Una película para degustar El camino del vino (2010), ópera prima de Nicolás Carreras, presentada en la Competencia Argentina del 25° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, es una mezcla de falso documental con ficción, que nos trae la paradójica odisea de un catador de vinos que perdió su paladar. Algunos trabajan con las manos como el caso de un artesano, otros con las piernas como un jugador de fútbol, mientras que algunos con la mente como el caso de un intelectual. Pero la herramienta de trabajo de un catador de vinos no es otra que su paladar. El camino del vino es un viaje iniciático, o mejor dicho, un camino, el que realizará Charlie Arturaola, un viejo y reconocido catador que parece estar atravesando un conflicto existencial. Se puede establecer un paralelo entre el catador y un crítico de cine, aquel que no termina de comprender la esencia del trabajo de realización de un producto cinematográfico pero que cuenta con autoridad para evaluar sus virtudes o defectos. En esta situación existencial se encuentra el protagonista de la película, quien deberá recorrer la ruta del vino para conectarse con la esencia (entiéndase sentido) del producto que califica a diario. En su construcción, El camino del vino, presenta la estructura de una ficción de viaje iniciático, pero su estilo de filmación nos obliga a una relación más realista, casi como si accediéramos a su vida más crudamente, como si se tratara de un documental. El director Nicolás Carreras le impone un humor particular al relato, tomándose en broma toda la situación del protagonista en cuanto a su relación con el vino. De este modo le otorga características épicas al personaje principal: “Es un poema” dice en un momento. Interesante y divertida paradoja de la vida real, El camino del vino le da una vuelta de tuerca a los existenciales relatos de viajes iniciáticos, con toda la gracia y el encanto que su personaje y la vid pueden brindarle.
Volver a la esencia Nicolás Carreras -otro crédito surgido de la FUC- mezcla documental y ficción (o más bien trabaja en el impreciso límite entre ambos registros) para narrar la historia de Charlie Arturaola, un sommelier uruguayo de prestigio internacional que ha recorrido medio mundo para convertirse en una celebridad del sector vitivinícola. Eso es al menos lo que vemos durante el Masters of Food and Wine, un evento top que se realiza en Mendoza. Sin embargo, el presente de Charlie se derrumba cuando de forma súbita, en medio de las actividades de ese encuentro, "pierde" su paladar; es decir, su herramienta de trabajo. Desesperado (es incapaz de diferenciar un Tempranillo de un Syrah o un Malbec de un Cabernet Sauvignon), se hace chequeos para detectar algún problema neurológico, pero nada ¿Será entonces stress? Nadie (menos aún él) sabe qué hacer. Por recomendación del gurú Michel Rolland (¿se acuerdan del enólogo "malvado" de Mondovino?) sale a recorrer las principales bodegas y viñedos de Mendoza y, apelando a pequeñas mentiras (la organización de un supuesto festival a realizarse en República Dominicana), logra ir probando los mejores vinos de la zona. Pero la cosa no mejora. Intentará, entonces, con el contacto más directo con la tierra y con un regreso a la familia de origen (está casado con una fría norteamericana ante la que se confiesa vía Internet). El ingenioso planteo de Carreras (narrar las peripecias de un hombre para exponer en el trayecto cómo se maneja el despiadado mercado) es mejor que su puesta en escena, ya que está claro que los personajes actúan (a veces no muy fluidamente) para la cámara y el resultado final es, por lo tanto, algo forzado y no del todo convincente. Igual, se trata de una apuesta arriesgada, inteligente y con más un pasaje inspirado. (Esta reseña fue publicada con algunos cambios durante el Festival de Mar del Plata 2010, donde el film ganó el premio FIPRESCI de la crítica internacional)
A cada oficio se lo identifica inmediatamente con alguna parte del cuerpo; si decimos “obrero” hay brazos, si decimos “psicólogo” hay oídos, para “artista”, las manos, para “fotógrafo”, los ojos. También la totalidad de la persona suele desaparecer detrás del rol. El protagonista, el sommelier Charlie Arturaola, parte de la pérdida del sentido de su paladar para encontrar su completa identidad. En efecto, desde el comienzo, él es un paladar andante mejor considerado por su capacidad de degustación que por lo que dice y, aunque es presentado como un personaje reconocido internacionalmente, a quien las mejores bodegas piden opinión, no encaja en ninguna parte, ni siquiera en su matrimonio. Por otro lado, en un entorno típico de la high society rebosante de esnobismo, con hombres y mujeres extremadamente elegantes, Charlie es un “sudaca”...
Un camino al corazón Se puede tornar difícil comenzar a ver un film como éste, con prejuicios, pensando que es una manera más de vender un producto valorado como el vino. Prejuicio que en el trascurso de los minutos desaparece y permite meterse en la historia y en todo el trabajo que existe dentro de una botella. El film pone a dos protagonistas en primer plano, uno el esfuerzo y dedicación detrás del vino y otro en Charlie Arturaola, un gran sommelier que en medio del prestigioso evento Masters of Food and Wine, en Mendoza pierde su don: El Paladar. Con básicos elementos cinematográficos, el realizador Nicolás Carreras (un amante del vino) logra generar un camino directo a las raíces del vino, pasando por la tierra, el cuidado, el inmaculado trabajo de la vid y los más profundos secretos de elaboración. Ya que Charlie, en esta intensa búsqueda por recuperar su herramienta de trabajo, recorrerá todos los famosos y tradicionales viñedos del país, e incluso los muy pequeños y familiares, pensando que encontrar el mejor vino es la ayuda que necesita para volver a sentir ese magnifico sabor en su paladar. Carreras supo caracterizar a este incansable sommelier con todos los vértices que puede tener el ser humano en momentos de supervivencia, pasando por la mentira, el robo, la ayuda de sus amigos (entre ellos Donato de Santis), la de sus conocidos bodegueros, hasta su diminuto núcleo familiar. El Camino del Vino es mucho más profundo de lo que parece, no sólo se mete en la raíz de la vid para descubrir el sabor de un producto único, sino también en los sentimientos de un Charlie que busca recuperar su paladar y su lugar en el mundo.
Para Nicolás Carreras todo nació con una idea: un catador de vinos que pierde su paladar. La idea creció cuando el famosísimo experto Charlie Arturaola aceptó el protagónico con toda su gracia. Muchos personajes reales pusieron el hombro. Y el mundo del vino muestra sus oropeles y falsedades, la búsqueda de raíces y moraleja incluida. Grata.
En busca del gusto perdido Filme que cruza documental y ficción, en torno del sommelier Charlie Arturaola. El realizador Nicolás Carreras lo muestra tras la supuesta pérdida de su “paladar” y su olfato. Charlie Arturaola es un sommelier uruguayo de altísimo prestigio internacional. En su opera prima, el realizador Nicolás Carreras decidió abordar su figura -Arturaola tiene todas las características de un gran personaje- cruzando documental con ficción. La película empieza con Arturaola participando del Masters of Food & Wine, en Mendoza: un episodio real, una de las tantas rutinas de su vida. Hasta que, de pronto, surge el disparador dramático: el fino catador pierde, de pronto, su olfato y su paladar. La recomendación de Michel Rolland (aquel enólogo malvado de Mondovino ) es que recorra las mejores bodegas de la provincia, pruebe el mejor vino y recupere su talento, su goce, su capacidad. Así empieza un viaje -que a la larga, como todo viaje, será iniciático- en el que el protagonista debe mentir -siempre con gracia, con un humor que jamás resulta impostado- para tener acceso a los viñedos. Allí, en busca de la más excelsa pócima etílica, irá entrando en un mundo que sostiene a su mundo: el de los hombres y mujeres que trabajan para alcanzar finos sabores que, finalmente, serán juzgados por profesionales algo snobs, de los que desconfían. Un contrapunto que se parece al de los directores de cine con los críticos. Ah, y Arturaola se siente, además, presionado por su tercera esposa (Pandora Anwykl, su mujer y socia en la vida real), quien le insiste que no se disperse y que retome su actividad. Durante el raid por Mendoza, en esta especie de road movie vitivinícola, el sommelier uruguayo se va cruzando con personajes que hacen de sí mismos, aunque siguiendo la premisa ficticia de la pérdida del gusto y el olfato de Arturaola (que él intentará ocultar). Hay situaciones divertidas, emotivas, reveladoras. Y otras que, sin dejar de ser lo anterior, hacen sentir el artificio de la puesta en escena, o de cierta falta de espontaneidad frente a cámara, o de algunas metáforas demasiado obvias. El camino... está filmada con estética de documental, registro al que vuelve con más énfasis en el tramo final, cuando Arturaola busca la alternativa que lo conecte con sus sensaciones primarias, su pasado, su familia -es todo lo mismo, ¿no?- y la película se torna más emotiva e intimista, al punto de que no permite discriminar ficción de realidad: un logro.
El debut de Nicolás Carreras es, a la vez, un entretenido documental y un emotivo retrato personal ¿Hay algo peor para un sommelier que perder el paladar? Ese es el disparador inicial de El camino del vino , ópera prima de Nicolás Carreras que ganó el premio de la crítica internacional en el último festival de Mar del Plata y que también fue exhibida en las secciones de "cine culinario" de otros dos festivales muy importantes, el de Berlín y el de San Sebastián. El sommelier en cuestión es Charlie Arturaola, un uruguayo radicado en Miami que se ha dedicado al oficio durante veinticinco años y que cuenta con el carisma y la labia que exige una profesión que en los últimos años se ha desarrollado al ritmo vertiginoso de la industria del vino. Es su historia la que vertebra un relato que cautiva por escapar del lugar común: a la vez que funciona como entretenido documental sobre un negocio millonario, va abriendo otras líneas narrativas que circulan en un terreno un poco más ambiguo. Ahí aparecen las peripecias de Arturaola para recuperar el don que cree haber perdido -incluyendo la antipática consulta médica- y sobre todo la historia familiar -la relación con su mujer, Pandora Anwyl, también dedicada al negocio del vino, y la que el protagonista ha dejado postergada con sus parientes más cercanos de Montevideo-. Esa saga familiar es la que le otorga un matiz profundamente emotivo a la película. Una de las saludables curiosidades de El camino del vino es que no se deja seducir por el glamoroso ambiente de la elite viñatera. Más bien los presenta como una serie de personajes calculadores y hasta levemente hostiles, desprovistos de la calidez de un protagonista que pasa con angustia de la suficiencia típica del experto al agobio del fracasado. Al tiempo que pinta con economía y precisión la consolidación de una industria que crece sin abandonar ciertos rasgos de su origen "familiar" -en la Argentina, con fuerte base en Mendoza-, la película de Carreras se las ingenia para merodear un tema mucho más importante: un hombre que recupera su historia y su pasado, una tarea que está claramente por encima de cualquier cuestión de paladar.
En busca del Cabernet Franc interior Con espíritu lúdico, el film de Carreras parte de un registro documental para ir construyendo una ficción, en un juego que borronea constantemente las fronteras entre ambos campos para terminar revelando un costado de la realidad. “Un vaso medio vacío de vino es también uno medio lleno, pero una mentira a medias de ningún modo es una media verdad.” Con esta cita (¿auténtica, apócrifa?) de Jean Cocteau se inicia El camino del vino, ópera prima de un egresado de la Universidad del Cine, Nicolás Carreras, que parte de un registro documental para ir construyendo una ficción, en un juego que borronea constantemente las fronteras entre ambos campos para terminar revelando un costado de la realidad. El protagonista absoluto del film es Charlie Arturaola, un sommelier internacional de origen uruguayo, largamente radicado en los Estados Unidos. Simpático, entrador, algo demagógico, el hombre se mueve como pez en el agua en ese mundillo high-life de bodegueros, enólogos, empresarios y terratenientes. Todos ellos, desde Arturaola hasta el último viñatero que aparece en la película, son personajes reales y se representan a sí mismos, pero el carácter lúdico de El camino del vino tiene que ver con que todos también aceptan una premisa que no es verdadera, pero dispara el motor dramático del film: en un momento determinado, al comienzo nomás, durante una cata de vinos de alta gama en el Master of Foods and Wine de Mendoza, Charlie descubre que ha perdido el paladar. Lo siente salado, no encuentra los aromas primarios ni los secundarios y, para su horror, confirma que no puede “marcar” los vinos. El experto confunde un característico Syrah con un Tempranillo, no consigue distinguir un Viognier de un Chardonnay y un clásico Malbec de pronto le parece, para sorpresa de sus colegas, que sabe a... Gammexane. ¿Dispersión? ¿Estrés? ¿Un problema neurológico? Todo puede ser. Al fin y al cabo, la vida de un sommelier es muy agitada, con viajes constantes y exigencias sociales permanentes. El mismo Arturaola vive de sus shows de cata, en los que encanta al público con su erudición y su labia. En un primer momento, Arturaola solamente le confiesa el problema a su mujer y, mientras le dan a probar un nuevo blend o piden su opinión de distintas bodegas, se defiende con unas mentiras blancas, unas “Hollywood lies”, como él mismo las llama. “Intenso... Interesante”, sanatea. Pero después de consultar con el célebre wine-maker Michel Rolland (el “villano” de Mondovino, aquí presentado irónicamente como una suerte de gurú existencial), decide seguir sus palabras: “Ir al viñedo, volver al terruño, viajar a la esencia”. Si algo hace interesante a El camino del vino más allá de su boutade, que no alcanza a sostenerse durante la hora y media de película, es su inquietante, persistente ambigüedad. Por una parte, la película se siente muy cómoda en el ámbito que retrata, al punto que todos los participantes se desempeñan en la ficción con una naturalidad que excede el mero juego, como si “actuar” fuera algo casi cotidiano en sus vidas. Pero, justamente, esa impostación y esas máscaras dejan entrever sin embargo que –más allá de esa “cultura” y esa “forma de vida” cercana a la naturaleza que se pregonan en el ambiente– hay allí un mundo esencialmente frívolo, hecho de un denso tejido de intereses económicos y comerciales, que no excluye ciertas formas de la mendacidad y la hipocresía.
“Camino del vino” recomendable hasta para un público abstemio Esta película es cosecha 2010, se conoció en Mar del Plata, la invitaron a las secciones gastronómicas de los festivales de Berlín y San Sebastián, brindaron por ella en varios otros encuentros, y ahora, con mejor sabor todavía, se destapa al público general. Pudo ser como un tempranillo de ocasión, pero ya empieza a ser algo más. La historia es sencilla. En el mayor encuentro anual del negocio del vino en Argentina, un famoso catador descubre que perdió el paladar. Todos esperan su dictamen y su consejo, y su mujer norteamericana espera su decisión para hacer buenas ventas con EE.UU., pero él perdió el paladar. No distingue un syrah de una sidra, un pernod de un gamexane. Disimula, versea, pero el problema es serio, se ha vuelto como un perfumista sin olfato, un afinador sin oído, un gigoló sin tacto. Un enólogo de prestigio mundial se le aparece y lo aconseja, uno de los chefs más mediáticos lo impulsa, la mujer lo tiene cortito, debe, imperativamente debe, recuperar el paladar. Para lo cual se mete como sea en diversas bodegas, busca el vino más fino, el más viejo, el de más cuerpo, etcétera. Por ahí alguien lo mete a trabajar de sol a sol en los viñedos, para que le tome el gusto desde el origen. Alguien, sin conocerlo, le brinda el vaso y la comida, en vez de la copa y el cocktail. Y el hombre, nacido Carlos pero que se hace llamar Charlie, vive en Miami y habla como caribeño de oferta televisiva, intuye algo. La película no lo dice, pero ahí lo vemos. Algo que define a cada vino es su propio «terroir». Todo hombre tiene también su «terroir». Pertenece a él, se alimenta de él. Fuera de él arriesga ser otra cosa, a veces insípida. Nuestro personaje lo reencuentra, al fin, donde y como debe ser. Película fresca, simpática, de limpia emoción hasta para un público abstemio, responde además a un viejo lema: «In Vino Veritas». Lo que se cuenta es una verdad. Los viñedos, las bodegas cuyanas que ahí vemos, también las reuniones, son de verdad. Y los bodegueros, viñateros, enólogos, y sommeliers que vemos, son los verdaderos. En el reparto se suceden Charlie Arturaola y familia, Raúl Bianchi, Susana Balbo, Donato de Santis, Aldo Biondillo, Jean Bousquet, Marina Beltrame y Agustina de Alba, Michael Halstrick y Jorge Riccitelli, Paul Hobbs, Andreas Larsson, Alex Macipe, y hasta el propio Michel Rolland, cada uno actuando su parte con total naturalidad. Se marea uno, de ver en persona tantos nombres que solo ha visto en etiquetas de buen recuerdo o columnas respetables. En resumen: cuerpo liviano pero nutritivo, sabor a tinto compañero, y un dejo final levemente espirituoso. Por ahí parece que se pierde un poco, que se bambolea como quien se marea sin saber a dónde va, pero lo sabe muy bien. Autor, Nicolás Carreras. Vale la pena.
El sommelier que perdió el paladar ¿Qué le pasa a un experto en vinos, a un sommelier cuando pierde la capacidad de degustar la bebida que le da sentido a su vida? ¿Qué sucede cuando un especialista en catas no puede hacer uso de su paladar? De la misma manera que si un bailarín dejara de tener sensibilidad en las piernas, el experto Charlie Arturarola un buen día nota que no puede saborear los vinos que le dan a probar, que perdió el toque, el talento que lo caracterizaba. En medio de una crisis que le hace pensar si su lugar en el mundo sigue siendo el mismo que él creía, el sommelier antihéroe decide emprender la ruta que lo lleve a recuperar el oficio, a hacer resucitar a su paladar desaparecido. Un sommelier en apuros Un sommelier en apuros El debutante realizador Nicolás Carreras presenta una película única, no solo porque apuesta por contar una historia nada convencional para las estructuras a las que suele apelar el cine argentino, sino porque además lo hace desde un lugar de profunda originalidad, echando mano a lo que podría definirse como neorrealismo a la argentina. Charlie Artuarola es un reputado sommelier, los personajes que aparecen a lo largo del film (su esposa y el cocinero Donato De Santis, Michel Roland, Jean Bousquet, entre otros) también hacen de si mismos pero dentro de la ficción que sirve como marco. El film juega con algunas puntas del cine de suspenso, lo que la convierte en una pieza de trabajo fino, con pequeños elementos que al comienzo del relato dan pistas sobre lo que vendrá. El fatídico momento en que nuestro protagonista nota que "perdió" el paladar es nada menos que en medio del Masters of Food and Wine, evento que se realiza anualmente en Mendoza. ¿Qué debe hacer el experto? ¿Dar inicio a una farsa o confesar que no puede dar opinión? Más cerca de lo segundo que de lo primero, Charlie inicia un derrotero complejo y casi inabarcable en el que busca probar los mejores vinos del país para así "reeducar" a su malogrado paladar. "Dame a probar tu mejor vino", le dice a los responsables de las mejores bodegas del país. El camino del vino es un camino al redescubrimiento del oficio pero también del placer y el gusto por vivir como uno se propuso vivir. Carreras, que confirma la idea de que las nuevas generaciones de cineastas con apellido ilustre han logrado pequeñas proezas que elevan por mucho la calidad promedio de sus antecesores; allí están esos otros dos ejemplos, Luis Ortega y Armando Bo Jr. como ejemplos. En ese punto, estamos ante un película que, nada menos, aporta uno de los títulos más interesantes del cine local en 2012. Salud.
El drama de perder la sensibilidad Un experto en vinos, Charlie Arturaola, pierde el gusto. A raíz de esa desgracia emprenderá un periplo en busca de respuestas. Ficción disfrazada de documental sobre un tema universal como lo es la búsqueda o recuperación del placer. Charlie Arturaola es un sommelier extraordinario. Es presentado como una autoridad absoluta. En control de su trabajo, no hay nada que parezca salirse de sus manos. Pero entonces ocurre algo inesperado. La peor pesadilla se hace realidad: Charlie pierde el gusto. No es capaz de sentir el sabor del vino. Este evento súbito, casi mágico, genera una comprensible desesperación en él. Consulta con amigos, con su mujer, trata de pensar cómo resolver esto. En realidad no piensa. Como en Hechizo del tiempo (Groundhog Day) de Harold Ramis, donde Bill Murray recibía un milagro adverso que le permitía aprender algo, en El camino del vino el protagonista tendrá que, en un camino desesperante pero con mucho humor, entender algo que lo ha llevado a ese estado. Inventando los argumentos más delirantes, Charlie hará un camino que lo llevará (o no) a la comprensión y la sensibilidad perdida. No es una película sobre vino –aunque los amantes del vino la adorarán– sino sobre la forma en que todas las personas pueden perder la sensibilidad, como –en particular los expertos– corren el riesgo de perder el origen de su pasión. Carreras hace una apuesta estética también. Su ficción se disfraza de documental, pero no hay dudas de que igual hay un armado dramático, más allá de la historia principal, sin duda construida alrededor del carismático protagonista y su conflicto. Ver a una autoridad convertida en un indefenso personaje, sin duda es una idea interesante y el camino para recuperar la humildad va a haciendo que uno se encariñe aun más con el pobre Charlie. Sus recursos insólitos, sus mentiras, sus deseos de lograr de forma rápida lo que en realidad es un proceso interior. La película amenaza con volverse un poco didáctica en un momento pero por suerte pasa por alto esto y recupera su ritmo y su interés. Hay escenas realmente graciosas y momentos sorprendentes. Con humildad, Carreras hace una película inteligente, de esas que además son fáciles de querer por los espectadores. La búsqueda del placer, o la recuperación del mismo, después de todo, es un tema que no le es ajeno nadie.
Una ruta que gustaría a Baco Registrar la vida de un sommelier, ese señor que disfruta la dulce tarea de analizar vinos es una originalidad. Y hacerlo en cine más aún. Eso fue lo que hizo el joven realizador Nicolás Carreras y eligió para ello a Charlie Arturaola. ¿Qué quién es Arturaola? Si Henning Mankell es el actual rey nórdico de la novela negra, Arturaola lo es del universo de los sommelier. Uruguayo de fama internacional, los festivales del mundo especializados en vino lo premian. Es uno de los "diez paladares" del mundo. La película no sólo habla de su historia, sino que entrevista especialistas, cata gustoso todo tipo de vino y clasifica bodegas. Suerte de Noé redivivo, de rostro melancólico debuta en cine con esta docuficción de Nicolás Carreras. Pero la película no nos muestra los triunfos del sommelier, sino el momento en que la crisis lo enfrenta y pierde su paladar. Nada lo satisface y las diferenciaciones enológicas lo confunden. Entonces le recomiendan seguir su viaje para recuperar lo que perdió. Y ¿cuál será su destino? Las mejores viñas de la Argentina. DE DOS ORILLAS Así lo veremos recorriendo los "caminos del vino", las viñas de Mendoza, hablando con dueños de estancias, sembradores y consumidores. Internet lo mantiene conectado con el mundo y su mujer, una norteamericana fanática del negocio del vino y sus proveedores, no hace demasiado por calmar su drama de carencias y peregrinajes. Así recorrerá distintos lugares donde el vino es rey, donde las puestas de sol son como un escurrirse del vino hacia el ocaso, hasta llegar casi a los orígenes de su vida, donde quizás pueda lograr la paz de la anhelada degustación. Filmada en la Argentina (Mendoza) y Uruguay (Montevideo), este original testimonio de un amante del vino, tiene personajes atractivos siempre relacionados con el amor a la bebida espirituosa, los bellos paisajes soleados, las bodegas variadas y algún que otro Festival vinero a disfrutar. Lo que comienza como una inquietud por la salud que le impide saborear su trabajo, adquiere casi el tono de una aventura existencial en busca del sabor perdido y un viaje hacia las raíces del vino y del mismo buscador. Con buen ritmo, bella fotografía y nuevos paisajes, "El camino del vino", seguramente se convertirá en favorito de los seguidores de Baco, aquel dios juguetón y feliz, adornado con pámpanos.
Vino para quedarse Este curioso falso documental de Nicolás Carreras tiene una estructura compleja que engaña los sentidos pero termina dejando un buen sabor. Charlie Arturaola es un prestigioso sommelier uruguayo, una celebridad en el mundo del vino que vive en Estados Unidos y viene a Mendoza a participar de un evento, allí se cruza con varios personajes reales de ese mundo, como el enólogo Michel Rolland y el chef Donato De Santis, que aporta su simpatía habitual y algunas notas de madera con su actuación. Con estos elementos, más propios de un programa de cable, Carreras construye su propia historia y sorprende con una trama que muy pronto da un giro inesperado. Charlie descubre que está perdiendo su sentido del gusto al punto de ya no llegar a diferenciar un varietal de otro. Toda la película termina siendo un camino hacia la recuperación de ese paladar perdido, camino que cruza visitas a bodegas reales (en donde el protagonista apela a toda clase de mentiras para poder probar los mejores vinos) con su propia historia familiar hasta borrar cualquier límite entre documental y ficción. Hay momentos que funcionan mejor que otros pero la originalidad de la propuesta termina imponiéndose como un buen cabernet.
No se porqué se me puso en la cabeza que iba a ver algo parecido a la maravillosa "Sideways": Amé esa película y cualquier cosa que tenga que ver con ella (el vino como excusa de búsqueda personal... espiritual?), supongo que la asocio invariablemente. En este caso, el registro es otro, los presupuestos distintos, la estética, claramente otra pero... saben qué? Tienen algo en común: ofrecen una cepa noble, transparente y que se puede degustar, no importa el paladar que tengas. Lo cual, creo, en cierta manera, que no es poco. La historia de "El camino del vino" es la de un sommelier uruguayo, Charlie Arturaola, un tipo de renombre que sabe hacer su trabajo. Bah, sabía. Lo conocemos lleno de prestigio y honores, pero en un momento crucial de su carrera: él no sabe porqué, pero perdió su paladar mágico. De alguna manera, su instrumento de laburo, se esfumó: razones,... Bueno, uno podría teorizar, hipotetizar... Pero lo cierto es que Charlie sin su percepción para catar, es hombre muerto. Si bien al principio intenta "dibujarla", con lindas palabras (es muy divertido verlo describir un producto al que no le siente el gusto), pronto se da cuenta de que no puede seguir así. Consulta con un gurú de la especialidad quien le sugiere que "regrese" a las fuentes, al viñedo, a donde está lo auténtico. Un retorno que lo lleve a redescubrir su pasión por el vino, desde el terruño mismo. Le pide que haga ese viaje (iniciático) para reconciliarse con su profesión y recuperar su más preciado bien: su paladar. Charlie, un hombre de clase alta con un matrimonio particular, decide tomar cartas en el asunto y se embarca a vivir un recorrido lleno de sorpresas (bueno, no tantas, no tantas), en el cual lo veremos experimentar distintas facetas de acercamiento al producto en cuestión, departiendo con un público que no tiene empacho de tomar el vino con soda. Nicolás Carrera hace un mix entre documental y ficción. Usa personajes, que a veces parecen decir sus lineas convencidos, y otras, no tanto. Su técnica quizás no sea muy depurada, pero la labor que hace su protagonista, es fantástica. El hombre es empatía pura, y como nos identificamos con su búsqueda, dejamos de lado algunas inconcistencias que van surgiendo a medida que el relato avanza. Nos gusta como está caracterizado el escenario de la industria y también los lugares que Charlie visita, sentimos que en todo momento se respeta la esencia de búsqueda que atraviesa todo el film. En líneas generales, una tarea de Carrera que nos hace agregar otro nombre importante a los nuevos valores que el cine nacional tiene para ofrecernos.
La vida se toma como el vino En cierto modo, El Camino del Vino propone un misterio. La película resulta ser el proceso mediante el cual ese misterio se intenta desentrañar, de la manera más imaginativa, es decir cinematográfica posible. Un uruguayo que vive en Miami llamado Charlie Arturaola, de profesión sommelier, asiste a una especie de congreso en Buenos Aires y en plena faena pierde inexplicablemente su capacidad para diferenciar con propiedad un vino de otro. Esto da enseguida lugar a una serie de escenas muy graciosas en las que el hombre deber recurrir a un auténtico arsenal de lugares comunes para salir del paso y representar la comedia de su autoridad en la materia lo mejor que puede. El misterio en realidad no es solo el de una habilidad desaparecida de golpe sino el del propio vino, el de su industrialización, comercialización y puesta en valor: un mundo dentro del mundo, una especie de dimensión paralela con sus reglas de etiqueta, sus procedimientos, sus saberes, incluso su propio lenguaje, esa poética tan particular que suele oscilar entre la cursilería y el disparate. Aconsejado por Michel Rolland, un magnate francés del vino afincado en Mendoza al que acude desesperado a visitar como si se tratara de un viejo gurú, pródigo en sabiduría y dictámenes infalibles, el tipo emprende entonces un insensato peregrinaje por los viñedos de la provincia con la idea de que solo la cata sistemática de los mejores ejemplares del ramo será capaz de devolverle esa capacidad dolorosamente perdida que lo distinguió hasta ahora y que lo ha convertido en una estrella mundial de su especialidad. Como se puede apreciar en la película, el universo del vino es trasnacional, su producción, tasación y colocación en el mercado se presentan como una disciplina que se saltea alegremente las fronteras y refuta cualquier superstición provinciana, pero no puede evitar exhibir, también, la sospecha de una naturaleza esquiva, propicia al manejo fraudulento, que se guarda como un secreto bajo siete llaves. Para describir ese mundo con marcada tendencia a la patraña y la simulación, el director Nicolás Carrera resuelve distribuir certeros golpes de una comicidad sorda y amigable a la vez, que se expande y relampaguea ligeramente en esta aventura del conocimiento que resulta ser también una pequeña tragedia bordeada de ridículo. De pronto, Arturaola –la noticia para los neófitos en el tema como quien esto escribe es que el hombre existe de verdad, y en Google se encuentran descripciones referidas a su persona que van del muy corriente sommelier o enólogo, a “wine educator”– se ve convertido en una suerte de detective, obligado por el mal que lo aqueja a bucear en su propia mente para reencontrarse con las condiciones capaces de propiciar la vuelta de un placer perdido. Pero para ello debe sobre todo salirse de sí mismo, volcarse a los caminos a ver qué encuentra, si no es con su paladar estropeado será tal vez con su memoria y su emoción: hay que decir que el uruguayo es uno de los personajes más simpáticos y graciosos que se hayan visto en la pantalla en muchísimo tiempo. Haberlo encontrado es un mérito mayor de esta película singular. El caso es que el tipo recorre los viñedos haciéndoles a los dueños un verso distinto para que lo dejen tomar sus vinos más selectos. Pero cada experiencia termina siendo igual de infructuosa que la anterior y Arturaola vuelve derrotado a contarle sus cuitas al conocido chef Donato De Santis, que le da un consejo más desatinado que el otro mediante unos deliciosos pasos de comedia que forman parte importante del tono de distinción lunática que identifica la película. En El Camino del Vino –las insólitas mayúsculas que vienen con el título quizá no sean el producto de un énfasis medio tilingo sino una reafirmación destinada a subrayar el proceso de transformación personal de índole casi mística que atraviesa el protagonista (se me ocurre, son especulaciones)– tienden a confundirse en forma deliberada la aventura módica y el apunte autobiográfico, el arrebato íntimo y la tercera persona, el documental y el trazo palpable de ficción, con el resultado evidente de que un personaje absolutamente fuera de norma como Arturaola solo se deja regir, al margen de cualquier guión, por el impulso de su impar capacidad para la comedia y de su histrionismo. Al final, en una secuencia de extraordinaria gracia y calidez, el atribulado sommelier parece ajustar cuentas con un pasado que en El Camino del Vino apenas se atisba y que podría en verdad ser parte de otra película, eso que ahora se hace llamar en la industria con el horrísono nombre de precuela. La película no se reserva alguna clase de verdad trascendental de último minuto pero se las arregla para observar con un dejo de melancolía el carácter de un mundo esencialmente distante y autorregulado que parece hacer de la influencia espuria y la simulación el motor secreto de su existencia.
Vamos aclarando algo de entrada para aquellos que todavía estén confundidos sobre el género al que pertenece esta película (más allá de lo que dijo el director el día de la presentación en las flamantes salas del Centro Cultural General San Martín). “El Camino del vino” es una ficción que utiliza elementos de un documental. Para ser más precisos, la cámara en mano que registra hechos reales (cuyo "metraje" luego se emplea para construir la ficción), y la utilización de hombres y mujeres que no son actores, hacen de sí mismos pero sometidos a situaciones de ficción guionada. Aclarado este punto, estamos ante la historia de Charlie Arturaola, un sommelier que en un determinado momento "pierde el paladar", en tanto pierde su capacidad para catar vinos, actividad que para él y su mujer representa un medio de vida. Hablando de este tema, "el vino es vida" no es un concepto inventado por quien escribe. Hay textos bíblicos que hablan de ello, y hasta el Dr. René Favaloro dijo que una copa diaria hace bien al corazón. Para tratar de recuperar su habilidad Charlie se sumerge en el mismísimo núcleo de la elaboración del vino visitando bodegas y haciendo tareas que nunca hizo, como cosechar uvas, irónicamente, el elemento del cual depende su profesión. Lentamente vemos como en esa búsqueda el catador se va encontrando con su propia esencia. Precisamente en este punto es donde encontramos una historia realmente agradable, con mucho humor nacido de la espontaneidad de los "interpretes", especialmente cuando el protagonista dialoga con el cocinero Donato de Santis. A veces, sutilmente, la espontaneidad está teñida de momentos que por ser funcionales al guión (diálogos que a criterio del realizador deben existir) contrastan con los otros y parecen algo forzados. Son pocos y esparcidos en la duración por lo cual no empañan el hecho de asumir el desafío de animarse a contar la historia de esta manera. En Charlie encontramos un personaje con características de entrañable. Uno de esos tipos con los cuales uno querría compartir un asado, pues encontramos un perfecto y graciosísimo equilibrio entre un gran profesional con buenas dosis de "chantún", no por no saber de lo que habla, sino por tener que "dibujar" lo que sabe, dada su inesperada condición. Nicolás Carreras, en su ópera prima, tiene algo valioso a favor de cualquier artista: confiar en lo que hace. Se nota y se puede disfrutar con una sonrisa. Vaya confiado. El vino y la vida pueden tener muchas variantes. Esta es más que interesante. ¡Salud!
Recuperar los orígenes El camino del vino es la historia de un hombre llamado Charlie Arturaola – un reconocido sommelier de origen uruguayo casado con una americana con funciones de manager-, quien en un determinado momento de su carrera pierde la habilidad que lo ha hecho famoso en el mundo: su paladar. Pero es también la historia de un oficio ancestral alimentado por un deseo de símiles características. Para recuperar esto, que es parte inseparable de un sentido y en principio por mera intuición va a iniciar un viaje atravesando el paisaje mendocino, sus bodegas, y todas aquellas personas que hacen posible mediante su pasión, que este “líquido sagrado” llegue al paladar de todos. En ese largo recorrido el espectador tiene al menos dos posibilidades claras, disfrutar de una historia de vida, que acaba de ser interrumpida por una pérdida, lo que implica la imposibilidad de continuar con un trabajo, que de hecho es además un gran negocio. Y por otra, recorrer nuestros bellos viñedos mendocinos, su gente… las familias que han construido estos pequeños imperios, sus pasiones, sus luchas y su relación amorosa con el vino. Que de hecho, está absolutamente imbricado con lo primero, ya que Charlie en ese crescendo económico, fruto de su trabajo, ha perdido la esencia de su relación y en ella los vínculos afectivos con sus orígenes. El vino y su degustación es primera que nada una experiencia física, que a posteriori se transforma en una experiencia del espíritu, por esto deviene en rito, y si bien ese rito podemos socializarlo, es decir compartirlo, es fundamentalmente una vivencia interior y privada. Su director, claramente un enamorado del vino escoge una historia real sin forzarla y deja a su protagonista vagar por estos caminos, con la crisis que implica pertenecer indefectiblemente a una industria, que paralelamente lo ha alejado de sí mismo. Es decir, de sus raíces, y de sus afectos primarios. Se han hecho varios films donde el vino es de algún modo un protagonista. Esto tiene que ver con una realidad, y al mismo tiempo, en el orden de lo cotidiano con una banalización de la misma. Estamos rodeados de seudos sommeliers, como lo estamos de seudos gourmets, y de seudos chefs. Es más, la química se está apropiando de los elementos con los cuales construimos lo que comemos, para transformar sus texturas y sus sabores originarios, muchas veces en espumas. Lo mismo está ocurriendo en el ámbito del arte. Esto último, no es un juicio de valor, sino un dato más de la realidad. Celebro un film donde las fronteras entre el documental y la ficción se borran y que sin artificios sigue la ruta de un hombre, que va hacia el encuentro con su identidad, espacio de su niñez y adolescencia, donde nuevamente volverá a ser llamado Carlos. Excelente fotografía, mucha cámara en mano, una gran apertura de su protagonista, y algunos momentos que devienen en poesía acompañan a este film… para disfrutar. Unite a la FAN PAGE de FACEBOOK y compartí noticias, convocatorias y actividades Seguinos en twitter: @sitioLeedor Publicado en Leedor el 1-08-2012