El “soul food” cine no pertenece solamente a los estadounidenses. El Encanto del Erizo es una prueba fehaciente de ello. La joven directora Mona Achache crea una película que bien podría ser representada en teatro con total facilidad, aunque le da un interesante giro cinematográfico. La protagonista es Paloma, una joven de 11 años, hija de una familia aristocrática, cuyo padre es un insípido ministro del gobierno, y su madre, una superficial “dama de la sociedad”. Tiene una hermana adolescente que solamente se preocupa por su apariencia externa. Paloma es la “oveja negra” de la familia. Tiene una mirada nihilista de la sociedad, crítica en cuánto al comportamiento de su familia, y una actitud anarquista. Sus hormonas en vez de llevarla por un rumbo sexual, la llevan a tener cuestionamientos existencialistas y sociales: promete suicidarse cuando cumpla los 12 y dejar un testimonio de su visión de la humanidad registrado en una cámara. De esta forma, la película toma el punto de vista de Paloma y su visión desde dos puntos de vista. Es probable, que si toda la obra hubiese sido registrada solamente en este último formato estaríamos hablando de un film un poco más osado e interesante a nivel cinematográfico. En cambio, la directora toma un rumbo bastante convencional. Aunque admitamos que el uso de la cámara “diegética” termina en un abuso indiscriminado de la técnica, que a veces llega a resultados absurdos (Actividad Paranormal) Pero no nos vayamos por la tangente.Muy, por debajo de Paloma vive, Reneé, la hosca y austera portera del edificio. Bajo la fachada de ser una mujer dura, Reneé guarda una personalidad culta, amante de la literatura y el cine japonés. Reneé suele pasar desapercibida para la mayoría de los habitantes del edificio, excepto por Paloma que reconoce en ella una belleza interior, relacionada con la cultura y la introspección del personaje. La vida de ambas se modifica cuando llega el Sr. Ozu al edificio. Un japonés viudo, que también verá en ambas mujeres, personas sensibles, cultas e inteligentes. Erizos, que tras una cobertura dura, lista para defenderse de los peligros externos, en el interior son personas amables. Achache hace una película “linda”, amable, agradable en tres cuartas partes. Si bien los diálogos y situaciones no son demasiado inspirados, y la acción se vuelve previsible, los tres personajes transmiten calidez. Hay que destacar las excelentes interpretaciones conformadas por la veterana Balasko-Igawa y la joven Le Guillermic como Paloma, una encarnación cinematográfica y francesa de una Mafalda post modernista. Durante el desarrollo, Achache hace “citas y homenajes” al cine japonés (especialmente Ozu) de la forma más literal posible, y también a nivel literario a Tolstoi y Anna Karenina.Para darle un poco más de dinamismo, y romper los moldes, incluye escenas animadas (fantasías) y escenas grabadas en video (cuando Paloma da su “mirada”) pero siempre recurriendo a la justificación narrativa. En el tramo final, sin demasiada imaginación, la directora apela al golpe bajo para dar la moraleja del cuentito. Si bien no deriva en a la sensiblería habitual de este tipo de golpes bajos, es cierto que este giro final de la trama era innecesario para intensificar el mensaje que da pie a la reflexión sobre el “cual” es el significado de la vida. Más allá de esto, se trata de una película optimista, esperanzadora. El estilo de cine que le gusta más a los estadounidenses que a los europeos. El típico “soul food”. Quizás la alternativa para no caer en dicho lugar común hubiese sido una película donde Paloma se cruzara con Mafalda y le dejaran la respuesta acerca de cuál es el significado de la vida… a los Monty Python.
Hermosa historia sobre la vida misma. Los encantos y desencantos que implica la vida pueden acarrear decisiones determinantes. Una niña de once años, la portera de su edificio y el nuevo vecino japonés se encuentran y van entrelazando sus historias. En el medio, lo habitual va tomando otros colores y transformando a cada uno de los personajes. Lo que aparenta ser de una manera tiene un lado oculto, pero se manifestará solamente para aquellos que quieran descubrirlo. Paloma es inteligente, curiosa y mucho más madura de lo esperable para una niña de su edad. Pertenece a una familia de ricos; materialmente no le falta nada, pero tiene otras carencias. Con una madre depresiva, un padre casi ausente y una hermana mayor que la ignora, siente que su realidad no la satisface. Está decidida a suicidarse el día de su cumpleaños, no sin antes dejar testimonios del por qué de su resolución en una cámara de video en la que graba el día a día de quienes la rodean. Mientras hace la cuenta regresiva de lo que le queda de vida, va plasmando en papel lo que pasa por su interior. Algunos de sus dibujos cobran vida, otorgando un sentido más poético y profundo a la visión de la jovencita. La pequeña actriz (Garance le Guillermic) se desenvuelve con una soltura tan natural que logra dejar al desnudo todas las sensaciones de su personaje. Renée, la portera (interpretada maravillosamente por Josiane Balasko) es el personaje más gris de la historia. Dura y áspera por fuera (como la cubierta del erizo), esconde tras esa máscara a una mujer delicada, fina y sensible. Convencida de que debe cuidar el modelo esperable de “portera” para no perder su trabajo, mantiene distancia con los que están a su alrededor y esconde sus exquisitos gustos y hábitos. De a poco, va abriendo sus puertas a Paloma y al nuevo vecino, el señor Kakuro Ozu. Kakuro (Togo Igawa) es también un hombre sensible, y es quien descubre en sus nuevas amigas lo que cada una de ellas lleva adentro. Tranquilo, observador y con un ritmo propio las revaloriza y provoca en la mujer y la niña la posibilidad de manifestarse y tomar conciencia de ellas mismas. El relato, ópera prima de la directora y guionista, se construye a través de los ojos de estos tres personajes, que van cambiando y madurando a medida que avanza el film. Los hechos que se presentan modifican sustancialmente la percepción que cada uno de estos seres tenía del otro y el sentido de la vida se resignifica para cada uno de ellos. La banda sonora acompaña los momentos de cada uno de los personajes, marcando además su personalidad y sus cambios. El encanto del erizo (basado en el best seller La elegancia del erizo, de Muriel Barbery) tiene crítica social, pero además habla de las relaciones, de la importancia de los detalles, de la vida y su significado y de la muerte. Es una historia contada con mucha simpleza pero a la vez es aguda, intensa y fuerte; moviliza y hasta perturba.
Un ángel en mi mesa El tema del paso de un ángel, o del extraño que llega para transmutar la vida de los personajes en un micromundo es un tópico recurrente en el cine. Tal vez la película más emblemática que lo trate sea Teorema (1968), de Pier Paolo Pasolini, pero desde Boudou salvado de las aguas (Jean Renoir, 1932), vuelve bajo uno y otro aspecto. La joven directora Mona Achache se inspiró en la muy exitosa novela La elegancia del erizo, de Muriel Barbery, para su primer largometraje. El recién llegado es el señor Ozu (Togo Ogawa), un japonés que viene a habitar un enorme departamento en un edificio elegante de París. Allí vive una niña de 11 años, sumamente perspicaz, sensible e inteligente, hija de una familia de ricos neuróticos con los cuales no tiene comunicación alguna. Paloma (excelente debutante Garance Le Guillermic) resulta demasiado lúcida y cínica para su edad: obsesionada con la cámara, filma a su familia mientras emite los juicios más agudos y lacerantes sobre padres, hermana y todo su entorno. Decepcionada de la vida, le ha puesto fecha de vencimiento. La única persona que zafa de su juicio condenatorio es la encargada -portera o concièrge- del edificio, el erizo del título. Madame Michel no es lo que quiere parecer, y a juicio de Paloma, oculta algo. De otra manera, no se explica que esa mujer hirsuta, deteriorada y malhumorada tome el té de una exquisita tetera oriental mientras lee Elogio de la sombra, de Junichiro Tanizaki, un ensayo sobre arte japonés, y come delicadamente tabletas de chocolate amargo en su pequeño departamento de la portería, donde atesora una muy nutrida biblioteca. “Ha encontrado el escondite perfecto”, le dice la mocosa, con expresión cómplice. Esas son las vidas que serán tocadas por el señor Ozu, el único que tiene ojos para percibir la sensibilidad de esas dos almas, y catalizará sendas metamorfosis. La veterana actriz y también directora Josiane Balasko es el punto más alto del este film lleno de buenas intenciones, pero no siempre traducidas en buen cine y que, entre otros, llega con un premio de la crítica internacional FIPRESCI. Y hablando de veteranas: Ariane Ascaride tiene un secundario como la doméstica del edificio. Reflexión sobre los prejuicios, las clases sociales, las apariencias y el secreto, todo transcurre en ese edificio que parece albergar la sociedad misma, vista a través de los ojos de la niña y la mujer. Pero también se aborda la dificultad en las relaciones: las de la niña con sus padres, las de la mujer con su prójimo. Y aquí es donde El encanto del erizo deriva hacia cierto reblandecimiento que no lo beneficia, con una pintura de personajes que cae en la caricatura. Sin embargo, este film amable y algo superficial tiene elementos que garantizan la aprobación del gran público. Por último, El encanto del erizo resulta una suerte de pálido homenaje a Yasujiro Ozu, no sólo por el nombre del personaje sino también porque se ven fragmentos de su gran obra Las hermanas Munakata.
Los suicidas de la sociedad actual Dirigida por Mona Achache y libremente inspirada en el libro de Muriel Barbery “La elegancia del erizo”, El encanto del erizo (Le hérisson, 2009) no se propone como el video-registro de la experiencia suicida de una niña hastiada sino como la interrelación de pequeños seres que poco a poco descubren una vida mejor más allá de la pecera. Paloma Josse, superdotada e introvertida, decide que el día que cumpla doce años será también el de su suicidio. Hija menor de una familia burguesa francesa y en constante crisis con su existencia, planea dejar un registro de los días previos a su final filmando el mundo que la rodea, aquel que considera una gran pecera de la cual nadie puede escapar (incluso ella). Por un lado Paloma, sus pensamientos suicidas y un destino que parece estar marcado a fuego en su frente. Por el otro, la portera del edificio, René Michelle. Intelectual oculta y simuladora, dispuesta a no revelarse para mantener intacta la identidad que los demás le adjudicaron. La ultima parte de este triangulo afectivo, la integra Kakuro Ozu, el nuevo vecino del edificio. Personificación de la espiritualidad japonesa. Una fantasía concretada para las dos, un salvavidas, un compañero, un mentor. La visión de cada uno de estos personajes se amplía en su interacción con el otro, estableciendo como posibilidad las “segundas oportunidades”. El efecto de estos tres mundos que se entrecruzan plantea como alternativa la resistencia. A pesar de no dudar de su plan magistral, Paloma se deja llevar por la duda que le genera la existencia de René, barajando nuevas alternativas: ser portera, construir el escondite perfecto, no morir por no sufrir. Así mismo, la cotidianeidad de René se ve modificada cuando al bajar la guardia, deja filtrar entre sus palabras los pensamientos de Tolstoi. Atento, Kakuro descubre su desliz y sufre el encantamiento. La dureza exterior de René dio paso a la sofisticación de su interior. De aquí en más, El encanto del erizo se plantea como un encuentro entre tres seres que inconcientemente están dispuestos a cambiar su vida y la de los demás. Los personajes comienzan a deshojarse, a mostrarse, a cuentagotas, como realmente son. La muerte como plan, prueba y error, ensayo, como suceso inesperado. La vida como instantes de intensidad única, como acumulación de pequeños placeres, como sonrisas de felicidad que (casi) nadie ve.
Retrato de almas solitarias Un relato gris y melancólico, protagonizado por un puñado de personajes que viven a metros unos de otros y no se conocen. Un edificio parisino es el lugar que los contiene y que también los aleja de un entorno hostil. Así desfilan por El encanto del erizo, Paloma, una niña de once años que registra a través de la lente de su cámara el mundo que la rodea. Paloma es extraña, observadora y sabe moverse entre los adultos. Asegura que cuando cumpla doce años "se suicidará". Por su parte, Renée (la siempre convincente Josiane Balasko, una suerte de Brenda Blethyn francesa), es la encargada del edificio, viuda y solitaria que asegura que la gente no la quiere, pero la tolera ("Soy el arquetipo de la portera"). Y por último, el enigmático Señor Kakuro, un viudo que acaba de mudarse. Sus caminos se cruzarán inexorablemente. El film de Mona Achacher habla de cómo se transforman las vidas de las personas cuando la comprensión y el amor golpean sus corazones. Es una historia con todos los ingredientes de un cuento de hadas y la realizadora espía a través de la cerradura de cada una de los departamentos. Vidas solitarias, gatos holgazanes, televisores encendidos y tortas caseras. En ese microcosmos el amor todavía es posible. Como el erizo al que se refiere el título del film: espinoso por fuera y refinado por dentro.
La niña y la portera Bellísimo filme francés acerca de todo aquello que no se ve, pero está, en las almas sensibles. El psicoanálisis compite con la religión en su amor al sufrimiento“. Tamaña afirmación no proviene de un erudito en la materia, ni siquiera alguien cercano a la filosofía. Ni siquiera de una persona adulta, aunque sí: los comentarios de Paloma (11 años) asombran por su sencillez, su grado de agudeza... y su sinceridad. La niña precoz que protagoniza El encanto del erizo , opera prima de Mona Achache, sabe lo que quiere, y lo que no quiere. Apenas abre el filme, el espectador descubre, como en un diario íntimo, lo que sus padres y hermana mayor desconocen: cuando termine el curso del año escolar, Paloma planea suicidarse. El mundo visto desde la mirada de una niña en esa edad tan particular en que no se es chico pero tampoco adolescente, allí transcurre el grueso del relato, hasta que la directora pegue un aparente volantazo y deje a la portera del edificio en el que la familia, rica, de Paloma habita, y un nuevo inquilino, el japonés Kakuro Ozu. “Todas las familias felices se parecen, pero todas las familias infelices son diferentes”, dice Ozu, que -se aclara en el filme- no tiene parentesco con el mítico realizador. Mientras Paloma desea no acabar “como un pez en una pecera, con la que los adultos chocan contra su vidrio como moscas”, la señora Michel (para Paloma luego será Renée, algo huraña, sí, inicia una relación de amistad que vaya a saber en qué desembocará con el Sr. Ozu. “La señora Michel me recuerda a un erizo: por fuera llena de espinas, pero creo que por dentro es refinada, solitaria”, se dice a sí misma Paloma. La película sabe elegir la manera en que los personajes se comunican, cómo alguien que en apariencia parece invisible, está, vive, sufre. ¿Paloma será una Renée en su adultez? ¿Cuánto más podrá soportar su corazoncito tamañas angustias referidas al amor, la muerte y la vida? Aquella temprana referencia al psicoanálisis no es más que una pose de la niña. Que muchos adultos se valgan de lo mismo para creer y hacerse creer superiores es, en definitiva, la pantalla sobre el que El encanto del erizo descansa gran parte de su preciso encanto. Josiane Balasko y la pequeña Garance le Guillermic son los dos mejores motivos para arrojarse de cabeza en el filme.
Instrucciones para aprender a sobrevivir la existencia Tres personajes disímiles crean una nueva familia Paloma es una niña de 11 años, hija de una familia aristocrática, cuyo padre es un insípido ministro de gobierno, su madre una superficial dama de sociedad y su hermana adolescente alguien que sólo se preocupa por su apariencia externa. Paloma, pues, es la "oveja negra" de esa familia y posee una mirada nihilista de la sociedad, crítica en cuanto al comportamiento de sus parientes y una actitud anarquista. La chica promete suicidarse cuando cumpla 12 años, y para ello desea dejar un testimonio de su visión de la humanidad registrado en una pequeña cámara con la que filma afanosamente todo su superficial micromundo. Nada parece alterar la existencia de esa joven hasta que toma contacto con Renée, la hosca, solitaria y austera portera de su edificio. Esta, sin embargo, posee una gran belleza interior, ama la literatura y el cine japonés y no tardará en comprender la angustia de Paloma a través de sus cada vez más profundos diálogos y de los paseos por las calles del barrio. La directora Mona Achache logró, sobre la base de estos personajes, un relato alejado del simple melodrama, que muestra la necesidad de estar siempre acompañados por alguien que pueda comprender las angustias y las sorpresas del otro. La tragedia, sin embargo, no estará ausente en torno de ellos quienes, sin embargo, ya habían aprendido la lección de transitar la vida con la simplicidad de lo que ofrece el destino. La realizadora supo elegir con enorme cuidado a su elenco, y así Garance Le Guillermic como Paloma; Josiane Balasko como Renée y Togo Igawa como Ozu (el inquilino japonés que se muda al edificio y recrea los detalles de su patria en su departamento), supieron imprimir credibilidad a cada uno de sus mínimos actos.
Ensayo para una muerte sin dolor No es un dato menor que detrás de El encanto del erizo aparezca el nombre de una profesora de filosofía y escritora best seller como la francesa Muriel Barbery. Tanto lo filosófico como lo literario definen el micro universo en el que se desarrolla la trama de este film, dirigido por Mona Achache y protagonizado por Garance Le Guillermic en el rol de Paloma, Josiane Balasko interpretando a Renée, Togo Igawa componiendo al personaje de Kakuro Ozu, completando el reparto Ariane Ascaride, entre otros. En primer término convendría repasar algunos conceptos de filosofía como el de Nihilismo para comprender más acabadamente el comportamiento de Paloma, quien a sus 11 años decreta que a los 12 cometerá el acto de suicidarse, sumergida en un desencanto del mundo que la circunda. Durante la transición hacia ese momento final filmará con una cámara de 16 milímetros una suerte de documental artesanal donde expondrá cruelmente su crítica hacia su propia familia (típico exponente de la burguesía francesa) y por otro lado intentará penetrar en la coraza que recubre la personalidad de Renée Michel, la portera malhumorada del edificio, ubicado en pleno corazón de París. Renée vendría a representar lo que a los ojos de Paloma (téngase en cuenta que el punto de vista es el de esta niña cerebrito) encajaría dentro de la definición de ser un erizo; es decir, que por fuera exhibe sus afiladas puntas para alejarse de los demás pero por dentro esconde una gran sensibilidad y mirada profunda sobre el mundo. La diferencia entre ver y mirar es muy sutil pero lo suficientemente significativa como para pasarla por alto en el caso de este film, porque cuando uno ve no sólo reconoce al otro sino que se reconoce a sí mismo en la mirada ajena. Y eso es precisamente lo que experimenta Paloma al tomar contacto primero con Renée y luego con el vecino Ozu, recién llegado a este edificio donde todos los habitantes parecen mirar y no ver a quienes los rodean, empezando por la propia portera. Decía anteriormente que la película gozaba de una capa filosófica que la resignifica: el nihilismo positivo practicado por Paloma puede sintetizarse no como una negación del sentido de las cosas (definición de lo que sería el nihilismo negativo) sino como el negarse a todo lo que está determinado o establecido; a todo dogma o principio unificador como en este caso los valores del pequeño burgués. Sin embargo, como si esto no le alcanzara a la película de Mona Achache -que se inspira libremente en la novela ''La elegancia del erizo''- la alusión directa al filósofo francés Roland Barthes, quien murió atropellado por un camión de tintorería en 1980 en una broma pesada del destino, guarda relación directa con el desenlace que por motivos obvios no revelaré. También Barthes como Paloma se obsesionaba por encontrar signos en la realidad y se oponía al estructuralismo con tanta vehemencia que lamentablemente se esfumó en ese instante en que cruzó la calle y tal vez le encontró un sentido a la vida.
Saliendo de la pecera En el mundo de Paloma Josse (Garance Le Guillermic), los días son rutinarios y grises y las personas que la rodean, peces en una pecera. Destinada a repetir una y otra vez la chatura de una vida que siente pre-escrita, decide realizar su "ascenso al Everest": una película que englobe los últimos días de su vida, ya que ha decidido suicidarse el día de su cumpleaños número doce. Sí: Paloma es una niña, pero una niña brillante que se siente permanentemente fuera de estructura. Sin embargo, está a punto de conocer a dos personas que pueden cambiar esta visión del mundo, entregándole una perspectiva diferente con la que encarar su vida. La portera del edificio de Paloma es una mujer madura, severa y estoica llamada Reneé Michel (Josiane Balasko), que detrás de una fachada de desinterés y abandono personal oculta a una ávida lectora y entusiasta del cine oriental. Ha vivido durante tres décadas en este edificio sin que los vecinos sospechen siquiera del doble fondo de su existencia. Aún así, en una mínima bajada de guardia, el nuevo inquilino (Togo Igawa) le da a entender que ha descubierto su secreto. La tríada de personajes centrales es sencilla y eficaz. Por un lado, la niña-genio incomprendida y automarginada, que muestra una cara al mundo . Por el otro, la portera que oculta sus inquietudes culturales y literarias tras una fachada de clichés clasistas. Y en el centro, el flamante vecino del edificio: un exótico millonario oriental, Kakuro Ozu (su apellido remite al mítico realizador de cine), que fungirá como catalizador vehiculizando el encuentro entre estos dos diamantes en bruto. La potencialidad de las relaciones humanas en clave de fábula urbana son el punto fuerte de esta historia, pero cuando la acción abandona a los personajes, la trama se revela superficial e insuficiente. Si bien la novela de Muriel Barbery está mucho mejor estructurada a los fines del interés narrativo y las progresiones de los personajes no son tan violentas como puede suceder cuando el formato limita, la adaptación de Mona Achache tiene sus momentos luminosos a tono con el libro. Esto hace que los baches puedan sortearse con bastante éxito a fin de quedarse con un buen producto.
Diario de una niña que se despide “El día que cumpla 12 voy a suicidarme”, afirma Paloma a cámara, muy seria. En los 165 días que quedan, Paloma abjurará de su familia de alta burguesía, formulará epigramas que Mafalda jamás hubiera soñado, ensayará variadas formas de suicidio, cultivará dos nuevos amigos y, sobre todo, grabará en su cámara un diario fílmico de ese último medio año. Basada en una novela de éxito, la ópera prima de la joven Mona Achache confirma al distinto como sujeto primordial del cine contemporáneo, a la hora de conquistar al estimado público. En este caso, la estrategia se triplica. En busca de refugio de todos los males de su mundo, Paloma hallará como aliados a la portera –lo más parecido a un descastado con que cuenta el edificio en el que vive– y un extranjero de cultivado exotismo. Juntos desafiarán el qué dirán y otras mezquindades de la normalidad. Rubia, de anteojitos y gesto sobreactuadamente adusto, Paloma (Garance Le Guillermic) filma con obsesión a su familia (papá ministro, mamá cautiva del psicoanálisis, odiada hermana mayor) mientras los estigmatiza en off. La menor de los Josse es capaz de discutirle a muerte, a un amigo de sus padres, que el Go no es de origen japonés, sino chino. Y de afirmarle a papá, hablando de mamá, que “el psicoanálisis compite con la religión en su amor por el sufrimiento”. “Hay quienes para desafiarse a sí mismos escalan el Everest”, pontifica en off. “Mi Everest personal será mi película.” Unos pisos más abajo vive Renée, la portera (Josiane Balasko, conocida aquí sobre todo por Cama para tres, donde se enamoraba de Victoria Abril), consciente de responder con exactitud al estereotipo de la concièrge: “Vieja, fea y gruñona”. Así, al menos, la ven todos los vecinos. Menos uno, que acaba de mudarse al edificio. Se llama Kakuro Ozu, también es viudo –como ella–, también ama a Tolstoi –como ella– y tiene el suficiente desprejuicio como para invitarla a cenar. Como a su vez Paloma habla japonés y ama la lectura, ella, Renée y Kakuro formarán un círculo virtuoso, opuesto a ese microcosmos copetudo de cinco departamentos de un piso entero, en pleno centro de París. Personajes de diseño, no poca arbitrariedad y una forma de chic progre –que opone el mundo del arte y la cultura al del poder y el dinero– dominan El encanto del erizo. La amistad y los libros alisan las púas de la encargada (a ella debe la película su título). Por improbable que suene, a los once Paloma se expresa como discípula aventajada de Barthes, Deleuze y Foucault y dibuja unas tintas que si las ven los de Fierro la contratan. Por más que carezca de estudios, la concièrge cita Anna Karenina de memoria, lee a Junichiro Tanizaki y colecciona películas de Yasujiro Ozu. Para que todo encaje, Paloma, Renée y el otro Ozu deben ser dueños de gatos, todos ellos de nombres sofisticados. Y la concièrge y el educadísimo señor nipón tienen que haber enviudado por sendos cánceres. Como en una de Kieslowski (del Kieslowski francés, se entiende), una muerte se troca por otra: el azar como forma de la arbitrariedad.
Un niña, una portera y una puerta misteriosa “Renée: podemos ser amigos, y todo lo que queramos”. De Ozu a Madame Michel. Paloma, es una especie de niña prodigio, que con sólo 11 años ha tomado una decisión, en un mes cuando llegue su cumpleaños se quitará la vida. “La muerte no puede ser algo tan trágico” enuncia con su voz en off que acompaña todo el metraje. Sin embargo, su vida burguesa en un edificio de lujo en París le tiene guardada varias sorpresas. Su padre es un funcionario de gobierno en problemas, tiene una hermana adolescente conflictuada y una madre depresiva a la que solo parece importarle sus plantas, con las que habla todos los días. Con ese panorama, Paloma, decide registrar con su cámara filmadora su vida y el mundo que la rodea como niña (aunque muchas veces parece más un adulto escondido bajo su forma) al mismo tiempo que dibuja en su pared cuadrados que parecen simbolizar los días de un calendario. El último de ellos, es todo negro. Como un film en paralelo, y aquí reside la habilidad de la directora debutante Mona Achache, se encuentra Madame Michel, la portera, la típica “concièrge” francesa, con el departamento en planta baja a un costado del hall principal. Atenta y cortés, pero siempre malhumorada. Cuando un nuevo vecino llega al edificio, un japonés de apellido Ozu –un homenaje velado al genial director nipón (*) que retrató como nadie los amores y conflictos de las familias orientales en los `40 y `50 y del que se proyectan tramos de uno de sus films más famosos Las Hermanas Munakata– las historias de Paloma y de Madame Michel comenzarán a cruzarse. Occidente y oriente parecen darse la mano aquí. Renée tiene una afición, la lectura, y dedica su tiempo libre a leer en una habitación donde sólo hay lugar para los libros que ama. Guarda celosamente ese secreto. Marguerite Yourcenar decía que las grandes obras, sus palabras y párrafos están unidas por un hilo invisible. No se puede ver, pero está ahí, sosteniendo toda aquello que, en este caso, todo amante del cine percibe, ve y siente en una butaca: ese lugar donde cualquiera puede ser otro, donde las lágrimas aparecen cuando la muerte se toca tanto con la vida. Porque: “es trágica la muerte, sí significa que no podrás ver más a las personas que amas, ni ellos a ti” “El Encanto del Erizo”, entonces, con sus excelentes actuaciones, con todo su devenir y con su final redentor, conmueve con las armas más nobles. Cine francés “en pleine forme”. (*) Yasujiro Ozu (1903-1963) considerado el mejor director que dio Japón y entre lo más importantes del cine mundial. Su plano característico era el filmado a casi un metro del suelo, imitando a la visión que tiene una persona desde un “Tatami”. Realizó más de 50 películas en sus escasos 60 años de vida. La muerte lo encontró en el pico de su fama, ayudada por un reconocimiento que en 1961 le realizó el Festival de Berlín.
Excelencia en guión y labor interpretativa destaca esta realización cálida y reflexiva Este filme se va a colocar como de lo mejor del año, adaptación un tanto libre, según reza en los títulos, de la novela “La Elegancia del erizo” de Muriel Barbery. La protagonista es Paloma, interpretada por Garance Le Guillermic (una actriz a tener en cuenta), una niña de 11 años hija de una familia de alto poder adquisitivo y miembros de la elite parisina, cuyo padre es un insípido ministro del gobierno, y su madre toda una superficial “dama de esa sociedad”. Tiene una hermana adolescente que solamente se preocupa por su apariencia externa. Paloma es la “diferente” de esta familia rayana casi en lo disfuncional. La niña tiene una mirada escéptica de la sociedad, crítica en cuánto al comportamiento de su familia, y una actitud casi anarquista frente a la vida y el mundo. Tiene decidido no llegar a cumplir los 12 años, pero quiere dejar como testamento y testimonio de su decisión la pregunta sobre el sentido de la vida, y el registro lo hará con su cámara digital minidv que será su soporte tecnológico. Este dato, nos pone de lleno en el punto de vista que utilizará la directora para contarnos esta historia. Todo será desde la mirada de esta niña más cercana a Mafalda que a Susanita. Un buen día llega al edificio como nuevo dueño Kakuro Ozu (cualquier relación con Yasujiro Ozu -1903-1963-, autor de “Había un padre”, 1942, y “Cuentos de Tokio”, 1953, parece un homenaje, ¿no?), interpretado por Togo Igawa, un viudo japonés con toda su cultura a cuestas, que entabla relación con la encargada del edificio, la señora Renee Michel, (Josiane Balasko) viuda, parisina, huraña, discreta, inteligente y excesivamente misantropa, en apariencia. Único testigo de este encuentro es Paloma, quien hasta ese momento no se había acercado demasiado a la encargada, ni siquiera como curiosidad. Este acercamiento le permite a Paloma descubrir a la persona detrás de la mascara. Pero no sólo el punto de vista de la niña se pone en juego, la directora hace jugar la fantasía de la niña en pos de un desarrollo narrativo, que agiliza el texto fílmico, intercalando estas miradas utilizando la técnica de la animación para los momentos de fantasía. Uno de los puntos altos de la realización serían los diálogos entre los viudos, escuetos, necesarios, por momentos demasiado lacónicos, que funcionarían en este sentido como otro homenaje, pero al filme “Bajo los techos de Paris” (1930), del realizador francés Rene Clair (1898-1981). El más bajo estaría en la previsibilidad de los sucesos, situación que ni importa a esta altura y no empaña el resultado final de la producción. Sustentado por lo anteriormente dicho, el guión y una puesta en escena impecables, como así también, por las actuaciones de los protagonistas, que están en el orden de lo maravilloso.
Vidas extraordinarias. En la comuna 7 de París, un elegante condominio cerca de la Torre Eiffel sirve de escenografía para ilustrar vidas en apariencia comunes y extraordinarias en sus profundidades. Renée es su portera, una empedernida lectora de filosofía; y Paloma es una residente de 11 años, crítica a ultranza del mundo de los adultos. Esos son los personajes principales de la adaptación del best-seller de Muriel Barbery y los encargados de poner en funcionamiento la metáfora del erizo, un animalito con espinas que luego de domesticado no pincha. Aquí las púas de Renée son su desaliño, su soledad y la negación del futuro, y las de Paloma su cruel inteligencia, una cámara de video y su escepticismo cuasi suicida. Pero como en el erizo son formas de repeler a los otros mientras ayudan a esconder la necesidad de ternura y comprenisón.
El Encanto de cierto cine Que puede deparar un filme que suma en escenas bellísimas, gatos, tabletas de chocolate, peces domésticos, libros y más libros, comida japonesa, el placer del té, los incontables dibujos en primer plano que realiza la pequeña protagonista y mezcla cada tanto los cotilleos y molestias de ser filmados de una familia burguesa e insufrible, también la de la chica de 11 años. Paloma es una especie de monstruito inteligente, bello, pícaro, que ve pasar sus dias con desgano de ser parte de una familia acomodada donde sobresale la neurosís de cierta clase social, y que tiene muy claro que al cumplir 12 años se ha de suicidar. Por ello toma una olvidada cámara de video y comienza a registrar todo aquello que desea. Un mundo que pasa por una gran casa de departamentos parisinos, donde habita una casi insignificante mujer que trabaja allí de portera y que en el huir de su familia aburrida, la niña hallará refugio de compartir cosas. Esta significativa sra. viuda que interpreta la gran Josiane Balasko, pasa su tiempo libre leyendo como para cubrir era falta de educación que detecta, Paloma es casi pronto una cómplice. Pero a poco aparece un nuevo vecino, un tercer y notable personaje, el sr viudo japonés, incomparable ser amable que provoca en ambas un claro sentido de la vida en charlas y encuentros. La directora Mona Achache brinda una historia llena de significado humano, de pequeños momentos únicos y maravillosos, algo que cierto público agradecerá, un ida y vuelta de la vida, de la marcada soledad en la cual habitamos aun que a veces estemos muy acompañados. Un cine distinto, gratificante, tan conmovedor como necesario.
Marionetas del destino Paloma (Garance Le Guillermic) se filma a ella misma asegurando que cuando cumpla 12 años, en 165 días nomás, se suicidará. La niña anda con su cámara retratando todo lo que se le cruza, sobre todo a su familia y a los habitantes del edificio burgués en el que reside. Y el registro es acompañado por su voz, una forma de lectura en off sobre el micromundo que se retrata; uno que, para ella, es como una pecera de la que nadie puede escapar. No es un buen comienzo: Paloma es un personaje demasiado inteligente, de esa clase de inteligencia que se le ocurre a los guionistas. Y por eso, dice cosas y tiene comportamientos bastante poco creíbles. Cómo sobrellevar la carga de su personaje principal es parte del trabajo de la directora Mona Achache, y que por momentos lo logra. Y lo logra, fundamentalmente, cuando se corre de Paloma y su familia (o del punto de vista de ella sobre su padre, madre y hermana) para concentrarse en otro vínculo, el que se va forjando entre la portera Renée (Josiane Balasko) y el nuevo vecino, el señor Ozu (Togo Igawa). Ambos viudos, ella bastante hosca y él sumamente reflexivo, se irán conociendo por la tozudez del hombre en contactarse y por el aligeramiento que practica Renée al aceptar salir de su caparazón en el que se ha escondido. En esos momentos, Achache retrata con sutileza la intimidad de los personajes y cómo se ven invadidas por la presencia del otro. Es un romance adulto, sencillo, sin estridencias. Y así se ve en pantalla. Pero una y otra vez aparece Paloma con su cámara y todo se contamina de pedantería y un fatalismo tan ensayado que aburre. No hay en la forma en que la joven se enfrenta al mundo ni una cuota de ironía ni algo de humor. Está claro que la niña es un instrumento del guión que sirve para leer el subtexto de la obra. Hay frases demasiado inteligentes dichas con un aire de solemnidad que ni siquiera se acerca al mundo infantil, con el que la chica tendría que estar más conectada a pesar de su aparente aislamiento. Lo lúdico es dejado de lado porque, obviamente, son los adultos los que reflexionan a través de Paloma. Desde ahí todo se tiñe un poco de falsedad. Finalmente Paloma, Renée y Ozu, eternos solitarios, se relacionarán a partir de una conexión intelectual. La portera hosca, gorda y fea lee a Tolstoi y comparte películas de Ozu (el director) con su vecino, mientras que Paloma sabe japonés y charla con el señor nipón. Son conexiones evidentemente manipuladas, y más grave aún, construidas en función de una idea peligrosa: que determinada intelectualidad hace mejores a las personas. No hay en el mundo por fuera de este trío algo de dignidad: los padres de Paloma son un desastre, la hermana parece tonta. Por eso, más allá de algunas ideas interesantes que quedan flotando sobre la vida en sociedad, la muerte y la vida, El encanto del erizo se ve como una película de guión, demasiado pensada y con personajes un poco falsos. Ni qué decir del final que no sólo es abrupto, sino además bastante injusto. Este tipo de películas reflexivas sobre la vida y la muerte tienen un problema, y es que manipulan a sus personajes para acomodarlos a su tesis, que ya está escrita antes de empezar a filmar. No es un mal film, pero esa falta de libertad para contar atenta contra la relevancia que puedan tener algunos pasajes y hace ver todo como demasiado planificado.
LA PESIMISTA PRODIGIOSA El film de Achache pertenece a un género ligeramente inclasificable que bien podría llamarse exitencialismo light francés pero oblicuamente norteamericano, film diseñado para emocionar y hacer pensar, operación fallida porque no hay ni materia gris, ni un genuino acercamiento a la vida emocional de sus personajes. Parece buena y simula inteligencia, pero El encanto del erizo no es otra cosa que cine berreta adornado de firuletes retóricos de naturaleza filosófica; al desatento, quizás, le podrá parecer sabiduría amarga extraída directamente de la pluma de Cioran, aunque el rigor filosófico del filme compite en negligencia con el horóscopo chino y los consejos de un charlatán de turno. Es cierto que una sentencia como “el psicoanálisis compite con la religión en su amor por el sufrimiento”, dicha por una niña de 11 años, puede llamar la atención. Pero a no engañarse: la última frase (y otras tantas) es para póster de consultorio. Inspirada en la novela de Muriel Barbery “La elegancia del erizo”, la película de Mona Achache cuenta la historia de una niña de 11 años que nos informa que a los 12 se suicida. Como si hubiera leído las obras completas de Schopenhauer, Camus y Cioran, la pesimista prodigiosa describe a sus padres como neuróticos y burgueses, desprecia los privilegios materiales (aunque sabe que es potencialmente rica) y sospecha que el sinsentido ruge detrás de todas nuestras prácticas. Paloma discute sobre el origen del Go y puede dibujar como Caloi; su principal objetivo es preciso: hacer una película, y luego morir. Así, filma todo: la muerte de un vecino, el llanto de una amiga, los brotes histéricos de su madre o de su hermana mayor. Sus pares, naturalmente, no pueden ser sus compañeros de escuela, y menos aún sus familiares. La portera de la casa y un nuevo vecino japonés, ambos lectores y amantes del cine de Ozu, viudos pero quizás protagonistas de un posible noviazgo tardío, son sus amigos. Los días pasan, los vínculos se afianzan y la promesa de quitarse la vida subyace. La música, en cualquier película, es siempre sospechosa. La banda de sonido es aquí una clave: las melodías y su orquestación remiten a Belleza americana, una película tan nihilista como ésta, pues allí también se traicionaba elegantemente a la vida en nombre de un trasmundo. Aquí escucharemos predicar a un personaje desde el más allá. No será nuestra Paloma, sino una víctima (del guión) que será (cruelmente) sacrificada para que nosotros memoricemos de qué modo hay que morir. Mientras se afianza el mantra suenan los acordes: la vida está en otra parte.
El erizo es una película que trata temas cotidianos, escarba un poco en muchas cuestiones humanas, pero de una manera tan llevadera, que si tendría que ejemplificarla con una situación, el erizo es como reposar en un sillón cómodo. Así, de esa manera, la trama se perfila suave, y lo comodo de su visionado no significa de ningún modo superficialidad en su historia, pero no apela a golpes bajos, fluye narrativamente acorde a la estética limpia que tiene la imagen y es desde ese lugar desde donde pensamos casi sin darnos cuenta en aquello que se nos plantea. Para cuando la peli termina, los cabos sueltos que no me gustaron tanto, se entienden desde otro lugar tan solo con una linea de diálogo. Pero a no confundir que ese diálogo viene a explicarte la peli, no, no. Solo resignifica aquello que no encajaba tan bien. A saber: la peli gira en torno de una chica de 11 años, todo lo que ella piensa y dice parece algo muy elaborado para la edad, como frases hechas por alguien mayor. Al principio molesta. Lo que luego la peli va mostrando es que esta chica es por demás inteligente, por lo que el vocabulario esta más que acorde. Y los planteos son tanto "frases hechas" que ella puede "retomar" para sí, como también parte de un juego demasiado fuerte para su edad, demasiado inocente (aunque no lo sabemos hasta el final, porque verdaderamente pensamos que ella tiene conciencia de lo que plantea) pero a la vez que todo ese discurso es una manera de sacar para afuera broncas, inconformidades, etc, que en la personalidad de esta chica inteligente y aplicada, salen a la luz así. ¿De que estoy hablando? Empieza la peli, y esta chica nos cuenta una decisión tremenda que piensa llevar a cabo en algo más de 100 días. Y luego nos metemos en ese sofá cómodo del que les hablaba, empezamos a conocerla, a ver su entorno, y a conocer a otros personajes importantes para la historia, todo esto es tan ameno que es lo que produce esa sensación placentera en el visionado, pero la semilla se plantó en la primer escena y no se olvida, y todo lo que se ve, se mira también a través de ese dato tan importante. Cuando digo ameno, no digo que lo que pasa en el encuadre sea así, sino que uno ve amenamente, y desde la mirada de una niña, cosas cotidianas, tristes, confusas, situaciones tirantes, etc transmitidas desde una visual clara y hasta romántica, pero ojo, también enfermiza. Con un final que al menos a mí me pareció tan adecuado como raro, con ese sabor agridulce que dejan algunas pelis. Las actuaciones están muy bien, la niña encarnada por Garance Le Guillermic tiene un porte de indiferencia, enojo y soledad muy bien logrados. El personaje de Josiane Balasko es otro acierto, se luce sin lucir, justamente esa es la característica del personaje y la actriz lo logra transmitir de la misma manera, con una actuación humilde pero grandiosa. Sobra alguna línea de diálogo del padre: "no te dí mi vieja cámara para que hagas esto". faltaba que dijera cuando se la dio y cuántos años tenía él cuando la usaba, jejeje. Salvo ese detalle que yo noté, lo demás surge bastante bien, aún con esta característica que antes mencionaba de los diálogos elegantemente elaborados de la protagonista. Una peli, que si duraba 1 hora más, la seguía viendo encantada. Recomendadísima.
El desencanto de un niña de cuna burguesa ante la vida misma, el descubrimiento de un existencia acartonada, asfixiante y sistemática; la abrumadora revelacióndel sinsentido de la vida, todo esto, capturado y documentado por el ojo cinematográfico infantil (aunque no inocente) y matizado con una estética impecable conforma el “El encanto del erizo” (“Le Hérisson”, Mona Achache, 2009). Paloma (Garance Le Guillermic) tiene 11 años y vive en el seno de una familia francesa burguesa, y el día que cumpla 12 años planea suicidarse para no “chocarse con la pecera” como hace el resto de la gente a su alrededor. Paloma se presenta como una oveja negra dentro de un entorno donde todo parece ser vacío: una madre alienada que consume psicofármacos a montón y habla permanentemente de psicoanálisis, un padre desinteresado y cansado de su familia, una hermana frívola e histérica. Se ha dado cuenta que todos ellos son peces que sólo chocan contra las paredes de una pecera sofocante y viciosa. La niña se niega a someterse a esta alienación y se dedica a filmar la cotidianeidad ridícula de su familia para ilustrar al espectador sobre por qué elige el suicidio. Mientras tanto vamos presenciado una crítica mordaz acerca de los valores y prácticas de la clase alta, que parecen totalmente encerrados en esta realidad inocua que los sobrepasa a ellos mismos. Paloma dice que no, planea escapar de la manera más drástica. El encanto del erizo poster El encanto del erizo: La rebelión a la burguesía cine A partir de esta realidad cotidiana (que ella reconoce como única), aparecen dos personajes alternativos: la portera de su edificio, Renée (Josiane Balasko), una mujer venida a menos y agria, adicta a la literatura y ensimismada, y un nuevo inquilino, Kakuro Ozu (Togo Igawa), un japonés sensible y perceptivo que rápidamente se enamora de Renée. Este es el mundo en el que Paloma comienza a inmiscuirse descubriendo nuevos valores. El tópico de la muerte es algo central, nombrado y pensado a través de todo el film. El arte (literatura y cine sobre todo) y el amor aparecen como aquellos cables a tierra que nos salvan de la pecera: el único y perfecto escondite se vuelve una habitación colmada de libros, el refugio ante la realidad llana y depredadora. La ficción es la salvación, cuando al principio la muerte aparecía como la única salida posible. Así es como la concepción de la muerte va mutando a través de la historia, con diferentes sucesos, conversaciones y reflexiones. La figura infantil es fundamental. No sólo porque aporta una mirada distanciada de las prácticas burguesas adultas, sino porque las ridiculiza y suma un tono irónico y cómico a la historia. Como prolongación de la propuesta de Paloma está Renée, quien es una desencantada de la vida, una resignada ante las prácticas burguesas a la que es sometida día a día, pero se sumerge en su “refugio” ficcional proporcionado por la literatura y queda exenta de él. Por eso podemos pensarla como la figura que funciona como el erizo: aquel animal espinoso y en permanente defensa que, debajo, oculta un ser tierno e inofensivo. “El encanto del erizo”, basado en la novela de Muriel Barbery, La elegancia del erizo, es un film conmovedor y poético que ejecuta una importante crítica a los esquemas establecidos como normales y aceptados, es provocadora sobre todo por la mirada de Paloma. En fin, termina siendo genuina y esperanzadora.