La naturalización del canibalismo. ¿Qué ha sido del cine visceral y/ o furibundo de décadas pasadas, aquel que resultaba profundamente doloroso y golpeaba tanto al estómago como al intelecto? La respuesta la encontramos por un lado en las bazofias mainstream que pasteurizan la violencia castrando sus raíces sociales, y por el otro en una seudo independencia festivalera cuyo único interés es fetichizar las carnicerías desde una lógica autosustentable y por demás vacua. Ya sea bajo el artificio infantiloide o el shock onanista de siempre, los excesos del frenesí comunal permanecen sepultados en la coyuntura cinematográfica contemporánea y sólo en algunas ocasiones salen a la luz, cuando por fin son rescatados de la abulia e idiotez procedimental. Desde hace tiempo se deseaba la aparición de un convite desvergonzadamente nihilista como El Cazador (The Rover, 2014), capaz de arrojar sal en las heridas con vistas a bajar a la tierra esa patética utopía de “perfección humana” que muchos burgueses arrastran hoy por hoy, ombliguismo mediante. La segunda realización de David Michôd, luego de la más que interesante Animal Kingdom (2010), retoma lo mejor de la producción contracultural australiana de los 70 para “salpicar” la lente con un desparpajo gore que combina el contexto atormentado de Mad Max (1979), la rusticidad de Wake in Fright (1971) y las disquisiciones morales de Walkabout (1971), una de las obras maestras de Nicolas Roeg. La historia se sitúa “diez años después del colapso”, sin mayores precisiones, y comienza con el robo del vehículo de Eric (Guy Pearce) a manos de una pandilla comandada por Henry (Scoot McNairy). Pronto el susodicho se topa con Rey (Robert Pattinson), un joven con una bala en su abdomen que dice haber sido abandonado por su hermano Henry, lo que deriva en que ambos encaren un periplo por carreteras desérticas en pos de ajustar “cuentas pendientes”. Con un tono aletargado, personajes taciturnos, alegorías varias sobre yermos inertes y mucha desesperación a flor de piel, el director y guionista utiliza un realismo sucio para dosificar la información e “irrumpir” con estallidos esporádicos de crueldad furtiva. En buena medida el film opone la candidez inconmensurable de Rey con el pragmatismo lúgubre de Eric, logrando una mixtura que ahonda con gran perspicacia en tópicos propios del Armagedón, como la naturalización del canibalismo y la exploración de los resquicios éticos de un mañana desolador. Mezcla de ciencia ficción apocalíptica, western existencial y drama minimalista, El Cazador duplica los instantes contemplativos de Animal Kingdom y analiza la rabia latente en nuestras relaciones vinculares cotidianas. Ahora bien, en simultáneo el opus lleva al extremo esta suerte de esteticismo seco que saca provecho tanto de la imprevisibilidad narrativa como de los “tiempos muertos” símil Cormac McCarthy. A pesar de que la propuesta no llega a constituirse en una “película de quiebre” en lo que respecta a su discurso melancólico y los engranajes prototípicos de los géneros en cuestión, definitivamente aporta un soplo de aire fresco al conformismo ideológico estándar, ese esquema comercial condenado a la mediocridad. Esta pequeña anomalía dignifica a las distopías de antaño, esquiva toda categorización apresurada, ofrece chispazos de inequívoca genialidad, apuntala una inesperada química entre los protagonistas de turno y nos regala un desenlace extraordinario, en el que el amor y el respeto por los verdaderos inocentes prevalecen por sobre la lacra humana, cuya brutalidad “se da cita” a lo largo del trayecto…
Naturaleza zombie. Las frutas podridas tienen una belleza contra la que es muy difícil competir. Los colores mutan; nacen, mueren y resucitan mientras los pigmentos se abrazan hasta no distinguir donde empieza uno y termina el otro como una orgía de manchas abstractas. Cuando los sujetos comestibles echan raíces en los órganos de la heladera, nuestra mente es atacada violentamente por un poder enigmático que oscila entre la fascinación y el rechazo, como esos amores que, de tan inconvenientes, se transforman en relaciones (imaginarias o tangibles) magnéticas. Las películas de David Michôd respiran hambrientas dentro de una heladera gigante que refugia a una superpoblación de frutas vencidas que te invitan a masticar vegetales zombies. El director australiano filma un cine putrefacto donde el clima es tan rancio que el mal olor atraviesa la pantalla invadiendo las butacas de curiosos insectos. Las moscas son protagonistas de sus planos, siempre cortejando a los cadáveres que nunca alcanzan la temperatura del muerto ya que arden en llamas invisibles por el calor que azota el sur australiano. Su ópera prima, Animal Kingdom (2010), pinta un retrato de familia disfuncional que se dedica a esquivar la parca vengativa como consecuencia de los negocios turbios que se planean en la sobremesa. La película que ganó el World Cinema Premio del Jurado en el Festival de Cine de Sundance nos obliga a convivir con personajes nebulosos que tienen la característica de llevar al extremo sus emociones: las esconden bajo tierra sin que se inmute un milímetro de las arrugas del rostro o esputan el corazón entero con flotadores para hacer pie entre tantas lágrimas. El Cazador también presenta a personajes desbordados por la oscuridad que emana su destino. Personajes descentrados, fuera de eje, que persiguen y son perseguidos como maratones reversibles, esclavos de los impulsos que los terminarán empujando al borde resbaloso del precipicio. Los protagonistas de ambas películas hacen hasta lo imposible para sobrevivir en esa tensión crónica donde la psiquis del relato pende de un hilo, pero en muy pocos casos lo logran y, si lo consiguen, el precio que pagan es demasiado alto. La segunda película de David Michôd redobla su amor por Guy Pierce ya que, a diferencia de su ópera prima, el actor americano es el ombligo de la narración. Eric (Guy Pierce) busca desesperadamente en el desierto arrasado, al borde de la extinción de seres vivos, a lo único que tiene (o tenía): su auto. El thriller necromántico nos deposita en el cuerpo de Eric (Guy Pierce) para que rescatemos, junto a él, a su caballo de cuatro ruedas que le robó una banda de maleantes. El mérito del director reside en la perfección de los encuadres, ese hermoseamiento de lo mortuorio que hace posible habitar la incomodidad que genera el sabor amargo del relato. Si bien la segunda mitad del metraje no tiene la misma solidez que los primeros cincuenta minutos, El Cazador se luce en las escenas de acción con dosis de suspenso: balas que vuelan por el plano como luciérnagas de plomo en un concierto eterno de tiroteos.
Un prólogo indica que esta historia sucede diez años después del último colapso económico mundial. La única función que cumple esta introducción es situarnos en un contexto que, sin embargo, a partir de la escasez de recursos es totalmente atemporal. El Cazador (The Rover en su idioma original, que tiene bastante más que ver con su argumento) es la lacónica historia de un hombre cuya única pertenencia (un viejo auto) es robada y, sin nada que perder, se obsesiona por recuperarlo, así exista la posibilidad de que muera en el intento. En su odisea se acopla Rey (Robert Pattison, lejos del vampiro light que lo hizo famoso), hermano de uno de los ladrones que, por maldad o estupidez, se metieron con el tipo equivocado. Desde los paisajes desiertos de gente y rodeados de anarquía, la película de David Michod se asemeja a La Carretera, novela de Cormac McCarthy llevada al cine por John Hillcoat, pero con una gran diferencia: mientras una se aventuraba a pronosticar al desorden total y siempre bajo un eterno cielo nublado (por la contaminación ambiental), ésta lo hace desde el absurdo de los valores nominales vs simbólicos (“es sólo un papel”, le explica el protagonista a alguien que dice “sólo aceptar dólares americanos”) y siempre bajo el sol. Un sol que, sospechamos, irradia cada día más fuerte por las mismas razones lamentables. Michod deja en claro que lo que importa aquí no es el argumento, ya que el robo del auto es tan solo una excusa para ver crecer a dos personajes opuestos: uno un sobreviviente errante incapaz de empatizar con alguien (ni siquiera con sí mismo), y el otro un joven descuidado que aún necesita aprender a sobrevivir. Este contrapunto clásico de pareja-dispareja no se aborda desde el humor sino desde la crudeza donde uno terminará dependiendo del otro para seguir avanzando. Es un artilugio de guión conocido, pero es efectivo y gracias a la inteligente dirección de Michod no se resiente sino que se disfruta. Un final apagado y algo pesimista sirve de clausura para un film que no podía terminar en tono feliz, y recuerda que, al fin y al cabo, todos estamos solos en última instancia y conviene aprender a protegerse. Manual básico de supervivencia para el fin del mundo como lo conocemos, que no agrega ningún capítulo al mismo pero entretiene sin caer en lugares comunes.
El cine australiano llega con cuentagotas a la cartelera local y por esa razón está bueno no dejar escapar estas películas cuando aparecen en las salas. El cazador es el nuevo trabajo del director David Michôd, una de las nuevas promesas que surgieron en los últimos años en la industria cinematográfica de ese país. Michôd tuvo un gran debut en el 2010 con su ópera prima, Animal Kingdom, un excelente drama policial donde se destacaron Joel Edgerton (El gran Gatsby) y Guy Pearce. En este caso el cineasta volvió a reunirse con Edgerton (guionista de este proyecto) y Pearce para desarrollar un thriller post-apocalíptico que tiene como gran protagonista a ese maravilloso escenario natural que brinda el desierto australiano. Un lugar especial que en el pasado sirvió de ambientación a la trilogía de Mad Max, los clásicos del loco Brian Trenchard-Smith (Turkey Shoot) y otros grandes títulos del Ozploitation (nombre con el que se designa a la movida cinematográfica que tuvo lugar en Australia entre mediados de los años ´70 y fines de los ´80). Luego que la economía global colapsó se produjo una invasión masiva de inmigrantes a Australia que tratan de sobrevivir como pueden en un lugar peligroso donde abundan los criminales y estafadores. En ese contexto se presenta a los dos protagonistas de este relato, interpretados por Guy Pearce y Robert Pattinson. Un solitario obsesionado con recuperar el auto que le robaron y un joven norteamericano que fue abandonado en el camino por una banda de delincuentes con la que se relacionaba. La trama se enfoca en la extraña relación que se forma entre estos dos hombres que intentan mantenerse con vida en un ambiente hostil. A diferencia de Animal Kingdom que era un thiller más clásico, el director abordó la narración de este film como si se tratara de un western moderno donde la tensión y el suspenso se desarrolla lentamente. Guy Pearce brinda otra tremenda actuación como las que ya estamos acostumbrados a esperar de él. Es complicado encontrar un trabajo suyo donde no se destaque. Por esa razón termina de llamar más la atención Robert Pattinson, quien presenta uno de sus mejores trabajos en el cine. Hay que darle el crédito por sus notables esfuerzos por despegarse todo lo posible de la saga Crepúsculo con proyectos radicalmente diferentes. Así como se le pegó (con justicia) por su vampiro constipado hay que reconocer también que en estos últimos años evolucionó muchísimo como actor. En El cazador está muy bien y tiene grandes momentos junto a Pearce. La película del director Michôd logró convertir a esos escenarios desoladores del desierto australiano en un personaje más de la película que no pasa desapercibido en el conflicto. En este punto fue clave el trabajo de la directora de fotografía Natasha Braier, una artista argentina que fue colaboradora de Lucía Puenzo en XXY. Me pareció genial como aprovecharon ese lugar para potenciar el complicado mundo en el que se desenvuelven los protagonistas. El Cazador es una muy buena propuesta que no va a defraudar a quienes busquen disfrutar un thriller decente con un buen reparto. Otro acierto en la corta filmografía de este joven director cuya carrera será interesante seguir.
Perros de la ruta Tras la consagratoria Reino animal (Animal Kingdom), el australiano David Michôd estrenó en el último Festival de Cannes una road-movie apocalíptica ambientada en un futuro cercano (diez años después de un evento no especificado al que todos llaman "El Colapso"), que remite a su coterránea Mad Max y al Quentin Tarantino de Perros de la calle (y, por efecto transitivo, al cine Clase B, al thriller y al western). Historia de duelos y venganzas, película de gángsters de poca monta, de tipos duros y solitarios que se juegan a cada minuto la subsistencia (la amenaza está siempre a la vuelta de la esquina o -mejor- en la curva siguiente de la ruta), El cazador encuentra en el imponente Guy Pearce y en el esta vez bastante digno Robert Pattinson a sus dos protagonistas. No se trata de una película demasiado sorprendente y hasta puede irritar en algún momento por su narración algo árida y minimalista, pero al mismo tiempo tiene un look, unos climas y varias escenas en las que Michôd consigue la tensión necesaria como para resultar poco menos que irresistible. Al menos, para los que gustan de este tipo de relatos sórdidos, estilizados e hiperviolentos. Un buen exponente del cine de género.
El paraje creado por el director David Michôd para The Rover no podía ser más inhóspito y desolador. Presentada como un western contemporáneo, la segunda incursión cinematográfica del australiano posiciona al espectador en medio de un brutal colapso económico y social, que deja las calles desiertas, y los remanentes humanos luchando por subsistir, donde una bala vale más que una vida humana. En el medio de esta aridez, el protagonista es un duro hombre que no tiene nada que perder, un vagabundo o trotamundos, como bien lo indica su título original. Australia. Diez años después del colapso. Ése es el único dato que se nos enseña para saber que el mundo no es el mismo. Casi no hay detalles explícitos que subrayen esa idea, con excepción de los diferentes personajes que van apareciendo y desapareciendo con el correr de los minutos. El detonante de la acción es simple y directo: al protagonista le roban su auto, tal vez la única posesión que le queda. Y la más importante, ya que saldrá en su búsqueda sin importarle lo que le depare esta caza humana. En el camino se encontrará con un peculiar joven, mitad Jesse Pinkman de Breaking Bad y Leonardo DiCaprio en What's Eating Gilbert Grape?, formando una inestable alianza en la abrasadora estepa australiana. Todo aquel que espere una aventura postapocalíptica al estilo de Mad Max se verá muy decepcionado, ya que ése no es el objetivo de Michôd. Con apenas un toque de historia, la más de hora y media de metraje transcurre entre paisajes oníricos, y una banda sonora -cortesía de Antony Partos- que a veces participa más que los protagonistas, y su impulso se siente en muchas de las escenas, creando atmósferas pesadas, asfixiantes, chirriantes. En el mundo de The Rover no hay buenos ni malos, hay mucho gris. El protagonista difícilmente haga algo que se gane la total confianza de la platea. Si estuviésemos hablando de otra película, el ciudadano de Guy Pearce sería un villano, que no se detiene ante nada ni nadie para conseguir lo que quiere, sin importar si tiene que gastar un poco de plomo. El papel de Pearce es fantástico y el actor le pone todo el cuerpo a este hombre duro y reacio, con mucho desgaste físico y psíquico, que repite más de una vez sus preguntas y que no está para chistes. Su contrapartida es un inesperadamente excelente Robert Pattinson, que los hará olvidar -a mí inclusive- el horrible papel que tuvo en la saga Twilight, demostrando que tiene pasta para componer papeles difíciles y desafiantes. The Rover no es una película fácil de ver, pero aún así es disfrutable. Aunque es dura, no es tediosa. Aunque es desoladora, la belleza de su fotografía es innegable, aún cuando el escenario del film priorice el polvo, sangre, sudor y metal oxidado.
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Mad Max atravesado por Cormac McCarthy En el comienzo de la australiana El cazador (The Rover, 2014), espacio y tiempo nos recuerdan a Mad Max (1979). “Diez años después de un colapso económico global” anuncia el texto debajo de la imagen y nos ubica en un futuro apocalíptico. Los escenarios son grandes terrenos despoblados, y la acción transcurre en las carreteras con personajes temibles y de pocas palabras. Pero si buscamos referencias, la película tiene mayores puntos en común con las novelas de Cormac McCarthy –con The Road sobre todo- que con el film australiano interpretado por Mel Gibson. El cazador no es una película de acción y venganza, sino un drama profundo sobre las necesidades humanas en un momento de desesperación. Hecho que explica –aunque nunca justifica- el comportamiento del protagonista (un parco Guy Pearce) atravesado por un hecho doloroso que desconocemos y que actúa sin el menor indicio de piedad para conseguir su auto que le fue robado. O su compañero de ruta (un Robert Pattinson en la mejor actuación de su carrera), el desequilibrado hermano del ladrón. El cazador es una película escéptica, seca y árida como el paisaje rural australiano de las carreteras que transita. Sus personajes son personajes de prisión: están continuamente a la defensiva, con la agresión marcada en el rostro y escondiendo continuamente su vulnerabilidad ante los otros. En ese universo surge la necesidad de comunicarse, de establecer una relación con el otro, aquello que hace sensible al individuo y le devuelve su humanismo. Como película, el film escrito y dirigido por David Michôd no escatima en silencios, lentos movimientos de cámara y brutales escenas de violencia. Pero son justamente tales recursos los que le otorgan al relato una percepción única, una textura, un clima enigmático y crudo, y un aire de grandeza en la pequeña historia que narra.
Thriller tenso e implacable Un duro y solitario vagabundo atraviesa, diez años después de un colapso económico global, el desierto australiano en su antiguo automóvil. Desde otro vehículo, un grupo armado lo obliga a descender de su única posesión, ese destartalado coche, y huye. El hombre comenzará una larga caminata por esa planicie con una idea fija: recuperarlo. A lo lejos percibe el cuerpo de un joven herido que integraba la pandilla al que sus cómplices dejaron para que muriese. Ambos unen fuerzas para lograr sus objetivos: el hombre necesita su auto: el joven, vengarse. El director australiano David Michöd, que hizo sus primeras armas en el largometraje en 2010 con Animal Kingdom, supo aquí componer, con su coguionista Joel Edgerton, una trama que resalta su don para retratar la violencia de un mundo sin esperanza, ayudado por las composiciones de Guy Pearce y Robert Pattinson, que logran salir airosos de sus cometidos con sus personajes. Impecable en sus aspectos técnicos, El cazador redondea una propuesta dura y alegórica.
La vida por un automóvil Hace tres décadas y algo más el cine australiano era pura novedad, originalidad, violencia física, escenarios naturales, mito o revelación, supervivencia. Películas como La última ola, Largo fin de semana o las dos primeras Mad Max, por nombrar sólo cuatro, reflejaban un mundo devastador, apocalíptico o un tanto posterior, con el desierto como geografía protagónica junto a personajes que sobrevivián en medio de un río de violencia. Lo bueno terminó cuando algunos de sus mejores directores (Peter Weir, George Miller) emigraron a Hollywood y se olvidaron de las carreteras y de los cruces culturales entre el progreso y el pasado ancestral. El cazador de David Michôd (Reino animal) intenta retornar a ese paisaje característico de aquel cine australiano con sus personajes demenciales, roñosos y dignos de temer, al contar una historia post apocalíptica que toma como eje al vagabundo Eric (Guy Pearce), un sujeto obesionado por recuperar su auto, robado en la primera secuencia de la película. En ese mundo sin canguros pero con la muerte entre ceja y ceja, Eric es un tipo de pocas palabras, desconfiado del otro, ajeno al altruísmo y a la ayuda humanitaria. En la primera mitad de El cazador aquel Mad Max de fines de los '70 resucita desde el minimalismo de la puesta en escena: seca, cortante, bien lejos de artilugios visuales que vayan más allá de una acción física y sin contemplaciones. Esos silencios de Eric y esa apuesta a sustraer en lugar de acumular información, comienza a modicarse desde la aparición de Rey (Pattinson), uno de los sujetos que le robó el auto al impávido y violento Eric. Allí la película tuerce hacia una zona difusa, Michôd le quita protagonismo a Pearce y se lo cede a Pattinson (quien hace todo lo posible para llegar a la sobreactuación) y el polvo del desierto, la carretera y los autos destartalados, viran a un discurso demasiado exterior, plausible al riesgo que implica aferrarse por vía de la metáfora y el simbolismo. Allí la violencia física le deja lugar a la violencia verbal y el film no es el mismo.
Crítica emitida por radio.
Ni surf, ni canguros La historia comienza diez años después de un colapso económico, sin dar más especificaciones que eso. Todo transcurre en un clima desértico -donde parece no haber refugio para tanto sol, donde la piel de los protagonistas parece estar tan sucia y agrietada como la tierra. Eric (Guy Pearce) es un vagabundo que no tiene nada en la vida más que su auto, cuando un día una banda de delincuentes se lo roba durante una fuga. Sin pensarlo se lanza tras ellos para recuperarlo. En el camino se encuentra a Rey (Robert Pattinson), un miembro de la banda al que dejaron abandonado luego de recibir una herida de bala. Rey es el único vínculo entre Eric y quienes tienen su auto; se convierte entonces en su aliado en una persecución que por momentos parece no tener sentido. La relación entre ambos se da primero por necesidad, y luego porque lo poco que queda de humanidad en ambos parece conectarlos. Rey fue abandonado por su hermano, quien lo dejo -literalmente- desangrándose en el piso; y Eric parece ser el único capaz de cuidarlo, aunque sea para recuperar su auto. Así surge en Rey una especie de lealtad hacia él. El director David Michôd redobla la apuesta luego de "Animal Kingdom" -no estrenada aquí- con personajes aún más viscerales y desbordados, rodeados de agresiones. En esta especie de road movie desértica que por momentos recuerda a "Mad Max", las imágenes son fuertes, los personajes en su mayoría son delincuentes capaces de hacer cualquier cosa por sobrevivir y hay desde tratantes de blancas hasta enanos dealers. Y en el medio de tanta desolación y crueldad, los protagonistas se contienen el uno al otro. La violencia y el salvajismo va escalando escena tras escena hasta que desencadena en un final muy bien logrado. Guy Pearce compone un gran personaje. Duro, de pocas palabras, hermético, y Robert Pattinson sorprende componiendo a un joven débil, levemente retrasado, que parece no tener lugar en un mundo tan violento. Lejos de la imagen turística de canguros y surfers rubios, la película que transcurre en una Australia profunda, atrapa con una atmósfera desértica y violenta que retrata a dos personajes que apenas pueden sobrevivir, sin ninguna estructura social o familiar que los contenga, solo la que ellos construyen.
Jugada, desde lo estético con bellos encuadres y fotografía contrastada, como desde lo argumental, heredera de gemas como MAD MAX, es esta una película con muchos puntos altos. Pero sin dudas, los rubros actorales merecen un párrafo aparte. Y es que GUY PEARCE logra una labor impresionante como un hombre que ha abandonado todo rastro de humanidad, pero más sorpresivo y gratificante resulta ver a ROBERT PATTISON , empatico hasta la médula, una interpretación para nada afectada, que lo despega para siempre de personajes ñoños o rosas. Una grata sorpresa del cine independiente.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Esta historia futurista, situada “diez años después del colapso”, muestra la empatía entre Pattinson y Guy Pearce: dos hombres a los que sólo los une el pragmatismo. Hay algo irresistible en las películas postapocalípticas. Será el placer morboso de ver plasmadas en la pantalla las liberadoras fantasías de un mundo en el que el caos finalmente se haya impuesto por sobre el orden social conocido; un mundo en el que todas las leyes escritas por el hombre hayan prescripto y se esté ante el comienzo de una nueva historia. Después de todo, ¿quién no se imaginó alguna vez qué pasaría después del fin del mundo? Angustiado por la crisis económica occidental de 2007-2008, el australiano David Michôd sintió que el planeta se iba al tacho y situó a El cazador, su segundo largometraje, “diez años después del colapso”. Todo sucede en una tierra árida, poblada por hombres vencidos, desesperanzados, embotados de calor y desidia, sin demasiados motivos para vivir, con el alcohol y la prostitución como únicos refugios a mano. Y dos dioses absolutos: los dólares estadounidenses y las balas (parece que no hay ningún cataclismo capaz de alterar esta religión duoteísta). La anécdota que dispara la acción de esta road movie futurista es simple: a un hombre -jamás se dice su nombre, aunque en los créditos figura como Eric- le roban el auto. Y, aunque a cambio le dejan una camioneta bastante mejor que su vehículo original, él se lanza a una persecución frenética para recuperarlo, como si ese automóvil fuera lo único por lo que valiera la pena seguir adelante en ese lugar hostil, como si fuera su única conexión afectiva en la vida. Si la actuación de Guy Pearce (el de Memento) es muy buena y da en el tono justo que la historia necesitaba, en el camino se encuentra con un compañero de aventuras que lo supera. Es sabido que no hay nada como interpretar a un deficiente mental o a alguien con cierto grado de discapacidad para ser tomado en serio actoralmente y aspirar a todo tipo de premios. Y Robert Pattinson nos hace caer en el viejo truco: Rey, su joven desamparado, medio lelo, de hablar dificultoso, obliga a que -si los teníamos- dejemos de lado los prejuicios hacia el galán de la saga juvenil Crepúsculo y de acá en más nos lo tomemos un poco más en serio. La relación que construyen los dos protagonistas es muy particular: aparentemente, entre ellos no hay empatía ni sentimientos, sólo los mueve el pragmatismo. El comportamiento de Eric y Rey es el reflejo de lo que ha ocurrido con la humanidad entera en esos tiempos posteriores al desastre. Parecen no quedar rastros de sentimientos, apenas ciertos instintos de supervivencia. Y el desierto australiano, que trae reminiscencias tanto de Mad Max como de Breaking Bad, es el escenario ideal para desarrollar esta historia de sobrevivientes que buscan una razón de ser en un universo que los abandonó a su suerte.
Subí que te llevo Inquietante, feroz, incómoda, sin concesiones, El cazador es una despiadada visión de la condición humana en situaciones extremas. Perteneciente al subgénero del cine post-apocalíptico, recurrente hasta el agotamiento en los últimos años, esta película del realizador australiano David Michôd redescubre esta impronta otorgándole una visceralidad casi intolerable. Todo lo que se ve o vislumbra en el film llega a las entrañas, se transforma en una vivencia compartida con el espectador en la que lo que ocurre parece palparse, olerse y hasta saborearse, en el peor sentido del término. Con un aliento de western desolado y futurista, El cazador reserva un espacio considerable a la redención, a la posible salvación de almas irredentas. El insospechado vínculo que se establece entre un hombre aparentemente desalmado e implacable y un joven desorientado y de escaso raciocinio signa de manera poderosa la segunda parte del film. El primero le salva la vida al otro sólo con la intención de no perder la pista de su vehículo robado, un auto rastreado obsesivamente quizá por contener algo valioso o como transporte en un mundo anárquico y desquiciado. Pero esa relación ventajosa entre ambos adquirirá otra envergadura, acercándola casi imperceptiblemente a una rara humanidad. Un impecable y pleno de sutiles matices Guy Pearce, componiendo a un lúcido y contradictorio criminal, acompañado por un sorprendente e irreconocible Robert Pattinson, cada vez más comprometido con su carrera artística, enriquecen una pieza notable, que va bastante más allá de estar adscripta a un estilo fílmico en boga. Un inesperado final, relacionado con ese codiciado automóvil, conmueve y redimensiona el film.
El cazador es un thriller futurista diferente que merece la pena su visión. Esta vez cabe destacar que el poster para Argentina es excelente ya que vende realmente lo que es la película. El cuento hubiera sido ideal para un cortometraje, ya que la narración de ritmo tranquilo y escasos diálogos puede llegar a aburrir a los más ansiosos. Y si bien mantiene cierta tensión, no tiene...
Un karaoke con chinos. Tierra de nadie. Enanos drogones. Carreteras polvorientas. Western. Un auto, un perro, dos hombres. A prori, la sumatoria de estos elementos, implantados en el marco de una road movie, no suena mal. Pero, cuando los personajes no muestran motivaciones o contexto alguno para hacer lo que hacen, el encuentro impensado y el viaje que los une nos va abandonando en el camino, como arrojándonos, casualmente, de un auto en movimiento. No: no es una road movie existencialista de Monte Hellman. Ya quisiéramos. Eric (Guy Pearce) es un tipo que vive en el medio de la nada, en alguna ciudad del sur de Australia que se parece bastante a ese sur profundo de Estados Unidos, que tantas veces vimos, pero más profundo aún, más sucio, más desértico, más árido, más tierra de nadie. Una suerte de Deliverance pero sin violaciones, una Sin Lugar para los Débiles pero con armas más convencionales. Es decir: setentas aligerados y ochentas sin ironía. Cinefilia selectiva. Boorman y los Coen for dummies. Y a Eric, un tipo impávido y, a primera vista, abúlico, le roban el auto, y eso desata todo su instinto cazador. Nunca sabemos (hasta la escena final) por qué ese auto destartalado es causal de tanta preocupación, de tanta persecución desenfrenada. A un tipo que no tiene nada que perder ¿por qué puede importarle tanto perder su auto hecho mierda? Y esa persecución incluye muertes varias, visitas a lugares cada vez más inhóspitos y áridos, en lo que se ve como un derrotero sin sentido de un muerto en vida. Pero ese muerto en vida encuentra en su interior cierto atisbo de humanidad cuando conoce a Rey (Robert Pattinson, en un nuevo intento desesperado por tomarse –y que tomen– en serio su carrera), una especie de Simple Jack (el personaje subnormal de Tropic Thunder, de Ben Stiller) del subdesarrollo y la miseria. Parafraseando a esa obra maestra, una de las enseñanzas de Tropic Thunder era que cuando la gente no te valora demasiado como actor, no te queda otra que jugártela al todo o nada y sacar la poco afortunada carta del full-retard. Casi nunca garpa. Y esta no es la excepción. Y, como decíamos, Eric y Rey se juntan para ir en busca el primero de su auto y el segundo de su hermano y los amigos que lo dejaron herido y abandonado. ¿Llegó Rain Man al asado? Y Eric, el tipo impávido, al que no se le mueve un pelo, incapaz de conmoverse ante nada, empieza a sentir una mezcla de entre cariño y pena por este chico con retraso que fue abandonado por su hermano y amigos. Rain Man is in da haus. ¿ I Am Sam? Todo es posible en los campos del señor y en la Australia profunda. Los personajes en El Cazador son islotes, cachos de tierra en un paisaje recóndito. Pero no llegamos a saber nada de ninguno de los dos, ni la relación avanza en ninguna dirección posible, como tampoco conocemos nada de Eric y su búsqueda implacable, o de cómo llegó a estar dónde está y ser quién es, ni de Rey y su relación con su hermano. Solo presenciamos, como testigos oculares, muertes despiadadas, filmadas con realismo y crudeza, a tono con el hábitat, la atmósfera del lugar, la suciedad y la aridez. Pero los personajes son islotes, cachos de tierra en un paisaje recóndito. La profundidad psicológica amenaza, pero lo que brota es el efectismo sobre-actoral. El resultado es un esperpento. Recién en la escena final develamos el motor de la búsqueda, lo que había adentro del auto y lo que motivó a Eric a emprender su viaje. Pero como que se les hizo un poco tarde para la empatía, ¿no? Paradoja: En tierra de nadie, habitada por muertos vivos, un perro muerto en un baúl cobra más importancia que cualquier ser humano, vivo, muerto, enano o retardado. Humanismo para todos.
Realismo sucio para una fantasía distópica Algunas películas tienen tras de sí historias que muchas veces son tan interesantes como la misma película. No es que El cazador, segundo film del australiano David Michôd, no ofrezca puntos de interés propios, pero esta vez conviene empezar por esa historia de fondo: la del grupo Blue-Tongue. Se trata de un colectivo de cineastas australianos que en 1996 se juntaron para poder rodar sus propios films, de los que suelen ser directores, actores, guionistas y productores. Los Blue-Tongue son, sobre todo, Kieran Darcy-Smith, los hermanos Joel y Nash Edgerton, Spencer Susser y, claro, David Michôd. Sus películas –la mitad no estrenadas en la Argentina ni en DVD– comparten una estética que puede definirse como realismo sucio (aun cuando se trate de una fantasía distópica, como en El cazador), atravesado por una violencia que echa raíces en diversas problemáticas sociales. En ellas, el mundo es siempre un lugar inhóspito en el que la Justicia sólo funciona como mecanismo individual, pero que a escala social no tiene lugar más que como una eventualidad. Todo eso puede aplicarse a El cazador. Una línea de texto avisa que todo lo que se verá ocurrió diez años después del colapso y es un acierto que no se precise absolutamente nada más acerca de eso. Sólo se sabrá lo que la acción vaya mostrando: que tres delincuentes en fuga le roban al protagonista el auto que dejó al costado de la ruta y que éste los perseguirá obsesivamente para recuperarlo, sin aclarar hasta el final el porqué de tanto empeño. El mundo es ahora un lugar casi deshabitado, en donde la tecnología se ha retraído a la era pre-digital y en donde la desintegración social ha convertido a la ley del más fuerte casi en la única regla. Tratándose de una película australiana que tiene como escenario esas rutas que atraviesan el desierto como venas secas, no es raro pensar en Mad Max, la saga que hizo famoso a Mel Gibson. Pero El cazador está más cerca de La carretera, ardua adaptación que John Hillcoat hizo de la novela homónima de Cormack McCarthy. Con ella comparte una desesperanza que cada escena sostiene a rajatabla, aunque Michôd elige no sobrecargar su relato con el denso trasfondo cristiano que lastra a la otra. Merecen destacarse las actuaciones de Guy Pearce y Robert Pattinson y la paciencia del director para construir los estallidos de violencia que eslabonan el relato, manipulándolos con el mismo cuidado con que un fabricante de bombas caseras trabaja para que sus artefactos no exploten antes de tiempo. En contra: la excedida pretensión simbólica y el humanismo involuntariamente cómico del final, que recuerda las historias que Olmedo le contaba a Portales en el sketch de Borges y Alvarez, en las que un tipo al que le entran a robar a la casa, humillándolo a él y a toda su familia, sólo reacciona cuando uno de los chorros le moja un pancito en el huevo frito que se estaba por comer justo antes de que los malos entraran en acción.
Por mano propia La historia nos ha dejado en varias oportunidades la misma lección: lo tremendo de los grandes cataclismos es que pueden traer una relativización del valor de la vida. Situada 10 años después de “un colapso económico global”, El cazador arranca con el desborde pulsional de un puñado de hombres para los cuales el asesinato resulta una acción mecánica y rutinaria. Sin embargo, el guion no detona montones de efectos especiales ni desparrama pólvora, porque la mirilla se desplaza acertadamente del simple relato de acción hacia la narración progresiva de un drama. En el desierto australiano un grupo de asesinos sale ileso después de dar varios tumbos con su camioneta. Para volver rápidamente a la ruta de sangre deciden marcharse en un auto estacionado en la banquina. El auto pertenece a un sujeto que deambula sobre ruedas por la desolada geografía australiana. A partir de allí comienza una cacería obstinada, en la que el parco y ensimismado protagonista tratará de recuperar, disparando las veces que haga falta, lo que le ha sido arrebatado. Para ello usa como rehén y GPS al hermano de uno de los fugitivos, a quien dejaron tirado en el suelo luego de darlo por muerto. Por medio de algunos tempranos giros inesperados y de la relación que se va estableciendo entre la dupla protagónica (el sólido Guy Pearce junto al correcto Robert Pattinson) el director advierte que sus personajes no son simples monigotes que pueden ser descifrados de un vistazo. En un futuro distópico, donde la ley parece haber quedado suspendida y el contrato social está próximo a su fecha de vencimiento, no resulta fácil percibir los móviles emocionales y psicológicos de los sujetos. David Michôd juega con eso, dosificando los diálogos y llamando a sus protagonistas al silencio. El ritmo y los exteriores e interiores se acomodan con acierto a ese paulatino proceso. Paulatino porque, exceptuando una confesión en el medio (que resulta más justificatoria que necesaria), El cazador avanza entre violencia creciente y tiros que salen por la culata, preservando de incógnito, hasta el final, el chip de humanidad que late al fondo de una temible máquina de matar.
El cine es capaz de crear incontables mitologías y pocas son tan consistentes como la idea de que Australia es una suerte de desierto post-apocalíptico plagado de rutas semi-abandonadas y repleta de hombres salvajes y violentos que se afeitan muy de vez en cuando, escupen cuando hablan y le disparan a cualquier cosa que se mueva porque no tienen nada mejor que hacer con sus vidas. Esa impresión (que, es cierto, le debe mucho a la notable trilogía MAD MAX) no va a cambiar demasiado en la mente de los espectadores que vean EL CAZADOR. Al contrario, seguramente saldrán del cine creyendo que, si les toca viajar a Australia, lo mejor será ir preparado para una batalla. O, al menos, que deben llevarse unos buenos desodorantes. David Michod, director de la extraordinaria (e igualmente mugrosa) ANIMAL KINGDOM, recoge el guante distópico en este filme, una suerte de cruza entre aquella saga de George Miller y un western con una trama digna de una novela de Cormac McCarthy, el autor de LA CARRETERA. Este filme transcurre diez años después de un colapso económico del que no se dan muchos detalles pero que ha dejado a esta porción del mundo en un estado catastrófico, más cerca del Lejano Oeste americano del siglo XIX (con su mezcla de razas y de “buscadores de oportunidades”) que de cualquier cosa que se parezca al futuro. the roverEl protagonista es un tal Eric (Guy Pearce en versión homeless), un hombre solitario a quien un trío de violentos ladrones le roban su auto en la ruta, dejando el suyo tirado en medio de lo que parece ser una fuga. Eric toma el auto de los criminales y sale a perseguirlos con la intención no sólo de recuperar el coche en cuestión sino algo, aparentemente importante, que guarda en el baúl. En el camino se topará con Rey (Robert Pattinson, haciendo esfuerzos notables por probar que es mucho más que “una cara bonita”), el hermano de uno de los ladrones, a quien los otros tres dejaron malherido en el camino. Y ambos se unirán en la persecución. Con una estructura clásica de “road movie”, el filme seguirá las peripecias de ambos y sus encontronazos con una serie de peculiares personajes en el camino (un violento choque con un enano será tan sangriento como gracioso) en una línea narrativa bastante básica que ofrece pocas sorpresas pero que genera suficiente interés hasta el previsiblemente cruento final. El otro eje de la trama estará en la relación entre el perturbado y brutal Eric y Rey, un joven que no parece particularmente lúcido ni del todo bien mentalmente (casi no se le entiende cuando habla y no por culpa del acento), cuya historia iremos conociendo más a lo largo del filme. Guy-Pearce-Robert-Pattinson-The-Rover-2Fotografía y sonido aportan muchísimo a darle al filme un clima denso y a transmitir a los espectadores la desesperante situación de vivir en un mundo sin reglas en el que la desconfianza prima y la violencia es la primera respuesta ante cualquier circunstancia. Si hay alguna segunda lectura de EL CAZADOR esa tiene que ver con las tremendas consecuencias humanas (psicológicas, fundamentalmente) de las crisis económicas. Es claro que Michod va en camino a convertirse en otro cineasta todoterreno apto para cargarse encima, más temprano que tarde, con alguna superproducción estadounidense que necesite algún tipo de “efecto de realismo”. Esa es, al menos, la sensación que deja este filme, la de ser un efectivo, potente y polvoriento ejercicio de estilo que abra al realizador las puertas de Hollywood.
Realismo feo, sucio y malo Los cuervos, el hedor, la sangre, el calor agobiante del sur australiano son los verdaderos protagonistas de esta potente distopía, que puede leerse también como Western si se buscara un análisis desde la alegoría o simplemente tensando los resortes de su temática, que no es otra que la supervivencia en un mundo atravesado por una mirada nihilista y por un estilo cinematográfico muy emparentado con el realismo sucio. Podría también especularse sobre un realismo feo, sucio y malo si se tiene presente que en este segundo opus, El cazador, el director australiano David Michod vuelve a posar toda su carga en la poca humanidad de los hombres, despojado de toda redención sobre sus personajes –ya visto en su ópera prima Animal Kingdom- salvo en alguna excepción que los redime del término lacra social. En ese presente, que en realidad marca un punto de inflexión y abraza la incerteza al situar la acción diez años después del colapso sin mayores precisiones, la ambigüedad temporal resignifica el valor simbólico de una historia que enfrenta a Eric (Guy Pearce) con el resto del mundo, pero más precisamente con Henry (Scott McNairy) y sus secuaces, quienes en su raid delictivo acopian el coche del protagonista y fugan, dejando en el camino al hermano mal herido, Rey (Robert Pattinson), muchacho poco despierto que no opone gran resistencia cuando Eric lo arrastra y vincula con su nueva misión: recuperar el auto perdido. Como una buddy movie desangelada y tan seca en cuanto a la relación utilitaria de los personajes, el relato de Michod transita por el desierto de Australia y se contagia, desde esa actitud desaprensiva y ascética, de la aridez y putrefacción de su contexto para dejar un retrato cruel de la humanidad en plena degradación y en un desesperado grito de supervivencia para alejar a los cuervos del conformismo y erradicar todo espejismo de esperanza estéril. Los silencios, en el desierto, se reservan a los muertos, quienes parecen contar otra historia, más allá del derrotero de violencia y gore servido como aperitivo de este menú que indigesta pero no empalaga. Pocas películas pueden llegar a justificar la violencia gráfica como recurso narrativo y no estético como ésta porque bajo las reglas de la lucha silenciosa entre pares es el único lenguaje que no necesita de intérpretes y que se entiende a pesar del paso del tiempo. La miseria de la condición humana, también. ¿Se puede hacer un cine humanista cuando se perdió la esperanza en el hombre?
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Tierra hostil Cine australiano que emerge bajo la manga de David Michôd, realizador de Animal Kingdom, en 2010. Aquí en The Rover, todo suena vacío, desangelado, vacuo. El desgano como denominador común en cuanto a personajes, imágenes, fotografía y dinámica de la historia. Un film que cuenta con el atractivo principal (y quizás el único) de reunir a Guy Pearce, Robert Pattinson y Scoot McNairy (este último de menor participación). El director nos adentra desde un primer momento en lo apagado y en lo solitario de una tierra de nadie en la que cada uno de los personajes se muestra desconfiado, abandonado y hostil, como en una suerte de resignación y mal acostumbramiento a un modo de vida tan monótono como insustancial. En ese árido y desierto sur de Australia unos sujetos se llevan el auto de Guy Pearce, y a partir de allí nuestro protagonista se dispone a perseguirlos hasta conseguir aquello que es de su pertenencia. Así, simple y sin demasiadas vueltas se desarrolla esta especie de thriller de ritmo sumamente pausado, que a veces abusa de su lentitud poniendo en peligro la fuerza de conexión para con el espectador. The Rover peca por su irregularidad al enlazar y desconectar casi continuamente. Entre una escena y otra existen pasajes que, más allá de su buena factura técnica por ciertos encuadres y planos, se estiran innecesariamente en duración. Una película de miradas extensas, de diálogos escasos pero portadora de una banda sonora punzante y turbulenta de una peculiar extrañeza hipnótica. Se destaca Pearce, barbudo, desprolijo y descuidado en concordancia con su rol y con el resto de los participantes de este relato que se visualiza y sabe amargo, añejo. Robert Pattinson sorprende redondeando una más que aceptable encarnación, acompañando en gran forma a nuestro intérprete central y hasta logrando, en ese territorio incómodo y desaliñado, cierto poder de empatía por la mezcla de inocencia y sinceridad que exterioriza su personaje. The Rover es una proyección quizás no tan apropiada para el público común. Intermitente y densa, suma puntos cuando nos remitimos a la labor de su reparto y a todo lo que concierna al apartado técnico. Como historia, no aporta nada nuevo, se queda merodeando en ese polvoriento páramo que creó su director. LO MEJOR: las actuaciones. La banda sonora. LO PEOR: lenta, vacua, irregular, previsible. PUNTAJE: 4,5
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Atisbo de western como metáfora de la realidad Tiempo de incertidumbre, de miedo, de guerras. Todo cambio de siglo trae consigo estas manifestaciones, y a cien años de La Gran Guerra parece que nada sirvió y estamos frente a las puertas de otra. El cine apocalíptico o post-apocalíptico proporciona proyectos en los cuales se ahondan estos temores y presenta a los ojos del espectador el mundo que vendrá, devastado y vacío, si se deja a los gobiernos mantener la constante de probar nuevas armas. “El cazador” de David Michôd es un filme contado en un estilo mítico-elíptico visto por primera vez en los “spaguetti westerns” de Sergio Leone, filmados entre 1964 y 1973, y posteriormente en “Max Mad” (1979) de George Miller, en donde los personajes de universo post-apocalíptico nunca dan explicaciones. De ese modo el público no descubrirá las circunstancias exactas que llevaron a Robert Pattinson a ser dejado por su hermano, que lo dio por muerto, y mucho menos de Guy Pearce cuya sonrisa enigmática no deja traslucir ninguna emoción y al que se lo ve enojado mucho antes que una pandilla robara su auto. Eric es presentado, por el realizador, como un personaje tallado por sus acciones. Él es el hombre sin viaje de regreso, con un boleto de ida a ninguna parte o con un sólo objetivo encontrar su coche. Vive en el mundo antiutópico, en una sociedad ficticia, indeseable en sí misma, donde reina el caos y el desorden social, y en la cual no hay más ley que la esgrimida por la propia mano y la vida no vale nada. El modo de narrar de Michôd recuerda a otro transgresor de la década del 60-70, Sam Peckinpah, que utilizaba la violencia como un ejercicio de estilo renovador y alternativo al relato más clásico. En este territorio la película de David Michôd se ajusta a los cánones de una propuesta de valor intrínseco plus, que desde el punto de vista de su unidad narrativa abruma con su ritmo moroso, segmentado por puntos de giros de máxima tensión gracias a los cuales la trama crece sin decaer un instante. También consigue provocar en el espectador una sensación de agobio mediante el espacio utilizado: desierto y de desolación absoluta, con un paisaje ocre y pútrido, ambientado por la fotografía de Natasha Braier, una fotógrafa argentina que supo ganarse su lugar en el concierto de la cinematografía mundial: “Nueva vida en Nueva York” (2013), “La teta asustada” (2009), “Dolce vita africana”, (2008), “En la ciudad de Sylvia” (2007), “XXY” (2007), “Blue” (2006), ,”Viaje al corazón de la tortuga” (2006), “RedMeansGo” (2005), cuyas imágenes son un compendio de sutiles secuencias capaces de transfundir al espectador toda la desesperación e impotencia que sienten los personajes frente a ese panorama decadente. Otro tanto sucede con la música de acordes estridentes de Antony Partos (no muy diferente a la obra inquietante de Jonny Greenwood en "There Will Be Blood" (2007). “El cazador” es una road movie que se lleva a cabo fuera de la carretera, con atisbo de western como metáfora de la realidad, considerada desde el punto de vista de dos hombres, sin valores, transitando por caminos polvorientos en busca de cualquier tipo de estructura social, con la esperanza pasada de moda, incluso sin perspectivas de un futuro mejor, con noches sin poder conciliar el sueño, siempre acosados por una amenaza impredecible, pero sabiendo a cada paso lo mucho que se perdió en la caída, pero que deben seguir adelante bajo ese sol abrasador. En una decisión interesante del guionista/director, esbozó a los dos grandes acontecimientos que impulsan la acción del filme antes de los créditos; como un guiño sobre una historia que trata sobre las consecuencias de “la caída” y no al colapso de una sociedad en sí. La violencia es el denominador común de la historia, ya que desde el comienzo las balas y los disparos son hacia cualquier parte (primer plano, plano medio, a la cámara, fuera de cámara), intercalada con momentos de paz frente a una fogata, con largas conversaciones entre Pearce y Pattinson, con algún poético momento de éste último cuando canta “No me odies porque soy hermoso”, mientras el espacio se ilumina por reflejo de las estrellas sobre los vidrios de un coche. En ese momento puede sentir la soledad del personaje Por otra parte el filme roza un tema también de actualidad: ¿qué pasa con los culpables que quedan impunes? La respuesta estará en la interpretación de cada espectador, ya que al realizador tampoco le preocupa explicitar una tesis sobre ese asunto, lo plantea y no se preocupa más del tema. La realización está sostenida por dos jóvenes actores con brillantes carreras. Guy Pearce es versátil para componer sus personajes y por eso se lo ha visto en roles tan disímiles como el de una drag queen en “Priscilla, la reina del desierto” (1994), o como el ambicioso detective Ed Exley de “L.A Confidential” (1997),y el antihéroe de “Memento” (2000). A su vez a Robert Pattinson se catapultó por la saga de “Crepúsculo- Eclipse- Amanecer” (2008-2009-2011), y “Agua para elefantes” (2011). Desde una estética minimalista y con excelentes resultados, David Michôd internó al espectador en el problema de la fusión y soledad del hombre en un espacio nuevo, hostil, yermo, aterrador, inexplicable, con un futuro nada promisorio y una carretera que se extiende hacia un horizonte infinito.
Carreteras Perdidas "The Rover" -bautizada en Argentina como "El cazador"-, es un joyita de Road-Movie, casi apocalíptica, cínica, nihilista y que sabe combinar para bien de la apreciación cinefila, la amplitud del desierto australiano y sus increíbles paisajes, tan sublimes como silenciosos, sumándole una crueldad desbordada, puesto que en un futuro no muy lejano el eje de la existencia parece ser la violencia (nos queda alguna duda..???). A un taciturno hombre le arrebatan el auto, y este está decidido si o si a recuperarlo, aquí el filme se asemeja en mucho a uno clase B inglés de 1960: "Never Let Go", donde Richard Todd se enfrentaba a un malvado y ruin Peter Sellers para recuperar su coche. En su travesía se unirá forzadamente a un chico malherido que es cómplice de los otros ladrones. Un trayecto en busca del auto que está signado por personajes "freaks", y hasta una impresionante cantidad de chinos, lo que deja a las claras un futuro lleno en todas partes de orientales habitantes. Guy Pearce la borda como protagonista y una notable, sorpresiva composición actoral -antes era un paquete, pero bueno... del Viejo Clint Eastwood decían lo mismo- del chico Robert Pattison como un pibe que le faltan algunos jugadores. Cine australiano de carreteras perdidas, espacios abiertos y desolados, con reminiscencias de Tarantino, la saga "Mad Max" y hasta cierta potencialidad del género "Western". Muy recomendable.
EL PESIMISMO NUNCA PIERDE Decadencia, pesadez, finitud, caos, son estados difíciles de aplicar en una puesta en escena. Películas de ruinas morales y materiales hay muchas pero pocas superan el exhibicionismo de su postproducción.
La industria cinematográfica australiana es una de las pocas que puede equipararse en cierto nivel con la hollywoodense no tanto en cantidad como en estilo. El país emblema de Oceanía ha sido cuna de grandes directores y actores que luego cruzaron el charco e instalaron su impronta. Hasta hay géneros que parecen dársele mejor a ese país que a los “americanos”, uno de ellos, la ciencia ficción apocalíptica. Quizás por temerle menos al “bajo presupuesto” al estilo “clase B” que bordea la exageración, tanto directores como George Miller o Russell Mulcahy han sabido entregar sangrientas joyas sobre el post apocalipsis con la humanidad sobreviviendo como pueda… ahora David Michôd parece presentarse como un posible sucesor. "El Cazador", segundo opus del director, vuelve sobre este estilo violento, sucio y de tiempos tomados, el mismo en el que ya se aventuró en su ópera prima Animal Kingdom; pero esta vez echa toda la carne al asador. La historia no necesita de demasiado desarrollo. El apocalipsis esta vez es económico, y nos ubicamos 10 años después de él. El protagonista es Eric (Guy Pearce en un rol justo para su rostro endurecido) un hombre que lo perdió todo, que sufrió una tragedia que no se nos revela pwero por la que quedó devastado, y como si fuese poco, le roban el auto. Eric sólo quiere recuperar su vehículo y huir, lo más lejos posible, escapar como quieren hacer todos. En ese raid de violencia, contenida a medias, no sólo física sino gestual, Eric está dispuesto a todo para su objetivo, y en el medio se cruza con Rey (Robert Pattison, intentando despegarse de su rol de galán vampírico con éxito aunque logre una interpretación desconcertante), hermano del ladrón y un personaje con más de una vuelta y capa. Michôd hace uso de las posibilidades que le otorga su tierra, esos desiertos tan característicos de Australia vuelven a estar presentes con el sol que pega fuerte en una fotografía sucia y brillosa, para caracterizar la desolación y desesperación del conjunto. "El cazador" es un film más agónico que extremadamente violento (eso sí, cuando se desata prepárense). De diálogos ajustados y escasos, todo nos da la sensación de últimos minutos, de últimos recursos. El clima logrado sin dudarlo es el gran hallazgo del film. Algunas vueltas, un cierto aspecto ominoso y enrarecido, y unos puntos sin cerrarse del todo bien desmerecen un tanto el total que prometía cerrar mucho mejor. No obstante, "El cazador" es una interesante propuesta para aquellos que buscan algo más de un típico film de género. Otra entrega más de un país que no agota sus recursos
Letargo apocalíptico "The Rover" o "El cazador", como se conoció en nuestro país, es una propuesta que mezcla varios sub géneros del cine como el western, el road movie, el cine apocalíptico, el thriller y el drama, todo bajo un manto de espíritu independiente y reflexivo. Este último dato no es menor, ya que muchas personas pueden confundirse y pensar que están yendo a ver un preludio de la inminente "Mad Max" y la verdad es que esta película dista mucho de ese tipo de cine. Su narración no es de tipo mainstream, ni lo es su dinámica de filmación, de hecho es un film con aura festivalera, de esas que al espectador común suelen parecerle tediosas y sin sentido. En esta ocasión, voy a coincidir con el espectador promedio en el calificativo de "tediosa" y voy a sumarle algunas cuestiones más. Si hablamos de la trama, claramente la propuesta tiene un sentido y está logrado en algunos aspectos. Por ejemplo la sensación de desolación y desesperación que nos quiere transmitir el director David Michod ("Animal Kingdom"), se logra. El espectador puede vivir el letargo que tienen los protagonistas e incluso sentir un poco de la desesperación que viven los mismos en pantalla ante la desolación de un mundo que se fue al tacho, pero esta desesperación se mezcla con otra, no buscada de forma adrede por el director, que es la sensación de ver que el metraje pasa y la resolución del nudo avanza hacia un final predecible y poco trascendente. Si la película se concibió para ganar algunos puntos con el público festivalero, más habituado al cine de autor, lo logró. Si la intención era además encantar a una gran parte del público que asiste a los cines, no logró entablar empatía y su dinámica lenta y monótona se pasa de rosca. Se puede hacer cine de autor y lograr mejores resultados con el público. Para que se ubiquen en la trama, les va una pequeña sinopsis. El mundo a colapsado económicamente y han pasado ya 10 años de estos acontecimientos. La historia nos sitúa en Australia, un lugar violento que ha albergado a inmigrantes tratando de sobrevivir a la debacle. En este contexto, nos presenta a Eric (Guy Pearce), un tipo dejado, deprimido y casi robótico que para a tomar un trago en un bar karaoke oriental bien bizarro. Un grupo de delincuentes que venía escapando vaya a saber uno de que, roba su auto y se da a la fuga, despertando en el protagonista una furia determinada a recuperar su vehículo como sea. En el camino se topa con Rey (Robert Pattinson), el hermano con problemas mentales de uno de los delincuentes que fue abandonado durante un robo. Entre ellos se forma una extraña sociedad para recuperar el auto, Eric, y para vengarse de su hermano, Rey, por haberlo abandonado en el lugar de los hechos. Para rescatar, los trabajos interpretativos de Guy Pearce ("Memento") y Robert Pattinson ("Cosmópolis"), que conforman una pareja despareja con algunos momentos de alta actuación. Otra cuestión también muy bien lograda, tiene que ver con la fotografía de la producción, que logra transmitir a través de sus planos el lugar inhóspito y agresivo en el que se convirtió el mundo. En general, la propuesta no aporta nada nuevo en ninguno de los sub géneros que transita, se pasa de lenta y reflexiva pensando muy poco en el espectador promedio, presenta un visión muy violenta del mundo sin ahondar en el contexto que lo llevó a caer en ese estado y el final resulta bastante predecible. Una propuesta más pensada para la persona interesada en el proceso de la misma y no tanto en el resultado final.
EL CAZADOR VAGABUNDO ¿Por qué, por qué, por qué los distribuidores de la película The rover (“El vagabundo”) decidieron comercializarla en nuestro país (y tal vez en otros de América Latina) bajo el nombre de “El cazador”? ¿Quiénes son estos perversos que desde hace décadas nos degradan culturalmente con esos títulos falsos que automáticamente resignifican cualquier película extranjera que llega a estas tierras? ¿Qué derecho tienen estos tipos a reinterpretar lo que un director de cine dijo de otra forma en su país y lengua nativos? ¿Por qué hay que tolerar livianamente el racismo encubierto de aquellos que consideran que cualquier cosa dirigida a “hispanos”, “latinos” o “iberoamericanos” tiene como sujeto de consumo a una banda de subnormales que no pueden siquiera figurarse una alegoría en otro idioma? La notable película de Roman Polanski Bitter moon se distribuyó en México como “Luna amarga”, en España como “Lunas de hiel”, en Colombia, Perú y Venezuela como “Luna de hiel” y en la Argentina como “Perversa luna de hiel”. ¿Hay derecho? El sitio español cinemanía.es ha recopilado algunas conspicuas perversiones de las distribuidoras a la hora de re-titular películas dirigidas al público latinoamericano. Acá van algunas perlas: The sound of music = La novicia rebelde Pulp fiction = Tiempos violentos Home alone = Mi pobre angelito 28 days later = Exterminio Total recall = El vengador del futuro Airplane = ¿Y dónde está el piloto? Ice Princess = Soñando, soñando… Triunfé patinando Si algún día quieren averiguar el por qué de estos títulos, les comento que la distribuidora argentina de la película The rover se llama “Impacto Cine Argentina”. Su sitio web es impactocine.com.ar. Si tratan de ir allí van a dar con una pantalla blanca y un cartel en letras negras que dice: “Error estableciendo una conexión con la base de datos”. O sea: los tipos son inaccesibles. Eso sí, a la hora de mandar fruta son generosos. Fíjense si no la “sinopsis” de The rover que divulgaron y que numerosos sitios web repiten como si fuera un sesudo análisis cinematográfico: “Diez años después de un colapso económico global, un duro y solitario vagabundo atraviesa el interior de una Australia devastada, en su misión por localizar a quienes le robaron la última posesión que le quedaba: su coche. Cuando se cruza con un miembro herido de dicha banda, lo toma como cómplice involuntario. A partir de ese momento, comienza a gestarse un complicado y peligroso viaje.” En dos palabras: soñando, soñando triunfé patinando. Los que vayan al cine a ver The rover podrán salir contentos, enojados o incluso perplejos. Eso sí, todos van a coincidir en que la “sinopsis” de acá arriba es basura pura y dura. ¿Realmente habrá visto la película el “creativo” que la hizo? El espectador argentino de “El vagabundo” se va a sentir misteriosamente atraído. Ocurre que las películas filmadas en el Hemisferio Sur, particularmente en Australia, Sudáfrica y la Argentina tienen una cualidad lumínica que las distingue de las de otras partes del mundo. En estos países, tanto la atmósfera como el celeste de los cielos son únicos, fuertes, pictóricos, estáticos. Los amarillos parecen haber sido pintados por Van Gogh. Andá a saber: la latitud, la inclinación del sol, la forma en que se mueven las corrientes atmosféricas en las celdas de Coriolis… lo concreto es que la luz es milagrosamente parecida. Otro elemento compartido son los paisajes del desierto: los australianos recuerdan fuertemente a los de las mesetas patagónicas, diferenciándose, tal vez, por tonos apenas más cenicientos. Los exteriores de “El vagabundo” recuerdan, por ejemplo, a “La película del rey”, de Carlos Sorín. Por último, igualito que acá, tenemos el polvo, el tamaño de las partículas de polvo, la forma en que el polvo se levanta en el camino, se pega en la piel, se acumula en los objetos o refleja la luz en los interiores. (Sin embargo, como se señala más abajo, “El vagabundo” no podría haberse filmado en nuestro país. Jamás). Un mérito indudable de “El vagabundo” es que atraviesa exitosamente varios géneros sin instalarse en ninguno. Tiene ese aire a western en la recreación del entorno como un ámbito hostil en donde no hay lugar para los débiles. La estructura es la de una road movie pero hasta ahí; no existe una transformación del personaje principal en función del kilometraje recorrido. Hay tiroteos y una banda de ladrones pero no es un policial (hay crimen, pero a nadie se le ocurre que alguna vez habrá castigo). Finalmente, la trama y el contexto son los de una película del género distópico, en la variante post-apocalíptica; sin embargo, la originalidad radical de “El vagabundo” es que nadie cree que se pueda reconstruir algo parecido a una sociedad después del “colapso”. Porque lo que está roto en “El vagabundo” es el contrato social, el Estado, las normas, el derecho y la ley tal como los conocemos desde Rousseau en adelante. Al comienzo de la película se nos indica que la acción transcurre en Australia diez años después del “colapso”. Varios críticos han hablado de un “colapso económico global”. Macanas; de la película surge que la moneda australiana no vale nada pero que el dólar estadounidense es muy fuerte. Es Australia la que se ha hundido en un infierno pseudo-feudal en donde los que mandan no se ven y posiblemente ni siquiera vivan allí. La película hace varias referencias a la economía australiana como la de una mera colonia china. Una bella escena muestra un larguísimo tren cuyos vagones, todos de carga, tienen inscripciones chinas en los costados; presumiblemente se trata de una carga mineral que finalmente será embarcada con destino a ese país. A lo largo de la peli hay dos o tres referencias a la minería y al trabajo de los mineros. La economía australiana parece reducirse a eso: minería en gran escala y subsistencia para las mayorías. Además de desiertos vemos pueblos fantasmas de muy pocas casas, casi todas deshabitadas. Como en la Patagonia, abundan las casas de paredes de chapa acanalada, despintada por el viento y el tiempo. Apreciamos el desorden post-apocalíptico en los interiores: tornillos aquí y allá, cables inútiles, artefactos rotos, feos como cucarachas muertas, desparramados por las habitaciones. Hay electricidad pero no electrónica. Hay autos y camionetas que todavía funcionan, sucios de polvo. Hay armas, fundamentalmente pistolas y revólveres, aunque no faltan escopetas y algún rifle. Hay muchas balas sueltas. Multitud de objetos inútiles se acumulan en los porches, los jardines abandonados o a la vera del camino: cables, caños, alambres, mangueras. El combustible es preciado. El comercio es mínimo. Los personajes son sucios y desgarbados. Usan una ropa mugrienta, barata, sin gracia. Son de movimientos lentos: parecen pensar antes de caminar un paso o de abrir la boca. El único personaje que camina más aprisa es un enano malhumorado al que le vuelan el cerebro al minuto y medio de aparecer en escena. Hay muy pocas mujeres; al comienzo de la película, una de las dos únicas mujeres a las que se les ve un poco la cara, la denominada “abuela”, aparece mirando el horizonte de un modo que dan ganas de largarse a llorar a los gritos. Los varones son, invariablemente, un desastre. Chorros sin destino, patovicas, viejos siniestros, gente de aspecto oriental en situaciones surrealistas. Eric (Guy Pearce) es la desesperanza caminando. Ray (Robert Pattinson), levemente infradotado, anda necesitado de un guía. Entre los dos (muy buenos actores) se va construyendo la historia. Hace calor en casi toda la película, excepto por las noches (estamos en el desierto). Hay moscas zumbonas, cargosas, pesadas. Hay gente crucificada en los postes de luz a la vera de las rutas de ripio; hay escenas de hombres durmiendo en habitaciones desordenadas y roñosas. Hay polvo, un sol violento, silencios, muchos primeros planos, suciedad en las caras, desesperanza, desasosiego y hartazgo. La banda sonora es perfecta. Los sonidos son mágicos, extraños, evocadores de un mundo perdido y ya olvidado. La cámara es precisa. Los movimientos y las tomas son clásicos y sostienen austeramente el relato. Abundan los primeros planos, el cruce de miradas, la parquedad. El silencio se siente, al igual que el calor, la mugre y la sangre pegajosa. Se nos muestra una docena de muertes violentas, en escenas que son verdaderamente de relojería. Asusta y duele asistir a cada una de esas muertes. No se trata de una cosa decorativa, como en esas pelis pedorras con camaritas lentas y soniditos de armónica para estetizar las carnicerías. Acá las balas queman, penetran, infectan, vuelan sesos, extirpan tripas. La precisión de Eric a la hora de matar es estremecedora. Rotos el tejido social y las normas, lo que queda es matar o morir, sin ninguna esperanza o expectativa de redención o mejora de la condición humana. Dos diálogos explican todo lo que hay que saber o entender sobre este mundo. Ambos son sucesivos y ocurren a partir del minuto 70. En el primero, un hombre, al que llamaremos “el carcelero”, acaba de capturar a Eric y se propone derivarlo a Sydney para que dispongan de él. El diálogo es así: Carcelero: –¿Cuándo irás a decir algo, idiota? Se acabó. Se acabó para tí. Eric: –Lo sé. Carcelero: –Es bueno que lo sepas. Eric: –¿Tú también lo sabes? Carcelero: –Lo sé, campeón. Te lo acabo de decir. Eric: –Sabes que también se ha acabado para ti, ¿no? Lo que tú creas que se ha acabado para mí, se acabó hace rato. Te estoy preguntando a tí. Carcelero: –¿Me estás amenazando? Eric: –No. Una amenaza significa que todavía hay algo que falta que suceda. El segundo diálogo ocurre inmediatamente después: Carcelero: (mientras anota cosas en un papel, a la manera de un burócrata que rellena un formulario): –Estoy haciendo esto por mí. Eric: –¿Qué es lo que estás haciendo por tí? Hace diez años asesiné a mi mujer … La seguí hasta lo de su amante y los maté a ambos … Nunca nadie vino por mí. Nunca tuve que mentirle a nadie. Nunca tuve que correr o esconderme de alguien. Sólo los enterré en un pozo y regresé a mi casa. Nunca nadie vino por mí. Eso hiere más que tener el corazón roto. Saber que no tenía importancia. Saber que podías hacer algo así y que nadie vendría por tí. Más arriba dijimos que “El vagabundo” no podría haberse filmado nunca en la Argentina. Ocurre que el “colapso” al que hace referencia esta película es el colapso del sistema financiero neoliberal, que en el caso particular de Australia fue aplicado a rajatabla aunque tardíamente -a esta altura se transita por la última fase, la de una grotesca burbuja inmobiliaria que estallará próximamente-. Como bien lo sabemos los argentinos, el neoliberalismo es más que un sistema económico: es una cosmovisión en donde lo único que existe es el individuo y sus “valores”, si son bonos mejor; o sea, papeles representativos de una riqueza cuya realidad reside en la “confianza”. El mundo anglosajón todavía transita la nube de pedos que es este sistema, por lo que a ellos les falta lo fundamental: su propio 19 y 20 de diciembre. Mientras tanto, seguirán creyendo que son individuos aislados, que el término “sociedad” es una construcción abstracta, y que lo que suceda al “colapso” será, como en The rover, la desintegración del universo conocido. ¡No, bobos! Lo que se va a desintegrar son unos cuantos bancos, varios primeros ministros saldrán volando en helicóptero, algunos centenares de brockers optarán por tirarse de los rascacielos de las cities financieras, y el resto de la gente se va a empobrecer a lo pavote. Los anglosajones redescubrirán los sindicatos, habrá goma en las calles, se incendiará un par de financieras, y la plata volverá a hacerse trabajando. Volverá el contrato social, el Estado, las normas y el derecho. Definitivamente, no habrá Erics caminando alucinados por pueblos fantasma, cosiendo a tiros a unos pocos sobrevivientes. Por último: varios críticos han señalado que la última escena resignifica la película. Macanas. La última escena es una porquería; pervierte la actitud de Eric sostenida con coherencia en los 102 minutos previos. Es como si alguien le hubiera dicho al director que con un gesto “humano” (enterrar a un perro) cambia todo y ahora Eric le encuentra sentido a la vida. O sea: soñando soñando triunfé patinando. ¡Falso! La vida de Eric no vale nada desde el minuto uno. Nos dan ganas de zamarrear al director y gritarle: “¡Tonti, sacate el casco neoliberal de la cabeza y mirá algo distinto! ¡Afiliate al sindicato, papá!” Hasta la próxima.
Drama madmaxero The Rover es otra entrega del cine australiano que enfoca el relato dentro de un futuro distópico y violento, muy en línea con el escenario que supo construir Mad Max en su momento, aunque en esta oportunidad el género sea claramente otro. The Rover es un drama con tres méritos irrefutables: la ambientación, la cinematografía y el enorme protagonismo de Guy Pierce, actor que todavía no ha dado con el papel que le quede grande. La sensación de desolación transmitida por la película es impecable. El director ha hecho un gran trabajo en plasmar en la pantalla los sentimientos de quienes habitan una tierra de nadie, no sólo en lo escenográfico, sino también en lo narrativo. Hay tomas excelentes, buena edición y música muy en sintonía con las imágenes mostradas. Pero más allá de todo lo que hace bien, el film no cuenta una historia contundente. Un guión vago y poco interesante impide que la película despegue. Hay algunos diálogos intensos y mucho simbolismo dentro del relato, pero en general la narración es plana y sus personajes carecen de magnetismo, a excepción de Pierce. Robert Pattinson hace lo que puede, incluyendo un marcado acento sureño americano y muchas muecas exageradas que por lo menos a mí no han terminado de convencerme. The Rover está lejos de ser una pieza the visión imprescindible, pero se sostiene gracias a su calidad técnica y la magnífica interpretación de Guy Pierce. Aprueba raspando.
Western futurista, duro y tensionante El filme de David Michod, protagonizado por Guy Pearce y Robert Pattinson, se puede ver en el Visual. Es un filme difícil, duro y seco. El cazador es un western futurista en el desierto de Australia. En ese escenario, aborígenes, extranjeros y forajidos cruzan sus existencias entre la escasez de agua, comida y dinero, y la abundancia de polvo, sudor y amenazas. “Una amenaza significa que algo queda por suceder”, dice uno de los personajes principales, allí donde todo se vuelve extremo. Los motivos para matar y exponerse a morir resultan irracionales para el hombre común, y la diferencia entre pasar a la historia o continuar la marca del instinto, uno que debe desarrollarse incluso más que el olfato de un perro vagabundo. “Si no madurás no sobrevivirás” es la regla ante esa sensación de peligro latente que copa una narración donde la aridez del paisaje y sus silencios forman parte del reparto. ¿Quién mata o quién muere? No cuenta. Sólo la memoria de quien aprieta el gatillo lo rescata. En ese lugar que devora a vivos y muertos, Rey, un muchacho con retraso mental, y Eric, un hombre solitario, torturado por un secreto, a quien nadie conoce ni pretende conocer, atraviesan el inhóspito territorio. Uno busca reencontrarse con Henry, el hermano mayor que huyó con su banda y lo abandonó moribundo después de un enfrentamiento a sangre y fuego. El otro se obstina en recuperar su automóvil, robado en la misma huida. “El vagabundo” es la traducción literal del título original de esta cinta que fue estrenada fuera de concurso en el último Festival de Cannes, con actuación protagónica de Guy Pierce, visto en papeles de todo calibre en Memento, Prometeo, El discurso del Rey o Iron Man 3. Y a su lado está ni más ni menos que Robert Pattinson, bien plantado en el otro extremo de su personaje de vampiro enamorado en la saga juvenil Crepúsculo, y por supuesto, lejos de los suspiros de las chicas. Tiene guión y dirección del responsable de Animal kingdom, película del año 2010 en la que también participó Pierce, y que recibió varios premios y nominaciones, además de lanzar la carrera de David Michod directamente a la consideración internacional. Nuevamente, este joven cineasta demuestra su habilidad para mantener la tensión, con un relato de poco más de una hora y cuarenta minutos de duración, donde cada segundo plantea un nuevo interrogante y la respuesta deviene absoluta y honesta. Se trata, ni más ni menos, que de una tesis de realización y actuación con un pleno aprobado.
Ezequiel se encuentra solo en casa mientras sus padres están de viaje. Después de varios intentos frustrados de encontrarse secretamente con hombres, conoce a un skater. Pero este oculta un secreto que complicará su tranquilidad. En un bosque, al acecho, abre El Cazador. Al ras del suelo, expectante, la cámara toma bellas imágenes de la naturaleza. Mucho verde, pero apagado. Se destaca una telaraña. El sonido directo nos traslada a este escenario, pero algo no está bien. La música nos pone en alerta. Hay una oscuridad en las raíces, algo podrido que nos está oculto entre el encanto. Ezequiel arroja miradas furtivas. Nuestro joven cazador está en pleno despertar sexual y, con timidez, busca el contacto con otro hombre. El colegio, el barrio, son cotos de caza donde los cuerpos se exhiben y él contempla, a la espera de esa mirada cómplice que no escape a su cauteloso avance. Marco Berger ha sabido tratar con delicadeza el juego de seducción y deseo a lo largo de su carrera, y su último trabajo no escapa a esa regla. El director de películas como Plan B o Taekwondo retoma a personajes que, de una forma u otra, tienen conexiones espirituales con otros de su filmografía. Pero El Cazador marca la diferencia. El despertar sexual no es destino sino punto de partida para otro tipo de historia, oscura, terrible, que lastima y que deprime. Hay una cuidadosa labor en materia de sonido, que tensiona junto a la música. La fotografía completa el panorama, para que la película devenga en un thriller cargado de suspenso que, hasta el momento de las revelaciones, solo transmite sensaciones de que sucede algo más. El bosque adelantaba una negrura invisible, para la que uno no está emocionalmente preparado cuando se muestra. Y todo cambia. El cazador cambia. El título cobra otra dimensión, cruda y amarga. La empatía cuidadosamente trabajada durante buena parte del metraje, nos hace partícipes del dolor. Nos deja vulnerables, al igual que sucede con jóvenes como Ezequiel. Y Berger da un importante paso hacia adelante como cineasta. Arrojando luz sobre un tópico real, que acecha en las sombras como los depredadores, y expandiéndose hacia otro género como realizador, a lo que llega a partir de inquietudes que ha recorrido a lo largo de toda su filmografía.