La homilía de la voluntad. Se podría decir que hasta cierto punto El Gran Pequeño (Little Boy, 2015) unifica -de un modo bastante fluido- dos tradiciones cinematográficas no del todo contrastantes, con elementos en común especialmente a nivel de su “idiosincrasia”, por llamarla de alguna manera. En primera instancia tenemos los dramones bélicos centrados en la perspectiva de un niño, quien en su inocencia pretende comprender el conflicto de turno desde la distancia, o atravesarlo con vistas a garantizar su supervivencia si es que le ha tocado en gracia estar en medio de los disparos, las explosiones y demás detalles contextuales. Luego vienen las propuestas cristianas, tanto de índole propagandística como destinadas a los ya creyentes. Los ejemplos de ambas vertientes son en verdad cuantiosos, pensemos por un lado en el rol de la infancia en El Imperio del Sol (Empire of the Sun, 1987) y La Vida es Bella (La Vita è Bella, 1997), o recordemos las obras de Guillermo del Toro en el rubro fantástico, las extraordinarias El Espinazo del Diablo (2001) y El Laberinto del Fauno (2006). Ahora bien, en el campo de la devoción para las masas adaptada a los distintos géneros, podemos nombrar las amenas Señales (Signs, 2002) y Prueba de Fe (The Reaping, 2007), o las desastrosas Tierra de María (2013), El Remanente (The Remaining, 2014) y El Apocalipsis (Left Behind, 2014), exponentes que dan vergüenza ajena por sus deficiencias de todo tipo. Aquí la historia va por los caminos melodramáticos/ espirituales de siempre: durante la Segunda Guerra Mundial, Pepper (Jakob Salvati), un purrete de baja estatura para sus ocho años, debe sobrellevar el servicio militar de su padre James (Michael Rapaport), a quien adora y extraña con locura. Al amparo de su madre Emma (Emily Watson) y su hermano London (David Henrie), el joven termina aceptando -sin la más mínima crítica- una lista de “tareas” que le asigna el cura del pueblito, el Padre Oliver (Tom Wilkinson), en pos de acrecentar su fe e “influir” en el regreso de su progenitor. Por supuesto que tampoco falta la amistad paulatina del niño con un japonés, al que los lugareños machacan a pura xenofobia. Si bien la película del director y guionista Alejandro Monteverde abre con un planteo ambicioso con alegorías acerca de la docilidad del pueblo norteamericano y el belicismo del gobierno, pronto cae en un sinfín de clichés en torno a las correlaciones entre la realidad y la imaginación de Pepper, enriquecida o impugnada por los adultos. Más allá del pobre desempeño de Salvati (siempre con la misma cara de desesperado a lo largo de la epopeya), los trabajos de Watson y Cary-Hiroyuki Tagawa (como el amigo oriental del protagonista) compensan en parte el desatino mayúsculo del casting. En suma, El Gran Pequeño por lo menos tiene la delicadeza de dejar difuso el límite entre la voluntad y el dogma religioso…
El Gran Pequeño es dos películas. Una es la que nos quieren vender en la Argentina, la que sugiere el afiche latinoamericano: en el margen inferior, el rostro travieso del protagonista; más arriba, emergidas de un cofre, las figuras de un mago, un samurai, un cowboy montado a caballo y un avión; en el margen superior, un texto que promete “magia, aventura, emoción” y que adelanta que terminaremos creyendo “en lo imposible”. Pero otra muy distinta es la película que insinúa el afiche norteamericano. Nuevamente, vemos al protagonista, al gran pequeño del título, pero esta vez de espaldas, parado sobre un muelle, convertido en una silueta ante el horizonte anaranjado del atardecer, la noche ya instalada en lo más alto del cielo. Un clima mucho más sombrío, más melancólico, más fiel al verdadero film. La silueta o el dueño del cofre, según el caso, es un chico de siete años que vive con su madre y su hermano mayor, London, en un idílico pueblo californiano durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando su padre, James, enviado al frente Pacífico, es capturado por los japoneses, el gran pequeño y London, para desquitarse con alguien, apedrean y casi incendian la casa de un vecino, el señor Hashimoto, quien hace décadas vive en territorio norteamericano pero que, desde que estalló el conflicto, se ha convertido en un paria social. Al enterarse de lo que hicieron los hermanos, un amable cura local, el Padre Oliver, le sugiere al gran pequeño que se haga amigo del japonés y que, además, cumpla una (algo arbitraria) lista de buenas acciones, para que “la voluntad de Dios” libere a su padre. El chico confía en las soluciones mágicas: es fanático del mago superheroico que protagoniza su comic favorito y pretende emular sus hazañas. Como en El Espíritu de la Colmena o El Laberinto del Fauno, conviven la brutalidad de la guerra con la imaginación irreprimible del joven protagonista, que depura y matiza el horror del mundo de los adultos. El gran pequeño lucha contra la xenofobia y el racismo, e intenta ayudar a su nuevo amigo, recién salido de los campos de concentración estadounidenses, donde fueron recluidos miles de japoneses y descendientes de japoneses (un hecho escasas veces mencionado en el cine). Lejos estamos de la “magia, aventura, emoción” anunciadas en el afiche. Si hay magia, es la que brota en brevísimos segmentos imaginados o soñados; si hay aventura, es la de Scout en Matar a un Ruiseñor antes que la de Harry Potter; si hay emoción, es la de tantas películas biempensantes y oscarizables sobre “temas sociales”. El director Alejandro Monteverde no parece saber si su película es infantil o solamente infantilizada. Sus personajes son adjetivos caminantes: la madre, amor y resignación; London, indignación y juventud; el gran pequeño, ingenuidad y fe; Hashimoto, santidad y pasividad. El desenlace de la trama es forzado, como si los guionistas se hubieran acordado, demasiado tarde, cuando el tono lúgubre y fúnebre se les iba de las manos, aquella máxima de Don Bluth, de que los pequeños espectadores pueden aguantar cualquier cosa con tal de que el final sea feliz, consejo que Monteverde y Portillo respetan aun cuando no deberían hacerlo. Ni lo suficientemente liviana como para ser divertida, ni lo suficientemente contundente como para ser realmente triste, el film se queda a mitad de camino, a pesar de sus buenas intenciones. La disparidad entre los dos afiches, el hispano y el estadounidense, señala también la ambivalencia de El Gran Pequeño.
En los últimos años el cine de propaganda religiosa en los Estados Unidos adquirió una gran notoriedad y películas que hasta hace un tiempo se estrenaban únicamente en ese país hoy logran conseguir distribución internacional. Por lo general se tratan de filmes extremadamente manipuladores donde la espiritualidad brilla por su ausencia y el fin de la propuesta reside en brindarle al espectador un sermón moralista. El gran pequeño es la última producción del empresario Mark Burnett, quien se hizo millonario lucrando con este tipo de proyectos. Hace poco fue responsable de la miniserie Hijo de Dios con el Jesús blanco y rockero que presentaba todos los clichés burdos de las historias bíblicas. Este film dirigido por el mexicano Alejandro Gómez Monteverde es una historia acerca de la fe que lamentablemente se vio afectada por un exceso de sentimentalismo artificial que desborda de la pantalla a lo largo de 106 minutos. El concepto de la trama no estaba mal, pero al ser una producción de Burnett abundan esos momentos dramáticos que en lugar de emocionarte te hacen reír por las situaciones ridículas que presenta. El joven protagonista es un niño que decide aferrarse a la fe con el objetivo de conseguir que su padre regrese a salvo de la guerra, a comienzos de la década de 1940. Como no podía suceder de otra manera en un proyecto de Mark Burnett, los temas que se trabajan en la historia siempre transmiten el mensaje equivocado. El gran pequeño no se conecta con la fe para que finalice la guerra, sino para que los Estados Unidos acaben con Japón de una vez por todas. Si en el medio tiran un par de bombas atómicas y mueren millones de personas no hay problema, ya que lo importante es que papá Joe regrese a casa. En materia de conflictos bélicos parece que Dios sólo apoya al equipo del tío Sam. La exploración del tema de la fe en el film es bastante torpe y por esa razón cuesta muchísimo tomarse en serio este relato. Al margen de estas cuestiones, la narración del director Gómez Monteverde resulta irritante por la manera en que se manipula al espectador con el exceso de sentimentalismo y el abuso de una banda de sonido extremadamente melosa. Durante el desarrollo del conflicto no hay ninguna situación en esta historia que resulte genuina y abundan las escenas que parecen salidas de una publicidad de Coca-Cola. A lo largo del film el director aborda además otras temáticas como el racismo, la intolerancia y hasta el bullying con las que no logra construir nada interesante. La película se vende como una propuesta familiar dirigida a los chicos pero me cuesta creer que algún niño pueda engancharse con esto, ya que la historia es aburrida y carece de un protagonista atractivo. El gran pequeño es un personaje monótono que nunca vive ninguna aventura emocionante como para que los más chicos se enganchen con esta producción. El afiche local de este estreno te vende una película que después no la encontrás en el cine, ya que el trabajo del realizador mexicano se encaminó por el melodrama. Dentro del reparto, figuras como Emily Watson, Tom Wilkinson y Cary Tagawa (Masacre en el barrio japonés), lograron remar con gran profesionalismo un sermón cinematográfico que no termina de convencer.
Fábula obvia y sensiblera Filmada con un presupuesto de 26 millones de dólares, con un elenco de estrellas -Emily Watson, Tom Wilkinson, Kevin James- al que fue difícil convencer para que participaran (no querían filmar en México por el ambiente de inseguridad que se vivía en ese momento en aquel país) y una estética deliberadamente inspirada en las famosas ilustraciones del artista estadounidense Norman Rockwell, El gran pequeño es una película obvia, lacrimógena y orientada a promover al cristianismo (el cine "faith based" es desde hace mucho todo un género). Su atribulado protagonista es un niño (Pepper Flint, interpretado por Jacob Salvati, elegido tras un casting al que se presentaron cerca de mil interesados) cuya baja estatura lo convierte en el centro de las burlas de otros chicos del pueblo de California en el que vive. El único aliado con el que cuenta es su padre (Michael Rapaport), pero todo se desmorona con el inicio de la Segunda Guerra Mundial y la partida al frente de batalla de ese hombre que para él es, naturalmente, un émulo de Dios.
Papá es un ídolo La relación de un hijo con su padre, la fe y el afecto, en un filme emotivo, con algunos golpes bajos. Abordar en un filme temas como el amor a un padre, la esperanza, la fe y la religión suena a combo sentimentalista. Y si algo de eso hay en El gran pequeño, por suerte Alejandro Monteverde (el realizador de Bella, premiada en Toronto) pone más énfasis en el protagonismo de Pepper, el niño, sus dudas y deseos que en levantar el dedito y hablar como desde un púlpito. Hecho con las mejores intenciones, el filme del director mexicano tiene igualmente algunos golpes bajos, como que retuerce a Little Boy lo suficiente como para hacer llorar al personaje y al público sensible. Se entiende: bajito de estatura, humillado por casi todos en O'Hare, el pueblo costero en California donde vive, encuentra en su padre (Michael Rapaport) un único amigo y compañero. Y cuando a su hermano mayor (David Henrie) le impiden alistarse para la Segunda Guerra Mundial por tener pie plano, el que debe marchar a combatir a Filipinas contra los japoneses es su padre. A partir de allí comienza una historia de creencia, de cuasi milagros, de un proceso de fe. Pepper, que tiene como héroe antes que a su padre, a un mago itinerante (Ben Chaplin) al que sigue en sus cómics, apoyado por el cura del pueblo (Tom Wilkinson) creerá que con su fe y siguiendo algunos mandamientos logrará que papá regrese sano y salvo del frente de combate. Para ello hará lo que sea. Y si debe entablar amistad con un adulto japonés (Cary-Hiroyuki Tagawa), tragará saliva, y lo hará. Es que la película habla de un tema muy poco frecuentado -por no decir, escondido- por el cine hollywoodense, como el de los campos de concentración para nipones en suelo estadounidense durante la Segunda Guerra. No es central, pero sí lo es el tema de la xenofobia. El hecho de ser diferente -por el color de piel, por la estatura- y el cariño hacia su padre hace que El gran pequeño por momentos tenga momentos del aliento de El karate kid y por otros de El gran pez. Es esta una superproducción, evidenciada en el elenco -sumen a Emily Watson como la madre, a Kevin James, a Ted Levine, el asesino de El silencio de los inocentes-, en el diseño de producción, en los efectos. Jakob Salvati tiene suficiente inocencia para generar la empatía necesaria y así acompañarlo en esta travesía emotiva.
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Todas las guerras que han sacudido al planeta dejaron ciudades enteras devastadas… Pueblos olvidados… Pero lo que la guerra jamás pasa por alto es la necesidad de combatientes. Es por eso que tantos hombres perdieron su vida en crueles enfrentamientos, dejando familias enteras a la deriva. Cualquiera sea el territorio en conflicto, siempre debe haber algún servidor dispuesto a dejar atrás cualquier sueño y cumplir con esa obligación tan valiente para una cuestión tan cobarde como lo es el llegar a levantar armas por disputar y defender un lugar. En un contexto como este, es la norteamericana una de las sociedades que pasó gran parte de su historia sirviendo al género bélico. O’Hare, California, es quizás un muy pintoresco poblado donde se habita con suma tranquilidad y conservadurismo, pero como les decía, el reclutamiento militar durante la II Guerra Mundial también llegó allí; más específicamente al hogar de los Busbee. Pepper Busbee es un angelado niño de tan sólo 8 años de edad, cuya mayor preocupación son algunos bravucones del pueblo que se burlan de su baja estatura. Sin embargo, el verdadero mal rato lo pasará cuando su padre y único gran compañero de aventuras deba irse al frente de combate. Lo normal en cualquier casa sería sentarse a esperar y llorar noches enteras rogando que nada malo le pase a ese integrante que se vio forzado a abandonar a su esposa e hijos. Pero “Little Boy” aprendió que la fe puede mover montañas, un mantra que lo condujo a una odisea imposible a los ojos de los demás. Little Boy Movie Film Trailers Reviews Movieholic Hub Little Boy Movie Film Trailers Reviews Movieholic Hub Por suerte siempre hay adultos que captan perfectamente lo que significa la ilusión de un infante, lo cual los lleva a colaborar en causas que apenas si necesitan límites reales. Y es que la inocencia de alguien como Pepper no puede dañar a nadie, ni aunque el film plantee ciertos paralelismos entre su comportamiento y el hecho de que su papá esté tan lejos de él. La cuestión es que Oliver, noble sacerdote de O’Hare desde antaño, le mete en la cabeza la idea de que si cumple con una lista de requisitos muy cristianos, es posible que el señor Busbee regrese sano y salvo. Bueno, ya saben cómo son los niños, cualquier ejemplo que uno le dé será literalmente copiado. El blondo de apenas un metro de altura deberá hasta hacerse amigo del único japonés que habita en la zona, dejando de lado el prejuicio del enemigo de guerra. Pese a sus golpes bajos, El gran pequeño es una película ideal para toda la familia, gracias a sus hermosas enseñanzas y a las sutiles actuaciones de todos sus integrantes. En especial la del protagonista, un nene que jamás pierde las esperanzas. Porque después de todo, vivir esperanzados es una de las cosas que nos ayuda a sobrevivir hasta en los escenarios más hostiles. little_boy_loco_x_el_cine_2 Puede que la cinta presente algún que otro detalle no muy convincente, pero eso pasa más bien por la exquisitez del ojo adulto; para los más peques es más que correcta. De hecho, me quedo con historias sencillas como esta, antes que con algunos de los tanques hollywoodenses que enloquecen las salas más de una vez por año. También me arriesgo a decir que la cinta está grabada un 99% en estudio, con un ambiente controlado que le da ese aspecto teatral (y a la vez ficticio) que tenían los films que veían nuestros padres o abuelos. En fin, corrían los años ’40, y estoy segura de que su director de nacionalidad mexicana, Alejandro Monteverde, buscó lograr ese efecto. Hablando de eso, en el país mariachi fue vista por más de tres millones y medio de espectadores, movidos quizás también por la presencia de tantos actores norteamericanos reconocidos. ¿Un secreto? La leyenda cuenta que todo fue posible gracias a un ínfimo grano de mostaza…
Una película que no solo por estar ambientada en el final de la segunda guerra mundial resulta antigua, sino por su formato, y por su intención de búsqueda de lo sentimental y melodramático, la lágrima a la vuelta de la esquina. Es para chicos se supone, pero… Niño pequeño, cargado por todos, su padre alistado en el ejército y él, que cumple con una lista de buenas acciones para que regrese su padre. (¿Adivinó el final?)
Aunque tiene sus fallas, aunque está todo el tiempo intentando emocionarnos con recursos antiguos, hay algo también noble en este film mexicano hablado en inglés. La historia es la de un chico muy chico (de estatura) en los años cuarenta, cuyo mejor amigo es su padre y que sufre cuando éste es enviado a luchar contra los japoneses en el Pacífico. A partir de allí se mezcla cierta apelación a la fantasía, el melodrama familiar y la necesidad del personaje de enfrentarse con quien más teme, solo para descubrir que es una persona tan marginada injustamente como él. Es decir, la fábula con moraleja de rigor. Lo que hace el conjunto -uno que requiere ser visto con ojos infantiles- digerible y hasta disfrutable es el aspecto onírico, de cuento de hadas, de librito ilustrado que vuelve todo al mismo tiempo más dramático (porque apela a lo melodramático) y más ligero (porque nos guiña el ojo diciéndonos que, después de todo, es una fantasía). Imperfecta, pues, pero interesante.
"Envase chico, contenido para grandes" El cine siempre se nutrió de las grandes historias protagonizadas por simpáticos y valientes pequeños. La última película de Alejandro Monteverde revive aquella vieja tradición y, pese a no regalarnos algo completamente original, cumple con creces su principal objetivo: Ofrecer una aventura entretenida y emotiva para disfrutar en familia. La clave para entender y comprender todo lo bueno que presenta “Little Boy” se encuentra escondida precisamente en la última frase del primer párrafo, ya que cuando hablamos de “Entretenimiento para disfrutar con toda la familia” no hablamos precisamente de un producto exclusivo para niños, sino todo lo contrario. “El gran pequeño” es una propuesta que, al menos desde la perspectiva de quien les escribe, debería ser vista solo en compañía de un adulto (y también de varias carilinas). Ese detalle y el hecho de que la historia se desarrolle en plena segunda guerra mundial (volviendo por momentos demasiada tensa y dramática la acción, sin importar la edad del espectador) son los únicos defectos que le encuentro a una producción que lejos de ocultar un doble sentido termina pagando muy caro el simple hecho de querer homenajear una forma de contar historias que el cine pareció desechar hace ya un tiempo. Monteverde y el guionista Pepe Portillo se las ingeniaron para introducir en la trama una serie de elementos que nunca faltaron y siempre funcionaron en las viejas y divertidas películas familiares que solíamos ver de pequeños. Anoten y recuerden con nostalgia: Los idílicos pueblitos que parecen salidos de una propaganda navideña, un sinfín de personajes secundarios divertidos e interesantes, un pequeño protagonista que con tan solo dos sonrisas logra generar una empatía con el espectador, una pandilla de abusivos que le hacen la vida imposible, una relación de amistad impensada y un golpe bajo tan imprevisible como necesario para hacernos lagrimear al menos por unos segundos a través de emociones genuinas. Todo eso lo podías ver en “Mi perro Skip” (aquella joyita protagonizada por un pequeño Frankie Muniz), “Liberen a Willy“, “Pequeños traviesos“, “Mi primer beso” y otras tantas producciones de este estilo que hasta hace unos años eran muy fáciles de encontrar en algún canal de aire un fin de semana. Claramente los responsables de “Little Boy” apuntaron a recuperar ese espíritu cinematográfico que atrapa en medidas iguales a grandes y chicos. Jakob Salvati es por lejos el único actor que se roba la película de principio a fin. Después tenemos algunos momentos de Michael Rapaport, Tom Wilkinson y Cary-Hiroyuki Tagawa, quienes logran acompañar al joven protagonista de forma correcta con su trabajo. No podemos decir lo mismo de la talentosa Emily Watson y el comediante Kevin James, quienes aportan muy poco al espíritu emotivo y divertido que propone la película. Si te divertían esas películas que mencioné previamente en esta crítica, sin lugar a dudas esta propuesta te va a dejar un muy buen sabor de boca, pese a que en algún momento te haga derramar un par de lagrimas. Por ese motivo repito algo que me parece importante: “Little Boy” no tiene reparos a la hora de ir al frente y golpear fuerte y preciso en ese punto donde indudablemente todos flaqueamos. Y cuando llegue ese momento, quizás los más pequeños atraviesen un momento algo incomodo. De todas formas, creo que es importante destacar que en estos tiempos en donde las películas se esmeran por ser más ambiciosas y rebuscadas tanto en realización como guión, “El gran pequeño” demuestra que todavía somos de carne y hueso cuando nos emocionamos con ideales universales como la familia y la amistad. Sin necesidad de efectos digitales y grandes presupuestos.
Una película para chicos como las de antes. Finalizados los ’90 y empezados los 2000’s las películas para chicos live action venían sufriendo de una enorme deficiencia narrativa y una subestimación absoluta a nivel realización hacia los espectadores destinatarios de este entretenimiento. Como si el que sus mentes no estuvieran desarrolladas fuese una excusa para no esforzarse para escribir un guion como la gente. Hasta que aparecen películas como El gran pequeño. Una película de la cual nada esperaba, y que termino volteándome del caballo, por hacer gala de una narrativa, un aspecto visual y una honestidad hacia los pequeños que me devolvieron a esa época dorada de las películas para chicos, que lejos de ser obras maestras, tenían por lo menos productos mucho mejor armados que los que se ven en la actualidad. Pequeño niño, no tan pequeño guión Pepper es un niño que vive en un idílico pueblo de California. El y su padre son inseparables, hasta que llega la Segunda Guerra Mundial y este último debe ir a combatir al ejército japonés, dado a que su hermano tiene un pie plano que le impide enrolarse en el ejercito. Esto destroza al pobre Pepper, que queda a la merced de su desolada madre y su resentido hermano, un alcohólico en potencia. Las cosas cambian cuando Pepper, obligado por su hermano, le tira piedras a la casa del Señor Hashimoto, un inmigrante japonés que vive en el pueblo. Por razones obvias, el pobre chico está expuesto a un montón de odio, y el cura del pueblo, le da una lista de misiones que tiene que cumplir, con la aparente promesa de que si completa la lista, Dios hará que vuelva su padre. Entre esas obligaciones figura la de hacerse amigo de Hashimoto. La trama de El gran pequeño está muy bien sostenida. El personaje está expuesto a conflictos físicos y morales a cada rato, dejando un importante mensaje sobre la tolerancia y los peligros del resentimiento. Por momentos, uno podría pensar que la película tiene un peligroso subtexto pro-religioso, pero tiene las suficientes agallas, convicción y fundamento de poner en jaque muchas de las preconcepciones que se tiene sobre la religión, e incluso lo hace humorísticamente. Pero El gran pequeño consigue ser un guion de película infantil superior a la media, por la simple razón de que como todas las buenas historias, trata un tema en concreto, y no me refiero al racismo arriba mencionado. Aunque hace énfasis en esto último, la temática que moviliza al personaje es la fe. Pero no tanto la fe religiosa (al menos no exclusivamente), sino la fe en uno mismo, la necesidad de tenerla para poder superar obstáculos complejos e impensados. Ningún análisis de esta película estaría completo sin aclarar que jamás subestima al espectador, tenga la edad que tenga. No tiene el más mínimo reparo de mostrar como la percepción infantil puede ser afectada por la turbiedad del mundo de los adultos más hondamente de lo que podemos imaginar. No le doran la píldora al protagonista, este atestigua las cosas como son. Esta es una decisión valiente en una época actual y en un género destacado por sobreproteger la inocencia. El que pueda mantener la pureza y los códigos del mismo, a pesar de lo que ha sido expuesto su protagonista es todo un logro a nivel guión. Pequeño niño, gran propuesta visual El gran pequeño goza de una enorme exquisitez visual en los apartados de fotografía y sobre todo en el de dirección de arte, que reproduce con un detalle milimétrico y funcional a tal extremo que nos transporta a la década del cuarenta. En el apartado actoral, la película descansa con mucha habilidad en los hombros del joven Jakob Salvati. Quienes lo acompañan, los siempre eficientes Tom Wilkinson, como el cura del pueblo, y Emily Watson, como la madre del chico en cuestión, redefinen con mucha dignidad el término “actor de soporte”. Obviamente, tampoco podemos omitir la sentida y tierna interpretación de Cary Hiroyuki Tagawa (a quien tendrán más fresco por ser Shang Tsung de Mortal Kombat) como Hashimoto. Conclusión El gran pequeño es una película que en apariencia no tiene las suficientes tintas para hacerle frente a los otros hits que dominan la actual cartelera. Pero a pulso de un guión solido, una puesta en escena funcional y actuaciones de mucha altura, estoy en condiciones de decirles que si tienen el dinero, quieren llevar a los chicos al cine, y sus primeras opciones colgaron el cartel de “localidades agotadas”, tal vez quieran darle una chance a esta película. No la van a pasar mal.
De la mano del director mexicano Alejandro Monteverde, llega esta más que extraña película que cuenta la historia de Pepper, un niño de ocho años que es atosigado por sus compañeros por su escasa altura. Pepper vive en una modesta familia de mecánicos, en el momento en que Estados Unidos sufre el ataque a Pearl Harbor, y por sufrir su hermano mayor de pie plano, su padre lo reemplaza como soldado para ir a pelear en la segunda guerra mundial. Hasta aquí, la película no remite ninguna particularidad, pero todo cambia cuando Pepper asiste a la función del mago Ben Eagle, quien mediante sus trucos, convence a Pepper de tener la capacidad de hacer lo que se proponga. También aparece un cura, que le enseña a Pepper a confiar en los designios del señor, y finalmente, el señor Hashimoto, quien le enseñara sobre el espíritu y los designios de la voluntad. Y así es como Pepper se enfrenta a las tres creencias que parecen tan enfrentadas la una de la otra y que sin embargo, conviven en el, atravesadas por el inquebrantable deseo de recuperar a su padre. La decisión de aprovechar la mirada infantil sobre esta situación para distribuir El gran pequeño como una película infantil, muy probablemente genere problemas para la aceptación del publico, ya que no solo los acontecimientos son terribles como todos sabemos, sino que el nivel de conocimiento necesario es muy alto, por ejemplo cuando se nombra varias veces Pearl Harbor pero nunca se explica que paso en ese lugar. El punto mas alto de la película es sin dudas el actoral, Emily Watson, Tom Wilkinson, Michael Rapaport y Cary-Hiroyuki Tagawa encabezan un elenco que no deja ninguna duda respecto no solo a su calidad como interpretes, sino a lo interesante de los diálogos y las situaciones generadas, aunque nuevamente, estos detalles, escapen a las audiencias mas pequeñas.
Es tendencia en estos tiempos que corren, presentar historias (hablando de cine familiar principalmente) de superación donde se ponga en juego el uso de los conceptos de energía a través de la ley de atracción (si no vieron "El secreto" quizás sea un momento para adentrarse en conceptos como la visualización) y algunos elementos de la psicología positiva tradicional (desarrollo de la autoestima como eje, diría yo). Las historias sobre las que trabajan algunos cineastas van explorando estas ideas que la literatura de autoayuda va diseminando a lo largo del mundo, en un constante ascenso y con gran mercado a desarrollar. "Little boy" nace de un deseo del ex actor de telenovelas mexicano Eduardo Verástegui, quien siempre quiso producir una película donde se mostrara el poder de la voluntad personal para lograr aquello que uno desea. Junto al guionista Pepe Portillo escribieron una historia en esa línea y convocaron para su realización a Alejandro Monteverde, un director local de quien siempre recordamos su interesante ópera prima "Bella" (allá por 2006). Puestos a trabajar y luego de la ardua tarea de recaudar fondos independientes de México y USA para valor de más de 20 millones de dólares para llevarla adelante, convocaron un reparto llamativo, donde integraron un cast en cual encontraremos desde actores jóvenes en ascenso (David Henrie), hasta comediantes (Kevin James), prestigiosos íconos de la industria (Tom Wilkinson, Emily Watson y Michael Rapoport) junto a un niño con un futuro enorme, Jacob Salvati, intérprete que se roba la película de principio a fin. La historia presenta una familia feliz, en los momentos posteriores al ataque japonés a Pearl Harbour. Pepper (Salvati) es hijo de Emma (Watson) y James (Rapaport) y hermano de London (Henrie) y viven en O'Hare, pueblo costero californiano donde la vida transcurre sin mayores sobresaltos. Es cierto que Pepper no tiene amigos, tiene un problema de crecimiento y es más bajito que los chicos de su edad, pero con la ayuda de su padre, quien acompaña todas sus inquetudes, vive una vida plena, llena de historias lindas y momentos divertidos. Pero Estados Unidos entra en la contienda del Pacífico y llama a sus ciudadanos a alistarse para combatir en el frente oriental. Como London tiene pie plano, el que será convocado es James y eso dará rumbo a la historia que Monteverde quiere contar: la de un hijo que quiere que su padre retorne a su lado, en un contexto absolutamente adverso. El pequeño se deprime y llora, pero luego de la ida de su padre al ejército, comienza a buscar la manera para lograr que vuelva sano y salvo. Es ahí donde descubre a un mago en historietas que se especializa en telekinesis: mueve objetos a través de su fuerza mental. Luego de una experiencia donde comienza a sentir que él puede hacerlo también, recurrirá al reverendo Crispin (Wilkinson) buscando orientación y ayuda para seguir con su plan. El religioso verá en él potencial y le dará una lista de cosas para desarrollar en él a fin de que se vuelva más amplio, generoso y conciente de los demás, elementos esenciales para intentar llevar a cabo la proeza de "atraer" de vuelta a su padre a su lado. Este "empoderamiento" de Pepper se da a través de una serie de experiencias donde el niño transitará complejas situaciones (la cuestión del racismo y el bullying son las más logradas) y se hará el centro de la escena del pueblo, cuando intentará con sus brazos y su mente, proteger a su padre de una muerte altamente probable. Su relación con el único japonés que vive en el pueblo (Cary-Hiroyuki Tagawa) será motivo también para alterar la tranquila vida pueblerina en dicho paraje. Desde el punto de vista narrativo, "Little boy" es amistosa y el carisma de Salvati nos conquista desde el primer fotograma. Hay en su composición tanta ternura que desborda la pantalla. Este chico lleva adelante la trama con soltura, incluso en los instantes en que el guión flaquea (sobre el final). El derrotero de Pepper para mostrarnos que "la fe mueve montañas" es extenso desde lo emocional y no piensen que podrán salir de sala sin derramar alguna lágrima... El cast dista mucho de tener unidad (eso hay que decirlo, por mucha voluntad que tengan algunos) y es cierto que cuesta encontrar figuras que se destaquen, porque todos están subordinados a ser secundarios de referencia en los cuales Salvati despliega su talento para absorbernos con su búsqueda, concitando el centro de todas las miradas de la audiencia a lo largo del film. Emotiva (tal vez en exceso, con algunas escenas innecesarias a la hora de la resolución del conflicto principal), humana y pensada como un manual de autoayuda en formato fílmico, "Mi gran pequeño" ofrece entretenimiento familiar garantizado y abundante material para la reflexión sobre cómo materializar los deseos que nos atraviesan. Sólo con eso, ya vale la pena la viista a sala. Para los más pequeños, hay un par de segmentos que pueden ser muy movilizantes así que tenerlos en cuenta (lleven carilinas, para ser más claros).
Bello film sobre tiempos más inocentes y sufridos “El gran pequeño” es un film doblemente singular: es una buena fábula para chicos y grandes y, aunque su historia, el idioma y los intérpretes hacen pensar que es una película norteamericana, en realidad es He aquí una película doblemente singular. Primero, porque se trata de una buena fábula para niños y grandes, con moraleja de trasfondo católico como hace mucho que no vemos en el cine norteamericano. También espíritu de tolerancia y evocación entre crítica y nostálgica de otros tiempos más inocentes y sufridos, como se recuerda ahora la vida en EE.UU. cuando sus hijos fueron a combatir en la II Guerra Mundial. Acá, la historia transcurre en un pueblo de la costa californiana. El hombre de la casa debe ir al frente y eso altera al hijo mayor y angustia al menor, que es muy bajito y acomplejado. Los demás niños lo toman de punto, le dicen Little Boy. Lo que sigue incluye la visita de un ilusionista, la fascinación por la magia, la práctica empeñosa de la telekinesis para traer al padre de vuelta a casa, la insistencia del médico del pueblo para levantarse a la madre del chico, las historietas, la matiné, el odio de un borracho cuyo hijo murió a manos de los japoneses, la dura existencia de un inmigrante japonés en el pueblo, la mentalidad colectiva, también la inocencia. Por ahí un cura le explica cómo funciona eso de la fe. Y le encaja hábilmente la obligación de cumplir las Siete Obras Corporales de Misericordia que figuran en el catecismo: dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, visitar a los presos, etc. Para que se entretenga. Encima le encaja otra acción caritativa todavía más difícil: hacerse amigo del japonés. Para que entienda. Por ahí va la trama, y así vamos llegando a la moraleja. Con una ironía terrible: Little Boy le decían a la primera bomba atómica. Y una ironía de novela, relacionada con la Séptima Obra, que sirve para crear expectativa, provocar algunas lágrimas inútiles, y creer en los finales felices. En ciertos aspectos, "El gran pequeño" resulta pariente lejano de "Baby Blue Marine" (John Hancock, 1976), que acá se conoció como "Inocencia perdida":misma época, un protagonista asustado que cree cambiar algo, un pueblo chico de gente buena, pero patriotera y prejuiciosa, y un japonés americano (o más de uno). También, la apelación al mundo del dibujante Norman Rockwell, que acá se extiende a todo el pueblo, sus casas, los rostros de sus habitantes y la mente del niño. Las referencias son otras, cuando el chico descubre una versión oriental de David y Goliath. Y ahora, la segunda razón de por qué ésta es una película singular. Quien atienda la historia, el idioma y los intérpretes (de Emily Watson para abajo, o de Jakob Salvati para arriba) dará por sentado que ésta es una película norteamericana. Quien se fije en el director, Alejandro Monteverde, el coguionista, Pepe Portillo,los productores, como Eduardo Verástegui, el director de arte, Bernardo Trujillo, casi todo el equipo técnico, y el estudio de filmación, descubrirá que es una película casi mexicana. Con sede legal en Los Angeles, eso sí. Increíble, pero cierto. Digamos, un milagro de los tiempos actuales.
Concebido para picanear emociones Con un reparto más que interesante, El gran pequeño es un ejemplo paradigmático de cine hecho para electrificar emociones. O picanearlas, para decirlo sin eufemismos. Dirigido y escrito por el mexicano Alejandro Monteverde, el film apuesta a conmover a como dé lugar, pero siempre por imposición antes que por empatía. Una montaña rusa emocional que abre fuego a discreción sobre el público con munición gruesa de ternura, pena, compasión y otras yerbas, y que le debe mucho a El tambor de hojalata, novela del alemán Günter Grass que su compatriota Volker Schlöndorff llevó al cine, pero también a Cinema Paradiso, obra magna de Giusepe Tornatore. Aunque en los tres casos la Segunda Guerra es el telón de fondo sobre el que se desarrolla la trama, con film del italiano guarda la mayor deuda formal y estética. Como ahí, el costumbrismo ocupa un lugar central en la ecuación; el cine y acá también la historieta forman parte de un mecanismo que desde la fantasía aportan elementos vitales a una determinada cosmovisión, y el protagonista es un chico. Porque, como se sabe, siempre es más fácil manipular las emociones si se utiliza a un chico como herramienta.Las mayores diferencias estructurales entre ambas películas tienen que ver con distintas formas de utilizar los mismos recursos. Por un lado, si en el trabajo de Tornatore convivían dentro del relato dos líneas temporales que, con el cine como metal conductor, giraban en torno a la infancia y la adultez del protagonista, en El gran pequeño ese asunto se resuelve con una voz en off, que es la del protagonista adulto haciendo memoria sobre su niñez. Por otra parte está el personaje paternal que guía al niño intentando iluminar un momento difícil de su vida, rol que en Cinema Paradiso cargaba el enorme Philippe Noiret, pero que Monteverde desdobla en varios personajes que se alternan la misión. Y por supuesto, mientras la obra del italiano representaba un recorrido por la historia de su país desde la guerra hasta el presente, acá se trata de abordar uno de los acontecimientos más trascendentes de la historia estadounidense desde el punto de vista más acotado posible: el del niño más pequeño de una pequeña y típica comunidad norteamericana.El argumento es sencillo: un chico que por alguna razón no crece y al que en su pueblo llaman Little Boy (Chiquito), intenta hacer uso de un poder que en su fantasía cree tener para poner fin a la guerra y traer a su papá de regreso del frente. Que el apodo del chico sea el mismo con el que fue bautizada una de las bombas atómicas arrojadas sobre Japón es un detalle elocuente acerca del camino que la película elige para impactar. Un camino que justifica cualquier golpe de efecto, incluyendo un final esquizoide que en su duplicidad zamarrea al público con impunidad entre la congoja y el alivio, con la única intensión de exprimirle hasta la última lágrima. Y si lo consigue es sobre todo gracias a la buena labor de su eficiente elenco.
¿Qué tipo de fe mueve montañas? El relato, ambientado en un pueblo pequeño de los EE.UU durante la segunda guerra mundial, nos presenta la vida de Pepper, un niño que padece la agresión y el aislamiento de los otros niños debido a su escasa estatura. En medio de ese contexto hostil, Pepper es contenido emocionalmente por su padre James, principal referente y único amigo. Ambos son fanáticos del Ben Eagle, un personaje de comic, estrambótico mago que junto a un improbable indígena norteamericano resuelven todo tipo de crímenes y sortean un sinfín de aventuras. Lamentablemente, el idilio entre Pepper y su padre queda truncado cuando el progenitor debe ir a la guerra. Un hecho fortuito hará que Pepper se convenza de que tiene poderes mágicos, como su ídolo Ben Eagle, e intentará por medio de estos poderes hacer retornar a su padre al hogar. Este convencimiento lo llevará a entrar en relación con el cura del pueblo, quien intentará convencerlo de que esa magia no es real, pero que la fe mueve montañas y le entrega una “lista ancestral” que se supone torna poderosa a la fe. A esa lista, el sacerdote le agrega un ítem: ser amigo de Hashimoto, un japonés que vive en su pueblo, a quien él mismo y su hermano han agredido. La relación con Hashimoto cambiará radicalmente la vida del niño y del propio Hashimoto. La película presenta una escena muy interesante -con la que quisiera comenzar este análisis-, porque representa el núcleo sustantivo del argumento: sentados Pepper y el cura, el niño afirma que él tiene poderes y puede mover botellas con su mente. El cura toma una botella, la coloca delante del niño y le pide que la mueva. El niño fracasa en el intento y el sacerdote insiste nuevamente en que trate de moverla, pero que haga más fuerza. Pepper vuelve a intentarlo pero la botella no se mueve. El cura insiste por tercera vez, pero esta vez toma él mismo la botella con su mano y la desplaza hacia donde está Pepper. Entonces le dice: “vos tuviste tanta fe en que podías mover la botella, que me movilizaste a mí a moverla.” Esta escena es muy interesante porque contrariamente a la imagen estereotipada con que podemos acercarnos al personaje del sacerdote -sujeto que cree en milagros inexplicables, y que todo hecho presuntamente mágico es un signo de la magnificencia de Dios y de sus milagros-, el cura es un escéptico, no cree en esa magia individual, vinculada con la hechicería si se quiere, sino en una fuerza motivadora que sí es capaz de obrar cosas grandes: la fe. Pero esta fe no es sólo una vivencia íntima del hombre religioso, sino una actitud hacia los otros; la fe funciona por la manera en que modifica nuestras relaciones con los otros y con el medio social en el que vivimos. La fe moviliza a otros cuando nosotros nos movemos. Ese es el secreto de la “lista ancestral”, que al modo de las 12 pruebas de Heracles, Pepper tendrá voluntad de cumplir para fortalecer su magia. Es especialmente interesante la relación que Pepper debe cultivar con Hashimoto, pues ambos personajes, a pesar de sus evidentes diferencias superficiales, presentan algunas cualidades que los hacen idénticos: ambos padecen agresiones y burlas constantes de la comunidad en la que viven, ambos son incapaces de defenderse y asumen una posición sumisa y pasiva frente a los ataques, ambos están aislados, y ambos han debido separarse de familiares queridos, etc. En este sentido, podríamos decir que Pepper y Hashimoto pueden resolver sus situaciones cuando cada uno se hace cargo del problema del otro. Esto es lo que podríamos denominar “vínculo terapéutico, es decir esa forma de relación en la que los individuos pueden resolver una situación que ninguno podría resolver por separado, pues si bien no dependen uno del otro, dependen de la relación que han construido. Una de las cualidades de este film, esencialmente un producto para niños -y no tan pequeños- es que evita hasta donde le es posible caer en los estereotipos, y en la demonización de esos otros que se han llevado al padre de Pepper, en este caso de los japoneses. La humanización de Hashimoto, y el hecho ostensible de que el mal somos nosotros cuando dejamos de vernos en el otro, está presente en todo el film. Cabe mencionar como curiosidad, siendo que es un producto para niños, el tono especialmente melodramático -casi dickensiano- que el relato ostenta; no es un film divertido, no es hilarante, y no pretende serlo. Mi hijo de 7 años al salir de la función me obsequió la mejor definición que puedo darles de esta película: “me gustó mucho, pero me dio un poco de pena”.
Otra vez el Tío Sam metió la cola El Gran Pequeño (Little Boy,2015) no es una película para niños, aunque el afiche y la sinopsis intenten ser amigables. Es otro film en el que se demuestra la idiosincrasia estadounidense y el patriotismo ciego basado en guerras en las que ellos son los buenos y los del otro bando son el enemigo al que hay que destruir. Lo que también se pone en juego, y de una manera muy invasiva, es la fe y por alguna cuestión, Dios sólo atiende en Estados Unidos. Todo está visto desde los ojos del pequeño Pepper (Jakob Salvati), quien intenta, fe mediante, hacer que su padre vuelva de la guerra. En el medio de todo esto, sufre bullying debido a su estatura y cuando se cree que estas actitudes van a estar respaldadas por un mensaje en contra (como para justificar llevar a los niños a ver esta película) pasa como algo superficial y no se resuelve de una manera muy didáctica. También hay un intento de entablar un mensaje contra la xenofobia cuando Pepper se hace amigo de un japonés (el bando enemigo), pero la carga en contra que tiene el resto del poblado para ese personaje, hace que el mensaje se caiga un poco ya que justifican su agresión por la guerra y por lo que hizo su país con los Estados Unidos. Básicamente es el famoso "metamos a todos en la misma bolsa". Los golpes bajos son muy bajos. Las lágrimas son inevitables, aunque el mensaje para esta parte de la región, no tenga nada qué ver. Es imposible no meterse en la piel de un niño que sufre porque su padre no volvió de la guerra, aunque el objetivo del guion sea transmitir otra cosa. Dos cosas a destacar son la fotografía y la ambientación. Ambas cosas están muy cuidadas y prolijas y es quizás el gran gancho de la película. Si no quieren traumar a un niño con las heridas de la guerra, ni generarle una percepción de la misma como algo positivo, vayan a ver otra.
Una cuestión de fe El gran pequeño es un melodrama más preocupado por hacer llorar al espectador que por su historia Si se le preguntase a un director norteamericano qué es el cine, seguramente la primera respuesta sería la que dio Samuel Fuller en Pierrot, el loco (Jean-Luc Godard, 1965), cuando después de compararlo con un campo de batalla termina diciendo que el cine es emoción. Ahora bien, Alejandro Monteverde, director de El gran pequeño, parece haberse tomado muy a pecho esta definición, ya que se concentra demasiado en las emociones y descuida el cine propiamente dicho. La historia es sencilla: en un pueblito de California, un niño vive feliz en compañía de su ídolo máximo, su padre. Todo es maravilloso para el pequeño Pepper Busbee/Little Boy (Jakob Salvati), quien tiene un detalle físico que lo hace objeto de burla de los niños que lo rodean: es petiso. Un buen día, su hermano mayor (David Henrie) no puede ingresar al ejército para ir a combatir contra los japoneses (por tener pie plano) y es el padre quien tiene que reemplazarlo. La Segunda Guerra Mundial está que arde y la partida de James Busbee (Michael Rapaport) es dolorosa para todos pero sobre todo para Little Boy. Es aquí donde empieza realmente la película, cuando el niño tiene que sobrellevar la ausencia del padre. Triste por la situación, Pepper asiste a una función reveladora del mago Ben-Eagle (Ben Chaplin) en la que aprende que todo es posible si creemos que lo podemos lograr. En el pueblo, a su vez, vive Hashimoto (Cary-Hiroyuki Tagawa), un japonés al que todos marginan por llevar el rostro del enemigo. El único que habla con Hashimoto es el cura del lugar (Tom Wilkinson), quien dice a Little Boy que para que el poder de la fe sea efectivo no debe haber en él el más mínimo rastro de odio, además de entregarle una lista ancestral que tiene que cumplir a rajatabla si quiere que su padre vuelva con vida. Se podría decir que el filme tiene tres etapas: primero, la vida del niño con su padre antes de que este parta a la guerra. Después, lo que podría considerarse la etapa de la fe y el aprendizaje. Por último, una especie de realidad distinta a la primera, influenciada por la segunda etapa. El problema de El gran pequeño es que Monteverde está más preocupado por hacer llorar al espectador que por hacer cine. Busca las lágrimas con golpes bajos rastreros y busca el milagro a toda costa, porque lo milagroso en este tipo de películas es una convención que permite regresar a una verdad original, que acá en vez de verdad es sólo un mensaje de perogrullo, un lugar común de melodrama sensiblero, perteneciente a un cine que ya debería ser sepultado.
Una joyita con mensaje de amor y fe "Little Boy"(*), “El gran pequeño”, (“Little Boy” (*)), es una película que toca diversos temas, en general a los que atañe a la intimidación, el racismo, la guerra, lo social y en lo particular al de la familia. Con respecto a esta no sólo se refiera a la familia compuesta por padre-madre-hijos, sino también al concepto de familia que poseen los cristianos en general y los católicos en particular. Asimismo es una muestra del amor de un padre por su hijo pequeño y viceversa. Otra pauta del filme es “hacer lo correcto” frente a la realidad que toca vivir. Si bien el mensaje de esperanza y optimismo es transmitido como “leiv motiv”, en ella se muestra a la vez el lado oscuro de cada ser humano frente a la inocencia de un niño. Cuando el mundo está en pleno caos económico y social, con estallidos que preanuncian guerras ya sean civiles o entre naciones, ataques terroristas y refugiados masivos que tratan de escapar del horror, esta producción a través del humor, el drama, la acción y secuencias “imaginativas y fantásticas”, señala una vez más el desastre de una posible guerra mundial. Valiéndose del “comic” que fue la campaña publicitaría sostenida durante la II Guerra Mundial por la “cultura pop” americana, no es de extrañar que “Little Boy”, con un relato semejante al de los filmes de los años ‘40, trate de llevar de manera subliminal a la reflexión sobre los males que acarrea la guerra. "Little Boy" tiene lugar en la época del ataque a Pearl Harbor. La acción transcurre en una en la ficticia ciudad costera de California: O'Hare. "Al igual que se ve en las postale", dice el relator. Para reafirmar en el espectador su idílica singularidad el director se valió de auténticos productos del momento: autos, vestuario, y algunos afiches. La subjetiva del filme es la mirada de Pepper Flynt (Jakob Salvatti), un niño de 8 años apodado “Little Boy” por su pequeña estatura, al que rechaza la pandilla de niños que circulan por el pueblo, entre los que no faltan una niña, un nerd y el gordo grandulón. El único gran amigo es su padre James (Michael Rapaport), un soñador, que lo instala en el territorio de la fantasía y que comparte su amor por los libros de historietas, películas y aventuras inventadas. Pero un día, James tiene que ir a la guerra en lugar de su hijo mayor, London (David Henrie), quien tuvo que quedarse en casa debido a sus pies planos. Pepper queda desolado al ver partir a su padre a la guerra, pero un sermón dado por el párroco del pueblo (Tom Wilkinson) sobre el poder transformador de la fe, le genera esperanzas para pedir a Dios por el regreso de su padre. En unas pocas escenas se condensa una forma de pensamiento cristiano que el niño pone en práctica a través de máximas que le ofrece el sacerdote: alimentar al hambriento, albergar a los sin techo, vestir al desnudo, enterrar a los muertos, etc. Luego se agrega una tarea que no le fácil realizar, hacerse amigo, el Sr. Hashimoto (Cary-Hiroyuki Tagawa), un hombre japonés de edad avanzada que ha vuelto a O'Hare después de ser liberado de un campo de concentración. Hashimoto ha sido objeto de desprecio y algunos actos de vandalismo. Pero, como un favor a su amigo, el sacerdote, él acepta a regañadientes compartir su tiempo con el pequeño, que a la vez es otro ser no aceptado por la sociedad. Como en "Karate kid" (1984), el hombre solitario e incomprendido se convierte en una figura paterna, mentor y protector de este niño atemorizado. El mago de cómic "Ben Eagle" (Ben Chaplin) proporciona la dosis de ilusión que sirve para alimentar la imaginación del pequeño Pepper, que su madre (Emily Watson) no quiere alentar. Con un juego de semejanzas de homónimos Monteverde, recuerda que, "Little Boy", fue el nombre clave de la bomba atómica que se lanzó en Hiroshima. La mezcla de júbilo y muerte que se refleja en la escena en que el pequeño recorre en su ensoñación un páramo ceniciento, rodeado de cadáveres, es desoladora y se contrapone a la fantasía generada por el mago. "Little Boy" se refiere a una América que se sumergió en un período tumultuoso, en el que el impacto y el alcance de la segunda guerra mundial crecía día a día, en la cual: el ejército necesita más soldados y hombres jóvenes en la primera línea. Las familias eran separadas y no se conocía la fecha de regreso de sus familiares, a veces por períodos indefinidos de tiempo, y otras por una carta que anunciaba la muerte. Una América que a su vez creó campos de concentración para ciudadanos japoneses, originando serios disturbios en la sociedad que se manifestaba tanto a favor como en contra de los mismos. "Little Boy" junto con “El poder de la cruz” (“Do you relieve?”- Jon Gunn -2015) son las primeras del año basadas en el poder de la fe. "Little Boy", dirigida por el mexicano Alejandro Monteverde que instala la idea de creer en uno mismo, y en la propia fuerza de voluntad. Pero lo interesante de éste filme es que no toma partido y trata de demostrar que existen diferentes creencias, manteniendo el slogan de “cree en lo imposible” y conseguirás tu objetivo. * * * (*) Little Boy( Niñito o Niño Pequeño) fue el nombre con que se bautizó a la bomba atómica lanzada sobre la ciudad japonesa de Hiroshima el 6 de agosto de 1945. Little Boy fue lanzada desde el bombardero estadounidense B-29 llamado Enola Gay pilotado por el teniente coronel Paul Tibbets, desde unos 10 450 m de altura. La bomba explotó a las 8:15:45 AM (JST), aproximadamente, a una altitud de 600 m sobre la ciudad japonesa, matando aproximadamente a 140 000 personas. Little Boy era una bomba cuyo diseño aún no había sido probado el día del lanzamiento, ya que la única prueba anterior de un arma nuclear (prueba Trinity, realizada cerca de Alamogordo, Nuevo México) era de plutonio, mientras que Little Boy era de uranio, sobre cuya fiabilidad no se albergaban tantas dudas. Presentaba un aspecto alargado, color verde oliva, nariz chata y alerones cuadrados. De su superficie sobresalían sensores de radar y barométricos. Pesaba aproximadamente 4.400 kilogramos, tenía tres metros de longitud y setenta y un centímetros de diámetro. Se fijó al avión con unos ganchos especiales (diseñados y fabricados por una empresa propiedad de Zeppo Marx). Tenía una potencia explosiva cercana a los 16 kilotones, equivalente a cerca de 16000 toneladas de TNT. Enviada en partes a Tinian el 26 de julio de 1945, una parte fue transportada por el USS Indianapolis (CA-35) y el resto en avión. Una vez ensamblada y armada bajo las más estrictas medidas de seguridad quedó a la espera, se requirió hacer al costado de la pista, una pista con foso para depositar en él la bomba. El Enola Gay tuvo que colocarse encima de este foso para que la bomba, mediante gatos hidráulicos pudiese ser levantada y colocada en el compartimiento de la bomba. El B-29 Enola Gay necesitó de toda la pista para despegar con la bomba, que fue armada en vuelo por el técnico William Sterling Parsons. Esto consistía en colocar los pequeños sacos de pólvora convencional para el cañón, armarla eléctricamente, comprobarla y quitar los obturadores de seguridad colocar unos obturadores rojos y sustituir los verdes. Fue la primera de las dos únicas bombas atómicas (junto con Fat Man) que han sido utilizadas en combate contra ciudades.
Una fábula conmovedora La película se encuentra ambientada en los años 40 en, O’Hare un pequeño pueblo costero ubicado en California, allí vive con su familia, Pepper Flynt Busbee (Jakob Salvati), de unos 8 años apodado “Little Boy”, quien debido a su corta estatura es rechazado y molestado por otros niños del lugar que se burlan constantemente. El único amigo es su padre James Busbee (Michael Rapaport), con el que pasa momentos maravillosos y comparten todo tipo de actividades. Pero su dicha se ve opacada cuando London Busbee (David Henrie), su hermano mayor, no es admitido en el ejército debido a su pie plano y el padre tiene que tomar el compromiso con la patria y debe ir a combatir en la Segunda Guerra Mundial contra las fuerzas japonesas. Las cosas cambian en la familia Busbee, Pepper la pasa mal, es agredido constantemente (sufre el bullying) por Freddy Fox (Matthew Scott Miller) y su banda, su madre acosada por el viudo Doctor Fox (Kevin James) y London se siente culpable, bebe demasiado e intenta inventar una máquina. Lo que ilusiona a Pepper es la llegada y el encuentro con un mago itinerante Ben Eagle (Ben Chaplin), quien le hace creer que con la magia lo puede todo hasta traer de vuelta a casa a su padre. Pero quien intentará guiarlo es el cura de la zona Oliver (Tom Wilkinson), mezclando su fe con los mandatos de la iglesia, uniendo magia, esperanza, solidaridad y milagro. Uno de los peores momentos que vive Pepper es cuando debe dejar de lado el odio hacia uno de sus vecinos, en plena guerra, justo a un japonés Hashimoto (Cary-Hiroyuki Tagawa), que se encuentra viviendo en la zona, quien se ha quedado sin familia y los lugareños obviamente no aceptan a este hombre y la enemistad está generalizada. Su narración contiene una serie de lecciones morales, las cuales no se encuentran muy elaboradas, la historia habla de los sueños, del amor, el rencor, el racismo, la intolerancia, la xenofobia, hasta del bullying y acerca de que la fe puede mover montañas, pero la forma que se eligió para contar esto es demasiado lacrimógena y contiene varias situaciones que no convencen. Se promociona como una gran aventura familiar para atraer a los chicos pero no cuenta con un protagonista atractivo, muy melodramática y con demasiados golpes bajos.
Cuando la fe de un niño logra mover montañas “El gran pequeño” es la clase de películas que alimentan el alma con buenos valores y mucha fantasía. Para quien disfrutó El gran pez (Tim Burton, 2003) o Cinco chicos y esto (John Stephenson, 2004), encontrará en El gran pequeño (Little Boy), de Alejandro Monteverde, la oportunidad de sumergirse en otro relato costumbrista europeo, con una fuerte base de realismo mágico, la clase de fantasía que convoca al espectador a apelar a su inocencia infantil y convertirse en cómplice de los protagonistas. Este drama familiar se desarrolla a comienzos de la Segunda Guerra Mundial en un pueblo de los Estados Unidos y es narrado en primera persona por "Little Boy", un niño de ocho años con problemas de desarrollo, constantemente agredido por sus congéneres y maltratado por muchos de sus vecinos. Su único amigo es su padre. Pero cuando el hombre es llamado al frente, queda solo con su madre y su hermano, y a expensas de su suerte. Pase mágico, milagro o simple salto de fe, este pequeño se aferra a la idea de reencontrarse con su padre cuando descubre que, con su pureza de corazón, es capaz de mover montañas. Jakob Salvati, Emily Watson, Kevin James, Cary-Hiroyuki Tagawa, Michael Rapaport, David Henrie, Eduardo Verástegui, Tom Wilkinson, Abraham Benrubi, Ben Chaplin, Ted Levine, integran un elenco lujoso y bien llevado por el director mexicano, también autor de la conmovedora Bella (2006). Fotografía y música integran la narración con un dejo del clásico Cinema Paradiso, aquella gran creación de Giuseppe Tornatore. Vale advertir que el relato viaja por un constante vaivén de emociones y se aboca a los mensajes superadores. Por ende, aunque es apto para mayores de 13 años, no lo es para insensibles.
Crítica de cine: Little Boy 10:45EZEQUIEL CONIGLIO Esta es la clásica historia creada con la intención de crearle nudos en el estómago a los espectadores, básicamente es una historia sobre encontrar la fe para enfrentar así las adversidades. Y, a pesar de las malas críticas, todos coincidirán en que hace mucho no vemos este tipo de películas y esa justamente es la crítica al nuevo cine. La película está ambientada en los años 40, en una pequeña ciudad de EE.UU, donde un niño de 8 años de edad apodado Little Boy es rechazado y molestado por los demás niños de la ciudad debido a su inusual baja estatura. El único amigo de Little Boy es su padre James. El mundo del pequeño se derrumba cuando James se va a la guerra. Inspirado por su héroe de comic, Little Boy cree que puede reunir el poder para logra lo imposible: traer a su padre de regreso a casa. Si bien el filme cuenta con buenos actores, sin dudas el Little Boy Jakob Salvati se lleva todos los laureles. El pequeño protagonista trata a toda costa de encontrar los medios para volver a ver su padre, tal es su convicción que termina acudiendo con un cura de la iglesia que le encarga varias tareas para que fortalezca esa fe. Con una estética que puede recordarnos a la hermosa "Big Fish" de Tim Burton, y con ese mismo de estilo narrativo, "Little Boy" es una linda película para ver en casa, en familia y para lagrimear un rato. Es dejarse conmover y atrapar por la historia (más allá de luego encontrarle algunos errores y giros innecesarios).