UNA PROMESA CUMPLIDA Como hemos dicho en “Más allá del olvido, una historia crítica del cine fantástico argentino” (*), en nuestra etapa clásica y un poco más, la expresión del fantástico puro, prácticamente no tuvo ejemplos; sí desplazadamente a través del melodrama. El mayor ejemplo de este cruce genérico lo tenemos precisamente en el film que da título a nuestro libro. Rodado en 1955 y estrenado un año después fue dirigido por Hugo del Carril; que también para nosotros es el más grande film argentino jamás realizado. Luego hemos tenido curiosas y hasta únicas, pero notables, excepciones de fantástico stricto sensu. Invasión, El poder de las tinieblas, El hombre invisible ataca, Extraña invasión. A partir de las dos últimas décadas y por fortuna el cine argentino se ha volcado, salvo excepciones, al cine de género. Tanto el policial, como el de horror, y también el fantástico. Con lo cual, y salvo algunos recalcitrantes, con ello se ha dejado atrás ese cine sesentista y setentista, con sus maratones de tedio, sus silencios significativos y toda serie de ripios vulgares. Ahora bien. Esta franca y hasta desatada incursión en el género no necesariamente ha simetrizado cantidad con calidad. Se ha entendido que ese es el camino, pero algunos y algunas se han arrojado al género sin los recaudos de compresión necesaria. Desde luego que no se trata de degollatinas, destripamientos varios, muecas sangrantes y toda serie de incursiones de crueldad, más aptas para ciertas ceremonias de tipo doméstico. El fantástico desde luego es hermano siamés del terror. A veces puede primar la deriva fantástica pura, y a veces la segunda. Si la primera, se trata de otredades invasivas, pero tal irrupción de lo otro se da desde o dentro de la más crasa, o aparentemente crasa cotidianeidad. Desde “El hombre de arena” de E.T.A. Hoffmann, la cosa es así y sigue siendo así. Los ejemplos abundan pero no es el caso repetirlos aquí. Dentro de los intentos del fantástico puro de fecha más recientes destacan Punto ciego de Martín Basterretche y Muerte en Buenos Aires de Natalia Meta. Precisamente de esta directora se ha visto hoy en Berlín su segunda película El prófugo. Si Muerte en Buenos Aires fue la aparición de un universo particular, pero por fortuna jamás embutido en lo meramente subjetivo, sino que desplegaba a partir de una base de thriller una deriva hacia lo fantástico, esta deriva se ha vuelto en su segundo film una habitación segura en lo fantástico. Su protagonista, Inés, una mujer dedicada al doblaje de films, así como al canto coral, y donde a partir de un episodio aparentemente sin explicación, comienza a sentir y a temer que ese incidente temprano mantiene una relación con algo fuera de lo normal. O mejor dicho de lo habitual. Y es en este eje, precisamente donde El prófugo se centra. De este modo a Inés, el mundo cotidiano se pliega a lo que -como es clásico punto de partida- puede ser un delirio de la protagonista, o como la primera intuición, y luego la comprobación de aquello que ha intuido. Como todo fantástico logrado el mitologema-eje que despliega es el doble, alter ego o döppelganger; precisamente como afirma este término alemán, “la sombra que se mueve con nosotros”. Ese algo, sombra, cosa, ente, fantasma, o todo eso junto en una síntesis que es la clave del más puro horror, guarda desde luego como en toda creación que se precie de tal, una segunda significación, esta de carácter menos objetivo, y precisamente es a ella a la que la imaginación fantástica representa como algo huidizo, laxo, informe, protervo, a medio hacer. Y es en esto donde precisamente también el film de Natalia Meta se vuelve todavía más fascinante. Claro que para que esta fascinación actúe debe, como aquí, tenerse una puesta en escena perfectamente controlada. Una fotografía que se mueve con toda comodidad entre lo elusivo y lo extremadamente realista. Un empleo del sonido y de la música al parecer más ingenua y serial, pero de la que lograr extraer matices que sostienen ese clima de otredad. De pesadilla fría. Como en su film anterior, Natalia Meta se mueve con comodidad en la aparente cotidianeidad -los diálogos de Inés con su madre- así como en sostener la persistencia de lo extraño mediante sutiles bemoles. El sonido de un órgano. El recorrido por una sala de conciertos vacía y en penumbras. Un fin de fiesta donde Inés cree haber hallado a su par ¿o doble? Una vecina inquietante… Es en estos desplazamientos que forman simetrías donde se muestra la perfecta estrategia de su puesta en escena. Sucintamente tenemos: Grito-voz solitaria-eco-coro-nota musical. El otro eje de desplazamientos sería entonces: doblaje-coro-doble vida (a partir de cierto momento)-dos hombres-doble oficio-dos voces. Esto dicho a manera de prólogo crítico, puesto que no podemos extendernos más aquí porque revelaríamos detalles de su trama; una trama que precisamente por la exigencia que mantiene en su despliegue, hace que todo detalle sea significativo. Sí podemos ya afirmar que se trata de una obra maestra. Ese segundo film -como la segunda novela, por cierto- que es siempre una prueba de pasaje, aquí se ha logrado perfectamente.
Inquietante, perturbador, intenso, e inclasificable film en el que seguiremos a Inés, una mujer que verá cómo una tragedia marca a fuego sus días, transformando lo cotidiano en algo aterrador, donde los siniestro amenaza y la confusión puede ser el inicio de una aventura inesperada que trastocará sus sentidos. Natalia Meta logra una de las propuestas más sólidas del cine local de los últimos tiempos.
Natalia Meta habría cometido un gran pecado: realizar una ópera prima que, pese a apartarse de los parámetros de lo que la crítica dice que debe ser, funcionó de una manera fantástica con el público. La sorpresa de Muerte en Buenos Aires (2014) quizás pone en problemas a algunos para acercarse sin prejuicios a El prófugo (2020). En esta adaptación de El mal menor, de C. E. Feiling, el propio trabajo de Inés, la protagonista, nos lleva a un mundo en el que conviven distintas realidades. El personaje que interpreta Érica Rivas dobla películas (muy logradas las escenas del film japonés con el que está trabajando) y canta en un coro. Del accidentado viaje con su novio (Daniel Hendler), en el que la tensión amenaza con transformarse en violencia (con un ambiente enrarecido en los que las fronteras de la realidad se van difuminando), al estallido de lo fantástico, la película nos va metiendo en un clima en el que priman el misterio y la intriga. Este podría ser el momento de citar las múltiples referencias y posibles citas que parecen convivir en El prófugo (del Giallo a Miike), pero hay mucho de injusticia (para con la película) y de pereza (de parte del crítico) en ese dispositivo. Como si enumerar el cine que uno ha visto (y que la directora -ese y otro- seguramente también) dijera algo en sí de la obra en cuestión. Claro que el cine que vemos se refleja en lo que hacemos (más aún en el caso de quien hace cine); pero acudir a ese mecanismo implica restar valor a lo nuevo, a la mirada personal. El manual del reseñador de películas indica “plano de nuca, citar a los Dardenne”, “patinetas, hacer lo propio con Gus Van Sant”. Si esas referencias luego se aplican a un plano de Avengers, poco importa. En fin, que El prófugo intriga con buenas y originales herramientas: una narración que no por jugar con la ensoñación o lo fantástico derrapa en el todo vale, actores que circulan ese terreno con convicción y entrega (en un marco de excelencia, se destaca lo de Nahuel Pérez Biscayart que, simplemente, puede hacer todo lo que se le antoje y hacer que nosotros se lo creamos), imágenes que no olvidaremos y un muy elaborado diseño de sonido (algo fundamental en la trama). Que he sido ambiguo y poco he adelantado de la trama...Pues, ¡Sí señor/a! Que aunque no crea en los spoilers, aquí bien vale la pena dejarse sorprender por El prófugo, una película que seguramente será mejor comprendida (y disfrutada) por el público que por los sommeliers de citas.
Érica Rivas es Inés, una mujer que trabaja con su voz. Cantando en un coro y doblando películas. En los primeros minutos de esta película de Natalia Meta, viaja con su novio reciente (Daniel Hendler) hacia unas vacaciones que terminan muy mal. Son unas vacaciones raras, porque ella mucho no lo soporta y parece divertirse solo después de unas copas. Basada en la novela de culto de C.E. Feiling, El Mal Menor, de 1996 (que relanzó el sello La Bestia Equilátera), El Prófugo construye un relato que, más que terror, podría llamarse de misterio psicológico, en el que ni la protagonista ni el espectador parecen saber qué pasa. Acaso como efecto de esa vivencia traumática, a Inés empiezan a pasarle cosas raras, empezando por sus sueños. Las pesadillas la persiguen y la medicación no logra erradicarlas. Pero sus sueños, vívidos, tienen un correlato en la vigilia, a través del sonido. Hay extraños ruidos que aparecen en sus grabaciones, y cuando canta en el coro, le sale una voz distinta, irreconocible. Otra actriz de doblaje (Mirta Busnelli) parece saber de qué se trata: son prófugos, como presencias que la habitan desde el mundo onírico. Mientras, su madre (Cecilia Roth), llega para acompañarla, aunque quizá su presencia sea menos contenedora de lo que aparenta. Por otro lado, Inés conoce a Alberto (Nahuel Pérez Biscayart), un afinador de órganos con el que tiene una conexión especial. Intrigante, atractiva, la película avanza hacia ese terreno desconocido de la ambigüedad. Lo que le pasa a Inés puede ser tanto la profundización de una locura, o un cuadro de estrés postraumático, como una intervención de lo inexplicable en la realidad, ese prófugo que ella contiene. Hasta que cuesta distinguir realidad de imaginación, lo que está de lo que no. En una confusión que por momentos entra en unas mesetas narrativas poco lucidas, con Inés despertando asustada otra vez, u otra vez llamando a alguien (Leopoldo, Alberto, hay muchos nombres propios sonoros, en la película) en la penumbra, siempre agitada. La penumbra, la semi oscuridad, domina una película que se anima a proponer una estética, una estilización de los interiores en que se desarrolla. Poco iluminados, semi vacíos, con vericuetos o luces de colores que emite la pantalla, o un vestido de seda turquesa. El link con Blow Out, de De Palma, viene a la cabeza enseguida, o, más acá, Berberian Sound Studio, y claramente, al giallo italiano, con esa atmósfera opresiva que acá envuelve a una mujer perturbada.
Los sueños que tenemos por la noche (o el día, en ciertos casos) son nuestro propio mundo ficcional. Allí, el subconsciente intenta aliviar los malestares y deseos más profundos de la mente, disfrazándolos de variadas representaciones. Sí una representación sale bien, ocurre el sueño, del que no despertamos sobresaltados y vagamente recordamos luego. Pero si el subconsciente no logra ser disfrazado y lo vemos en nuestra minimalista ficción propia, nos perturbamos por un segundo y nos despertamos asustados: la pesadilla. Inés, la protagonista de ‘El prófugo’, convive únicamente con sus pesadillas. Érica Rivas le pone el cuerpo a esta actriz de doblaje y cantante, cuya vida es ligeramente incómoda. Hasta que un hecho traumático marca un hito en su cronología, momento en el que nada será igual y donde las pesadillas comienzan a ser todo menos ficticias. Al hacer una cinta sobre lo onírico, hay una primera pregunta que plantearse ¿Qué tan insertos estarán los sueños en la realidad del universo creado? A lo largo de la historia cada director de este tipo de películas aplicó distintos grados de opacidad y transparencia. A veces, para el espectador es fácil discernir que es un sueño y que no lo es, pero es más común dejar al público con la duda. Si se va a tomar este último camino, deben trazarse ciertos momentos donde se sueña y donde se está despierto para establecer una trama. Natalia Meta, la directora de ‘El prófugo’, cumple con esta consigna al principio, pero luego vira hacia un camino propio y poco pavimentado por otros cineastas. En este caso la originalidad de la historia radica en que lo onírico es tan real como Inés, o por lo menos así lo ve ella y así lo vemos nosotros. Se llega un punto en el que no dilucidamos si estamos en uno de los sueños de la protagonista o fuera de él. Intuimos que las visiones solo la atacan cuando está sola, pero eso no es garantía de nada en ‘El prófugo’. La asombrosa Cecilia Roth y el misterioso Nahuel Biscayart habitan los cuerpos ‘amigos’ de Inés, que oscilan entre lo normal y lo paranormal. Hablando de lo actoral, cabe destacar enormemente la química entre Érica Rivas y Daniel Hendler. Las conversaciones iniciales entre ambos dicen mucho sin explicitar, y marcan el tono que define al resto de la cinta. Otro punto favorable en la película es que nunca pierde de vista su hilo conductor. Aunque parece que la trama se ramifica por todos lados y ninguno a la vez, siempre se mantiene firme en su guía principal: la voz. Desde el inicio se ubica como elemento crucial y definitorio de Inés, por su trabajo como actriz de doblaje y cantante. Luego se mantiene en detalles muy sutiles, como la pastilla que se toma para viajar en avión o su pesadilla en la que ahorcan a su pareja. El grito que suelta cuando ocurre la tragedia. La interferencia del micrófono cada vez que graba. En su totalidad, la cinta es un verdadero nudo en la garganta que se debate entre desatarse dolosamente o aceptar su enredada existencia. ‘El prófugo’ es el tipo de largometraje cuyo encanto radica en la subjetividad del espectador. Si lo buscado es un thriller con pistas concretas para llegar a un resultado firme e inequívoco, será mejor mirar hacia otro lado. Quizá eso sea lo único reprochable del film: los enlaces entre los hechos que ocurren son poco claros. Sin embargo, si se anhela ese terror psicológico que asume el mando cuando se está en la total oscuridad, perdido y sin la oportunidad de predecir un posible camino, Natalia Meta cumple con las expectativas.
La literatura argentina tuvo y tiene varios grandes exponentes de los relatos fantásticos o de terror; desde Borges y Bioy hasta Samanta Schweblin o Mariana Enriquez pasando por Horacio Quiroga, entre otros. Sin embargo, en el cine argentino actual -curiosamente- no es un género demasiado transitado. Charly Feiling fue uno de esos grandes escritores, aún no valorado lo suficiente, que trabajó con lucidez esa zona donde lo real se vuelve imaginario o viceversa y armó el irreverente edificio de su literatura a partir del trabajo con las formas “bajas” como el terror como sucede justamente en “El mal menor” (1996) su última novela. En El prófugo, Natalia Mena abreva en la novela de Feiling, casi como una vampira, succiona restos del libro, cierto tono, alguna característica del personaje central; esa Inés (con la inefable Erica Rivas) que se mueve entre voces, ruidos y cuerpos, tensando el mundo de los sueños y el de realidad. También es la misma Inés la que abreva en los ritmos sonoros de su cuerpo, en el mundo de los acoples que la ocupan, como una vampira que es además cantante lírica, descentrada y a la vez atenta a sus propios movimientos. Habitada por “un prófugo”, tal vez su propia alteridad, quizá las sobras del deseo que intenta reprimirse, Inés se mueve en la oscuridad, en los interiores de espacios lúgubres, en pasillos asfixiantes, en las bambalinas de un teatro vacío. Es ella la que produce el terror; es ella la que lo alimenta, la que lo habita. Quizá, no sea ésta una película de terror, sino que el personaje principal genera el miedo, el terror, con sus recorridos, con sus trayectos inciertos, con sus inseguridades, con sus vaivenes. El prófugo abre con una escena compleja, una mujer se tapa la boca con las manos y acompaña un relato que fluctúa entre la violencia sexual, el miedo y los gritos. Vemos imágenes que no se corresponde con los sonidos. Nos enteramos bastante más tarde que esa mujer se dedica a doblar películas, alguien que se desdobla, alguien que puede ser y hablar como otro. Este comienzo sorprende no sólo porque adelanta “ese otro” que va a habitar el cuerpo y la voz de Inés, esa dislocación del cuerpo y de los sonidos, sino también porque la secuencia siguiente es absolutamente diferente. Difiere tanto en el tono, en el ritmo como en el espacio y en la luz. El prófugo se juega en esas grandes elipsis en las que no sólo no sabemos lo que ocurrió, sino que a la vez la propia Inés no lo comprende demasiado. Ella y sus fantasmas, sus propios “prófugos”, sus ruidos; la atormentan y a la vez la sostienen. Quizá ese trauma inicial, planteado en la compleja relación que establece con el novio en ese luminoso espacio de la playa, sea la razón; aunque no está claro. Nada se reduce en El prófugo a explicaciones psiquiátricas o psicológicas, los relatos de terror se basan justamente en la posibilidad de tensar estos discursos. Una de las virtudes de la película es un tono de cierta ligereza que a veces se vuelve cómica. La cita a Chitarroni (el Gran Maestro Luis Chitarroni, íntimo amigo de Feiling y en la actualidad uno de los responsables de la editorial La Bestia Equilátera, junto con Mena, la directora de la película) como aquel genio de consulta muy costosa que puede “desmagnetizar” los ruidos que habitan a Inés, los coqueteos de la madre de Inés (Cecilia Roth) o el final donde todo se vuelve o se trasmuta en otro género, en otro ritmo, casi como una comedia romántica o un musical frenético. Otro de los aciertos es el gran trabajo de sonido a cargo de Guido Berenblum, no solamente en ese elemento ruidoso que puebla a Inés, que la molesta y la conforma, sino también la presencia de la música, la irreverencia de los fuertes zumbidos y acoples que aparecen cada tanto que hacen a la creación de un clima que tiende más a sugerir que a explicar. El sonido en El prófugo es el verdadero protagonista, es un concepto que logra autonomía más allá de las imágenes. Natalia Mena desestructura el género de terror, lo desarticula, hace un buen trabajo de hipertextualidad (de la que no nos ocuparemos en detalle, ya que las películas no son un recorrido a desentrañar a partir de citas de otras películas). Mena arma un relato donde se proponen diferentes capas de lectura, una película que se abre a las interpretaciones y a la vez, afortunadamente, las minimiza. Con ciertos tropezones en el guion y alguna sobreabundancia de recursos cinematográficos como las elipsis, El prófugo es un gran intento de un tipo de cine que escasea en la actualidad, porque tal vez como dijo Ricardo Piglia “El relato de terror es quizá la forma más devaluada y más activa de la cultura actual. La dificultad de fijar con claridad sus límites es una prueba de que no ha sido aún legitimada por la crítica académica. EL PRÓFUGO El prófugo. Argentina/México, 2020. Guion y dirección: Natalia Meta. Intérpretes: Erica Rivas, Nahuel Pérez Biscayart, Daniel Hendler, Cecilia Roth, Guillermo Arengo, Agustín Rittano, Gabriela Pastor, Flor Dyszel y Mirtha Busnelli. Fotografía: Bárbara Álvarez. Música: Luciano Azzigotti. Edición: Eliane Katz. Dirección de arte: Aili Chen. Sonido: Guido Berenblum. Producción: Benjamín Domenech, Santiago Gallelli, Matías Roveda, Natalia Meta y Fabiana Tiscornia. Duración: 95 minutos.
Inés (Erica Rivas) se gana la vida doblando al castellano neutro películas clase B (piensen, por ejemplo, en productos japoneses pletóricos de gore y erotismo) e integra también un coro profesional. Ella está ahora en pareja con Leopoldo (Daniel Hendler), un tipo bastante posesivo y controlador con el que emprende un viaje en principio romántico (y en verdad bastante incómodo) a las zonas más turísticas de México que termina en tragedia. A partir de entonces, sus ya habituales miedos, angustias, fobias y traumas no hacen más que potenciarse y amplificarse hasta niveles tan enfermizos que empiezan a generarle una creciente escisión entre lo real y lo imaginario. Del estrés a los desórdenes psíquicos, de las pastillas a las pesadillas recurrentes, de energías inmanejables a sonidos indescifrables y apariciones fantasmales, El prófugo -relato inspirado en la novela El mal menor, de C.E. Feiling- es un thriller psicológico cada vez más ominoso que tiene claras influencias del cine de Brian De Palma y David Cronenberg, y cierta estética del giallo (y más específicamente de la obra de Dario Argento). La narración se va complejizando aún más en la segunda mitad con la aparición de Alberto (Nahuel Pérez Biscayart), un joven afinador de órganos en la sala donde ella canta con el coro que parece amoldarse a su particular (caótico) universo personal, el regreso de su madre (Cecilia Roth), que se instala con ella para ayudarla y contenerla; y la irrupción de varios inquietantes personajes secundarios como la Adela de Mirtha Busnelli. El sonido (brillante trabajo de Guido Berenblum) tiene tanta o incluso por momentos más incidencia dramática que la imagen (solvente aporte de la directora de fotografía Bárbara Álvarez) en un film que en ciertos aspectos recuerda a Berberian Sound Studio, el film del inglés Peter Strickland ganador del BAFICI 2013. El prófugo se sostiene en una zona complicada (está siempre al borde de la explotación de los elementos propios del género de terror), ya que -en vez de apelar a la manipulación emocional del espectador a fuerza de golpes de efecto- opta por la creación de climas sugerentes, la construcción de un universo íntimo e inasible dominado por una sensación de peligro latente, por una permanente desconfianza y una fuerza contagiosa y perturbadora que va contaminándolo todo. En este sentido, y tras la poco entusiasta recepción que había obtenido con Muerte en Buenos Aires, El prófugo resulta un sorprendente, auspicioso y destacable salto cualitativo en la carrera de Natalia Meta.
“El relato de terror es quizá la forma más devaluada y más activa de la cultura actual”, señalaba el gran Ricardo Piglia al referirse al libro de C. E. Feiling en la que se basa esta película, donde lo psicológico, más que el thriller, domina la historia de Inés, cantante de coro y dobladora de películas de sadismo y terror, para quien los márgenes de realidad y ficción se entremezclan de manera acelerada desde un hecho traumático vivido en sus vacaciones. De regreso a su vida cotidiana tomará contacto con Alberto, un afinador de instrumentos que añade su singular presencia hasta que alguien le comenta que también hay un “prófugo” que ejerce una notable influencia sobre ella. Piglia agregaba: “El mal menor no es un relato de terror sino un relato sobre el terror”, y esa seguramente sea la mayor correspondencia en la adaptación libre de Natalia Meta que, pese a ciertas reiteraciones, sabe jugar también con otros géneros y enmarca la gran labor de Erica Rivas y Nahuel Pérez Biscayart (como Inés y Alberto), bien acompañados por Cecilia Roth, Mirta Busnelli y Daniel Hendler, dentro de una atmósfera precisa que el sonidista Guido Berenblum y la fotógrafa Bárbara Álvarez llevan a su máxima expresión jugando con el giallo y otras citas cinematográficas en la lente de la directora, para la cual El prófugo puede ser una historia sobre el terror pero también sobre los inexplorados abismos del deseo.
Se trata de una película inquietante. Que se inscribe en el terror psicológico y que va sumergiendo al espectador en un clima enrarecido donde la lógica puede cederle el paso a lo fantástico y especialmente a lo perturbador. Escrita y dirigida por Natalia Meta, una notable creadora. La protagonista, una siempre inspirada Erica Rivas es una mujer que trabaja con su voz. Dobla películas en horarios extraños, en salas de grabación siempre en penumbras, con películas clase B que le exigen gritos, carcajadas o tonos neutros que ella domina con facilidad. Se sumerge en esos mundos paralelos aparentemente impune. También es integrante de un coro con un repertorio ecléctico. Después de unas vacaciones tensas, teñidas de climas siempre en el límite con lo abusivo, una tragedia marca el regreso. Ahí su mundo se complica, la muestra en una realidad de pesadillas, medicación, dudas y problemas con su voz. Una puerta a lo fantástico e intimidante, a revelaciones que la sumergirán en otras realidades paralelas y absorbentes. Basada libremente en la novela “El mal menor” de Carlos Eduardo Feiling, la película filmada casi siempre en ambientes cerrados, pasillos circulares, ambientes penumbrosos logra captar, sin caer nunca, un tono de tensión permanente, de impecable fotografía y de un diseño de sonido que contribuye mucho a los deseos de la directora. El elenco es otro acierto. Erica Rivas encuentra los matices perfectos para su atribulada heroína, Manuel Perez Biscayart maneja el tono ambiguo y siniestro, que campea en los demás personajes de Cecilia Roth, Daniel Hendler y la gran Mirtha Busnelli.
"El prófugo", o la materia de las pesadillas La película consigue una gran adaptación del texto de Charlie Feiling, cruzando la realidad con lo onírico de un modo inquietante para la protagonista y el espectador. Si hubiera que buscarle un universo de pertenencia a El prófugo, segundo trabajo de la cineasta Natalia Meta que tuvo su estreno en la competencia oficial de la última Berlinale, tal vez el más apropiado sería el de las pesadillas. Porque no es el terror y tampoco el género fantástico (aunque elementos de ambos orígenes aparecen con claridad) lo que define la atmósfera de esta película, sino la particular claustrofobia que producen los malos sueños. Esos que fuerzan al soñador a permanecer encerrado en su propia angustia, sin salida a la vista. Y no solo porque las pesadillas de Inés, la protagonista, son un elemento fundamental dentro de la diégesis, manifestándose ya en las primeras escenas, sino porque esa sensación, cruza de vértigo y agobio, es trasladada con éxito al auditorio. La película misma comienza de modo pesadillesco. La escena inicial transcurre dentro de la cabina de un estudio de grabación: es que Inés es cantante lírica, pero se gana la vida como artista de doblaje. Parada frente a una pantalla que reproduce un film de terror sádico de origen oriental, ella debe interpretar los jadeos, gritos y súplicas de una mujer que está siendo agredida en lo que parece ser una sesión de sadomasoquismo. La proyección se multiplica, arrojando sus reflejos sobre el rostro de la protagonista y en el cristal que detrás de ella separa al estudio de la sala de control. Lo mismo ocurre con los sonidos, con la voz de Inés pisando la banda sonora original. Esas duplicidades desencajadas no son casuales: su presencia es una primera pista que el guión le brinda al espectador. Las secuencias inmediatas pondrán de manifiesto que tales desdoblamientos también operan sobre el plano de lo real. El vínculo tenso que Inés mantiene con Leopoldo, su pareja, un tipo controlador y absorbente, será el catalizador a través del cual la realidad será atravesada por una dimensión ajena, cuya primera manifestación llegará, claro, de la mano de una pesadilla. La pareja está en un avión, a punto de irse de vacaciones. Inés está asustada por el inminente despegue y él intenta calmarla, pero su insistencia la pone más nerviosa. Finalmente acepta tomar un calmante. Durante la noche la azafata se acerca a ella y le sugiere que ese hombre, Leopoldo, no le conviene y se ofrece a matarlo. Aterrada, Inés forcejea con la mujer y se despierta, sobresaltada, revelando que se trataba de una pesadilla. Lo que no queda claro es cuándo comenzó. El prófugo irá acumulando escenas que dejan claro el estado de tensión por el que atraviesa Inés, interpretada con su habitual potencia por Érica Rivas. Una tragedia terminará de sacudir la vida de la protagonista y a partir de ahí el relato se irá poniendo cada vez más espeso y extraño. La llegada de una madre casi tan invasiva como Leopoldo; la aparición de problemas en la modulación de la voz, que es su herramienta de trabajo; el cruce con un hombre que encarna todo lo bueno que el otro no tiene; y una mujer que, casi como una médium, le informa a Inés que hay una presencia que se le ha metido dentro y a la que solo podrá sacar durante el sueño. El trabajo con lo onírico no es una novedad en la breve filmografía de Meta como directora. De hecho era un elemento estético muy presente en su película anterior, la sorprendente Muerte en Buenos Aires (2014), un policial ambientado en la década de 1980. Para generarlo, la directora no solo se sirve de los recursos visuales, sino que utiliza todo el arco sonoro para generar una sensación de extravío que va consumiendo por igual a la protagonista y al espectador. Trabajada con un nivel de detalle que bordea lo obsesivo, la banda sonora parece efectivamente alimentarse de los peores sueños. A pesar de todo lo anterior, El prófugo también recurre al humor, manejándolo con precisión y un timing notable. Pero siempre poniéndolo a disposición de ese clima enrarecido, nunca como una forma de aligerar el estado de alerta permanente que atraviesa al oscuro relato.
El prófugo resultó una sorpresa. Muerte en Buenos Aires, la película precedente de Natalia Meta, apenas ofrecía el atisbo de una directora que, en cambio, aquí tiene control sobre todos sus materiales, a diferencia de su protagonista, quien experimenta una paulatina caída en lo Real, dirían los psicoanalistas (lacanianos). Que la propia Érica Rivas (una vez más en un papel notable) exprese en los agradecimientos que el film está dedicado a los que no encajan en la norma es una glosa de todo lo que aquí sucede. Y es mucho, porque la psicosis es siempre una decantación de signos sin referencias.
Natalia Meta, la realizadora de El prófugo, estrenó su ópera prima en el año 2014. Noche en Buenos Aires era un ambicioso policial con resultados aceptables, cuya salida comercial espectacular llamó la atención. Meta tenía una cualidad rara para el promedio de los cineastas nacionales: quería que su película fuera vista por mucha gente. En una cinematografía como la nuestra, donde los realizadores prefieren los créditos a las taquillas, la idea de Natalia Meta era una bocanada de aire fresco. Cine profesional, hecho en serio, con ganas de llegar a la mayor cantidad de pantallas. Aunque no estaba obligada, la directora decidió ir en El prófugo un poco más allá. A un elenco de actores conocidos y una calidad técnica notable, le sumó un guión sofisticado y una puesta en escena precisa y con muchas ideas. Inés (Érica Rivas), sufre una situación traumática estando de vacaciones con su novio (Daniel Hendler). Su vida cotidiana se complica cuando en su trabajo empieza a recibir también señales de una presencia misteriosa que le hace dudar de su propia cordura. Inés trabaja en doblajes de películas y canta en un coro. El sonido y la voz son dos piezas claves de su trabajo, algo raro ocurre en ambas áreas, y sus pesadillas empiezan a meterse en su vida. La película puede que tenga una variedad de influencias cinematográficas, desde el cine de terror italiano a Brian De Palma. La luz, el encuadre, el montaje y, por supuesto, un fantástico uso del sonido, son piezas que arman un film notable en la forma, pero también ayudan a la sofisticada estructura fantástica que la historia propone. Tal vez usar actores menos conocidos para algunos roles hubiera ayudado más a concretar el clima que la película busca todo el tiempo. Nahuel Pérez Biscayart es la excepción, su rostro posee la ambigüedad y la inquietud necesarias para que el fantástico entre en la historia y genere la genuina incertidumbre que la película reclama. Aun sin ser perfecta El prófugo confirma los deseos de la directora: Hacer el mejor cine posible usando al máximo las herramientas a su disposición.
La voz es el principal recurso en la vida de Inés (Érica Rivas). Una que logra un lenguaje neutral para su trabajo como actriz de doblaje en películas orientales y luego alcanza el tono soprano cuando practica junto al coro lírico de mujeres en el escenario del CCK (Centro Cultural Kirchner, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires). Entre repeticiones y ejercicios, ella la controla pero, ahora, algunas voces interiores intentan controlarla a ella. En su segundo largometraje, Natalia Meta (Muerte en Buenos Aires, 2014) se centra en un momento de quiebre en la vida de la protagonista producido por un suceso traumático que cambia por completo el modo de percibir el mundo.
RARA, COMO OBSESIVA En 2014 Natalia Meta estrenó Muerte en Buenos Aires, película que este crítico votó como uno de los peores films de aquel año. Policial ochentoso que intentaba recrear un submundo de reviente porteño, pero absolutamente fallido en su kitsch a destiempo. Lo que sí sobresalía era la capacidad de la directora para construir una iconografía visual potente, que si bien ponía a la película más en el terreno de lo publicitario que en el cinematográfico, no dejaba de tener su encanto. Muerte en Buenos Aires era una serie de imágenes lustrosas sin una red que las contenga adecuadamente, y se desplomaba por la prepotencia audiovisual que exhibía sin ton ni son. Siete años después Meta vuelve con una película que, otra vez, tiene imágenes poderosas, una producción cuidada con una estética que define un mundo en apenas un par de planos, pero que a diferencia de aquella sí logra trascender esa superficie para profundizar en aspectos psicológicos de sus personajes y edificar un relato que es puro clima. Es una película obsesiva en sus procedimientos, meticulosa, el marco ideal para el profesionalismo que la realizadora exhibe en cada rubro técnico. Basándose en la novela El mal menor de C.E. Feiling, Meta construye un relato que tiende múltiples lazos con un universo cinematográfico también sostenido en lo estético, como es el giallo, y que a su vez involucra aspectos sexuales imbricados con el terror y el thriller psicológico como podrían hacerlo un Alfred Hitchcock o un Brian De Palma. Inés (una Erica Rivas perfecta) es una mujer que trabaja haciendo el doblaje de películas de terror Clase B y además canta en un coro. Pero una tragedia vivida durante unas vacaciones con su pareja, un tipo bastante controlador, termina por poner su mundo patas para arriba, primero en forma de pesadillas que padece como demasiado vívidas, y luego con voces que comienzan a acecharla y que terminan interfiriendo en su trabajo. Lo que surge ahí son aspectos vinculados con los miedos y las represiones, con los tabúes, y que ponen a la protagonista en un espacio de absoluta introspección. Meta en vez de explorar el costado más vulgar y previsible del género, lo que hace es contener la explosión todo lo posible con el fin de imbuir a su personaje (y por ende al espectador) en un clima cada vez más enrarecido. Así, El prófugo es un relato que parece transitar espacios reconocibles para el público seguidor del cine de terror cuando en verdad se va poniendo sumamente críptico. No solo por su apuesta a géneros pocos frecuentes en el cine argentino (el fantástico, el terror psicológico), sino por la ambición de sus formas y la precisión de su puesta en escena, El prófugo es una absoluta rareza dentro de la cinematografía local: hay que buscar otra película que como aquí sepa encontrar el espacio acorde a fondo y forma, y que lo utilice con criterio y rigor cinematográfico. La de Meta es una película que no se parece a casi nada que se haya filmado por estas tierras y que aun abordando temas actuales como la violencia masculina, toma distancia del panfleto o la bajada de línea obvia, para sumergirse en un relato que da pocas explicaciones y que hasta puede resultar sumamente incómodo en su resolución y su reflexión sobre el deseo y su asimilación. La última escena de la película no solo es perfecta, sino que involucra el arte popular de una manera imprevista para un relato que hasta ese momento demostraba un academicismo inclaudicable. Una película llena de sorpresas.
“El prófugo” de Natalia Meta: notable transposición de la novela de C. E. Feiling Luego de su ópera prima, Muerte en Buenos Aires (2014), era difícil predecir qué camino tomaría la incipiente filmografía de Natalia Meta. Demasiado industrial para señalar rasgos “autorales”, aquella película resultó una buena carta de presentación que también contó con el acompañamiento del público. Fue, en definitiva, un debut con un exponente del género policial al que se le adosaron algunas singularidades, principalmente condensadas en la exploración del ambiente gay de un Buenos Aires en la década del ’80. Su segundo opus ratifica su eficacia para la construcción de climas, pero en esta oportunidad redobla la apuesta; El prófugo (2020) resulta un meticuloso relato sobre el límite entre el sueño y la vigilia, la cordura y la locura, que encuentra en la corporalidad de Érica Rivas todo el pathos que una actriz de su temple es capaz de ofrecer. La secuencia inicial nos muestra a Inés (Rivas) en pleno trabajo de doblaje en castellano neutro de una película oriental, en lo que parece ser un encuentro sadomasoquista. La tonalidad de la imagen, la sensación de extrañamiento del lenguaje y la multiplicación del filme doblado en el vidrio que la separa del operador funcionan como signos de la materialidad con la que trabajará El prófugo. Realidad y fantasía. O, tal vez, intromisión de una realidad alterna en la vida de una mujer que reparte su tiempo entre el trabajo y lo que se supone que es su vocación: el canto lírico en un coro. Inmediatamente después del comienzo, la película se interna en la vida amorosa de Inés; le alcanzan un par de diálogos y actitudes de su novio (interpretado por Daniel Hendler) para mostrar que se trata de una relación que no funciona, debido a la conducta controladora e invasiva que ella tiene que soportar. Un viaje a una playa paradisíaca y una tragedia hasta entonces impensada define un cambio brusco en el devenir de los hechos, con la aparición del título ya avanzado el metraje. Ya de nuevo en Buenos Aires, Inés empezará a desarrollar un problema en su voz, lo cual implica conflictos con su trabajo y con su espacio de expresión artística. La aparición de un personaje diametralmente opuesto al que fue su novio (un afinador de instrumentos interpretado con meticulosa gracia por Nahuel Pérez Bizcayart) suma elementos de extrañeza en este thriller psicológico, que lo es no sólo por indagar en la subjetividad de su personaje principal, sino por trabajar sobre lo disruptivo, elemento que pone al espectador en la necesidad de entender qué es lo que está viendo cuando todo lo estable deviene inestable. La llegada de su madre (Cecilia Roth), lejos de cumplir con el objetivo de traer algo de paz y compañía, opera como una nueva intrusión en su esfera cotidiana (una más). El prófugo, transposición de la novela de culto de C. E. Feiling, El mar menor, consigue desprenderse de aquel texto y, al mismo tiempo, enaltecerlo con una verdadera operación de reescritura. Meta se toma todas las libertades narrativas para profundizar su propuesta estética, en donde en la escisión entre lo real y lo aparente cobra espesor el diseño de sonido. Y en ese terreno cuenta con el talentoso aporte de Guido Berenblum, al que se le suman los meticulosos trabajos en arte de Ailín Chen y en fotografía de Bárbara Álvarez. El universo de la película se nutre del giallo, pero también de algunas películas de Brian de Palma como Blow out (1981) o Femme fatale (2002). No obstante, más allá de estas influencias El prófugo resulta una película pletórica en ideas, con una identidad que queda impregnada luego de su visionado porque, al igual que Inés, el espectador también se desconcierta pero no puede dejar de ver y de oír, por más que las imágenes y los sonidos no encuentren un referente inmediato.
Una historia de amores, pesadillas y suspenso. “El prófugo” de Natalia Meta. Crítica. Desde el 30 de septiembre se verá en los cines de todo el país. Nito Marsiglio Hace 7 días 0 42 Escrita y dirigida por Natalia Meta, quien fue la productora asociada en películas como “Un amor” de Paula Hernández, “Las Acacias” de Pablo Giorgelli, ganadora de la Cámara de Oro del Festival de Cannes y “Zama” de Lucrecia Martel. Su primera película como directora, “Muerte en Buenos Aires” fue un éxito de taquilla nacional y se estrenó en el 2014. Por Nito Marsiglio. Inés (Érica Rivas), trabaja haciendo doblaje de películas y además es cantante en un coro profesional. Se encuentra en una relación bastante reciente con un novio algo obsesivo con sus celos. Al extremo que la acosa queriendo saber con quien había estado soñando Érica, durante una pesadilla en la que hablaba en voz alta. La relación termina con un final demasiado traumático para ella. A partir de entonces, la vida de Inés comienza a tener un giro, ya que aumentan sus pesadillas y comienza a fallarle la voz, lo que le trae complicaciones tanto en el trabajo como en el canto. Decide entonces hacerse todos los estudios posibles sobre sus cuerdas vocales, pero el resultado fue que orgánicamente su cuerpo se encontraba perfecto. Esto le preocupa y la lleva, por recomendaciones de amigos, a tomar calmantes para poder conciliar el sueño. Es entonces cuando aparece su madre (Cecilia Roth), que vive en otra localidad y se le instala con el fin de acompañarla en su apartamento. En ese ínterin conoce, durante un ensayo del coro, a Alberto (Pérez Biscayart), con quien se empieza a gestar un tierno romance. Las pesadillas de Inés van en aumento y al punto que se entremezclan con su realidad, cuando ella ya no se encuentra durmiendo, imposibilitándola así tanto en su trabajo como su participación en el coro. “El Prófugo” es la segunda película como directora de Natalia Meta y se estrenó en la Competencia Oficial del Festival Internacional de Berlín en el año 2020. No solo la dirigió sino también escribió su guion basado en la novela “El Mal Menor” del escritor argentino C.E. Feiling. Este thriller psicológico posee varios aspectos favorables a destacar. Por un lado la narrativa mantiene una atmósfera y un ritmo intenso, generando un suspenso destacable.
Cuando nada es lo que parece La novela “El mal menor”, una de las tres obras publicadas por Carlos Eduardo Feiling, escritor nacido en Rosario, fue la inspiración para “El prófugo”, segunda película de género de Natalia Meta. En esta ocasión se trata de un thriller psicológico que rescata la idea central del texto literario que es la existencia de seres que habitan los sueños y que al escapar de ellos y buscan encarnarse en la realidad. En el centro del relato está Inés (Erica Rivas), una mujer que trabaja como actriz de doblaje de películas de todo tipo. Inés tiene pesadillas recurrentes, pero el giro clave con el cual el filme y su protagonista entran en una espiral de suspenso es un viaje que termina de manera trágica. A partir de ese momento Inés y su entorno se cruzan y retuercen de un modo en el que vigilia y pesadilla se confunden. Aunque el recurso es frecuente en el género, en este caso Meta redobla la apuesta y no le da al espectador la tranquilidad de saber qué está viendo ni en cuál de los dos mundos está el personaje, si en el de los sueños o el de la realidad. El elemento clave y sutil del terror está dado por lo intangible antes que en lo visual. En ese sentido, otro de los aciertos es el diseño de sonido de Guido Berenblum que sugiere los fantasmas y temores que habitan en Inés. Meta, Berenblum y la directora de fotografía Alejandra Alvarez (“El custodio”, “Una mujer rubia”) forman los tres puntos de apoyo para el excelente trabajo de Erica Rivas que le da a Inés el punto intermedio entre la demencia y la cordura, con el tono ambiguo que mostró en “La luz incidente” o “La cordillera”. Natalia Meta volvió al set seis años después de “Muerte en Buenos Aires”, un policial con marcó el debut de la directora. El entusiasmo de aquella ambiciosa pero poco valorada ópera prima protagonizada por Demián Bichir y Chino Darín, sumó ahora madurez, reflexión e ingenio para transformar en imágenes el universo onírico creado por Feiling en el que los “prófugos” amenazan con romper las barreras de la racionalidad.
«El Prófugo», el segundo largometraje de Natalia Meta («Muerte en Buenos Aires»), resultó ser una grata sorpresa dentro de la oferta que nos propone la cartelera cinematográfica argentina. No solo porque se nos cuenta una historia atractiva, original y con algunas problemáticas bastante interesantes, sino porque, además, se da todo en el marco del cine de género de manera eficaz, demostrando que muchas veces el terror es el mejor terreno para teorizar o incluso dialogar sobre ciertos tópicos. Basada libremente en «El mal menor» de C. E. Feiling, el largometraje se centra en Inés (Erica Rivas), una doblajista que trabaja en películas que parecen pertenecer al exploitation y también participa como cantante en un coro. Tras un viaje bastante traumático junto a su pareja (Daniel Hendler), su mente parece comenzar a confundir y a mezclar la frontera de lo real con la del imaginario/onírico. Con algunas pesadillas y cierto «sonido» o «prófugo» que parece colarse en sus cuerdas vocales, Inés siente una sensación peligrosa que le dejan tanto sus vividos sueños como los seres (ya sean reales o imaginarios) que la rodean. El film de Natalia Meta sobresale por componer un thriller psicológico potente, bien llevado y dirigido con pulso de relojería además de contar con una deslumbrante interpretación de Rivas en el rol principal. Una de las características más destacables y ricas del relato tienen que ver con ese tono único que logra la directora ya sea desde el gran trabajo de guion o mismo desde el montaje pasando por momentos que parecen de comedia costumbrista en el inicio del film a escenas de horror y extrañamiento que pueden emparentar a esta película con el cine de Peter Strickland («In Fabric», «Berberian Sound Studio») para poner un ejemplo. Incluso podríamos compararla con el cine de De Palma en ciertos aspectos o con la reciente «Censor» (2021), así como también con «Black Swan» (2010) de Darren Aronofsky, en ese juego dual entre los sueños/pesadillas y la vida real condicionando y poniendo en jaque la psicología de la protagonista. Asimismo, otro de los grandes aciertos de «El Prófugo» tiene que ver con el trabajo de casting con el que contó la película, ya que, más allá de que sería difícil imaginar esta obra sin la presencia de Erica Rivas, también sería imposible concebirla sin la presencia enigmática y magnética de Nahuel Pérez Biscayart y sin los grandes aportes de Hendler, Mirta Busnelli, Cecilia Roth, Guillermo Arengo y Agustín Rittano, en roles pequeños pero trascendentales. La puesta en escena deslumbra por su funcionalidad y solvencia, producto de una amalgama de aspectos técnicos logrados que van desde la dirección de fotografía de Barbara Álvarez que consigue generar esa atmósfera enrarecida que rodea a la protagonista, así como también un diseño de sonido muy logrado para acompañar dicho despliegue visual maravilloso. «El prófugo» fue elegida para representar a la Argentina en los Premios Oscar, y más allá de si resulta preseleccionada o no, este hecho sirve para ratificar y reivindicar al cine de género que tantas veces es dejado de lado dentro de la cinematografía local. Un film que resulta audaz e inquietante que demuestra la consolidación de Natalia Meta como directora. Una de las cintas argentinas del año que no hay que dejar pasar.
El cine argentino está viviendo una suerte de luna de miel con el género fantástico, territorio que –curiosamente- posee una escasa tradición en nuestro país. Esa inexperiencia se tradujo en recurrentes intentos fallidos de abordar al género, que en los últimos años ya empiezan a tomar un espesor mucho más sólido. Aparecieron los hermanos Bogliano, Daniel De La Vega, los Onetti, Demián Rugna, Cristian Ponce, Alejandro Fadel, y una camada de cineastas que desde distintas ópticas (e incansablemente) aportan un corpus de films de terror de lo más variados, y con claros signos de maduración año tras año. A ellos habría que sumar también el notable aporte que producen desde la rama literaria, escritoras como Mariana Enríquez y Samanta Schweblin. Hay un lazo (o lógica causal) que exige siempre la observación entre las diversas artes y en ese sentido, se da un proceso orgánico que anticipa en Argentina los tiempos del terror. “El prófugo”, segundo largometraje de la cineasta Natalia Meta (“Muerte en Buenos Aires”), se inserta, quizás de manera un tanto más lateral y criptica, en ese listado. Una adaptación libre de la novela de C.E. Feilling, cuyo estreno estaba previsto para el año pasado (cuando compitió en el festival de Berlín), y termino postergándose por un año y medio. Con el protagónico absoluto de la gran Érica Rivas, y las participaciones de Cecilia Roth, Daniel Hendler y Nahuel Pérez Biscayart, “El prófugo” nos narra la historia de Inés, una doblajista y cantante que, luego de unas vacaciones paradisiacas junto a su pareja, comienza a tener problemas en su voz. Conviene no adelantar demasiado de lo que sucede en “El prófugo”, porque estamos ante un film cuyo gran atractivo es precisamente la impredecibilidad. Los hallazgos visuales y narrativos que poseía “Muerte en Buenos Aires”, se empastaban en problemas estructurales que diluían las buenas intenciones. En ese sentido, “El prófugo” representa una evolución contundente de Natalia Meta, constructora de una película notable y muy exigente. El reino de la mente articula a “El prófugo”, no solo como idea narrativa, sino también en su relación con el espectador. Natalia Meta no regala las respuestas, pero a pesar de su maraña de conceptos, son los diálogos y detalles quienes construyen la significación. No es una película sencilla, es cierto. Quedaran muchos afuera. Otros se enojarán. “El prófugo” se la juega (y llega lejos) en terrenos inexplorados por el cine nacional. Requiere de varios visionados que permitan configurar la totalidad de una cinta que se enlaza a través de sueños y momentos grotescos. Natalia Meta usa la hibridez entre thriller-terror-comedia para obtener como resultado una obra extrañísima y absolutamente macabra. Hay algo (por no decir mucho) de las emociones desplazadas de David Lynch. Escenas cuyo valor es doble, por un lado, parecieran tener un tono sarcástico, que rápidamente se transforma en extraño e incómodo dentro de su dilatación temporal. La sensación de inseguridad que nos produce cada mirada, cada pasillo estrecho (con interiores Polanskianos que tejen la idea de espacio-mente) y una paranoia que se apropia del relato de forma extraordinaria, bajo el rostro de la siempre alucinante Érica Rivas. “El prófugo” se puede disfrutar incluso como si fuese un drama. El de una mujer que ha perdido lo que es su herramienta de trabajo, la voz. También, es la metáfora de la violencia de género y la necesidad de hablar. Cuando no se habla, se pierde la libertad. Meta no necesita de grandes banderas para configurar lecturas posibles. Es una obra rica en matices e ideas. Contundente, como pocas lo han sido en la historia del cine nacional fantástico. Otro paso firme del género y, esperemos, el inicio de una sólida (y prometedora) carrera para su realizadora.
Con marcadas referencias a la potencia visual de “El Cisne Negro” (2010) y cierta inspiración en la oscuridad del cine de David Cronenberg, “El Prófugo” combina con acierto drama existencial y horror psicológico, también proliferando en experiencias auditivas inquietantes. Bajo la intención de reflexionar acerca de desórdenes mentales, como las fobias y los traumas no resueltos, Natalia Meta dirige a Érica Rivas y Daniel Hendler, en esta adaptación de la novela “El Mal Menor”, publicada en 1996 y autoría del prematuramente desaparecido escritor C.E. Feiling. Estrenada en el marco de la última edición de la Berlinale, la investigación de género llevada a cabo, mediante la transposición literaria en imágenes, prevalece el uso de la forma por parte de la cineasta, traduciendo con sutileza un estudio de complejas relaciones y escindidas realidades. Meta, que debutara tras las cámaras con el policial “Muerte en Buenos Aires” (2014), es también productora del film “El Futuro que Viene” (2017) y socia editorial de “La Bestia Equilátera”. Aquí, su territorio preferido de exploración se construye de materia onírica; plano sobre plano que subjetiviza aquello que denominamos como real; pesadillas y fantasías operan para diagramar esta suerte de cartografía mental extrañada. Claustrofóbica, “El Prófugo” nos anima a perder el miedo a lo amenazante, interpelándolo directamente a los ojos. Jamás explícita y prefiriendo la duplicidad, se reserva para el final una jugada maestra: lo aparentemente inofensivo suele camuflarse bajo las engañosas máscaras del amor y el deseo.
La construcción de la realidad a mí manera Es la elegida para representar a la Argentina en la carrera por el Oscar a la Mejor Película Internacional. ¿De qué va? Una joven doblajista y cantante lírica de Buenos Aires conoce al hombre de sus sueños pero, de pronto, todo se transforma en una pesadilla. Es una adaptación de «El mal menor», la novela de Carlos Eduardo Feiling del año 1996. El día a día de Inés (Erica Rivas) será confuso y un tanto distorsionado, constantemente la vamos a ver en una actitud inquieta y en alerta, lo que la llevará a un suceso catalizador que nos marcará un antes y un después en la historia. La trama se seguirá desarrollando y apoyando en otros personajes secundarios como Marta (Cecilia Roth), su madre invasiva, Alberto (Nahuel Pérez Biscayart), su cable a tierra y Adela (Mirta Busnelli), una compañera de trabajo. La protagonista empezará a escuchar ruidos extraños sin ninguna explicación y ver ciertas apariciones que no deberían existir. Así emprenderá una búsqueda desesperada por intentar entender lo que le está pasando. Hasta acá todo bien, la directora Natalia Meta tiene un gran manejo de los tiempos y es una notable creadora de ambientes inquietantes, con la música justa para el clima. En cierto punto se podría decir que me hizo acordar un poco a Uncle Boonmee Who Can Recall His Past Lives (2010), aquella fantástica película de Apichatpong Weerasethakul, más que nada a su narrativa, la relación de los personajes y cómo avanzan con la historia, sin olvidar la cámara quieta y pausada que acompaña el relato. El Prófugo, Érica Rivas Pero, por otro lado, hay una cuestión narrativa que no me terminó de cerrar, no sé si yo no entendí o puede que me perdiera en el camino. A lo que voy es al personaje de Adela, que en este caso es usado más que nada como un interlocutor que explica lo que significa ser «un prófugo». Un concepto que no es claro en la película y que hace falta la interacción con otro personaje para que lo explique. Por supuesto que es válido y es un recurso narrativo bastante utilizado, pero su directora desaprovecha esta idea y solo hace que se revele muy poca información o casi nada, quedando conceptos propios de la película sin explicar y que al espectador le resulte difícil traducir para comprender en su totalidad el film. A pesar de esto, la película vuela muy alto y es excelente en muchos niveles, ya sea por el crecimiento de Meta desde su anterior largometraje Muerte en Buenos Aires (2014), o para ver grandes actuaciones, llevando a escena un drama atrapante y repleto de grandes momentos.
Inquietante apuesta por el terror psicológico, la nueva película de la realizadora de «Muerte en Buenos Aires» se centra en las extrañas experiencias de una mujer tras vivir un episodio traumático. Con Erica Rivas, Nahuel Pérez Biscayart, Daniel Hendler y Cecilia Roth. El terror psicológico es un género bastante explorado por la literatura argentina pero no tanto por el cine, que no ha conseguido a lo largo de ya varias décadas producir películas que puedan estar a la altura de las ambiciones de sus escritores en estos complicados y pantanosos terrenos. Habría que ir muy atrás, quizás a las primeras películas de Leopoldo Torre Nilsson o ciertos aires de EL DEPENDIENTE, de Leonardo Favio, para encontrar logrados ejemplares de tono más o menos similar. EL PROFUGO, de Natalia Meta, es una película inspirada libremente en EL MAL MENOR, una novela escrita por C.E. Feiling en 1996 y que se inscribe dentro de ese amplio género, desde una perspectiva lo más realista posible. La directora de MUERTE EN BUENOS AIRES –una película que, más allá de sus muy obvios problemas, evidenciaba una audacia formal poco usual en el cine nacional de género– le aplica al texto de Feiling recursos que bien podrían haber salido de una película de suspenso europea de los años ’70 y principios de los ’80, pisando un poco en el giallo, otro poco en el clásico de Nicolas Roeg DON’T LOOK NOW (que se conoció en la Argentina con el curioso e inolvidable título de VENECIA ROJO SHOCKING) y un tanto más, mudándose de continente, en las películas más oscuras de Brian de Palma de esa época como OBSESION, VESTIDA PARA MATAR o, por su temática específica, BLOW OUT. EL PROFUGO es un retrato de la locura o de la pérdida de las convencionales nociones de la realidad. La protagonista es Inés (Erica Rivas), una cantante y actriz que se gana la vida doblando películas y que, además, canta en un coro. Su voz es su principal instrumento y la puede usar tanto para hacer un doblaje castizo como para cantar opera y, si es necesario, para gritar desaforadamente. Cuando comienza el film la chica se va de vacaciones con una pareja reciente (Daniel Hendler), un muchacho un tanto denso con el que no se lleva muy bien a lo largo de unos días en unas playas mexicanas. Hasta que, en medio de una discusión, sucede algo sorprendente e inesperado que altera a Inés para siempre. Al principio, tras su vuelta de esas muy fallidas vacaciones, las cosas parecen ir encarrilándose normalmente, con Inés regresando a su trabajo y al coro. Pero poco a poco veremos que no todo es tan así y que una especie de stress post-traumático empieza a tomar posesión de ella, más que nada a partir de la voz. En sus grabaciones en el estudio parecen colarse sonidos que no provienen de ella y en los ensayos con el coro su voz falla y altera su rango. Reaparece en su vida su madre (Cecilia Roth), tratando de ayudarla pero complicándolo todo. Y, a la vez, Inés encuentra en un joven que afina instrumentos (Nahuel Pérez Biscayart) la aparente posibilidad de salir de su estado de confusión, uno que se complementa además con extrañas pesadillas y posibles visiones. Meta juega en un terreno delicado entre la estilización formal (la película transcurre casi toda en interiores, medio a oscuras, como si estuviéramos dentro de su perturbada mente) y la credibilidad más «psicologista» de la trama, en la que cualquier espectador puede suponer qué es lo que le está sucediendo a Inés. Pero las cosas se van enredando cada vez más y, en un punto, ya no es demasiado claro qué es real y qué no, y cuál es el origen de ese «prófugo» que parece dominarla desde adentro de su propio cuerpo, instalándose en su voz, en sus pesadillas y luego en lo que ella comprende como su realidad. Con algún punto de contacto con la reciente HORSE GIRL, película que está en Netflix y que narra en primera persona el derrotero imaginario de una mujer que atraviesa algún tipo de trastorno delirante, EL PROFUGO no llega a crear del todo un mundo paralelo en el que Inés vive sus posibles fantasías sino que prefiere mezclarlas dentro del mundo real, haciendo que de a poco su realidad se fracture, empezando por el sonido. Ese, quizás, sea el gran hallazgo de la historia: preferir expresar las posibilidades de lo fantástico a través del sonido, de voces y ruidos interiores que solo pueden ser captados por equipos de alta tecnología. Cuando la película entre de lleno en un universo, digamos, alternativo, lo expresará de manera sonora más que desde lo visual. En ese sentido es notable el trabajo de Guido Berenblum (habitual colaborador de Lucrecia Martel) en el sonido, lo mismo que el de Bárbara Alvarez en fotografía, dándole una atmósfera tenebrosa a un film que, después de la hitchcockiana sorpresa inicial, casi no tiene exteriores. Lo mismo se puede decir de las actuaciones, empezando por Rivas, cuya expresión se va volviendo cada vez más perturbada y extraña con el correr de los minutos, siguiendo por Biscayart, con un rostro y gestualidad más enigmáticas que nunca, y culminando en una Cecilia Roth que juega magistralmente en los límites más siniestros del género. La película en sí se topa con algunos problemas, en general ligados al guión, que por momentos se estanca en la repetición de ciertas figuras e ideas, especialmente en un par de escenas que se vuelven un tanto largas o reiterativas. Pero más allá de eso, EL PROFUGO funciona muy bien como un intento de jugar en los límites del género y en los de la locura dejando que el horror se apropie de nuestros bienes más preciados: nuestra voz, nuestra mirada, nuestro cuerpo y, finalmente, el mundo todo entero.
La mano de Natalia Meta evoluciona y consigue una de las mejores propuestas argentinas de los últimos tiempos. Tiene referencias a Dario Argento y Brian de Palma que son un deleite. Mucha atmósfera pesadillesca y amor por el género.