Los próximos pasados La directora de Como pasan las horas y Extranjera continúa con su fascinación por los griegos (en este caso el énfasis esta puesto en la tragedia de Edipo) con una climática (por momentos fascinante, por momentos algo distante) historia que arranca con un extraño accidente automovilístico (es notable en su puesta en escena toda la secuencia de apertura), la decadencia de una industria en la zona fabril de Rosario, la crisis de una familia disfuncional, un oscuro affaire y los vestigios (las heridas todavía abiertas) de la última dictadura militar que incluye la apropiación de niños. La propuesta de este cuarto largometraje de Oliveira Cézar es ambiciosa, abarcadora y muy diversa. Con un tono más ligado al policial, resulta un poco más narrativa, menos abstracta que sus dos predecesoras. El resultado final -convincente sólo a medias- se enmarca en la arriesgada línea estética, narrativa y temática que la directora adoptó desde su segundo film, Como pasan las horas (su opera prima, La entrega, es olvidable). La historia es por demás audaz y provocadora, pero el apuntado distanciamiento, cierta frialdad y hasta artificialidad en diálogos y relaciones dificultan la empatía, la identificación (o el rechazo) con las desventuras de los personajes. De todas maneras, no dejan de ser El recuento de los daños en particular y las búsquedas artísticas de Oliveira Cézar en general muy valiosas dentro de un cine argentino muchas veces obvio y declamatorio. Entre lo críptico y lo subrayado, siempre hay un buen espacio para desarrollar propuestas inteligentes.
Una rebuscada historia es la que cuenta la misma directora de Extranjera y Cómo pasan las horas. Retomando a los griegos –de quienes, según confesara en entrevistas a distintos medios, le interesa su visión del mundo- mezcla en El recuento de los daños el complejo de Edipo, las heridas que quedan aún sin cerrar desde la última dictadura militar y la vida que debe afrontar una viuda –Eva Bianco, en una interpretación impecable- que acaba de perder a su esposo en un accidente en la ruta, con dos hijas –Agustina Muñoz, quien se destaca, y Dalila Cebrian- y una fábrica que depende de ella y su hermano. Los personajes que componen la historia (de los que no se sabe ni los nombres) son sombríos, fríos, tristes; parecieran no poder comunicarse entre ellos. ¿Una historia de amor? ¿Una viuda que debe sobrellevar la fábrica que antes manejaba su marido? ¿Un hijo y una madre que se conocen? ¿Una madre y un hijo que se enamoran? La respuesta a cualquiera de estos interrogantes puede ser el tema sobre el cual gira este film. O no; o tal vez un poco de cada uno. La trama se hace compleja y lo que al principio parecía ser resulta que no es. El peso de cada uno de los posibles focos de interés se diluye cuando se mezclan tragedias antiguas y actuales de manera caprichosa. Lo que sí puede afirmarse es que queda claro en este film que las acciones de los hombres (los que gobernaron durante la dictadura, los que robaron bebés, el que dejó un auto sin señalización al costado de la ruta, y la lista sigue) tienen irremediablemente consecuencias que son inimaginables. Los daños son a veces muy grandes y repercuten en demasiadas vidas. La directora juega con una estética que al principio promete ser interesante; las tomas largas y pausadas; los fuera de foco, los cuadros fuera de campo que parecen dar un punto de vista particular; todo se pierde pronto. Hay además demasiadas elipsis temporales que obligan a llenar esos espacios con la imaginación, pero tampoco este recurso es acertado. Sin embargo, la iluminación crea atmósferas densas y le imprime un misterio interesante al relato. El sonido es otro elemento destacable; en algunos casos llega antes que las tomas a las que pertenece. En otros se escuchan los ruidos fabriles de fondo de manera constante; en ambos casos se logra el ambiente adecuado para lo que vendrá. Lo que al principio parecía iba a ser una película interesante se convierte en una historia forzada, con resultado poco feliz. Demasiado riesgo puede traer, como en este caso, consecuencias nefastas. Una pena.
El orden del caos La nueva película de Inés de Oliveira Cézar, El recuento de los daños (2010) ambienta la tragedia de Edipo en una historia familiar con un entorno fabril de fondo, construyendo mediante el reencuadre, el foco y los reflejos -en ventanas, espejos y demás- todo un discurso sobre la identidad. De allí la intrínseca relación del film con los desaparecidos. Un automóvil se detiene en la ruta y provoca un accidente fatal. Desde entonces una empresa familiar debe reestructurarse y contrata a un joven emprendedor que resulta traer consigo más de un secreto. Los pormenores del destino –trágico- deambularán en toda la relación de poder que se establece en la fábrica. Dividida en nueve secciones o capítulos, la directora de Como pasan las horas (2004) nos envuelve en el clima denso de la tragedia Edipo Rey de Sófocles. Recordemos que en su anterior film Extranjera (2007) trabajaba sobre la tragedia Ifigenia en Àulide de Eurípides. Aquí, a partir de un accidente de tránsito y sus múltiples consecuencias, la película hace un “recuento” de los daños en los integrantes de la familia. Presentada dentro de la Competencia Argentina en el último BAFICI, El recuento de los daños es una película meticulosamente estructurada plano por plano. Cada encuadre viene a describirnos y decirnos algo sobre las consecuencias del desorden natural. El desorden surge del contexto mismo y avecina la tragedia. La fábrica adquiere así un protagónico mas en la película generando la atmósfera necesaria para ahogar las posibles salidas de los personajes. La propuesta estética en cuanto a composición de imagen y clima, establece la tensión y el misterio que se desarrolla sobre los personajes. La puesta en escena es un elemento más para marcar este aspecto. Inés de Oliveira Cézar da un giro radical desde Extranjera, mostrándonos una versatilidad absoluta a la hora de abordar diferentes tipos de relatos. Siempre desde la tragedia pero no como destino fatalista sino como parte de una cotidianeidad natural que nos rodea, nos envuelve y nos predestina.
Un retrato de sobrevivientes Un singular drama familiar de Inés de Oliveira Cézar. El recuento de los daños es una película curiosa. Por un lado, plantea, con un estilo distanciado y formalista, el recorrido que hace un hombre que viaja hacia una fábrica en las afueras de Rosario con el objetivo de auditarla. Ese viaje no concluye de la forma previsible: hay un accidente extraño y un hombre puede haber muerto, algo que el conductor (Santiago Gobernori) no sabe. La noche, la bruma, la ruta, el accidente: uno se imagina entrando a un moderno policial negro, algo similar a lo que están haciendo muchos de los cineastas de la Escuela de Berlín (Thomas Arslan, Christian Petzold). Pero poco después nos daremos cuenta que, si bien algunas particularidades de esa estética con algún toque “Antonioni” sobreviven, El recuento de los daños cambiará de eje, registro y estilo. Una vez llegado a la fábrica, el hombre descubrirá que allí las cosas no están del todo bien. La dueña del lugar (Eva Bianco) acaba de quedar viuda y su hermano trata de mantener las riendas de una fábrica que tiene algunos problemas. Y la relación entre el recién llegado y los dueños se complicará a partir de otros hechos y revelaciones que no conviene adelantar acá, si bien no se trata de una película que haga su centro en el misterio o el suspenso. Descriptiva, oscura y extrañamente bella, pero algo sentenciosa en los textos (el filme funciona mejor... en silencio), El recuento... pasa a adentrarse en los territorios de la tragedia griega mezclados con la historia política argentina. ¿Es posible que ese muerto, esa mujer y ese hombre más joven estén relacionados entre sí y que esa relación haya nacido en la etapa más oscura de la historia argentina reciente? Suena -y es- forzado, es cierto, pero Oliveira Cézar no apuesta al realismo ni al cine de denuncia política. Sus películas (las anteriores son Extranjera y Como pasan las horas ) trabajan lazos atávicos, pero jamás lo hacen desde las zonas previsibles. Estilización, modernidad, distanciamiento, llámenlo como quieran. La directora logra subyugar desde la puesta en escena. Es un filme de imágenes ominosas, sonidos disruptivos, extrañas músicas humanas. Un oscuro retrato de sobrevivientes.
Pretenciosa, confusa y fallida variante del mito de Edipo Inés de Oliveira Cézar apuesta fuerte y pierde Si hay algo que molesta a cualquiera que esté abierto a nuevas y -mejor todavía- desafiantes propuestas cinematográficas tanto de contenidos como de formas, de discursos y recursos, es cuando un cineasta promete un futuro interesante y, más allá de sus buenas intenciones, aquella posibilidad termina disolviéndose en un mar de pretensiones. Eso es lo que le ocurre a Inés de Oliveira Cézar, que tras un volantazo al cine convencional (con el que debutó hace casi una década), demostró con Como pasan las horas un talento y una sensibilidad prometedoras. En su anterior experiencia, Extranjera , la cineasta creyó poder recuperar Ifigenia en Aulide , de Eurípides, a su manera. El resultado fue, por decirlo en una sola palabra, discutible. Pero esa incursión no parece haber sido suficiente. Ahora, al abrevar en Edipo -toma a una mujer que acaba de enviudar y que en su juventud supo estar comprometida en lo político, en plena dictadura militar en cautiverio, y despojada de su hijo recién nacido- deviene pretenciosa. La mujer que, endurecida por el tiempo, está al frente de un taller metalúrgico familiar en crisis, enfrenta el desembarco de un joven auditor impuesto por los acreedores, un joven ambicioso que de la noche a la mañana se hará cargo del lugar e intentará hacerlo funcionar aún poniendo en riesgo las vidas de los operarios. La relación entre la mujer y el visitante deviene carnal, pero aún así poco clara. Y el relato se oscurece hasta impedir ver qué es lo que realmente ocurre entre estos personajes que transpiran amargura. Con temas que recuerdan a otro cine independiente local, pero sin demasiada fortuna, todo se hace moroso a más no poder, con situaciones muy traídas de los pelos. El guión hace agua hasta convertirse en lo que es: abrumador y angustiante, pero sin demasiada coherencia. En este punto es importante destacar que Eva Bianco y Santiago Gobernori, protagonistas de este producto sesgado por lo pretencioso, fatalmente aburrido y peor aún, confuso, resuelven situaciones complejas con convicción, esfuerzo insuficiente para dar sentido y justificación a la propuesta. Una pena.
Mito y realidad sin barreras temporales En su obra más madura, la directora acude a una tragedia universal –la historia de Edipo–, situándola en su variante más propiamente argentina. Un film que habla de los desaparecidos y de la invisibilidad con la que se intenta obturar aquello que se empeña en salir a la luz. Después de Cómo pasan las horas (2005) y Extranjera (2007), la directora y guionista Inés de Oliveira Cézar entrega con El recuento de los daños la que quizá sea su obra más madura, aquella en la que forma y contenido se funden en un todo indivisible. La Argentina que se reconoce en la película es la de hoy, con sus paisajes, sus personajes y sus conflictos sociales, pero por detrás de esos afanes cotidianos (que la puesta en escena se ocupa de distanciar drásticamente del costumbrismo, de volver casi abstractos en su estilización geométrica) late la fuerza del mito. Como en la tragedia de Edipo, hay un hombre joven que vuelve a su tierra natal, que sin saberlo mata en la encrucijada de una autopista a su propio padre y que al llegar a su destino no puede sino sentirse atraído por una mujer mayor que él, la reina del imperio (en este caso, la dueña de una fábrica), provocando una crisis de la que apenas se adivinan sus terribles consecuencias. Que ese joven se descubra a sí mismo como un hijo robado durante la dictadura militar y que esa mujer de quien nunca se sabe su nombre pero que no es otra que Yocasta (magnífico trabajo de la actriz cordobesa Eva Bianco, dueña de una máscara impresionante) dan la dimensión, el espesor de una tragedia universal en su variante más propiamente argentina. En sus palabras de introducción a un repaso de su cine que se lleva a cabo en estos días (ver aparte), en ocasión del estreno de su nueva película, Oliveira Cézar escribe: “¿Cómo filmar la toma de conciencia?, se pregunta Serge Daney. Cómo pasan las horas, Extranjera y El recuento de los daños, la última de esta serie, se articulan alrededor de ese punto, de diferentes modos. Construyen en una superficie rota, en la que pueden proyectarse solo las partes. Juntas, ensayan una respuesta a esta pregunta”. De ese intento por aclarar el misterio, como quien interroga a la esfinge, no debe descartarse la palabra “duelo”. Como en sus películas anteriores, El recuento de los daños es un film sobre la conciencia del dolor, sobre el luto, sobre las ceremonias de la muerte. En principio, y sobre la superficie, está el fallecimiento del dueño de esa fábrica que el joven tecnócrata viene a evaluar. Frío, profesional, esa desaparición no le impide en principio proponer el rigor –laboral, financiero– que ya venía dispuesto a aplicar y al que no renuncia pese al duelo que se vive a su alrededor. Pero poco a poco, esa aflicción será también la suya y a través de ella se cuestionará su lugar en el mundo y su propia identidad. Es curioso comprobar cómo, sin proponérselo, El recuento de los daños dialoga con La mujer sin cabeza, de Lucrecia Martel. Allí también había al comienzo una ruta y un accidente automovilístico que ponían en una encrucijada –psicológica, social, moral– a su protagonista. Pero mientras en el film de Martel había una realidad negada férreamente por esa mujer y por su entorno, en el de Oliveira Cézar al joven no le quedará más alternativa que asumirla. En ambos casos, sin embargo, se está hablando, de una u otra manera, de los desaparecidos, del silencio y la invisibilidad con la que se intenta obturar aquello que se empeña en salir a la luz.
Nada que decir Una cámara fija e incómoda en la secuencia inicial. Largos planos desenfocados. Diálogos en apariencia claves para la trama que no se entienden por el mal sonido directo. Estas son algunas de las desprolijidades que resumen con bastante claridad este intento de cinematografía más bien indigno, doblemente decepcionante cuantas más pretensiones de buen cine parece tener. Raro en una directora de la talla de Oliveira Cézar, que fue capaz de de alzarse con buenos resultados en filmes anteriores; más que cine comprometido, suena a cine por compromiso. El infaltable argumento troncal que alude a los años de plomo está metido a la fuerza en una trama donde la acción y los momentos más fuertes transcurren en una fábrica a punto de cerrar. Alusiones banales a tragedias griegas anticipan una subtrama aún más forzada (un posible e inconsciente incesto), todo bien regado con planos fijos de situaciones estáticas donde no se luce nada. Ni actores, ni decorados. Sumémosle a esto un leitmotiv al piano cansino, trillado e irritante como única música de acompañamiento a las acciones, y que suena a uñas contra un pizarrón sumado al molesto sonido directo. En un momento, al personaje de Eva Bianco se le cuestiona sobre su silencio acerca del hijo apropiado, y ella responde simplemente: “No hay nada que decir”. No parece una frase ociosa, sino toda una definición para una cinta que abunda en planos de un pretendido expresionismo y un mal logrado efecto de cinema verité, pero con un guión tan endeble y carente de interés que vuelve inconexos los segmentos en que se divide el metraje y a sus personajes, insulsos. No hay verosímil en las situaciones, ni escenas de riesgo, ni desenvoltura en los actores, a excepción quizá de Marcelo D´Andrea, el único al que se le nota oficio. Con la única y prístina excepción de la escena inicial, un accidente en una ruta desolada (comienzo prometedor que pronto se desinfla), la cinta es un compendio de obviedades encadenadas. No hay mucho que agregar. Cuando el planteo de la película necesita ser defendido por sinopsis o spots publicitarios y no queda claro a través de las imágenes o del guión mismo, es indefendible. En cine no existe el “hubiese” y las justificaciones no se filman.
Desde la primera escena, en El recuento de daños se aprecia una increíble sofisticación en la construcción de la imagen que se percibe sobre todo en el manejo inteligente del encuadre que aprovecha el off para generar suspenso, la mirada atenta a las superficies de las cosas, y la rara capacidad que demuestra la directora para manejar el movimiento dentro del plano imprimiéndole un dinamismo particular a los objetos (como un coche que viene por la ruta desde el fondo, que en su primera y lejana aparición no es más que la luz proveniente de sus faroles). Hay mucho de sinuosidad que se siente también en otras escenas, como las que transcurren en la casa (el piano, por ejemplo, cobra unas dimensiones estéticas impensadas gracias al trabajo del fotógrafo Gerardo Silvatici) o en el uso del fuera de foco para los planos exteriores de la fábrica. Lástima que en ese universo noctámbulo, hecho de tragedias silenciosas e incertidumbres amenazantes, el guión no alcance a trazar una línea narrativa igualmente potente: los diálogos no siempre suenan bien (en La extranjera, el trabajo anterior de la directora, prácticamente no se hablaba), la información sobre los personajes escasea o llega a destiempo, y algunos momentos (como una pelea que se insinúa sin llegar a materializarse) están forzados y el impacto acaba por diluirse en la apatía general del relato. El recuento de los daños es una película estrictamente para ver, con un universo visual densísimo que invita a ser recorrido lenta y placenteramente, pero a la que no se le puede pedir mucho a la hora de contar. Excepto, claro, cuando se narra estrictamente a través de las imágenes, como ocurre en la brillante secuencia inicial.
El peor de los pecados La cuarta película de Inés de Oliveira Cézar echa una mirada al pasado nefasto de la Argentina y de cómo éste repercute en un presente dudoso, casi desdibujado,en el que los personajes se entremezclan y relacionan como pueden. Estructurada en diez capítulos, con una puesta casi teatral y con el marco de una fábrica, El recuento de los daños reelabora el complejo de Edipo, que aparece representado aquí por un joven (Santiago Gobernori) que llega a la fábrica manejada por una mujer madura (Eva Bianco) que enviudó recientemente y cuyo imperio amenaza con desmoronarse. La posibilidad de que ella sea su madre y, el muerto, su padre, no le impide caer en una relación amorosa mostrada con cautela y apasionamiento. Formalmente correcta, pero sumamente aburrida a pesar de su corta duración, el peor pecado que comete la película es ser pretenciosa en todo sentido. El personaje femenino aparece en muchas oportunidades como desenfocado, al igual que las ruinas de su fábrica. En tanto, el joven llega al lugar para realizar un informe y se ve inmerso en un complejo drama familiar en el que la hija menor parece ser la única que busca la salvación. Un cine extraño, hermético y casi experimental que sigue insistiendo en mirar hacia atrás para no modificar ni agregar nada a la pantalla grande.
Combinando una impronta metafórica y reflexiva con una suerte de thriller pasional –y acaso incestuoso-, El Recuento de los daños no logra arribar a un resultado aceptable dentro de su singular e ambiciosa propuesta. Si bien algunas propuestas formales y audaces líneas argumentales asoman interesantes, el film de Inés de Oliveira Cézar abunda en incertidumbres narrativas y decisiones artísticas poco convincentes que lo van deshilvanando. Existe en la película de la directora de Como pasan las horas un paralelismo entre la tragedia griega de Edipo y la última dictadura militar, ya que un joven empleado que va a hacer una inspección a una fábrica, inicia una fuerte relación con la dueña, reciente viuda, madre de un bebé apropiado por el terrorismo de estado que podría llegar a ser él mismo. Por otra parte el marido de ella acaba de morir en un accidente en la ruta que podría haber sido atropellado por su propio hijo, ahora su amante; situación expuesta de manera confusa en el arranque del film. Una trama dotada de una complejidad que linda con el rebuscamiento, que precisaba de algo más que imágenes sólo sugerentes y diálogos en exceso escuetos y poco creíbles para ser abarcada y hasta comprendida. La inexplicable división del film en segmentos numerados y un estilo actoral deliberadamente distante son otros elementos que no permiten una mínima empatía con el espectador.
Estilizada lectura del mito de Edipo Un joven, de camino a su ciudad natal, ignora o desconoce cada una de las señales que el destino le pone en el camino para advertirle que no debe continuar. Aún así, regresa a la tierra que lo vio nacer, no tanto por melancolía sino para asesorar en nombre de un holding a una fábrica con serios problemas económicos. Este es el comienzo de una relación amorosa con la madura y recién viuda dueña de la fábrica, mientras el mundo fabril y sus alrededores se deterioran. Lo que este treintañero no sabe –y termina descubriendo, diegésis mediante- es que esta mujer viuda y madura lo parió mientras estaba secuestrada en un campo de concentración. Inés de Olveira Cézar no intenta adaptar el mito del Edipo Rey de Sófocles, tampoco hace una versión libre ni lo actualiza para mostrar la vigencia de lo trágico; tampoco creo que utilice la tragedia como trasfondo para hablar de las consecuencias de algunos hechos cometidos durante la última dictadura, como la apropiación de niños. Parece más bien haber captado el núcleo o la esencia del mito para traducirlo –y traicionarlo- en otra cosa. Los elementos de la tragedia están más o menos camuflados y es tan buena la reescritura que se hace, que son armoniosos y dan continuidad a la trama. Esto, además de ser uno de los rasgos más interesantes de la película, es lo que convierte a esta cineasta en una verdadera trágica. Aún con diálogos secos y escasos y con personajes que se muestran apáticos, El recuento de los daños tiene mucha fuerza narrativa. Y, a sabiendas de que el cine no se narra con palabras, esta fuerza se apoya en la belleza desoladora de una estilizada puesta en escena.
La apropiación ilegal de los niños en la dictadura y el complejo de Edipo fueron los dos temas centrales que la directora Inés de Oliveira Cézar pretendió esbozar en "El recuento de los daños". Pero, más allá de las nobles intenciones, el filme pecó de pretencioso y quedó más que a mitad de camino. Una familia adinerada decide encarar un proceso de reconversión en su fábrica tras la muerte de uno de sus dueños. El joven que llegará para hacer el trabajo sucio se vinculará amorosamente con la viuda, pese a la oposición del hermano de la señora. Ella, para ahogar sus penas, se dedica a beber en exceso, en otro lugar común de los tantos que se aprecian en la narración. En medio de una angustia generalizada de la familia, se irá descubriendo que la mujer tiene una antigua pena, que es el haber perdido a un hijo en un campo de concentración durante la dictadura. Quizá el miedo a recaer en alguna escena recurrente sobre el tema de los desaparecidos hizo que Oliveira Cézar omita cualquier punto de contacto con los años de plomo, pero tal omisión se convierte en desinformación,y le resta aún más a la película. Con acciones excesivamente lentas y actuaciones poco creíbles, la historia va transcurriendo a lo largo de los excesivos _para el caso_ 79 minutos. Ni el atractivo de que el rodaje fue en Rosario alcanza para atrapar siquiera por una toma al espectador.
Preservar valores, abrir nuevas vías Inés de Oliveira Cézar evaluó virtudes y defectos de su filmografía y da un gran salto de calidad con respecto a su antecesor Extranjera sin abandonar el riesgo y una pulsión vital por la belleza. El sábado contemplamos como Maradona apostó a conservar un esquema de juego que ya había evidenciado demasiadas fallas durante el Mundial de fútbol. Y se encontró con un cuadro como Alemania que, a medida que transcurrían los partidos, había sabido ajustar piezas sin perder coherencia. El resultado fue un cuatro a cero espectacular, donde los alemanes se impusieron con una solvencia llamativa. Inés de Oliveira Cézar supo hacer un proceso similar al de Alemania. Evaluó virtudes y defectos de su filmografía, hizo la autocrítica necesaria, pero sin dejar de lado los valores que la han caracterizado como cineasta. Paró la pelota, levantó la cabeza, miró el panorama en la cancha. Pero no hizo la fácil, no cedió a los temores, no se tiró para atrás, no empezó a revolear el balón a ver si la embocaba de casualidad. En vez de eso, fue para adelante, sostuvo un diseño ofensivo y riesgoso, con una pulsión por la belleza. Esa belleza es incómoda y angustiante en El recuento de los daños, reescritura de la historia de Edipo Rey. El filme va construyendo el relato a partir de la descripción y mostración de cuerpos que van chocando de forma casi azarosa, pero que al mismo tiempo no deja de ser predestinada. La directora le inyecta con precisión el tono de tragedia anunciada, de destino inexorable. Lo hace desde el mismo comienzo, con una escena impactante, donde utiliza el estatismo de la cámara para darle un sentido narrativo y estético a la profundidad de campo. Del mismo modo, sólo muestra pedazos de los sujetos, objetos y espacios interiores, a la vez que convierte a las zonas abiertas en factores de opresión. Su filme es político no tanto por las referencias explícitas al Proceso y los desaparecidos, sino por cómo las miradas, silencios y gestos van significando lo quebrado, lo perdido y destruido, o el pasado irrumpiendo en el presente de la peor manera. La diferencia entre El recuento de los daños y Extranjera, el anterior filme de Oliveira Cézar, es sideral. Aquella adaptación del mito de Antígona se evidenciaba demasiado calculada, como modelada para un público determinado y un recorrido por los festivales internacionales. Era un cine festivalero en el peor sentido, casi como una operación de marketing. Con este nuevo opus sigue habiendo un horizonte de expectativo, un público modelo, pero eso se traduce en algo constructivo y auténtico, gracias a la conciencia del material y la tangibilidad de los personajes. Esperemos entonces que la realizadora de Cómo pasan las horas siga por este sendero de entrega, compromiso y reflexión. El salto gigante que hay entre Extranjera y El recuento de los daños la muestra como alguien capaz de no recostarse en los facilismos, sino como alguien conciente de su cine.
Las trágicas consecuencias En “El recuento de los daños”, Inés de Oliveira Cézar vuelve a apoyarse en los mitos griegos, esta vez en el de Edipo, para acercarse a las dolorosas consecuencias de las acciones criminales de la última dictadura.
La directora de Como pasan las horas y Extranjera vuelve a la pantalla con una tragedia. La tragedia de todos los argentinos, la última dictadura militar, la tragedia en su sentido más literal, Edipo. El daño parece ser un accidente de tránsito: un hombre pincha una goma del auto y va a buscar ayuda pero no deja la baliza. Otro auto vuelca y el conductor muere. Y de Oliveira Cézar comienza el recuento…pero podría pensarse que el daño es previo, es la historia de esta mujer, detenida por la dictadura de los ’70, a la que le robaron un hijo. La historia de Edipo es muy conocida como para repetirla aquí, pero baste decir que en lugar de este joven extranjero llegar a Tebas, llega a la fábrica de la viuda a hacer su propio recuento de daños…y es que como una peste todo empieza a infectarse, a pudrirse desde el fondo cuando la verdad empieza a emerger a la superficie. La directora no sólo divide la trama en 9 cuadros, sino que cada encuadre de la casa lleva la marca de una separación, una columna que se interpone, un vidrio que no deja ver transparencias…algo del orden de lo no dicho, de lo oculto reina en el hogar. Personajes que no casi hablan porque el pasado no puede ser puesto en palabras…y al final palabras sin sentido porque toda lógica se ha vuelto en contra de esta familia.
Para empezar a hablar de esta cuarta película de Inés de Oliveira Cézar podríamos evocarla con aquella frase tanguera que dice: “Pretenciosa y engrupida”. Sin lugar a dudas, “El recuento de los daños” tiene todos los aditamentos necesarios para confundir al espectador y desconcertarlo. Una mujer que acaba de enviudar cuando era joven estaba militando en política, sobrevive a la dictadura en cuyo cautiverio parió un hijo del cual separaron violentamente. La vida sigue su curso y en la actualidad enfrente crisis familiares, mientras esta al frente de un taller metalúrgico donde también hay problemas económicos. Tal es el conflicto que sirve para conformar el nudo de esta historia que por querer abarcar tanto termina aburriendo y confundiendo aún más. Es una lástima que la realizadora haya encarado un proyecto interesante estructurada sobre una historia endeble, con muchas lagunas narrativas que hacen tan difícil de seguir en su relato y comprender en su contenido. Su ópera prima “Cómo pasan las horas” (2004) hace casi una década prometía, ni que hablar de “Extranjera” (2007) estrenado el año pasado, su trabajo más interesante hasta ahora. Sus protagonistas Eva Bianco y Santiago Gobernori se esfuerzan para hacer creíble una historia fallida como tal y como realización que deja como saldo aquel tanguero “pretenciosa y engrupida” hasta lo abúlico.
Oliveira Cézar comenzó dentro del cine argentino como directora con la discreta La Entrega hace unos años atrás. La película pasó como una más por la cartelera porteña, sin pena ni gloria. Pero ganó notoriedad gracias al interesante trabajo realizado en Como Pasan las Horas , una versión nacional de Madre e Hijo de Sokurov, con un trabajo fotográfico notable. Con Extranjera empezaría la transposición moderna de obras clásicas griegas. Esta se basaba en Ifigenia en Aulide de Eurípides. El Recuento… toma el mito de Edipo, pero esta vez se trata de un producto menor. Un muchacho llega de Francia a un fábrica en el interior del país. En la ruta, tuvo un problema con su coche, lo que provocó que accidentalmente, otro auto se saliera de la banquina y se incendiara al costado del camino. Su ocupante, era el dueño de la fábrica, y el muchacho debe hacer la auditoría de cómo sacar la fábrica a flote, para que esta no tenga que cerrar. La viuda del dueño de la fábrica (Eva Bianco), al principio desconfía del joven que parece querer quitarle el poder, pero pronto terminarán teniendo una relación secreta, donde el hermano de ella, inspirará sospechas acerca del origen del muchacho, el verdadero origen. El que conoce la obra de Sócrates entenderá todo desde el primer minuto. El problema de la película es que detrás de una puesta en escena demasiado prolija, una fotografía muy cuidada, excelente uso de los recursos fuera de campo y planos secuencia, la historia es muy vaga. No hay potencia dramática. El tono es demasiado austero y solemne. El clima denso no le juega a favor. Las actuaciones están demasiado controladas. La directora no permite (a excepción de Bianco que tras Los Labios, vuelve a brillar en el BAFICI) que los personajes respiren con identidad propia y el elenco cuasi desconocido hace lo que puede con ese control. Marcelo D’ Andrea como el hermano, es un personaje que empieza muy bien y siniestro, pero aparece completamente desaprovechado en el final. Si vieron Dos Hermanos, donde Antonio Gasalla hace una histriónica y descomunal declamación del final de Edipo sabrán que el final de la obra es realmente muy potente. Ines de Oliveira Cézar decide suprimirlo de la película directamente, cometiendo el último grave error de esta película que podría haber sido mucho más interesante que lo que termina siendo. Demasiados temas mezclados (inclusive sobrevuele el fantasma de la dictadura) pero con poca profundidad narrativa. Una desilusión.