Reseña previamente publicada con motivo de exhibición en el 64º Festival de Cannes, Competencia Oficial: http://www.asalallenaonline.com.ar/festivales-cine/64o-festival-de-cannes/2355-diario-del-festival-dia-6-.html Dumont sigue a la cacería de historias rurales con matices brutales, paradigmáticos, seres alejados de las buenas costumbres, extremos, reservados, fríos. Como en Flandes, Hors Satan se conduce hacia regiones en las que las creencias son vagas, imponentes. Un hombre con el “¿poder?” de sanar, curar, decidir quien muere y quien no, elemento jamás justificado, creíble, apenas barajado...
Entre la vida y la muerte Provocativa y desgarradora, Hors Satan, nuevo trabajo del realizador francés Bruno Dumont, es un film que se sumerge en la profunda psiquis y en el desencanto mental de sus marginados personajes, los cuales conviven en un sitio semi desértico en medio de un clima tenso e infernal...
Cita con el Diablo El director de La vida de Jesús, La humanidad, Flandres y Entre la vida y la pasión vuelve a sus retratos de pueblos grises y abúlicos (en este caso, uno ubicado en la costa norte de Normandía) para describir la extraña, enfermiza relación entre una atribulada chica (la debutante absoluta Alexandra Lematre) y un homeless (David Dewaele, en su primer papel protagónico), quien -casi sin proponérselo, como si fuera la cosa más normal del mundo- se irá convirtiendo en una suerte de asesino serial (sin una pizca del glamour ni el regodeo sangriento ni la estilización de tanto cine hollywoodense, claro). Si bien en la propuesta ascética hay algo de déjà vu respecto de sus films anteriores, Bruno Dumont da aquí unas cuantas vueltas de tuerca (hay algo de fantástico / sobrenatural en el relato) y vuelve a demostrar que el peso, la consistencia, la profundidad de cada uno de sus planos vale más que buena parte del cine contemporáneo. Para destacar, la austeridad absoluta de la puesta en escena, las decisiones estéticas y el acabado técnico (se filmó en pantalla casi cuadrada y con sonido mono, casi no hay diálogos y la música brilla por su ausencia) de este cineasta a la vez minimalista y desgarrado, místico y trascendente, riguroso e inquietante como pocos. Bienvenida su llegada a la Sala Lugones.
Bruno Dumont sigue sacando (buen) provecho de estos personajes extraños, perdidos, que se relacionan con jóvenes algo inocentes e igualmente perdidas. De alguna manera, el film une las obsesiones de sus primeros trabajos con el tono algo más religioso del último. En esta etapa, digamos, algo más mística de su filmografía, el director francés adopta a su estilo un relato muy sencillo acerca de la relación entre una chica solitaria y una especie de vagabundo que viven en una zona con muy poca población (llamarlo “pueblo” ya es mucho, me parece) y que atraviesan juntos una serie de complejas situaciones. Entre Terrence Malick y Carl Dreyer, con la ya inevitable comparación con Robert Bresson en el medio, Dumont logra meternos en otra relación compleja entre un hombre y una mujer y, a la vez, pintar un personaje masculino misterioso, intrigante, que va del “Bien” al “Mal” sin saber muy bien cuál es la diferencia entre ambos. Un personaje extravagante, milagroso, raro, que se suma a la galería de los del director de La humanidad, quien cada vez va más a fondo en su búsqueda visual y que parece cada vez más querer acercarse al “film como experiencia sensorial” que a otra cosa. Muy distinto al Malick actual, pero no tanto, esta vez, al Malick de Badlands, especialmente en el “disparador” narrativo.
Si Dumont ha dicho que el poder del cine consiste en hacer que “el hombre vuelva al cuerpo” esta vendría a ser, literalmente, su película más poderosa. Mezcla de Ordet con Entre la vida y la pasión, Fuera de Satán es una contundente prueba de que, a medida que el director se pone más y más místico, sus films se cierran más y más sobre si mismos, volviéndose casi inaccesibles para el público y hasta para los fanáticos (religiosos y los suyos). En este film se vuelve a la campiña, el territorio de Flandres. También se vuelve a la violencia cruda alternada con planos largos y silenciosos, y a los personajes outsiders. Pero hay algo del orden de lo trascendental que se presenta en Entre la vida y la pasión y que no lo hace del modo que aparecía en Fuera de Satán, sino de una manera maligna y misteriosa, con forma de niña con ojos desorbitados o mujer con espuma en la boca. El personaje interpretado por David Dewaele (a quien ya vimos en Entre la vida y la pasión) será el encargado de expulsar al diablo de estas mujeres, a la vez que se va convirtiendo en un ser extremadamente cruel y despreocupado, en una especie de psicótico de las praderas. Así como en Entre la vida y la pasión sólo veíamos amor (a pesar de las escenas extremadamente violentas y potentes de Dumont, que tampoco faltaban) en Fuera de Satán sólo vemos odio y oscuridad, siendo el único acto de amor el final, en el que este outsider devenido exorcista devuelve a su enamorada a la vida, en una resurrección dreyeriana memorable, que tal vez sea lo único emocionante del film. El minimalismo extremo de la puesta en escena revela una maestría que ya no nos sorprende en Dumont y se encuentra en sintonía con el hermetismo del film; así como también lo hacen los escasos gestos de sus actores/no actores, y los planos perfectamente fotografiados, pero el clima enrarecido y áspero de la película genera una frialdad y una distancia que no puede ser subsanada con una apelación a la “sensorialidad” del mismo, ni a esta espiritualidad todavía inentendible. Estamos, sin dudas, ante la película más difícil de Dumont, pero así y todo decidimos seguir teniéndole paciencia.
Donde habita el diablo Fuera de Satán, la última película de Bruno Dumont, llega a las carteleras luego de haberse proyectado en el último BAFICI. El realizador de La Humanidad nos contará las andanzas de un hombre que habita los alrededores de una aldea de Francia, donde entabla una amistad con una joven que siente una fuerte admiración hacía él sin saber que una oscura fuerza sobrenatural se encuentra dentro suyo. Fuera de Satán es una de esas películas donde uno no sale indiferente en su visionado y esto (al menos para mi) es un valor positivo ya que siempre me resulta interesante que una obra deje material para debatirla, revalidarla o criticarla. El problema es que ese es quizás el único argumento a su favor debido a que la cinta de Dumont es una de las cintas más pretenciosas, solemnes y grandilocuentes que he visto en mucho tiempo. A ver, estos adjetivos no son algo negativo para una película per se, pero cuando el relato no justifica tamaña ambición se convierten en los peores vicios que puede contener una obra. Realmente me resulta tremendamente tedioso cuando un director antepone su impronta o su estética por encima de la narración. Una película puede ser tremendamente grandilocuente siempre y cuando sea efectiva hacía su trama y aquí encontramos justamente lo diametralmente opuesto a eso. Es como si a Dumont le hubiese interesado más que se notara su innegable calidad para colocar la cámara que el mensaje que quiere dejarnos con la cinta. Un plano puede ser hermoso en su composición pero si no transmite nada se vuelve tan estéril como bello y lamentablemente Fuera de Satán está repleta de planos ampulosos, reiterativos y fundamentalmente improductivos, además de un escueto e inexpresivo guión a cargo también de su realizador, que terminan dejando como conclusión final que cuando la pretensión de su director es puesta por encima de “contar una historia” sólo encontraremos en la pantalla los peores resultados.
Impactante película de Bruno Dumont que desarrolla una historia fuerte, muy bien dirigida, con una creación de climas inmejorable y, principalmente, que desarrolla un realismo que aturde, pero que a la vez confunde, producto de los toques fantasiosos que poco a poco van apareciendo.
Diabolus ex machina Dícese que el realizador francés Bruno Dumont, uno de los favoritos de Cannes, es el heredero espiritual de Robert Bresson, quizás por su uso de actores como maniquíes y un cierto misticismo religioso con el que rodea sus vidas. No hay narración, porque las cosas se suceden sin transformarse, ni hay drama, sólo accionar; sus personajes se ven motivados por pulsiones de un solo tipo que corren en una sola dirección. Fuera de Satán (Hors Satan, 2011) transcurre en la campiña francesa, donde la cámara sigue el vagabundeo de un misterioso hombre que vive en perpetua comunión con la naturaleza, y una chica gótica que podría ser su amante o acólita. Él parece preferirla como lo segundo. Día tras día rezan al sol naciente, vagan por los parajes y arman fuegos sobre los que el hombre camina aparentemente inmune. ¿Será éste el epónimo diablo? Ver esta película es un ejercicio de lenta contemplación. La banda sonora encapsula el crudo poder de la naturaleza. Trinan pájaros, graznan cuervos y el viento nunca deja de soplar. La dirección fotográfica ha sido planeada entorno a la hora mágica de las puestas y salidas del sol, con lo que la imagen es igual de cautivante. Ambas son particularmente notorias, porque nunca oímos mucho más que el sonido ambiente, excepto por unos pocos murmullos, ni vemos gran cosa excepto a la pareja protagónica, diezmada por el espacio en planos generales y por el tiempo en planos secuenciales. La película nunca elabora intelectualmente sobre el significado del ritual más allá de la suma de sus imágenes, puntuadas por una morbosa violencia que ya remite a los films de Michael Haneke, otro de los mancebos del Festival de Cannes, y su fetiche por espantar e incomodar de manera tan súbita como explícita. El intrigante título parecería ser la clave de la interpretación, pero quién dice que no es una broma como los de las películas de la vanguardia surrealista de antaño (Un perro andaluz, por ejemplo). En efecto, de a momentos parece una película surrealista (el vagar y la búsqueda de lo sublime era tema preferido de tales realizadores como Luis Buñuel y Alejandro Jodorowsky). De a otros momentos, parece un postulado gnóstico sobre las imperfecciones del mundo, y el demiurgo que trabaja incansablemente por pulirlas. Según las propias palabras de Dumont, tiene “el deber político de llegar al público masivo”, aunque luego de ver su nueva película, resulta difícil imaginar su cine excepto como carne de cañón de festival. Su estética es tan minimalista y su contenido tan opaco que dará pie para muchas interpretaciones, todas ellas correctas, pero ninguna muy satisfactoria.
Un paisaje del norte de Francia. Personajes de los que no conoceremos el nombre. Un hombre como eje central. Una película de desarrollo enigmático, de profunda y reposada seguridad en la mirada: una película firmada por un autor cabal del cine contemporáneo, que desde la áspera y extrañamente bella La vida de Jesús (1997) hace un cine personal: una lectura y una respuesta (o una pregunta, o una serie de ellas) particulares al cine y al mundo.Dumont ha trabajado sobre esa zona de Francia en casi todas sus películas (la más discutida, Twentynine Palms, estaba filmada en California) y un particular sentido de lo religioso se percibe -o flota, podríamos decir, con implicancias y anclajes diversos- en su cine. Fuera de Satán presenta a un hombre y una mujer en una zona rural, en las afueras de un pequeño caserío, y se nos va revelando que tienen un plan. La primera secuencia termina con la consecución de ese plan, seca y brutalmente. Esa primera secuencia es impactante, fluida, de una precisión y una economía narrativa admirables. Ese modo narrativo se repetirá en la secuencia final, de signo opuesto, que deja en claro que Dumont controla las riendas, el sentido, la potencia del relato a pesar de la sensación de deriva, de laxitud, de desvíos que inundan toda la extensa "zona media" de la película. Durante ese segmento, para algunos espectadores la película será confusa, de tiempo estirado, un viaje a ninguna parte; otros, más entrenados en el cine de Dumont, tal vez con experiencias con el cine de Robert Bresson y/o el de Carl Theodor Dreyer, aquellos más habituados a entregarse a propuestas alejadas del relato convencional disfrutarán de los sucesos enigmáticos y de la ascética espectacularidad de la estética del director. Parece contradictoria esta descripción, pero los elementos esenciales (tierra, aire, agua y fuego) son dispuestos por Dumont en encuadres de áspera belleza, que llega a ser majestuosa sin adornos, con una armonía que alberga seres de simplicidad amenazante, de una inocencia tal vez peligrosa, tal vez milagrosa. Esas grietas, esas aparentes contradicciones, son puestas en escena, por ejemplo, en la copiosa lluvia con sol, en ese fuego cercano que no quema y en ese fuego lejano que es un horizonte de amenaza. O son rarificadas en esos aparentes exorcismos sexuales (fuera de Satán y fuera Satán), en esas dudas que nos inundan, en esos rodeos para mostrar a este santo sucio de mirada cristalina (otra duda: ¿el protagonista no tiene algo del cine de Buñuel?). Ahí, en esos pliegues, se asoman el temor y el temblor -incluso el extrañísimo humor que algunos espectadores han percibido- del arte de Dumont, un director con personalidad que sabe que remitir a Dreyer no es trabajar con literalidad sino con rodeos, como éstos que nos brinda en Fuera de Satán , en sus parajes y en sus personajes un poco fuera del mundo y un poco sus reflejos esmerilados, que encuentran y proveen tanto violencia, maldad y tontería como cuidado, amor y altruismo.
Un antídoto contra la indiferencia En la nueva película del director de La humanidad hay evidentes reminiscencias de la mitología cristiana: en el protagonista parece recaer el papel de Cristo, pero un Cristo negativo, un redentor salvaje capaz de matar para salvar. El hombre delgado tiene un aspecto humilde, casi gastado, pero su cara parece siempre sonreír, una sonrisa incompleta, aunque en realidad no lo hace. Se arrodilla en medio del campo (no debe pensarse en la Pampa verde hasta el cielo, sino en un campo de valles y colinas e incluso de arena y mar, sin horizonte) y de cara al sol, se pone a rezar. O algo así: no caben dudas de que se conecta con algo más allá de sí y, quién sabe, también del mundo. Luego atraviesa ese campo de subibaja y camina hasta encontrar una chica parada junto a una granja, que no se sabe si ha llorado pero es seguro que sufre. Ella es casi transparente, con el pelo y los ojos tan negros como su ropa. Todo acentúa esa transparencia, él mismo sin ir más lejos. Con delicadeza le pone una mano en la espalda y la conduce otra vez al campo. Llegan a una torre con un gran tanque de agua como capitel, él entra y sale con una escopeta. Vuelven a la granja, esperan. Después de un rato, sin rencor ni ningún otro sentimiento envenenándole el gesto, él le pega un tiro en el pecho a otro hombre que sale de un galpón cargando una carretilla. El hombre delgado y ella se miran y se van: no se han dicho una sola palabra. Si un árbol cayera en medio del bosque sin que nadie lo viera, ¿habría caído realmente? La respuesta es antes una cuestión de fe que de certeza. Ciertamente el cine de Bruno Dumont parece construirse sobre todo a partir de creencias que se cuestionan y silencios a veces rotos, pero también de amores siempre imposibles y violencias que son el desborde inevitable de una paz engañosa. La escena narrada es el inicio de Fuera de Satán, más reciente película del director de La humanidad, y tiene la virtud de brindar con envidiable economía información muy valiosa para entrar en el clima de la historia. Por empezar, el campo. Ese decorado natural en el que las cosas ocurren pero que, se ha dicho, no es el campo espacioso y oxigenado que imagina un argentino cuando se habla del campo. Este es una celda, laberíntica, inabarcable, pero celda al fin y, aunque cruzado de caminos, ninguno parece ser de salida. Si de un lado las montañas le ponen un límite, del otro lo cierra el mar y los dos protagonistas se cansarán de caminar entre esas dos murallas como ratones en una pecera de vidrio. Luego están ellos, el hombre delgado y la chica, entidad única y dual, que bien podrían ser el desdoblamiento de aquella niña santa de Lucrecia Martel, una referencia estética a tener en cuenta. El, siempre dispuesto pero ambiguo, mansamente rabioso; ella, puro amor y deseo en carne viva, dolorosamente casta. Y por fin el asesinato, cometido como si se tratara de un milagro y no de un crimen, porque tal vez los crímenes (¿cuántos?) son anteriores, la causa de esta muerte. Desde el comienzo es evidente que en Fuera de Satán hay una obvia reminiscencia de la mitología cristiana, también presente en otras películas de Dumont (véase Hadewijch, entre la fe y la pasión, estrenada en Buenos Aires durante 2010). En el protagonista masculino parece recaer el papel de Cristo, pero un Cristo negativo, un redentor salvaje capaz de matar para salvar o de cogerse a una mochilera evidentemente poseída de lujuria, para liberarla, tras compartir con ella una cerveza. Porque en Fuera de Satán el Mal está rondando y su presencia no sólo es sumamente física, sino que su potencia guarda relación directa con la forma vehemente en que la película entiende la redención. Por su parte, en la chica habrá destellos de Pedro, de Magdalena, de la Serpiente, de Lázaro. Habrá milagros; el exorcismo de una niña habitada por la adolescencia; una caminata sobre el agua, una última cena (aquí desayuno) y hasta un cordero, tentaciones y una resurrección. Este carácter religioso del relato se acentúa en la relación ritual de sus protagonistas, cuyos roles tal vez lleguen a invertirse. Claro que Dumont tiene la virtud de hacer una lectura oblicua, parabólica del cristianismo, que le evita caer en literales y simplistas operaciones de dos más dos. Fuera de Satán está construida a partir de secuencias en las que la calma es el eje, pero siempre coronadas por estallidos de violencia. Aun así no hay contraste ni oposición entre ambos extremos, en tanto violencia y calma resultan aquí orgánicas. Tal vez porque, como decía uno de los personajes de Hadewijch, “la violencia es natural, una consecuencia lógica” de un estado de las cosas. Igual que el Big Bang echando a rodar el cosmos: ése parece ser el camino elegido por Dumont para hacer un cine capaz de golpear sin estridencias pero con fuerza. Como un árbol cayendo en el bosque, un antídoto contra la indiferencia.
El impiadoso El cine del realizador francés Bruno Dumont se caracteriza entre otras cosas por su austeridad a la hora de planificar una puesta en escena para contar una historia sencilla, de cuyos extremos se desatan todo tipo de elucubraciones metafísicas y una fuerte carga religiosa, que por momentos lo vuelve hermético para un gran público pero también para aquellos que reconocen en el director francés las influencias de artistas como Carl Dreyer, Robert Bresson, entre los más referenciales. La idea que resume en cierta forma este opus Fuera de Satán se concentra en la transformación de la bondad a la maldad a partir de los actos de un personaje (David Dewaele), quien mantiene una perturbadora relación con una joven (Alexandra Lematre) en una zona de campiñas (el recuerdo de Flandres es inapelable), completamente sumisa y dependiente de los caprichos del hombre. El devenir de su comportamiento noble y servicial hacia la psicopatía guarda una estrecha relación con las formas de la culpa y del castigo desde el punto de vista religioso y la vuelta de tuerca mística no hace más que elevar la apuesta para provocar en el público todo tipo de sensaciones. Personajes grises en paisajes agrestes, lejos de la bucólica calma del campo y atormentados por sus propios deseos forman parte de la galería arquetípica que comenzara con el film La humanidad, carta de presentación de este director que hace de cada plano un acto de rebelión estética y de cada premisa un manifiesto sobre el cine y su relación directa con los sentidos.
Soporífero film con pretensión “de arte” Perfectamente a tono con el paladar francés y el del público snob de los festivales de cine de arte, esta película de Bruno Dumont es el típico producto pretencioso donde los personajes se pasan largos minutos mirando el horizonte, hablan poco cuando están entre ellos, y dicen lo menos posible que tenga algún significado argumental, no sea cosa que se vaya a romper el hermetismo general y al espectador le cueste un poco menos entender de qué va todo el asunto. En este caso al menos pasan cosas de vez en cuando (aunque las menos de dos horas de metraje se vuelven realmente eternas), incluyendo algunas que podrían dar más sentido a esta historia más absurda que realmente fantástica sobre las andanzas de un extraño hombre que deambula por las playas cercanas al Canal de la Mancha matando al padrastro al parecer malísimo de su amiga, pero también a varios otros personajes sin que haya algún móvil para esos crímenes. El protagonista, David Dewele, es un buen actor que sabe sostener hasta el extremo expresiones imperturbables en medio de cualquier situación, y por otro lado debe haber sido muy difícil componer el misterioso personaje y entender sus motivaciones al momento de negarse a los requerimientos románticos de su hermosa compañera, para luego tener sexo con la primera desconocida feúcha que aparece por ahí. De hecho, esa escena de extraño erotismo es una de las más descolgadas e interesantes, por no decir intensas de todo el soporífero film. Llegado el desenlace, hay una especie de milagro que parece referirse a una de las mejores películas de Carl Th. Dreyer, «Ordet», pero como cualquier comparación no tendría sentido, mejor olvidar este detalle. Lo que hay que reconocer es que Dumont es bueno para encuadrar paisajes, como se puede comprobar largamente gracias a la gran cantidad de planos generales fijos donde no pasa nada.
Los milagros de un peregrino Con cierto tono de comportamiento salvaje, primitivo, la película resulta curiosa y cautivante a la vez y cuenta con sobrias actuaciones de David Dewaele (el muchacho) y Alexandra Lematre (ella). En un pequeño pueblo cerca del Canal de la Mancha, un peregrino, un ser silencioso, hace milagros entre los pocos habitantes del lugar. El hombre no tiene nombre, sólo se lo conoce como "el muchacho" (David Dewaele), que duerme al aire libre, no tiene casa y camina por los campos desiertos siempre con la mirada puesta en el horizonte. A veces se arrodilla y parece que rezara, aunque no se sabe bien qué esta haciendo. "El muchacho", se hizo amigo de una joven, que en el filme lleva el nombre de "ella" (Alexandra Lematre). En esta propuesta los personajes no tienen nombre, son personas que viven una serie de circunstancias que parecen designadas por el destino. Y quizás para atender a los que ese destino les resulta adverso, está ese extraño muchacho que no se sabe como apareció en el pueblo. Al público común que va a ver cine de acción, esta película sin duda le puede llegar a parecer una pieza muy rara y de algún modo lo es. SIN DIALOGOS "Fuera de Satán" es un filme que casi no tiene diálogos y la mayoría de su tiempo el realizador lo dedica a acompañar el caminar del extraño proptagonista, que no tiene culpa de matar a un ciervo, o atacar al novio de una chica que le da de comer y de la que está de algún modo enamorado. En 1996, el francés Bruno Dumont filmó la muy taquillera "La vida de Jesús". Para "Fuera de Satán", se dice que se inspiró en la película "Ordet" de Carl Theodor Dreyer, en la que también se abordaba el tema de la fe. "Fuera de Satán" se apoya en silencios, en largos planos secuenciales, en acompañar al joven que es capaz de hacer milagros -uno de ellos es resucitar a una chica muerta-, del mismo modo que es capaz de percibir cuando un hombre o una mujer, están poseídos por el demonio. Con cierto tono de comportamiento salvaje, primitivo, la película resulta curiosa y cautivante a la vez y cuenta con sobrias actuaciones de David Dewaele (el muchacho) y Alexandra Lematre (ella).
Una película ascética, bella y tenebrosa a la vez, de un hombre misterioso que vive en contacto con la naturaleza, que reza constantemente, que no duda en matar cuando alguien hiere a su protegida, que cura epilepsias o se bebe a los demonios de los poseídos, que revive muertos. Silenciosa, inquietante.
La condición humana Bruno Dumont tiene un estilo propio, un camino personal con rasgos que prevalecen en toda su filmografía. Una de sus marcas autorales es, desde siempre, el vínculo con sus paisajes. Fuera de Satán presenta la côte d’Opale en un scope suntuoso para magnificar su belleza horizontal, con un cielo inmenso de amenazas acumuladas en colores metálicos, de tormentas latentes que nunca estallan. Es una película de sensaciones a partir de los paisajes, de las presencias físicas y de los ruidos. Una película sin música, con silencios inquietantes, expresiones depuradas y un sonido monoaural crudo y sucio que resuena luego del final. Fuera de Satán plantea un cruce entre el cuestionamiento formal y el discurso mítico fiel a la loca ambición de su singular director. En un pueblo perdido entre el campo y el mar del Norte, hay un rastro humano inmemorial que busca sus impresiones en la tierra, un misterio que sólo puede habitar en esos confines. El personaje principal es un curandero insondable, ermitaño y vagabundo que, al igual que el cineasta, le dedica una adoración mística al ambiente, a la luz, a la silueta de los médanos y a los horizontes grises. La naturaleza no tiene moral. El protagonista le rinde un culto silencioso al sol y al viento. Un viento perpetuo, dantesco, omnipresente. Una naturaleza infinita. El hombre (así se lo llama en los créditos finales) ama intensamente a su única amiga, una chica triste, contenida e incompleta con la que forman una suerte de secta de dos que practica una castidad desconcertante a la luz de la violencia explícita, casi salvaje, de sus actos (otra característica del director). La simplicidad de la historia, el ascetismo estético y la conmovedora economía de la puesta en escena, hacen que Fuera de Satán sea la obra más directa, fluida y bella del cineasta. Dumont potencia los contrastes –entre el estruendo y el silencio, entre el primer plano y el plano general, entre la imagen y el fuera de campo– y genera una experiencia sensorial trascendente que nos deja con los ojos abiertos como el perro que recorre toda la película cambiando de amo. Una versión de este texto fue publicada en Cinemarama el 15/04/2012
LOS ATEOS Hay directores que con sólo nombrarlos invocan la peste. Bruno Dumont es uno de ellos. La desconfianza que despierta es magnífica, la antipatía inigualable. Ateo confeso y bressoniano (más por Bernanos quizás que por el propio Bresson), desde su primer película, La vida de Jesús hasta Hors Satan, la especialidad de Dumont es la experiencia religiosa. Se suele decir que sus trucos están a la vista. De su galera, tal vez, no puede salir otra cosa que un conejo desnutrido y ni siquiera blanco. Diríamos, entonces, que de su puesta en escena no puede haber otra cosa que una cogida violenta y alguna incursión voluptuosa en los misterios de la fe. Los conejos cogen, sus criaturas cogen como conejos. Algún día me gustaría vivir en un mundo sin nombres propios. ¿Qué veríamos en Hors Satan si estuviera firmada por un desconocido? Es probable que Dumont, el sujeto empírico sea un cretino, aunque un amigo en común me decía hace unos tres meses atrás que esa reputación de monstruo, esa bestia inhumana esconde un buen y noble corazón. En verdad, poco importa si un director de cine es una buena persona o una criatura infame. No habría que confundir nunca la firma con la carne. Es como el analista: en su vida privada puede ser un miserable, pero su técnica y su experiencia clínica puede resultar terapéuticas. Las películas de Dumont, efectivamente, sí poseen sus pasajes mágicos. Un primer plano de una vagina de una actriz no profesional suele celebrarse como un triunfo de la estética sobre la anatomía. De hecho, no hay película de Dumont que carezca de su escena pornográfica controversial. Copular, en estas coordenadas simbólicas, es casi rezar. Pero detrás de la pose y del cálculo, Dumont insiste en un camino, y en esto hay que concederle un poco de crédito. Desde el inicio hay una virtud indiscutible, y en esto adjetivarlo de bressoniano no es del todo un despropósito. Digámoslo así: Dumont es un gran curador de modelos. Su talento consiste en hallar una mirada (a veces más que humana o demasiada humana) en hombres y mujeres que sin una cámara de por medio pasarían inadvertidos. Su axioma de trabajo y punto de partida dice: “No creo en Dios, y mis películas no piden ninguna fe a su audiencia excepto la tener fe en el cine. Porque para mí el cine es lo que permite acomodar lo extraordinario en lo ordinario”. Las miradas de los protagonistas de La vida de Jesús y de la niña santa en Hadewijch, por citar dos ejemplos, dejan ver, no hay otro modo de decirlo, un elemento singular de la vida humana. En esos modelos, como sucedía en los de Bresson, la decisiva singularidad de un hombre plasma una noción de universal de humanidad sin apelar a la abstracción. En un hombre cualquier, en una mujer entre otras, lo universal se encarna. &sourceFile=038963 Hors de Satan La fuerza de Hors Satan se sustenta en la presencia casi diabólica de David Dewaele, el actor que interpreta al jardinero que va a la cárcel y que en el final de Hadewijch tiene un rol decisivo. Aquí es protagonista. ¿Es Cristo? ¿Un manosanta desclasado? El hombre, así se lo llama en los créditos, camina por los arroyos y senderos de un pueblo campesino del norte de Francia, duerme en el suelo, prende el fuego y hace milagros, incluso disparándole a un hombre que abusa de su hija o matando también de un tiro a un ciervo. En algún pasaje curará la perversión de un alma a la deriva cogiéndola de tal modo que su pene erecto parece convertirse en una falo estaca que concluye con una existencia vampirizada y envilecida de una joven mujer. Este hombre extraño e insondable ama profundamente a su única amiga, de la que no sabremos el nombre, y con quien pasea a menudo y hablan casi todo el tiempo, una conversación tan económica como la película. En algún momento, apagará un fuego exigiendo de ella una prueba; más tarde, la vieja anécdota de Lázaro recobrará sentido. ¿Qué es Hors Satan sino una aproximación a una experiencia, quizás no del todo divorciada del misticismo negativo, por el cual en el reverso del desamparo cósmico todavía existe un remanente que redime la materia del mundo? ¿Teología negativa traducida al arte cinematográfico? Quizás. Sucede que en esta ocasión Dumont se encomienda en un ascetismo estético innegociable. Los planos ya no son extensos, una modalidad soberbia, al menos en esta caso, en el que el registro exige una naturalidad fiel y absoluta a la naturaleza. Dumont parece interesado en otro registro: los planos varían sobre un mismo campo visual no del todo especificado: el hombre descansa y eso habrá de verse desde tres o cuatro ángulos distintos. Una fluidez novedosa domina el tiempo del film. Pero la proeza del film yace en el sonido. Después de verse el film sigue sonando, y en el recuerdo su sonoridad se ha hecho materia de la memoria y deseo de la conciencia estética. En efecto, la elección anacrónica y bizarra de elegir un audio monoaural responde a una exigencia ontológica. El sonido es un todo viviente, y su sincronización con la imagen participa quizás en el orden de un milagro técnico de reproducción y de adquisición. Hoy es un acto natural, pero que una imagen tenga un sonido, mucho tiempo atrás, debe haber sido un fenómeno paranormal. La mejor película de Dumont, al despojarse de cualquier intoxicación semántica, como sí sucedía en Hadewijch, en donde una saturación simbólica estrangulaba el libre movimiento de las imágenes, revivifica una experiencia sensorial que en este registro de pobreza voluntaria parece, paradójicamente, inagotable. Por cada plano el mundo habla su propia lengua. Quería saber si Moretti secretamente ridiculizaba al creyente o si tan sólo había sucumbido al amor obsecuente de los feligreses. Ni lo uno, ni lo otro. Ese es el veredicto. &sourceFile=038160 Habemus Papam No hay duda de que Habemus Papam está entre lo mejor de su obra, después de su única y verdadera gran película: Caro diario. Como sabemos, el tema de esta última no es otra cosa que la decepción paulatina de los fieles respecto de su Papa elegido. Extraña parodia democrática la elección de un Papa: el voto individual de los prelados, en esencia, más que representar una convicción es la canalización directa de una voluntad de otro orden que dicta y confirma a su representante en la tierra. Moretti no es un gran organizador del espacio cinematográfico. Filma como puede y a veces acierta en sus elecciones formales. El plano generalísimo parece su favorito. El registro de los fieles y el Vaticano en esta ocasión es notable. Sin duda, el film se beneficia de su Papa. Michel Piccoli ofrece un trabajo extraordinario como un Papa que una vez elegido será objeto de un ataque de pánico y luego esclarecido a través de de un acto de desobediencia institucional y de obediencia personal. Cuando desde el Vaticano llaman al psicoanalista interpretado por Moretti, y éste pregunta sobre qué puede y no puede preguntar; llega a pronunciar obstáculo fundamental, el centro de todo conflicto: todo religioso, tarde o temprano, habrá de resolver su relación con su propio deseo. Y aquí, el deseo del Papa elegido, consiste en retomar una vieja y postergada pasión por el teatro. No lo expresa de ese modo, pero sí finalizará viendo una obra en un teatro y representando luego un papel al que su deseo le impone una lógica fuera de la obra en la que ha sido elegido como estrella canónica y única. Hay en Habemus Papam una operación sagaz que hace añicos el núcleo de la creencia religiosa. Moretti destituye sigilosa y piadosamente el concepto de mediación. Que el Papa votado y elegido finalmente renuncie a su puesto y se resista a su predestinación es un acto que en otro tiempo histórico hubiera encendido los fuegos de la hoguera. Quizás por ello el retrato del feligrés y de los religiosos es demasiado respetuoso, casi al borde la sospecha. ¿Puede ser que entre todos los candidatos no escuchemos miserias y ambiciones inconfesables? Los cardenales son amorosos; los fieles en la plaza del Vaticano rebosan de simpatía. Moretti, a diferencia de Bellocchio, otro director italiano y ateo, que va de frente e impugna el accionar de la feligresía, apuesta a un retrato piadoso y acrítico de la institución mientras que impone una agenda secreta que hiere el fundamento de la fe. La excesiva presencia de Moretti, por ejemplo el campeonato de vóley en el Vaticano, pertenecen a otra película, como también el pasaje, forzado y ligeramente demagógico, en el que se escucha a Mercedes Sosa. Sin duda, el cierre del film con la sugerente Misere de Ärvo Pärt, es una de las secuencias más extraordinarias de la carrera de Moretti. Siguen las discusiones en torno a El árbol de la vida, la poderosa pero no del todo perfecta película de Terrence Mallick, sin duda, la película de un creyente y de un cineasta inimitable. Para muchos se trata del filme del año, para otros es una decepción. &sourceFile=039459 Le Havre Quien no encontrará muchas resistencias en Cannes es Aki Kaurismäki, un incrédulo utópico cuya nueva película, Le Havre, carece de cierto cinismo difuso de algunas de sus películas y es el título más amable de la competencia oficial. Se trata de un filme político, acaso un cuento de hadas materialista, como si Tati y Bresson desde un más allá imaginario le dictaran las pautas estéticas de esta comedia sobre la inmigración, situada al norte de Francia y que tiene un giro romántico que puede conquistar hasta a un cocodrilo. Un lustrabotas, por casualidad, termina ayudando a un niño venido de África en un container que encuentra la policía francesa. Allí van “los muertos vivos”, los inmigrantes. El niño logra escapar y la policía lo busca como si se tratara de Osama Ben Laden. Marcel Marx, que está casado con una extranjera y tiene un gran amigo asiático, entiende muy bien que la xenofobia francesa no es menor. En algún momento se verá un material de archivo de la destrucción de “La jungla”, el famoso asentamiento arrasado, hace muy poco, por la gendarmería y la policía galas. En algún momento, Marx organizará un concierto de rock proletario. Así, juntarán el dinero para que el niño viaje clandestinamente a Londres. Algunos vecinos apoyan, otros delatan, e incluso en el seno de la policía hay un inspector desobediente. Y mientras esto sucede habrá un milagro: la esposa de Marx se curará de una enfermedad terminal. Así descripta puede parecer una película ingenua y blanda. Pero la puesta en escena, el tono emocional y las elecciones musicales hacen de Le Havre un filme sólido, bello y valiente. No pertenece al lote de las películas importantes. Y sin embargo revela algo de nuestro mundo sin traicionar jamás el arte cinematográfico.
La visión de un cineasta “Es cineasta aquel o aquella que expresa un punto de vista sobre el mundo y sobre el cine, que resulta de una percepción y de una asimilación de los filmes existentes antes que él…” “¿Pero hay algún placer más poderoso que el de sentirse perdido en un filme? Tal es el gesto de la poesía en el cine.” (Jean Claude Biette) Hay un doble movimiento que se puede rastrear en la corta, hasta el momento, filmografía de Dumont. Por un lado, la lectura de la tradición autoral en la que parecen inscribirse sus películas. Más allá de ciertas referencias a la poética de Dreyer, cada plano de Fuera de Satán recuerda a Robert Bresson y vuelve a ratificar su estilo despojado, de distanciamiento pero con una estética cuidada y de búsqueda constante. Esa explotación de la materia sonora que reemplaza a todo indicio de emoción inducida por la música, a la vez que evita cualquier aprehensión de sentido dictada por mecanismos narrativos convencionales, es la forma que tiene el director de revitalizar la obra del maestro francés. No obstante, en un segundo movimiento, está su gesto (no exento de provocación) a través del cual se manifiesta un punto de vista sobre las posibilidades del cine, sobre su alcance y su estado dentro del complejo mapa contemporáneo. Desde esta perspectiva, se instala una política estética que rechaza algunos principios tranquilizadores y estables, fácilmente reconocibles dentro de la industria del entretenimiento. En primer lugar, el desconcierto por no hallarse el espectador en un lugar referencialmente seguro (¿qué estamos viendo?, ¿dónde sucede esto?, ¿quiénes son estos personajes?). Como hiciera antes en La humanidad, coloca contadas criaturas a deambular por una geografía inmensa, natural, donde no pareciera haber más ley que el instinto. La indeterminación espacial es un signo político; el hecho de correrse de la capital parisina, de la urbe, para indagar en otras fronteras, con personajes al borde de la civilización (o por fuera de ella), habla de zonas que mediáticamente no se ven ni se venden como parte del paraíso europeo. Tal representación del mundo posibilita que su protagonista, un hombre extraño capaz de matar pero de hacer milagros, junto con su mejor amiga, decidan qué hacer según las circunstancias, alejados de convenciones éticas y morales establecidas. Dumont explora sus rostros, apuesta a los silencios e inserta lo religioso como una duda, como parte de un ascetismo que se resiste a cualquier interpretación alegórica. Por ello, la ausencia de ángeles, campanas o haces refulgentes tal vez no sea un estímulo viable para una platea muda al final de la película que no concibe el placer más allá de entenderlo a partir de lo inmediato. La puesta en escena enmarcada en esos escenarios bajo luz natural, con rostros “vivos”, sin maquillaje, habla de una radicalidad que, además, tiene su fundamento en el tiempo. La duración de cada plano, la reacción contra la supuesta comodidad del espectador sedada con explosiones audiovisuales, es otra forma de provocación que da cuenta de un síntoma en parte del cine contemporáneo y que alude a la espera, a una forma de educar la paciencia para invitarnos a mirar (y retener). Por ello, la visión del cineasta Dumont invita, en todo caso, a recuperar un modelo de espectador capaz de entregarse nuevamente a la maravillosa ambigüedad que es capaz de entregar el cine (aunque ello ponga en vilo su principio de placer).
Inesperadamente, se estrena en la Argentina este film del francés Bruno Dumont, uno de los realizadores más importantes de las últimas dos décadas. Lo primero que hay que advertir es que se trata de un film extraño por su tono: realismo sucio, extremo, en el norte de Francia, donde se retrata la relación entre una joven y un lúmpen que vive casi a la intemperie. Pero eso es sólo la situación de base de un film que, además, arranca con alguna muerte. Lo que sigue es el enrarecido trayecto de ese lúmpen, una especie de santo salvaje o una encarnación de Cristo. El clima siempre es opresivo, casi como de película de terror, donde cualquier cosa puede pasar aunque todo se inscriba en el más puro de los naturalismos. Hacia el final ocurre algo que no debemos contar: de hacerlo, no solo se rompería una de las sorpresas y grandes asombros de la película, sino que también se quebraría el sentido de este peregrinaje donde varias veces estalla la violencia sorda o la sexualidad salvaje. Dumont dice ser ateo, pero la película es ni más ni menos una parábola religiosa que deja al espectador en un estado de conmoción e inestabilidad emocional (exactamente como si fuera una película de terror, una buena película de terror) pero también de cierta euforia. Una de las obras más estimulantes del año cinematográfico, de una belleza secreta y de un gran rigor (no hay una toma de más) a la hora de elegir qué mostrar.
Hace ya un tiempo que no me su servidor no se dedicaba a ver este tipo de films, y posiblemente con razón. Pero antes que nada, es necesario aclarar que esta opinión no depende de conceptualizaciones previas que tildan al cine como "entretenimiento". Honor de Cavalleria es un gran film, y sin embargo, resulta muy complicado verla en la cama sin comenzar a soñar con los molinos de viento por cuenta propia. En este sentido, Fuera de Satán saca a relucir paisajes y primeros planos en lugar de diálogos, para contar la historia de un pueblo francés cerca de Boulogne Sur Mer asediado por los crímenes y las posesiones demoníacas. El actor David Dewaele interpreta a un misterioso hombre que guarda una relación con la joven de una granja cercana, vínculo que se torna especial por sobre otros que el primero mantiene. De estos últimos, algunos rozarán lo criminal, pero siempre el sujeto saldrá airoso de los conflictos que pudieran llegar a involucrarlo en sangrientos hechos. Esto puede deberse a las características sobrenaturales que van apareciendo en él, aun cuando la chica protagonista no vea allí más que un simple y ciego amor. El director Bruno Dumont posee una destreza peculiar en el empleo de la fotografía y el sonido, que desdibuja lo que, bajo otras manos, podría haber constituido un thriller o un film de horror. No obstante, esta capacidad de sacar a Fuera de Satán de la órbita de géneros premoldeados puede jugarle en su contra, ya que los momentos de dramatismo cinemátográfico son escasos en esta película que, aunque no posee escenas de más, presenta un ritmo que complacerá más a los amantes del mal llamado "cine arte".
Para los que no lo conocen, Bruno Dumont es uno de los niños "mimados" de Cannes. Cosa que, saben mis lectores, da para pensar (en mi viejo blog he despotricado mal contra muchos de estos cineastas)... Llega un opus nuevo a sala Lugones y es hora entonces de volver a refrescar algunos conceptos que enmarcan su cine, para después si, contarles de que va "Fuera de Satán". Para empezar, no busquen en sus trabajos, una narración descriptiva y clara de lo que se ve. Hay que percibir con los sentidos. Dumont es un amante de la naturaleza y filma con pocos recursos, de manera austera pero con gran idea de lo que quiere expresar: logra siempre instalarte esa sensación física de ubicarte donde él quiere. Ahí, le doy la derecha. El tipo sabe hacerlo. Puede que te guste o no, pero usa poca música ambiental, capta los sonidos que circulan, eligen cuidadosamente los encuadres... Eso, es innegable. Después, tiene una visión sobre lo religioso que hay que tener en cuenta (su concepto místico se desliza lentamente hasta dejarnos sin aire, literalmente en este film) y una gran simpleza para trazar con dos pinceladas, imágenes potentes y sugerentes. No necesita casi utilizar diálogos para transmitir lo que quiere y la verdad, es que si no tenés empatía de movida con su visión, tenés que ir preparado para lo que vas a ver. Ahora, dicho esto, te digo, "Hors Satán" es la peli que más me gustó de su filmografía. Si, ya se. No es para el espectador corriente, hay demasiado "vacío" que debe llenar uno desde la butaca y una sensación de que el tiempo no pasa... mortal. Pero la idea que quiere expresar, es clara. Aquí la historia involucra a dos personajes, un hombre, sin hogar (David Dewaele), del que sabemos nada, transita por la campiña francesa, funcionando como... alguien que ejecuta sentencias. Comienza la cinta con una gran secuencia de violencia inusitada y poco despues ya entendemos como funciona la estructura narrativa (por más confusa que parezca): en un pequeño pueblito, hay alguien (un "emergente") que cree que su misión es poner fin a ciertas existencias que no son adecuadas para este plano. Esa es la idea sobre la que gira, "Hors Satán". A su lado, habrá una chica (Alexandra Lematre), quien, fascinada por la obra de este hombre, lo seguirá, funcionando como contrapeso sexual y armonioso de un sujeto que parece desprovisto de corazón. El vínculo que los une es fuerte y quizás, junto al detalle con que se recrea cada ritual, sean de lo mejor de la película. Hay un trasfondo psicológico interesante, cierta intención clara de problematizar lo profano y una dirección, que todo el tiempo parece decirte: "no esperes nada, disfrutá de lo que estás viviendo". Es así. Fuerte. No puedo decir que me fascinó, es bastante cruda y árida para cualquier tipo de espectador pero, se nota que Dumont es un artista y que tiene convicciones para sostener una propuesta de este calibre. Ir advertidos que no es para cualquiera. Si la elegís, es un viaje a un universo particular bajo las reglas de un hombre que elige transmitir historias, con un sentido particular y sugerente.
EL NEGATIVO DE JESÚS Dumont ofrece una mirada sobre el bien y el mal, no como estados absolutos sino desde su complejidad, como estos confluyen en sus personajes. Bruno Dumont sitúa la acción de la historia en un espació bucólico, en uno de esos pueblos donde las personas se conocen y nadie es anónimo, donde el aburrimiento y la naturaleza lo dominan todo… hasta que repentinamente irrumpe la violencia. Dos personajes sin nombre movilizan la acción, un hombre y una mujer que caminan por el pueblo dialogaran (poco) y se prodigarán favores mutuamente de forma vital. Personalmente disfruto mucho de la obra del director, especialmente de películas como esta que se desarrollan en una constante tensión gracias a los climas que el realizador francés construye a partir de la puesta y el sonido. Una vez más ofrece una mirada sobre el bien y el mal, no como estados absolutos sino desde su complejidad, como estos confluyen en sus personajes. En Hors Satan quien brinda el sustento puede asfixiar con sus acciones y quien mata puede dar vida. Desde su profundo ateísmo, Dumont trabaja frecuentemente con elementos vinculados a la religión, hay un momento fantástico que cualquier buen cristiano tendrá que reconocer como un milagro. Dumont es un personaje aparte, un director que se creyó lo del enfant terrible del cine francés y este legado lo llevó al paroxismo. Fuera de Satán es una historia cuya cadencia persistente dota al relato de una notable fluidez, sumado esto a su exquisita complejidad hace que se trate de uno de sus mejores filmes.
Una historia con imágenes fuertes, impactantes y provocativas. Este cineasta en cada nueva entrega de un film llama a la polémica, puede obtener abucheos, premios y elogios. El film “La humanidad” (1999) ganó premios del jurado en Cannes y los de mejor actor y actriz, se dividieron los comentarios en el público y la crítica. Esta historia que llega a nuestra cartelera se proyecto en el último BAFICI. Se desarrolla en una zona rural en el Norte de Francia, a orillas del Canal de la Mancha, cerca de una aldea rodeada por ríos y pantanos. Allí vemos a dos jóvenes, uno de ellos es un hombre (David Dewaele) que parece ser un profeta mendigo, vive de forma salvaje en una especie de carpa, entre las dunas y también se refugia entre las plantas, lo rodea un pueblo de tres o cuatro casas. Todos los días se reúne con una mujer joven (Alexandra Lematre) delgada, su cara se encuentra llena de cicatrices, su aspecto es gótico, juntos recorren por la mañana la zona, se invocan a alguien, sus manos las unen para realizar una especie de rezo o invocación mirando al sol naciente; luego lo vemos a este hombre que toma una escopeta y mata al padrastro de la muchacha que abusó de ella, siempre están juntos, lo alimenta y se ocupa de él, ella tiene su casa, vive con su madre. Pasan el tiempo juntos, recorren el paisaje de las dunas y el bosque, todo está lleno de misterio, hasta la actitudes de este hombre son extrañas, algunas mujeres del lugar le piden consejos, hasta asiste a una adolescente que se encuentra enferma. Él con su método la sana. Realizan quehaceres cotidianos, rondan los misterios, está presente el sexo, la soledad, la moral, la religión. Todo el relato del film está basado en las expresiones y en la fotografía .Los diálogos son escasos. Su relato no es para cualquier espectador, este es algo abstracto y complejo, ideal para los seguidores del director francés Bruno Dumont.
El cine de lo incierto El cine de Bruno Dumont estará nuevamente entre nosotros gracias al vigoroso circuito de exhibición independiente que ostenta la ciudad, pues el Cine Teatro Córdoba (27 de abril 275) estrenará desde hoy (y hasta el domingo) la última película del filósofo francés (y el mes próximo se repondrá en el Cineclub Municipal Hugo del Carril), una noticia para celebrar pues se trata de una obra particularísima, digna de un autor fundamental de nuestro tiempo. Dumont ha hecho del extrañamiento una posición (est)ética, una forma de entender el mundo que guía su entera cinematografía: el autor por excelencia de la religión (o de la experiencia mística) plantea en cada nueva película una metafísica construida con la más cruda materialidad, como si el desafío fuera buscar la divinidad en el barro del mundo. Ateo confeso, provocador lúcido y polemista irredimible, Dumont suele trabajar desde la incertidumbre, abrazando aquello que el resto teme o rechaza: será porque justamente busca problematizar certezas, crear inestabilidades donde hay seguridad, creencias compartidas, tradiciones interiorizadas, estéticas naturalizadas. De allí que el resultado de su cine sea, invariablemente, la incomodidad, aunque después vendrán también la fascinación, el deslumbramiento, la sorpresa y, ¿por qué no?, el redescubrimiento del mundo. Fuera de Satán es además una especie de síntesis de su cine, un filme donde el autor ha conseguido refinar las formas hasta adaptarlas perfectamente a su objeto, en este caso una indagación sobre la figura del enviado. Su protagonista sin nombre (David Dewaele en su primer protagónico) es una especie de redentor, un vagabundo desclasado que vive en las praderas de un pequeño pueblo francés ayudando a su gente, posiblemente la continuación de un personaje que ya aparecía en el anterior filme de Dumont (Hadewijch, entre la fe y la pasión). Claro que aquí no habrá un ápice de la pureza iconográfica del cristianismo, que es el referente más claro de la película: ya en la tercera escena del filme, el tipo buscará una escopeta y, en plano general, disparará a quemarropa a un hombre que trabaja en un galpón. La razón, que el asesinado abusaba de su mejor amiga, una adolescente de fisonomía frágil y estética gótica (Alexandra Lemâtre), que se hace cargo de su alimentación y está enamorada de él, aunque no le corresponda. La reacción de ambos será mínima, y continuarán con su vida como si nada: caminando por los montes y bosques del lugar, manteniendo diálogos mínimos, rezando cada tanto con la mirada puesta en el atardecer. Pero la parsimonia de la campiña francesa se verá interrumpida por nuevos incidentes: nuestro protagonista intentará exorcizar a otra adolescente, y en otro pasaje atacará salvajemente a un guardabosque que quiso cortejar a su amiga. ¿Se trata acaso de un psicópata violento que cree ser Jesús? ¿O es efectivamente un enviado, una especie de curandero milagroso? La respuesta no será sencilla, no sólo porque Dumont apueste a la ambigüedad sino porque no habrá ningún psicologismo que auxilie: en algún pasaje, el hombre “sanará” mediante sexo violento a una mujer pervertida, y luego realizará un verdadero milagro; aunque la violencia estará siempre allí, latente, esperando a surgir para destruir toda certeza. Elegante y precisa en su forma, Fuera de Satán podría mejor ser entendida como una gran pieza de suspenso: la “no actuación” de sus protagonistas potencia la precisión de su puesta en escena, que ostenta una coherencia inusual en el planteamiento formal a través de planos generales del campo (que le otorgan un sentido dramático a los escenarios), planos medios que se convierten en generales (por el uso de la profundidad de campo) y planos detalle de sus personajes (que reinventan el primer plano del rostro, gracias a las heterogéneas fisonomías de sus intérpretes, casi siempre inexpugnables). Se intuye que la clarividencia formal de Dumont es importante: cada plano tiene su razón de ser y su justificación dramática; aunque pocos directores son capaces de utilizar como él la profundidad de campo y los diversos espacios internos de un mismo plano (basta ver la escena del asesinato, con la irrupción del justiciero en primer plano), para sacar el máximo provecho a una puesta tan austera como rigurosa y precisa en sus efectos. El uso de la luz es, por momentos, un verdadero prodigio (ver el tercer plano del filme, un amanecer con el protagonista en contraluz), así como también el sonido, que consigue atrapar la vida en su devenir sonoro. El resultado, en todo caso, es un filme capaz de redescubrir el mundo pero no para mistificarlo o convertirlo en su opuesto, la más pura e incrédula materialidad, sino para restituir su misterio insondable, acaso su estado original, a través de la magia del cinematógrafo. Algo similar hacen Win Wenders y Nicholas Ray en Relámpago sobre el agua, gran filme que el crítico Fernando Pujato programó en el ciclo sobre la mejor película de los años ´80 que se presenta los viernes en El Cinéfilo Bar (Bv. San Juan esq. Mariano Moreno). Aunque en un orden inverso: aquí, mediante la ficcionalización explícita de los últimos días de Ray (director convaleciente que literalmente propone a su amigo filmar su muerte), ambos directores restituyen el valor del cine como un modo lúdico de reflexionar sobre el hombre, la vida y sus intermedios. Por Martín Iparraguirre
Horror, milagro y transgresión Cada nueva película del francés Bruno Dumont genera elogios, premios en festivales, abucheos y polémicas. Ocurrió, por ejemplo, con La humanidad (1999), Twentynine Palms (2003), Flandres (2006), Entre la fe y la pasión (2009) y también con Fuera de Satán. Todas sus películas incluyen escenas de perturbadora crudeza, de impredecible violencia y sexo salvaje. También se lo acusa de crear películas vacías y pretenciosas y de enfatizar el carácter más bestial del ser humano, con la alevosa intención de "desconcertar a los burgueses". Es su peculiar manera de explorar la condición humana. Y suele tener expresiones igualmente desconcertantes. Por ejemplo, en uno de los festivales de Cannes afirmó que "la pelea entre dos hombres por una mujer es lo mismo que una lucha por un pedazo de tierra. Todo surge del deseo. No hay diferencia entre un triángulo amoroso y el conflicto entre Israel y Palestina". Fuera de Satán no escapa a ninguna de esas constantes. Trata sobre un vagabundo sin nombre que deambula por una aldea situada en el norte de Francia, cerca del Canal de la Mancha, y por los campos cercanos. Y oficia de justiciero, salvador, hacedor de supuestos milagros y erradicador del mal. Por temor o solidaridad, obtiene ayuda alimentaria de los vecinos. Este hombre, de mediana edad, suele rezar, aunque nunca se sabe por qué ni a quién van dirigidos sus ruegos. Lo acompaña una adolescente que lo adora, es maltratada por su padrastro y el protagonista decide poner fin a sus sufrimientos. La chica sufre de epilepsia, aunque la patología es utilizada por el director como metáfora de una sociedad enferma e ignorante. Dumont apela por igual a primeros planos de sus personajes y planos abiertos para captar el paisaje, que juega un rol protagónico en la película. Se ha querido ver en sus películas una preocupación mística a la manera del cine de Carl T. Dreyer y Robert Bresson. El Bien y el Mal, el horror y el milagro, la transgresión a las normas y su castigo, son variantes que rondan la historia de este filme. Sin embargo, la mirada que prevalece es la de una materialidad casi absoluta, pues los signos de la verdadera espiritualidad no tienen cabida en esta propuesta fílmica. La puesta en escena es fría y despojada de todo artificio audiovisual. Dumont apela a la luz natural y prescinde de la música, tanto la diegética como de la extradiegética. Los diálogos son escasos y la banda sonora se reduce básicamente a los ruidos ambientales. Por todo lo expuesto resulta fácil deducir que Fuera de Satán no es un filme agradable de ver. Tampoco convoca multitudes. El director utiliza las elipsis o tiende a escamotear información, para que sea el propio espectador el que establezca las relaciones de causa-efecto.