Mathieu (Pierre Deladonchamps), un empresario parisino treintañero, recibe un sorpresivo llamado desde Montreal, Canadá. Es un amigo de su padre, a quien Mathieu nunca conoció, que le comunica que éste murió ahogado en un lago y que dejó un regalo para él. Su madre, también fallecida, le había dicho que lo de su padre fue una aventura de una noche. El paquete tránquilamente podría envíarse por encomienda, pero al joven lo invade la curiosidad por conocer a su "otra" familia (el padre tuvo dos hijos más) y parte a Canadá con la excusa de asistir al funeral.
La película dirigida por Philippe Lioret se centra en la presencia -y ausencia- de los vínculos familiares. Mathieu (Pierre Deladonchamps) recibe una noticia inesperada: su padre, al que nunca conoció, acaba de fallecer. Entonces decide viajar desde París a Canadá para el funeral, lugar en el que conocerá a sus dos hermanos. El hijo de Jean (Les fils de Jean, 2017) es un film que tiene todo lo necesario: un argumento perfectamente construido, excelentes actuaciones y una buena dirección. Quizás por eso sea mejor que el espectador no tenga demasiados datos de lo que va a ver a la hora de sentarse en el cine. La película de Lioret atrapa por la trama y por la cercanía que genera entre los personajes y el público. Todo lo que atraviesa Mathieu, también lo siente el espectador porque la historia se percibe desde su mirada. El hijo de Jean es una gran película, tan delicada como conmovedora.
(También emitida por Radio La Red y publicada en www.partedelshow.com.ar) Un francés ve su vida quebrarse cuando se entera de que su padre, a quien no conoció, murió en Canadá y que allí tiene dos hermanos, por lo cual decide viajar a Montreal. Esta es la trama del film de Philippe Lioret, estreno de mañana, que cuenta con un elenco brillante, encabezado por Pierre Deladonchamps (El desconocido del lago). Buenos recursos técnicos y buenas actuaciones conviven con una historia sencilla, atrapante, que compromete lenta por firmemente al espectador, pese a que se pueda llegar a discutir algo de la verosimilitud o su leve condensación. Un largometraje que logra emocionar por su inteligente y noble retrato de los sentimientos humanos.
El hijo de Jean es un film francés dirigido por Philippe Lioret basado en una novela escrita por Jean-Paul Dubois. Como todo cine clásico El hijo de Jean tiene su introducción, nudo y posterior desenlace. Mathieu (un joven de unos 33 años) recibe la llamada de un amigo del padre (a quien no conocía ya que su madre le contó que había sido fruto de una relación pasajera) para contarle que su progenitor había muerto en un trágico accidente y le había encomendado previamente, si le llegara a pasar algo, contactase con él para entregarle parte de su herencia -un cuadro de alto valor económico- Decide entonces viajar a Canadá donde vivía el padre. Dejar Paris por unos días, también a su mujer e hijo, así poder estar en el velatorio y darle una despedida a ese hombre que no llego a conocer. Al llegar se enterará también que tiene dos medios hermanos un poco más jóvenes. El padre había contraído matrimonio posterior a su breve vínculo con su madre. La peli tiene muy buenas actuaciones, una preciosa fotografía y una correcta dirección. El guión promediando la cinta pierde un poco el sentido con situaciones tal vez tiradas de los pelos afectando el verosímil. Igualmente logra reponerse sobre la última parte llegando a un final precioso, aunque a esa altura ya lo podías imaginar.
El hijo de jean: la herencia, eje de un sobrio drama La nueva película del director de Tombés du ciel, Je vais bien, ne t'en fais pas y la multipremiada Welcome narra la historia de Mathieu (Pierre Deladonchamps), un empresario de 33 años, padre de un niño y recientemente divorciado que trata de cumplir a duras penas con sus compromisos laborales y familiares. Su vida cambia por completo cuando recibe una llamada desde Canadá de parte de un desconocido que dice ser amigo de su padre -al que Mathieu nunca conoció- y que le informa que su progenitor ha fallecido. Además, éste le ha dejado un misterioso paquete. El protagonista decide viajar a Montreal no sólo para hacerse de ese inesperado legado, sino también para entender la situación en toda su complejidad. No conviene adelantar demasiado, pero descubrirá allí un nuevo universo, una nueva realidad. Entre el thriller y el drama familiar, El hijo de Jean se concentra más en las relaciones humanas que en el suspenso. Lo hace a partir de una narración bastante sobria y una convincente actuación de Deladonchamps, bien acompañado por una serie de intérpretes canadienses cuyos personajes, de alguna manera, se convertirán en una suerte de familia sustituta en su nuevo destino. Más allá de algunos pocos desbordes sentimentales y de cierta acumulación de situaciones en la parte final, esta película, que compitió en la sección oficial del Festival de Berlín, termina conmoviendo con argumentos y recursos nobles.
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Secretos de familia El hijo de Jean (Le fils de Jean, 2016) es una película fascinante, no porque trate de universos fantásticos sino porque su sólida narración sumada al misterio en torno a la identidad del padre desconocido de Mathieu (Pierre Deladonchamps), el protagonista, suma interrogantes hasta el revelador final. No estamos frente a una historia original, ni tampoco ante un policial esquemático aunque estemos frente a un difunto que abre una serie de dudas alrededor de él. Se trata del padre de Mathieu, a quien su madre fallecida hace ocho años, le aseguró parte de una relación de una sola noche. A sus 33 años el protagonista recibe un llamado telefónico: su padre biológico murió pero le dejó un obsequio para él. ¿Qué es? No se sabe y puede esperar a que le envíen la encomienda a París o ir por ella a Canadá. La curiosidad lo lleva a tomarse el primer avión. Son los cinco primeros minutos de película. El verdadero motor de la historia es la forma del relato, lo que demuestra que una historia bien narrada se puede volver interesante minuto a minuto sin importar el tema. Cada vez que Mathieu se acerca a una pista sobre la identidad de su padre la resolución queda trunca y se abren otros interrogantes más acerca del mismo. La curiosidad lo invade a él y al espectador que quiere con el personaje, hurgar en la familia ajena como una especie de detective anónimo. El paquete lo lleva a conocer al socio de su padre, Pierre (Gabriel Arcand), un hombre amable pero parco en cuanto a la información brindada, quien se convierte en su compañero de ruta. Este lo lleva encontrarse con sus medios hermanos que están buscando el cuerpo –desaparecido en un lago- de su padre muerto. Van veinte minutos de película. Hasta aquí está permitido contar y por eso nos detenemos. Igual alcanza para dar cuenta del ritmo y modo en que avanza la narración sin respiro de la película. No es necesario utilizar estructuras genéricas para atrapar al espectador, simplemente contraponerlo a un dilema básico-existencial como lo es la búsqueda de la identidad a través de la figura paterna, con una importancia por los objetos que conforman la historia y los vínculos entre personajes asombrosa. Hacia el último acto uno puede deducir, acostumbrado a las pistas falsas, algún desenlace. Sin embargo es el misterio articulado con gestos precisos y pequeñas pero emotivas dosis de humor, aquello que destacan a El hijo de Jean de todas las demás películas sobre vínculos entre padre e hijo. No es el tema, es el modo de narrarlo el factor determinante para convertir en una gran película a esta historia.
En París, donde vive de su trabajo en una empresa de comida para mascotas, mientras intenta escribir su segundo libro, Mathieu recibe la noticia de que su padre, a quien nunca conoció. En Canadá, hacia donde viaja rápidamente. Son varias las sorpresas, una familia incluida, que se va a encontrar ahí cuando llegue, mientras la información sale a la luz. Interesante crónica de un viaje de descubrimiento, donde lo sentimental choca con la sequedad, la dificultad de los personajes para expresar lo que no saben bien qué es. La parsimonia con la que está narrada, sin embargo, parece cumplir el efecto contrario al deseado: en lugar de evidenciar la importancia de las distintas situaciones, las opaca.
Lazos familiares peligrosos en un sutil drama francés Este pequeño drama franco-canadiense tiene la cualidad de plantear una historia distinta sobre los lazos familiares y lo hace a través de una trama que podría haber caído tanto en el policial como en el culebrón, pero a la que por suerte el director Philippe Loiret equilibra con sensatez para lograr un tono propio. Pierre Deladonchamps vive una vida tranquila en Paris cuando lo llaman desde Canada para decirle que su padre, a quien nunca conoció, y del que nunca supo absolutamente nada, ha muerto, y que pidió que le manden una encomienda desde Montreal Pero, luego de tamaña noticia, el "hijo de Jean" no espera el envío y directamente cruza el Atlántico para descubrir al mejor amigo de su padre, y que ante los acontecimientos su presencia no es grata ni cómoda, sobre todo para sus dos hermanos que no sabían nada de su existencia. Para colmo, el tal Jean murió de un supuesto ataque cardíaco a bordo de un bote, pero su cuerpo se hundió en un lago, y su ausencia genera lógicos problemas para la herencia. El argumento va filtrando de a poco varias sorpresas para concentrarse finalmente en la relación entre el protagonista y el amigo de su padre (un excelente Gabriel Arcand) y su familia. Sólidamente actuada, "El hijo de Jean" apunta a la emotividad sin abusar de los golpes bajos, lo que en estos casos es todo un logro.
El hijo de Jean, de Philippe Lioret Un francés de unos treinta años dedicado a la mercadotecnia de productos para mascotas en supermercados y grandes tiendas, recibe un llamado desde Montreal que le avisa que su padre, a quien no conoció, acaba de fallecer y que dejó una caja para él. El llamado era apenas para conocer su dirección y mandarle el paquete, pero el hombre decide ir al funeral y de paso recoger la encomienda, algo lo mueve a viajar a conocer a sus medio hermanos y a despedir a ese padre del que solo sabía el nombre. El asunto es que al llegar a Canadá se entera de que la familia del hombre que ha muerto desconoce su existencia. Lo que empieza a allí es una trama inquietante que se maneja a distintos niveles, uno de los cuales es saber cómo tomarán los miembros de la familia canadiense la llegada desde el otro lado del océano de un desconocido que alega ser el hijo de ese hombre que murió pescando en un lago. También aparece una trama policial acerca de las razones de la muerte de ese padre de familia con aventuras. La parte del trhiller es un mcguffin -un recurso que hace avanzar la historia que puede o no ser decisivo para la trama- apenas disimulado en el relato. La película es inquietante y mantiene al espectador en suspenso acerca de si se desarrollará para sellado meramente investigativo y un policial al estilo Agattha Christie. Vale la pena adentrarse en estos secuestros extorsivos con resoluciones un tanto introspectivas.- La película es inquietante y mantiene al espectador en suspenso acerca de si se desarrollará en un sentido meramente detectivesco policial al estilo Agattha Christie o busca otra cosa. Pero más allá de ciertos rodeos, El hijo de Jean es una profunda reflexión sobre las relaciones humanas y el tema de la paternidad. EL HIJO DE JEAN Le fils de Jean. Francia/Canadá, 2016. Dirección: Philippe Lioret. Guión: Natalie Carter y Philippe Lioret. Fotografía: Philippe Guilbert. Música: Flemming Nordkrog. Edición: Andrea Sedlácková. Intérpretes: Pierre Deladonchamps, Gabriel Arcand, Catherine de Léan y Marie-Thérèse Fortin. Duración: 98 minutos.
Secretos y mentiras. Octavo largometraje de ficción en la carrera del siempre riguroso e interesante director francés Philippe Lioret, (tras empezar su carrera en el mundo del cine como ingeniero de sonido, se dio a conocer en 1993 con su excelente ópera prima “Caídos del cielo” con Jean Rochefort, Marisa Paredes y Laura del Sol, film que ganó la Concha de Plata en el festival de San Sebastián al mejor director y premio al mejor guion). “Le fils de Jean” es una libre adaptación de una novela de Jean Paul Dubois titulada “Si este libro pudiera acercarme de ti” (Si ce livre pouvait me raprocher de toi). Nos hallamos ante una sensible intriga familiar sobre el tema de la filiación donde destaca un magnífico guion que sabe escapar a su referencia literaria y nos propone una intriga con claves de película policiaca. Con sensibilidad y pudor, aborda Lioret el tema de los secretos familiares bien guardados, y de la búsqueda de filiación de su personaje. Mathieu, interpretado por el excelente actor francés Pierre Deladonchamps (gran revelación en “L’inconnu du lac” 2013), es un joven treintañero, parisino, divorciado, que tiene un hijo pequeño, del que no logra ocuparse plenamente. Mathieu, no ha conocido a su padre, cuya existencia le ocultó siempre su madre, hasta que un día recibe una llamada telefónica de Montreal , en Canadá , que le anuncia el fallecimiento de Jean, su padre, misteriosamente desaparecido cuando pescaba en un lago. Ese viaje en busca de su filiación nos lleva así de París a Montreal, donde Mathieu, acogido por Pierre, un amigo de su padre, se obstina en conocer a su “familia” canadiense, dos hermanos que ignoran su existencia, y con los que participa en la búsqueda del cuerpo en ese lago canadiense. El secreto de su filiación se ira a descubriendo poco a poco en este relato intimista con claves de serie negra, que nos conduce a un final tan convincente como optimista. Philippe Lioret desmenuza y observa los sentimientos, los silencios y comportamientos de sus personajes con absoluta precisión, sensibilidad y pudor. Su casting con reputados actores canadienses como Gabriel Arcand, Marie Therese Fortin o Catherine de Lean, arropan y dan solidez a la excelente y contenida interpretación de Pierre Deladonchamps, que en solo tres años ha pasado de ser “el desconocido del lago” (premio Cesar a la mejor esperanza masculina), a ser uno de los más sólidos y prometedores intérpretes del cine francés. El Hijo de Jean puede parecer a primera vista un relato sencillo e incluso ligero, sin grandes secuencias para recordar, tan sencillo y comercial en su forma narrativa como efectivo y amargo para alcanzar el corazón del espectador; pero se trata de una película emocionante y emotiva sobre el arraigo familiar, sobre los recuerdos y el olvido, también sobre la autoafirmación de quienes somos realmente. En definitiva, un recomendable viaje por el interior del protagonista; un viaje del urbano París a un Canadá más indómito, en el que se adentran en lugares naturales y humanos aislados y nada confortantes con imágenes que pueden llegar a remitir incluso a El Resplandor de Kubrick; un periplo de descubrimiento de una nueva familia desconocida en una película que comienza sencilla y va tomando fuerza e interés hasta la subida del último tercio.
En busca de la figura difusa del padre. El film de Lioret hace de las relaciones interpersonales el eje de la mayoría de sus aciertos. Y es un ejercicio eficaz en un género cinematográfico usualmente no admitido como tal: el drama del descubrimiento sobre las raíces y la identidad. Por cada cosa sugerida hay otra expresada explícitamente en El hijo de Jean, nuevo largometraje del francés Philippe Lioret (Welcome) rodado en gran medida en Canadá y con una porción mayoritaria del reparto de origen québécois. La gran excepción es el propio protagonista, el también galo Pierre Deladonchamps (el joven curioso de El desconocido del lago), que en la piel del parisino Mathieu debe cruzar el océano para conocer ciertos detalles de su origen hasta ese momento desconocidos. Es un llamado telefónico el que lo pone sobre aviso acerca de la muerte de su padre biológico, a quien no ha visto en toda su vida y que, según los dichos de su madre –fallecida tiempo atrás– fue el origen de un intenso y breve amor que terminó creando imprevistamente una nueva vida. El viaje no tendrá como fin esencial la asistencia al funeral, pero abrirá la posibilidad de conocer algunos datos específicos sobre el padre y encontrarse con sus dos hermanastros, completamente ajenos al conocimiento de su existencia. Una vez en Montreal, Mathieu entrará en contacto con Pierre Lesage (el actor Gabriel Arcand, hermano del famoso realizador Denys Arcand), gran amigo de su padre y compinche en aquel viaje a Europa unas tres décadas atrás. Origen del primero en una serie de conflictos, el hombre –un médico clínico de pocas pulgas– no quiere saber nada con perturbar la vida de los hijos del difunto, puntapié inicial para una película que hace de las relaciones interpersonales y las emociones que estas convocan el eje de la mayoría de sus aciertos. El propio Mathieu está separado de su esposa, aunque la relación con su hijo pequeño es todo menos lejana, elemento que se convierte rápidamente en una de esas cosas dichas, quizás demasiadas veces, para confrontar y cotejar unas y otras paternidades. El tono elegido por Lioret para adaptar la novela de Jean-Paul Dubois en la cual se basa se acerca por momentos a las de esos telefilms de antaño, donde cada escena se encadena con la siguiente para acercarle información al espectador con métodos claros y concisos, de manera de poder bosquejar diáfanamente un perfil psicológico de cada personaje. En esa misma dirección, varios de los personajes secundarios parecen construidos de forma algo esquemática, simples reflejos invertidos de todo aquello que Mathieu no es y nunca será. Por el contrario, varias secuencias confían en los gestos y miradas y evitan el exceso de diálogos como único medio de avance narrativo. Sobre el final, una vuelta de tuerca hará que casi todo lo que se había visto y oído cambie radicalmente de sentido, coronada por una delicada muestra de agnición que no necesita de subrayados para lograr la emoción buscada. En última instancia, el film de Lioret es un ejercicio moderadamente efectivo en un género cinematográfico usualmente no admitido como tal: el drama de descubrimiento sobre las raíces y la identidad.
El hijo de Jean es una pequeña gran película de vínculos familiares con dos actuaciones protagónicas destacables. Una llamada telefónica desde Canadá cambia por completo la vida de Mathieu. Él vive en París, trabaja en una empresa de comida para mascotas, está separado y tiene un hijo. Alguien le comunica que su padre biológico -al que nunca conoció-, ha muerto. Necesitan enviarle un cuadro que le dejó como herencia. Enterado de que tiene dos hermanos decide cruzar el océano para ensamblar las piezas del rompecabezas que da forma a su progenitor. Según lo que le contó su madre ya fallecida, Mathieu fue fruto de una relación de una noche. La nueva película del director Philippe Lioret es una suerte de thriller familiar con condimentos del polar francés: misterios varios, la herencia de un cuadro muy valioso, un cuerpo que desaparece en un lago, pistas para desentrañar una relación, identidades no reveladas, acción pausada y personajes lacónicos. El hijo de Jean es una película pequeña, con tensiones, frustraciones, reconstrucción de un árbol genealógico y una porción de melodrama que se agiganta con las actuaciones de Pierre Deladonchamps (revelación de El desconocido del lago) y Gabriel Arcand. La química entre ambos es formidable y los cruces de miradas acrecientan un vínculo que se establece en pos de una verdad. La película se centra en una tendencia del cine francés de historias sencillas y humanas, en la que realizador y coguionista, Natalie Carter, van desarrollando la trama como capas de cebolla. En un film impregnado por un aire de languidez que va lentamente, y sin ningún recurso de efectismo, atando cabos y develando secretos. El hijo de Jean es una obra en la que aparentemente sucede poco, pero que cuando se encienden las luces de la sala se tiene la sensación de que lo que continúa en la vida de los personajes es más poderoso que lo que se ha visto. Y eso no es poco mérito en tiempos en los que el espectador se acostumbró a que las historias se cierren con un moño. Y en este caso, aunque el paquete parezca de formato pequeño, estamos en presencia de una gran obra.
Un hombre joven cree que no tiene padre, que nació de una aventura de una noche que tuvo su madre. Recibe una llamada desde Canadá: su padre, le dicen, acaba de morir. El hombre decide ir a conocer lo que, en realidad, es un nido de secretos en el cual es un extraño. Melodrama sobre el origen y sobre la institución familiar, narrada con precisión –ni una escena de más, ni un gesto realizado para darle lustre a una actuación–, sorprende con su final elegante y emotivo. Un cine cada vez más escaso.
PADRE EN CONSTRUCCIÓN La película de Philippe Lioret se desarrolla con claridad y justeza narrativa desde su premisa: Mathieu se entera que su padre biológico, a quien nunca conoció, ha muerto y le ha dejado un paquete/herencia. Por lo cual decide viajar a Montreal al funeral para conocer a sus hermanos, aunque en realidad entendemos que va en búsqueda de la construcción de la figura paterna ausente. O sea, otra historia acerca de la elaboración de una ontología personal que tanto abunda en el drama indie, y en el drama en general. De todas maneras, Lioret no deja que lo convencional del argumento, que puede llegar a ser un poco predecible, degrade su película en un festival de lo correcto y esperable. Valiéndose de un excelente pulso narrativo, capaz de hacer avanzar la trama con ritmo y sutileza; y de unas actuaciones que de sobrias pueden llegar a confundirse con frías, pero que nunca llegan perder la humanidad; el director va dejando entrever en El hijo de Jean un melodrama subterráneo, no oculto pero si disfrazado con elegancia. Las interpretaciones de Pierre Deladonchamps (Mathieu) y Gabriel Arcand (interpreta a Pierre Lesage, el amigo Jean) son fundamentales a la hora de sostener el relato tal como lo quiere mostrar Lioret; no solo porque son los que están más tiempo en pantalla, sino también porque a través de la sobriedad de las interacciones entre estos personajes vamos descubriendo los detalles de la trama que acarrean ideas acerca de los vínculos parentales y de hermanos. En esa línea, lo que se nos dice en El hijo de Jean no difiere demasiado de lo que expresa Nicolas Stoller en su Cigüeñas (2016), por mencionar un ejemplo: la necesidad vital que tenemos todos de tener figuras maternas y paternas, y cómo esa figura puede construirse alrededor de cualquiera, porque definitivamente las paternidades son una construcción o una idea, todos somos hijos y todos somos padres potenciales mas allá de la biología. Es cierto que a medida que nos acercamos al final, El hijo de Jean comienza a acumular, quizás innecesariamente, una serie de situaciones melodramáticas que contrastan un poco con el tono general del film. Además hacen algo de ruido algunas revelaciones finales. Aún así, la solidez de la propuesta de Lioret que se manifiesta desde el principio encauza la película hasta un final interesante a pesar de los exabruptos del melodrama. Hay un par de miradas, mucho queda por decir pero no hace falta, ahí gana la sutileza.
Un padre asoma en la ausencia Una llamada telefónica de un desconocido puede significar encontrarse con una nueva familia. Eso le ocurre a Mathieu, un empleado parisino de clase media, casado y con un hijo, al que un día Pierre, el mejor amigo de su padre, le comunica que ese progenitor, a quien no vio en su vida, murió en Montreal. El tema es que antes de ir al funeral deberá encontrar el cuerpo, perdido en la profundidad de un lago canadiense, y esa tarea la tendrá que hacer con sus dos hermanos, a quienes tampoco conoce. Aunque parezca la trama de una comedia de enredos, Philippe Lioret (“Welcome”) plantea una historia de búsqueda de lazos familiares, en la que el drama a veces le hace un guiño al humor, pero siempre desde un relato que sensibiliza sin ser sensiblero, diferencia clave. Porque en el camino de Mathieu hacia su padre, él encontrará en Pierre una suerte de cómplice, y verá que en la familia de ese amigo descubrirá vínculos que jamás imaginó. El filme seduce desde el tratamiento narrativo, pero más aún desde el modo en que se muestran las relaciones humanas y las sintonías afectivas. Hay sutileza en algunos diálogos, un buen nivel de actuaciones en una película para no dejar pasar.
Este filme constituido en drama familiar tiene su apuntalamiento inicial en el escaño que otorga presentarlo como un thriller, donde los elementos del supuesto suspenso se van entregando, mostrando, muy de a poco. Mathieu Capelier (Pierre Deladonchamps) treinta y pico de años, divorciado, padre de un niño, ingeniero en alimentos en una empresa radicada en Paris, recibe una mañana la noticia del fallecimiento de su padre en Montreal. Padre al que nunca conoció, que nada sabía de su existencia. El informante es Pierre Lesage (Gabriel Arcand), médico de profesión, el mejor amigo de su padre, también medico. Este le ha dejado un legado y la existencia de dos hermanos en Canadá. La curiosidad determina que emprenda el viaje en busca de un pasado que no tuvo, con la posibilidad de constituir otro futuro. Su madre nunca le dijo quién era su padre biológico, y tiene un padre putativo que tampoco interrogo al respecto. Pero nada va a ser como lo imagino, secretos y mentiras que se irán desplegando, primero en la búsqueda del cuerpo del padre ahogado en un lago mientras pescaba, pues luego de tres días de búsqueda por parte de las autoridades lo dan por desaparecido. Pierre da cuenta de las sensaciones que se van despertando en Mathieu, razón por la que decide tomarse un paréntesis laboral, su idea es la de poder acompañar al joven en ese viaje interior, con más dudas y preguntas que certezas. También a él le servirán para ir redescubriendo a su ”amigo”, en un juego de especularidad, en tanto reflejo de una realidad que termina involucrando al espectador por mecanismos de identificación con alguno de los dos. Todo funciona a partir de los enigmas que se van planteando, casi sin resolver, disparando más incógnitas, lo cual la instala en una obra de artesano. Cada silencio, cada dialogo, cobra importancia a partir de las actuaciones, la figura de la desolación en los espacios abiertos, el encierro en los interiores, donde la posibilidad de movimiento es casi nula, conformando un entretejido de emociones y conflictos que sólo ira diluyéndose a partir de principio del fin del relato. No así el suspenso, que deja de serlo a medida que avanza la narración, casi desde su llegada a la ciudad canadiense, y se van presentando todos y cada uno de los personajes involucrados en la historia. Producci´pon intimista, abstinente, de climas, de miradas, de descubrimientos propios y ajenos, de saber quién soy y para quién. Sostenidos por las muy buenas actuaciones, pero que al pecar de atiborrar de ingredientes en la tramas laterales, esas que quieren instalar la necesidad de saber de un origen, terminan por desanudar los nudos todavía no apretados. La historia del cine tiene muchos ejemplos de padres que descubren que tienen un hijo, o lo actualizan en la memoria, por defecto, “Tributo” (1980), de Bob Clark, sólo como ejemplo, pero muy pocos que descubren que tienen o tenían un padre que no se había olvidado de él, aunque sea después de muerto. En la vida real también sucede. Pero es ahí, en ese querer sostener que las relaciones filiales se sustentan a pesar de todo, que supera las distancias temporales, y/o espaciales, que no se trata en realidad y sólo de construcciones afectivas, es que el filme resbala. Podría ser la necesidad de uno. Pero el suspenso había desparecido.
Mentir por la verdad El director logra desplegar su maestría para hablar sobre la identidad masculina, paterna y filial y sobre la intimidad de esos lazos entre hombres. Calificación: muy buena. Mathieu es un hombre con aspecto de niño. Es un hijo con dos padres, y tiene un niño pequeño. Un día recibe un llamado que lo notifica la muerte del padre que le dio la vida sin querer, quien ha dejado un paquete a su nombre. Entonces, decide cruzar océanos para estar presente en el funeral de un hombre que no conoció, que tiene una familia, igual que él, y en la cual espera encontrar algún dato común que haga visible un hilo invisible que lo defina a él también como hijo de Jean. Sin embargo, esos hermanos que encuentra, uno violento e impulsivo, el otro frio y calculador ,nada dicen sobre Mathieu, y Jean, cuyo cuerpo se ha perdido en un lago sin nombre, tampoco. Es el amigo más cercano de Jean el que contacta, espera y hospeda a Mathieu en su viaje a Canadá. Y el que completa los huecos de la historia de su gestación que durante 33 años se resumía en una frase. Son remarcables las interpretaciones de ambos actores que llevan adelante estos personajes con una precisa economía de recursos donde la palabra queda en el plano de lo prescindible. Al director Philippe Loiret lo conocemos por esa maravillosa Welcome (2009), la historia de un jovencísimo refugiado iraquí que queda varado en Francia y busca cruzar a nado el Canal de la Mancha hasta Inglaterra, por lo que toma clases de natación con Vincent, con quien generará una relación sin nombre. Es ahí donde Loiret se maneja como pez en el agua: cuando despliega su maestría para hablar sobre la identidad masculina, paterna y filial y sobre la intimidad de esos lazos entre hombres, donde la sangre, casi nunca, define nada.
Crítica emitida en Cartelera 1030 –Radio Del Plata AM 1030, sábados de 20-22hs.
¿Cuál es la diferencia entre afinidad y complicidad? El Hijo de Jean (Le fils de Jean, 2016) esboza un fino límite y, con éste, ahonda en las relaciones entre todos los personajes. El secreteo, las confesiones y los recuerdos forman un cúmulo aparente de bienestar en estas relaciones. El filme detalla tales relaciones con decisiones cotidianas como el té que se toma Pierre (Gabriel Arcand) todas las mañanas, el hecho de que Mathieu (Pierre Deladonchamps) y Angie (Marie-Thérèse Fortin) sean lectores de novelas detectivescas; y los diálogos que surgen en torno a tales decisiones como el reconocimiento de que, incluso en la adultez, seguimos siendo un poco adolescentes. Lioret aprovecha la circunstancia de que Mathieu quiera conocer a la familia de su difunto padre para explayarse en el comportamiento de cada uno de ellos y, sobre todo, lo que deja entrever el abandono de los padres en general. Con un sencillo comentario de Bettina (Cátherine de Lean), el guión le da perspectiva al abandono paterno sin que sean victimizadas las mujeres e hijos abandonados, sino una dureza a la que éstos se sobreponen, sólo a medias, con el paso del tiempo. El resto de la película podría pasar desapercibida porque se detiene poco en la composición de imágenes significativas para condensar lo que buscan los personajes. Si no ocurre así, es por la agudeza con la que éstos están escritos y por actuaciones que nunca desentonan. Al final, es en el vínculo literario donde Mathieu y Angie se encuentran como lectores de crímenes ajenos, y en ese mismo vínculo, Mathieu vive lo que podría describirse como una historia detectivesca que lo descubre más como un espectador.
Esta es la crítica número veintisiete que estoy haciendo, y es la primera vez que me encuentro sin muchas palabras para escribir. Este film francés ha sido aclamado por varios críticos, al público parece gustarle. Es una película tipo del cine francés. Con una narrativa lenta, simulando naturalidad. Esto no quiere decir que sea mala o que las características mencionadas sean malas. Lo que si quiere decir que es un tipo de películas que a este crítico no le terminan de interesar. Podrán tildarme de pochoclero, de que sólo me gustan las películas hollywoodenses. Los noventa y ocho minutos que dura el film se me hicieron eternos, debo reconocer que hasta por momentos me encontraba cuasi durmiendo. Pero repito, no es una mala película. Tiene buenas actuaciones, trata las relaciones humanas. La relación con la familia, con el padre ausente, los hermanos desconocidos, los hijos y nos lleva por el camino del descubrimiento, no solo de estas relaciones, sino del descubrimiento personal. Mi recomendación: Si te gusta el cine europeo con sentimientos, mirala algún finde en casa.
El cine francés avanza en la reinvención de historias vistas anteriormente, pero suma, una vez más, una mirada que se potencia por la contemporaneidad que logra, impregnando en la visual y en la puesta, siempre moderna, una vanguardia que transita la cotidianeidad de los protagonistas de manera natural y envuelve a los protagonistas. Las películas que tienen la búsqueda de la identidad como tema principal, han generado, además, un sinfín de relatos en los que se busca desesperadamente descubrir qué hay detrás de una sombra sobre la que nadie sabe nada. Las posibilidades expresivas que ese cuento hacen expandir las acciones, también han sido recurrente y metodicamente revisitadas, y en la última producción cinematográfica francesa, varias películas han trabajado con este tema. La historia de este film arranca cuando Mathieu (Pierre Deladonchamps) es alertado sobre el fallecimiento de su posible padre, yendo al pueblo en el que vivía, el hombre intentará también traer para sí información necesaria para poder configurar la tensión dramática para que el relato avance. Pero nada lo haría suponer que durante dos días desandará los pasos de ese hombre ajeno a él, con información necesaria y esperada para terminar por configurarlo como ser. De eso habla “El hijo de Jean” (Francia, 2016), de Philippe Lioret (Welcome), una película que asombrosamente encuentra una manera de relatar precisa, cual caja de sorpresas y que apoya su narración en logradas interpretaciones de sus protagonistas. Y en el llegar al lugar para conocer a un ex socio de su padre (Gabriel Arcand), quien supuestamente tiene un regalo legado por el fallecido, Lioret no sólo construye un relato sobre posibilidades, sino también sobre hechos que se irán revelando ante el espectador, pero también, ante Mathieu, que sorprenden e impactan a la vez. El supuesto padre del hombre poseía hijos, y en un principio la desesperación por conocerlos, hará que el protagonista de este laberíntico film vaya recorriendo el guion intentando descubrir vínculos, espacios, relaciones, queriendo apropiarlos para también completarse. Pero, la habilidad del relato radicará justamente, en mezclar el fresco social con el policial, y de esa conjunción sale un potente relato sobre la familia, el amor, la paternidad, y el lugar en el que se depositan ideas preconcebidas sobre los vínculos filiales. “El hijo de Jean” posee la virtud de encontrar en un relato, que avanza lentamente, la capacidad para capturar la atención total del espectador y así, dejarse tentar por la increíble capacidad interpretativa de sus protagonistas, impensable este relato sin ellos. Deladonchamps se pone en la piel del hijo de Jean, con su enigmática capacidad para interpelar a la audiencia tras su mirada cristalina y su adusto gesto de preocupación, el contrapunto con Arcand, gran actor de la comedia francesa, potencia cada uno de los gestos que ante los hechos que se van narrando aparecen. El misterio que envuelve a “El hijo de Jean” y la identidad de Mathieu es la posibilidad de relatar la historia gradualmente, con paso lento pero firme, con un despliegue actoral único, y con una dirección de cámaras que prefiere en detalles y planos cercanos, lograr la compenetración total con su historia, lográndolo y convirtiendo a esta propuesta en una de las gratas sorpresas que renuevan la cartelera cinematográfica local.
Sobria y precisa Mathieu, un treintañero parisino que trabaja en una empresa de comida para mascotas, recibe una sorpresiva llamada de larga distancia. Un desconocido de Montreal le informa que su padre acaba de morir. Su madre ya le había contado, cuando adolescente, que su concepción fue fruto de una aventura pasajera, y por consiguiente que su verdadero padre existía, pero vaya uno a saber dónde. Es así que, sin comerla ni beberla, el hombre se entera ahora, de golpe, que su padre vivía en Canadá, que acaba de morir (o eso parece) dejándole un paquete a su nombre y que tiene además dos medios hermanos también adultos, a quienes conocerá por primera vez. A poco de comenzada la película, y ya emprendido el viaje a Montreal, la trama irá cobrando, sutilmente, ciertas claves del cine policial: el cuerpo de su padre desapareció en medio del río sin dejar rastro, su muerte parece beneficiosa para algunos, hay miradas que sugieren más de lo que los personajes dicen y algunos parecen decir verdades a medias o directamente mentiras; la película irá agregando información paulatinamente, a medida que el metraje avanza. Pero estos elementos, más que encasillarla en el género, son utilizados notablemente para darle tensión y mayor misterio al asunto. El guionista-director Philippe Lioret (un sonidista francés sesentón que ya viene dirigiendo una decena de títulos, entre ellos la multipremiada Welcome) propone un comienzo abrupto con el que se gana al espectador de inmediato, acompasa un ritmo sereno y reposado con un enigma creciente, y propone asimismo notables giros de guión. El elenco está todo muy correcto, pero sobresalen el protagonista Pierre Deladonchamps (una revelación a partir de la reciente El desconocido del lago) y el veterano canadiense Gabriel Arcand (hermano del director Denys Arcand). El hijo de Jean es una película lineal, clásica, tradicional: el drama de búsqueda de las raíces es prácticamente un subgénero en si mismo y aquí la historia es habitada por personajes acomodados, cercanos a los parámetros dominantes de belleza –hasta el cigarrillo es utilizado como factor estético de seducción, lo cual parecería algo propio de otros tiempos–, con un protagonista que es un ejemplo de ética, y con un final que hasta ofrece cierta sutil moraleja. Pero se trata asimismo de una obra inteligente, sobria, precisa: no le sobra ni le falta una escena, todo pareciera cerrar perfectamente, no hay excesos catárticos, artificios estridentes ni subrayados innecesarios. En definitiva, una película disfrutable y notablemente concebida.