Algún lugar encontraré. ¿Quién no ha fantaseado alguna vez, con irse a un lugar lejano, donde se es completamente desconocido, cambiar la identidad, y hacer borrón y cuenta nueva? Esta búsqueda permanente de identificaciones imaginarias, es la que viven los adolescentes, y no tanto, en un intento constante de construir su subjetividad. La ópera prima de María Florencia Álvarez, aborda el tema, pero desde una historia absolutamente peculiar, y da cuenta como la búsqueda de identidad logra transitar caminos que para otros nos pueden resultar muy insólitos...
Soy lo que no soy Tras una destacada carrera como cortometrajista María Florencia Álvarez debuta con el largo Habi, la extranjera (2013), una película que principalmente habla sobre la búqueda de la identidad. Analía (Martina Juncadella) viene del interior a Buenos Aires y entre las tareas que tiene que realizar en la gran ciudad está la de encontrarse con alguien de la comunidad musulmana. Al llegar al lugar se sorprende con un velatorio con los rituales típicos. A partir de esa situación, Analía se sentirá seducida por todo lo que rodea a la comunidad e intentará convertirse en una más de ellos. Aunque siempre será una extranjera. La ópera prima de María Florencia Álvarez utiliza la excusa de la introducción de un extraño dentro de una comunidad que le es ajena en todo sentido para hablar de la identidad y la búsqueda de ese lugar en el mundo que tan bien supo retratar Adolfo Aristarain allá por el año 92 con su película homónima, tema al que ahora la novel autora vuelve a darle una vuelta de tuerca. Habi (el nombre que utilizará Analía para sentirse uno más de ellos) no está contenta con la vida que tiene y obviamente quiere ser otra persona. Por eso adquiere otra personalidad cómo la que en la mayoría de los casos toman los adolescentes en plena crisis de tener que encontrarse con quienes realmente quieren ser. Los lugares comunes de ser punk o rocker, emo o flogger, cumbiero o rastafari son a los que mayoritariamente se recurre para mostrar ese proceso. Pero Analía elige otra tribu para pertenecer. Tal vez mucho más osada y menos permisiva. La realizadora aprovecha esta elección para a su vez mostrar el mundo que rodea a la comunidad musulmana en Argentina. Casi de manera antropológica va recorriendo a través del interés de la protagonista los modos y costumbres de quienes viven de una manera diferente, claro que según el punto de vista de quien sea el observador. Con notables trabajos actorales e impecable desde lo técnico Habi, la extranjera es un muy buen desembarco en el largometraje de María Florencia Álvarez, una cineasta, constructora de climas intensos y atmósferas bucólicas, a la que se debe seguir con mucha atención.
El nuevo mundo Analía (la versátil Martina Juncadella) es una veinteañera del interior que es enviada por su madre a Buenos Aires para entregar unas artesanías en un viaje relámpago. Pero, mientras cumple con su misión, la protagonista descubre por casualidad una comunidad musulmana y, al poco tiempo, a un atractivo y encantador joven de origen libanés (Martín Slipak). Lo que Alvarez describe en su debut en el largometraje (tiene varios interesantes cortos en su haber) es el proceso interior (y exterior, ya que ella adopta un nuevo nombre, Habi, así como la vestimenta, el idioma y las costumbres de aquella comunidad) de una chica en plena crisis de identidad, que se siente atraída por un mundo desconocido que la encandila y de alguna manera la contiene. Sin embargo, claro, pasada esa fascinación inicial, las contradicciones, dudas y dificultades no tardarán en aflorar. La convicción con que la directora va delineando la evolución de su protagonista, la ductilidad de esa muy buena actriz que es Juncadella y la categoría de su equipo técnico (empezando por el talentoso DF Julián Apezteguía y el sonidista Catriel Vildosola) para ayudarla en la creación de climas muy logrados hacen de Habi, la extranjera una experiencia con no pocos hallazgos. Y, aunque ciertas subtramas (como la melodramática que transcurre en la pensión donde Analía/Habi se hospeda) poco agregan, no alcanzan a minar el disfrute que la visión de esta más que digna ópera prima provoca.
De reciente paso por la última edición del BAFICI, Habi, la extranjera fue una de las sorpresas de dicho festival. Encontrarse con una ópera prima tan delicada, cuidada, armoniosa y a la vez profesional no es algo que ocurra todas las semanas, y que un título así ahora renueve nuestra anquilosada cartelera menos. ¿Cuántas veces jugamos de chicos a ser otra persona?, ya sea un artista, alguien al que admirábamos, o simplemente uno cualquiera cambiando nuestro nombre, ¿qué pasaría si llevásemos ese “juego” a la realidad adulta? Una chica de 20 años (de la cual desconocemos su nombre hasta casi el final del relato) llega a Buenos Aires desde el interior simplemente a hacer una entrega de artesanías que realiza su madre. Desde el primer momento, se nota que ella busca algo más, tiene otras intenciones, y el clic llegará cuando ocasionalmente haga una de sus entregas en un centro musulmán en donde se realiza el velorio de una mujer. Sin buscarlo, pero tampoco sin disculparse, ella pasará como una más, la saludarán y, como es la costumbre, le darán pertenencias de la difunta. Como un plan ¿inocente? ella pasará a llamarse Habiba, apodada Habi, y frecuentará lugares relacionados con esa cultura, desde una mezquita, tiendas, y un centro de aprendizaje de idioma y costumbres para mujeres. Su otra personalidad, aquella del interior, desaparecerá salvo por los llamados escapistas que hace a su madre, y Habi tomará por completo el cuerpo, consiguiendo un trabajo afín, inventándose un pasado, y viviendo en una pensión para extranjeros, hasta tendrá la oportunidad del amor; y lo de tomar el cuerpo es literal, su actitud cambiará, hasta su físico, como si volviese a nacer. María Florencia Álvarez nos cuenta en su debut una historia de descubrimiento, de reinicio cuando no queremos seguir siendo lo que somos, y más de un espectador puede sentirse identificado con su protagonista. A simple vista uno podría esperarse un film sobre la cultura musulmana, pero Habi, la extranjera es otra cosa, o es mucho más, pareciera que no cambiaría demasiado si el entorno fuese otro, o si fuese al revés; Álvarez profundiza, habla de ser quien uno quiere ser, de que siempre se puede cambiar; eso sí, habrá que pagar las consecuencias. Con un ritmo acertado que atrapa y a su vez entretiene con dosis de humor, debe sumársele un trabajo cuidadísimo en la fotografía, edición, y en la estructura del guión. La productora Lita Stantic ha basado gran parte de su enorme trayectoria en descubrir nuevos talentos, y con este film parece haber vuelto a dar en el blanco. El elenco también luce muy sólido, Martina Juncadella como Habi es un rostro a seguir, cada sentimiento y decisión es transmitida de manera espontánea, con mínimos gestos; y a su vez es acompañada por un conjunto de interesantes secundarios como Martín Slipak, Lucía Alfonsín, Maria Luísa Mendonça que rodean ese mundo “ficticio”. Habi miente en su personalidad, se inventa una historia para sí, y sin embargo, pareciera encontrarse a sí misma, hacer un viaje de autodescubrimiento, tanto como para no reconocer a quien fue; el asunto es cuánto puede durar ese equilibrio. María Florencia Álvarez abre más preguntas de las que contesta, y lo hace como si fuese una pequeña y simpática anécdota, sin lugar a dudas es una artista a la que debemos prestar atención.
Conversión múltiple No es raro que Martina Juncadella tiente a directoras que deciden filmar el tránsito desde la adolescencia hacia la adultez. Milagros Mumenthaler acertó al darle uno de los tres papeles principales de Abrir puertas y ventanas. María Florencia Alvarez acierta al haberla elegido para el protagónico de Habi, la extranjera, en la que Juncadella interpreta con delicado talento a una chica de provincias que, de paso por Buenos Aires, en parte toma y en parte inventa una identidad musulmana. La conversión de Analía en Habiba, Habi, es menos religiosa que psicológica. Y, aunque parezca azarosa, en el fondo es menos casual que deliberada. Ella está en una etapa en la que es posible -y aconsejable- probar identidades, jugar con máscaras, tomar caminos que se bifurcan, antes de encajonarse definitivamente en el que no tiene retorno, el más angosto, al que llamamos madurez. Pero volvamos a la joven Analía. En la megalópolis porteña, donde nadie la conoce, experimenta el vértigo, el placer, la liberación de convertirse -por decisión propia- en otra, en ella misma. Uno de los aciertos de Alvarez es elegir, para esta historia de emancipación, a una cultura de la que poco o nada conocemos, pero a la que vinculamos con la opresión femenina. Aclaremos que la realizadora no busca demostrar que esta idea sea falsa. Sí busca romper los estereotipos, las generalizaciones: los prejuicios. Así, una chica islámica que se hace amiga de Analía/Habi le contagia su serena felicidad, mientras que una festiva brasileña -la representación que los argentinos nos hacemos de la alegría-, compañera de pensión de la protagonista, parece condenada al sufrimiento y el autoflagelo de estar en pareja con un golpeador. Habi... no es una película de trama, aunque sobrevuele el enigma, la iniciación sentimental y cierta confusión causada por la impostura. El filme, de atmósferas, pone en imágenes el estado de ánimo de la protagonista y su cambio de etapa, sus actos de independencia: la otra conversión. Con una ductilidad que jamás cae en la sobreactuación, Juncadella nos transmite su extrañada condición de extranjera, el modo en que un imán aconseja pasar por esta vida.
Hay una historia de ribetes curiosos, inusuales en esta ópera prima de María Florencia Álvarez. Un punto de partida que hasta podría parecer disparatado: una chica del interior viene a la ciudad a entregar unas artesanías, entra en contacto casualmente una comunidad musulmana y queda prendada de ese universo completamente desconocido. Inicia a partir de allí un derrotero que en la superficie parece estar relacionado con un descubrimiento religioso, algo así como una conversión, pero que en el fondo tiene mucho más que ver con la búsqueda de la identidad que cualquier jovencita de esa edad (apenas 20 años) atraviesa siempre con alguna crisis como telón de fondo. En poco tiempo, Analía (interpretada con sobriedad y delicadeza por Martina Juncadella, recientemente premiada por su labor en la obra La laguna de Agostina López) cambia de nombre (dice llamarse Habiba Rafat) y de hábitos, intenta aprender el idioma y las costumbres de esa comunidad, conoce a un par de buenas amigas e incluso se enamora por primera vez. Es en una ceremonia musulmana donde escucha la sentencia de una experimentado imán: "Nuestra conducta en esta vida debería ser similar a la del extranjero en el lugar que no le pertenece: tomar lo mínimo indispensable para subsistir y continuar camino a su propio destino". Ese consejo sabio es el que terminará cifrando el camino de Analía, previo paso por una serie de situaciones algo incómodas provocadas por el engaño que elige como primera estrategia de supervivencia en un mundo ajeno. Más que una película sobre la tolerancia, habida cuenta de los prejuicios que toda la comunidad musulmana sufre desde el famoso atentado contra las Torres Gemelas, Habi, la extranjera es una historia de iniciación, un cuento agridulce sobre el paso de la adolescencia al adultez. Una de las virtudes de la película es eludir con inteligencia la gravedad (las escenas en el hotel familiar con una pequeña recepcionista empecinada en hablar un precario inglés son un buen ejemplo) y los mandatos de la buena conciencia (una mujer discute con su pareja y amenaza con tirarse por una ventana, él le exige "que no sea arriba del auto"). Se trata de una película cálida, sencilla y bien provista de detalles sugerentes para quien esté bien dispuesto a los descubrimientos, como la propia protagonista.
Entre la inocencia y el desamparo Una joven pueblerina llega sola por primera vez a Buenos Aires y se entrega a una fantasía que ella irá construyendo a su medida. Martina Juncadella vuelve a demostrar que es una de las actrices más talentosas y versátiles de su generación. “La gracia no sabe nada de sí, lo único que la define es la inconsciencia. A la inconsciencia de la gracia la llamamos inocencia. (...) Y la inocencia es un desamparo que se ignora.” La cita casi textual corresponde al capítulo que el poeta y ensayista Sergio Cueto le dedicó al dramaturgo y novelista alemán Heinrich von Kleist en su libro Otras versiones del humor (Beatriz Viterbo, 2008), pero sirve perfectamente para comenzar a hablar de Habi, la extranjera, el debut cinematográfico de María Florencia Alvarez, que este año pasó por la Berlinale y la Competencia Argentina del Bafici. En primer lugar porque gracia e inocencia es lo que transmite Martina Juncadella, la joven actriz que vuelve a demostrar que es una de las más talentosas y versátiles de su generación, en la piel de esta chica de pueblo recienvenida, a quien la ciudad le provoca una fisura en la estrechez de su mundo privado. Es desde esa inocencia que Habi, la protagonista, se permite rasgar repentinamente el capullo de su adolescencia para permitirse una nueva vida posible. Es ahí donde se hace evidente el desamparo con el que finaliza la cita, que ella padecerá sin registrarlo. La joven pueblerina interpretada por Juncadella llega sola por primera vez a Buenos Aires para entregar en distintos comercios unas artesanías que produce una amiga de su madre. Pero ese simple encargo acabará por convertirse en un viaje iniciático, que abrirá la posibilidad de una fantasía que ella irá construyendo a medida. El quiebre se dará a partir del contacto fortuito con la comunidad árabe, con sus ritos y su idioma. Y con un chico, porque los primeros amores nunca son un detalle menor. A partir de ahí fingirá un origen libanés y se hará llamar Habiba, nombre que toma de un cartelito fotocopiado en el que se pide información acerca de una niña extraviada. Esa simple referencia a una nena perdida subraya el juego de oposición inicial entre inocencia y desamparo, elementos que suelen formar parte indispensable en la estructura de cualquier cuento de hadas. Porque algo de eso hay en Habi, la extranjera: algo de ese peligro potencial, que surge de la tensión entre ambos elementos, acecha a esta Caperucita suelta en la ciudad. Sin embargo, Alvarez, directora y guionista, evita el camino siniestro y elige resolver la ecuación por el lado de una fantasía naif casi al estilo de Amélie, de Jean-Pierre Jeunet, pero omitiendo los detalles fantásticos. Lejos de ser amenazante, aunque ese sentimiento tampoco es ajeno al relato, el camino que Habi va haciendo discurre a través de una galería de personajes anclados entre lo real y lo inverosímil. A medida que vaya avanzando en su metamorfosis, los lazos que irá desarrollando con la cultura árabe, símbolo paradigmático de una otredad idealizada por ella, serán cada vez más intensos y también será mayor la sensación de extrañeza y desamparo. Habi pronto encontrará los límites de esa construcción ideal que ha levantado para sí misma, y la realidad comenzará a meterse por las mismas grietas por las que antes se filtró la fantasía. Si una virtud tiene Habi, la extranjera es la ausencia de pretensión mal entendida, manteniéndose a resguardo de los extremos, y que le permiten sortear con lo justo el riesgoso coqueteo con un costumbrismo que podría definirse como mágico. Aunque no puede evitar caer en algunas sensiblerías que acaban por restar potencia y precisión al relato, debe decirse, sin embargo, que ese es un problema con el que sólo se enfrentan quienes asumen ciertos desafíos.
La fantasía de ser otro La ópera prima de María Florencia Álvarez construye un relato de intriga sobre la figura de una joven que cambia su vida. Un film lleno de hallazgos, entre climas y silencios. En el comienzo, Analía cuenta sin demasiado entusiasmo que esa es su última entrega, que va a empezar a trabajar con su mamá. Esa es la única señal en la que muestra su descontento frente a su futuro próximo. Nada hace prever que el corto viaje que está por emprender a Buenos Aires para cumplir con el pedido de artesanías desde algún lugar del interior del país, se extenderá en una estancia prolongada en donde Analía cambiará su identidad para ser Habiba, adoptará otras costumbres y se convertirá al islamismo. La primera película de María Florencia Álvarez, que fue seleccionada para la sección Panorama del Festival de Berlín y formó parte de la Competencia Argentina del último Bafici, va construyendo un relato casi de intriga sobre la figura de esa joven de 20 años, en plena etapa de búsquedas, que por azar asiste a un velorio islámico y que poco a poco va dejándose envolver por costumbres, ritos religiosos y una visión de la vida completamente alejada de la realidad en donde creció. Con una cadencia serena en el relato, segura de los climas que quiere transmitir, la directora tiene varios aciertos en la puesta, en principio con la elección de Martina Juncadella (Abrir puertas y ventanas), que en un muy buen trabajo desde los silencios y una incertidumbre llena de certezas, compone a esa chica que cumple la fantasía de muchos de convertirse en otra persona, ser otro en un lugar diferente, empezar de cero. Pero sobre todo, lo que muestra en un segundo plano y sobre donde va dando los primeros pasos Analía, es a la comunidad musulmana, que en el mejor de los casos es mal conocida y carga con muchos preconceptos. A Alvarez le interesa explorar otros mundos y junto a la cámara de Julián Apezteguía se introduce en una mezquita, en los lazos solidarios de la comunidad musulmana, en eventos sociales y en la intimidad de otra joven que de alguna manera le sirve de guía a Hbbi, que ya eligió, que se enamora, que se anima, aunque sus decisiones tienen consecuencias que no puede manejar. Sin duda la búsqueda de la película es curiosa, abierta, límpida y aunque la línea del relato que tiene que ver con la gran ciudad para dar cuenta del extrañamiento por partida doble de la protagonista en Buenos Aires y luego convertida al islamismo, no aporta demasiado, pero a la hora del balance Habi, la extranjera es una película llena de hallazgos y de una madurez infrecuente para una ópera prima.
La chica del helado de limón Analía (Martina Juncadella) es una chica del interior del país, de unos veinte años de edad. Su trabajo consiste en viajar a Buenos Aires para entregar los pedidos de artesanías que hace una vecina. Así recorre la ciudad y sueña, aunque cuando vuelva a su pueblo le espera lo que parece ser su inevitable destino: deberá trabajar con su madre en un negocio, algo que ni le atrae ni le interesa, pero es su deber. Por un error en una de las direcciones del reparto, termina en un centro árabe. Y tanto le fascina el lugar que usurpa un nombre que ve en un cartel, y se crea una nueva identidad: será Habi, de familia libanesa, musulmana y estudiante de árabe. Este primer largometraje de María Florencia Álvarez sigue las experiencias de esta nueva chica, su encuentro con el amor, la convivencia con personas desconocidas, y lo difícil que eso resulta, las nuevas amistades. Una película iniciática que exagera en cierto modo el momento en que todo adolescente deja de serlo y se plantea quién quiere ser una vez adulto. Analía recorrerá un camino que le demostrará que no puede ser feliz a menos que sea ella misma, de manera genuina y sin falsedades. Álvarez desarrolla la acción básicamente en interiores, algo que desaprovecha el talento de su fotógrafo, Julián Apetezguía, que sabe hacer magia con los exteriores. Sin embargo la elección no es errónea, ya que toda la narración remite a lo que sucede en el interior de esta muchacha que está buscando no sólo un lugar, sino quién quiere ser en el mundo. El ritmo en general es algo lento, y algunas secuencias se hacen repetitivas, como las de la pensión, aunque no pretendan más que mostrar la cotidianeidad de la nueva vida de la chica. Con buenas actuaciones de actores casi desconocidos, este filme logra además mostrar con gran naturalidad a la comunidad musulmana, que si bien le fascinó a Analía, no fue por exótica ni llamativa, sino simplemente por ser algo diferente a su opaca rutina. Una película de recorridos y descubrimientos. Pequeños, nada llamativos. Sólo los que ocurren al crecer.
Un interesante argumento sobre la búsqueda de la libertad de una chica recién llegada del interior que dilata su regreso para deambular por la ciudad y fascinada por el mundo musulmán finge ser una integrante de esa comunidad acumulando mentiras en busca de su verdad. Con buenos climas, bien actuada, buen debut como directora de María Florencia Álvarez.
Curioso y delicado film de una directora debutante Una persona está huyendo de algo. Encuentra azarosamente una comunidad de gente amable, a la que entra con un nombre falso. De a poco se va incorporando. ¿Hasta dónde puede escapar de su pasado y mantener su nueva imagen? El esquema ha sido bastante usado en películas de todo género, incluso en historias románticas bien recordadas. Pero en el caso que ahora vemos, el personaje, los pormenores inhabituales y el tono le dan un cariz de veras singular. Es que acá, tímidamente a disgusto con el futuro que le ha planificado su madre, una jovencita recién llegada a la Capital se encuentra de pura casualidad con los miembros de una pequeña mezquita, se siente cómoda, y, sin medir complicaciones ni consecuencias, dice ser una de ellos y hasta se inventa un nombre, tomado de una lista cualquiera. Gustosamente le creen y la incorporan entre los suyos. Por supuesto, surgirán complicaciones, a veces risueñas, y acaso también haya alguna consecuencia. La acción transcurre entre los musulmanes de Flores. Ahí será Habiba, huérfana libanesa deseosa de conocer la cultura de sus mayores. Y de envolverse en la ocultadora túnica y el colorido hiyab que resalta su carita dulce. Ahí encuentra mujeres muy distintas a las medio rayadas de la pensión donde vive. Y un trabajo. Y un lindo muchacho empieza a mirarla con particular ternura. Lindos ojos tiene el muchacho. ¿Qué es exactamente lo que quiere? Intriga, más que suspenso. Buena predisposición, en vez de prejuicios. La excusa argumental es muy pequeña. El mundo que se abre es amplio e interesante. Pero atención: uno de los mayores pecados para el Islam es la mentira. Curiosa y delicada opera prima de María Florencia Alvarez, hasta ahora una cortometrajista bastante galardonada. Muy buenas caracterizaciones de Martina Juncadella, Martín Slipak y Lucía Alfonsin. Y atractiva participación del sheij Moshen Gabriel Alí, director de la Casa para la Difusión del Islam en la Argentina, hombre sencillo, bonachón, y firme propulsor del diálogo ecuménico en estas tierras. Dan ganas de conocer más, y que a la chica le vaya bien en la vida (si puede salir del brete en que se ha metido).
El gran escape. ¿De qué se huye cuando se huye? ¿De la rutina? ¿Del peligro? ¿Del destino? Sea como sea, siempre que una persona encuentra una excusa para escapar, y logra juntar el valor para hacerlo, debe andarse con cuidado, porque en cualquier momento ese pasado puede extender una sombra sobre su cabeza. De esto se trata Habi, La Extranjera, pero también se trata de otras cosas, porque el escape, prácticamente casual, es solo una excusa para abrir un abanico de nuevas posibilidades para nuestra protagonista, Analía (Martina Juncadella), que decide huír del futuro prefijado por su madre para convertirse en Habi, una huérfana libanesa con muchas ganas de conocer la cultura de sus antepasados mientras trabaja en un negocio árabe en Buenos Aires. ¿Cómo tomó esa desición? Entrando por accidente a un funeral musulman. Lo que vió, lo que sintió es algo que nunca pensó ver ni sentir, un "llamado", por decirlo de alguna forma. Y aunque el Islam condena a los mentirosos, ella decide mentir, hacer borrón y cuenta nueva y meterse de lleno en su nueva vida. Habi es adoptada casi inmediatamente por la comunidad musulmana, aunque las cosas no serán tan sencillas para adaptarse a esa cultura tan diferente a la que traía en su mochila. La opera prima de María Florencia Álvarez puede no aportar nada nuevo en cuanto a lo argumental. Pero la forma, delicada y simple, con la que ejecuta sus movimientos son una verdadera sorpresa. También Juncadella, en su papel de la inocente y casi traviesa Analía deja una buena impresión y, sobre todo, logra empatizar con el espectador. Habi, La Extranjera es una grata sorpresa que logra mezclar y repartir desde cero una historia que escuchamos decenas de veces.
La aventura de querer ser otra El viaje de iniciación de una chica de veinte años que llega del interior, a nuestra ciudad y aprende a arreglarse sola, en medio de un entorno que le resulta tan extraño, como sugestivo, es lo que propone la realizadora María Florencia Alvarez, en su "opera prima" "Habi, la extranjera" habla simbólicamente de la "conquista de un nuevo territorio", como una forma de afirmar la propia identidad. Analía (Martina Juncadella) juega a ser otra y en ese avatar que ella toma con extrema seriedad y compromiso, alcanza la conciencia de quien es. UNA MISION Vital y valiente, Analía viaja de un pueblo del interior (no se identifica cuál es) a Buenos Aires. Su misión es entregar tres paquetes que contienen artesanías que hace su madre. Uno de esos paquetes son para un tal Elía, quien vive en un barrio modesto. Cuando Analía llega al destino en la casa se está celebrando un funeral de la religión islámica. Pregunta por Elía y nadie lo conoce, pero a medida que pasan los minutos, Analía oye unos cánticos religiosos que la cautivan y la gente trata como si fuera un familiar más. A tal punto que le regalan objetos de la persona muerta, que la chica llevará a la pensión en la que se aloja en Buenos Aires. Lo que viene después es asistir a un instituto de enseñanza privada, en el que no sólo enseñan el idioma árabe, sino que también se da formación religiosa. En el lugar, Analía descubre pegada a un pizarrón la foto de una niña, cuyo nombre es Habiba Rafat y ella decide comenzar a llamarse Habi. LA RELIGION En las clases de idioma y de religión se hace amiga de Yasmín (Lucía Alfonsín) y más tarde en un bar de la colectividad musulmana conoce a Hassan, quien le abrirá las puertas a una nueva realidad y le hablará de una hermana desaparecida cuando era pequeña, que es muy parecida a Analía, o Habi, como la chica se hace llamar cuando se presenta a alguien de la comunidad musulmana. La directora María Florencia Alvarez, consigue un filme que ejerce una extraña fascinación a través de Analía, a quien instala en dos mundos antagónicos: el de la calidez y el afecto de sus amigos musulmanes y el de la violencia cotidiana y el engaño que experimenta en la pensión en la que vive, que es ilustrada a través de una vecina brasileña que su novio golpea. El amor, los afectos, la identidad, la familia y la amistad, son temas que la cineasta aborda con originalidad y sólidos recursos dramáticos, en una "opera prima", que enfoca el viaje de iniciación de una joven que intenta abrirse un camino en una ciudad que le es ajena. Martina Juncadella (Analía/Habi) conquista con su naturalidad y su valiosa entrega actoral. A su lado, también se destacan Martín Slipak (Hassan) y Lucía Alfonsín (Yasmín).
Sola en el país de las maravillas El magnetismo que desprende la actriz Martina Juncadella en el debut cinematográfico de María Florencia Álvarez, Habi, la extranjera, es lo que atrapa de inmediato al público para adentrarse en una suerte de cuento de hadas urbano, donde se pone en juego la crisis de identidad, la inocencia de la juventud, el desarraigo interior cuando nada forma parte de las raíces y el desamparo. Ese es el tránsito que marca esta aventura iniciática desde el extrañamiento de la joven Analía, llegada a este idílico paraíso de calles angostas, culturas dispersas, pensiones chicas y sueños a la vuelta de la esquina. La inocencia, en su faz menos cruel, opera como nexo entre la realidad y la ficción a partir de que la protagonista como parte de un juego se apropia de la identidad ajena para hacer de la otredad su único horizonte, en su camino de exploración y autoconocimiento. Se ve seducida por los cantos de sirena de la comunidad musulmana, sus costumbres, sus rezos y palabras que no entiende pero eso no importa porque ella juega a ser otra. En ese sentido, cae como referencia intertextual para este debut de Álvarez en el largometraje, la película protagonizada por Julio Chávez El otro (2007) de Ariel Rotter, quien también asumía el papel ajeno para escapar de una vida rutinaria y gris, pero la diferencia fundamental es que la oscuridad de aquel film en este caso no aparece y es reemplazada por la idea de autodescubrimiento de la propia protagonista, a quien de a poco se le va acabando el idilio e incluso se ve superada por su propia imagen. Los personajes secundarios aportan lo suyo y en especial el que interpreta con solvencia Martín Slipak, quien actúa como efecto del reflejo de esa imagen proyectada. La inteligencia de María Florencia Álvarez permite que el film crezca y vaya de menos a más sin pretensiones y con un fuerte apego a la historia y a su protagonista, tanto desde el punto de vista que siempre es el mismo como en lo que a puesta en escena se refiere. Los pequeños grandes momentos de Habi, la extranjera son precisamente aquellos que surgen bajo la espontánea búsqueda que Martina Juncadella transita sin especulaciones de otro nivel más que la de transmitir sensaciones con el cuerpo; con los gestos o el silencio de una habitación. No hay bosques en este cuento de hadas sin fantasía, sin ogros ni brujas malévolas más que las reales que pueden encontrarse en cualquier lugar del mundo.
"Habi, la extranjera" es una película festivalera, en el buen sentido (no hay que tenerle miedo, espectador masivo!). Su recorrido internacional hacía sospechar un film cautivante y no defrauda, definitivamente. Una maravillosa postal de desconcierto, ansiedad y crecimiento, que se presenta como uno de los más sólidos exponentes del drama local de este año. María Florencia Alvarez nos trae un film delicado, profundo y sensible. Presenta una historia bien contada, muy sutil y absolutamente amistosa. Habi,es un nombre transicional y prestado que toma una joven mujer de visita en la gran ciudad para jugar a ser otra persona... Analía (quien será Habi la mayor parte del tiempo en la historia), llega a Buenos Aires con un recorrido armado (y un posible retorno rápido a su tierra) pero termina modificandolo, impulsivamente? para delinear un perfil distinto de sí misma, jugar otro rol, experimentar otra vida... y más, adentrarse en una cultura nueva, y explorar emociones y sentimientos nuevos. Martina Juncadella (Habi) es la protagonista (ofrece una actuación memorable), joven mujer en tránsito, en plena etapa de ruptura y descubrimiento que despierta sus sentidos y quiere probar otra faceta de su personalidad... El rebelarse, no siempre tiene que ser estridente. A veces, funciona de otra manera. A eso refiere Alvarez cuando caracteriza a Habi. Hay una firme decisión de la protagonista de no regresar a su tierra natal (al menos por un tiempo) y ver que le sucede si toma un camino impensado: elegirá reafirmar su ser cuando llegue el momento de decidir?.Este nuevo universo, será su elección natural o pesará más el peso de la tradición? Con el marco del aprendizaje a una cultura fascinante, el film transita pausadamente un recorrido de sorpresas y ocultamientos. Habi trandrá que vivir otra relación con la religión (se acercará al mundo musulmán) e insertarse en una comunidad que la atrae de una manera muy especial, no tan cerrada como podría fantasear. El film tiene su propio tempo y desconcierta al principio, pero cuando nos sentimos amigos de Analía/Habi, todo avanza muy bien: la empatía con ella es total. Alvarez plantea una película fresca, tierno y muy accesible. Habrá que ver cómo responde el público a la propuesta a la hora de su estreno comercial. Alejense de cualquier prejuicio porque "Habi, la extranjera" es un gran film.
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Espejismos Una chica de veinte años (que hasta el final de la película no sabemos su nombre) viene del interior del país por un día a trabajar repartiendo artesanías, pero un error, y luego una decisión, harán que se quede en Buenos Aires durante más tiempo y que termine explorando un mundo completamente ajeno al de ella, el mundo musulmán. No sólo Buenos Aires le es extraña, enorme y ruidosa, sino que dentro de ese entorno descubre otro: el de una pequeña mezquita, con mujeres hablando árabe, comidas típicas y pañuelos coloridos sobre sus cabezas. Y ella decide zambullirse en ese universo. Busca una pensión por la zona, aprende algo del idioma, busca un trabajo y se relaciona con la gente de esa comunidad, pero desde un lugar diferente, con un nombre que no le pertenece (Habi) y una identidad falsa. Hay una pregunta que recorre toda la película: “¿quién sos?” a la cual la protagonista responde “soy lo que ves” y lo que vemos es una adolescente tratando de buscar su espacio, separándose de su ámbito, necesitando matar (en el sentido más simbólico de la palabra) a su madre, para poder encontrar su propio camino. Una road movie sin movimiento, un viaje hasta el Líbano pero dentro de la habitación de una pensión. Una serie de personajes la acompañan: un chico llamado Hassán, una nueva amiga musulmana, una vecina extranjera con un novio violento y varios personajes secundarios que tienen un peso importante en el encadenamiento de situaciones que suceden en la vida de esta chica. Y la nombro como “ella” porque creo que no es ni Habi ni Analía todavía, está en plena formación y en plena crisis y el juego de ser otra persona la va a ir delineando. La película tiene momentos sutiles y sublimes, encuadres que hablan por sí solos, como por ejemplo ella fuera de foco con su túnica, detrás de una reja: ella tapada, encerrada en un cuerpo al cual todavía no parece sentir como propio. Mucho no sabemos acerca de su pasado ni de su familia, sólo que en la provincia la espera su madre para que trabaje con ella en una peluquería, y que le encargaron comprar unas tijeras, esas mismas tijeras que en vez de usarlas para su nuevo oficio van a hacer que “corte” con todo lo que se espera de ella. Muchas preguntas aparecen en mi cabeza (y eso que ya no tengo veinte años como la protagonista de la película): ¿quiénes somos? ¿qué nos define? ¿somos lo que ven los demás en nosotros? ¿somos realmente lo que queremos ser? Parece que la adolescencia es el momento para hacerse éstas preguntas, y a la vez para elegir nuestro destino, decidir nuestra profesión, nuestro oficio, justo cuando no tenemos ni la más mínima idea dónde estamos parados. Que ambigüedad ¿no? Eso le pasa a Analía, o a Habi, no tiene noción hacia dónde caminar pero sigue, porque hay en ella un ansia de saber, de buscar, de aprender. Lo que busca es hablar de un “lugar”, de algo con lo cual identificarnos porque de eso estamos hechos, de identificaciones ajenas, lo que ven los demás en nosotros, lo que esperan, la educación con la que cargamos y la cultura en la que nos tocó vivir, y en base a eso elegimos qué escuchar, qué mirar, qué leer, qué usar y hasta qué detestar… Pareciera que la protagonista para llegar a ese lugar necesitó transitar otros, tan diferentes y opuestos al suyo, pero que la hicieron mirarse al espejo por primera vez. Ella necesitará encontrar un equilibrio, volver a su origen para cortar usando esas “tijeras” las raíces que hoy la atan y que antes la sostenían y la tranquilizaban. Analía (porque al final nos revela su verdadero nombre y hay rasgos que la van definiendo como tal) guarda en su mochila el mapa de esa tierra lejana, su túnica, sus artesanías, y en vez de cargarla sobre sus hombros, la deja. Se va más despojada que cuando vino, y más colmada que nunca. Y relata la película que las escrituras islámicas nos dicen que hay que vivir como un “extranjero”, pasar por este mundo como si no perteneciéramos a él, como si estuviéramos de viaje, y llevarnos solamente lo mínimo indispensable para subsistir y para poder seguir de largo… Analía no se lleva nada y a la vez, se lleva todo.
Rebelión silenciosa La adolescencia es la etapa en la que se prueban identidades y nuevos caminos antes de ingresar en la senda más angosta y previsible, que es la de la madurez. Es lo que le sucede a Analía, una chica pueblerina interpretada por la dúctil Martina Juncadella que, enviada por su madre a Buenos Aires a entregar unas artesanías, entra por casualidad en contacto con una comunidad musulmana y decide convertirse al Islam en un proceso que tiene más que ver con una crisis de identidad que con un real convencimiento religioso. Al poco tiempo, Analía usa otro nombre -Habiba Rafat-, cambia de aspecto, hace nuevas amistades, se enamora por primera vez e intenta asimilar el idioma y las costumbres de la comunidad. La directora María Florencia Alvarez, en su primer largometraje, además de relatar de modo cálido y sencillo los cambios que experimenta la joven, trata de derribar los prejuicios sobre el mundo árabe, mostrando sus eventos y lazos solidarios. Teniendo en cuenta la imagen de opresión femenina que existe sobre esta colectividad, no es casual el contraste entre la plácida felicidad que transmite la chica que le sirve de guía a la protagonista y la alegre brasileña compañera de pensión, condenada a la autodestrucción al estar en pareja con un golpeador. Con un ritmo pausado, seguro y con un gran manejo de los silencios, la realizadora transmite la crisis de identidad que sufre Analía/Habi al ser partícipe de los ritos de una comunidad que le permite cumplir la fantasía de ser otra persona, empezar de cero en un lugar distinto y a la vez escapar de la madurez mencionada antes, que en este caso es el destino gris de trabajar en el negocio de su madre. Un gran acierto de Alvarez fue haberle confiado el rol protagónico a Juncadella, a quien vimos brillar en Abrir puertas y ventanas y que en este film logra empatía con el espectador, no cae nunca en la sobreactuación y, con mínimos gestos, transmite la mezcla de extrañeza y encandilamiento que siente su personaje por esa comunidad y sus integrantes que le proporcionaron una nueva vida. Habi, la extranjera es una película sutil, más de atmósferas que de trama y que elude la gravedad. Ojalá que esta grata sorpresa en la cartelera local encuentre su público, que deberá ser un espectador dispuesto a dejarse llevar por un relato calmo, lleno de detalles sugestivos y que deja más preguntas que respuestas.
La película de María Florencia Álvarez llegó a su estreno comercial este mes en Argentina luego de pasar por Berlin y BAFICI este año. Felices coincidencias podríamos decir que hay entre películas como Viola, De jueves a domingo y Habi la extranjera que luego de vivir en los Festivales de cine logra llegar al público. No es otra película de una chica del interior Analía llega a la ciudad de Buenos Aires para hacer una diligencia que le va a llevar un día solamente. Su acento es la primera marca que la excluye en la ciudad que a pesar de todo y de lo que uno podría llegar a prejuzgar, no es una urbe enorme que la aplasta sino diferente. Es en ese primer día en donde Analía comienza a ver algo nuevo que la seduce, una identidad que siente más propia en una ciudad en donde nadie se conoce, como sí pasaba en su pueblo. Analía se va internando progresivamente al mundo musulmán que la recibe con los brazos abiertos y cálidos en la figura de su amiga y profesora de religión, Jazmín. Es allí donde Analía deja de existir para transformarse en Habiba Rafat, aka Habi. No sabemos mucho de la vida de la protagonista antes de realizar el viaje, entonces es difícil pensar en los cambios que tomó. Lo que sí es notable es la consciencia en la toma de decisión por parte del personaje por volverse en otro, tomar el rumbo de su vida lejos de su familia, principalmente la madre, quien insiste en que siga sus pasos y trabaje con ella en la peluquería. Del amor en todas sus formas Bueno, quizá no todas las formas. Pero Habi, la extranjera tiene diferenciados distintos tipos de amor. El de la madre con la hija, tanto en la protagonista como la niña que atiende el hostel donde se aloja Analía y su madre que le da rienda suelta a ser como quiera, una niña que prefiere hablar en inglés con Analía porque piensa que no es de acá. Pero también está la amistad, Habi y Jazmín, o el amor de pareja, por ponerle una etiqueta, como sería el de la roomie de Habi, la brasilera y su neurótica relación con su novio y la de ella, Habi, con Hassan. Este amor tiene dos caras, una obvia y la otra no se las cuento, averiguénlon. Los actores Los tres personajes más relevantes, Habi, Jazmín y Hassan marcan un triángulo que funciona y en definitiva llevan la película en muy buena forma. Jazmín es la guía de Habi en este nuevo mundo, una suerte de mentor que la inicia y prepara. Pero también es una buena amiga que está para ella y hasta le traduce lo que Habi no entiende en árabe. Luego está Hassan y la historia de amor que comienza inocentemente y continúa de manera natural hasta que se da el quiebre, producto de la mala fortuna de Analía, de la casualidad o quizá de la realidad. Del pasado de ella no sabemos nada entonces por qué habríamos de creerle cuando quiere desligarse del asunto. Conclusión No hace falta ser un HAT para pensar en la cuestión de la identidad a lo largo de toda la película. Se rescatan varias cosas de Habi, la extranjera no sólo la definición de una persona sino también, pero dentro de la misma temática, el encuentro con el otro. La definición de uno mismo está en encontrar las diferencias y las concordancias con el resto del mundo y mientras más conozcamos sobre lo demás más aprenderemos sobre nosotros mismos. Pero yo qué sé…
Luego de su paso por el festival de Berlín, y habiendo competido en el BAFICI en la sección de competencia Argentina, se estrena este largometraje, ópera prima de la directora María Florencia Álvarez, que tiene en su haber varios cortometrajes premiados. ¿De qué va la historia? El tema que puede leerse versa, de manera relativa, en la indagación sobre la propia identidad, para ello traza un superpuesto acercamiento a las vías de la identificación. Analía, luego Habi, es una joven provinciana que con 20 años de edad viaja por primera vez a la ciudad de Buenos Aires. El motivo es cumplir con la tarea de entregar unas artesanías realizadas por una amiga de su madre. Mientras cumple con el mandato llega por error a un velatorio, donde la difunta pertenecía a la comunidad musulmana. Turbada en un primer momento, luego hipnotizada, participa de los rituales y por ello recibe objetos que pertenecían a la fallecida. Sin lograr su cometido inicial Analía posterga su regreso. La cuidad le es extraña y fascinante. No hay en ella una mirada turística sino de extranjera, situación que le promueve una emoción de independencia entumecida. A partir de su ignorancia, y regida por la vía de la averiguación y el deseo, Analía comienza un viaje iniciático interno y en su camino hace anclaje en la Mezquita. La casualidad hace que deba elegir un nombre, y elije para sí “Habiba Rafat”, y bajo esta identidad experimentará vivencias nuevas, se adaptará al medio, vive sola por primera vez. Consigue trabajo en un supermercado árabe. En este periplo conoce a Yasmín, ella la acompañará y la introducirá hasta llegar a ser parte de la comunidad islámica, al mismo tiempo que por primera vez se siente atraída por un joven musulmán, lo que la enfrenta a construir una relación basada no tanto en la mentira como en una identidad inventada. El problema es que todo esto no es más que una interpretación, valida o no, de lo que se ve, pues nada del accionar de la joven aparece como justificada por algo, sólo repentización, y esto la torna por momentos bastante inverosímil. Por un lado la muy buena fotografía, y el buen diseño de sonido favorecen al texto, el primero promoviendo sensaciones, el otro creando climas. Por ultimo para destacar sobremanera, como para hacer justicia, es necesario decir que Martina Juncadella le da al personaje toda la candidez precisa como para que éste se torne creíble, transpira naturalismo, inocencia y orfandad, elementos claves para construir un cuento de hadas, pero que la realizadora en este caso supo eludir, no se presentan de manera aleatoria golpes bajos que sensibilicen a la platea, no le hace falta. Lo que si brilla por su ausencia es una estructura más sólida que sostenga el desarrollo del personaje, que los cambios, al no estar justificados, den la sensación de estar producidos por generación espontánea, e igualmente sucede con las subtramas, que se vuelven pueriles y atentan contra el producto final. Convengamos que por ser la primera producción en largometraje de María Florenc ia Álvarez, presenta elementos que justifiquen tenerla en consideración a la espera de su segunda incursión cinematográfica.
Una nueva película argentina. Vivir bajo otra identidad y ocultar la verdad puede ser sorprendente. Este es el debut cinematográfico de María Florencia Álvarez (36) y el film se presentó en la 15° edición del Bafici. Tuvo un largo recorrido por varios festivales internacionales y forma parte de la Competencia Argentina de la flamante edición del festival de cine independiente de Buenos Aires. Cuenta la historia de Analía (Martina Juncadella, con una notable actuación) una joven provinciana de unos 20 años que viaja a la Ciudad de Buenos Aires con el fin de entregar varias artesanías (que hace su madre) a distintas personas y cobrar por las mismas. Pero un día mientras cumple esta tarea y buscando a Elías ingresa por error a un velatorio musulmán, se siente entre desconcertada y deslumbrada, participa de la ceremonia y recibe las pertenencias de la difunda. A partir de ese momento se encuentra cautivada y decide quedarse un poco más de lo previsto, comienza a relacionarse con todo lo relacionado con la religión musulmana, su idioma, sus comidas, sus costumbres, cambia su nombre por Habiba Rafat, y hasta consigue un trabajo en un supermercado árabe. Vive sola por primera vez en una pensión, donde se va relacionando con distintos personajes, desde las dueñas del lugar hasta los seres que viven allí, como Margarita (María Luisa Mendonça, una lograda interpretación) y su pareja, entre otros. Y la cultura musulmana le da una amiga Yasmín (Lucía Alfonsín) y también encuentra el amor con Hassan (Martín Slipak, compone muy bien su personaje), pero el refugiarse bajo una identidad falsa y vivir otras experiencias puede ocasionarle conflictos. Todo se va reflejando a través del tierno rostro de la protagonista y una impresión de volver a nacer (cuando se encuentra acostada en posesión fetal), ingresar a un mundo desconocido, se refleja su inocencia, la fascinación, la búsqueda de nuevas experiencias y conocimientos, al encontrarse sola en una gran Ciudad le otorga cierta sensación de libertad, de curiosidad y de deseos. Esto se va envolviendo bajo la cuidada fotografía de Julián Apezteguia (“Crónica de una fuga”) y una buena edición que crea interesantes climas. Acompaña muy bien la música y su buen ritmo te entretiene, hay unos toques de humor y las actuaciones secundarias de Paula Baldini (Fátima); Diego Velazquez (Horacio) y Paloma Álvarez Maldonado (Karina) están bien aprovechadas.
La chica de las artesanías La película de María Florencia Álvarez es una especie de prodigio en miniatura, que circuló con discreción durante el último Bafici y que ahora viene por fin a iluminar secretamente la cartelera. Pero, ¿quién es la extranjera del título? Lo único que sabemos con certeza de esa chica es que llegó a la Capital Federal desde alguna ciudad de provincia, con un encargo de su madre para entregar una mercadería (al parecer una artesanía o algo así). Sin que se sepa por qué, ni exactamente cuál es la naturaleza de su experiencia, la protagonista se siente cautivada de un modo en apariencia irresistible por alguna clase de misterio que emana de la comunidad árabe establecida en un barrio porteño, a la que accede cuando intenta cumplir con su cometido. La directora nunca ofrece pistas acerca de los mecanismos de esa atracción, y prefiere en cambio concentrarse en los desplazamientos de Martina Juncadella por los planos, en lo que representa una verdadera proeza de equilibrio y fluidez entre la película y su actriz. En Habi, la extranjera la trama importa muchísimo menos que el recorrido de su protagonista de escena en escena, del mismo modo que la película decide desprenderse, con una altivez vibrante, digna del espíritu de modernidad indudable que la anima, de la menor coartada psicológica: Habi, la extranjera enseguida se desentiende con una elegancia ejemplar de la interioridad del personaje, siempre para esgrimir el gesto contundente y eléctrico de mostrarlo en acto, resguardando su misterio y haciéndolo irradiar con auténtica maestría hacia cada rincón de la película. La presencia de Habi no se construye a partir de lo que desea, de lo que intuye o de lo que teme, sino de lo que hace. En realidad sabemos muy poco de esa chica, apenas lo que su cuerpo y su cara recortan sobre el plano, pero es tal la convicción con la que la cámara se concentra sobre ella que esas cosas de las cuales no sabemos nada parecen superfluas. La directora enhebra delicadamente su película sobre el derrotero muchas veces incomprensible de la protagonista, siempre tenue y ligera como una sombra, y establece de paso un credo acerca de la singularidad de lo que aparece delante de cámara. Al cine, podría decir, solo le importa de verdad lo raro, lo incomprensible, lo irrepetible, lo que no se puede describir cabalmente con palabras. El resto es otra cosa. Literatura en imágenes, o quizá algo menos decoroso todavía.
Otra opera prima argentina con una mujer como realizadora, HABI, LA EXTRANJERA, el filme de la premiada cortometrajista María Florencia Alvarez, cuenta la historia de una joven de unos 20 años, de provincia, que viene a recorrer la ciudad de Buenos Aires haciendo deliveries de artesanías y que, en uno de sus recorridos, se topa con los miembros de una comunidad musulmana y luego decide instalarse en una pensión e ir integrándose, de a poco, en grupo. El universo que encuentra y el choque cultural que se produce son fascinantes, lo mismo que las sensaciones que empieza a atravesar “Habi” (Martina Juncadella, con un muy buen acento entrerriano) cuando conoce a un hombre (interpretado por Martín Slipak) allí que le interesa. Pero como debe habituarse a formas de relacionarse entre hombres y mujeres que son para ella algo particulares, la cosa no será tan sencilla. habiEl filme pierde algún interés al enfocarse tal vez demasiado tiempo en una subtrama ligada a la relación entre la protagonista y una vecina (brasileña) de la pensión. Y el conflicto que se planteará luego (algo relacionado al nombre que eligió usar para “hacerse pasar” por musulmana y la confusión que eso genera allí) no es tan fuerte como para convertirse en el centro del relato. Pero más allá de esas debilidades argumentales, el filme tiene grandes momentos (muchos de ellos en tono de comedia) y logra observar con bastante calidez un mundo que, para muchos argentinos, es totalmente desconocido. Así, la película termina siendo menos una exploración del mundo musulmán que una historia de descubrimiento y de identidad de una joven mujer.
Una opera prima para ver Entre los muchos estrenos de esta semana, Habi, la extranjera se destaca por su impronta festivalera (se vio en el Bafici, meses atrás) y por su singularidad de su temática: en su paso por Buenos Aires, una adolescente de provincia entra en contacto con la cultura musulmana y decide construir una nueva identidad alejada de los mandatos castradores y las estrecheces del destino familiar. El título de película no es una trampa semántica. Si bien la protagonista es argentina, su extranjerismo se configura en otras dimensiones. Ajena a la tradición laboral que le propone su mamá y desconcertada en los vericuetos de la gran ciudad, se inmiscuye como una extranjera en el mundo de las mujeres libanesas. La opción sugiere una paradoja: en el velo, accesorio que frecuentemente metaforiza las constricciones femeninas, la joven encuentra un modo de ejercer su libertad. Y así como se dejan de lado las problemáticas típicas de las mujeres de Oriente, la película se corre de las situaciones conflictivas para centrarse en el relato sosegado de la búsqueda identitaria. Esa armonía se convierte en tinte formal de una cinta parsimoniosa, de belleza parca, que opta por mantener el foco siempre cerca del rostro de la actriz Martina Juncadella. Un rostro prácticamente desconocido en el cine nacional que acaba por reforzar las ideas de extranjerismo y de vivencia marginal que la historia se propone mostrar. Decidida a quedarse a vivir en Buenos Aires, esta chica del interior comienza a visitar una mezquita, consigue trabajo en un supermercado libanés y se instala en una pensión donde otros tantos buscan redefinirse mediante cruces interculturales. En dos o tres planos la película se las ingenia para hacer zoom en personajes menores pero igualmente encantadores, como la hijita de la pensionista que recibe a los huéspedes diciendo "Hello! How are you?" y anoticiando a los humildes huéspedes de los precios de los servicios en dólares. El extranjerismo se extiende así a varias figuras del reparto, situadas físicamente en la Argentina pero con la memoria o la fantasía puesta más allá de la frontera nacional. La metamorfosis de la protagonista comienza por la búsqueda del nombre. Casi por azar decide llamarse Habiba Rafat, sin saber que esa denominación tiene una complicada biografía detrás. De allí parte el enigma secundario de la película, que esboza una situación que se presume amorosa pero que, con astucia narrativa, acaba desembocando en otra cosa. Enigma secundario al fin y al cabo, porque en Habi la extranjera (que será Habi hasta las últimas escenas en las que da a conocer su nombre original), lo verdaderamente central es la maduración del ser y la búsqueda alucinada de una identidad particular.