Trenes Rigurosamente Vigilados “Pueden venir cuantos quieran Que serán tratados bien Los que estén en el camino Bienvenidos al tren” Para cruzar una barrera a veces hay que dar un gran salto. No importa la edad, no existen límites ni impedimentos geográficos para llegar a otro lado. Hay que animarse a seguir adelante, seguir viviendo. Odd Horten es ingeniero ferroviario y trabajo 40 años manejando locomotoras en Oslo. Ahora tiene 67 años, se tiene que jubilar y está completamente solo. Extraña los trenes, es testigo de situaciones que lo superan. Su madre fue esquiadora profesional, pero él siempre tuvo miedo de esquiar. Básicamente esta es la premisa del nuevo film del director de Kitchen Stories, una galardonada comedia que tuvo un interesante recorrido por varios festivales, y de Factotum, la adaptación de un cuento de Charles Bukowsky protagonizado por Matt Dillon, Marisa Tomei y Lilly Taylor. Esta vez, Bent Hamer regresa a su tierra natal para mostrarnos en tono agridulce la historia de un hombre solitario rodeado de otros seres solitarios. Hamer encara esta comedia bastante impredecible con un tono similar al de Aki Kaurismaki: planos fijos amplios con personajes que no son el foco de atención. Horten se pierde por diversas partes, a veces cuesta encontrarlo. Todos los sitios por donde deambula se relacionan con medios de transporte: botes, micros, autos, aeropuertos. Pero su amor son los trenes. Uno puede ver la silueta o escuchar el pitido de un tren en cada escena de la película, aunque sea de fondo, porque la visión de Hamer no se aparta ni un momento de la cabeza de su protagonista. Horten se va encontrando con diferentes personajes que de alguna forma, lo ayudarán a superar sus temores. Hamer apela a un humor melancólico, frío y seco. Por momentos recuerda la austeridad del protagonista recuerda un poco a la seriedad de Buster Keaton, pero no hay que olvidarse que se relaciona mucho con el humor típico de los países escandinavos. La puesta en escena está cuidada. Los planos son simétricos, meticulosos. La fotografía de John Christian Rosenlund es hermosa, contrastando tonos pasteles y rojizos con la blancura de la nieve que tapa toda la ciudad. La interpretación de Baar Owe, actor veterano que trabajó con Carl T. Dreyer en Gertrud, es austera pero brillante. Una expresión lánguida que recuerda al rostro de Vincent Price combina con una sonrisa benevolenta, y la austeridad del personaje se complementa con su inocencia y calidez. Expresivo, naturalista, humilde, Owe es la gran revelación de la película, junto con Espen Skjonberg, otro veterano que a pesar de estar poco tiempo delante de cámaras, compone un personaje estrafalario y muy original. La banda sonora de Kaada y el diseño sonoro de Petter Fladeby se juntan para hacer una armoniosa compañía musical a las poéticas imágenes nórdicas. El Extraño Horten, es una obra sin pretensiones. Divierte con sutileza, un humor sencillo, directo, que no molesta a nadie. Una metáfora acerca de las consecuencias de la soledad, pero que no pretende dar moralina, porque la enseñanza está implícita desde la primer escena. Hamer va saliéndose paulatinamente de la vía, y toma la rampa, creando un relato que va in crescendo en ritmo y sorpresas. Cuando la película podría caer en un tono más sentimentaloide, lacrimógeno o dramático, el director se da cuenta y corta, pasando a otra escena que recobra el humor original. Horten recuerda un poco a una de las más maravillosas obras de Akira Kurosawa, Vivir, donde su protagonista descubre, que nunca es tarde para empezar a disfrutar la vida y hacer cosas. En el caso del protagonista pasa algo similar. Placentera; cálida, (a pesar del gélido clima) y divertida a fin de cuentas.
Último tren a Oslo Con casi cinco años de atraso llega a los cines argentinos El extraño Sr. Horten (O’Horten, 2007), film de origen noruego que retrata la absurda rutina de un jubilado pero con una manera irónica y un tanto surrealista. Odd Horten (Baard Owe) es un ingeniero maquinista de trenes que acaba de jubilarse. Su descripción física y psicológica podría definirse como anacrónica, algo abúlica y lineal. Horten es un hombre extraño, solitario, callado que vive en su propio mundo, un mundo en donde suceden las cosas más absurdas que a uno se le puedan llegar a ocurrir. Aunque él las viva con naturalidad y sin que nada llegue a perturbarlo. Bent Hamer logra contraponer una historia en la que pareciera que nada importante va a suceder con el absurdo que rodea al personaje central. Así vemos a Horten transitar por un sinfín de situaciones tan fantásticas como surrealistas. Lo más interesante de El extraño Sr. Horten es el humor con el que se trabaja. No es un humor fácil, de chiste simple sino contrariamente un humor elaborado, negro, un tipo de humor que no está a la vista sino que se lee entrelineas. Sin ser una película fácil de digerir, de esas de tiempos morosos, pocos diálogos y planos súper estudiados, El extraño Sr. Horten es lo que podría decirse un típico film antipopular que se convierte en popular por la forma que eligió Bent Hamer para mostrar la vida de ese insólito mundo que rodea la historia. Una película con un humor tan infrecuente con el propio Horten.
Refrescante, naif, creativa y encantadora, El extraño Sr. Horten es una película muy particular, que podría haber dado para más pero que aún así está fuera de registro. Odd Horten es un ingeniero ferroviario cuyo trabajo a lo largo de cuarenta largos años fue manejar locomotoras que van desde Oslo a puntos aledaños, ida y vuelta. Ahora llegó a su edad jubilatoria, recibirá los honores pertinentes que incluyen un bonito (o no tanto) trofeo y a la vez descubrirá su soledad. Sentirá nostalgia por los trenes, pero a la vez empezara a disfrutar y valorar su nueva vida y, acaso, su libertad existencial. Ese salto en su renovada etapa lo llevará por terrenos inesperados, que contienen en el paquete un amigo -que nunca tuvo-, que por un par de días se transformará en su guía principal y acaso lo llevará por el sendero de un amor que siempre tuvo frente a sus ojos y no terminó de asumir. Bent Hamer en su quinto largometraje como director y guionista apela a algún toque surreal, dentro de una tónica melancólica en la que no falta el humor absurdo. La máscara del indispensable protagonista Baard Owe resulta ideal, y a pesar que algunos tramos del argumento podrían haberse explotado más, El extraño Sr. Horten destila por momentos una deliciosa poesía.
El director Bent Hamer construye un film entretenido con bellas imágenes de Oslo Ganadora de cuatro premios Canon -los más importantes de la industria cinematográfica noruega-, El extraño señor Horten llega a las salas comerciales porteñas luego de haber sido una de las estrellas del ciclo dedicado al nuevo cine noruego, que se exhibió en febrero de 2011 en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín. Luego de este film, Bent Hamer, cineasta de 56 años que es uno de los de mayor renombre internacional de ese país en la actualidad, estrenó en la competencia oficial de San Sebastián En casa por Navidad y ganó allí el premio del Jurado al mejor guión, a pesar de las críticas divididas de la prensa especializada. El extraño señor Horten formó parte de la sección Una Cierta Mirada del Festival de Cannes en 2007, plaza habitual para las películas de Hamer, caracterizadas por un calculado equilibrio entre cierto look independiente y los condimentos habituales de las recetas del cine comercial. No es casualidad que Factotum , una descafeinada adaptación de la muy buena novela de Charles Bukowski, haya sido protagonista destacada del Festival de Sundance, ese epicentro de la corrección política y del cine que no es ni chicha ni limonada creado por Robert Redford en los 80. El extraño señor Horten del título local del film es un maquinista de las sofisticadas líneas ferroviarias noruegas que acaba de jubilarse y empieza a tomar conciencia del cambio que eso implicará en su rutinaria existencia. De inmediato, ese hombre taciturno pero afable, aficionado al tabaco en pipa y a las buenas pintas de cerveza, se verá envuelto en una serie de situaciones absurdas y tragicómicas, a la manera de un Buster Keaton perdido en Oslo. Aprovechando la particular luz natural de los países escandinavos, Hamer hilvana planos de notable belleza e indudable rigor formal. Construye un film estéticamente prolijo, en perfecta sintonía con el tono de una historia entretenida y un poco naíf. Lo más inquietante de la película aparece con la irrupción de la muerte -un tema que, naturalmente, circula por toda la historia- de un simpático personaje secundario, narrada de una manera piadosa y creativa. Es el momento en el que Hamer saca un poco los pies del plato en lugar de ceder a la tentación de cantar una que sepamos todos.
Cuando el mundo se desajusta de a poco El maquinista jubilado del título es el protagonista casi excluyente de una película que vuelve a demostrar que los países nórdicos, lejos de la frialdad, pueden cultivar una extraña forma de comedia existencial, cáustica y algo absurda. Odd es el nombre del señor Horten, maquinista ferroviario en edad de jubilarse. En inglés, odd quiere decir extraño, raro, singular, por lo cual está justificadísimo el título con el que esta extraña, rara, singular ¿comedia? nórdica, que tres años atrás anduvo mucho por festivales, se estrena en Argentina. No sólo algunas del finlandés Aki Kaurismäki, sino también las del sueco Roy Andersson (Songs From the Second Floor, La comedia de la vida) confirman como especialidad escandinava la de la comedia-existencial-cáustica-y-ligeramente-absurda. A esa vertiente había hecho ya sus aportes el noruego Bent Hamer, con películas que aquí se vieron en ciclos de la Sala Lugones, como Eggs (1995) y Kitchen Stories (2003). No tanto la de mayor repercusión, Factotum (2005), basada en la novela homónima de Charles Bukowski y protagonizada por Matt Dillon, Lili Taylor y Marisa Tomei. Exhibida en la edición 2008 de Cannes y estrenada ahora aquí en el sistema de DVD ampliado, El extraño Sr. Horten sí se inscribe decididamente en esa línea, a la que lleva al límite mismo del onirismo y la abstracción. El guión de O’Horten –tal el título original, con un apóstrofe más irlandés o escocés que noruego o sueco– da la impresión de haberse reducido a una frase: “Después de jubilarse, el señor Horten vive una serie de episodios curiosos”. Hombre solitario, que vive junto a la vía del tren y jamás abandona su pipa, como el Jeff Costello de El samurai la única compañía del señor Horten parece ser un pajarito (o dos: la distancia desde la cual se lo(s) muestra no permite precisarlo). Que antes de salir a trabajar cubra la jaula con un paño permite pensar que el hombre tiene sus rituales. Rituales que la inminente jubilación echará por tierra. El espectador más o menos entrenado en esta clase de películas sabe que no será cuestión de intentar adivinar, por la lectura del rostro o los gestos, qué le pasa a Horten: más allá de su sonrisa y su aspecto afable, difícilmente se le mueva una ceja en toda la película. Tampoco va a enfrascarse en grandes conversaciones. Pero cerrado no es. Por el contrario, su acceso a la tercera edad parece poner a Horten en un estado de curiosa disponibilidad, propia de un chico. No por nada es un chico el que le hace compañía la noche de su jubilación, cuando un pequeño absurdo cotidiano le impide llegar al departamento en el que sus compañeros han organizado la fiesta de despedida. Los chicos se extravían, y eso le sucede otra noche en un aeropuerto semivacío, en busca de un conocido dispuesto a comprarle un barco. Finalmente conocerá a un excéntrico hombre mayor, inventor de inventos jamás patentados, viajero fascinado con destinos remotos y especializado, según sostiene, en manejar con los ojos cerrados. Allí nos enteraremos de que la mamá de Odd Horten fue una de las escasas mujeres esquiadoras de Noruega, donde por lo visto no está bien visto que las damas se dediquen a ello. Una dedicatoria final informa que es el realizador quien tuvo una mamá pionera del esquí femenino noruego. ¿Qué sentido tiene todo esto? Por suerte, el señor Hamer parece más interesado en las grietas de sentido que en el sentido mismo. En los huecos que abre de pronto la lógica cotidiana. Huecos que hacen que un hombre se convierta en intruso involuntario, pase la noche oculto bajo una cucheta, llegue tarde a su último viaje o sea testigo –entre divertido y perplejo– de un chofer que maneja, sobre el hielo más resbaloso, con los ojos vendados. Más próximo a Kaurismäki que a Andersson, Hamer adopta una política de no intervención, una distancia que en ocasiones utiliza la cámara, que no implica frialdad, distanciamiento emocional o cosificación de lo observado. Por el contrario, se percibe una inconfundible corriente de empatía –pudorosa, pero cálida– para con el protagonista, menos extraño que extrañado por el mundo que lo rodea. Un mundo en el que basta que una pieza se desencaje para que la mecánica se torne menos lógica de lo que se conviene en creer. Allí, en esa relación entre un mundo súbitamente extraño y un individuo extrañado, se percibe la sombra de Jacques Tati, permitiendo ver en el señor Horten un posible hijo extraviado de Monsieur Hulot.
Camino recto, camino bifurcado Para un ingeniero de locomotoras como el protagonista de esta tragicomedia que le debe tributo al cine de Aki Kaurismaki y al humor de Jaques Tati -por citar referencias que están al alcance de la vista- retirarse involuntariamente de una actividad a la que ha dedicado 40 años de servicio al frente de una locomotora por la nevada Noruega más que un alivio es un conflicto que lo enfrentará con el tiempo libre y ese ocio forzado que a veces trae aparejada la impostergable reflexión sobre la vida. Es que para alguien que solamente conoce el camino recto y ordenado, ese que transita y que marca una estación tras otra sin otra sorprsa que el cruce intempestivo de un alce que se atraviese en el recorrido, la aventura de descarrilar -por decirlo de alguna manera- implica un desafío personal al que pocos se atreven por miedo a quedar a la deriva o arrastrados por el devenir de los acontecimientos. A pesar de esa tribulación existencial, Odd Horten (Baard Owe) toma el toro por las astas y emprende un viaje por los caminos bifurcados de Oslo luego de despedirse de sus compañeros de trabajo en una fiesta de retiro; de una madre que observa por una ventana como pasa el tiempo y la vida sin registrar su presencia; de una amante que pregunta si es el final cuando la respuesta es obvia y tan elocuente como la necesidad de Horten de cambiar una rutina por una suerte de deriva controlada que lo llevará a encontrarse con situaciones y personajes secundarios que rayan el absurdo o coquetean de alguna manera con el surrealismo, pero sin perder el horizonte jamás. El realizador noruego Bent Hamer, también guionista, construye a fuerza de humor asordinado (ese que arranca una ligera risa que no llega nunca a carcajada), melancolía y gran sensibilidad esta tragicomedia existencial con ciertos apuntes del slapstick y del ritmo aletargado que caracteriza a su cine, siempre concentrado en el circuito de festivales internacionales como Cannes, entre los más prestigiosos. La actuación del experimentado Baard Owe, quien compone el personaje desde los pequeños matices y expresiones gestuales, con su pipa (de ahí la presencia fantasmal de Tati) y su economía de palabras, forma parte de los atributos de este quinto opus del director noruego que se conociera por Kitchen stories (2003) y luego con la extraña Factotum (2005). A pesar del atraso de seis años para finalmente estrenarlo comercialmente –la película es de 2007-, la sola idea de estar frente a una película europea que logra avanzar sobre las tempestades Hollywoodenses es el mejor aliciente para que el público local apoye a una propuesta diferente, lúcida y que no dejará de entretener pese a su pausado y progresivo desarrollo narrarivo.
Los ojos cerrados Amable comedia noruega sobre un hombre que se jubila. Odd Horten ha vivido haciendo lo que tenía que hacer, con un orden y una prolijidad rigurosas. Conductor de un tren que hace el recorrido, bellísimo, que va de Oslo a Bergen, al solitario y silencioso Horten le ha llegado la hora de retirarse después de 40 años de trabajo para la empresa. Como todos los días, toma su pipa, se pone el uniforme y hace su viaje de ida y vuelta. Pero esa noche sus compañeros de trabajo le hacen una despedida en la que, tras regalarle una estatuilla de un tren y entretenerse adivinando el sonido de locomotoras, le insisten a Horten de seguir de fiesta. Y es allí que su vida controlada se empieza a desmoronar. Como esa figura literaria clásica del hombre solitario a quien un hecho fortuito le cambia la vida, el no volver a su casa esa noche desata una cadena de situaciones curiosas. Es que sin poder entrar a la fiesta, Odd se mete en una casa ajena de la que no puede salir, no llega a tiempo a su último viaje, termina en un aeropuerto siendo buscado por la policía y hasta conoce un hombre en la calle que no tiene mejor idea que manejar su auto con los ojos cerrados. En un estilo que recuerda al finlandés Aki Kaurismaki, al sueco Roy Andersson (no casualmente todos nórdicos) y a otros especialistas en el humor seco (de Buster Keaton a Jacques Tati), pero con un toque más convencional -en especial en el uso de la música para subrayar los distintos momentos-, Hamer ( Kitchen Stories, Factotum ) pone en primer plano lo que pasa cuando los miembros de una cultura organizada y no muy abierta a las sorpresas (en Noruega es normal coordinar una cena con amigos con tres meses de anticipación...), ni a los intercambios demasiado íntimos, se salen de “la rueda” y descubren que en ese sistema de vidas paralelas hay muchos cruces y universos posibles. Ese hombre que Horten conoce y que maneja con los ojos cerrados puede ser el ejemplo más claro de lo que habla este filme amable, ligero y curioso. Es probable que logres andar a ciegas sin chocarte con nadie. Lo que no te vas a dar cuenta es que lo podés hacer porque los demás te esquivan.
Una comedia amable, con hombre y perra tristes Bent Hamer, el de la triste y emotiva «A casa para Navidad», estuvo aquí años atrás, presentando un ciclo de cine noruego en la Sala Lugones. Sencillo, de facciones corrientes, con simple cara de buen oficinista, pasó inadvertido. Por entonces, muy pocos conocían la existencia de su primer logro, «Historias de cocina», amable humorada sobre la confrontación de caracteres entre suecos y noruegos. Parece que los suecos miran a los demás escandinavos desde arriba, y los demás les toman el pelo. También por entonces, Hamer tenía en sus manos la obra que ahora vemos, y mostraba su afiche con entusiasmo: un hombre de uniforme y cara opaca y tristona llevando en sus brazos una perra gorda y vieja con cara igualmente opaca y tristona. Tal para cual, y ambos para solaz del espectador. Pero aclaremos: ésta es una comedia noruega. Hamer no busca la risa inmediata, sino la sonrisa íntima. Y nunca se burla de sus personajes, generalmente tipos comunes, solitarios y perdidosos. Él los mira con humor comprensivo y se rie, eso si, de la seriedad con que ellos afrontan los absurdos de la vida. Por ejemplo, el amigo Odd Horten no tiene nada de extraño. Lo extraño está alrededor suyo. El es un correcto conductor de trenes que ha hecho el mismo itinerario a lo largo de casi 40 años. Una vida totalmente «encarrilada». Cuanto mucho, la molestia de chocarse algún alce que tuvo la mala pata de cruzar justo por su camino. Pero ahora, a los 67 años, lo jubilan. Terminan los horarios y los itinerarios. ¿Cómo organizarse otra rutina? Tras su aire impasible, Horten se encuentra perplejo entre gente más rara que él. Y descubre, no necesariamente la molestia de sentirse viejo e inútil, sino la posibilidad de iniciar otra vida. Dato clave: Hamer dedica esta película a su madre, y a todas las mujeres que practican esquí.
El cuento de la buena pipa El señor Odd se jubila tras cuarenta años como conductor de tren. Es un hombre de vida prolija, o rutinaria, según se vea. Vive solo en Oslo, al lado de la vía del tren con la compañía de una pajarito y a partir de su nuevo estado de jubilado comienza a ser espectador de diversas situaciones a las que asiste imperturbable. Pipa en mano, Horten deambula sin rumbo definido, cuestión que al espectador impaciente puede incomodar bastante. El relato es algo errático, como su protagonista, y allí donde algunos vean poesía cinematográfica otros hallarán tedio. Sin apuro, Hamer construye una historia con buena base tanto en lo técnico como en lo actoral. Notable es la fotografía y la interpretación de Owe, interesantes y hasta divertidos algunos fotogramas y varias ideas, aunque poco efectivo es el resultado final debido a una narración episódica que deja a varias secuencias un escalón abajo de la mera anécdota.
La inteligencia contribuye con el ahorro. Eso es lo primero que demuestra el director noruego Bent Hamer con esta excelente película que se asienta en la inconmovible base que proporciona una buena idea trasladada a la pantalla con economía de recursos y agudización del ingenio. El director enfoca el desconocido panorama que debe enfrentar un ingeniero ferroviario que, al cumplir los 67 años, es jubilado por la empresa en la que prestó servicios durante 40 años. Un nuevo mundo se abre ante el hombre, que descubre los diferentes costados de la existencia. Aunque la ominosa presencia de la muerte sobrevuela el ambiente, su preocupante influencia queda neutralizada por luminosos ventanales que el protagonista descubre a cada paso y que le muestran otros panoramas de la vida.
Belleza formal y notable labor de Baard Owe en una aguda comedia agridulce Cuando directores como Bent Hamer, de quién vimos la notable “En casa por navidad” (2010) en el 2° Festival de Cine Escandinavo del año pasado, hacen del cine un mundo con una mirada distinta desde la cámara siempre deja la grata sensación de lo posible. Pero además cuando la puesta en escena, los encuadres y los diálogos asisten al realizador para conseguir adentrarnos en el perfil psicológico de sus personajes, estamos ante una obra digna de ser revisada por cualquier espectador, aunque llegue 5 años después de haberse filmada. Esa es la sensación que trasmite “El extraño señor Horten” Odd Horten (Baard Owe) se está retirando de su oficio de maquinista de una empresa ferroviaria. Su vida ha pasado en forma perfecta y simétrica hasta llegar a su jubilación. Casi matemática desde la cotidianeidad de sus actos. Esta forma metódica de actuar la podemos apreciar en las primeras escenas, desde el sencillo acto de levantarse por la mañana para ir a trabajar. Su vida es el ferrocarril. Tal es así que vive cerca de las vías, por eso los sonidos del andar de los trenes y sus silbatos son el contexto ideal para trazar los primeros bocetos de un hombre al verse por primera vez, o quizá en muchísimos años, en la situación de enfrentar el mundo sin la institucionalización en la que el hombre hace depender su estabilidad psíquica y emocional, concepto que tan bien trazaba Frank Darabont en la excelente “Sueños de libertad” (1996). De hecho, en una escena mágica los ahora ex-compañeros lo despiden en una ceremonia en la cual le hacen entrega una suerte de trofeo, mientras reemplazan los aplausos por la mímica hecha con los brazos de una vieja locomotora, mientras sueltan silbatazos con la boca. Luego Horten sale a conocer el lugar donde vive, ahora observado desde el retiro mientras fuma constantemente su pipa. En su andar encuentra personajes y situaciones que lo van conectando con otras realidades de su comunidad mientras su semblante va lentamente perdiendo la rigidez del cumplimiento de las reglas y los horarios de la planilla, para ir humanizando su expresión. Es que Odd ha sido perfecto en su trabajo, pero no en su vida fuera de él. Nunca se animó a nada, es parco, tímido, reservado. Todas características bien perfiladas por el guión, concebido por Bent Hamer y Harold Manning. Desde esa posición analítica nace el humor en esta comedia agridulce. El realizador logra involucrar al espectador dentro del universo de Horten para comprender por qué vive solo, pero no es solitario, que es estructurado y frío, pero no indiferente. Así como “En casa por navidad” Hamer construye sus escenas. No le da lo mismo un encuadre que otro, ni la duración de los planos a la hora de la compaginación, con tal de llegar a exponer su estilo narrativo, en lo que mucho ayuda la fotografía de John Rosenlund y la extraordinaria música de John Erik Kaada. El notable trabajo de Baard Owe componiendo al protagonista es de una exquisitez inusual que va desde su forma de fumar pipa hasta la casi robótica manera de caminar. Una demostración de disponibilidad actoral y una dirección de actores que permite disfrutar una de las mejores construcciones de personajes de los últimos tiempos. En este aspecto el cine de Hamer se parece mucho al de Abbas Kiarostami. “El extraño señor Horten” vale la pena una salida para ver buen cine.
La melancolía del maquinista El film del noruego Bent Hamer construye un relato conmovedor, con tramos de sorprendente candor y toques de humor que toman por sorpresa al espectador, en el singular paisaje de Oslo. Una co producción bien contada. Fue en la edición del Festival de Cannes del año 2007 cuando se presentó El Extraño Sr. Horten en la sección "Una cierta mirada" para obtener en esa oportunidad los primeros reconocimientos. Su realizador, Bent Hamer, ya había estrenado "Factotum", sobre cuento del siempre polémico Charles Bukowski, con Matt Dillon, Marisa Tomei y Lily Taylor. En forma inmediata, comenzó a acompañar el film que hoy comentamos en diversas muestras de cine noruego, ya que este es su origen, aunque se graduó en este campo en la ciudad de Estocolmo. Y como puede ver el lector, "El extraño Sr. Horten" es una co?producción que nos permite reconocer diferentes tipos de vínculos que trataremos de ir caracterizando. Si bien el título original no lleva en sí el vocablo extraño, simplemente, sí, el apellido, un nombre propio del protagonista; debemos señalar que la analogía está dada en que el nombre de pila del mismo es Odd y que, según consultamos, el mismo podría traducirse como "singular", "extraño", "raro", "desacostumbrado". Sabemos que la sinonimia no nos autoriza a pensar que todos los términos valen por igual; en tal caso, el lector, será él y sólo él, quien considere cuál de estas palabras (si es que no haya tenido en cuenta otra) es la que elige para caracterizar a este film, O'Horten, cuyo personaje tiene como primer nombre, Odd. Y al estar en el territorio de lo extraño, este que la mayor parte de los teóricos y críticos le han reservado al arte, el que permite reconocer a la experiencia, a los hechos cotidianos desde otro ángulo, a un simple objeto desde una perspectiva diferente, podemos elegir partir de esos últimos momentos de la vida laboral del Sr. Odd O'Horten ya con sus 67 años, cuarenta años conduciendo desde una cabina de trenes el trayecto Oslo?Bergen. Desde esa cabina, cerrada, mirando siempre en la misma dirección, cabina vidriada, silenciada al mundo exterior, atravesando helados escenarios, despoblados territorios. Lejano actor de la cinematografía danesa, Baard Owe, protagonista de films de Carl G. Dreyer y en los '90 de Lars Von Trier, nuestro Sr. O'Horten se mueve en un mundo regido por marcados y repetidos compases que fueron regulados por su resignada soledad. Algunos rituales domésticos, la ida al trabajo, la llegada al bar y ese estar allí, tan solo, como tantos otros solitarios, bebiendo cerveza y fumando su pipa. Con ese reflejo de los films del notable realizador finlandés Aki Kaurismaki, particularmente de "El hombre sin pasado" y "Luces al atardecer", Bent Hamer construye un relato melancólico que nos reserva momentos de sorprendente candor y de sorpresivos toques de extraño humor. Y es que lo extraño se vuelve presencia a partir del momento en que el personaje decide, ante cierta dificultad, tratar de llegar al lugar donde lo están esperando para la fiesta de su despedida por un camino no habitual, como si de una travesura se tratara, en la que le saldrá al cruce un niño. Un galardón le comienza a recordar que no puede vivir sin volver a la estación de trenes. Allí, montada sobre su pedestal, espera una refulgente locomotora. Pero, al mismo tiempo, las nuevas situaciones, comienzan a activar, a poner en marcha su forma de ser. Nuestro tan particular y querible Sr. O'Horten, tan cercano a nosotros, nos recuerda por momentos al personaje inconfundible que componía Buster Keaton en la gran ciudad. Con esa mirada extraña, perdida, solitaria. En varias opotunidades su realizador ha comentado a la prensa que la silueta de Jacques Tati y de su criatura, Monsieur Hulot, están presentes en su Sr O'Horten. No describiré aquí a ambos. Sólo invito al lector a pensar en sus films, en "Día de Fiesta", "Mi Tío", "Playtime" y otras. Y al mismo tiempo, si ya ha visto el film que se ha estrenado esta semana, le propongo ver a nuestro personaje extraviado, con su aire infantil, aunque su rostro nos recuerde al de Vincent Price. Odd O'Horten visita regularmente a su madre y sobre ella conoceremos mucho más después. Asiste regularmente a su canario y algunas promesas están aún pendientes. Irá descubriendo, más allá de la cabina vidriada de la locomotora del tren, un extraño mundo al que le empezará a sonreir. De una noche de aguas silenciosas y cuerpos desnudos, de azules intensos, logrará un par de zapatos de mujer que lo llevarán hacia un extraño y desconocido personaje que lo conducirá a un mundo de máscaras primitivas y de un salto al vacío, con los ojos cubiertos, en la culminación de un deseo. De esa noche, Odd O'Horten heredará a Molly y nosotros no sólo la posibilidad de ver cómo el mismo personaje se reinventa a sí mismo y recrea al mundo; sino, además, comprender el alcance de una dedicatoria, que lleva en sus palabras el vuelo de la metáfora.
Si le decimos que esta es la historia de un señor que queda jubilado y comienza a descubrir todo lo que se ha perdido de la vida, va a pasar de largo. Si le decimos que es una película de aventuras, probablemente no. Bueno, es ambas cosas, porque descubrir que el mundo no es como uno cree -o que el mundo es, simplemente- es toda una aventura. Este film realizado para complacer a un gran público, simpático y quizás emotivo a reglamento, no deja de presentar momentos sorprendentes y absurdos que condimentan, con fuerza, su esquema argumental algo previsible.
Un día Odd Horten debe jubilarse, dejará atrás los años en que conducir locomotoras como trabajador ferroviario era su vida y deberá tomar un sendero nuevo. El jubileo y el premio a su labor no son suficientes para que la soledad no se apodere de él y decida escapar de ella emprendiendo nuevos rumbos. A los hábitos cotidianos Horten los cambiará por nuevas experiencias que convierten en un viaje existencial su nueva condición de jubilado. La vida sorprende al más pintado y la mirada de Hamer sigue a su criatura sin juicios, lo suficientemente cerca para mostrárnoslo, lo eficientemente lejos para que podamos ser nosotros, los espectadores, quienes declaremos que toda vida puede hallar poesía e inocencia y descubrir las cosas más impensadas cuando la melancolía parecía apoderarse de todo. Bello film con cuotas de existencialismo en tono de comedia y una mirada poética y esperanzada sobre esta temida tercera edad.
A través de amplios territorios nevados, un tren avanza silenciosamente por los frecuentes y oscuros túneles. Secuencia de títulos mediante, esta primera escena también muestra aquello que un ingeniero ferroviario llamado Horten (Baard Owe) ve todos los días desde hace cuarenta años. Forzado a retirarse de su trabajo, este paisaje cotidiano está a punto de tener su reemplazo en las frías y desoladas esquinas de la ciudad, donde lo absurdo se vuelve tan habitual como los individuos solitarios que noche a noche transitan por sus rincones en busca de alguna aventura. En el enigmático presente de este personaje es que Hamer construye un relato que consigue convertir la frialdad típicamente nórdica en un escenario de magia y calidez, así como también la vejez y la soledad de sus protagonistas no logran emanar más que gracia y vitalidad. Con un humor siempre ruidoso y visible irrumpiendo constantemente en el plano, y lo dramático apenas sugerido en algún fuera de campo y/o desde un ángulo lejano (la ambulancia llevándose al amigo de Horten, muerto a su lado mientras manejaba el auto con los ojos vendados), la película de Hamer parece haber situado su punto de vista en el lugar exacto entre el drama y la comedia, tanto desde lo técnico (casi no hay primeros planos, por ejemplo) como desde lo estrictamente narrativo. Grandes cantidades de años junto a otras más de nieve pueden ser la más simple fórmula de la melancolía, tanto como grandes rostros con melodías de fondo podrían serlo para el drama. Pero si bien El extraño Sr. Horten pareciera no esconder el componente trágico en su ADN, no hay desgracia que le gane suficiente terreno al humor. Pudiendo sólo reprocharle algunas situaciones de una cierta artificialidad, como la del hombre que repetidamente entra a la farmacia para pedir fósforos con la excusa de haberlos perdido, la película aúna entretenimiento y emoción sin golpes bajos, con inteligencia y sin abandonar la sencillez, con magia pero sin caer en el absurdo superficial. Horten toma los esquís de su fallecido amigo y se dirige a la montaña. Es de noche y las luces de la ciudad brillan a lo lejos. Aunque no es esquiador, está decidido a tirarse por esa pista. Cuando lo hace, la cámara nos deja sólo ante la vista de la ciudad, mientras los sonidos de Horten bajando a toda velocidad por la montaña nos hacen temer lo peor. Fundido a blanco: otra vez el tren, los túneles y la nieve. Drama, solemnidad, ¿traición del director de último momento? Para nada, pues todavía queda una escena más: sí, Horten aún sigue allí, y está vivito y coleando.
El empleo del tiempo En su mejor película, Historias de cocina, a Bent Hamer no sólo le interesaba criticar la pretensión de objetividad en las ciencias (sociales) sino que apostaba por filmar la amistad masculina. Más tarde, en Factótum, basada en un texto de Bukowski, Matt Dillon como Hans Chinaski pasaba por varios trabajos, la mayoría humillantes, mientras intentaba escribir y así conjurar su soledad y la evidencia de un mundo amenazado por la insignificancia. En El extraño Sr. Horten, película menor aunque a veces discretamente emocionante, los destellos de amistad (entre hombres) contrastan con la mecanización de la vida cotidiana y el aislamiento involuntario propio de un sistema social tan "perfecto" como quizás también asfixiante. El protagonista acaba de dejar un empleo después de 40 años y está solo; no es una ecuación existencial sencilla. Así es que a Horten, que ha sido maquinista de un tren que se desliza por la nieve como si fuera un trineo gigante, le espera un nuevo desafío involuntario: el ejercicio de su jubilación, que en un principio parece tan sólo perplejidad y extrañamiento. La simpática y maldita provocación de Cioran sobre un suicidio colectivo, si se decretaran vacaciones permanentes, resulta ilustrativa; el tiempo libre no es necesariamente una vía garantizada hacia la felicidad. La discreta conquista de Horten consiste en vencer el tedio, o simplemente resignificar la jubilación como una aventura administrativa del tiempo: esquiar como su madre, nadar desnudo en una piscina pública a medianoche tras quedarse dormido en un sauna, salir a pasear en un auto por la noche con un nuevo amigo, alguna vez diplomático, que dice poder manejar con los ojos tapados. En Oslo, y tal vez en algunos otros lados, un jubilado sólo debe reinventar su existencia simbólica. Si bien la austeridad emocional predomina, Hamer a veces se ve tentado por un sentimentalismo ligero, lo que no le impide construir escenas en donde el encuentro entre hombres parece una cauta verificación de que la amistad es una práctica virtuosa. El "viaje" entre el diplomático y Horten, coronado con una cita de Strindberg y no mucho después concluido con un plano cenital, sintetiza las virtudes filosóficas y formales del filme. Las aventuras de Horten tal vez sean demasiado para sus pares del extremo sur. El derecho al júbilo de los jubilados será siempre una buena medida para conocer el progreso de una sociedad. Horten, por ahora, es, entre nosotros, un marciano.
La soledad y las cuentas pendientes en una sociedad opulenta como la noruega, donde la jubilación le llega a un ingeniero ferroviario (a los 67 años). A partir de ese momento, la vida del protagonista, invadida por la melancolía, con toques surrealistas, personajes extraños y una reflexión por las cuentas pendientes que deben ser saldadas. Una película distinta, de helada tristeza y mucha humanidad.