El castigo como bumerán La última película de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne, El Joven Ahmed (Le Jeune Ahmed, 2019), mantiene el sustrato social combativo de toda su filmografía a lo Ken Loach y lo vuelca hacia sus coqueteos con el cine de género en general y los thrillers en particular: el film cuenta con reminiscencias de obras similares previas de los directores y guionistas como El Hijo (Le Fils, 2002), El Silencio de Lorna (Le Silence de Lorna, 2008) y La Chica sin Nombre (La Fille Inconnue, 2016), ahora analizando la obsesión homicida del adolescente del título, Ahmed (Idir Ben Addi), un muchacho viviendo en una comunidad islámica en Bélgica, contra una docente llamada Inès (Myriem Akheddiou), a la que acusa de puta y apóstata por acostarse con un judío, enseñar árabe moderno y utilizar canciones en sus clases que para los musulmanes ortodoxos desvirtúan las enseñanzas de Mahoma. Bajo la influencia del imán de su mezquita, Youssouf (Othmane Moumen), el protagonista entra en una espiral fundamentalista que lo lleva primero a cuestionar a las dos mujeres de su familia, su hermana Yasmine (Cyra Lassman) y su madre (Claire Bodson), por beber alcohol y no usar hiyab y después a atentar contra la vida de Inès con un cuchillo, episodio del que ella sale ilesa y motiva que Ahmed sea encerrado en un reformatorio para menores. A pesar de las buenas condiciones del instituto correccional y el hecho de que su hermano, Rachid (Amine Hamidou), testifica contra el imán y su trasfondo fanático, el muchacho no aminora sus intenciones de cargarse a la mujer porque considera al “proyecto” una ofrenda a Alá acorde con las palabras del Profeta en el Corán y según la propia experiencia familiar, ya que el primo de Ahmed murió en un acto terrorista y así se transformó en un mártir en la cruzada contra los infieles y sus socios hebreos y cristianos. Convencido de que el único árabe válido que se debe impartir a nivel pedagógico es el clásico correspondiente al Corán, el joven a posteriori vuelve a intentar matar a Inès -con un cepillo de dientes afilado contra el piso de su celda cual pico mortal- en el contexto de una reunión con su víctima de impronta psicológica reparadora, no obstante la mujer rompe en llanto apenas lo ve y es sacada de inmediato de la habitación sin una mísera oportunidad real de que se produzca el embate homicida. La trama incluye un también problemático acercamiento romántico hacia una chica, la hermosa Louise (Victoria Bluck), que forma parte de una familia propietaria de una granja que suele cobijar a los reos infantiles del Estado para que realicen tareas varias relacionadas con el mantenimiento de las instalaciones y el cuidado de los animales. Aquí los cineastas belgas esquivan aquellas penurias económicas de los inmigrantes de El Silencio de Lorna y los misterios de fondo de La Chica sin Nombre para redondear una propuesta que es bastante más abstracta y a la vez directa, porque por un lado en esta ocasión examinan el choque cultural entre facciones distintas del Islán, que asimismo por supuesto se condicen con un conflicto entre el país anfitrión y los inmigrantes, y por otro lado abandonan todo enigma con el objetivo manifiesto de colocar en primer plano de manera permanente el suspenso de la amenaza en ciernes y la estructura mental del propio Ahmed, cuyas motivaciones para sus acciones son tan cristalinas/ explícitas como el agua y se explican por su relativamente reciente conversión a la ortodoxia musulmana. Dicho de otro modo, hoy nos topamos con un encontronazo entre la modernidad y su paz hipócrita y una tradición muy sincera pero notoriamente violenta e intolerante para con el diferente, en este caso sin duda las mujeres, el blanco más fácil que identifica el muchacho por la sencilla razón de que son aquellas que lo criaron y las que conforman en conjunto un “otro” que conoce de sobra, al que quiere amoldar/ adaptar a los postulados del fundamentalismo no tanto por la creencia o fe en sí sino más bien como un claro mecanismo de reafirmación cultural de índole árabe en medio de una nación y un idioma que se sienten profundamente ajenos, como de hecho lo son Bélgica y ese francés que se utiliza para toda comunicación. Lejos de sus mejores películas, léase La Promesa (La Promesse, 1996), Rosetta (1999), la citada El Hijo, El Niño (L’Enfant, 2005), El Silencio de Lorna y Dos Días, Una Noche (Deux Jours, Une Nuit, 2014), y más cerca de obras inferiores pero muy dignas e interesantes en la línea de El Chico de la Bicicleta (Le Gamin au Vélo, 2011) y La Chica sin Nombre, El Joven Ahmed es una propuesta de neto corte bressoniano orientada a una disquisición filosófica alrededor del concepto del castigo o escarmiento social como un bumerán que eventualmente volverá para cortarnos esas mismas manos que utilizamos para atormentar o adoctrinar al prójimo, detalle que queda de relieve en el tercer y último intento de asesinato, cuando en el desenlace el protagonista se halla en una situación desesperada y las cosas a nivel general se invierten cual una jugada irónica del destino en la que los planes no llegan a sobrevivir al contacto con la impiadosa realidad, esa a la que las cruzadas moralistas, religiosas o simbólicas poco le importan. Los Dardenne osan meterse con un tema siempre delicado en Europa como la radicalización de ese aluvión de inmigrantes que ellos mismos desencadenaron con sus “aventuras” colonialistas y esa retahíla de rapiña, hambre, indigencia y destrucción ambiental que dejaron a su paso a lo largo de siglos y siglos en los diferentes continentes del globo, a lo que se suma la enorme ineficacia del aparato de “contención” estatal -maestros, psicólogos, asistentes sociales, guardias, etc.- en materia de garantizar una verdadera reconversión del muchacho en eso de suprimir el fetiche para con los asaltos contra el chivo expiatorio de turno, la pobre de Inès. Una vez más pareciera que el ser humano sólo aprende cuando llega al límite de su obsesión y por motu proprio decide replantearse el camino y privilegiar el respeto por sobre los dictámenes caprichosos que imponen a terceros una manera de vivir o actuar a la que no suscriben…
omo Rosetta, Ahmed es adolescente, está enfadado y mucho menos reconciliado con el mundo. Si bien la madre tiene alguna debilidad por el alcohol como la de Rosetta, acá la responsable de Ahmed y sus hermanos lejos está de descuidar a sus hijos. No es el trabajo o la falta de medios lo que abruma al joven, sino un deseo de conversión radical al islam siguiendo la guía de un imán del barrio cuya hermenéutica del Corán adolece de un literalismo tan pernicioso como cualquier otro sistema de creencias que no admita lecturas abiertas. En verdad, las razones por las cuales Ahmed se siente seducido por una variante tan exigua del islam son mínimas, apenas deducibles de la falta de su padre, de lo que se predica una culpabilidad inmediata del joven teólogo que lo entrena como si en Ahmed anidara un posible fanático que los Dardenne conciben como víctima de un demente moderado.
Los hermanos Dardenne analizan el fanatismo religioso encarnándolo en un joven que se deja llevar por un mentor y que, dejando a su libre interpretación sus acciones, termina impulsando hechos en nombre de la fe que se escapan de lo correcto o lo que se cree correcto. Tensión y maestría a la hora de llevar adelante el relato para una historia que se universaliza partiendo de una realidad presente en la mayoría de las grandes urbes.
"El joven Ahmed" (Le Jeune Ahmed , 2019) se encuentra por derecho propio entre lo más flojo de la producción de los hermanos belgas Jean Pierre y Luc Dardenne. Hasta ahora, su película que más me había molestado era El Silencio de Lorna. Pero si allí llamaba la atención el psicologismo que derrapaba hacia un pretendido tour de force muy extraño en el contexto de esa película (y bastante impropio del cine de estos realizadores), lo que genera El joven Ahmed es la sensación de que estamos ante un esbozo, una idea a la que le falta más profundidad y trabajo. En este caso la cámara sigue (nunca mejor usada esta frase que con los Dardenne y su habitual “plano de nuca”) a un joven árabe en proceso de radicalización. No me voy a sumar al lugar común de cierta pretendida progresía que defiende el terrorismo porque del otro lado bla bla bla. Ese no es el punto. El gran problema de la película no es su mirada política o la posición que adopta (uno podría incluso pensar en una buena obra cinematográfica respecto de la que no comparte esta postura), sino la linealidad, la superficialidad con que lo hace. No hay intento de comprender al protagonista, tampoco al menos de dar una posibilidad de conocer realmente sus razones. Y es por eso que el final es aún más indignante: ya en otras películas los Dardenne han sabido ser crueles con sus criaturas; el tema es que aquí daría la sensación que al pintarlo tan gruesamente, casi que niegan su humanidad. Pareciera que esto es, justamente, lo que critican en el accionar del protagonista.
Ahmed (Idir Ben Addi), es un niño belga y musulmán de 12 años que escucha y sigue al pie de la letra las palabras de su imán Youssouf (Es quien comanda la oración colectiva en el islam). Cada día, el niño se alista en silencio, se viste y se dispone a asistir a su guía al momento de la oración, quién se ha convertido en sus ojos, confiriéndole su propia concepción del mundo.
Esto precipita una conclusión con un final supuestamente abierto, pero que en realidad pone a los directores como sin posibilidad de cerrar el relato.
Los creadores de La promesa (1996), Rosetta (1999), El hijo (2002), El niño (2005), El silencio de Lorna (2008), El chico de la bicicleta (2011), Dos días, una noche (2014) y La chica sin nombre (2016) narran en su noveno largometraje la desgarradora historia del personaje del título (Idir Ben Addi), un muchacho de 13 años que en la Bélgica actual se debate entre la integración social que le proponen tanto su familia como su maestra de la escuela (a la que termina agrediendo físicamente) y el fanatismo religioso con el que lo manipula Youssouf (Othmane Moumen), el imán de la mezquita a la que acude. La pregunta que nos hacemos es casi inmediata, inevitable y angustiante: ¿estamos ante un posible terrorista yihadista en un futuro no tan lejano? Si bien no se ubica entre los mejores trabajos de estos dos notables realizadores, El joven Ahmed resulta un film bastante compacto, intenso y provocador en su mirada a una problemática cada vez más acuciante en la Europa contemporánea con el furor del integrismo que aprovecha el desconcierto, la frustración y la irritación de tantos preadolescentes y jóvenes para sumarlos a sus causas extremistas. En beneficio de El joven Ahmed podemos celebrar que evita el sentimentalismo de algunas de sus películas recientes, aunque también hay que indicar que el desenlace no está a la altura de la trayectoria de estos dos grandes maestros. La sensación analizando su filmografía en retrospectiva es que Luc y Jean-Pierre Dardene concibieron sus films más contundentes y conmovedores en la etapa inicial de sus carreras y que luego -aun sosteniendo el rigor de sus narraciones y la mirada humanista de sus historias- comenzaron a repetirse en ciertos esquemas y enfoques, más alla de ir variando un poco sus temas. El impacto, en ese sentido, ya no es el mismo, aunque siempre es de celebrar la vigencia de dos autores que de alguna manera marcaron a fuego el cine (hiper)realista europeo al punto de convertirse en influencia y referencia para varias generaciones.
Muy probablemente la labor de los hermanos Dardenne sea el gran cine de realismo social de los últimos veinte años, en los cuales han sido capaces de renovar las indagaciones y ejemplificar las contradicciones presentes en el continente europeo. Lo lograron desde una mirada plena de humanismo con la que han abordado en diferentes films el mundo del trabajo, la legislación laboral, la difícil integración de los jóvenes a una realidad plena de asimetrías, la desintegración del núcleo familiar en el acuciante desempleo y la ambigüedad moral de las sociedades modernas frente a los desprotegidos, que son un mosaico de reflexiones unidas en la permeable fragilidad allí donde todo parece perfecto. Por fuera del cine político, la construcción dramática de los hermanos Dardenne siempre ha apostado por un naturalismo que determina, casi de manera espontánea, la evolución del relato sin bregar en discursos, posturas ideológicas o didactismos. Dentro de todo este retrato de las contradicciones presentes en la sociedad europea estaba ausente el fenómeno del integrismo religioso, y así lo era hasta esta película. Porque el joven Ahmed del título es un chico que, según reclama su madre, hasta un mes atrás estaba interesado en jugar videojuegos y, casi sin pausas, comienza a seguir a un Imán que lo atrae con un discurso vibrante en la búsqueda de la pureza. En esa mirada construida en condenar la diferencia, poco a poco, germinará en él la semilla del integrismo religioso que lo llevará ciegamente a intentar completar un círculo de expiación de la culpa de manera tan radical como es su entendimiento del mundo. Pero más allá del tema formal que es parte del análisis de los Dardenne –y que es tan acuciante en la realidad europea contemporánea- no puede sustraerse una reflexión sobre el fanatismo que se distrae de la raigambre religiosa del relato para tornarse universal en esa mirada que por definición niega el discurso de la contraparte e incluso su existencia misma. Lo consiguen con un relato impecable y que acrecienta su tensión, aunque el desenlace no ofrezca el pulso compacto que observa la totalidad del film, gracias a la mirada precisa de su esmerado trabajo de cámara en mano (que es clásico en un cine que así brinda un tratamiento casi documentando su urgencia). Y también gracias a un joven protagonista, Idir Ben Addi, que resulta, como en otros films de los hermanos, el núcleo mismo de un relato pleno de aciertos cuando la narrativa se amalgama a la solidez interpretativa de jóvenes actores que en muchos casos salen de un universo no profesional. Como en otros relatos de los Dardenne, en El joven Ahmed también se ciñe la pregunta de qué lugar existe para los adolescentes en la sociedad de hoy. Y aunque no se encuentren todas las respuestas, siempre es vibrante en la formulación de los interrogantes, que consigue explicar de manera clara y sencilla, en su ya clásica reflexión moral sobre la profunda naturaleza de un conflicto presente donde todo a simple vista parece perfecto.
De Rosetta (Palma de Oro en 1999) en adelante, todas las películas de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne tuvieron su premiere internacional en el marco del Festival de Cannes. Los protagonistas de los Dardenne suelen debatirse en dilemas morales, sea por trabajo, la mayoría de las veces, o por amor y lealtad. Tal vez no sea El joven Ahmed el filme con la mayor potencia dramática que se les ha conocido a los belgas de La chica sin nombre (2016), que era su anterior realización y con la que El joven Ahmed tiene algunos puntos en común, de contacto, en cuanto a la soledad de su personaje central. El adolescente del título es un belga musulmán, que se convierte en un fundamentalista que, por cuenta propia, se cree embarcado en una jihad o guerra santa, orientado por un imán o imam -término árabe que significa el que difunde la fe; aquí, el que dirige la oración colectiva en la religión islamista- y, convencido de que su maestra del colegio es una infiel o apóstata, trama asesinarla con un cuchillo. Para su suerte y la de la maestra, no lo logra, y termina en un centro de detención en el que psicólogos y trabajadores sociales lo asisten. Los temas, decíamos, son comunes, aunque esta vez el protagonista no sea de la clase trabajadora, como en muchas realizaciones de los Dardenne. El realismo social de los cineastas se mantiene, lo mismo que la mirada acerca de la moralidad de los actos. Cómo empatizar Pero el adolescente de 13 años también marca una diferencia, ya que no es tan sencillo empatizar con alguien que es capaz de sacrificarse por lo que cree, y que esa creencia lo lleve a querer matar a otro ser humano. Ahmed no tiene una figura paterna, hasta hace poco sólo se preocupaba por los videojuegos, pero el contacto con un primo parece llevarlo hacia una radicalización. Si ahora se permite sermonear en su hogar a su madre y a su hermana, por como bebe una y por la ropa que viste la otra. Con la ayuda de los asistentes sociales en el centro donde fue destinado, parece que el joven Ahmed está “reformado”. ¿Lo está? Con todo, El joven Ahmed se cruza con otros temas abordados por los realizadores de La promesa, como el de la vulnerabilidad de personajes jóvenes (en El niño, por la que ganaron su segunda Palma de Oro), por más que tengan un tesón envidiable. Ahmed está atravesando la adolescencia, con todo lo que ello implica. Y está en juego también la relación con los adultos, los mayores que ejercen su autoridad sobre ellos, les guste o no, y los cuestionamientos que plantea la película van más allá de una mera cuestión religiosa. Tiene que ver con las creencias de uno, tal vez con una C así, en mayúsculas. Las ambigüedades, o la manera en la que los Dardenne muestran al protagonista, hacen que se siga el relato con interés, más allá de lo emotivo que es.
A veces los críticos de cine tenemos una posición firme sobre ciertos temas que no nos permite ver más allá del supuesto “contenido” de algunas películas. Entonces nos apresuramos a decir que son demagógicas o reaccionarias, condicionados por nuestras ideas previas, sin prestar atención a la forma cinematográfica. Más allá del tema que aborden o de su visión crítica sobre la Europa actual, en el cine de los hermanos Dardenne importa más el cuerpo de los actores, los gestos, el trabajo con la luz, el encuadre y el sonido que el mejor de los guiones. El héroe dardenniano se define por la acción pura, la urgencia y los encadenamientos de situaciones que dejan poco lugar a la reflexión. El protagonista de su última película consolida esta marca autoral llevando al extremo la dificultad para expresarse, aceptar vínculos y establecer relaciones sociales. Pero en el universo profundamente humanista de los cineastas siempre hay un hueco por donde se filtra la esperanza. La belleza de su cine reside en esas pequeñas cosas, esos detalles ínfimos que cambian el curso de un destino, frustran una fatalidad y producen una revelación. Ahmed es un preadolescente belga de origen árabe que está en una etapa avanzada de radicalización islámica bajo el control de un imán de su barrio. El niño juzga duramente a su madre y no puede soportar la perseverancia de una maestra por impartir cursos de árabe que no se basen únicamente en la enseñanza del Corán. Ella busca interesarlo en la diversidad de un mundo con el que el joven ha forjado una relación obstinada en la que el significado, los sentimientos y las relaciones son ordenados de acuerdo con las estrictas categorías de puro e impuro. La secuencia inicial es extraordinaria: la cámara pegada al cuerpo del protagonista mientras intenta salir corriendo por los pasillos laberínticos de la escuela sin saludar a la maestra, nos mete de lleno en su mundo y genera la sensación de descubrir con sorpresa cada uno de sus movimientos y sus conmociones. La magnitud del tema elegido por los cineastas es desarrollada mediante una aguda observación de eventos mínimos. La película sigue el detalle de los rituales alrededor de los cuales se organiza la vida de Ahmed, cuya sacralidad por momentos remite al cine de Bresson: la educación paciente y minuciosa del cuerpo para la posición del rezo, la prohibición de estrechar la mano de las mujeres o la imposibilidad de entrar en contacto con los animales. Los momentos cruciales de la película son breves instantes que abordan su cuerpo: un perro que lame su mano, una joven que toca con una ramita su rostro antes de robarle un beso o un golpe brutal. La película se concentra en la humanidad de su héroe con una dimensión de misterio que elude los grandes movimientos para dedicarse a los pequeños gestos que traicionan su estado de ánimo y anuncian una decisión. Los Dardenne confirman su maestría para la dirección de actores reuniendo a un elenco de desconocidos que se desenvuelve con una hermosa y constante precisión. La presencia, densa y compacta, de Idir Ben Addi acapara toda la película. Los cineastas abordan la naturaleza de un personaje problemático con honestidad, sin ceder al juicio ni a la simplificación. La empatía con Ahmed se debe también al talento de los hermanos Dardenne para descubrir actores no profesionales y hacerlos trabajar con una naturalidad conmovedora.
Texto publicado en edición impresa.
Los hermanos Dardenne hacen un cine plebeyo, hiperrealista, donde el mundo es un hogar roto poblado de personajes perdidos que reaccionan instintivamente a la hostilidad del entorno para tratar de conseguir un poco de dignidad. El Joven Ahmed aborda el tema del fundamentalismo religioso desde la visión de un chico belga de 13 años, obsesionado con el Corán, un mapa moral que le da sentido a sus pequeños dramas preadolescentes y en el que no hay espacio para los matices: todos son culpables por no vivir de acuerdo con su fe.
Con algo de retraso llega el hasta ahora último film de Luc y Jean-Pierre Dardenne, estrenado en el Festival de Cannes de 2019, donde se hizo con el premio a la Mejor Dirección, y que fue nominado al César a la Mejor Película Extranjera el mismo año. Un desfasaje considerable que sólo se explica pandemia mediante, ya que los hermanos belgas son bien conocidos y apreciados por el cinéfilo local, habida cuenta que la mayoría de sus films han tenido estreno comercial en nuestras salas. Una serie a la que El joven Ahmed por fin viene a sumarse. Ahmed es un adolescente musulmán perteneciente a la comunidad árabe en una ciudad belga. Vive con su madre y hermanos, con quienes tiene una relación conflictiva. Después de la escuela va a la mezquita local a aprender las enseñanzas del Islam. Está en una etapa de búsqueda y encuentra un camino en la religión avanzando en una posición cada vez más rígida. El Imán al que acude le transmite un discurso de intolerancia que refuerza su radicalización, el desprecio por los diferentes y los que se apartan de la reglas del Islam. Incluso -y sobre todo- a los que la siguen de una manera demasiado flexible y liberal. El blanco elegido para ejemplificar ese peligro interno es la maestra de Ahmed, que entre otras desviaciones pretende enseñar árabe acudiendo a las canciones como método pedagógico en vez de hacerlo solo con el Corán. Para el Imán es una hereje y una apóstata y vuelve a Ahmed contra ella. Pero el ferviente joven interpreta las cosas literalmente y urde un plan (no demasiado elaborado) para matarla. Los Dardenne se meten con la intolerancia y el discurso del odio y lo hacen dentro de la comunidad musulmana en Europa, pero desde un lugar más interesante que el habitual. En lugar del yihadista demoníaco y demencial propio de la representación unidimensional e islamófoba occidental, muestran esas mismas inquietudes en un adolescente confundido que, a pesar de la gravedad de lo que planea, lo que demuestra con su accionar atolondrado y su desborde emocional es una tremenda inocencia e ingenuidad. Ahmed no es una mala persona ni un sádico, todo lo contrario, pero está cargado de odio y miedo. El Imán encuentra en su confusión y su rabia el terreno fértil para sembrar el fanatismo, por ejemplo alentando la identificación de Ahmed con un primo al que considera un héroe porque murió en circunstancias que no se detallan pero presumimos. El joven quiere ser fiel a sus creencias y aferrarse a algo, incluso si tiene que lastimar a alguien para probar su lealtad. Lo que hacen nuevamente los Dardenne es poner a los espectadores en un lugar incómodo y plantearles preguntas que no tienen respuestas simples. Por eso tampoco está en cuadro el racismo y la violencia del blanco occidental, no porque no exista, sino porque lo que vemos aquí son sus consecuencias, entre ellas la radicalización de los inmigrantes. Casi todo el relato se mueve dentro de los límites de la comunidad árabe y la muestra no como una unidad monolítica sino como un lugar donde se dan fuertes debates y diferencias. Los únicos europeos blancos que se ven son bastante tolerantes y eso es algo que a Ahmed le molesta, por eso al principio no quiere ir a una granja porque “son demasiado amables”. Quizás porque es más fácil identificar un enemigo sin ambigüedades. Pero los realizadores no les hacen las cosas fáciles a sus personajes, como no se las hacen fáciles a los espectadores. Se le ha criticado a los Dardenne que se vienen repitiendo y algo de eso es cierto. Su puesta en escena sigue siendo similar a la que vienen desplegando desde hace varias películas y es una que ya se identifica con ellos. Un estilo ascético, de imagen naturalista, montaje ágil y cámara movediza que se pega a los personajes y no los suelta. Pero también podría pensarse como un método que los realizadores aplican a los diferentes temas e historias que abordan. Como si hubieran encontrado una forma que es propia y efectiva a la que pueden acudir cada vez. Se podría decir que a nivel formal hay poca novedad en sus películas pero estas siguen siendo punzantes, con guiones inteligentes, personajes creíbles y planteos válidos. Al final los Dardenne siguen haciendo lo que hacen siempre: cuentos morales, preguntas incómodas, historias de gente común en circunstancias complejas. Y son buenos en eso. EL JOVEN AHMED Le Jeune Ahmed. Bélgica. 2019 Dirección: Jean-Pierre Dardenne, Luc Dardenne. Intérpretes: Idir Ben Addi, Olivier Bonnaud, Myriem Akheddiou, Victoria Bluck, Claire Bodson, Othmane Moumen. Guión: Jean-Pierre Dardenne, Luc Dardenne. Fotografía: Benoît Dervaux. Edición: Marie-Hélène Dozo. Diseño de Producción: Igor Gabriel. Dirección de Arte: Paul Rouschop. Producción: Jean-Pierre Dardenne, Luc Dardenne, Denis Freyd. Duración: 84 minutos.
"El joven Ahmed", de los hermanos Dardenne: dilemas éticos Problemas de difícil resolución es lo que los autores de "Rosetta" y "El hijo" le plantean siempre al espectador. “Dame un beso”, le pide la madre a Ahmed, que tiene como maestro y referente a un imán que predica que a los infieles hay que “cortarlos” allí donde se encuentren. “No puedo besar a una mujer, acabo de hacer mis abluciones”, responde Ahmed y se va corriendo. La nueva película de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne no ayuda precisamente a combatir la islamofobia. El problema es que el consejo del imán no es inventado: así lo predica un sutra del Corán. Problemas, dilemas éticos de difícil resolución es lo que los autores de Rosetta y El hijo le plantean siempre al espectador. Ganadora del premio a la Mejor Dirección en Cannes 2019, el que recibió El joven Ahmed es un premio justísimo, ya que en términos de puesta en escena los realizadores belgas siguen siendo ejemplares. Aunque esta vez, hay que reconocerlo, los dilemas parezcan de resolución algo más fácil, más gruesa tal vez. “Es una perra, una apóstata”, dice el imán Youssuf en referencia a la señorita Inès (Myriem Akheddiou), profesora de lengua árabe de Ahmed (Idir Ben Adi). La apostasía de la profesora (que es árabe) reside en querer enseñar el idioma con canciones, para facilitar el aprendizaje de los alumnos. Y eso conspira contra la lectura directa del Corán, que debería ser la única fuente de aprendizaje. El imán (Moumen de Othmane), un verdadero monstruo fundamentalista que vive esperando la llegada de la jihad, es claramente “el malo” de la película. Llevado por sus enseñanzas, Ahmed se convertirá en un pequeño monstruito también. Aunque por tratarse de un adolescente, sugestionable por lo tanto, cabe esperar que el día de mañana reniegue de las enseñanzas de su mentor y acceda a dar un beso a la mamá, dar la mano a cualquier mujer, no correr a lavarse las manos cada vez que se las lame un perro “impuro”. Y, sobre todo, no tomar las enseñanzas del imán tan en serio como para convertir un cepillo de dientes en un cuchillo, persiguiendo obsesivamente de allí en más a quien violó las enseñanzas del Libro, para ajusticiarlx como el Libro manda. Un problema de El joven Ahmed, tan ideológico como dramático, es que el imán está presentado como “verdadero” lector del Corán (por lo tanto sus perversas enseñanzas son una lectura literal), mientras que la señorita Inés, que es su contrario y sostiene que el texto sagrado no pregona eso, lo hace con tanta poca convicción que termina callando ante Ahmed. Conclusión del espectador: es la palabra del Profeta la que Yousuff verdaderamente aprendió. Segunda conclusión, entonces: el islamismo, al menos el religioso, es en su conjunto perverso, enfermo y criminal. Es verdad que en una discusión entre alumnos los que están del lado de cada educador (el imán y la profesora) son un número repartido, lo que da a ver que no todos los musulmanes son iguales. Pero la voz de Youssuf no sólo es la que tiene más oportunidades de imponerse, así como su mejor discípulo está absolutamente obsesionado con seguir sus palabras, ajusticiando al o la infiel. La idea que se desprende de esto es “ojo con los islámicos”. ¿Que solo los religiosos practicantes son peligrosos, no los beatos? Sí, pero no hubiera estado mal que esto quedara más claro, para que el espectador europeo-blanco no salga a la calle temiendo que cualquier hombre o muchacho de tez mate y barba hirsuta le clave una faca en el estómago. En términos de puesta El joven Ahmed replica la de Rosetta, con la cámara siguiendo implacablemente al/la protagonista. De hecho Ahmed, adolescente rebelde, puede verse como versión en espejo de la revulsiva Rosetta. Libros enteros desarrollan el preocupante hecho de que la rebeldía actual es de derecha (ver Milei). Lo relevante de la puesta de los Dardenne es que, aunque se los identifique con una cámara agitada, en mano, en movimiento y montada a los saltos, esto sólo es así cuando los personajes están en ese estado. Un largo plano fijo sobre Ahmed y la chica que quiere besarlo, con poca fortuna, así lo demuestra. No se trata de mover la cámara por moverla, sino de hacer de ella un medio de expresión de los personajes. Eso es lo ejemplar.
Los hermanos Jean Pierre y Luce Dardanne no solo crearon un estilo de cine premiado y reconocido sino que con este film, ganaron como mejores directores en Cannes, también demuestran que se atreven a cambiar. Por primera vez ponen su atención y el protagonismo en una etnia y en un grupo social que no sea de europeos blancos y de clase trabajadora. Aquí un niño de trece años, de madre belga blanca y padre árabe, es el inmutable centro del film. Lo que se muestra con su habitual virtuosismo de los realizadores, es como un adolescente, se rebela contra el entorno familiar y educacional, influido por un imán local que le predica el odio hacia los infieles. La transformación es tan grande que su propia madre, insultada por el hijo por beber alcohol, lo desconoce en sus hábitos. Ese chico que reza cinco veces al día que se niega a darle la mano a su maestra con quien tiene una deuda de gratitud, que trata de prostituta a su hermana porque viste a la moda, toma la determinación de asesinar, de hacer su propia misión. La radiografía de cómo la penetración de la religión en un niño en transformación se produce queda en el espectador, se sabe que tuvo un primo que se inmoló, que su futura víctima musulmana pero que sale con un judío y tiene una interpretación pacífica y amplia de la religión, pocos datos. El adolescente actúa con una frialdad digna de un robot absolutamente inmune a la preocupación de psicólogos, asistentes sociales ,que se engañan a si mismos de sus progresos y la insinuación de una relación amorosa con una compañera de tareas. Una visión escalofriante de los fanatismos, una mirada sobre alguien a quien la piedad nunca lo alcanza.
Los hermanos Dardenne han logrado, a lo largo de treinta años, convertirse en dos de los directores más prestigiosos de Europa. Su filmografía ha sido reconocida en todo el mundo y han logrado premios en los más importantes festivales del mundo, empezando por Cannes. Su obra, siempre centrada en su país, Bélgica, se ha mantenido también cerca de los lugares donde viven los propios hermanos Dardenne. No hay mucho misterio en su obra, filman su aldea para retratar el mundo. En la Bélgica actual, vive el joven Ahmed, un joven musulmán de apenas trece años, quien ha entrado en la adolescencia y se ha radicalizado, producto del discurso que su imán ha logrado transmitirle. Convencido de que debe ser un musulmán puro, rechaza a todos los miembros de la religión que no lo son. Pelea con su madre y su hermana y entra en conflicto con su maestra particular, quien lo ha ayudado mucho en los estudios. Justamente, su maestra se convierte en objeto de rechazo, una persona que le falta el respeto a la religión y debe ser eliminada. Los hermanos Dardenne repiten aquí la forma de filmar que han tenido en casi toda su filmografía. Cámara en mano, siguiendo a los personajes como si fuera un documental, con un ascetismo casi total, logrando que actores desconocidos o no profesionales se vean reales y a partir de ello más cercanos. A los Dardenne esta estética les ha permitido realizar sus mejores películas: Rosetta (1999), El hijo (2002) y El niño (2005). Trabajar luego con estrellas no los ha perjudicado, pero aquí vuelven a una película idéntica a sus mejores títulos. También la temática es la misma. Siempre hay un protagonista que realiza un acto reprobable y el resto de la historia trata de redimirse. En el momento de la redención la película termina de forma abrupta. Un mismo cuento sobre el cual los Dardenne vuelven una y otra vez. Un tema que sin duda es su obsesión máxima: ¿es posible la redención cuando se ha realizado hecho algo malo? Este tema trae variaciones de una película a otra, pero siempre giran sobre esto. El joven Ahmed tiene la potencia dramática de todo su cine y marca la vigencia de sus temas, aportando además una mirada crítica sobre el extremismo religioso en la Europa actual. Los hermanos Dardenne siguen siendo un verdadero cine de autor.
Un atajo entre dos mundos Un adolescente belga de clase media y de origen árabe lleva una vida como la de cualquier chico hasta que la religión comienza a ocupar la mayor parte de su tiempo. Ahmed, con 13 años, está pendiente de la hora de los rezos y las abluciones, enfrenta a su madre que lo confronta preocupada por lo que parece una creciente radicalización religiosa y tiene al imán de su mezquita como su mentor y guía. En un momento, el hombre llama apóstata a una de las profesoras de la escuela de Ahmed, palabra que será clave para que el chico intente cometer su primer crimen en un episodio que desencadenará gran parte de los conflictos que plantea este nuevo trabajo de los premiados directores Jean-Pierre y Luc Dardenne. Una vez más los cineastas y hermanos belgas regresan con un filme sobre la adolescencia, en este caso atravesada por la problemática de la asimilación cultural por parte de los nativos europeos hijos de inmigrantes. En el principio del filme, el objetivo de los directores parece ser mostrar el empeño en conservar las raíces culturales de los hijos de inmigrantes. Así ocurre con la discusión sobre si es conveniente para las nuevas generaciones aprender árabe con canciones o leyendo el Corán. Mientras, el imán de Ahmed subraya las diferencias entre musulmanes, judíos y “cruzados” y la maestra -que comparte la preocupación de la madre del chico por su comportamiento- se esfuerza por hacerle comprender que es posible la convivencia entre distintas religiones.
MALAS INFLUENCIAS La filmografía de los hermanos Dardenne tiene marcas identificables que los han hecho una de las voces fundamentales del cine en estos últimos 30 años. Aún con sus irregularidades, los hermanos belgas construyen puestas en escena minuciosas que desnudan la tensión interna de los personajes, pero también desnudan tensiones sociales a menudo irreconciliables que van más allá de la sociedad europea que describen. Sus relatos con frecuencia se refugian en el coming-of-age y, a pesar de la visión corrosiva sobre entornos tóxicos y desigualdades sociales, los hermanos logran abrirse del tentador cinismo en el que caen otros directores. Esto lleva a momentos climáticos inolvidables en films como El hijo (2002) o El niño (2005), dos de sus piezas más celebradas. Entre los planos largos que los caracterizan, los paneos quirúrgicos que se quedan en el rostro de los personajes, los planos secuencias climáticos -breves pero contundentes-, asoma también una sensibilidad que es un pequeño oasis. El joven Ahmed, título de la selección oficial de Cannes en el 2019, demuestra la innegable madurez visual de los realizadores a pesar de que su relato resulte problemático por sus ribetes maniqueos. El joven Ahmed del título es nuestro protagonista, un joven musulmán de los suburbios que vive en un hogar marcado por un divorcio y conflictos internos, además de la sombra del extremismo que adoptó un primo mártir. Incomprendido, su refugio resultan el Corán y un Imam que le promete grandes proyectos que lo acercan a su familiar mártir. Este refugio será el foco de una relación atribulada con su madre, que intenta desesperadamente alejarlo de esa influencia, al tiempo que intenta salir adelante en su hogar. Pero, como sucede en otros films de los Dardenne, la comunicación -o falta de- es un elemento clave para entender las distancias que se van construyendo entre los personajes y la violencia es parte de una enorme olla de presión que se va gestando. El problema es, a diferencia de otros títulos de su filmografía, que el entretejido social aparece descuidado y esta olla de presión parece una resolución forzada. Ahmed se define en sus acciones pero entre los polos de influencia en su vida el imam aparece esbozado de una forma rústica y agresiva, incluso llamando “puta” a la joven docente que asiste a Ahmed y que juega un papel crucial en el desarrollo de sus acciones. Su papel antagónico es casi caricaturesco y se acerca peligrosamente a la islamofobia, en particular porque es la voz más gruesa del film a la hora de definir una cultura y creencia, opacando otras figuras musulmanas. Uno de los mejores planos del film tiene a Ahmed en un papel secundario hasta que toma la palabra: un paneo recorre una sala y los rostros de padres que debaten la enseñanza del árabe en el aula y los puntos de vista que se exponen tienen un gris que el resto del film extraña. Es un paneo enérgico que se desplaza con la velocidad de los argumentos sin marear, y la tensión que añade esta elección formal nos permite hacer una nueva lectura de los conflictos que se van dando en el film, en particular cuando finaliza con las palabras de Ahmed y una acusación agresiva que tiene su origen en la ferocidad del imam. Luego es inevitable no mencionar los planos sostenidos, que con su rigidez y cámara en mano exaltan las diferencias que a menudo las palabras no dicen, un recurso utilizado al menos dos veces de forma memorable: la primera vez es una charla de Ahmed con su madre en el reformatorio y la segunda es junto a una chica en un fallido avance amoroso. A pesar de lo forzado de la resolución, el relato tiene un plano secuencia climático que también merece destacarse. Los Dardenne continúan siendo excelentes narradores visuales e incluso en sus films no tan redondos como el que nos ocupa esta semana, tienen momentos de lucidez que se sostienen en el peso de su filmografía. Son casi 90 minutos que se pasan con un pulso nervioso, pero esta inquietud nunca deja de entrever al menos un momento de luminosidad o esperanza.
Esta historia de un joven de origen musulmán llevado a una interpretación radical del Islam y a un posible crimen no está dentro de lo mejor de los hermanos Dardenne (siguen destacando en su enorme y fuerte carrera Rosetta y El niño, obras maestras) pero mantiene la idea de crear una ficción trascendente apelando al puro realismo. Esa idea, más la fortísima construcción de relaciones humanas a veces contradictorias, destaca el cine de estos belgas por encima de lo común.
El Joven Ahmed muestra los efectos demoledores que puede tener el fanatismo religioso y el adoctrinamiento en la sociedad, y especialmente en los más jóvenes, a través de un filme sencillo, muy pedestre, con poca pirotecnia visual o narrativa, pero a su vez esa simpleza narrativa la hace más realista, casi como si estuviésemos viendo un documental, un filme muy interesante. La crítica completa radial en el link.
Jean-Pierre y Luc Dardenne hacen su debut detrás de cámaras en el mundo del documental, conjugando aspectos históricos y sociales de la región de Valonia, su escenario predilecto. “Falcón” (1986) es la primera ficción que dirigen, una crítica ideológica a las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial y toda una declaración de intenciones de lo que será, posteriormente, su carrera. Podemos constatar sus influencias más inmediatas en el cine naturalista de Robert Bresson y Ken Loach, al que aderezan una vertiente ideológica basada en el filósofo alemán Theodor Adorno, aspecto que prefigura intereses que giran en torno a las dificultades que implica pertenecer a la clase obrera, en una sociedad marcadamente capitalista. Estas historias se explican de una manera distante y desde un posicionamiento moral explícito, pero insertando elementos para que el espectador elabore su propio juicio de valor. El cine que pretenden explorar se preocupa por transmitir una austeridad preponderante y su arquitectura cinematográfica gira alrededor de dicho propósito, consignándose a realizar un tratamiento subjetivo de la imagen. Gracias a las citadas marcas estéticas, la carrera de estos estandartes del cine de autor contemporáneo se consolidó en la aceptación de la crítica y el benemérito del público; cosechando múltiples premios internacionales, especialmente en el Festival de Cannes. Títulos como “Rossetta” (1999) y “El Silencio de Lorna” (2008), convirtieron a la dupla fraternal en favoritos defensores de la independencia cinematográfica como ley irrenunciable. Allí están los hermanos Dardenne, persiguiendo a su protagonista durante toda la secuencia o dejando la cámara estática, independientemente de la acción, como referente de los diferentes personajes, constituye un sello estético que se ha mantenido indeleble a lo largo de toda su trayectoria. Utilizando el dramatismo del fuera de plano, diluyen la línea ilusoria que separa al documental de la ficción. Son tales huellas las que los convierten en un par de referentes sin parangón contemporáneo. Para esta dupla, defender la independencia a ultranza es menester. Hay vida después de la cámara y acaso sus ficciones son infinitos y sucesivos relatos que vertebran una sólida y única gran obra. Despojándose de todo artificio, prefieren trabajar con el uso de largos planos y sus diálogos transmiten la verosimilitud en tiempo real. Dentro de semejantes marcos conceptuales, “El Joven Amhed” se encumbra como un filma radical, afín al cine social y comprometido. Dueño de una apariencia de realismo que procede de un artificio perfectamente construido por el tándem de cineastas belgas. El enigma que desata su trama confronta el cinismo de un mundo en quiebre, en caída libre del cielo a la Tierra. Se inscribe así la forma de parábola que revisa la leyenda del hijo pródigo, la muerte puede resignificar su propio sentido. El tiempo vuelve a contarse, el espacio ya no es insignificante. Finalmente, el arma, se nos sugiere, es un juguete para la imaginación de un personaje monolítico. Ante nuestros ojos se despliega un trabajo sencillo en apariencia, pero complejo en su interior. La cámara se sitúa en la distancia correcta y los minutos que transcurren nos adentran en la profundidad. La islamización del continente se trata con suficiente seriedad, conformando la estructura de una obra que no agradará a la derecha en su discurso humanista y espiritual. Para los Dardenne, la verdad última huye de la materialidad; se construye una puesta en escena sublime que pueda reflejar todo aquello por encima de lo terrenal, se produce la revelación. La película es, a la vez, tanto un elogio a la impureza como a la mixtura de identidades. Los autores de “El Hijo” (2011) y “Dos Días, una Noche” (2014) encuentran una sabia manera de mirar, que plantee cuestiones morales sin allanar el camino por completo. Es, acaso, el sobrio valor testimonial y la evidente coherencia autoral en “El Joven Amhed” sendos valores que destacan. Se nos habla de fanatismos y mutaciones, sin moralizar ni juzgar al protagonista. Los planos duran lo necesario, mientras la economía moldea gestos inefables e infinitos. Finalmente, una obra de arte no debe ser un tribunal que enjuicia. Ganadores en Cannes el premio a la Mejor Dirección, los cineastas belgas reafirman su máxima: no existe dogma en el tratamiento, cuando prefiere este la contemplación.
Arma de doble filo En “El joven Ahmed” los hermanos Dardenne conciben una parábola del terrorismo en el accionar de un joven islámico. En los tres actos encubiertos de El joven Ahmed los hermanos Dardenne vuelven a enlazar dilema moral con personaje joven, esta vez en clave religiosa. A su estilo de tomas concisas y veloces, los directores belgas ponen en primer plano al ruludo Ahmed (Idir Ben Addi), adolescente de suburbio europeo introducido al islam dogmático por un imán almacenero (Othmane Moumen). Desde un primer momento se percibe que el protagonista es díscolo, impulsivo e intransigente: huye de clase, se pelea con su madre, lanza expresiones misóginas y antisemitas. Por otro lado la cámara lo capta en la intimidad del rezo, en el estudio silente de textos sagrados. El conflicto sucede cuando su imán, que lo hace navegar por páginas web sectarias, le señala a una maestra escolar conciliadora (Myriem Akheddiou) como una “apóstata”, y el chico se decide a atacarla. Será esa incómoda secuencia de homicidio premeditado llevada a cabo por una conciencia no adulta la que (junto a otras dos) puntúe la tesis fluctuante del filme. Ahmed falla, y buena parte de la película se despliega en la granja donde el joven presta trabajo comunitario. Allí el penitente alimenta animales, practica deportes, recibe la visita de su madre y se aferra a una actitud peligrosamente indócil. Es obvio el desplazamiento casi didáctico que hacen los Dardenne de la educación de un terrorista en potencia, pero que Ahmed no consuma su crimen se torna crucial. Hay una escena sutil en que una chica enamorada de Ahmed le saca los anteojos para verle la mirada: “¿Me preferís borrosa? ¿Cómo en un sueño?”, le pregunta. El joven Ahmed subsume así el binomio de culpa e inocencia al problema más hondo de la transparencia opaca de lo visible. Toda mirada es moral, se sugiere, y es finalmente el espectador el que se define al juzgar a Ahmed, que jamás cae en la caricaturización maligna o compasiva. De él solo se perciben su accionar torpe e infantil y sus palabras esporádicas, al tiempo que su convicción profunda –su interioridad– permanece inescrutable. No es casual que Ahmed viva escapándose, ocultando y escondiéndose armas (herramientas de rusticidad irrisoria: un cuchillito, una lapicera, un metal, que hablan de su cándida doblez). Los Dardenne suspenden de esa forma la ley para exhibir el enigma de la conducta desnuda, lo que no quita que en su cine a escala humana sean ellos los dioses encargados de armar parábolas y rematarlas.
Se estrena en cines el más reciente film de los realizadores de «Rosetta» y «El silencio de Lorna», la historia de un chico musulmán de 13 años que se vuelve peligrosamente fundamentalista. Después de dos films no del todo logrados –al menos dentro de los parámetros de excelencia que uno espera de su cine–, los hermanos Dardenne retoman potencia e intensidad en EL JOVEN AHMED, una película que tiene más puntos en común con las anteriores de la dupla, tanto por su tipo de protagonista como por su tema y por un hecho que parece un detalle pero no lo es: no tiene a celebridades como sus personajes principales. Sus dos anteriores films, protagonizados por Marion Cotillard y Adèle Haenel, perdían potencia y credibilidad por su intento de incorporar a estas estrellas al mundo «popular», callejero y urbano que suele verse en sus películas. No era su único problema, pero sí el más visible. Al desaparecer ese desajuste, los hermanos logran recuperar una fuerza que esos films no tenían. Algo inquietante, impredecible, un poco enervante. La propuesta es bastante simple y tiene potencial para ofender e incomodar a muchos, aún cuando esté realizada con las mejores intenciones y hasta con cierto didactismo que los belgas incorporaron en sus últimos films. El protagonista es un chico belga de 13 años, musulmán, llamado Ahmed que, siguiendo a un imán bastante fundamentalista, ha empezado a radicalizarse, a tomar preceptos religiosos al pie de la letra, enfrentándose en el camino con mucha gente que lo rodea y lo quiere, empezando por su madre viuda. Pero no solo ahí. Algunos amigos lo empiezan a dejar de lado y él se vuelve en contra de cualquier otro musulmán que no siga los preceptos del Corán al pie de la letra, considerándolos apóstatas, impíos y dignos de ser castigados y hasta sacrificados. Ahmed dedica casi todo su tiempo a rezar o a prepararse para hacerlo y critica a su madre, a su hermana y a cualquiera que diga o haga algo mínimamente alejado de lo que dice el libro sagrado. Y su enojo más grande es con Inès, su maestra, a quien no le quiere dar siquiera la mano y a la que critica por algunas decisiones de su vida personal, siempre influenciado por su radical mentor. A tal punto llega su obsesión por castigar a los impíos que Ahmed decide atacarla con un cuchillo, quizás con intención de matarla. Pero el ataque le sale mal y el chico termina en un centro de rehabilitación en el que intentarán hacerlo entrar en razones de la manera más respetuosa y amable posible. El, tras algunos inconvenientes iniciales con las autoridades, parece aceptar la lógica del lugar y adaptarse a la nueva realidad, incluyendo una incipiente amistad con una chica de su edad que trabaja en la granja. ¿Pero será realmente cierto ese cambio que muestra? ¿Ahmed está dándose cuenta de sus errores o acumulando aún más furia contra todo y todos? Los Dardenne construyen una película de suspenso con tintes sociopolíticos que lleva la tensión al máximo, un poco como sucedía en EL HIJO o la propia ROSETTA, en las que hay involucrados personajes adolescentes, potenciales revanchas y la consecuente tensión narrativa que eso genera. La evidente inestabilidad emocional del chico, convencido al máximo de lo que está haciendo, lleva al espectador a vivir con temor cada uno de sus pasos. Es claro que se trata de alguien que no entiende razones, por más lógicas que suenen. Y que, de algún modo u otro, está al borde de la alienación. Más allá de las controversias que la película pueda generar por el tema que trata, los Dardenne no intentan explotar el asunto de una manera morbosa ni nada parecido. El estilo que utilizan sigue siendo el mismo y reconocible de siempre: humanista, pseudo-documental, de creciente intensidad. Quizás con cierta inocencia –y una mirada externa al mundo que retratan– plantean lo que imaginan es un conflicto en el propio seno de la comunidad musulmana, entre los que están más «asimilados» y los que rechazan cualquier intento de convivencia con ellos. Y si uno quita del medio el tema específico de la película, EL JOVEN AHMED puede ser vista también como un crudo retrato de cómo muchos adolescentes y jóvenes (adultos también) pueden ir fanatizándose por una causa al punto de empezar a perder todo contacto con la realidad y con sus seres queridos. En los últimos años –tan virtuales como controlados por algoritmos que reproducen una misma lógica hasta el hartazgo– esos círculos cerrados de pensamiento único se han vuelto peligrosos en todos los ámbitos.