Cansado de su rutinario trabajo en una oficina, Mariano (Pablo Echarri) decide aceptar un retiro voluntario e invertir la indemnización en un sueño propio. Movido por la nostalgia, compra el kiosco del barrio de su niñez para atenderlo personalmente. Pese a que siempre es un riesgo dar ese tipo de "volantazos" pasados los cuarenta, su mujer y su hija lo apoyan y al principio todo parece ir bien, excepto por un detalle no menor: la cuadra del kiosco está próxima a ser cerrada por obras municipales, lo que bajaría considerablemente las ventas. A Mariano se le presentará una encrucijada: ¿perseverar en su sueño a como dé lugar o volver sobre sus pasos?
Sueños clausurados El cine costumbrista se da la mano con el cine de crítica social en esta ópera prima de Pablo Gonzalo Pérez, un aceptable retrato de la clase media vapuleada, una generación de sueños clausurados con la consabida dosis de humor necesaria para no caer en depresión instantánea. Ver El Kiosco implica un capítulo de un noticiero con una historia de progreso trunco cuando las esperanzas depositadas en un negocio caducan ante el primer escollo insalvable. Pablo Echarri, ideal para este tipo de papeles, con el target del hombre común encara el rol de Mariano, casado con más de 40 años y con una hija pequeña -guiño tanto a la difícil inserción en el mercado laboral por la edad y a la educación y valores inculcados a la niña- una casa hipotecada y con el desafío de convertir un retiro voluntario en proyecto de negocio familiar al hacerse acreedor de un kiosco de barrio, lugar de su infancia y con el mismo dueño, Don Arriaga (interpretado por Mario Alarcón), quien decide desprenderse del negocio entrado en el período de cansancio según dice en su estrategia de venta. Donde no juega limpio este buen señor es en advertir a su potencial comprador sobre la inminente clausura de la calle a raíz de un emprendimiento del Gobierno para construir un viaducto. Con todas las cartas servidas en bandeja, nada de lo que ocurre en El Kiosco resulta inverosímil, ni siquiera las diferentes alternativas que baraja Mariano para conservar ese espacio a pesar de todo. El lugar para la solidaridad se reserva en el pizzero en la piel de Roly Serrano, gran secundario como así también alguna que otra intervención cómica de la experimentada Georgina Barbarossa en el papel de suegra criticona. Cuando la película se torna algo solemne o excedida en la nostalgia, Pablo Echarri se acomoda bajando los decibeles de su performance y rápidamente se apaga el incendio. Tal vez no se lo vea tan cómodo cuando encara una beta humorística, algo que su partenaire Rolly Serrano domina a la perfección. Sin espoilear debe decirse que el desenlace es coherente al personaje, a su modo de ser y a esa pequeña estirpe de argentinos que aún sobrevive con dignidad.
Si El kiosco se estrenara en 1989 parecería una película antigua, abarrotada de lugares comunes, sepultada en costumbrismo pasado de moda y mal ejecutado. Estrenada en el año 2019 es simplemente algo que no se termina de entender. No es que sea el único ejemplo de esta clase de cine, hay muchos ejemplos de costumbrismo en el cine argentino, pero aunque ninguno funcione, al menos tienen una eficacia mayor o un poco más de potencia dramática. Mariano (Pablo Echarri) invierte todos los ahorros de su retiro voluntario para comprar el kiosco de Don Irriaga, del que tiene un recuerdo idealizado de su infancia. Pero el viejo kiosquero lo estafó: están a punto de construir un túnel para pasar por debajo de la vías del tren y la calle será cerrada por al menos nueves meses. Sin tránsito, el kiosco está condenado al desastre. Mariano, su esposa artista plástica (Sandra Criolani) y su pequeña ven tambalear toda su vida, incluso arriesgando su propia casa. Esta tragicomedia intenta buscar el humor, la emoción y el drama sin conseguir nunca su cometido. Dos o tres pequeñas ideas y algún chiste funciona un poco, pero la sensación de artificio y escenas forzadas que se suceden a lo largo de la película hacen que eso difícilmente sea suficiente. Momentos realmente muy ridículos sin intención debilitan cualquier posible identificación con el protagonista. Y tampoco la película se gana la lógica como para un final emocionante como muchas películas han sabido ganarse. La nobleza y la honestidad en un mundo de traiciones y miserias es un tema que la película intenta tocar, pero no es tan fácil hacer algo así que funcione. No es tanto ese mensaje lo que falla en la película, sino la manera en que está armada la historia. Y a esta altura creer que un actor como Pablo Echarri es capaz de sostener a un personaje como el de Mariano es por lo menos no estar muy conectado con su carrera y sus posibilidades. El costumbrismo de la película es tan obvio y subrayado que genera algo de vergüenza ajena, aunque no tanto como la banda de moda adolescente que marca una subtrama paralela y le da un toque extra de ridiculez definitivo.
Un drama costumbrista sobre una realidad que agobia. Crítica de “El Kiosco” CINE, COMEDIA, CRITICA, ESTRENOS “El Kiosco” nos cuenta la historia de Mariano (Pablo Echarri), quien decide renunciar a su trabajo de oficina e invertir sus ahorros en la compra de un kiosco en el barrio de su infancia. por Bruno Calabrese En su primer largometraje como director, Pablo Gonzalo Pérez nos trae un drama con toques de comedia muy actual y acorde a los tiempos económicos-sociales que se viven. Por Bruno Calabrese. En el año 1983, Fernando Ayala, dirigió la película “El Arreglo”. En ella refleja la realidad que se vivía en un barrio humilde de la provincia de Buenos Aires. La llegada del agua corriente provoca una revolución en los habitantes, pero el conflicto surge cuando, por problemas de los límites del municipio, unos vecinos no pueden acceder al beneficio. Uno es Luis (Federico Luppi), un padre de familia recto y honesto, que no acepta el pedido de coima por parte del capataz de la obra (Rodolfo Ranni) para poder acceder al servicio. Esta situación le trae problemas a Luis. Enfrentamientos con vecinos y hasta con su entorno familiar por mantenerse firme en su postura de no torcer el brazo ante la maniobra fraudulenta. La película es un clásico del cine argentino. En la misma, el director describe con trazos sencillos y bajo presupuesto un importante fresco costumbrista de época. Describe bien el lugar y época sino un modelo de familia y de relaciones interpersonales, a través de la ambientación y las actuaciones actorales, ambas excelentes en cuanto a realismo. Pero el tema central es la intransigencia de un individuo ante su principio moral (no pagar por un arreglo ilegal, no aceptar sobornar) mientras el resto del grupo lo pasa por alto por razones de comodidad y utilidad. En la misma línea que Fernando Ayala, Pablo Gonzalo Pérez construye en “El Kiosco” un escenario similar, pero en un contexto político, económico y social diferente. El director, a través de planos fijos, (un semáforo, una calesita, casas despintadas y un papel de caramelo de una marca reconocida) presenta un barrio típico de clase media. El sonido del tren de fondo nos presenta a otro actor clave dentro del conflicto. Luego conocemos a Mariano, 46 años, en una autopista, llena de autos con una radio de fondo donde el locutor describe la situación económica del país. El gesto adusto de Pablo Echarri nos retrata a un personaje cansado, triste, rumbo a su trabajo rutinario en una oficina de una empresa. Notamos su insatisfacción, en el tono de voz, en su trato con la gente. Salvo cuando llega al oasis de su hogar, con su esposa (pintora) y su hija. La oportunidad de un retiro voluntario con su respectiva indemnización despierta en Mariano ganas de darle un giro a su vida. A la par, en su barrio de la infancia, Don Irriaga (Mario Alarcón) pone en venta un kiosco. El lugar donde Mariano cobija recuerdos de esa niñez perdida, sin preocupaciones, donde solo con su pelota de goma “Pulpo” era feliz. Hoy, ya es adulto, tiene que trabajar para mantener su casa, pagar una hipoteca, una hija en edad escolar, acompañar a su esposa para que cumpla su sueño de vivir del arte. El Kiosco funciona como metáfora, de esos tiempos que pasaron y no volverán pero que Mariano se resigna a perder, sobre todo con una realidad que lo golpea y lo hace añorar ese tiempo pasado. Con ayuda familiar e indemnización, decide arriesgarse y comprar el kiosco. De esta manera da un giro a su vida, el que tanto deseaba. Pero todo se complica cuando la municipalidad del barrio decide cortar la calle donde está ubicado el kiosco para la construcción de un viaducto por debajo del paso nivel del tren. Es ahí donde surge el conflicto de la película, Mariano, comienza a buscar la manera de sobrevivir ante los imprevistos. Los conflictos familiares, las trampas, el intento por subsistir, propios de un contexto que no ayuda y que a Mariano lo agobia cada día más. Que dificulta a una sociedad oprimida por las exigencias impuestas por el sistema, pero no para pertenecer a un status quo, sino simplemente para poder tener un techo, para ser feliz, para tener una estabilidad económica y emocional que nos permita desarrollarnos como humanos. Al igual que en “El Arreglo”, todo ese contexto se ve mezclado con los conflictos morales de Mariano, quien no quiere dejarse llevar por la supervivencia a cualquier costo y la tentación de la trampa y engaño. La película aborda todos esos conflictos de manera interesante, con un Pablo Echarri cuyo papel de chico de barrio, humilde, le sale a la perfección. Un rol que le exige poco esfuerzo y en el que ya lo hemos visto varias veces. La parte cómica corre por cuenta de Roly Serrano en el papel de Charly, el pizzero del barrio, pero que a la vez se la rebusca como curandero (cura empacho y mal de ojos) y lo ayuda a buscar diferentes alternativas para salir adelante con el kiosco. A él se suman las intervenciones de Georgina Barbarrosa (Suegra de Mariano) aportando un poco de frescura a un contexto dramático muy afín a cualquier ciudadano. Con algunas referencias actuales como el famoso “Si sucede conviene”, burlándose del autoayuda y críticas a la vertiginosidad de la industria, (Buena la elección del nombre de la banda pop de moda “Recycle Bin” como esa papelera de reciclaje donde todo lo que pasa de moda se descarta en seguida) “El Kiosco” funciona como comedia pero sin dejar la crítica social de lado. Siendo su principal virtud la identificación que el espectador pueda lograr con cualquiera de los personajes de la película. Sea Mariano, con su crisis de los cuarenta sobre el lomo; Charly, el que se toma toda la crisis con humor; la esposa de Mariano, esa mujer que quiere hacer de su arte un modo de vida. La suegra de Mariano, una mujer que solo mira su ombligo pero que por momentos piensa en su hija y su nieta y recapacita y el padre de Mariano, ese padre incondicional con sus hijos a pesar de que a veces puedan tomar malas decisiones. Todo esto confluye para que “El Kiosco”, sin ser una obra notable, sea un film auténticamente argentino y costumbrista que, al igual que “El Arreglo”, a modo de espejo nos devuelve nuestra propia imagen.
Anclada en un país en crisis en el que no sobran las oportunidades laborales, la ópera prima de Pablo Gonzalo Pérez aborda con humor y nostalgia los cambios que atraviesa la vida de un trabajador de clase media cuando decide asumir un nuevo desafío. Mariano -Pablo Echarri, en un rol que le calza como anillo al dedo-es un empleado harto de su trabajo que acepta el retiro voluntario y decide comprar un kiosco que promete ser su nueva fuente de ingresos, sin imaginar que la calle sobre la que está ubicado su flamante negocio será cerrada al tránsito para hacer un viaducto. La película navega entre la nostalgia y un presente desalentador que sólo sostienen su mujer Ana -Sandra Criolani- y su hija, a quienes quiere ofrecer una vida sin sobresaltos. Sin embargo, cuando ella comienza a crecer profesionalmente -es pintora- y el camino de Mariano parece descendente, la fractura se traslada a la pareja y las cosas se complican más de lo debido. El relato está narrado con dinamismo y situaciones graciosas desplegando una efectiva galería de personajes secundarios: Don Irriaga -Mario Alarcón-, el anterior dueño del negocio que muestra su verdadera cara; Charly -Roly Serrano-, el pizzero del barrio que ofrece su amistad a Mariano y también trabaja como curandero -en una de las escenas más desopilantes del filme-; Félix -Rubén Pérez Borau-, el padre de Mariano que colecciona envases de yoghurt y aparece en el momento menos oportuno y Elvira -Georgina Barbarossa-, quien está dispuesta a hacerle la vida imposible a su yerno. Con este marco, El kiosco se convierte en una propuesta sencilla y efectiva en las situaciones de actualidad que plantea sin olvidarse del humor. Entre el escape del comienzo, la estafa y un intendente turbio, El kiosco, ese lugar de ensueño de la infancia, se transforma en el infierno y en la salvación de Mariano.
Mariano (Pablo Echarri) trabaja en una oficina que se le ha tornado rutinaria. Casado con Ana (Sandra Criolani), una pintora y con una hija, Belén un día se entera que el kiosco de Don Irriaga (Mario Alarcón) en el barrio de su infancia, está en venta. Al ofrecerle el retiro voluntario en su trabajo, decide dar un salto: la indemnización, más un préstamo de su suegra Elvira (Georgina Barbarossa), con la que no se lleva muy bien, van a parar a la compra del kiosco. Con toda la esperanza y apoyo de su mujer, su hija y su padre se juega el todo por el todo, hasta que se entera que su cuadra va a ser cerrada por bastante tiempo debido a una obra municipal de grandes dimensiones como un túnel que lo dejará sin potenciales clientes. Todas sus ilusiones se caen a pedazos. Ahora con la ayuda de Charly (Roly Serrano) el pizzero del barrio, decide hacer lo imposible para contrarestar la mala jugada que le hizo Irriaga al venderle el negocio (manifestando cansancio) sabiendo lo que se avecinaba. El primer largometraje del director y guionista Pablo González Pérez es sin dudas una comedia costumbrista, pero que hará que más de uno se sienta identificado en ésta Argentina que nos tiene en la incertidumbre absoluta desde siempre. Cómo lo resuelve tendrán que verlo en el cine, pero la película tiene un buen guión, timming, y muy buenas actuaciones de todo el elenco: Echarri sabe de sobra de éstos roles, Alarcón es siempre brillante y Serrano y Barbarossa tienen a su cargo las secuencias más graciosas. Lo bueno es la sorpresa de ver caras nuevas en el cine como la de Sandra Criolani, que ofrece un muy buen trabajo como la mujer que debe debatirse entre sentimientos dispares: apoyar a su marido o tirar todo por la borda a causa de los serios problemas económicos que el local genera. Una buena propuesta del cine nacional. ---> https://www.youtube.com/watch?v=BdZDVA-bX_E ---> TITULO ORIGINAL: El kiosco DIRECCIÓN: Pablo Gonzalo Pérez. ACTORES: Pablo Echarri, Georgina Barbarossa, Mario Alarcón. ACTORES SECUNDARIOS: Roly Serrano. GUION: Pablo Gonzalo Pérez. FOTOGRAFIA: Emiliano Penelas. MÚSICA: Carlos Ramírez Mendoza. GENERO: Drama , Comedia . ORIGEN: Argentina. DURACION: 94 Minutos CALIFICACION: Apta para todo público con leyenda DISTRIBUIDORA: Primer plano FORMATOS: 2D. ESTRENO: 28 de Marzo de 2019
Las cosas no marchan muy bien en la vida de Mariano (Pablo Echarri). Aburrido de su trabajo de oficina, acepta un retiro voluntario para irse e invertir en la compra de un kiosco en el barrio de su niñez. Pero cuando anuncian el cierre de la calle para abrir un viaducto, se verá obligado a encontrar un nuevo salvoconducto económico con la ayuda de Charly (Roly Serrano), un vendedor de pizzas conocido en la zona. Así se plantean las cosas en El kiosco. La ópera prima de Pablo Gonzalo Pérez es una tragicomedia que aspira a funcionar como un retrato de tintes contemporáneos sobre la Argentina que mezcla el costumbrismo con una voluntad de crítica social. Una amalgama que da resultados solo por momentos, ya que da la sensación de que el mensaje se antepone por sobre todas las cosas. El kiosco mixtura humor, algunas pizcas de emotividad y el drama ante la situación de su protagonista. Con algunas ideas interesantes y algunos chistes eficaces, el relato se resiente cuando aborda subtramas no del todo desarrolladas y adquiere aires de artificio deliberado que alejan la posibilidad de empatizar con Mariano. Así, el resultado es un film honesto pero irregular.
Quince años después de que su cortometraje Lo llevo en la sangre se destacara en Historias breves IV con una ingeniosa trama que giraba en torno al clásico Atlanta-Chacarita, Pablo Gonzalo Pérez estrena su primer largo con otra temática muy argentina. Es que si la infancia es la verdadera patria, para los argentinos el kiosco es la capital. Más que un comercio, es una institución nacional, una meca, un símbolo de placeres sobre todo para quienes fueron chicos en su época de auge, entre los ’70 y los ’90. Como el personaje de Pablo Echarri, un oficinista al que el hartazgo por la rutina lo lleva a acogerse al retiro voluntario abierto por la empresa (cualquiera coincidencia con la realidad no es pura casualidad). ¿Y qué mejor lugar para invertir el dinero que en el kiosco del barrio de su niñez, que tantos dulces recuerdos le dejó en la memoria? Pero un imprevisto hará que tener éxito como kiosquero le cueste más de lo esperado. La actualidad del punto de partida está acompañada por algunos personajes de una porteñidad palpable, como el pizzero de un Roly Serrano que vuelve a destacarse. Pero hasta ahí llegan los méritos de El kiosco, que por su tono y realización termina acercándose a un flojo programa televisivo de los ‘80: escenas dramáticas poco logradas se alternan con sketches humorísticos más vencidos que golosina agusanada.
Con el alma en el barrio El Kiosco (2019), debut en realización del guionista Pablo Gonzalo Pérez, propone un viaje nostálgico hacia el pasado a partir de una historia que tiene como eje el comercio que da nombre al film y que en alguna época se presentaba como el epicentro de la infancia y las actividades en el barrio. En esta oportunidad el local será la excusa para que la narración se ancle en la actualidad con un mensaje que apela al accionar político, al escapar a convenciones laborales y a insertarse en el cambio de paradigma que está aconteciendo y que continúa derribando muros patriarcales. Mariano (Pablo Echarri) decide quemar las naves y alejarse de una actividad comercial que lo mantuvo alejado de su familia y sus afectos, estresado y sin ánimos de concretar sus verdaderos ideales, cuando surge la oportunidad de su vida, al adquirir el kiosco de su infancia para independizarse. Claro que esto es cine y nada le hará suponer, hasta que los minutos avancen, que esa decisión, además de complicarlo económicamente, sería el camino para una verdadera transformación de él y los suyos en medio de un tsunami económico. Tras adquirir el comercio, el barrio lo recibe con alegría, pero de a poco comienza a percibir que aquello que sentía como la oportunidad trascendental se convertirá en un obstáculo más para concretar sus ideales, por lo que el guion introduce contrastes a partir de la interacción del personaje protagónico con secundarios que refuerzan, en gran medida, funciones para que el relato progrese. Frente a la aparente ingenuidad de Mariano, se presentará la rectitud y exigencia de su suegra (Georgina Barbarossa), la desfachatez y duda de Charly (Roly Serrano), la caradurez de un oscuro vendedor (Martín Rocco) y el empuje de Don Irriaga (Mario Alarcón), el dueño original del kiosco, entre otros. El Kiosco, así, enfrenta a Mariano con sus fantasmas, con disputas hogareñas que no llevan a nada, con ideas de engañar tras ser engañado, para quitarse de encima el problema, pero que dada su construcción como héroe burlado, claro que nunca pasará. En un análisis más profundo, es posible advertir que el guion dialoga con la actualidad, detectando la necesidad de modificar rápidamente el estereotipo con el que construye al personaje principal, quien se verá sólido, movilizando a sus vecinos, convocando a la acción política para cambiar aquello que inevitablemente terminará por perjudicar la decisión que tomó, lavando platos en vez de quedarse tirado mientras su mujer le exige explicaciones. El Kiosco es un cuento pequeño, sencillo, claro, nada pretencioso y que bucea en el barrio y en algunos valores ya perdidos para tomar parte de un estado de situación que hoy afecta a todos.
El Kiosko, de Pablo Gonzalo Pérez Por Marcela Barbaro - En tiempos donde nadie escucha a nadie en tiempos donde todos contra todos, el estreno de El Kiosko, ópera prima de Pablo Gonzalo Pérez, propone una comedia dramática de costumbres, que relata las vivencias de un hombre decidido a luchar por lo que desea y, en esa dirección, nada ni nadie se lo impedirá. Ese hombre es Mariano (Pablo Echarry), casado con una pintora (Sandra Criolani) y una hija en común. Trabaja en una oficina hace 20 años, paga la hipoteca de su casa y se siente alienado por el sistema. Ante el hartazgo, opta por el retiro voluntario y decide tener algo propio: ser dueño del kiosko de Don Irriga (Pablo Alarcón), un lugar poblado de recuerdos del barrio donde pasó su infancia. Sin embargo la venta del local esconde algo muy lejos de ese idealismo. Después de invertir todo el dinero en esa compra, se entera que la intendencia construirá un viaducto cerrando la calle donde se ubica el negocio. Anticipando su condena al fracaso, Mariano deberá hacer todo para enfrentar a su entorno y salvar a su familia. Al personaje de Echarry y Alarcón, se suma el talentoso Roly Serrano, como el pizzero y curandero del barrio que lo ayuda en todo lo que puede. Georgina Barbarrosa, en el rol de suegra histérica con buen pasar económico, que se niega a ayudarlo y es acosada por su consuegro, el padre de Mariano (que es el papá del director en la vida real). Entre el elenco, aparecerá el director José Martínez Suarez que, también, pasará a visitarlo por el kiosko. Pablo Gonzalo Peréz parte de vivencias personales para narrar una historia que refleja los problemas actuales de la clase media y lo hace con buen ritmo y buenas interpretaciones. Desde el guion se resalta la viveza argenta, el egoísmo del sálvese quien pueda y la solidaridad que otros tantos. Sin embargo, bajo ese contexto que abruma al protagonista, el relato no deja de lado el humor necesario y las exageraciones en ciertas situaciones, que matizan el conflicto de fondo. Desde el primer fotograma, los recuerdos con imágenes de golosinas, la pelota rayada (de las que daba Evita) la calesita del barrio, nos remontan a la infancia como aquel lugar donde el juego, los amigos y la libertad era lo único que importaba. Por lo menos, así es lo es para Mariano. Esa mirada nostálgica del realizador aludiendo a “todo pasado fue mejor”, presiona sobre los hechos que relata subrayando una realidad muy alejada de aquellos años y que presiona fuerte en el protagonista y su entorno. El kioskoes un buen debut cinematográfico que logra la empatía del espectador con la historia y los personajes. A pesar de las adversidades que enfrenta (tal vez, por momentos, en demasía) no abandona el discurso optimista que alienta, a pesar de todo, a luchar por lo que importa, verdaderamente. EL KIOSKO El kiosko. Argentina, 2019. Dirección y guion: Pablo Gonzalo Pérez. Elenco: Pablo Echarri, Georgina Barbarossa, Mario Alarcón; Roly Serrano, Sandra Criolani. Fotografía: Emiliano Penelas. Música: Carlos Ramírez Mendoza. Duración: 94 minutos.
La crisis de la clase media argentina -un tema recurrente en la historia del país de los últimos veinte años- es el asunto principal de esta ópera prima de tono costumbrista, marcada a fuego por la estética y las soluciones dramáticas prototípicas de las tiras televisivas. Tanto los conflictos planteados a lo largo de un relato que se mueve pendularmente entre el drama contenido y la comedia liviana como la catadura de los personajes responden invariablemente a convenciones muy transitadas en los productos masivos de la TV local. O a los de un cine que fue moneda corriente en otra época, previa a la fuerte renovación que se produjo aquí a fines de los años 90. La gran pregunta que revitaliza El kiosco es evidente: ¿el cine argentino que tiene aspiraciones de llegar al gran público está condenado a reproducir sin empacho esquemas tan superficiales? Casos como los de Leonardo Favio, Adolfo Aristarain y, más cerca en el tiempo, Fabián Bielinsky animan a pensar que no, y abren una ventana para imaginar la chance concreta de producir películas profundas, osadas e inteligentes sin apelar con tanta insistencia a los lugares comunes. La sensación que provoca El kiosco (aun con un reparto de reconocido profesionalismo: Pablo Echarri, Roly Serrano) es la de una película que ya vimos demasiadas veces.
La ópera prima de Pablo Gonzalo Pérez, "El kiosco", es un cálido fresco sobre los valores, las crisis, y sobre todo, el ser argentino. En pleno crecimiento de una etapa en la que se privilegia el fomento a una producción de cine más industrial en detrimento de las “historias chicas”, una película como esta adquiere un significado extra de resistencia. El cine industrial, suele ser pensado para su inmediata venta al extranjero, con códigos universales, y un tratamiento que lo aleje de aquello que alguien dijo que estaba mal, los localismos. Historias que pueden ocurrir acá, allá, en cualquier lado; con un tono neutro, podríamos decir híbrido. El kiosco también es una película que podría transcurrir en cualquier parte del mundo; pero sin dudas, sino fuese argentina, sería una película bastante diferente. Pablo Gonzalo Pérez debuta como realizador con una película cuya búsqueda es encontrarnos a nosotros mismos, sentirnos reflejados, y descubrir la emoción en los pequeños detalles. No será difícil que nos identifiquemos o encariñemos con Mariano, el protagonista de "El kiosco". Podemos encontrar cosas nuestras en él, o al menos quisiéramos ser un poco como él… y eso que no es un personaje que la pase bien. Casado con Ana (Sandra Criolani), con una hija, Belén (Olivia Gucken); Mariano (Pablo Echarri) no es feliz en su trabajo como oficinista. Mientras que su mujer realiza lo que le gusta como artista plástica y comienza a vender sus primeras obras; él no le encuentra sentido a lo que hace, y sigue pensando en aquel barrio de la infancia. Los anhelos de cambio lo llevarán a visitar el kiosco de Don Irriaga (Mario Alarcón) en el barrio de Nuñez, aquel en el que pasó buena parte de su niñez, y en el que empezó a dar sus primeros pasos en solitario. El kiosco es el bazar de los sueños perdidos, el lugar en el que se encontraba todo lo que le gustaba a Mariano; y a la caza de eso que se perdió debe ir nuevamente. Decide aceptar una oferta de retiro voluntario en la descorazonada empresa para la que trabaja, y con ese dinero, más préstamos de los cercanos, y alguna venta de bienes como el automóvil familiar, le compra el kiosco a Don Irriaga que justamente tenía pensado retirarse de la actividad. Mariano se siente renovado, y acogido por la gente del barrio como Charly (Roly Serrano), el pizzero. Pero pronto comienzan los inconvenientes. La municipalidad va a realizar la obra de un puente que convertirá a la cuadra en la que se encuentra el kiosco en una calle muerta, sin tránsito recurrente; y hasta correrá la parada de colectivo que era el gancho ideal para la llegada de clientes. Como una bola de nieve a Mariano y su kiosco se le acumulan problemas de todo tipo, deudas, hipotecas vencidas, las traiciones menos pensadas, y la compra de un producto con un destino desafortunado, entre otras cosas ¿Cómo salir de este ciclo de sueños rotos? Es imposible no recordar "Luna de Avellaneda" al ver "El kiosco". Aquel club de barrio, es ahora el local con todo lo que los chicos querían; y el inminente cierre de ambos, sigue siendo el símbolo del desamparo y una etapa que se cierra y sobre la que nos impiden volver. La película de Juan José Campanella, se estrenó en 2004, cuando estábamos comenzando a salir de una crisis social profunda, y necesitábamos de un mensaje de esperanza (que no estoy seguro de que este lo haya dado) que nos invitara a no bajar los brazos; convirtiéndose en un emblema popular que aún hoy es referente. "El kiosco" llega también en una época difícil, en la que nuevamente necesitamos un empujón; eso de tropezar una y otra vez con las mismas piedras; en un año que puede ser reforma de situación; que clama una unión para salir adelante. Todo eso lo encontraremos en el film de Pérez; y aquí es donde marca la diferencia con aquella y la eleva muy por encima. Siempre positiva, "El kiosco" es una propuesta que enaltece los valores y los principios. Más cercana a la entrañable "Cuestión de principios" en este aspecto. Hay cosas que no se negocian y lo fundamental es siempre poder mirar a los ojos al otro. Despojada de la mirada ácida, impostada, incrédula, del film protagonizado por Ricardo Darín; "El kiosco" plantea algo que puede resultar una fábula idealista; y es que quizás, necesitamos volver a creer en los ideales. A la luz de la distancia, "Luna de Avellaneda", si bien es un ícono, su mensaje no resistió el paso del tiempo, con un personaje que se resistía a una oferta laboral para toda la comunidad, por un sueño que ya estaba perdido, y cuyo final termina por darle el último mazazo. "El Kiosco" se aleja lo suficiente de esta consigna, y es lo que nos hace pensar que su llama puede ser perenne, pese a tener una actualidad candente. Plagada de personajes entrañables, que son menos un cliché de lo esperado. En cada uno hay viveza y también corazón, porque son humanos, y son argentinos. El guion se estructura de un modo sencillo, con tres actos bien diferenciados; llega al corazón del espectador, y transmite todas las sensaciones necesarias. Permanentemente se la ve con una sonrisa, y arranca varias carcajadas. Aguarden, también habrá momentos para las lágrimas emotivas, sin golpes bajos, a pura ternura y felicidad. Cuando tenga que mostrar las vicisitudes negativas de su protagonista, nuestro protagonista, lo hará con un tono tan jovial y ameno, que lejos de punzarnos a llorar, hace que le tomemos más cariño a Mariano y queramos de todo su corazón que su suerte, nuestra suerte, comience a cambiar. Pablo Echarri es uno de los actores más carismáticos del país, es el protagonista ideal para esta película. Se la carga al hombro, y nos mete a todos en el bolsillo. Apartado de su rol de galán sudoroso, aquí luce pancita, y ropa holgada, es uno de nosotros, vos, yo, el vecino, cualquiera, quisiéramos ser como él. En el elenco, las presencias de Roly Serrano, Georgina Barbarrosa, Mario Alarcón, Ruben Pérez Borau, y Martín Rocco (a cuya memoria está dedicada la película); suman mucho. Cada uno despliega su cuota de simpatía, y se les otorga su/s momentos de lucimiento. Al igual que sucede con Mariano, son personajes que podemos reconocer en la cercanía. El guiño de una participación especialísima, será uno de los puntos más altos de la propuesta. Párrafo aparte para Sandra Criolani que logra muchísima química con Echarri y le escapa a ser simplemente “la esposa de” o un mero interés romántico. Juntos componen una pareja real, con los problemas cotidianos de muchos. Criolani aporta naturalidad y luz a una Ana que lo necesitaba. Sin grandes artilugios, pero sin caer en lo televisivo; con muchos gags certeros; sin temerle a lo declamatorio y al costumbrismo bien entendido; El kiosco es una película que expone sus principios sin medias tintas. Recuerda también a las mejores épocas de un cine bien nuestro, de barrio, trayéndolo a la actualidad, y sin que se sienta anticuado o remanido. Luego de varios cortometrajes, entre los que se destaca el también excelente "Lo llevo en la sangre" (integrante de Historias Breves 4), Pablo Gonzalo Pérez logra con "El kiosco" una película que penetra en nuestro ser, que nos habla de igual a igual, y nos entrega el aire de esperanza y buenas intenciones que necesitamos. En momentos de golpes diarios, ver algo que nos diga que no todo está perdido, que no todo tiene precio, es algo así como una caricia al alma que nos llama a seguir luchándola.
Con un estilo marcadamente costumbrista, Pablo Gonzalo Pérez (que había sido el coprotagonista de la comedia “Mar del Plata” de Klajman & Dietsch) presenta su ópera prima “El Kiosco” de la que también es el guionista, a través de una historia sencilla que apunta directamente a los sentimientos y a nuestra esencia moral. El protagonista es Mariano (Pablo Echarri), un hombre típicamente común entrado en los cuarenta y en plena crisis, muy poco conforme con su trabajo y que decide, ante la propuesta de un retiro voluntario dentro de la empresa, hacer un cambio en su vida. Varias señales parecen indicarle que está en el momento ideal para hacer ese cambio que se plantea y finalmente, cuando se entera que el kiosco cerca de la casa de su padre, aquel kiosco de su infancia, se encuentra en venta, decide jugarse el todo por el todo y comprar el fondo de comercio del kiosco de Don Arriaga. Invertirá no solamente la totalidad de su retiro voluntario sino también el producto de la venta de su auto e inclusive, algunos ahorros que tenían reservados para el pago de un par de cuotas de la hipoteca de su casa. El entusiasmo inicial de ese lugar que remite a los recuerdos de su niñez, a la vuelta al barrio, a una proximidad con su padre, comenzará a generar cierta fricción en la pareja y sobre todo, en la mirada de su suegra que obviamente ve a ese emprendimiento como algo menor, algo que su hija no merece y que implica poner en riesgo toda la economía familiar. Todo estalla cuando Mariano descubre que la venta del fondo de comercio fue un completo engaño, que Arriaga se desprendió de ese local mintiendo abiertamente en los motivos de su decisión y omitiendo decir que sabía la calle sobre la que está ubicado su kiosco será próximamente cerrada al tránsito para hacer un viaducto. Tal como le ha pasado a tantos comerciantes ante la realización de obras municipales que van a favor del progreso de la ciudad pero que en muchos casos atentan y condenan a los emprendimientos más pequeños, Mariano no sabe qué hacer como para poder enfrentar la inminente crisis económica. Este problema irá tiñendo la relación con su mujer, instalándose un mal clima familiar que va haciendo cada vez más compleja la situación. Pablo Gonzalo Pérez va tejiendo una historia sencilla sin grandes pretensiones ni con intentos de “bajar línea” sino que poco a poco, y a pesar de algunas situaciones algo desajustadas dentro del guion –que se sostienen y se dejan pasar justamente por ese tono de comedia costumbrista que plantea la propia historia- “EL KIOSCO” va creciendo a medida que el personaje de Mariano se va enfrentando con sus diversos estados de ánimo, con su frustración, con el desengaño de la estafa y con el haberse jugado hasta sus últimos ahorros en ese emprendimiento. Se podrá decir que “EL KIOSCO” se ve algo resentida por un tono demasiado televisivo en alguna de las situaciones y por personajes algo esquemáticos en su desarrollo que no le permiten demasiado crecimiento en las líneas secundarias del relato, pero indudablemente gana cuando apunta directo a los sentimientos. Por debajo de una historia que se plantea en el contexto de crisis y de realidad política que la hace tan actual y tan vigente, esta historia con la que de alguna manera es sumamente sencillo identificarse y verse reflejado en alguna de las situaciones que atraviesan los personajes, se va tejiendo una trama donde lo más importante es el mensaje sobre los valores y el cómo enfrentar a los pequeños dilemas morales en lo cotidiano. ¿Seguimos firmes en nuestros ideales y los principios de cada uno o nos traicionamos sumándonos a la ley del “sálvese quien pueda”? ¿Educar a los hijos con el ejemplo o hacer la típica del “haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”? En estos pequeños debates éticos sin grandilocuencias, “EL KIOSCO” sorprende positivamente porque logra, sobre todo en su último tramo, dejar un mensaje contundente sobre el verdadero cambio que tendríamos que lograr a nivel sociedad para que de una vez por todas, las cosas empezaran a funcionar y apareciera un verdadero cambio de paradigma. El film de Pablo Pérez se transforma de esta manera en una pequeña parábola de no darse por vencido, de no traicionarse y seguir firme en esa escala de valores que no debe alterarse bajo ninguna excusa ni ningún pretexto: poder mirar a los hijos a los ojos y saber que uno ha sido fiel a sí mismo, a pesar de las circunstancias y a pesar de lo que suceda en el alrededor. Uno de los puntos fuerte de la ópera primea de Pérez es el protagónico absoluto de Pablo Echarri que vuelve a desplegar su mejor versión -después de la fallida “Happy Hour” estrenada recientemente-, y sabe articular los mecanismos para que ese tipo de barrio, conflictuado y en el medio de una gran encrucijada y una fuerte crisis personales, tome cuerpo y sobrelleve el peso del relato. En roles secundarios Georgina Barbarossa, Roly Serrano y Mario Alarcón aportan sobradamente el oficio y carisma necesarios para completar este fresco barrial y familiar sobre el que se basa la película y Sandra Criolani (a quien habíamos visto en “No te olvides de mí”) en el papel de la esposa de Mariano es, sobre todo en el primer tramo, quien encuentra más dificultades para ponerle el cuerpo a su personaje. Con ese tono de fábula urbana y apuntando directamente a los sentimientos “EL KIOSCO” es una agradable sorpresa que cierra con una vuelta de tuerca creativa e interesante, una historia donde se ponen los valores en primer plano y donde, a pesar de todo, reflexionamos sobre el valor de las segundas oportunidades. .
Cuando se dice que en el cine nacional se adolece de guiones, es por la misma razón que se adolece de guiones en la industria a nivel mundial: porque el segundo acto es débil. El segundo acto es la película, es el nudo, el conflicto, es lo que mantiene nuestro interés. Si decir esto les parece obvio, entonces cabe preguntar ¿por qué nuestros realizadores no lo aplican con más frecuencia? Es como si aplicar (o siquiera hablar) de estructura en un guion fuera un pecado terrible que mata la creatividad. Como si estructura fuera sinónimo de límites, cuando en realidad una cosa no quita la otra. Un Kiosco razonablemente en orden Si bien posee una pequeña contra en su resolución, bajo ningún concepto se puede negar que El Kiosco tiene un segundo acto sólido. Es una propuesta que busca la manera de hacer interesante a una de las locaciones más cotidianas de nuestro día a día, y lo hace a través de herramientas útiles, infalibles, pero olvidadas con demasiada frecuencia en el cine patrio. Hablamos de cuestiones sencillísimas como tener un personaje querible, tirarle obstáculos constantemente, sostener la tensión en las escenas, establecer y rematar situaciones tanto dramáticas como humorísticas. Todo esto teniendo en cuenta la realidad argentina, y esas cuestiones estratégicas y comerciales que solo puede saberlas un kiosquero. Por lo menos de la manera en la que lo propone la cinta. El Kiosco tiene guion tan seguro de sí mismo que no necesita embellecer de más su puesta en escena y no requiere más trabajo del necesario a nivel interpretativo. Simplemente apunta a desarrollar una historia lo más sólida posible, contrata equipo y actores capaces, y lo demás sale solo. Sin embargo, es necesario señalar que si bien a Pablo Echarri se le creen todas las emociones que transmite al encarar el derrotero de su personaje, uno no puede evitar notar que es él mismo haciendo de Kiosquero, más que un personaje que se convierte en uno. Aunque la resolución argumental pueda parecer mágica para algunos, la resolución temática está en regla. Dicho tema es cómo la necesidad, si no se la pone en contexto, nos puede convertir en monstruos. Porque claudicar ante ella muchas veces significa no solamente la renuncia a nuestras aspiraciones, sino a los principios que forjan nuestro carácter. Esos que no podemos perder ni ante la mayor de las frustraciones.
Una película de mirada costumbrista que tiene una primera parte previsible, de situaciones reconocibles, el hastío de un trabajo rutinario, el sueño del cuentapropismo, las deudas por la vivienda y la nostalgia barrial asomando rápidamente. Toda una realidad que choca con un mundo sin escrúpulos donde casi todos se aprovechan del engaño y practican el sálvese quien pueda, frente un protagonista capaz de seguir con una posición moral que tendrá su justicia poética. Desde la mitad en adelante comienza un clima de agobio y el respiro de no “tener salida” que en vez de caer en la desesperación final se encamina a un barajar y dar de nuevo. En un proyecto hecho a pulmón, Pablo Echarri le pone el hombro, su talento y es la película, junto a un ladero de fierro que es Roly Serrano. A su lado una esposa un poco desfasada en edad para ser la compañera de Echarri, un personaje desdibujado, una suegra graciosa, encarnada por Georgina Barbarrosa y un vecino engañador a cargo del siempre eficaz Mario Alarcón. Con momentos logrados y cierto encanto.
Neocostumbrismo seco y milagregro La película escrita y dirigida por Pablo Gonzalo Pérez adhiere a la vieja nostalgia barrial pero evita el grotesco y la misoginia. Habría que ver qué se entiende por costumbrismo. Si se trata de una forma de tipismo, en la que personajes, ambientes y “caldo” social y cultural en el que flotan se ven parejamente sometidos a la ley del estereotipo, esta película protagonizada por Pablo Echarri no lo es. Si lo que se pone en juego es en cambio la mera topografía barrial, la condición loser de sus seres de clase media-baja y el peso que la nostalgia adquiere en este universo inconfundiblemente porteño, entonces en cierta medida podría serlo. Pero sólo en cierta medida. Tras algunos exponentes tardíos de los años 90 (Convivencia, El verso, De mi barrio con amor, todas con Luis Brandoni), el costumbrismo había abandonado el sistema del cine argentino, y Brandoni junto con él. Cosa que le hizo muy bien, ya que le dio oportunidad de reciclar su fibra en una gran muestra de realismo urbano, como Un gallo para Esculapio (primera temporada). De neocostumbrismo seco podría calificarse El kiosco, si se desea. Hastiado de trabajar en la misma oficina desde hace 20 años, cuando el jefe ofrece retiros voluntarios Mariano (Echarri) decide aceptarlo. Seguramente tendrá en la cabeza el kiosco del barrio, que su padre (Rubén Pérez Borau, excelente) le comentó que el dueño estaba queriendo vender. Como de chico iba a ese kiosco todos los días, un toque de nostalgia se cuela en su visita al local, que sigue atendiendo don Irriaga (Mario Alarcón). Arregla el traspaso, hipoteca su casa y lo compra, después de que don Irriaga le comenta que el kiosco es muy buen negocio. Su esposa Ana (Sandra Criolani) observa todo con desconfianza, y su nuevo amigo Charly, el pizzero, le da una mano, aunque tratándose de Roly Serrano uno tiene la sensación de que así como se la dio en cualquier momento se la quita. El golpe vendrá sin embargo por otro lado, y será mucho más duro de lo esperado, por lo cual Mariano deberá ingeniarse para salir de ésa. Dentro del cotidianismo en el que se mueve la película escrita y dirigida por Pablo Gonzalo Pérez, hay males que, por suerte, no hacen su aparición. El chirriante grotesco es remplazado en ocasiones por algunos toques de absurdo que funcionan. La teatralidad de las actuaciones que caracteriza al costumbrismo se trueca aquí en una bienvenida sobriedad general, con Echarri tan bien parado como siempre y el hallazgo de Rubén Pérez Borau. Cuando aparece, el nostalgismo es rebatido, como el resultado que a Mariano le da haber comprado su bello recuerdo de infancia. Tampoco hay asomo de misoginia, un clásico en aquellas películas. Sin embargo, después de informarlo la película parece olvidarse para siempre de una crucial novedad que Ana le comunica a Mariano. Lo cual hace pensar que importa más lo que le pasa al marido que a la esposa. El plano final, una extemporánea referencia a Nuestra Señora de los Milagros, sugiere que sólo una intervención divina salvará al pobre Mariano. Una suerte de deus ex macchina indirecto, que toma al espectador por asalto.
Cansado de su trabajo monótono como oficinista, Mariano aprovecha la oportunidad de un retiro voluntario para avanzar en su vida ¿Como? Comprando el kiosco al que iba desde niño pero pronto ese emprendimiento se verse afectado al enterarse que cortaran la calle para hacer un viaducto. Con ese conflicto ya anunciado El kiosco refleja la Argentina de hoy desde la comedia. Un dolar inestable, la difícil incersion laboral y la lucha constante para llegar a fin de mes, esta historia es identificable a cualquier publico. Con personajes bien definidos y acertados, El kiosco se sostiene de un guión solido con giros inesperados que resultan favorables además de las brillantes interpretaciones. Pablo Echarri demuestra una vez mas la versatilidad como actor, sea acción, romance o comedia, el va a hacerlo brillante. La química con Roly Serrano es genial y saca sonrisas cada vez que enfrentan un conflicto. Georgina Barbarrosa por otro lado me pareció por momentos sobre actuada. Grandes momentos en cada escena Debo decir que pese a que la historia cumple, al que sea comerciante o empleado de comercio podrá objetarle algunos detalles. Aun así El Kiosco es entretenida y representa una vez mas un acierto al cine nacional.
El Kiosko es una película sin grandes pretensiones que construye un relato honesto sobre una sociedad egoísta que no sólo piensa en sí misma, sino que es un instrumento en donde la mayoría son títeres o esclavos de esa divergencia. Con actuaciones secundarias muy sólidas, donde los personajes crean un ambiente que distiende y hace reír con poco de manera efectiva, esta película Argentina se puede jactar de ser un producto localista hasta en su manera de solucionar los conflictos, ésa pequeña fisura donde podemos ver al autor. Por otro lado, y -desde mi punto de vista- el protagonista, interpretado por Pablo Echarri, sigue una dirección bajo el libreto que desnuda una violencia ante lo que le sucede, que impide cierta compatibilidad con el género, como la necesaria complicidad con el espectador. Este gusto amargo se soluciona con una trama que habla de los valores, tema principal de la película y que es eficaz en el momento de hablar de un problema social en el que el protagonista se encuentra inmerso, y donde –el salir- lo convertiría en un perdedor ante la gran mayoría, y del cual el espectador está implicado.
Un disparador de reflexiones sobre la idiosincrasia del ser argentino Una esposa, una pequeña hija, y una hipoteca, que pagar con el sueldo bueno y seguro de un trabajo monótono y aburrido dentro de una oficina, son los satélites que componen la existencia de Mariano (Pablo Echarri), pero que, al estar en una edad en la que no vislumbra un crecimiento laboral importante, toma la decisión de su vida, la de patear el tablero, aceptar el retiro voluntario y jugarse el todo por el todo en comprar el kiosco, a donde iba cuando era chico, para tener algo propio y poder trabajar a gusto. Ese es el planteo inicial del debutante Pablo Gonzalo Pérez, quien luego de ocho años de producción pudo concretar el sueño de contar una comedia dramática actual, aunque los inconvenientes que tiene que enfrentar el intérprete principal, remiten a épocas pasadas. Cuando Mariano se entera de que el kiosco del barrio de la infancia, donde fue feliz, está en venta por su dueño de siempre, Don Irriaga (Mario Alarcón), resulta ser el motivo suficiente como para arriesgar la estabilidad económica familiar, con el objetivo principal de sentirse realizado. Luego de una tibia resistencia de su mujer Ana (Sandra Criolani), se embarca en esta ingenua locura. Pero, en pocos días, la alegría su transformará en una gran decepción al tomar conocimiento de que la calle donde está ubicado su local va a ser cerrada durante varios meses para construir un viaducto ferroviario. De aquí en más, la suerte no lo acompañará. Una prolongada racha negativa lo castiga sin darle un respiro. Parece no tener fin. El relato vira hacia la tragicomedia. Siente el protagonista que, traicionado por los recuerdos y nostalgias de una niñez feliz, va a perder absolutamente todo. La narración se mantiene dinámica en todo su desarrollo. En cada escena pasa algo que influye en las próximas, no están de relleno, y el resto del elenco aporta su grano de arena para que la historia también funcionen. Como el papel de Charly (Roly Serrano), un pizzero vecino que ayuda en todo momento, desinteresadamente, al héroe de esta narración.. Las desventuras que sufre la clase media de nuestro país están perfectamente ejemplificadas en este film costumbrista, y actúa como un buen disparador de reflexiones sobre la idiosincrasia del ser argentino. Esos mismos cuestionamientos que atormentan la mente de Mariano, al mantener una lucha interna entre buscar a un cliente incauto y desprevenido para engañarlo, como lo hicieron con él, y venderle el kiosco, o continuar siendo fiel a sí mismo, decente y honrado, para asumir la difícil situación tal cual está planteada y morir con las botas puestas.
Esta es la ópera prima del director y guionista Pablo Gonzalo Pérez, comienza haciendo una referencia a la crisis económica que vivimos a diario, a través de la información que escucha el protagonista en la radio mientras va y viene de su trabajo, un padre de familia, en este caso Mariano (Pablo Echarri, “Al final del túnel”, “Happy hour”), tiene una vida rutinaria y a sus 46 años está harto de trabajar en esa oficina y se desarrolla en algo que no le gusta, la paz la encuentra en su casa junto a su esposa Ana (Sandra Criolani) y su hija Belén. Mariano invadido por los recuerdos de su niñez, visita el kiosco de aquellos años, allí sigue a cargo Don Irriaga (Mario Alarcón, “Mamá se fue de viaje”), después de ese reencuentro con parte de su pasado decide dar un giro a su vida, termina aceptando el retiro voluntario en su trabajo y compra ese negocio, a puesta todo a este emprendimiento. Pero al poco tiempo la calle es cerrada y queda aislado por la construcción de un viaducto (toca un tema de actualidad que afectó y afecta a varios comerciantes). Ante tal desesperación de perderlo todo monta en cólera, está furioso, va agotando todos los caminos, su único cable a tierra es un pizzero y curandero que tiene su negocio a la vuelta Charly (Roly Serrano, ya trabajo en un corto con este director en “Te llevo en la sangre”), además hay otros personajes que van aportando situaciones divertidas, románticas y emocionantes. Retrata ciertas personas, a los que estafan, a los que se juegan por una idea, a los que tienen principios, sueños y a los luchadores ante la adversidad. A veces no hay que bajar los brazos, una historia que te lleva a la reflexión. Dentro de los créditos finales hay escenas extras.
Mariano no está conforme con su trabajo. Un empleo burocrático lo mantiene adosado a un salario fijo; las vacaciones, el aguinaldo que ayudan a la estabilidad de un hogar feliz, con una esposa comprensiva y una nena en la primaria. La posibilidad de un retiro voluntario, la charla con algunos compañeros que lo desmoralizan aún más respecto al futuro de la empresa, lo ayudan a decidirse. Su padre jubilado le dará el empujoncito final. Le habla del kiosco del barrio que se vende. Hay razones emotivas que unen a Mariano con ese kiosco. Fue el primer lugar adonde fue solo. Eso y otras pequeñas cosas contribuyen a que se encuentre al frente del pequeño negocio. Pero los tiempos de bonanza no son muchos y un desvío de calle, que también va a ayudar a desviar a la gente del lugar, lo sumerge en un drama. De eso trata "El kiosco", un ícono nacional. Mínimo emprendimiento que con no demasiado capital permite un pasar potable en un país siempre en crisis. De los problemas que su nuevo dueño tiene que pasar trata esta ópera prima de Pablo Gonzalo Pérez. LUGARES COMUNES Conocemos a Pérez de aquella "Te llevo en la sangre", una de las "Historias breves" que en 2004 levantaron la edición IV, un clásico cinematográfico nacional. Su atractivo tema, bien llevado, con interesantes personajes, lo destacaron del resto. También Roly Serrano formaba parte del elenco. "El kiosco" es un filme a medio camino, con abundantes lugares comunes, cierto manejo que recuerda las producciones televisivas masivas de la década del "80 y un humor pasatista pleno de clichés. Ni los personajes, en general estereotipados, escapan a esta fórmula. Sólo es posible rescatar las actuaciones. Bien Echarri en su Mariano, con un Roly Serrano que se mete al público en el bolsillo con su "pizzero sanador". El elenco se completa con Georgina Barbarossa, que hace lo que puede con esa suegra con atributos que no escapan a un modelo gastado de la televisión, y Mario Alarcón como el kiosquero de la infancia.
" EL Kiosco", una manera de vivir (Por Patricia Chaina) Mariano, el kiosquero; es un personaje entrañable. Brilla con luz propia en la cartelera de cine de la temporada. Tiene un plus, lo compone Pablo Echarri, con tanta pasión y entereza como las que puso al servicio de San Martín en “Belgrano” (2010), o del malvado Galareto en “Al final del túnel” (2016). Echarri es un actor versátil en su postura interpretativa. Esto potencia la propuesta de “El kiosco”, una película simple, realista y amena, dirigida por el debutante Pablo Gonzalo Pérez (en Historias Breves IV se destacó su corto: “Lo llevo en la sangre” sobre la pasión futbolera: Chacarita Vs. Atlanta). En “El kiosco”, Perez recurre al costumbrismo para contar una historia típicamente argentina, inquietante en su desarrollo y divertida en sus toques de comedia. Una mezcla interesante para un relato sin pretensiones grandilocuentes. El kiosco de barrio se ubica como emblema de la mística infantil, de la añoranza por los sueños y la esperanza. Desde ahí seduce y le ofrece a Mariano, el protagonista de esta historia, la posibilidad de darle un giro a su vida de rutinario oficinista. Pablo Echarri es sólido en su composición. Pero su personaje gana cuando el humor se despliega en la dupla que juega con Charly, “el pizzero de la vuelta” (Roly Serrano), o en las escenas con Elvira (Georgina Barbarossa), “su suegra”. Sandra Criolani, como Ana, su amada y racional esposa, es el contrapunto desde donde su personaje transmite ternura o angustia, dolor o ilusión. La realidad será su peor enemigo. Y la red solidaria de vecinos, familia y amigos es lo único que, si puede sostener, le permitirá una salida. Entre la desesperanza y el ahogo, y contada desde la rítmica televisiva del costumbrismo, la película habla de la esperanza y del sentido de la vida, en un mundo atravesado por la incertidumbre económica, el engaño y la hipocresía. FICHA: Título: El kiosko (Argentina/2019). Dirección y guion: Pablo Gonzalo Pérez. Elenco: Pablo Echarri, Roly Serrano, Georgina Barbarossa, Sandra Criolani. Duración: 94 minutos. Calificación: Apta para todo público.
El sueño del pibe puede convertirse en una realidad. Al menos eso le pasa a Mariano (Echarri), quien un día se harta de la rutina de la oficina y decide tener "algo propio", independizarse, porque era momento de "pegar el salto". "El kiosco" tiene un tono demasiado costumbrista, por momentos similar al de una telenovela de Pol-Ka, lo que no le hace tan bien a la película, pero sus personajes van soltando frases con las cuales es fácil poder espejarse. "La clase media no puede soñar" se oye en la radio y es una cita que rebota cada día en la sociedad argentina. Los temas que se abordan son un retiro voluntario, salir de la crisis, llegar a fin de mes y sobrevivir a un sistema opresor que navega entre el consumismo extremo y la falta de valores. En ese contexto, Mariano decide irse de la empresa donde trabaja y con el dinero del retiro comprar un kiosco, el mismo que le iluminaba la cara cuando era un pibe y entraba con la pelota Pulpo de goma a comprar figuritas. Pero el dueño don Irriaga (Alarcón) ya no es el que era, porque le ocultará que detrás de la venta hay una trampa. La película reafirma la importancia del amor y la amistad, tiene un toque de nostalgia y algo de melodrama. Pero levanta al final y te invita a una media sonrisa.