“El Cazador” de Marco Berger. Crítica. Juventudes reprimidas En el habitual ciclo de estrenos de los jueves de Cine Ar TV, este 28 de mayo llega la nueva película del director de “Un Rubio”, “Plan B” y “Hawaii”. A partir del viernes se encuentra disponible en la plataforma streaming Cine.Ar Play. Por Bruno Calabrese. La historia sigue a Ezequiel (Juan Pablo Cestaro), un adolescente de clase de media acomodada, que mantienen en secreto su deseo por otros hombres. En soledad, (sus padres se encuentran casi siempre de viaje) deambula por la escuela, por el barrio, a la vez que sufre el rechazos de algunos compañeros. Hasta que conoce a Mono (Lautaro Rodriguez), un joven skater. En una plaza comenzará un juego de seducción a través de miradas cómplices que desembocará en una relación oculta. Pero lo que parecía ser una historia de amor secreta entre dos jóvenes dentro de un contexto complicado para asumir su homosexualidad tiene un giro, cuando aparece en escena un supuesto primo del joven skater, el “Chino” (Juan Barberini) con quien irán a pasar unos días a una solitaria casa en las afueras de la ciudad. Por la noche la pareja de jóvenes se quedará en soledad, sin saber que algo extraño está sucediendo en la casa que hará que Ezequiel se encuentre en una peligrosa encrucijada de extorsión y tráfico de pornografía infantil. Con el sello de cine de autor, ya característico dentro del cine de Marco Berger que lo hace sumamente interesante. Nuevamente se sumerge en una exploración de la homosexualidad y los deseos reprimidos a través de miradas cómplices, exposiciones corporales que se dan con total naturalidad en el ámbito de los hombres. Pero en todas sus películas esa temática era siempre abordada desde historias enfocadas en dramas personales con cierto toque de cine romántico y mucha carga emocional. “Un Rubio”, “Plan B” (su ópera prima) y “Hawaii” dan cuenta de eso, lo que lo han convertido en un referente dentro de género. Pero esta vez el director fue más allá, metiéndose de lleno en un terreno complejo, el de la la pornografía infantil. Como una especie de thriller, la música es la herramienta principal para generar suspenso. Poco a poco, de manera incrédula, guiado por sus sentimientos hacia el Mono, Ezequiel se irá metiendo en un terreno peligroso, poniendo en riesgo su integridad. Una filmación suya teniendo sexo con el joven puede sacar a la luz su secreto más íntimo, lo que obligará a intentar de engañar a otra víctima. Allí aparecerá en escena, Juan Ignacio (Patricio Rodriguez), un joven de 14 años que recién está descubriéndose a si mismo y a sentir atracción por las personas del mismo sexo. Un trágico accidente en el que murieron su padres llevaron a que el niño sea criado por sus abuelos. Su homosexualidad se ve reprimida pero encontrará en Ezequiel un confidente, alguien con quien podrá sentir la libertad de expresar su sexualidad sin temor, quien a su vez ve en el niño a la víctima que impida que su secreto se descubra. Pero el vínculo afectivo que nace entre ambos hará que el sentimiento de culpa aparezca en Ezequiel y lo obliguen a tomar una decisión sobre los pasos a seguir. Todo ese bagaje de situaciones hace que la película se transforme en un drama social. Marco Berger se anima a bucear en el difícil terreno de la sexualidad adolescente con un tema espinoso, lo que hace de “El Cazador” su película más arriesgada. Sin recurrir a golpes bajos, de manera realista y natural, solo a través de sugestivas escenas que hablan por si solas, pero sin dejar de ser una mirada profunda y reflexiva sobre los peligros a los que están expuestos lis jóvenes por no contar con un marco de contención adecuado que permitan expresar preferencias sexuales que rompan con la heteronormatividad imperante. Puntaje: 90/100.
La presa. Pocas películas de Marco Berger generan para quien las mira una sensación ambigua entre la perturbación y la fascinación del voyeur. Eso además se exacerba cuando se ubica la cámara en el espacio porque no se trata de una mirada invasiva, sino por el contrario con calidad contemplativa. Por eso en los primeros minutos y llegando casi a la mitad de El cazador, a la dialéctica de los cuerpos y el deseo se le yuxtapone una atmósfera donde la privacidad es vital, pero también en los tiempos de redes donde la exposición se superpone a la privacidad para alimentar ese otro deseo que tiene que ver con la mirada ajena. El cazador, más allá del juego de palabras, habla entre otras cosas de presas más que de cazadores y claro está que la caza empieza por casa, lugar en que el secreto se encuentra al resguardo aunque la prisa de la presa, en este caso un adolescente de 15 años en pleno descubrimiento y despertar sexual, sacude los cimientos de cualquier refugio para preguntarse y preguntarnos sobre los límites del deseo. En ese sentido la propuesta del director de Mariposa apela a una narrativa sin concesiones que encuentra en los códigos del thriller la estructura ideal para un relato de intimidad, suspense e incomodidad a la vez, rasgo que a más de un espectador podrá generarle alguna que otra nueva pregunta, sin reparar en el hecho y la circunstancia que ya estuvo en la mira de otro gran cazador.
Dueño de una mirada provocadora y superadora de cualquier lugar común dentro del género, Marco Berger ha logrado instalar (casi) por primera vez dentro del cine nacional, la construcción de un universo centrado en el homoerotismo de sus protagonistas, que ya ha logrado transformarse en una marca completamente distintiva en su obra: las pulsiones, un deseo que muchas veces tarda en concretarse, miradas y señales que forman parte de un mecanismo de seducción que Berger plasma en la pantalla y sabe coreografiar como pocos. Además es un cineasta que ha logrado superarse a sí mismo, y pasados sus relatos iniciales centrados en la historia de “chico conoce chico” como “Plan B” “Hawaii” o incluso en “Ausente” –aunque con otros ribetes y diferencias-, su filmografía encuentra en “Un Rubio” un gran punto de inflexión: una obra mucho más madura, con una exploración mucho más profunda y abre, en cierto modo, una nueva etapa en su cine. Es así como llega “EL CAZADOR”, su nuevo trabajo que se estrena dentro de la programación de la plataforma www.cine.ar/play, en donde vuelve a trabajar la construcción de una identidad –no sólo en el plano meramente sexual pero partiendo desde esa premisa- y del fluir del propio deseo, sumándole en este caso, la exploración de un nuevo territorio, que atravesará en forma de thriller psicológico, cuando el protagonista se enfrente con una revelación inesperada. Con su sello personal, Berger apela a los elementos típicos en su filmografía; vuelve a instalar ese recorrido de la cámara explorando el cuerpo masculino –fragmentándolo y recomponiéndolo-, la desnudez, la insinuación, la mirada voyeur depositada en el espectador y ese código de gestos, silencios y miradas, que ahora lo tienen a Ezequiel (magnífico Juan Pablo Cestaro llevando el peso protagónico del relato) en el centro de la escena: un adolescente de clase media bastante acomodada que mantiene algunos encuentros con otros hombres en su casa, en donde hay una fuerte ausencia de la estructura familiar que brinde cierta contención. Su mundo cambia por completo cuando conoce en una plaza del barrio a Mono (Lautaro Rodriguez), entregándose a un juego de seducción correspondido donde se inicia una pequeña relación. Pronto Mono lo invita a pasar un fin de semana en la quinta de su primo “el Chino” y durante esa noche que queden solos en la casa, Ezequiel ignorará por completo lo que está planeado. Sin saberlo, caerá en una trampa que poco tiene que ver con la historia de amor que él pensaba que estaba iniciando con Mono. Este momento es una bisagra fundamental que divide a “EL CAZADOR” en dos mitades bien diferenciadas. No solamente por el rol que cumplirá Ezequiel en cada una de ellas –antagónicos y a la vez complementarios-, sino por el tratamiento que propone Berger tanto en el clima como en el guion, para cada una de las dos mitades de la historia. En la primera parte se manejan climas enrarecidos –no solamente porque Ezequiel vive marginalmente, secretamente y a escondidas su sexualidad- sino que el clima de thriller hace densa la atmósfera, que irradia una sensación de peligro aun cuando las imágenes puedan decir lo contrario. Finalmente todo cambia cuando Ezequiel haya caído en la trama: su noche con el Mono que pensaba a solas, ha sido filmada y será usada como extorsión para que su intimidad se haga pública y salga a la luz. Al mismo tiempo, “el Chino” le propondrá un negocio, de forma tal que su secreto quede a salvo. Berger había propuesto un hermoso espejo para el conjunto de sus personajes de “Mariposa”, y la manera que tiene Ezequiel de evitar que se difunda el video, será justamente atravesar ese espejo e invertir los roles. Más precisamente, el negocio que el Chino le propone es que le acerque una nueva “presa”, que alguien ocupe ahora el lugar que él inocentemente y sin saberlo ha ocupado. Así se produce el encuentro con Juan Ignacio (Patricio Rodríguez), un joven que parece estar unos escalones más atrás que Ezequiel, intentando descubrirse a sí mismo y dejándose atravesar por esa atracción que siente por el mismo sexo. En esta segunda mitad, sin abandonar el clima de tensión, la cámara apela nuevamente a los primeros planos mientras que el guion propone una mirada más introspectiva en torno al protagonista, quien se debate entre su propia ética y ejecutar esa propuesta que le permita “salvarse”: aparece irremediablemente un sentimiento de culpa que lo atraviesa, sabiendo que deberá victimizar a otro para que de esta forma pueda perpetuarse la cadena. Una segunda parte en la que se hace mucho más profundo un planteo moral en el personaje, inherente a su construcción y su escala de valores, identidad que va mucho más allá de una mera elección sexual. Es ahora cuando la tensión que estaba presente en el afuera, finalmente se internaliza y Ezequiel empieza a vivenciar las contradicciones que se presentan al intentar llevar a cabo la propuesta del Chino. Berger vuelve sobre su propia obra, retoma algunas de sus principales obsesiones y avanza varios casilleros, internándose en zonas más oscuras, no solamente por tocar el tema de la pornografía que involucra a menores, sino por una profundidad mucho más marcada en el conflicto de sus personajes. A un brillante trabajo protagónico de Juan Pablo Cestaro se suma una excelente química con Lautaro Rodríguez (el Mono), y la participación de Juan Barberini, (“Fin de Siglo” “El incendio” “La Flor”) como “el Chino”, en un papel completamente diferente al que nos tiene acostumbrados. Nuevamente Berger arriesga y gana con un trabajo que explora un registro diferente pero que acierta con esa misma seguridad que siempre atraviesa su obra. POR QUE SI: » La atmósfera irradia una sensación de peligro aun cuando las imágenes puedan decir lo contrario»
Lado oscuro de la realidad. Luego de su Premiere mundial en el Festival Internacional de Cine de Rotterdam - Sección Oficial Big Screen Competition,el reconocido Director Marco Berger llega con El cazador. El film adentra al espectador en una historia que hay que animarse a contar, fiel al estilo del Director, muestra lo que debe y deja en evidencia, de manera implícita, una realidad realmente oscura. Adquiere rasgos universales, que nos hace reflexionar acerca de lo verosímil y ,por desgracia, real de la película. El cazador, (2020). Una película escrita y dirigida por Marco Berger, (Un rubio, 2019), retrata la historia de Ezequiel (Juan Pablo Cestaro) que se enamora de Mono (Lautaro Rodríguez), sin embargo pronto se da cuenta de que se ve involucrado en una red de pedofilia infantil de la Deep Web. La película explora un matiz sombrío, que conforma parte de nuestra sociedad y que sucede en un submundo, conocido por pocos. Con esto logra que la trama se vuelva más cercana y anima al espectador a comprender la situación desde el punto de vista de los personajes. El punto fuerte del guion es la íntima y respetuosa mirada. El film mantiene cierta distancia con lo que muestra, logrando un realismo no invasivo y buscado. Se destacan la construcción de los personajes, los diálogos, el trabajo de iluminación y banda sonora. Funcionan en armonía, generando una atmósfera cuidada. Las actuaciones son muy buenas, acompañan la trama y otorgan cierto misterio e intriga al film. Su respeto por la temática, recurrente en la filmografía de Berger, se instala en la trama, marcando su estilo, que se intensifica durante el desarrollo. La dirección es atinada y detallista, haciendo justicia a un tipo de historia compleja de contar. Es este el mayor valor de El cazador que se caracteriza por su particular ritmo, el guion es valiente y aprovecha cada escena para exponer una realidad oculta y delicada. "Un gran film que a más de uno hará reflexionar y enterarse de una triste faceta de la realidad. Con respeto, Berger se toma el tiempo que amerita el tópico, logrando acercarnos y empatizar con la situación y los personajes." Calificación: 7/10
La película presentada en el Festival Internacional de Cine de Rotterdam en carácter de première mundial por el director de Plan B genera una inquietud y hasta incomodidad que no recuerdo en su obra desde Ausente (2011). Puede decirse que en el caso de El cazador, ese terreno cenagoso, en el cual hay una virtual niebla que todo lo envuelve, tiene que ver con una contradicción intrínseca a la que el realizador no le saca el cuerpo: como siempre la fantasía y el deseo forman parte de la deriva de los personajes, pero al acercarse a un tema tabú como el de la pornografía infantil, eso impone restricciones y límites que no pueden ignorarse. ¿Cómo hacerse cargo de este tema sin renunciar a un tono y una mirada tan personales como la de Berger? Ese sinuoso y difícil sendero es muy difícil de transitar, pero es el único que posibilita evitar caer tanto en la explotación como en la moralina. Sabemos que Berger es un gran director de actores y está claro que la entrega y compromiso de estos últimos permite que la intriga nos provoque una sensación física en la que la explosión del deseo y el despertar sexual mutan en temor e incomodidad (y hasta, en algún caso, desagrado). Los personajes tienen filo y eluden los arquetipos al tiempo que la lógica del gato y el ratón troca el rol de quienes cumplen esos papeles. El tema de los límites de la intimidad, del cada vez más pequeño espacio librado a la privacidad choca con los impulsos del deseo que en la pubertad resulta irrefrenable. ¿Puede uno odiar y desear a otro al mismo tiempo? Y, más allá de lo legal y moralmente permitido, ¿pueden esos sentimientos estar presentes en personas tan jóvenes, menores de edad incluso? Sólo formular estas preguntas nos confronta a una realidad que nos intriga o nos espanta. Y Marco Berger tiene la inteligencia y sensibilidad de dejarnos con esos interrogantes, contando, como tan bien lo sabe hacer, otra historia en la que tabú y deseo forman parte esencial de la deriva narrativa.
Marco Berger narra un apasionante y oscuro thriller a partir de Ezequiel (Juan Pablo Cestaro), un joven que mientras investiga su identidad sexual se ve envuelto en una red de prostitución y pornografía. El sonido como acompañante de una propuesta que habla de vulnerabilidades y de una realidad que está al alcance de todos. Soberbio trabajo de Cestaro acompañado por Lautaro Rodríguez, Juan Barberini y Patricio Rodriguez.
Marco Berger avanza a paso firme por el sendero que comenzó a transitar una década atrás con aquel primer largometraje titulado Plan B. Su trabajo más reciente, El cazador, confirma la condición de autor reconocible por dos afanes narrativos: retratar a hombres homo o bisexuales en nuestro presente, y abordar conflictos diversos a partir de climas cocinados a fuego lento. Como sus predecesoras, esta película también ofrece una aproximación al deseo homoerótico masculino, y a las dificultades que algunos varones sortean a la hora de asumirlo y complacerlo. La novedad radica en el tipo de conflicto que enfrenta el protagonista, adolescente porteño que aprovecha la escapada de sus padres a Europa para abandonar momentáneamente el closet en busca de alguna pareja sexual, a priori ocasional. El encuentro con un skater unos años mayor empuja a Ezequiel al borde de un abismo inimaginado, casi inenarrable. De hecho, lo indecible es el motor central de este film que, irónicamente, juega con una palabra –el sustantivo Cazador– y su campo léxico: el acto de cazar (y acechar), la existencia de una o varias presas, la eventual práctica furtiva, es decir, clandestina e ilegal. El protagoniza aprovecha la ausencia de sus progenitores para saciar su apetito sexual y cae en una trampa que lo somete a un dilema moral. Berger cuenta esta desventura con recursos del cine negro, por ejemplo personajes en principio inasibles como El Mono y su supuesto primo, puestas en escena nocturnas con humedad en el ambiente, sugerentes combinaciones de luces y sombras (obra encomiable del director de fotografía de Mariano De Rosa). Consecuente con este género, El cazador gira en torno a una actividad delictiva que expone la naturaleza corrupta y corruptora –si se quiere infanticida– de nuestra sociedad. En este punto cobra relevancia el cuidado con la que Berger caracteriza a sus personajes en general y, en su ficción más reciente, a los jóvenes susceptibles de convertirse en presas absolutamente indefensas. Resultan conmovedoras las actuaciones de los debutantes Juan Pablo Cestero, a cargo del rol protagónico, y Patricio Rodríguez en la piel del púber Juan Ignacio. Por su parte, Lautaro Rodríguez despliega una dualidad similar a la que puso en juego cuando compuso a Caíto en Mi mejor amigo de Martín Deus y Juan Barberini bordea límites como lo hizo en El incendio de Juan Schnitman. Con El cazador, Berger parece haber alcanzado su madurez creativa. Los espectadores que desconozcan su trayectoria harían bien en ponerse al día.
Ezequiel (Juan Pablo Cestaro) invita a un compañero de colegio a pasar un día en la pileta. Sus padres están de vacaciones y esa imprevista libertad es el terreno propicio para la exploración del deseo. A tientas, signado por el abismo del miedo y el descubrimiento, Ezequiel convierte los espacios en los que se mueve en territorios de conquista a través de insistentes miradas, de expresiones de duda, de palabras imposibles. El encuentro con Mono (Lautaro Rodríguez) en una plaza, un chico más grande que lo invita a la quinta de su primo, instala para Ezequiel un mundo de contornos extraños, marcado por la ilusión del amor, la atracción por el peligro, la afirmación de la propia consciencia. Luego de la melancólica Un rubio, con sus rituales cotidianos convertidos en gestas amorosas, Marco Berger delinea en El cazador su reverso: una película inquietante y perturbadora, audaz como ninguna otra en su filmografía, que convierte a la mirada en la clave de toda reflexión ética. La calidez de sus otros universos, habitados por cuerpos en el vértice del deseo, aquí se subvierte a partir de las constantes de un género como el terror, con sus espacios ominosos y sus sombras amenazantes. Berger demuestra una confianza absoluta en el relato, que le permite cambiar el punto de vista, afinar el encuadre a medida que gravitan las decisiones más difíciles y seguir a sus personajes sin nunca confinarlos, con la misma libertad que entrega a su espectador.
Ezequiel (Juan Pablo Cestaro) es un joven de unos 15/16 años que se encuentra solo en casa, ya que sus padres pasan largos períodos de viaje fuera del país junto a su hermanita, pero él por alguna razón no es invitado. Hacia el comienzo del film tiene un acercamiento con un compañero de la escuela, quien rápidamente lo rechaza alegando que no le gustan los hombres; pareciera que una vez más, Ezequiel no está invitado a pasar a algo más. Pronto conoce al Mono, un pibe más grande que lo seduce rápida y tal vez demasiado naturalmente. En su despertar sexual, Ezequiel se ve más y más atraído por este chico mayor, quien lo invita a pasar un fin de semana en la casa del primo (Juan Barberini). Tiempo después el Mono desaparece dejando a Ezequiel perplejo hasta que un día recibe un mensaje que cambia todo: un video del encuentro sexual que tuvo con el Mono, hecho que desencadena una extosión: para borrar su rostro de la cinta, debe seducir a otros jovénes con el fin de crear nuevas producciones. Así Ezequiel se torna en cazador, y lo que inicialmente se presenta como una historia de adolescentes, poco a poco vira hacia un thriller extorsivo que aborda temáticas tan crudas y difíciles como la pornografía infantil y los manejos de la deep web. Con El Cazador, Marco Berger (Plan B, Mariposa, Taekwondo, Un Rubio) se y nos introduce en una trama que exhibe mucho más de lo que se ve. No es el sexo, no es la relación homosexual, no es la adolescencia, no es la pornografía no. La gran cuestión de este film es la ética humana en general, y a partir de la situación en la que Ezequiel queda tomado en particular, porque tengamos en cuenta que si bien él se convierte en el cazador, jamás deja de presa. El dilema se sitúa aquí, en estas dos posiciones y en tener que atravesar todo desde un lugar de profunda soledad, en un mundo en el que los adultos están siempre de vacaciones o ausentes, y en el que aún seguimos hablando de lo heteronormativo y las disidencias, en vez de hablar de amor o sexo en general, sin distinciones, closets, o miedos. Con sólidas actuaciones, especialmente de Cestaro y Barberini, El Cazador genera un relato perturbador e incómodo, sobre todo porque no se enfoca en la cuestión moral, sino en el lado contempativo de la situación – la reflexión ya correrá a cargo de cada espectador-, y como suele ser habitual en algunos films de Berger, el deseo en su carácter errático, también toma un rol protagónico. Imperdible.
El realizador de Plan B (2009), Ausente (2011), Un rubio (2019), entre otras, entrega con El cazador (2020) un relato de aristas complejas en donde el deseo vuelve a estar en primer plano. - Publicidad - Los relatos de Marco Berger son, en su amplia mayoría, historias sobre el deseo entre varones. Esta cualidad lo ha ubicado como un referente del cine LGBTTI. Y si bien esto es correcto, sería un reduccionismo quedarse con esa nomenclatura y perder de vista que el eje, más allá de la temática, está puesto siempre en el acto de desear y en las múltiples contradicciones que entabla con la mirada de quien desea y de quien es deseado. En El cazador, Ezequiel (correctísimo Juan Pablo Cestaro) es un adolescente de clase media que se quedó solo en su casa, luego de que su familia se fuera de viaje. En búsqueda de conquistas afectivas y sexuales (o ambas a la vez) conoce al “Mono” (Lautaro Rodríguez), otro chico algunos años mayor que él. Lo que comienza como un affaire en plena ebullición hormonal deriva en trama en donde la pornografía infantil –territorio ríspido si los hay- deja entrever parte de su circuito. A partir de ese primer encuentro otros dos personajes clave ingresarán dentro de la órbita del film; precisamente, los extremos de una cadena de extorsión y negocios espurios. En el medio, el ojo atento de Berger se posa sobre las derivas afectivas y éticas de Ezequiel y lo hace sin medias tintas pero con sutileza, sin necesidad de verbalizar aquello que es de difícil traducción. El cazador vuelve a confirmar el talento de su director a la hora de problematizar el deseo. Como ingrediente nuevo, aparece hacia el final el lugar de los “adultos responsables”, pero en ningún momento se plantea una tesis; como siempre, lo que importa es el drama interno, las contradicciones entre lo que se quiere y lo que se puede. En este caso, todo en medio de un aura de tensión que oscila entre el erotismo y el horror.
Crítica emitida en Zensitive Radio Nordelta
«El Cazador» es la más reciente producción de Marco Berger, director de obras tales como «Ausente» (2011), «Un rubio» (2019) y «Plan B» (2009), que al igual que esta última, exploran el espectro de la homosexualidad a la par de sus protagonistas. La historia acompaña a Ezequiel (interpretado por Juan Pablo Cestaro), un adolescente en Buenos Aires, con la casa sola a raíz de un viaje de sus padres. Pasa los días como un típico adolescente; en la pileta, jugando a la Playstation, y palpitando su líbido en alza. Durante una de sus tardes de ocio conoce al Mono (Lautaro Rodríguez), y entre los dos empieza a gestarse un vínculo amoroso. El Mono invita a Ezequiel a pasar un fin de semana en la casa de su primo, quien oportunamente se ausenta durante una noche para que ellos puedan consumar su relación. Al poco tiempo Ezequiel se encuentra con que El Mono corta todo contacto con él, y un mensaje de whatsapp con un video de aquel encuentro íntimo entre los dos, acompañado de un chantaje: seducir a otros jóvenes para ser filmados (en secreto) y vender esos videos, a cambio de que el suyo no circule por las redes. Berger construye un relato dramático contundente, apoyándose más que en los diálogos, en el trabajo de cinematografía de Mariano de Rosa y la banda sonora a cargo de Pedro Irusta, en conjunto con los elementos temáticos que llevan adelante la historia: el despertar sexual y la exploración de la sexualidad, así como el grooming – el engaño a menores de edad por parte de adultos con fines de abuso o explotación sexual – y el «mandato social» de la heterosexualidad (esa expectativa de «presentar a la novia») que muchas veces representa una barrera difícil de sondear entre padres e hijos. El film obtuvo una nominación al «Big Screen Award» en el Festival Internacional de Cine de Rotterdam 2020, así como una nominación al «Premio Maguey a Mejor Película» en la edición de este año del Festival Internacional de Cine de Guadalajara, y es una buena opción para disfrutar del cine nacional en la pantalla chica, en estos días de aislamiento social.
La aceptación, o cierta tendencia a la normalización, de la pedofilia como tal es la lucha de una minoría que se hace escuchar cada vez más. El asunto es por demás espinoso, la literatura y sus adaptaciones en el cine, supieron rozar el tema de la sexualidad en adolescentes y niños desde varias perspectivas. Aun así, por lo general suelen estar cargadas las tintas de misterio y oscurantismo. El cazador, obra de Marco Berger (aquí la entrevista), propone un relato plenamente realista haciendo pie en algunos de estos temas El Teorema del erotismo adolescente no deja de ser “la cuestión del Otro”, Ezequiel es un adolescente de clase acomodada en búsqueda de hospitalidad. El “hogar” que ha contenido y se muestra como disimulado estereotipo del orden burgués argento, resulta un espacio opresivo para el pujante deseo del protagonista. Hacia afuera, en los espacios públicos, la privacidad y sus tensiones se delatan por la mirada. El voyerismo de la cámara y del adolescente tienen muchas cosas en común, el descubrimiento del Otro y su transformación será el detonador de la acción. Ezequiel conoce al Mono, puerta y posibilidad de autoconfirmación, pero como nos anticipa el film la sombra de la duda acecha tras el goce. No todo es vida en el erotismo adolescente, la parte ausente puede ser negocio cuando no hay verdadero amor. Entonces lo que comienza como una típica historia de exploración se transforma en un thriller dramático, el sexo pone los personajes en una dialéctica plausible de extorción. Allí donde la perversión se ejerce, así como en la dialéctica, suele haber mayores y menores. El film de Berger se esfuerza por encauzar los hechos hacia un pulcro realismo, lo logra, aun así, el efecto dramático persiste en el silencio y acompaña las notables actuaciones. EL CAZADOR El cazador. Argentina, 2020. Guion, edición y dirección: Marco Berger. Intérpretes: Juan Pablo Cestaro, Juan Barberini, Lautaro Rodríguez y Patricio Rodríguez. Fotografía: Mariano De Rosa. Música: Pedro Irusta. Dirección de arte: Natalia Krieger. Sonido: Mariano Agustín Fernández. Productor: Alberto Masliah (Sombracine). Distribuidora: Santa Cine. Duración: 101 minutos.
Ezequiel (el debutante Juan Pablo Cestaro) es un adolescente que desea, en secreto, a otros hombres. Sus padres siempre están de viaje y no lo llevan, por lo que él se dedica a dar vueltas por la escuela, por el barrio, a pesar de los rechazos que sufre. Todo parece cambiar cuando conoce a Mono (Lautaro Rodriguez) y comienza una relación de amistad con encuentros sexuales. Pero lo que parecía ser una historia de amor en silencio, se convierte en una peligrosa situación con la visita a la casa del Chino y una extorsión a Ezequiel en relación al tráfico de pornografía infantil.
Entro lo correcto y cuidarse a uno mismo Ezequiel, un adolescente de 15 años, comienza su despertar sexual en medio del rechazo de otros chicos. En esa búsqueda conoce a El Mono, un joven con quien empatiza y es el punto de partida para cumplir sus deseos, pero lo que parece una relación adolescente, comienza a oscurecerse luego de que ambos se instalen durante un fin semana en la casa del primo de El Mono. Su “amigo” se muestra por momentos arisco e incluso intenta desconectarse de él, pero un mensaje anónimo lo intenta envolver en una red de pedofilia, que lo ubica en una posición de tener que decidir si salvarse a él mismo o hacer lo correcto. Marco Berger fue en el cine argentino el precursor de historias donde se permitió cambiar no solo la estructura con respecto a la sexualidad, sino estructuras mucho más profundas. En Plan B (2009), por ejemplo, presentó una comedia romántica con un protagonista que se proponía reconquistar a su ex pareja seduciendo al nuevo novio. Naturalmente vemos cómo Bruno comienza a cambiar y empieza a gustarle el novio de su ex. Algo que podría suceder en la realidad e incluso verlo en otra película, pero Plan B pudo dotar de gracia esa nueva relación entre los dos chicos, corriéndose del estereotipo. Para mi gusto, en algunas de sus siguientes películas Berger comenzó a verse repetitivo o a contar historias fetiches propias, pero se trata totalmente de una mirada personal, que se puede coincidir o no. Con El cazador consigue escapar de todo eso que señalo y ahonda en una temática escabrosa al que el arte le escapa, y en general el cine. Todo lo que concierne a la problemática de la pornografía infantil no es tratado en ningún ámbito, como si de eso no pudiera hablarse, y eso hace que en ese sentido esta película sea especial. Marco Berger es un gran director de actores y está claro en cómo muestra a sus personajes. El gran acierto en El cazador es el casting y el compromiso de los protagonistas, que permiten con gestos y silencios que la intriga no solo sea parte de un guion establecido, sino que se traslade a un tipo de sensación física que nos recorre como espectadores. Y el segundo punto a favor, es el hecho de que todo es sutil y no sea explícito. Esa insinuación hace que lo que queda entre las sombras se comprenda mejor que si se mostrara. Y con eso me animo a meterme en la cabeza de su director, quien en este caso también es el responsable del guion, y en su ferviente decisión de no querer caer en lo mismo que denuncia. Solamente me resulta incómoda la poca explotación del momento del despertar sexual de Ezequiel. Ese camino entre el temor y la incomodidad ante la mirada de los otros; su trance ante la explosión del deseo; el amor odio que habita en él hacia El Mono. El personaje seguramente elude los arquetipos propios de esa búsqueda, pero no se comporta de la misma forma en todos los individuos. La lógica no forma parte de las relaciones humanas y en este caso parece ser como que todo ya está dado. El cazador habla de la ética propia, las decisiones que toma un adolescente entre lo que considera que es correcto y lo que no lo es. Cuánta libertad realmente tenemos en un mundo donde los límites de la intimidad no son tan claros y el deseo choca contra lo moral o legalmente permitido.
MIRADAS QUE MATAN La mirada atraviesa todo en El cazador, la última película de Marco Berger. Es la mirada de los personajes, de los espectadores (quienes estamos incluidos en cada plano) y la del director. Y no hablo de poner la cámara solo en un lugar específico, sino de materializar una experiencia, otorgándole un sentido particular, y un misterio en esta oportunidad. Porque si hay algo en este notable film, además de deseo, erotismo, tensión y pulsión, es misterio. Ya lo advierte la secuencia de títulos con imágenes y música que parecen invocar a la naturaleza durante la noche, a un mundo subterráneo desde donde emergerán unos segundos más tarde los humanos. Y efectivamente, todo comienza con un encuadre decisivo, una elección formal que define un punto de vista, un modo de ver, como quien espía asomado detrás de la puerta. Ezequiel está solo en su casa porque los padres y su hermanita han salido de viaje. Es un pibe que está definiendo su sexualidad y la posibilidad de quedarse solo constituye un aliciente. A pesar de que la película no cae en el lugar común de la invalidación de la familia como órgano opresivo, siempre está ese espacio sagrado en el que el protagonista buscará la privacidad necesaria para dar rienda suelta al deseo. Felipe es un amigo que se quedará con él esa tarde y Ezequiel comenzará su búsqueda a través de la mirada, situación que Berger domina como pocos, enfocando y desenfocando los cuerpos, trabajando sobre el hábito de la espera, de la expectativa dibujada en el rostro del chico, que tiene ganas y miedo al mismo tiempo. En esa duda se juega gran parte del tiempo en El cazador y se enriquece cada plano. Ezequiel le dice a Felipe “estoy al palo” mientras miran una Playboy. Por supuesto, en el terreno del deseo, siempre hay una dimensión implícita y un lenguaje que es solo la punta del iceberg. “¿Nos hacemos unas pajas?” agrega Ezequiel cuando ya ha agotado las posibilidades de explorar con la mirada a su amigo toda esa tarde. La negativa de Felipe produce un dejo de tristeza. Es un momento que se sostiene gracias a la cara y a los gestos contenidos del joven Juan Pablo Cestaro (excelente). También Felipe, lejos de repudiar el pedido de su amigo, le pide disculpas con genuina resignación (¿no quiso, no se atrevió?). Felipe es una versión sincera y amable de quienes rechazan un lance. Posteriormente en el baño del colegio un flaco le advertirá a Ezequiel que se deje de relojear y lo hace de malos modos. El mundo sigue y Ezequiel continúa buscando. Y un lugar posible es una pista de skaters. En los bordes, al mismo tiempo que el resto demuestra las habilidades, hay chicos que miran. ¿Es la mirada que nos conduce a una instancia de deseo primitivo? ¿Es la mirada de los animales cazadores devenidos en humanos deseantes? En esta escena se juntan los tres vértices de un triángulo que irá cobrando forma a partir de un ejercicio de montaje preciso que ratifica, una vez más, la pericia narrativa (y no solo el ojo) de Berger. Allí están Juancito, un pibe de catorce años y que tendrá un protagonismo en la segunda parte, y el Mono. Con el Mono, Ezequiel tranza y se van a su casa, que se transforma en una especie de paraíso, no solo por las comodidades materiales sino por tener la libertad de moverse y hacer lo que quieran. No obstante, más allá de que se hayan acostado (lo cual queda fuera de campo), Berger elige continuar trabajando sobre ciertas tensiones en ese juego de escrutar con la mirada y evaluar la reacción del otro, del Mono, de quien no sabemos hasta qué punto se banca la situación y la relación. Dentro de las sutiles simetrías que la película propone, habrá dos momentos iguales en que determinados personajes rompen la tensión erótica (¿el miedo?) para comer o tomar algo (el mismo Ezequiel lo hará sin ir más lejos). Estas duplicidades, además, se confirman en un plano extraordinario posterior, construido a partir del reflejo en una ventana (el Bergman de Persona asoma por allí). La manera en que Berger añade piezas a la trama, con el arte de lo imperceptible, añade capas inesperadas y decisivas, entre ellas, la aparición del Chino, un familiar del Mono que los invita a su casa para que pasen el día. La inclusión de este personaje abrirá aristas argumentales que no es necesario develar acá, pero tienen consecuencias dentro de la lógica de la película, en tanto y en cuanto el deseo, esa figura que se volatiliza y adquiere nuevas formas, ahora también se desplaza hacia otros destinatarios, incluyendo el peligro. Parece conectarse El cazador, en este sentido, con otra maravillosa película, El desconocido del lago, de Alain Guiraudie, donde deseo/misterio/pulsión movilizan a sus criaturas a un horizonte indefinido de búsquedas, más allá de la razón. Y es en este tramo donde la otra tensión, más relacionada con los miedos ancestrales, se hace presente y es reforzada por la potente banda sonora. La búsqueda de Ezequiel ahora se abre a otros misterios que involucran al Mono, al Chino y a ese otro personaje extraordinario que es Juancito (un hallazgo), un adolescente que pide cigarrillos para calmar su deseo y que entrará en la lógica de cazadores/cazados. A esta altura ya se ha establecido una red de vínculos, un extraño mundo en el que también la oscuridad (recordar al escena inicial) gobierna. No obstante, la búsqueda continúa, el deseo nunca se apaga. Lo que define a un cineasta no es un tema sino una mirada. Berger hace rato la tiene.
La última película del director Marco Berger, que llega a las pantallas de Cine.Ar TV y Cine.Ar Play, El cazador, es un drama con un poco de thriller que pone en foco el mundo de la pornografía infantil que se comercializa a través de la deep web. Ezequiel es un adolescente que, en pleno despertar sexual, sabe muy bien quién es y qué quiere. Lo que no sabe es cómo conseguirlo y, mucho menos, abrirse al respecto ante su familia. Él, solo, de manera introspectiva, pasa de algunos encuentros frustrados a conocer a un skater que le gusta y, todo indica, que es recíproco. Casi la primera mitad de la película es eso: una historia entre dos chicos que se conocen y deciden pasar una noche juntos. Pero lo que parecía un fin de semana idílico, utilizando la casa de un primo mayor, pronto se evapora. Después de pasar esa linda noche, y de despedirse al otro día, Ezequiel no vuelve a saber del Mono, el muchacho en cuestión, un poco mayor que él. Sin embargo, en el afán de Berger por explorar otras aristas, la historia pronto se va tiñendo de un tono oscuro que ya se venía anticipando en la música y los planos largos, en ese clima enrarecido construido. Sin proponérselo, y al mismo tiempo sin encontrar una salida, Ezequiel se ve envuelto en un mundo peligroso. De repente no le queda otra opción que hacer eso que le hicieron a él, es la única manera que tiene de salvarse. En este sentido hay varios aspectos que hacen de El cazador un film muy interesante y arriesgado. Por un lado, que más allá de introducirse en una temática muy densa lo hace desde un lugar observacional, un poco frío quizás, pero que nos permite ser testigos sin que nos planteen dilemas morales: intuimos todo lo que le puede pasar por la cabeza a Ezequiel, pero más a través de sus silencios que de lo que le escuchamos decir. Por otro lado, otro aspecto rico del film radica en el retrato de la familia, en lo difícil que es, sobre todo a cierta edad, poder mostrarse ante ella tal cual es uno y, al mismo tiempo, pedir ayuda, mucho más si ambos aspectos están relacionados. El cazador entonces tiene como protagonista a Ezequiel, pero en la segunda mitad se aleja de su punto de vista para profundizar en un personaje que habíamos visto al principio, aquel que ahora ocupará el lugar que ocupó él. Allí también se contraponen dos etapas diferentes del despertar sexual, porque éste es más joven aún que él. Las interpretaciones son fundamentales: Juan Pablo Cestaro, que se carga el film al hombro con un registro contenido y al mismo tiempo lleno de capas, Lautaro Rodríguez (Acusada, Mi mejor amigo) que aporta la dosis justa de seducción, y Juan Barberini (Fin de siglo, El incendio) en el papel del adulto que se presenta como compinche para luego develar una faceta completamente diferente. Tres personajes ambiguos y enigmáticos. Berger nos entrega una película simple en su superficie narrativa pero profunda en todo su subtexto. Un poco como lo que pasa con la deep web: no la vemos, no es fácil de acceder a ella, pero está ahí. El cazador es un film inquietante que utiliza la premisa de los deseos reprimidos para, al mismo tiempo, denunciar el sórdido submundo de la pornografía infantil.
Ezequiel (Juan Pablo Cestaro) es un adolescente de quince años en pleno despertar sexual. Mientras su familia está de viaje, invita a un conocido a la pileta. El tiempo compartido y la tensión que cree percibir entre ambos le dan la suficiente confianza para que mientras miran revistas de pornografía, le proponga masturbarse. El visitante rechaza esta idea, explicando antes de huir, que a él le gustan las chicas. La anécdota no parece afectar demasiado a Ezequiel, quien sigue atento a la búsqueda de nuevas aventuras.
La cotidianeidad que aplasta Hay directores que siempre hacen la misma película, dice un rezo pero no necesariamente es una afirmación descalificadora sino todo lo contrario. Hitchcock (casi) siempre hacía películas de hombres parados en el lugar y en el momento equivocado, por ejemplo, y probablemente ese concepto lo obsesionó como para pensar una serie de motivos sobre un mismo tema. De todas maneras, no son muchos los directores que incurren en esta estrategia narrativa con la misma nobleza que Hitch; hay otros que insisten en golpear la misma puerta, en darle topetazos o romperla de cualquier modo. Uno de esos es Marco Berger. Desde Plan B (2009) las películas de Berger son configuraciones exploratorias de la homosexualidad masculina en diferentes recipientes: el descubrimiento azaroso, la cotidianeidad, la comedia de enredos y demás formas de pensar un tema, por cierto, muchas veces llevados en el cine argentino desde el prejuicio o desde los estereotipos más burdos (el maricón o el trolo, por citar dos casos). Su estilo tiene un corazón que es el realismo, no en términos de Perrone pero sí en el de rodear la historia con actores que hacen su primera participación en cine o que nunca tuvieron que cargarse el protagónico de una película. Desde lo retórico también ha logrado una identificación, está el llamado “plano Berger” que no es más que un plano detalle de la pelvis de un personaje masculino, en este punto hay que aclarar que Schumacher en Batman y Robín (1997) ya lo había hecho, con igual fortuna pero sin “reconocimiento” de tal etiqueta. ¿Y qué hay de nuevo en El cazador? No demasiado; aunque, dentro de la monotonía y las limitaciones narrativas para expandir los intereses de las obras anteriores del director, hay un esbozo que ilusiona a pensar que existe un horizonte nuevo en su filmografía. Se narra el despertar sexual de un adolescente, y aquí lo bueno es que su elección en cuanto a preferencia de género no importa en la trama, sino que el film pega un volantazo hacia el suspenso. Para ello se vale de mecanismos como las subjetivas de un ojo voyeur, la música de cierta cadencia sostenida, el manejo de silencios en escenas exteriores nocturnas y la tensión como consecuencia de todos estos elementos enumerados. El castillo formal que Berger arma se vuela de un soplido; el artificio para incomodar (más porque se trata de una historia perversa sobre la explotación de menores) es un mero cadete que lleva los valores del cine a ese micro mundo que ya fue explorado por Berger muchas veces. Es como si en un punto retrocediera sobre sus pasos por miedo a introducirse en un entorno desconocido pues prefiere apoyarse en la seguridad de un terreno (a priori) firme. En la nombrada Plan B el tercer acto era el rulo que esa comedia necesitaba porque reforzaba la idea inicial sobre los temores heterosexuales. No es extraño que tal género funcione como sucede a menudo para resaltar subtextos que en los dramas más gruesos y llanos cachetean la cara del espectador sin mediaciones. Mientras tanto, en esta película, la oportunidad de utilizar los dispositivos del thriller para llevar adelante este triángulo de dos jóvenes explotados por un adulto inescrupuloso cae en el precipicio de la cotidianeidad; es decir, se opta por el camino de la historia sin segundo acto -una vez más- por sobre la chance de un halo de novedad o de alternativas poco transitadas en el cine argentino. El cine de Berger definitivamente se encuentra estancado. Ya da signos más que evidentes de revoloteos por las mismas ideas, pero más que nada no avanza por las mismas resoluciones que, paradójicamente, no resuelven las historias. De la misma manera que Campusano no logra escapar del laberinto en el que se metió su cine, Berger está atrapado en el devenir de los personajes con sus encapsulamientos dramáticos. Su próxima película será un desafío para saber si podrá salir de este pantano narrativo o si se halla cómodo en él.
PERSEGUIDORES Cuando leí “El perseguidor” (y supongo que a muchos les pasó lo mismo) al comienzo creí que el título hacía referencia al narrador del cuento, Bruno, que parecía perseguir incansablemente al músico Johnny Carter en esa tarea de acoso tan cara al periodismo. Pero pronto nos damos cuenta que el que persigue no es realmente él, sino Carter, y lo que busca no es a una persona, sino una verdad, una otredad en un mundo cada vez más surrealista. De la misma manera, el filme de Marco Berger comienza con un adolescente gay que parece estar “cazando” partenaires sexuales. Los planos iniciales, con exhaustivos detalles del bosque y sus sonidos, más una constante (y a veces excesiva) música de suspenso parecen reforzar esta idea del acechador. Rápidamente descubrimos que el protagonista vive en un entorno suburbano y su periplo tendrá como escenario la ciudad y otros sitios rodeados de naturaleza. La idea del cazador va reforzándose con el correr del relato hasta que en un momento el cazador se vuelve, sin darse cuenta, el animal perseguido. Pero no es por inversión del relato, sino que la estructura narrativa se va asemejando a una pirámide alimenticia. El núcleo dramático tarda en hacerse evidente y por momentos el filme parece digresivo o meramente hedonista. Sin embargo, la puesta en escena va tirando pistas sobre el desarrollo posterior. La cámara y el montaje parecen seguir exclusivamente las miradas y los cuerpos. Hay una sexualización marcada de los adolescentes y una fragmentación de los cuerpos muy sugerente que emula a la utilizada por el género pornográfico. Los personajes se objetivizan, se cosifican y se transforman en objetos de deseo, no sólo por parte del protagonista sino de otro que ni siquiera es el espectador. Esto no es casualidad pues la pornografía va a jugar un rol crucial en la trama. De esta manera, la puesta en escena completa el sentido del argumento y lo refuerza. Ese mundo masculino de cuerpos sexuales y homoerotismo muchas veces nos hace olvidar que es un mundo de niños, en última instancia, y la situación en la que se ven envueltos los personajes es horrorosa. Con mucho tino, eso coincide con el punto de vista del protagonista, lo que demuestra una notable pericia en el manejo de todos los elementos de la puesta en escena por parte del director. Lo mismo ocurre con el acto sexual, siempre fuera de campo, en el terreno de lo oculto. Sin la mano del director y quizás solamente con la lectura del guion, El Cazador podría parecer un mero filme de denuncia o hasta educativo para proyectar en la ESI. Es Berger el que convierte todo eso en una película digna de atención. Por Martín Miguel Pereira
Ezequiel está solo en casa mientras sus papas están de viaje. Carga con el peso de desear otros hombres y mantenerlo en secreto. Hasta que conoce al Mono, un hermoso skater, que es más que el deseo y la experimentación que buscaba. Margo Berger es un director sofisticado y con mucha sutileza construye su historia sin ser obvio pero también siendo transparente en las ideas y la construcción de personajes. Como de costumbre, Berger tampoco se deja domesticar y trata temas complicados, esos que hoy nadie se atrevería a tratar sin aclarar en exceso su posición. La tensión, el erotismo, el amor, el deseo. Cada detalle de miradas, de palabras, cada espacio aprovechado por la puesta en escena con inteligencia. Un tema en manos de un buen cineasta siempre es un tema interesante y novedoso, aunque recorra historias y mundos conocidos.
Cazador cazado Aunque cueste creerlo El cazador (2020) es la segunda película que Marco Berger realiza con apoyo del INCAA, el prolífico director argentino que cuenta con cinco películas anteriores realizadas en soledad (Plan B, Ausente, Hawaii, Mariposa, Un rubio), una codirigida (Taekwondo), otras tres colaborativas (Tensión Sexual. Volúmen 1: Volátil, Tensión Sexual: Violetas, 5), y una próxima en postproducción (El fulgor), no se queda de brazos cruzados y produce más allá de las trabas burocráticas y los tiempos del Estado. El cazador (2020), cuyo estreno mundial se realizó en el apartado competitivo Big Screen del prestigioso Festival de Rotterdam 2020, ahonda en un tema escabroso al que muchas veces el cine le huye como lo es la problemática de la pornografía infantil. Ezequiel (debut de Juan Pablo Cestaro con un extraño parecido al primer Tom Cruise) es un adolescente de clase media que se encuentra en medio del despertar sexual y la experimentación en pos de descubrir que es lo que en realidad quiere para su futuro. Sus padres están de vacaciones en Europa y él está al cuidado de la casona familiar bajo la tutela de una tía que lo visita tres veces por semana y lo llama todas las noches a las 21 horas. Tiene libertad pero también está semicontrolado y todos los indicios hacen suponer que más allá de algún desliz es un joven responsable y más adulto de lo que representa su edad. Ezequiel conoce a Mono (Lautaro Rodríguez), un muchacho skater más grande que él, se atraen, y terminan pasando la noche juntos. Entre ambos nace una amistad mezclada con sexo que irá tomando aristas insospechadas con la aparición de un supuesto primo (Juan Barberini) y un negocio maquiavélico. El cazador se divide claramente en dos partes. En la primera donde la víctima es cazada y una segunda donde esta toma el rol de cazador. Durante la etapa inicial Berger trabaja la historia a partir de algunos elementos del thriller, jugando con el suspenso, la intriga y una extraña sensación de que algo va a suceder pero no se sabe muy bien qué. Los espacios cumplen un rol esencial en ese juego de climas donde se pasa de la luminosidad y el minimalismo de la casa familiar a la oscuridad y abandono de la casona del Chino, el primo del Mono, generando una tensión increscendo, y no precisamente sexual, como la que nos tiene acostumbrados el realizador. En El cazador nada es explícito, todo es sutil, insinuado. Lo que no se ve dice mucho más que aquello que se muestra. En la segunda parte de la historia los roles se cambian y la víctima se convierte en cazador como parte de un chantaje. En esta etapa Berger abandona en parte los elementos del cine de género y trabaja la historia desde la internzalización del personaje. Ahonda sobre los vínculos familiares, la distancia generacional entre padre e hijos, en donde todo funciona en apariencia bien pero ninguno sabe cómo abordar al otro. Los padres no ven por lo que está pasando Ezequiel y Ezequiel no sabe exteriorizar lo que le pasa. Busca la forma de resolver el problema que lo atraviesa por su cuenta pero solo no puede. En este tramo de la historia aparece el personaje de Patricio Rodríguez, la nueva víctima, en la que Ezequiel se ve reflejado como si se tratara de su espejo. Sobre el final Ezequiel se quiebra y, en un diálogo fuera de campo, le cuenta a su padre (Luciano Cazaux) lo que está viviendo. Lo vemos pero no lo oímos. Es en ese momento de acercamiento cuando la atmosfera entumecida que rodeaba la historia se disipa y una brisa de aire puro se puede respirar después más de cien minutos de una tensión envolvente.
Con guion, edición y dirección de Marco Berger, el film resulta inquietante, intenso, sorpresivo. El realizador de “Un rubio” y “Taekwondo” vuelve con su calidad habitual. Lo que parece el despertar del deseo en un chico joven con conquistas, avances y retrocesos, deriva en un clima de tensión casi policial donde todo lo que se sugiere incomoda y despierta sospechas. Llega a un tabú, como es el de la pornografía infantil, sin caer en la denuncia, el golpe bajo o la mirada cargada de moralina. Con mucha pericia, entra en ese tema terrible desde un punto de vista distinto y tiene un desenlace sorpresivo. El clima opresivo se sostiene aunque todo parece suceder en las márgenes del horror y se adivina más de lo que se ve. Con la gran entrega de sus actores, Berger se detiene en los pliegues del deseo que mutan a la incomodidad y el miedo. Sus personajes se encuentran en un conflicto que convoca el deseo, el amor y también el odio y la repulsión. Film complejo y rico. Con climas muy logrados. No hay que dejar de verlo.
Como para cualquier adolescente de 15 años, para Ezequiel (Juan Pablo Cestaro) que toda su familia se vaya de viaje por un mes es la oportunidad ideal de disfrutar su libertad y explorar sus límites, aprovechando la casa con pileta que le queda a total disposición. Tras un par de intentos fallidos por acercarse a otros jóvenes, en un parque le llama la atención El Mono (Lautaro Rodríguez) un skater un poco mayor que él. Con algo de timidez e inexperiencia, pronto se establece una relación entre ambos que va creciendo con el pasar de los días, hasta que El Mono lo invita a pasar juntos algunos días en una casa en las afueras. Ya desde el viaje hasta ese lugar, Ezequiel empieza a notar algunas cosas que lo intranquilizan y lo ponen en alerta, pero no espera quedar implicado en un negocio ilegal y millonario que lo obligará a poner a prueba hasta dónde está dispuesto a llegar para protegerse. El Cazador, un eslabón más de una cadena de explotaciones No es fácil reseñar un thriller sin revelar los puntos de giro que van a dar lugar al conflicto principal, por más que ni el trailer o el mismo director parecen muy preocupados por guardar el secreto con mucho celo. Es que en el fondo, lo que hará Ezequiel para liberarse de la amenaza que se cierne sobre él no es lo más importante de la narración de El Cazador, que utiliza mucho de todo esto para hablar de otros problemas y peligros que enfrentan los adolescentes en situaciones similares a la suya. El peligro concreto al que se expone podría ser otro, pero las razones detrás de eso seguirán siendo las mismas. El Cazador ofrece un guion sólido, con personajes bien definidos y polifacéticos que evolucionan con la trama mientras se atreven a enfrentar su vulnerabilidad, a ver los miedos que los aquejan y cómo alguien sin escrúpulos puede explotarlos para su propio beneficio. Esto se apoya en una impecable interpretación de su reducido elenco y una propuesta estética modesta pero efectiva. Si algo caracteriza a la obra de Marco Berger (Un Rubio, TaekwonDo, Hawaii) es que se toma su tiempo para decir lo que pretende y El Cazador no es la excepción. Mientras otra gente quizás pondría a un personaje explicando lo que le pasa, él prefiere insinuarlo varias veces hasta que se convence de que fue entendido. Esa sutileza en general se agradece, pero a veces, la reiteración de escenas remarcando la misma idea, puede hacer que parezca que una película no termina de arrancar nunca. Ese es el mayor de los problemas que puede dejar a El Cazador expuesto a una crítica, porque si bien toma una premisa muy interesante y la desarrolla con buen sentido dramático, esa reiteración de conceptos que ya habían quedado claros produce cierto tedio, jugándole algo en contra a lo que de otra manera sería una producción más interesante.
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