El pasado muy próximo La historia argentina encierra innumerables películas. Bien lo sabe Héctor Olivera, quien ha dedicado varios opus de su filmografía a evocar y recrear episodios memorables: La Patagonia rebelde, La noche de los lápices, y otras más. Y la historia del mural que pintó David Alfaro Siqueiros en la quinta de Natalio Botana, con la trama de relaciones que se tejió en torno a él, bien merecía su largometraje. La nueva creación de Olivera se anunciaba como una superproducción histórica, con un amplio elenco estelar y, después de la fallida Ay, Juancito como pintura del peronismo, estábamos un poco atemorizados. Una prevención que el crítico debería ignorar, pero que a veces se impone. Hay que hacerle justicia: este último film trae una excelente reconstrucción de una época muy polémica, cuando el fascismo se hacía fuerte en la Argentina y las Fuerzas Armadas y la oligarquía trabajaban mancomunadas en la construcción de un país ignorante de la democracia. A estas tierras llega en 1933 el marxista Siqueiros, ya famoso como uno de los muralistas mexicanos que, con Gabriel Orozco y Diego Rivera, pusieron su arte al servicio de las causas sociales. Mal podía ser recibido en esa sociedad, donde lo más progresista eran la ideas feministas que Victoria Ocampo proclamaba en su quinta de San Isidro ante señoras paquetas en pro de reeducar al varón. La recreación de época es uno de los puntos más altos del film. Olivera nace en esa década; por su edad y por sus relaciones sociales y profesionales, bien puede haber conocido directa o indirectamente historias de esos personajes, y su versión de los hechos resulta muy ajustada y respetuosa. Los escenarios también fueron recreados sabiamente: la redacción del diario Crítica en estudios y para la ambientación de la quinta Los Granados de Don Torcuato -hoy demolida- eligió una estancia bellísima localizada cerca de Azul, que comparte con aquella el estilo español mudéjar y da un marco apropiado para ambientar la vida de fasto de uno de los personajes más poderosos del país en su momento. “Los presidentes pasan y nosotros quedamos”, dice Botana a su hijo en un retrato muy gráfico -y muy actual- del lugar de los medios en la sociedad. Hay algunas licencias -cuesta creerse el desfile con fotos de Hitler y Mussolini y banderas nazis- concebidas con un fin didáctico, para mostrar las ideologías imperantes. El otro logro es el de las actuaciones, muchas de ellas excelentes: Luis Machín interpreta con notable naturalidad a Botana en toda su omnipotencia, y Bruno Bichir es un vívido Siqueiros, que vibra con sus ideas. El muy joven Camilo Cuello Vitale sale airoso en un difícil papel como el hijo mayor y heredero del imperio, y Ana Celentano está impecable, como siempre, en el personaje tan dramático de Salvadora Medina Onrubia, la mujer del magnate. En cambio, no resulta acertada la construcción de los personajes y la manera de plantear las situaciones, y esto debilita el film. Si bien estos elementos son fieles, resultan demasiado estructurados, demasiado esquemáticos, tanto que bordean la caricatura. Por supuesto, debió hacerse un recorte de los hechos, y éste no siempre resulta acertado. Los personajes no tienen matices: la musa Blanca Luz Brum sólo está para seducir a cuanto hombre poderoso se le presente, sea Botana o Pablo Neruda, incluso su obra poética está banalizada, y Carla Peterson no aporta otras facetas al personaje. El retrato de Salvadora es lamentablemente pobre, presentada como una loca apasionada y drogadicta, sin considerar sus talentos: el importante papel que cumplió ella también en el diario Crítica, su tarea como activa feminista, o su obra literaria. En la larga lista de personajes aparecen también los ayudantes del pintor: unos jóvenes Castagnino, Berni y Spilimbergo, quienes no llegan a decir una palabra. Muy declamatoria, con frases altisonantes, la película cae en el vicio del cine argentino de verbalizar lo que ya está dicho en la imagen. Las contradicciones propias del momento también son gruesas: Salvadora acude a la manifestación obrera en su Rolls Royce con chofer, y allí salva por igual a anarquistas y policías... para incorporarlos a su servidumbre. Las escenas de sexo, por otro lado, parecen subrayar el aspecto salvaje que subyace bajo la pátina de elegancia. En el BAFICI 2006, el jurado de la FIPRESCI -que me tocó integrar- dio su premio a Los próximos pasados, documental de Lorena Muñoz que investigaba el destino que había corrido el mural de Siqueiros, fraccionado y encerrado en un contenedor durante años de litigios judiciales, hasta que en estos días vuelve a ser expuesto gracias a su rescate y restauración, promovidos en parte por el documental. El mismo no ahondaba en la gestación y elaboración de la obra, ni en las pasiones que se desarrollaban a su alrededor. El film de Olivera es la contracara de aquel trabajo: cuenta todo lo que había quedado afuera. Pero se permite un paneo muy similar al de Los próximos pasados por todo el mural, en verdad una reconstrucción, porque el original restaurado aún no está expuesto. La gruesa escena final anuncia la degradación que sufriría esa original pieza de arte.
La belleza del mural Ejercicio Plástico, creado por David Alfaro Siqueiros (interpretado por Bruno Bichir) con la ayuda de Lino Spilimbergo (Martín Salazar), Antonio Berni (Nahuel Cano) y Juan Carlos Castagnino (Javier Drolla) en el sótano de la mansión de Natalio Botana (Luis Machín) y todas las circunstancias que rodearon su realización, son el puntapié inicial de esta historia. Ambientada en la Argentina de los años ’30, El Mural relata el tiempo que pasó en nuestro país el extraordinario artista mexicano junto a su mujer, la bella y rebelde poetisa Blanca Luz Brum (Carla Peterson), cuando aquél fuera invitado por Victoria Ocampo a dar una serie de conferencias sobre arte en la Asociación que ella presidía. El muralista, quien además no había podido concretar su sueño de pintar en los silos del puerto, aprovechó la ocasión para exponer sus ideas comunistas y revolucionarias, por lo que las conferencias fueron canceladas. Es entonces cuando el ambicioso fundador del diario Crónica aprovecha la situación; ofrece al pintor casa y comida para que prolongue su estadía en el país y llevara a cabo la famosa obra en el lugar que luego destinaría a sus ratos de ocio. Blanca Luz no tarda en conquistar al mecenas de su esposo, y no duda en traicionar a Siqueiros. Botana se rinde ante la belleza de la escritora y en su propia casa engaña a Salvadora, su anarquista y depresiva esposa, encarnada de manera brillante por Ana Celentano. La densa trama en la que se mezclan infidelidades, pasión por la defensa de los ideales, política y corrupción involucra a muchos personajes. Todos son intensos y fuertes, encarnados por actores de trayectoria compenetrados en sus papeles. Es aquí en donde se evidencia la mano de un director que sabe lo que busca: a pesar de la cantidad de personajes y de sus complejas realidades, la línea argumental no se diluye sino que, al contrario, cobra fuerza y significado en cada uno de ellos. La belleza está presente durante todo el film a través de una puesta en escena impecable. La música, la iluminación, ambientación, el vestuario… Es estética pura cuidada al detalle. Absolutamente todo en este film demuestra el trabajo impecable del consolidado Héctor Olivera —director de La Patagonia Rebelde, El Caso María Soledad, Ay Juancito, entre muchas—, capaz de llevar a la pantalla una verdadera obra de arte.
Oculto para ser visto El Mural es la última producción de Héctor Olivera, prestigioso realizador y productor argentino, premiado dos veces con el Oso de Plata en el Festival Internacional de Cine de Berlín, por recordadas películas como “La Patagonia rebelde” y “No habrá más penas ni olvido”, y director entre otros films también premiados como La nona, La noche de los lápices y su último film Ay Juancito. En la mayoría de los casos, plasma en el cine la realidad de un país que confecciona incidentes a diario. En este caso se sumerge en parte de una historia donde la política, el arte, la literatura, las pasiones y los dramas familiares se barajan de una manera única. E imaginar una trama así, con la posibilidad de que sea cierta, pocos realizadores serían capaz de abordar. Menciona cuando el muralista mexicano, David Alfaro Siqueiros (Bruno Bichir), llega al país en los años treinta para exponer y dar una conferencia. Además con el deseo de pintar un mural con temática revolucionaria en un gran silo de granos ubicado en La Boca. Todo se frustra. Y el millonario Natalio Botana (impecable Luis Machín), poderoso editor del diario Crítica y amigo del Presidente de la Nación Agustín P. Justo (Luis Campos) le propone pintar un mural en el sótano de su quinta Los Granados, una gran mansión ubicada en las afueras de la ciudad. Siqueiros acepta el trato, llama a su mujer Blanca Luz Brum (Carla Peterson), que había dejado en Montevideo. La cinta, con Los Granados como escenario, entre celos, muertes, enfrentamientos y una contradictoria Salvadora Medina Onrubia, (la siempre correcta Ana Celentano), hacen que la mansión se transforme en un campo minado, y que cualquiera lo pueda hacer estallar. La película es sumamente correcta en detalles de vestuario y escenografía, al igual que la mayoría de las interpretaciones, que dan una imágen casi calcada de la época. El film pasa cortesmente, pero deja pocas sensaciones en su camino, quizás falta de dramatismo (por ejemplo en la escena de la muerte) o las pasiones que eran desmedidas, pero poco transmitían. La historia impacta por el contenido y por las personalidades que convivieron y transitaron por esos jardines: Pablo Neruda (Sergio Boris), entonces Vicecónsul chileno en Buenos Aires y amigo personal de Siqueiros.
Simple fresco sobre la hipocresía argentina Plasmar en una sola película de menos de dos horas de duración la rica historia del muralista David Siqueiros y su relación con Natalio Botana saliendo airoso es casi imposible. No por la falta de capacidad de quien emprenda proyecto de tal magnitud, sino por la cantidad de historias que se derivan de un conflicto del que participaron notables figuras del siglo XX y que debido a su riqueza pueden hacerlo desbarrancar para convertirlo en un pastiche. Aunque debemos aclarar que este no es el caso de El mural (2010) y que más allá del clasicismo que atraviesa el relato, Héctor Olivera (La noche de los lápices, 1986) sale airoso de tamaña hazaña. En plenos años 30 Natalio Botana, dueño del influyente diario Crítica de Argentina contrata al mexicano David Siqueiros para que pinte un mural en el sótano de su casa. En el medio de este hecho habrá traiciones, infidelidades, muertes, mentiras, corrupción, derrocamientos políticos y todo lo que a uno se le pueda ocurrir y más. ¿Cómo narrar una historia tan rica en sus personajes sin convertir todo en una ensalada inentendible? ¿Y cómo lograrlo si tenemos en la historia a Siqueiros, Botana, Pablo Neruda, Victoria Ocampo, Antonio Berni, Spilimbergo, etc. y etc.? La respuesta es simple y sencilla: no salirse de los protagonistas haciendo que el resto acompañe el relato sin darle una impronta innecesaria, por más que uno crea lo contario y por momentos piense que no están desarrollados como se merecen. Por eso El mural articula el relato entre Siqueiros y Botana, mientras el resto acompaña en la dosis justa. Entre tanta historia el film pone al desnudo lo peor de la sociedad de aquella época de la misma forma que Plegarias Atendidas de Truman Capote lo hacía con la alta sociedad neoyorkina. Un grupo de personas sin ningún tipo de escrúpulos no escatimarán en limitaciones a la hora de la traición. Esos personajes, tan ricos por si solos, son uno de los puntos más fuertes de El Mural. Tanto Luis Machín (Botana), como el mexicano Bruno Bichir (Siqueiros) y Carla Peterson como Blanca Luz salen airosos, creando y no caricaturizando o imitando a los reales, como sucede en lamayoría de las bipic cinematográficas. Aunque sin duda, y una vez más, es Ana Celentano la que vuelve a sorprender con una construcción antológica que derrapa todos los matices que un actor puede brindar. Pero ese mundo de hipócritas que solo abarca a un grupo de personas, tal vez las más notables una época, sirve para reflejar un momento sociopolítico que se mantuvo vivo en nuestra historia. En uno de los fragmentos del film -que Olivera resuelve elípticamente de manera correcta - se pone al descubierto como Crítica tapó el asesinato de un senador con la muerte de Gardel (no es que Botana mandó a matar al “Zorzal Criollo” sino como se manipuló todo para que un caso tomara mayor relevancia que otro), algo que hoy en día es moneda corriente, no solo en Argentina sino en todo el mundo. Plásticamente se recurrió a grandes creadores para lograr una notable reconstrucción de época que no escatima en planos generales con cientos de extras, locaciones reales, y una cantidad incontable de trajes acompañados por la fotografía de Félix Monti que le otorgo un color añejado pero a la vez con la luminosidad que el film necesita. A pesar de lo mucho que había por abarcar y de lo ambicioso del proyecto, El mural no se descarriló y contó una historia concisa, narrativa y clásica. Si usted buscaba eso, dio con la película correcta caso contrario vaya a ver Nuevo Cine Argentino.
El famoso “Mural de Siqueiros” es uno de las creaciones artísticas más exóticas y extravagantes que ha conocido nuestro país. Encargado por el director del polémico diario “Crítica”, Natalio Botana, el pintor mexicano, de nombre David, comenzó a pintar algo que, según el, iba en contra a su lucha socialista: hacer arte en el sótano de una mansión solamente para regocijo de sus huéspedes. El tiempo pasó, los familiares fallecieron, pero esas paredes quedaron solas y descuidadas, hasta que por orden presidencial se retiraron por separado los moldes del depósito donde se encontraban, fueron restaurados y hoy son exhibidos en el Museo de la Aduana Taylor en Capital Federal. La última película de Héctor Olivera intenta contar qué sucedió en la gigante chacra del empresario mientras se llevaba a cabo la obra en los pisos de abajo. Y cuando se habla de los sucesos, no solamente se refiere a las relaciones entre las personas, sino tópicos como el convulsionado clima pre fascista, crisis de identidades o el poder de los medios. Como lo demostró en La Patagonia Rebelde, El Caso María Soledad y Ay Juancito, el cineasta sabe cómo mezclar la pasión o los conflictos entre personas y ciertos momentos históricos. En el trabajo más reciente, se centra mucho en las infidelidades, traiciones y deseos de los personajes principales. Desde Siquieros con su mujer, hasta esta última con el mismo Botana. Fiel al estilo del director, incluye numerosas escenas sexuales, algunas reiterativas y otras originalmente filmadas. En el elenco, se destaca Bruno Bichir como Siquieros, el personaje más creíble de la película. Su espíritu bohemio y su entusiasta comportamiento conviven perfectamente en esta encarnación. Luis Machín parece perdido en su rol, como si estuviese haciendo de el mismo viviendo las vivencias de otro. Sin dudas, es un actor notable, que se destacó mucho más este año en su papel de La Mosca en la Ceniza, pero en esta ocasión parece desaprovechado y lejos de parecerse al personaje de la vida real, tanto física como dialécticamente. Ana Celentano, una actriz de cine que empieza a ganarse notoriedad en el público, vuelve a cautivar con un personaje con problemas psicológicos. Acompaña correctamente al elenco Carla Peterson, en una osada labor. La ambientación de época, quizás un poco acartonada por la rígida dirección de extras, logra trasladar al espectador a los años treinta mediante el diseño de vestuario y de escenografía Hay que criticar lo densa que se vuelve la narración por momentos. A la película, a pesar de durar poco menos de dos horas, le sobra una decena de minutos. Es que, sumado a esa lentitud, la historia pronto pierde su foco y se torna redundante. Enfoca casi exclusivamente las relaciones amorosas como espectáculo principal, dejando de lado la influencia que tenía el matutino en esa época, la avasallante personalidad e inteligencia del director del diario y las negociaciones que se efectuaban con el poder político. Aspectos que al principio de la película amagan con ser profundizados, pero luego son desarrollados a medias. Por lo tanto, la belleza, tanto corporal como plástica, está omnipresente en todos los fotogramas, convirtiéndose, de esta manera, en el tema protagonista de la cinta, recomendable para los seguidores de Oliveras o aquellos que quieran saber más sobre unos de los hechos artísticos en Argentina más importantes del siglo pasado.
Con la prolijidad de una pintura de época La película reconstruye de manera prolija las relaciones cruzadas entre los Botana, dueños del diario Crítica, el muralista Alfredo Siqueiros y su mujer. Entre tanto exceso transcurre la película. Quien haya visto el documental Los próximos pasados (Lorena Muñoz, 2006) o leído alguno de los muchos libros dedicados al mítico empresario periodístico Natalio Botana, conocerá los hechos que narra El mural. En 1933, el fundador del diario Crítica –posible versión criolla de William Randolph Hearst o su posterior avatar ficcional, Charles Foster Kane, motivo de que en una escena se cite a El ciudadano– encargó al mexicano David Alfaro Siqueiros, llegado a Buenos Aires por invitación de Victoria Ocampo, la realización de un mural atípico. Por única vez, el hombre que junto con Diego Rivera y José Clemente Orozco elevó el muralismo a su máxima estatura no cultivaría el arte de masas, en exteriores y de tamaño épico, sino una forma de arte cortesano, para exclusivo consumo de ricos, enclaustrado en el sótano de la mansión que Botana tenía en Don Torcuato. Convencido militante del Partido Comunista mexicano, Siqueiros aceptó a cambio de casa y comida, tal vez con la intención –plenamente contradictoria con su fe ideológica– de vivir durante un tiempo la vida de un magnate. Siqueiros decidió consagrar “Ejercicio Plástico” a su amada, la poeta uruguaya Blanca Luz Brum, a la que recibió en la quinta de su anfitrión. Para la confección del mural requirió la colaboración de unos treintañeros Antonio Berni, Lino Enea Spilimbergo y Juan Carlos Castagnino, a quienes les sumó al escenógrafo uruguayo Enrique Lázaro. Trabajando casi a la manera medieval –un maestro y sus discípulos–, llenaron el sótano de ondulaciones marinas y gigantescos cuerpos desnudos, abolieron líneas rectas y ensayaron técnicas utilizando materiales poco usuales. Mientras eso sucedía, entre bambalinas se desarrollaba un retorcido culebrón erótico que tenía por protagonistas a Botana, su no menos mítica esposa (la feminista, militante anarquista y convencida ocultista Salvadora Medina Onrubia), Siqueiros, Blanca Luz, un caballerizo digno de Lady Chatterley, una institutriz lesbiana... ¡y hasta Pablo Neruda! Al ser los años ’30 tiempos de rebelión y represión, y al tener los dueños de casa activa participación en la política de la época, se entiende que hasta la quinta Los Granados lleguen resonancias que incluyen a los fachos de la Legión Cívica, sindicalistas anarquistas, infiltrados de la policía, copetudos afines a la revista Sur y hasta el mismísimo presidente de la Nación, Agustín P. Justo, amigo personal de Botana. Todos ellos, invitados –juntos o por separado– a la mansión campestre de Don Torcuato. En casa están, a su vez, los hijos de Botana, también famosos a la larga. Y trágicos, en el caso del mayor (que no era hijo de Botana, de lo cual se enteró tarde y mal). Es demasiado, se diría, tanto en términos de subtramas cruzadas como de protagonistas, nombres famosos, derivaciones narrativas y hasta posibles géneros y subgéneros cinematográficos, de la épica histórica al biopic, el drama familiar, la picaresca y el triángulo erótico (no sólo el triángulo, sino el cuadrado, el pentágono y más allá). Olivera y sus coguionistas hicieron sencillo ese posible berenjenal, gracias a un desglose prolijo, ordenado y comprensible, que habilita sin confusiones varias líneas de relato y redondea la figura de los principales agonistas, como si de un fresco se tratara. O de un mural, para decirlo más precisamente. A diferencia del que le da nombre, la película no se aventura en la utilización de técnicas y materiales de avanzada, recurriendo a otras más tradicionales, bastante melladas ya por el tiempo y el uso. Vicio básico de tanto cine histórico, a los personajes les cuesta desprenderse de su condición de “nombres” o figuras históricas. La pose fotográfica prima sobre el volumen dramático. En algunos casos, el trabajo actoral atenúa ese vicio, como sucede con el sobrio Botana de Luis Machín, la sentida Salvadora de Ana Celentano o el encendido Siqueiros del mexicano Bruno Bichir. En otros, el traje parece quedar demasiado grande (el Neruda de Sergio Boris), incómodo (nunca se vio tan trastabillante a Carla Peterson, que hace de la veleidosa Blanca Luz) y llega a dar lugar a la caricatura mímica (el grupo de Berni, Spilimbergo & Cía). En el marco de una reconstrucción de época precisa, cuidada y minuciosa, el mural resultante –El mural, finalmente– es barroco, animado y colorido. Pero en los papeles. En la pantalla luce demasiado plano, almidonado incluso. Antes que surgir de los personajes, las pasiones parecen “puestas”: véanse las escenas de sexo y desnudos, más posadas que genuinas. Hubiera sido necesario ir más allá de la impecable fachada para hacerle honor a tanto exceso. Los personajes y circunstancias de El mural son, se diría, más grandes que la vida. El mural no llega a serlo.
Pasiones y vanguardia artística El mural retrata a la elite porteña de los años 30 con sensibilidad y pericia En los años treinta llega a Buenos Aires el ya por entonces prestigioso muralista mexicano David Alfaro Siqueiros. Aquí toma contacto con las más importantes figuras de la cultura y de la sociedad de la época, entre ellas Pablo Neruda, que se hallaba en el país, y conoce a Natalio Botana, propietario y director del diario Crítica . Ese muralista subyugado por el micromundo artístico y por las más hermosas mujeres que lo rodean acepta un gran desafío: hacer en la quinta Los Granados, de Botana, un gran mural que abarcaría todo el sótano de la finca. Con la colaboración de los pintores argentinos Lino Enea Spilimbergo, Antonio Berni y Juan Carlos Castagnino y el escenógrafo uruguayo Enrique Lázaro, el mural va tomando cuerpo mientras se tejen varios conflictos íntimos que, en torno de Siqueiros, conforman la contradictoria esposa de Botana, la poetisa Blanca Luz Brun y el propio Neruda, a los que se suman figuras tan importantes de esos años como la escritora Victoria Ocampo y el presidente Agustín P. Justo. No era fácil narrar una anécdota que, basada en hechos reales, hiciese pie en un momento decisivo de la elite porteña, pero Héctor Olivera, como ya lo había demostrado en ¡Ay, Juancito! , supo componer con atenta mirada esos personajes que transitaron por la historia argentina. Con una minuciosa reconstrucción de época que abarca desde la mansión de Botana hasta las instalaciones del mítico diario, pasando por calles y lugares típicos de aquellos tiempos, el realizador demuestra una vez más su pericia para retratar a Siqueiros y especialmente a Botana y su familia, insertos estos últimos en las convenciones de la época, y a ello ayuda el casting de sus actores. Así Luis Machín como Botana, el actor mexicano Bruno Bichir como Siqueiros y Carla Peterson, Ana Celentano y Sergio Boris supieron salir airosos de sus respectivos compromisos. No menos lograda es la fotografía de Félix Monti y, sobre todo, la labor de Graciela Galán, que recrea ajustadamente el vestuario de la época. El mural es, pues, un logrado intento de Olivera de sumar a su extensa filmografía un momento más de las páginas de nuestro devenir histórico, y lo hace con el oficio y la sensibilidad que siempre puso de manifiesto en toda su filmografía.
Pasiones cruzadas Filme de época de Héctor Olivera, centrado en dramas sentimentales en torno de la obra de Siqueiros. La historia del mural que el artista mexicano David Alfaro Siqueiros pintó en los años '30 en el sótano de una estancia de Natalio Botana, director del diario Crítica, fue el centro del documental Los próximos pasados (2006), de Lorena Muñoz. La ficción de Héctor Olivera, un filme de época, un fresco social y un pantallazo político de esa década, toma este tema, pero pone el énfasis en los dramas sentimentales que ocurrieron en torno de aquella obra, llamada Ejercicio plástico, en la que también participaron Antonio Berni, Alvaro Castagnino, Lino Spilimbergo y Enrique Lázaro. La película, que juega con la contradicción de que un mural (obra pensada para la exhibición colectiva) haya sido pintado en las entrañas de la mansión de un hombre poderoso. Y también con que Siqueiros, un artista comunista, inclinado a los motivos sociales, haya optado por la sensualidad y el erotismo en este trabajo. El filme de Olivera toma el mismo rumbo, y se mueve, principalmente, en torno de los vínculos -las tragedias- pasionales que se tejen dentro de esa casona de campo. Luis Machín se muestra sólido en el papel de Botana: el actor transmite la determinación y la indolencia del que ejerce el poder, pero también ambigüedad ideológica. Carla Peterson tiene un papel difícil, el Blanca Luz Brum, la mujer de Siqueiros (Bruno Bichir), quien inspiró el mural y, además, al menos en la ficción, tuvo relaciones ocultas con Botana y con Pablo Neruda (Sergio Boris). La esposa despechada de Botana es interpretada por Ana Celentano. Las ricas personalidades de los personajes están, por momentos, subrayadas y sujetas a un guión con demasiadas frases grandilocuentes y algunas simplificaciones. Olivera establece una relación de admiración/competencia entre un Siqueiros verborrágico, extrovertido, agudo, y un Botana seco, seguro de sí e inflexible. Con muy buenas fotografía y recreación de época, el filme atrae por su trama, aunque cae en cierta solemnidad, aun cuando es ostensible el esfuerzo por desacartonar a los personajes e incluir el alivio del humor.
Retrato desteñido Demasiados nombres de figuras ilustres de la cultura latinoamericana desfilan en este irregular opus de Héctor Olivera, El Mural, coproducción argentino mexicana que reconstruye ficcionalmente la creación del mural pintado por el mexicano David Siqueiros en el sótano de la mansión de Natalio Botana, creador del exitoso diario Crítica durante la presidencia de Agustín P Justo en una Buenos Aires de los años 30 convulsionada, donde pugnaban las ideas progresistas enroladas en el marxismo frente a las escaramuzas filofascistas de la derecha nacionalista argentina. . En ese contexto, la alta burguesía porteña miraba el espectáculo desde sus lujosas mansiones mientras el diario Crítica controlaba a la masa y al poder llegando a tirar un millón de ejemplares en una metrópolis de apenas diez millones de habitantes. Pero el escenario político es apenas un reflejo de lo que el guión ordena cronológicamente, acumulando una serie de situaciones trágicas en la vida del periodista magnate junto a los vericuetos en las pasiones y deseos carnales de los máximos protagonistas, que pueden resumirse en un triángulo amoroso compuesto por Blanca Luz (Carla Petersen, desdibujada), poetiza uruguaya otrora amante y musa inspiradora de Siqueiros (Bruno Bichir, a la altura del personaje ) y el mismísimo Botana (Luis Machín, sobreactuado). A ese triángulo se suman los vértices periféricos encarnados por Pablo Neruda (Sergio Boris, muy poco convincente) junto a la despechada Salvadora (Ana Celentano, mesurada), esposa de Botana En un registro un tanto solemne que se concentra en los avatares de este triángulo amoroso, dominante de la trama, quedan opacadas algunas ideas y rasgos constitutivos de la personalidad de las figuras mencionadas. Seguramente Blanca Luz era una mujer mucho más compleja que la de la película de Olivera, quien sin embargo sí logra construir un personaje rico en matices y contradicciones cuando se trata de Siqueiros y Salvadora; también consigue una acertada reconstrucción de época con un buen manejo del ritmo pese a los baches narrativos que surgen a medida que el relato se estanca en ese mundillo de la alta burguesía vernácula.
El Mural se centra en la realización del Ejercicio Plástico en la quinta de Natalio Botana en Don Torcuato, encargado al muralista mexicano David Alfaro Siqueiros en 1933, con la compañía de tres artistas argentinos: Antonio Berni, Juan Carlos Castagnino, Lino Spilimbergo. Esta historia ya ha sido tema para un documental muy bien logrado de de Lorena Muñoz, Los próximos Pasados (2007). En el caso de esta última ficción de Héctor Olivera, podemos encontrar una buena dirección de arte, a cargo de Emilio Basaldúa (quien lo acompañó también en anteriores películas) Las actuaciones que se destacan son las que le ponen garra a los dos grandes que parecen disputarse esta historia: Natalio Botana (Luis Machín) y David A Siquieros (Bruno Bichir). Este último es un actor mexicano que se compromete con el personaje temperamental que le toca componer y aporta la pata extranjera de esta coproducción. El resto de los personajes queda como deglutido por Botana el terrible, centro de esta historia. Sin dudas, El Mural es un film sobre él. El resultado es cinematográficamente prolijo. Sin nada formalmente osado en el planteo, es una película hecha técnicamente hablando. Más allá de esto, la película no pasa de una historia de pasiones cruzadas donde se transitan hechos fácticos, con algunos personajes, (el caso más evidente el de Salvadora Onrubia), muy desdibujados con lo que ciertas fuentes citan de ella. A nivel de los hechos históricos, hay un trabajo de catalización de ciertos hitos que son mostrados en los primeros cinco minutos de la película uno tras otro. Siquieros estuvo en Argentina durante algunos meses de 1933. En los primeros minutos de la película tienen lugar hechos que no fueron simultáneos. Como. la muerte de José Félix Uriburu (1933), el asesinato de Enzo Bordabere (1935), la llegada a la Argentina de los restos de Carlos Gardel (1935), todo junto intentando caracterizar un momento político sumamente complejo. El efecto parece ser el de acentuar las formas en las que Crítica operaba la realidad desde una práctica periodística de impacto en las masas, al servicio del presidente Agustín P Justo. En pos de crear un marco a la historia, la trama simplifica la red de relaciones de estos personajes densos y contradictorios, que terminan siendo deglutidos por la viveza y poder de Natalio Botana. Bien podría decirse que la película habla casi exclusivamente de su personalidad: la historia de Botana en el apogeo del diario Crítica parecen ser el centro aquí. Por algo Leopoldo Marechal, en esa (entre otras muchas lecturas) maravillosa parodia del campo cultural argentino de los 30 que es su novela Adán Buenosayres lo coloca en un círculo del infierno, junto a su grandes rotativas. Salvadora Onrubia, su esposa, mujer con un peso propio indiscutible como militante anarquista, encarcelada por Uriburu, periodista y poeta, aparece totalmente desdibujada y hundida en un denigrante "resentimiento". Desde hace unos años, su figura ha sido felizmente releida, con la publicación de trabajos críticos sobre ella y de sus escritos, como es el caso de Las descentradas (publicado por Editorial Tantalia), que además fue llevada al teatro en Buenos Aires en el 2009. Asímismo, los pintores argentinos parecen meros aprendices, sin ideología política ni experiencia plástica. El Mural no logra superar el nivel del melodrama. No es que no sea interesante el género, pero la densidad de los personajes en cuestión y lo fundante de las experiencias que relata en cuanto a la conformación del campo cultural y artístico argentino despiertan grandes expectativas de una película que pueda narrarlo..
El filme que dirigió Héctor Olivera redondea un buen fresco sobre la realidad de un sector poderoso de la sociedad argentina de la década del 30. Entonces, como hoy, también se discutía el rol del empresariado periodístico en el entramado político nacional. Natalio Botana, factotum del diario Crítica –uno de los periódicos más importantes de la historia argentina por los escritores que pasaron por su redacción- convocó al pintor mexicano David Alfaro Sequeiros a plasmar una obra en el sótano de una de sus casas y terminó convirtiéndose en el amante de su mujer. Una jugosa página de la historia argentina de siglo XX le sirvió de ventana al director para asomarse a un importante fragmento del pasado. El personaje encarnado por Luis Machín es un inagotable filón que da para la realización de varias películas.
En 1933, David Alfaro Siqueiros desembarca en Buenos Aires para dar una serie de conferencias sobre el futuro del arte. Charlas que provocan serias polémicas entre la concurrencia. En esa instancia, Natalio Botana, director del diario “Crítica”, lo compromete a pintar un mural en el sótano de su residencia. Mientras el artista lleva adelante la tarea, secundado por Castagnino, Berni y Spilimbergo, esa mansión será escenario de secretas y feroces pasiones. Blanca Luz, poeta uruguaya y mujer de Siqueiros, coquetea con Pablo Neruda y se convierte en amante de Botana a espaldas de su esposa, la temible Salvadora Medina Orduña, quien, al descubrirlos, revela un secreto familiar que desemboca en tragedia. La historia del mural de Siqueiros fue tema de un documental admirable de Lorena Muñoz. Héctor Olivera, elige una puesta en escena coral, muy cuidadosa en todos los rubros, para instalar un culebrón intenso, donde anidan la furia y el deseo, en la casona del magnate legendario.
La obra artística de Siqueiros y la trascendencia política e histórica de algunos personajes merecían una película mejor. Natalio Botana fue un protagonista esencial de la tercera década del siglo XX en Argentina. Creador del diario “Crítica”, fundó con su publicación, la era moderna de los medios masivos de comunicación. Fue un actor político de tal trascendencia, que se considera esencial la influencia de “Crítica” en el golpe del 6 de septiembre de 1930. Amigo del presidente Justo y mentor de muchos actores políticos y culturales, aun lejanos a cualquier conservadurismo, fue un profundo antifascista. Salvadora Medina Onrubia, su esposa, fue una escritora, periodista, militante de causas como el feminismo y el anarquismo. Ella tuvo una actuación central en la causa por la liberación de Simón Radowitzky, el matador de Ramón Falcón. David Alfaro Siqueiros fue uno de los más importantes miembros del movimiento muralista en México a principios del siglo XX. Luchador político, militante comunista, Siqueiros peleó en la revolución mexicana, activó el pensamiento político constantemente con su obra, se sumó a los luchadores en la guerra civil en España, intentó matar a Trotsky, estuvo preso, y salió de la cárcel muchas veces. Sus ideas sobre la política y el arte, se amalgaman con un importante ideario internacional, donde se pueden encontrar a Picasso, Breton, Neruda, Eisenstein, García Lorca, entre muchos otros. Su obra ha sido profundamente coherente con tal conjunto de ideas. Tal vez el mural al que refiere la película, “Ejercicio plástico”, sea una obra alejada de ese conjunto estético político. Blanca Luz Brum, periodista y poetisa uruguaya, viuda desde los 20 años, recorrió América Latina, escribiendo en periódicos encendidos artículos políticos. Conoció a Siqueiros con quien se casó, en tiempos en los que México hervía políticamente. En oportunidad del viaje de Siqueiros a Buenos Aires, Blanca se relaciona amorosamente con Botana, mientras aquel, pinta el famoso mural. El mural, la película de Hector Olivera, reconstruye el momento en que Siqueiros llegó a nuestro país y, frustrado un proyecto muralista al aire libre, aceptó realizar este trabajo, en el sótano de su quinta en Don Torcuato. Enmarcándolo en el tiempo de su realización, Olivera cuenta de las pasiones, los intereses, las luchas, los intereses y los conflictos personales de cada uno de estos personajes. En medio de estas situaciones, contadas de un modo extremadamente esquemático, se cruzan Pablo Neruda (pobre representación del poeta chileno), Spilimbergo, Berni y Castagnino, entre otros. Olivera reafirmó, en entrevistas públicas, su condición de cineasta ortodoxo. Esa es una elección estética válida como cualquier otra. Pero la ortodoxia o el clasicismo, no necesariamente implican que la puesta en escena este asentada sobre los recursos de producción, como los decorados o el vestuario, más que sobre el tratamiento de los personajes y los diálogos. La liviandad con que Olivera construyó los personajes es notable. Personajes conflictivos, contradictorios, potentes, irreverentes, queda sumidos a simples esquemas. El poderoso impune, la arribista, el seductor inútil, el borrachín inconformista, la alterada, podrían ser un conjunto de títulos para encasillar a cada uno de los protagonistas de la historia. De este mismo modo, consecuentemente, se desarrollan los diálogos en la película. A esto pueden sumarse problemas en la construcción de la organización visual. La película muestra todo, y lo hace de un modo poco atractivo. El montaje tiene fallas evidentes, y la organización del espacio carece de todo interés. El realizador decide hacer visibles en cada plano los recursos económicos destinados a la producción de época. En una trama donde lo oculto, lo íntimo, los secretos personales, son esenciales, Olivera abandona todo manejo de las herramientas de ocultamiento de las que dispone el cine, para dar rienda suelta a una elocuencia que desnuda todo aquello que podría ocultarse. Las actuaciones se pierden en un estilo casi recitado de frases célebres a cada paso, lo que desluce aun más la realización. Podríamos analizar, para incluir también entre las deudas de la película, el modo en que los guionistas construyeron los personajes femeninos. Salvadora Medina Onrubia, sobre todo, parece una mujer cuyas elecciones carecen de tino revolucionario para su tiempo, a favor de un dudoso equilibrio mental. Y la sensual Brum, una sexy arribista, que ni poeta, ni periodista, ni política. “Ejercicio plástico” mural recientemente repuesto en el paseo de la Aduana Taylor, merecía una película más acorde con sus méritos y su historia. Esta ha sido solamente una oportunidad perdida.
Esta esperada coproducción argentino-mexicana ofrecía en primer lugar la vuelta de Héctor Olivera a una temática histórico-política, quizás su especialidad, con un último y poco valorado logro como Ay Juancito. También una temática apasionante, ideal para ser abordada cinematográficamente y por último un elenco heterogéneo que si lograba amalgamarse podía rendir muy buenos frutos. A estos puntos habría que añadir una –atrayente- ambientación para enmarcar una trama atravesada por grandes pasiones, proezas artísticas y cruces controversiales entre figuras emblemáticas de la cultura nacional y latinoamericana. Lamentablemente todos estos factores mancomunados entregan más falencias que virtudes y dan la sensación de que no se aprovecharon en su total dimensión. El mural narra situaciones que signaron una era en el país, en las que básicamente están incluidos el proceso de manufactura del ambicioso trabajo pictórico del artista mexicano David Alfaro Siqueiros que le da título al film y también parte de la existencia de quien fuera su gestor, el director del diario Crítica Natalio Botana, más otros personajes sustanciales que se vinculan a la trama, como los escritores Pablo Neruda, Victoria Ocampo y Blanca Luz Brum. La mayor parte de estos roles se resienten ante episodios eróticos muchas veces forzados y caricaturescos, entre otras flaquezas de la narración. Entre las desparejas caracterizaciones se destaca nítidamente Bruno Bichir como Siqueiros y un párrafo aparte merece la muy buena banda sonora de Eduardo Gamboa.
Una imagen vale más que mil placas negras Hay un cine que les encanta a ciertos profesores de historia. Se me ocurre que en la enumeración de datos y figuras, de acontecimientos y especulaciones, El mural sería ideal si no fuera por las escenas de alto contenido erótico que se suceden en algunos casos, aunque resulte prácticamente inofensivo para jóvenes que pasen aunque sea una o dos horas ante el televisor en el prime time. Pero la escuela es la escuela, y se me ocurre que siempre hay un velo de moral absurdo que confronta cierta visión pedagógica con padres, valores, visiones anacrónicas… en fin. Pero en este caso es una buena obra para confrontarla, para debatirla en un aula y para dar un contexto sobre lo que entiendo es el punto más flojo de la película. La asimilación y subrayado de datos reales sobre personajes que representan personas que en el film aparecen caricaturizadas y, en algunos casos, castigadas con muy poca sutileza. Particularmente se me ocurre como una tergiversación para comprender a, por ejemplo, Natalio Botana. Luego es un ejercicio cinematográfico por momentos lúcido por su síntesis dramática y por otros es derivativo y arbitrario en el guión, sin demasiados alicientes estéticos que destacar, salvo una reconstrucción de época formidable y algunas actuaciones (eso sí, bien dirigidas) que se abren del texto y dominan escenas casi herméticas. Pero, para ser claro, lo que van a ver es a un director clásico, en la línea de cierto clasicismo que calcula la puesta en escena desde un guión que apenas deja el desplazamiento de la cámara, y prolonga desde el encuadre fugas pictóricas que en algunos casos son un detalle significativo y en otros es de un estatismo alarmante que afecta el punto de vista. Los diálogos son medidos, con un timing teatral que por momentos suena artificioso y del cual sólo pueden escapar algunos actores que tienen el talento para hacerlo: Bruno Bichir, Luis Machín o Ana Celentano lo logran con solvencia. Es notable ver cómo algunas líneas se suceden sin naturalidad alguna, enumeradas, en momentos como una reunión familiar donde se pretende, precisamente, marcar cierta cotidianeidad. Desde el registro de una cámara fija se logran momentos expresivos que son de una síntesis loable, en particular merece destacarse la secuencia del funeral de Carlos Botana (Camilo Cuello Vitale), pero este registro también tiene su contraparte en las secuencias que exigen un mayor dinamismo. Específicamente, resultan toscas en el montaje las secuencias de enfrentamientos entre militantes y fuerzas represivas, además del suicidio de Carlos Botana, entre otras. Pero hablamos de caricaturas por la uniformidad y la superficialidad con la que están construidos algunos personajes para, inevitablemente, marcar el punto de vista del director sobre las cuestiones que se van presentando en el film. El personaje de Blanca Luz Brum (Carla Peterson) aparece rematado en el final por placas negras y datos que ponen en evidencia lo que la película ya nos había dicho de alguna manera, manipulando al espectador a que resulte completamente antipático, sin ambigüedades ni segundos puntos de vista. Brum es eso, un personaje destructivo, al igual que Natalio Botana (Luis Machín), que gracias a la interpretación de uno de los mejores actores del cine nacional puede presentarse más ambiguo y, dicho sea de paso, humano. Llamativamente es el personaje de Machín el que por momentos manda a un segundo plano al de Bichir, que es el mismo Siqueiros, además de protagonista del film ¿Por qué pasa esto? Sencillamente porque Siqueiros también se nos presenta como un personaje previsible, que por momentos actúa de manera arbitraria, sin un desarrollo verosímil. Pero a pesar de estar unos pasos por detrás de Machín, Bichir también se encarga de que su personaje adquiera una complejidad que no parte del relato precisamente, ya que por momentos aparece aislado entre secuencias sin un desarrollo dramático demasiado creíble (particularmente, lo de la prisión). En fin, lo que quiero decir es que con otros actores esta película hubiera sido mucho más mediocre. Alejándome un poco de los personajes se puede hablar del relato, y hay algunas subtramas que confirman el maltrato sobre el personaje de Blanca Luz, pienso en particular en la relación entre Salvadora (Celentano, actriz que también gana un espacio considerable gracias a su trabajo actoral) y Saravia (Juan Palomino) -que es un personaje que inmediatamente después se esfuma de la película- ya que esto sirve como catalizador para el suicidio del hijo de Botana. Es decir, casi como si se tratara de un hilo uno puede ver que la infidelidad por Natalio Botana con Blanca Luz lleva a la desconfianza de Salvadora, quien a su vez se involucra con el tal Saravia, que afecta de modo determinante a Carlos tras recibir la revelación de esa relación en la cara. Carlos se suicida luego de otra nueva revelación, fin de la historia. En el medio el personaje de Saravia fue usado de manera forzada y desaparece de la película, además de que se victimiza a Salvadora y se condena a Blanca Luz. Parece una tragedia, pero algunas cuestiones lineales la hacen parecer más cercana a una telenovela. En definitiva, El mural se balancea entre la mediocridad y algunos momentos logrados, además de actuaciones que demuestran el talento de figuras que tiene un porvenir más que promisorio. Pero en conclusión, encuentro que en esta película, al igual que en la mayoría de las de Olivera, es imposible no ver a los personajes como móviles para decir otra cosa que en algún momento se torna demasiado evidente. Para sublimar cierta visión política al drama de los personajes en pantalla. Si a esto sumamos un epílogo explicativo con placas negras e información, caeremos en cuenta de que el director quiere hablar de personas antes que de personajes, aunque tal cosa sea imposible a pesar del intento de profesores de historia por incluir películas como La Patagonia rebelde en su programa, sin que haya un debate cinematográfico sobre la misma. Mis saludos a mi profesor de historia de segundo año polimodal por haberlo intentado de manera infructuosa, sin el debate correspondiente (sin rencores).
“Tengo hambre, mucha hambre de pintar” David Alfaro Siquieros El mural comienza con la aclaración: “basada en hechos y personajes reales”; la base en este caso es el mural, Ejercicio plástico, que pintó David Alfaro Siqueiros en el sótano de la quinta Los Granados de Natalio Botana entre julio y noviembre de 1933. A partir de ese fundamento, real, Olivera decide recortar, alterar y edulcorar lo que básicamente se constituye como un rumor, jugoso y cautivante, pero que sólo parece provenir de la mente de Blanca Luz Brum. Si esa construcción antojadiza y torpe (la de Olivera, no la de Brum) estuviera suficientemente despojada del bagaje histórico, y a su vez no nos tirara aspectos de la Historia como si fueran aceitunas por la cabeza, esta introducción que estoy haciendo sería distinta. Un poco de contexto. David Alfaro Siqueiros fue un hombre con una vida riquísima que de ninguna manera podría abarcar en estas líneas, por eso vamos a contentarnos con decir unas pocas cosas: desembarcó en Buenos Aires un 25 de mayo de 1933, invitado por la Asociación Amigos del Arte con la aristócrata Bebé Elizalde (el nombre lo dice todo ¿no?) a la cabeza y con motivo de exponer algunos cuadros de su obra. Siqueiros llega como un pintor consagrado, famoso por sus murales y cuadros y admirado y cuestionado por sus ideas (revolucionarias, de izquierda, antitroskistas) a una ciudad política y socialmente convulsionada. El 1 de junio se inaugura su exposición en Van Riel, en distintos periódicos de la época se cuenta que asistieron miles de obreros a verla ante el espanto de los Amigos del Arte que terminaron por clausurar la exposición. Siqueiros, cautivado por esa Buenos Aires, decide buscar una superficie para pintar un mural; superficie que le es negada por el gobierno de Justo. Muchas son las posibles razones que se barajan para explicar los porqués de Botana a la hora de ofrecerle a Siqueiros pintar un mural en su casa, pero quizá la más importante sea darle una especie de asilo político en su quinta, apoyado por la esposa de Botana, Salvadora Medina Onrubia. A los pocos días llega la mujer de Siqueiros, Blanca Luz Brum, poeta uruguaya y no menos controvertida que su marido, quien después, en Chile, relata una especie de triángulo amoroso fogoso y turbulento que siempre gira alrededor de ella, pero del que nadie más da cuenta. Este triángulo (o entrevero de pasiones) es el argumento fundamental de El mural. Ejercicio plástico. Sin duda uno de los aspectos más interesantes de todo este entramado es el famoso mural. Después de la muerte de Botana, la quinta se vendió varias veces y Ejercicio plástico corrió todo tipo de suertes, como por ejemplo que Álvaro Alsogaray lo mandara cubrir con ácido muriático y pintura a la cal para que no perturbe a su pequeña hija María Julia. Posteriormente, y tras numerosos vaivenes judiciales, el mural terminó embargado y durmiendo en containers en San Justo por más de diecisiete años, hasta que en noviembre de 2003 fue declarado bien de interés histórico y artístico, rescatado y puesto a restaurar. Quien lo desee puede ver un pequeño tramo en la Aduana Taylor. Y para el que le interese toooda esta kilométrica y fascinante historia le recomiendo fervientemente ver el documental Los próximos pasados de Lorena Muñoz (premiado en el Bafici del 2007) y leer el libro Cautivo de Álvaro Abós (de donde robé descaradamente la cita que abre este texto). Ahora sí, la película. Decíamos en la introducción que Olivera toma el rumor de Blanca Luz y lo convierte en la “historia detrás del polémico mural” al que en realidad nunca le da tal entidad. La película comienza con la llegada de Siqueiros a Buenos Aires donde lo recibe una bastante pobre recreación de Pablo Neruda (que ni siquiera estaba en la ciudad sino hasta agosto de ese año), que oscila entre recordar y perder el característico acento chileno conforme van pasando los minutos. Unos empedrados y vestidos de época más allá (época muy bien escenificada y sin demasiadas ostentaciones, por cierto) dan el marco para que finalmente Siqueiros y Botana se conozcan en la redacción del diario Crítica donde Olivera sienta las bases de una admiración creciente por la figura del director del diario, a quien presenta despojada de matices y como una persona honorable y carismática, al punto de poner en boca de sus hijos, como única forma de llamarlo, el apelativo de “papito”, palabra que dicha por boludones grandotes genera bastante fastidio. Al final la mentada historia no es otra cosa que Botana teniendo sexo con Blanca Luz, Blanca Luz teniendo sexo con Neruda, Blanca Luz teniendo sexo con Siqueiros, Salvadora teniendo sexo con el personaje de Juan Palomino (uno de esos personajes que no se sabe bien para qué están, ni por qué aparecen ni qué sentido tienen dentro del argumento y que de la misma manera en un momento no se los ve nunca más) y nada más, mientras se nos van mostrando pinceladas del mural que hiciera el mexicano junto con Castagnino, Spilimbergo y Berni, personajes que Olivera presenta con nombre y apellido, gesticulando aparatosamente, no vaya a ser cosa que pensemos que son simples pintores de paredes que andaban por ahí brocha en mano. De igual manera se introducen todos, con primeros planos y en los que la personalidad en cuestión dice su nombre como en la primera clase del colegio (la de Carla Peterson es la más obscena de todas: se para, se da vuelta y dice “Blanca Luz Brum, esposa de Siqueiros”). Todas las situaciones de época y por sobre todo los nombres están revoleados sin mayor profundidad que una enumeración de figurines y desprovistos de todo contexto y pareciera que con el único objetivo de poner a Peterson en bolas. Para El mural, Botana es un tipo re-groso, Siqueiros un mexicano despeinado que pintaba lindo y Blanca Luz una mina imponente y ligera de cascos que al final se enamora de Botana porque quién no querría enamorarse de semejante personalidad tan noble y cautivadora, no como ese pintorsucho quilombero demasiado adepto al tequila y como si fuera poco golpeador. En definitiva, que si usted gusta de sentarse en una sala de cine y ver una buena película, no vaya a ver ésta.
La Caldera del Diablo Hace muy poco tuve oportunidad de volver a ver "La patagonia rebelde", clásico autóctono dirigido por Héctor Olivera, un realizador en algún momento polémico, pero correcto profesional con títulos excelentes como éste citado, pero también con algunos pasos en falso por otras pelis olvidables. Ahora Olivera retomó a su avanzada edad por la buena senda: "El Mural" es un muy buen ejemplo de cine nacional. Desde el vamos, al cine se le caen las babas por la historia fascinante del Imperio Botana y su diario "Crítica" -hay que recordar que fué uno de los más populares y leídos matutinos, que allá por los años 30 llegó a tirar 300 mil ejemplares por dia, que reite de "Clarín"-, su creador Natalio Botana, era algo así como su simil editor norteamericano: William Randolph Hearts, a quién Orson Welles reflejó en "El Ciudadano", era un sibarita, un innovador, un fastuoso hombre rodeado de la crema de su época, dueño de una increible estancia en Don Torcuato con 30 habitaciones, poseedor de Rolls Royce, amante de mujeres famosisimas como Josephine Baker, etc, casado con una mujer que aunque millonaria apañaba anarquistas, y tenía una relación tensionante con sus hijos, es decir todo este material daba para hacer una pelicula atrapante, y Olivera lo logra afortunadamente. Botana en la trama recibe y cobija en su estancia al pintor mejicano David Alfaro Siqueiros, quién imposibilitado de plasmar un gran mural al aire libre donde reflejaría lo social y politico de ese tiempo, repudiado -por su confeso comunismo- por la sociedad porteña, decide aceptar la oferta de Botana de pintar un mural en su subsuelo de estancia, allí pernoctará junto a su pareja: Blanca Luz Brum, uruguaya, mujer de letras, y desprejuiciada en extremo que concretará encuentros amorosos (fugaces) como con Pablo Neruda, más ocasionales con el propio Botana y los muy tortuosos con el artista mejicano. Pero el guión no va solo por la concreción de este pandemonio montaje que se llamaría "Ejercicio plástico", y donde Siqueiros tendría como ayudantes a otros pintores como Berni, Castagnino y Spilimbergo, sino que ahonda en ese abultado juego de pasiones entrecruzadas que se dan, incluso con escenas de erotismo de alto voltaje, y hasta una serie de trágicos sucesos como el suicidio del hijo adolescente mayor de Botana. Una verdadera "Caldera del diablo" de su época. Los valores del filme están dados por una excelentísima fotografia e iluminación de Felix Monti, una dirección de arte de lujo de Emilio Basaldúa, y el montaje de Marcela Sáenz, las actuaciones son espléndidas en los casos de Luis Machín como un Botana antológico, el mejicano Bruno Bichir como Siqueiros, y Ana Celentano, ya una marca registrada en su talentosidad al servicio del cine criollo, aquí como la esposa: Salvadora. En tanto, Carla Peterson es la menos lograda, casi un esquemita de su Blanca Luz Brum. También resalta la música de Eduardo Gamboa, que es muy marcada y acorde. En definitiva, un gran fresco de la historia argentina con sus pro y sus contras, con sus miserias y oropeles.
Neruda: me gusta cuando callas Quién diría que el dueño de un diario puede decidir qué es noticia y qué no para influir –léase forjar- la opinión pública según su antojo y conveniencia y pueda afirmar sin escrúpulos que los presidentes pasan y nosotros (el periodismo) quedamos. Quién iba a decir que el dueño de un medio de comunicación esconde un secreto con respecto a la paternidad de uno de sus hijos. Y quién diría que me estoy refiriendo a Natalio Botana, dueño del diario Crítica en los años 30. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia, por lo menos en lo que respecta al personaje. En cambio, la recreación de la realidad de los años 30 por parte del equipo de Olivera denota un esfuerzo y una dedicación meritoria. Notable reconstrucción de época que incluye innecesarios planos generales llenos de extras acartonados, locaciones reales y un sinfín de trajes y automóviles que hacían furor en aquellos años locos. Puesta en función de demostrar que, con un poco de dinero, puede haber verismo histórico en el cine argentino, El mural cae en puro esteticismo visual –tan ajeno a los ideales que intenta reflejar en David Sequeiros- y hace agua todo el resto de la película. Sin profundizar demasiado en las características de los personajes y sus motivaciones, el trazo grueso a la hora de caracterizar a los personajes –la charla progre de Salvadora con la nana lesbiana o la obviedad amorosa entre Neruda y Blanca Luz Brum- no colabora ni un poco con este grupo de actores forzados a hablar todo el tiempo de sí mismos. Los diálogos redundantes y declamatorios tampoco logran crear o transmitir la pasión desmedida que, se supone, conllevan. Se agradece, eso sí, que Neruda sea nomás que un bolo.
Héctor Olivera en el año del Bicentenario decidió contar la historia del muralista Siqueiros. En los años treinta llega a Buenos Aires el ya por entonces prestigioso muralista mexicano David Alfaro Siqueiros. Aquí toma contacto con las más importantes figuras de la cultura y de la sociedad de la época, entre ellas Pablo Neruda, que se hallaba en el país, y conoce a Natalio Botana, fundador, propietario y director del diario “Crítica”. El muralista subyugado por el micromundo artístico y por las más hermosas mujeres que lo rodean acepta un gran desafío: hacer en la quinta Los Granados, de Botana, un gran mural que abarcaría todo el sótano de la finca. Con la colaboración de los pintores argentinos Lino Enea Spilimbergo, Antonio Berni y Juan Carlos Castagnino y el escenógrafo uruguayo Enrique Lázaro, el mural va tomando cuerpo mientras se tejen varios conflictos íntimos que, en torno de Siqueiros, conforman la contradictoria esposa de Botana, la poetisa Blanca Luz Brun y el propio Neruda, a los que se suman figuras tan importantes de esos años como la escritora Victoria Ocampo y el presidente Agustín P. Justo. Hasta aquí una breve sinopsis de la historia. Si analizamos “El mural” se podrá apreciar que a Olivera no se le escapó ningún detalle de la época. Impecable la reconstrucción de los ambientes y los trajes y vestidos. La fotografía también se destaca, no en vano Félix Monti es el responsable. Quizás la parte más floja esté en el libro en donde la realización por momentos se centra demasiado en los conflictos de alcoba y en las relaciones sexuales. A muchos nos ha quedado las ganas de ver un filme que rescate otras situaciones y problemáticas históricas. Esto es lo que hace que “El mural” sea una buena producción. Con respecto a los actores sobresalen Luis Machín y Carla Peterson, otros personajes si no fuera porque los nombran nadie se da cuenta que son ellos. Para los que quieran saber un poco más de Siqueiros hay un documental excelente de Lorena Muñoz que se estrenó hace unos años y se llama “Los próximos pasados” (2006). Ver ambos filmes puede resultar un lindo ejercicio para creer o no.
Pasiones sumergidas en el tiempo En el año 1933 el muralista mexicano David Siqueiros, representante de una vanguardia artística muy comprometida con las causas sociales, viaja a la Argentina para dictar tres conferencias sobre la pintura en tiempos de la revolución mexicana. Siqueiros había llegado invitado por la escritora argentina Victoria Ocampo y la Sociedad de Amigos del Arte de Buenos Aires. Se proponía realizar un gran mural en una zona popular como los silos de la Boca, pero la vanguardia intelectual vernácula no soportó el extremismo agitador del pintor, militante enfervecido del PC y solamente pudo concretar la primera de las conferencias programadas. En esa situación comprometida, tildado de enemigo público por los sectores más conservadores, Siqueiros conoció al polémico Natalio Botana, el excéntrico millonario dueño de Crítica, el diario más influyente de la época y terminó aceptando su inesperada propuesta de pintar un mural en el sótano de una residencia de su propiedad, una lujosa casona de 1.300 metros cuadrados. El poder de la prensa El exquisito documental “Los próximos pasados” (2006), de la realizadora Lorena Muñoz, investigaba el destino que había corrido este mural de Siqueiros, posteriormente fraccionado y encerrado en un contenedor durante años de litigios judiciales. Aquel trabajo sacaba a la luz la ominosa situación en que había devenido aquella gloriosa pintura luego trozada y empaquetada en contenedores. Este film de Olivera completa magníficamente desde la ficción todo lo que no podía ser dicho desde el registro documental. El relato parte de las complejas relaciones entre los personajes protagónicos de la historia (el famoso pintor mexicano Alvaro Siqueiros, su mujer Blanca Luz Brum, Natalio Botana –director del periódico más poderoso de su época– y su entorno familiar-laboral) y desde allí se proyecta hacia la reconstrucción crítica de una época muy polémica y contradictoria, donde coexistían marchas fascistas y manifestaciones obreras con banderas anarquistas. En este friso de la década infame aparecen algunas conscientes licencias cronológicas, que no alteran el análisis de esa época: dos años de diferencia entre 1933, cuando el mural se ejecuta y un par de hechos decisivos: el escandaloso atentado contra Lisandro de la Torre en el Senado de la Nación y la muerte de Gardel. Es muy interesante cómo la película muestra la manipulación periodística en torno de ambos hechos ocurridos en 1935, apenas con un mes de diferencia, exaltando la segunda noticia para atenuar las repercusiones de la otra. En el debe y el haber Son admirables la recreación de la redacción del diario Crítica y la ambientación de la quinta Los Granados, actualmente demolida. El otro logro es el de las actuaciones, con protagónicos excelentes: Luis Machín como Botana está memorable; el actor mexicano Bruno Bichir logra transmitir el porte y el discurso fervorosamente idealista del pintor militante; Ana Celentano se luce con el personaje tan dramático de Salvadora Medina Onrubia, la esposa del magnate. Carla Peterson aporta una sensualidad avasallante, lo que no es poco para el personaje de Blanca Luz Brum, que oscila entre la banalidad, el arte, la independencia femenina y la militancia política. El film se debilita con algunas construcciones actorales secundarias, bien documentadas pero al borde de la caricatura, como sucede con el personaje de Pablo Neruda. Los diálogos –aunque suenan como en los noticieros y el cine de esa época– resultan un poco declamatorios, con frases impostadas. Las muy bien rodadas escenas de sexo se justifican plenamente en el argumento que devela un territorio de pasiones que subyacen debajo de las ideologías. Como la frase que Botana había elegido para epígrafe de su diario, Olivera también ve al cine como un tábano sobre el noble caballo social, al que sacude para mantenerlo despierto.