sin dinero: retirado”, y otra decía: “preferiría morir antes que enfrentar la verdad”. Me da la impresión de que el final de la película es la respuesta de Del Toro a Gresham, dejando a un Stan vivo pero enfrentándose a su espeluznante verdad: la codicia, el egoísmo y el ser humano son los verdaderos monstruos, y nada ni nadie nos puede salvar.
EL OSCURO CIRCO DE LOS MARGINALES El cine de Guillermo del Toro siempre estuvo focalizado en los deformes, en los marginales, en esa gente que está siempre en los bordes del sistema, por contexto o por decisión propia. Eso quizás lo convierta en una especie de heredero del cine de Tim Burton, a partir de cómo convierte ese aspecto temático en nudos centrales de sus construcciones estéticas y narrativas, que logran atravesar diversos ensamblajes genéricos. Claro que ese parecido con el realizador de Beetlejuice juega a favor y en contra: al igual que Burton, del Toro cae a veces en la pose visual y el gesto lindante con lo demagógico. Si las películas de Hellboy son puro movimiento en los márgenes, La cumbre escarlata se queda en el preciosismo visual y varios pasajes de El laberinto del fauno y La forma del agua caen en una corrección política un tanto obvia. Por momentos, no queda claro cuánto le gusta a del Toro apartarse de la norma o si en verdad solo quiere estar en el centro del prestigio hollywoodense. Esa tensión entre la reivindicación de la otredad y la necesidad de pertenencia al campo dominante vuelve a aparecer en El callejón de las almas perdidas, que igual es una película con una cuota importante de riesgo. Para que quede claro: solo porque venía de ganar el Oscar es que del Toro pudo filmar esta película oscurísima que, a pesar de estar repleta de estrellas, está lejos de poder convocar público a un nivel masivo. Más aún en estos tiempos pandémicos, que tienden a ahuyentar a los espectadores adultos de las salas. El realizador podrá filmar Pinocho para Netflix, pero hay que reconocerle su voluntad un tanto suicida de mantener un pie en la pantalla grande y llevar a cabo esta nueva adaptación de la novela de William Lindsay Gresham, que ya había sido llevada al cine en 1947. Con el material literario como base, del Toro se propone construir un policial negro en la línea del film noir que tuvo un auge entre la década del 30 y la del 50, uno de esos relatos repletos de seres amorales y que se adivinan trágicos desde el primer minuto. En este caso, situado durante los primeros años de la Segunda Guerra Mundial y centrado en Stanton (Bradley Cooper), a quien ya en el arranque lo vemos enterrando un cadáver y huyendo hacia ninguna parte. Ese escape sin rumbo lo llevará a cruzarse con los variopintos integrantes de un circo nómade, de los que aprenderá todos los trucos posibles para engañar a ese público incauto y crédulo, que está siempre predispuesto a dar como ciertos todo lo que ve, o cree ver. En general silencioso, pero también encantador a su manera, además de conscientemente corrupto, Stanton emprenderá un camino “artístico” propio, que le permitirá montar un espectáculo en el que pretende ser una especie de mentalista, y que lo llevará a cruzarse con una psicóloga (Cate Blanchett), con la que entablará una alianza para estafar gente que será tan productiva como peligrosa. No es casualidad que El callejón de las almas perdidas se ocupe de remarcar numerosas veces la época en la que transcurre, tratando de poner en crisis una época idealizada por el imaginario histórico estadounidense y hasta intentando trazar un retrato sobre esas clases bajas que estuvieron atravesadas por las secuelas de la Primera Guerra Mundial y la Gran Depresión, y que, cuando intentaban tomar aire, les tocó afrontar un nuevo conflicto bélico tras el bombardeo a Pearl Harbor. Stanton es alguien que busca escapar de esa condición social mediante la trampa constante, engañando a integrantes de las clases privilegiadas e incluso reivindicando su condición de criminal ligeramente sofisticado, aunque esa misma amoralidad será la que finalmente lo condene a un destino trágico. A diferencia de otras criaturas deformes del realizador, para él no habrá redención o reconstrucción posible. Si todo esto está reflejado en las atmósferas cuidadosamente construidas por del Toro, quizás el gran pecado del guión esté en los subrayados algo innecesarios, que eventualmente afectan a la puesta en escena, que termina algo resentida, no por falta de información, sino por exceso. El callejón de las almas perdidas se ve demasiado necesitada de explicitar su mirada pesimista sobre el mundo que construye, cayendo incluso en algunas gestualidades que bordean la manipulación, como en el plano final. Pero, por suerte, del Toro no es Iñárritu ni el Cuarón de Roma, y por eso se aferra a las reglas genéricas para así configurar un film digno e interesante, aún con sus fallas y desniveles.
Para dejar atrás su pasado, Stanton Carlisle (Bradley Cooper) se une a una feria ambulante donde le ofrecen monedas por hacer trabajos pesados. No tarda en demostrar que está para mucho más, y mientras aprende los trucos del oficio desarrolla un interés romántico por la joven Molly (Rooney Mara), a quien ayuda a mejorar su espectáculo. Bajo la mentoría de la vidente Zeena (Toni Collette) y de su esposo, Stan descubre que tiene talento para convertirse en mentalista y ve la oportunidad de ganar mucho dinero con eso. Es así como convence a Molly de marcharse con él a la ciudad para comenzar un espectáculo juntos, el cual les permita llevar un nivel de vida mucho más alto que el que la feria alguna vez podría darles. Pero la ambición de Stan lo empuja a desoír el principal consejo que le dieron sus maestros, el nunca olvidarse que todo es un espectáculo, cuando un hombre rico y poderoso lo toma por un medium real y le ofrece una pequeña fortuna por contactarlo con su hijo fallecido. Con la complicidad de la psiquiatra Lilith Ritter (Cate Blanchett), Stanton comienza un riesgoso plan para estafar gente rica, despojándose de la poca humanidad que le quedaba y, además, poniendo en riesgo su vida. Buscar Alta Peli CRÍTICASEl Callejón de las Almas Perdidas (REVIEW) por Matías Seoane publicada el 07/02/2022 El Callejón de las Almas Perdidas, el oscuro mundo del espectáculo. Crítica, a Continuación. Para dejar atrás su pasado, Stanton Carlisle (Bradley Cooper) se une a una feria ambulante donde le ofrecen monedas por hacer trabajos pesados. No tarda en demostrar que está para mucho más, y mientras aprende los trucos del oficio desarrolla un interés romántico por la joven Molly (Rooney Mara), a quien ayuda a mejorar su espectáculo. Bajo la mentoría de la vidente Zeena (Toni Collette) y de su esposo, Stan descubre que tiene talento para convertirse en mentalista y ve la oportunidad de ganar mucho dinero con eso. Es así como convence a Molly de marcharse con él a la ciudad para comenzar un espectáculo juntos, el cual les permita llevar un nivel de vida mucho más alto que el que la feria alguna vez podría darles. Pero la ambición de Stan lo empuja a desoír el principal consejo que le dieron sus maestros, el nunca olvidarse que todo es un espectáculo, cuando un hombre rico y poderoso lo toma por un medium real y le ofrece una pequeña fortuna por contactarlo con su hijo fallecido. Con la complicidad de la psiquiatra Lilith Ritter (Cate Blanchett), Stanton comienza un riesgoso plan para estafar gente rica, despojándose de la poca humanidad que le quedaba y, además, poniendo en riesgo su vida. El Callejón de las Almas Perdidas exige un fenómeno Aunque la historia que propone El Callejón de las Almas Perdidas es compleja y poblada de personajes, su director Guillermo del Toro (La Forma del Agua, Titanes del Pacífico) se apoya en la experiencia de una novela y una película que ya contaron esta misma historia, sin perder tiempo en largas presentaciones ni explicaciones. Durante unas pocas secuencias casi sin diálogos, ofrece toda la información inicial que hace falta para que la acción se ponga en movimiento de inmediato y no se detenga durante toda la película, más que para algunos momentos de respiro. Con una buena dosificación de drama y misterio, cada personaje secundario y sus respectivas subtramas aportan dándole cuerpo al mundo de El Callejón de las Almas Perdidas, sin distraer del foco de lo que se está narrando con información innecesaria. El ritmo ajustado, sin sentirse apresurado ni estirado en ningún momento, desarrolla el ascenso y la anunciada catástrofe a la que está destinado Stanton, al mismo tiempo que vamos descubriendo algunos detalles de su pasado que él tanto se esfuerza por esconder porque revelan su verdadera naturaleza. Buscar Alta Peli CRÍTICASEl Callejón de las Almas Perdidas (REVIEW) por Matías Seoane publicada el 07/02/2022 El Callejón de las Almas Perdidas, el oscuro mundo del espectáculo. Crítica, a Continuación. Para dejar atrás su pasado, Stanton Carlisle (Bradley Cooper) se une a una feria ambulante donde le ofrecen monedas por hacer trabajos pesados. No tarda en demostrar que está para mucho más, y mientras aprende los trucos del oficio desarrolla un interés romántico por la joven Molly (Rooney Mara), a quien ayuda a mejorar su espectáculo. Bajo la mentoría de la vidente Zeena (Toni Collette) y de su esposo, Stan descubre que tiene talento para convertirse en mentalista y ve la oportunidad de ganar mucho dinero con eso. Es así como convence a Molly de marcharse con él a la ciudad para comenzar un espectáculo juntos, el cual les permita llevar un nivel de vida mucho más alto que el que la feria alguna vez podría darles. Pero la ambición de Stan lo empuja a desoír el principal consejo que le dieron sus maestros, el nunca olvidarse que todo es un espectáculo, cuando un hombre rico y poderoso lo toma por un medium real y le ofrece una pequeña fortuna por contactarlo con su hijo fallecido. Con la complicidad de la psiquiatra Lilith Ritter (Cate Blanchett), Stanton comienza un riesgoso plan para estafar gente rica, despojándose de la poca humanidad que le quedaba y, además, poniendo en riesgo su vida. El Callejón de las Almas Perdidas exige un fenómeno Aunque la historia que propone El Callejón de las Almas Perdidas es compleja y poblada de personajes, su director Guillermo del Toro (La Forma del Agua, Titanes del Pacífico) se apoya en la experiencia de una novela y una película que ya contaron esta misma historia, sin perder tiempo en largas presentaciones ni explicaciones. Durante unas pocas secuencias casi sin diálogos, ofrece toda la información inicial que hace falta para que la acción se ponga en movimiento de inmediato y no se detenga durante toda la película, más que para algunos momentos de respiro. Con una buena dosificación de drama y misterio, cada personaje secundario y sus respectivas subtramas aportan dándole cuerpo al mundo de El Callejón de las Almas Perdidas, sin distraer del foco de lo que se está narrando con información innecesaria. El ritmo ajustado, sin sentirse apresurado ni estirado en ningún momento, desarrolla el ascenso y la anunciada catástrofe a la que está destinado Stanton, al mismo tiempo que vamos descubriendo algunos detalles de su pasado que él tanto se esfuerza por esconder porque revelan su verdadera naturaleza. En buena medida, todo esto es posible gracias a un gran elenco de secundarios que se esfuerzan por mostrar las facetas de sus personajes incluso cuando tienen poco tiempo de pantalla durante el cual lucirse, especialmente las magistrales apariciones de Willem Dafoe interpretando a uno de los seres más retorcidos y tenebrosos que tiene para ofrecer El Callejón de las Almas Perdidas. Para completar todo lo no dicho, cada detalle de la propuesta visual de Nightmare Alley, tal su título original, está afinada para representar un mundo donde conviven el gran lujo y la mayor decadencia con la misma sensación de irrealidad. No solo en los puestos de feria la línea entre realidad y ficción es difusa, pero de alguna forma es una mentira más honesta que en los hoteles de lujo donde Stanton se codea con la alta sociedad. Mientras que en la feria encuentra alguna voluntad de redimir sus pecados del pasado, es en la ciudad donde termina de sacrificar la humanidad que le queda y donde conoce monstruos tan despreciables como los que espantan al público por centavos en una carpa con piso de barro. Y El Callejón de las Almas Perdidas no esconde los detalles sino que los pone bajo el foco.
Arrancó la maratón hacia los Oscar 2022. Me propuse ver todas las películas nominadas a Mejor película, Mejor Película internacional y Mejor Película Animada. Son 18 películas en total. Tengo tiempo hasta el 27 de marzo… ¿Lo lograré? Hoy le tocó a la película dirigida por Guillermo del Toro, y desde ya les afirmo que no va a ser la ganadora en esta terna. También está nominada en Mejor Cinematografía y Mejor Diseño de Vestuario. Puede que gane el Oscar a mejor cinematografía, ya que es lo más destacable del film. El film está situado en los años cuarenta, cuando la segunda guerra mundial esta comenzando, esta información es poco relevante, pero en el film lo mencionan, supongo que más que nada para ambientarnos en la fecha. Cine negro del viejo, bien ambientado en dicha época e incluso cuenta con algunas transiciones de escenas de ese cine viejo y clásico. La ambientación está muy bien realizada, en ningún momento se siente que es una película filmada en nuestro siglo. La musicalización y banda sonora acompañan de manera excelente en los momentos adecuados. Una película muy larga, le sobraron por lo menos unos 40 de los 150 minutos que dura. Por momentos se hacía demasiado larga, tuve que parar cerca de la mitad para hacer un té porque necesita una distracción/distención del film. La historia está bien contada, basada en un libro de nombre homónimo, y además el film es un remake de una película de 1947 y la verdad es que me dieron ganas de ver el film original que es de tan solo 112 minutos, un cine negro real. Las actuaciones están bien y mal al mismo tiempo. Vamos por lo positivo primero, se destaca (y esto no es novedad) la actuación de Willem Dafoe, tenerlo a él en una película es saber que tenes al menos un actor que hace todo bien. La hermosísima Rooney Mara hace un papel que no le queda del todo bien, pero ella hace lo posible para sobrellevarlo. Toni Collette es una actriz que muy pocas veces se destaca, pero no hace las cosas mal, no es una mala actriz y en este caso estuvo bien. Bradley Cooper es otro de esos actores que sabes que va a sumar a todo lo que hace, en este caso fue medio raro. Es el personaje principal del film y tiene una evolución/involución interesante a lo largo del film. Al principio parece una cosa, luego parece otra, y luego otra (me explayaré en la zona de spoiler) pero no porque el actor haga bien o mal su papel, sino que el papel en sí es raro y no logra elegir un camino. Por último la que no se destaca para nada y parece un robot o algo así es Cate Blanchett, cada vez que aparecía en pantalla me generaba rechazo, no la podía ver. No es una mala actriz, para nada. Pero ese papel no lo hizo bien o quizás no era un buen papel para ella. El bonus track del reparto para mi fue verlo a Jim Beaver, como buen fanático de la serie Supernatural, verlo a Bobby siempre le da una alegría al corazón. En general no es una mala película, pero no se destaca como para ganar un Oscar. Me parece que la nominación de este film está más basado en su director y su gran reparto que en el film en sí. Mi recomendación: Bien ambientada en su época, una linda peli del cine negro que hay que ver para sacar sus propias conclusiones de los Oscar. Mi puntuación: 6.5/10 Zona de spoiler: El personaje de Cooper arranca como una especie de autista que no habla, pasa a ser alguien que atrae gente para un acto de la feria donde rápidamente (demasiado rápido para mi gusto) consigue trabajo. Luego de “sin querer” darle alcohol fuerte al viejo que le estaba enseñando el acto de ser mentalista, se va con la chica linda de la feria a hacer su propio acto. Acá es cuando se le suben los humos y el creerse poderoso hace que caiga rápidamente. Algo que Pete le advirtió, termina siendo el “freak” en una feria. Demasiado redonda la historia y quizás un tanto evidente, pero esto ya no es culpa del actor sino de la historia.
Falta menos para que llegue a HBO Max “EL CALLEJÓN DE LAS ALMAS PERDIDAS'', dirigida por Guillermo Del Toro y protagonizada por Bradley Cooper, Cate Blanchett, Toni Collette y Willem Dafoe. La película revive el film homónimo de 1946 y promete mucho, pero… ¿cumple? Se trata de un viajero (Cooper) que, en una destartalada feria en medio de un pueblo aburrido, aprovecha los conocimientos de un viejo ebrio que solía tener un acto mentalista. Mientras aprende del señor, marido de la adivina (Collette), conoce a una mujer (Rooney Mara), con quien emprende un proyecto más allá de lo que hubieran imaginado. Algunos años después, una psiquiatra (Blanchett) presencia una performance del protagonista, y le propone algo que traerá consecuencias irreversibles, terminando de convertirlo en quien estaba destinado a ser. En general, “Nightmare Alley” es un largometraje convencional que intenta ser bizarro e interesante pero no lo logra del todo. Perteneciente al género “thriller psicológico neo-noir”, plantea ideas interesantes que no terminan de redondearse (pocas lo logran), o se ubican personajes o acciones que no son realmente relevantes para la historia. El guion no logra dar a entender qué quiere destacar, contar, enseñar o demostrar. Como toda película de Del Toro, cuenta con una espectacular dirección de arte, llena de texturas, ángulos, líneas propias de la época en que está ambientada (años 40'), y colores ricos y saturados. Sin embargo, la fotografía no aprovecha todos estos aciertos y se vuelve visualmente menos atractiva, desdibujando el sello propio del director, estandarizándolo de una manera que no funciona. La iluminación se trabaja de forma adecuada por momentos, pero por otros le falta muchísimo drama y contrastes para que realmente encuentre una vibra neo-noir que se ajuste a lo que se quiere transmitir. De todas formas, Del Toro encuentra la forma de sorprendernos con estupendos, sangrientos y terroríficamente grotescos efectos visuales que desafían al espectador, al muy bizarro estilo del film “Sweeney Todd” de Tim Burton. Las actuaciones más destacables son las de Cooper y Dafoe. El primero encuentra a su personaje y lo usa a su favor, viviendo a la par de él todo su arco de desarrollo y acompañando con su ánimo perfectamente cada etapa. El protagonista se encuentra notoria y auténticamente cambiado en el final. El segundo posee un rol crucial en demostrar la miseria humana y corrupción presentes y crecientes en la trama, volviéndola cada vez más oscura y redundante. El casting de ambos merece una celebración. El resto del elenco se adapta bien a la historia, y hay aciertos en las actuaciones de algunos (como el célebre Richard Jenkins) que no son gracias al director, sino simplemente al estilo o experiencia del intérprete. Todo sería infinitamente mejor si el guion no estuviera tan poco trabajado; se lo nota verde, apurado, con clichés innecesarios, tanto, que casi se spoilea solo. Se aprecian momentos satisfactorios, pero hay cosas que sobran o que no tienen realmente sentido; como, por ejemplo, la inclusión de diversas cartas de tarot por parte de la adivina de la feria (Collette), y hasta incluso este personaje entero es irrelevante para el desenlace. Aporta algunas fibras de suspenso a la gran tela neo-noir… pero no las suficientes como para adquirir relevancia. “EL CALLEJÓN DE LAS ALMAS PERDIDAS” intenta cumplir, pero no siempre lo logra. Sus giros más interesantes son muy tardíos, y los momentos cliché degradan una impronta que, con una vuelta de rosca en la etapa de preproducción, podría haber sido memorable y logrado llenar el nombre de su director. Me gustó de la misma manera que cumple con lo que se prometió: a medias. Por Carole Sang
Lejos de los monstruos sobrenaturales o de fantasía de otras películas de Guillermo Del Toro, El Callejón de las Almas Perdidas es la obra más madura y compleja del mexicano.
Es difícil pensar en una historia negra que se adapte mejor que Nightmare Alley al estilo de del Toro: el archi-fabulista que teme a los hombres más que a los monstruos.
La pregunta por el monstruo interior La nueva película del director de "El laberinto del fauno" perfila una feria de atracciones como escenario metafísico, a través de un vagabundo de habilidades clarividentes. ¿Hombre o bestia?, se pregunta la película, y allí encuentra su puesta en escena. ¿Entidades o mitades fáciles de reconocer, de separar? Si están escindidas, el monstruo habitaría por fuera; de lo contrario, hay que atreverse a buscarlo. Y filmarlo. Por allí se adentra el mexicano Guillermo del Toro con su nueva película, a partir de una pregunta que duele, hiere, aun cuando su película la adorne de imaginería cariñosa por cinéfila. Basada en la novela de William Lindsay Gresham, llevada también al cine en 1947 por Edmund Goulding con protagónico de Tyrone Power (es una versión estupenda, y si bien tiene un final evidentemente impostado por sujeto a la normativa censora del Código Hays, es tan dolorosa como la película de Del Toro), El callejón de las almas perdidas se ambienta entre los años de las décadas de 1930 y 1940. Como un umbral que divide, la frontera entre las décadas reitera la dualidad de la pregunta inicial, en un contexto que se relaciona, respectivamente, con los años de la Depresión y la Segunda Guerra, cuyas esquirlas repercuten aún más en el binomio aludido. El escenario es una feria de atracciones y variedades, una compañía itinerante que conjuga carpas, freaks y atracciones bizarras. Un margen social poblado por artistas pobres al cual acuden pueblerinos, parias y vagabundos. Allí recala Stanton (Bradley Cooper), huyendo de imágenes de fuego –que el film revisita progresivamente en la forma de flashbacks y sueños–, para encontrarse con algo de trabajo, un plato de comida, y la pregunta chirriante sobre la identidad del monstruo/hombre que se alimenta con sangre de gallinas. También y entre otras atracciones hay un forzudo, un enano boxeador, una chica eléctrica, una mujer araña, y una vidente. Una galería que Del Toro construye como su revisión personal y poética de la película Freaks (1932), de Tod Browning: al igual que Browning, Del Toro cuida y quiere a sus “fenómenos”; la maldad, en todo caso, estará en otra parte, lejos de una supuesta relación “monstruosa”. También está el encargado de la feria, interpretado por un Willem Dafoe ambivalente: él es quien da trabajo pero también quien adorna con palabrería y retórica, sea para aceptar sus condiciones laborales, sea para atraer a la gente a los espectáculos. En este mundo errante se adentra Stanton, para huir de aquel fuego de amenaza pero también porque encuentra una veta que puede explotar, a través de su don para la observación y la clarividencia. Primero a través de la ayuda que brinda a la pareja que integran la adivina y su marido alcohólico (los notables Toni Collette y David Strathairn), luego mediante un paso superador, ése que ellos nunca darían por el límite moral y real que supone el engaño, no sólo peligroso para los demás, también para uno mismo. Las cartas de tarot ofrecen su alerta, pero Stanton despega hacia otras posibilidades de vida y se lleva consigo el amor de la chica eléctrica (Rooney Mara). A partir de allí, la película se quiebra. Lo que en un primer momento eran imágenes pobladas por referencias cinéfilas (no sólo por emular Freaks y otras películas, sino por habitar un mundo iconográfico de manera amorosa y no menos peligrosa), con planos abiertos, en exteriores, con muchos personajes en escena y acciones superpuestas; pasa ahora a reducir su esplendor al interior de clubes selectos, en donde Stanton cultiva una fama cada vez mayor, entre luces correctas y su esposa obediente. Predominarán los planos más acotados, con pocos personajes, y una paulatina proliferación de pasillos que, así como sucede con el Josef K. de Orson Welles en El proceso, entablan una confusión espacial espiralada, en la que Stanton cae mientras desoye, una por una, las advertencias. El hecho crucial, el que activa la necesaria caída –porque tras tocar el punto más alto, la luz ciega y la oscuridad sobreviene–, es consecuente con una escala social que se determina en relación al orden económico, que constata que allí donde no se nació, nunca se es bienvenido, por mucho que se imiten y practiquen gestos y lisonjas. Pero también –acá lo más relevante– con una situación metafísica, de reiteración cíclica y circular de aquello de lo que se escapaba (aquellas imágenes de fuego). Para arribar a este momento culmine, hay personajes que desaparecen para que otros aparezcan. Entre ellos y ellas, surge Lilith (Cate Blanchett), la psicóloga de nombre maléfico, femme fatale que viste como star de Hollywood y visita los secretos más oscuros de sus pacientes. Su poder de seducción rivaliza con el de Stanton; tanto en un caso como en el otro, se trata de hacer decir lo que las personas guardan, porque –y esto es algo que el film dice de manera explícita y astuta, en estos tiempos de redes sociales y narcisistas– la gente se desespera por mostrarse. Alcanzado el infierno que Lilith presagia, Del Toro imprime algunas imágenes macabras, gore (es el infierno, vale recordar), que impactan en la película de otra manera y tambalean el tan recurrido “noir” con el que se la ha etiquetado; en este sentido, hay una atmósfera cercana al género negro, sin dudas, pero la película parece ir por otros rumbos aun cuando coincida en la metafísica desesperada. Hay crimen, hay misterio, hay matiz fantástico, hay una caída y un destino inevitable, pero cuesta reglar a El callejón de las almas perdidas en el género negro tanto como nunca se lo haría con Freaks. Finalmente, decir que la línea de diálogo del desenlace, así como resuelve y hunde en dolor a su protagonista, revela a Bradley Cooper como un gran actor, capaz como es de soportar el peso del personaje, entre un inicio desprovisto de palabras, la altivez ilusoria de la cima, y un final desolador.
En Nueva York en la década de 1940 un estafador llamado Stanton Carlisle se une a una vidente y a su esposo mentalista, para estafar a un millonario. Carlisle necesitaba que su historia sea realista y para hacerlo utilizó la ayuda de la doctora Lilith Ritter, una psiquiatra que tenía por costumbre grabar sus sesiones de terapia conservando los secretos de sus pacientes. “El callejón de las almas perdidas” es una película dirigida por Guillermo del Toro estrenada en 2021. Está basada en la novela homónima de William Lindsay Gresham publicada en 1946. Estamos ante la segunda adaptación cinematográfica. Es un largometraje entretenido que está bien ambientado. Se destacan los vestuarios y los escenarios utilizados. Si lo tuviese que definir diría que estamos ante un thriller aunque eso no se note en un primer momento. En mi opinión, el interés por la trama y los personajes se va construyendo de una manera lenta pero a partir de la segunda mitad del filme los minutos vuelan. El final me pareció perfecto para esta historia. Se destacan las actuaciones de Bradley Cooper (Stanton «Stan» Carlisle), Cate Blanchett (Dra. Lilith Ritter), Toni Collette (Zeena Krumbein) y Willem Dafoe (Clem Hoately). Si les gustan las películas de época atravesadas por las estafas y el arte del engaño entonces “El callejón de las almas perdidas” es para ustedes.