Una historia añejada de Christophe Honoré La nueva película de Christophe Honoré aborda la crisis matrimonial de una pareja interpretada por Benjamin Biolay y Chiara Mastroianni. El descubrimiento de una infidelidad por parte del hombre de la pareja conformada por Benjamin Biolay y Chiara Mastroianni pone en cuestión su continuidad; es evidente que las reglas de convivencia no estaban claras, ella pensaba que para seguir juntos por más de 20 años, las relaciones paralelas estaban admitidas… Pues bien, la película juega con la interacción con los propios personajes más jóvenes (pasado y presente sí pueden encontrarse sin mayores consecuencias, sin ningún riesgo al estilo de Volver al futuro), con sus conciencias, con sus primeros amores y algún familiar. Esta aparente libertad para escapar al relato lineal resulta un poco forzada, de una modernidad malamente envejecida. Si Habitación 212 (Chambre 212, 2019), así y todo posee momentos luminosos es por la simpatía de algunos personajes (el Biolay joven es interpretado con encanto por Vincent Lacoste, el de Lolo, el hijo de mi novia), cierto ánimo juguetón en el que se nota el disfrute de los actores y una Chiara Mastroianni radiante.
Sueños Lúcidos "Plagada de referencias cinéfilas y un dejo de teatro de Boulevard, esta película sobre parejas, indaga el tema de la crisis conyugal, con un placentero estilo absurdo, conjugando a la perfección, los géneros comedia y fantástico." Chambre 212, 2019. Tras 20 años de matrimonio, Maria decide dejar todo atrás y empezar una nueva vida. El primer paso es hospedarse en la habitación 212 de un hotel frente a la casa en la que vivía junto a su pareja. Pero, con el paso del tiempo, comenzará a preguntarse si tomó la decisión correcta... Christophe Honoré, se toma todas las licencias narrativas posibles para llevar a la pantalla un film que remarca el carácter artificial y ficcional del séptimo arte. En consecuencia, ejecuta una obra exquisitamente de cine moderno. El trabajo de cámara y fotografía a cargo de Rémy Chevrin, resume de modo magistral, la archirrepetida frase de: "la técnica al servicio de la narración". Así la iluminación de la calle, como si de un estudio se tratase, y los decorados en set como espacios reales, hacen que todo encaje. No hay lugar ni intención para las pantallas verdes, o una abrumadora digitalización. Lo artesanal se impone y el mismo relato lo justifica. Más allá del placentero disfrute visual que Honoré brinda, el centro gravitacional en derrededor de una espléndida Chiara Mastroianni (quien obtuvo el premio Mejor Interpretación de la Sección Un Certain de Cannes) "Chambre 212 es mucho más que un ejercicio estilístico. Lo lúdico de esta comedia, encuentra sentido cuando nos preguntamos respecto a ¿Cómo amar?" Clasificación: 8/10 Ficha técnica: Guion y Dirección: Christophe Honoré Fotografía: Rémy Chevrin Escenografía: Stéphane Taillasson Supervisión de diseño: Olivier Beriot Editor: Chantal Hymans Datos técnicos Título original: Chambre 212 Duración: 86 min. País: Francia Elenco Chiara Mastroianni, Vincent Lacoste, Camille Cottin, Benjamin Biolay, Marie-Christine Adam, Carole Bouquet
Habitación 212 tiene como protagonista excluyente a Chiara Mastroianni, famosa actriz que carga siempre con la gigantesca herencia de ser la hija de Catherine Deneuve y Marcello Mastroianni. Ella es la historia del cine europeo a donde vaya. Y aquí no es tan insólito porque la película busca explorar el tema de las relaciones de pareja a través de la fantasía, el amor, la sexualidad y también el humor. María le es infiel a su marido, quien descubre esto y se desata una crisis de pareja. Entonces ella decide alojarse en la habitación 212 en un hotel frente a la casa donde vivía con su pareja. La acción transcurre en esa cuadra, pero principalmente en la habitación del título. El director busca armar un cuento intencionalmente artificial, con juegos de maquetas, nieve falsa, juegos temporales y licencias poéticas para que la protagonista, María, puede reflexionar acerca de su vida sexual y amorosa, tal vez con el objetivo de entender lo que la llevó a estar su situación actual. Es paradójico que en esa cuadra de estudio donde transcurre la película haya un multicine, ya que la película grita teatro por los cuatro costados. La teatralidad, en todo sentido, se apodera por completo de la trama y su lógica, lo que le hace perder gracia a su carismática protagonista y sus aventuras. Algunas verdades de Perogrullo con aires de psicoanálisis la podrán volver interesante para algunos espectadores, en particular a los que se toman la barbilla con solo oír la expresión cine europeo y asumen que son profundas películas tan chatas como esta.
Qué significará realizar una comedia en estos tiempos oscuros y decaídos? Aquella delicadeza y liviandad que supieron tener las películas más significativas del género, ya casi no están presentes en el cine actual. La búsqueda de la felicidad a la que aspiraban se ha transformado tal vez en una mirada opacada, donde finalmente queda difuso el sentido. Eso sucede en Habitación 212 que comienza como una comedia de infidelidades de una Chiara Mastroianni hermosa y ligera, confrontativa, poniendo de manifiesto su adultez y asumiéndola como tal que se va opacando cuando la película se transforma en una especie de fantasioso psicoanálisis colectivo, con tintes de humor inexplicables. Habitación 212 se vuelve un hibrido, con vacíos narrativos fuertes, con situaciones confusas, con actuaciones incomprensibles. María y Richard son una pareja con veinte años de casados, por azar Richard encuentra el celular de María y se entera que ella le ha sido infiel, no solo una vez, sino incontables veces. Discusión, pelea, ella decide irse de la casa, mudarse enfrente de su casa, a la habitación 212 del hotel. Allí aparecerá su marido de joven, sus ex amantes, su madre, la ex novia del marido, etc, un zafarrancho con poca explicación que trastoca la lógica narrativa, temporal y estética de la película. La libertad creativa también tiene su lógica interna, su autoconsciencia, sus elementos propios; nada de esto aparece en Habitación 212 donde todo se vuelve algo ridículo, algo sin sentido, donde tal vez una especie de modernidad cinematográfica ha sido malentendida. Como una caja vacía de contenido, la película francesa estalla de colores mostrando maquetas de las calles de una ciudad, como la del bar ubicado cerca de la casa de la pareja que se llama Rosebud, apelando a algo que, evidentemente, nunca alcanza. HABITACIÓN 212 Chambre 212. Francia, 2019. Dirección y guion: Christophe Honoré. Intérpretes: Chiara Mastroianni, Vincent Lacoste, Camille Cottin, Benjamin Biolay, Marie-Christine Adam y Carole Bouquet. Fotografía: Rémy Chevrin. Edición: Chantal Hymans. Distribuidora: Mirada Distribution. Duración: 87 minutos.
“Habitación 212” de Christophe Honoré. Crítica. Las afinidades electivas Marcelo Cafferata Hace 11 horas 0 33 ¿El amor y la pasión son perdurables? ¿Hay algún antídoto para el paso del tiempo y el desgaste lógico dentro de una pareja, que permita de todos modos ir renovando el contrato amoroso y volver a encontrarse? ¿Tenemos plena conciencia de que cada una de las decisiones que tomamos en nuestro aquí y ahora –decisiones amorosas incluidas- impactarán irremediablemente en nuestro futuro? Chistophe Honoré (el director y guionista de “Mi Madre” con Isabelle Huppert, “La belle personne”, “Canciones de Amor” y “Les bien-aimés” con Catherine Deneuve), intenta en cierto modo buscar las respuestas a estas y otras preguntas, a través de una historia que juega permanentemente con la ruptura del eje del tiempo, de modo tal de generar un espacio en donde pasado y presente se funden sin marcas temporales. María y Richard, son una pareja sin hijos, que con casi 25 años juntos atraviesan otro periodo de decepción amorosa y replanteo, una nueva crisis que los enfrenta a sus propios deseos, sus propias pulsiones y a la forma en que cada uno de ellos aborda el paso del tiempo, narrado a través de encuentros y desencuentros en el seno de su propia pareja y con personajes que han marcado fuertemente su vida sentimental. Honoré borra los límites del tiempo, permitiéndoles inclusive a sus criaturas, enfrentarse con ellos mismos en su pasado / futuro –dependiendo del punto de vista en que se sitúe el personaje- donde todo sucede simultáneamente. Su puesta teatral al servicio de este juego del no-tiempo permite armar un relato coral con su centro en María (impecable y sensual Chiara Mastroianni) que convoca a los “fantasmas” amorosos de momentos importantes de su vida para darles cobijo en la “HABITACION 212” que da título al filme. El número de esta particular habitación en donde María no solamente se encontrará con todos sus amantes sino también con la figura de su madre, se vincula justamente con el Artículo 212 del código civil francés que habla de la mutua fidelidad que se deben los cónyuges. Ella ha optado por sobrevivir a su infelicidad y a sus momentos de tristeza, encontrando cierto antídoto en el desahogo sexual y los efímeros momentos de placer que le han brindado sus amantes ocasionales –o no tanto-, quienes se dan cita en esta noche de ensueño y confluyen todos ellos en una misma habitación. María siente que ha roto las estructuras, desobedeciendo y trascendiendo el mandato impuesto en la rama femenina de su familia, buscando de esta manera su propia libertad pero que al mismo tiempo, eso la ha llenado de un vacío que precipita su melancolía y la obliga a convivir con esa permanente nostalgia de un tiempo perdido, casi imposible de recuperar. Honoré sigue abriendo el juego enfrentado a la misma María con la figura fragmentada de su marido, que se presenta en tres momentos diferentes a la vez: el “vencido” Richard a los 40 (Benjamin Biolay), la frescura del Richard de los 20 (Vincent Lacoste) cuando se conocen y se entregan a la pura pasión, y el adolescente que a los 14 se enamora de su profesora de piano, Irène, con quien finalmente tiene un amorío que interrumpe al conocer a María (también en un doble personaje a cargo de las formidables Camille Cottin y Carole Bouquet). El artilugio se multiplica una y otra vez, cuando María desde la ventana de la habitación del hotel puede ver a su propia casa y presencie en encuentro de Richard e Irène que esta noche lisérgica ha propiciado, donde cada uno de ellos evaluará el efecto de las decisiones que se han tomado, lo que cada desencuentro ha producido, y donde comienzan a preguntarse “que hubiese pasado si…”, como exacerbación de lo lúdico y un causa-efecto imposible de descifrar en el campo de lo real. Esa noche tan mágica como reveladora, es iluminada por las marquesinas de un cine que da cuenta, una vez más, del artificio ficcional de la propia película que estamos viendo, y que al mismo tiempo nos invita a disfrutar de las múltiples referencias que Honoré pone en su puesta: hay algo del Dolan de “Los amores imaginarios” en el uso de los colores y en la melancolía de cada despedida, sobrevuela casi permanentemente el espíritu de Resnais con ese diálogo permanente entre cine/teatro/autor-actor/ficción y un toque de Garrel en el tormentoso vínculo de los amantes y la infidelidad como marca constitutiva en la relación. Quien pueda entrar al juego que propone Honoré encontrará seguramente deliciosa a “HABITACIÓN 212” que sigue construyendo ideas y escenarios en nuestro imaginario, mucho después de haber terminado con una última escena donde María parece haber ordenado sus ideas, mientras que nosotros quizás estemos más llenos de preguntas. Dirección Montaje Arte y Fotografia Guion Actuación Honoré borra los límites del tiempo, permitiéndoles inclusive a sus criaturas, enfrentarse con ellos mismos en su pasado / futuro –dependiendo del punto de vista en que se sitúe el personaje- donde todo sucede simultáneamente. Su puesta teatral al servicio de este juego del no-tiempo pe
Tras 20 años de matrimonio, María decide dejar todo atrás y comenzar una nueva vida. El primer paso es hospedarse en la habitación 212 de un hotel ubicado frente a la casa en la que vivía junto a su pareja. Pero con el paso del tiempo comenzará a preguntarse si tomó la decisión correcta, pues otro hombre se acerca a su vida y ella comenzará a dudar si el verdadero amor, tal como ella lo siente, existe en realidad. Cuando otra mujer llega para poblar el exilio sentimental de María, su “cotidianeidad” se verá envuelta en dudas, temores e incertidumbre. El director Christophe Honoré dejó de lado la simpe historia de sentimientos encontrados, tan vista en este tipo de tramas, para elaborar una comedia atrevida, entregada a la verborragia, que poco a poco se va convirtiendo en un bello artificio en el que se mezclan recursos cinematográficos y teatrales planteados como en un mágico juego de espejos. La historia pide la mayor atención del espectador, pues por momentos se confunden algunas situaciones, pero ello no es óbice para que el film posea los suficientes destellos y una gran ternura para aquellos románticos incurables que suelen nadar en aguas plenas de ternura. El excelente trabajo de Chiara Mastroianni y de todos sus compañeros de elenco se apoya en la metáfora y en el realismo mágico para poder jugar con todos los trucos que brinda el amor.
Maria está casada hace 20 años y tiene una vida sexual libre e intensa. El tema es que no la tiene con su marido Richard sino en distintos affaires con hombres generalmente menores que ella, con especial predilección por estudiantes universitarios, como describe la secuencia introductoria de la nueva película del director de Canciones de amor. Pero no es que no lo quiera: para ella -parece- lealtad y compañerismo marchan por carriles separados del de la fidelidad. O al menos así es hasta que una noche siente que llegó el momento de tomarse un tiempo, razón por la que se alquila un cuarto (la habitación 212 del título) en el hotel de enfrente del departamento matrimonial. Lo que inicialmente es un espacio para reflexionar sobre cómo seguir de allí en adelante, termina como un viaje íntimo y fantástico por su vida amorosa y la de su pareja. El acto central de Habitación 212 está integrado por distintos encuentros de Maria (Chiara Mastroianni) con hombres y mujeres pertenecientes al pasado que se materializan en el presente. Es así que desfilan por la pantalla el Richard de 25 años que supo enamorarla, la profesora de piano que fue su primer amor, además de la mamá y la abuela de Maria. A medida que avanzan las charlas sobre el amor, los vínculos, la femineidad y el paso del tiempo, la película va abandonando su tono fresco y su mirada desprejuiciada sobre el sexo y las infidelidades para entrar en un terreno de psicoanálisis colectivo, una relectura sobre los distintos caminos que podría haber adoptado su vida si hubiera tomado decisiones distintas. Un mecanismo circular y, por lo tanto, reiterativo que recién recupera parte de su energía inicial en un desenlace que hace de la magia un motivo festivo, en lugar de un vehículo para mirarse en el espejo.
Texto publicado en edición impresa.
Deconstruyendo amores. La fusión de espacio y tiempo, sumado a la yuxtaposición de momentos importantes en la vida de una pareja, forman parte del menú de esta fresca comedia del director Christophe Honoré, cuyo título, Habitación 212, enmarca esta historia en un espacio simbólico donde la protagonista, María (Chiara Mastroiani) interactúa en primer término con su novio y actual pareja en la versión de 25 años, a la vez que confronta con el mismo personaje pero en su versión cincuentona y actual. El detonante de este conflicto -como suele ocurrir en toda relación de pareja- tiene que ver con el descubrimiento de un acto de infidelidad, pero también con la reflexión a cuestas de toda una serie de variables como el desgaste, la rutina, la pérdida del deseo, el rencor, los celos y recuerdos de anteriores romances esporádicos que marcan el derrotero de una vida amorosa álgida y cambiante para ella. Desde los diálogos y el ritmo en las confrontaciones que a veces resultan demasiado extensas se nutre un abanico de posibilidades para que el director juegue con recursos narrativos, siempre bajo la premisa de una suerte de realismo mágico en contrapartida al hiperrealismo del cine de estos tiempos. No puede aventurarse que esta comedia francesa genere risas en la platea pero sí la sensación de estar pasando un grato momento para liberar la cabeza de preocupaciones, o al menos para repensarse en función a las relaciones de pareja en el pasado, en el presente y con perspectiva de futuro.
Chiara Mastroianni con su rostro melancólico y talento como actriz esta en el centro de la escena de este film dirigido y escrito por Christophe Honoré. Una comedia encantadora con muchas ideas interesantes. Mastroianni ganó como mejor actriz en Cannes y el César con justicia. Su trabajo como una profesora adicta al sexo con jóvenes, para sobrevivir en su matrimonio de veinte años, tiene la gracia y la tristeza de un personaje en crisis. Descubierta en una infidelidad, una entre tantas, su marido se muestra devastado y ella se va a un hotel, en la famosa habitación, justo frente a su departamento. Una larga noche donde se corporizan literalmente todos sus amantes, su marido joven con su amor adolescente, y un imitador de Charles Aznavour. Una multitud que en realidad sintetiza todo lo que somos, con lo que fuimos, las fantasías, los recuerdos, su familia de mujeres, en una maratón al estilo festivo y tristón como el final gloriosos de “Ocho y medio” de Fellini. Nada llega a las alturas de una sorprendente creatividad pero si es entretenida, y esa reflexión sobre lo que nos enamoró de seres que ya no son inevitablemente los mismos, es curiosa y lograda.
"Habitación 212": la consciencia de estar haciendo el ridículo. Se requiere un mínimo de gracia, de levedad, de ligereza, para que una comedia sea una comedia. Pero, ¿quiso Honoré filmar una comedia? No cualquiera puede aspirar a la catástrofe. Se requieren audacia, espíritu de riesgo, la ambición de ir más allá de lo imaginable, un nivel de libertad creativa que arrase con todo límite. Incluido el de la necesidad de la propia existencia. Habitación 212 reúne todo eso, y más. La película escrita y dirigida por Christophe Honoré, de quien en Argentina se había conocido la mucho más “normal” y hasta encantadora Canciones de amor (2007), empieza como un vodevil (“me gustan las comedias”, dice su protagonista, como si su salida literal de un placard, pescando in fraganti a su amante con otra amante, no proclamara esa intención por sí sola), sigue como melodrama matrimonial y deriva a una especie de farsa fantástica, en la que todos los fantasmas del pasado se corporizan en una habitación de hotel. La habitación 212, claro, número que corresponde a un artículo del Código Civil. La protagonista, María (Chiara Mastroianni, cada vez más parecida a Susan Sarandon), es, como el lector habrá adivinado, profesora de Historia de la Justicia y los Procedimientos Legales. Allí, en la habitación 212, se reencontrará con su marido de joven, la ex amante de éste, su mamá, su abuela y un doble de Charles Aznavour, que según dice representa su fuerza de voluntad. Desde que están casados, María tuvo incontables amantes, del sexo que fueran. Si el marido es siempre el último que se entera, Richard (el cantante y actor Benjamin Biolay) pasó sin enterarse buena parte de su vida. Hasta que el celular de su mujer le hace saber que tiene un amante chileno llamado Asdrúbal Electorado (sic). Discuten, se pelean, María se va de casa. No muy lejos: enfrente tiene un hotel y allí se aloja, junto con toda la gente que tuvo o tiene que ver con su condición de mujer casada, con sus infidelidades y con el pasado de Richard. Hay una escena lograda, en la que María se da vuelta y se encuentra con todos sus ex amantes juntos en la habitación. Amuchamiento que recuerda un poco la escena del camarote de los hermanos Marx, donde entra tanta gente que terminan desbordando hasta el pasillo, como un tsunami humano. Se requiere un mínimo de gracia, de levedad, de ligereza, para que una comedia sea una comedia. Pero, ¿quiso Honoré filmar una comedia? Por lo que puede verse, quiso filmar una comedia, una tragedia, una película consciente de su condición de tal, una mutación que tiene algo de pato y mucho de elefante. El opus 12 de este realizador parisino goza, en efecto, del carisma de la primera especie, el peso de la segunda y la coherencia de la cruza entre ambas: hay maquetas que se presentan como tales, un bar llamado Rosebud, diálogos con frases como “Que Scarlatti inunde París” o “El amor se construye en la memoria”, un muñeco que representa a un niño no nacido, ostentosos travellings cenitales por sobre los decorados y una banda de sonido en la que un sublime tema de Aznavour convive con una grasada de Richard Clayderman. Que vendría a representar, se supone, la consciencia de estar haciendo el ridículo, y la firme voluntad de hacerlo.
De crisis amorosas y algo más ¿Qué tan fácil es dejar un amor atrás después de veinte años de matrimonio? La premisa de la película es sencilla: María (Chiara Mastroianni) es descubierta por su marido en uno de sus tantos affaires, y ella decide pasar esa noche en el hotel de enfrente, más precisamente en la habitación 212. Con un guión que nos recuerda a Charlie Kaufman y algo de Fellini, la trama se desarrolla casi enteramente en la habitación y en torno a los personajes que se van sucediendo. Amores del pasado, madres (y abuelas), su marido en versión joven, y una seguidilla de visitantes a la habitación que terminan por enloquecer y confundir aún más a la conflictuada María. Y del otro lado, está su marido, desesperanzado, roto por los años que cree haber perdido en su infiel esposa. El enfoque surrealista o, más bien fantástico, termina por darle a la cinta un sentido más cómico que dramático por momentos, en donde verdaderamente no interesa tanto qué sucede, sino que el énfasis está en las preguntas que se hacen los personajes, muy fácilmente trasladables a la vida cotidiana del espectador. ¿Puede morir el amor? ¿Los años perdidos no vuelven? ¿Qué tanto pesa cada decisión que hacemos? Si bien no es una formidable película, las actuaciones del reparto (fundamentalmente de Mastroianni) y la soltura con que se plantean distintas temáticas, la convierten en un visionado atractivo y distinto al que normalmente estamos acostumbrados. Puntuación: 6/10 Por Manuel Otero
UN POCO DE AMOR FRANCÉS Maria y Richard son pareja hace veinte años, pero parecen haber llegado a ese lugar con una idea diferente de lo que es la convivencia de largo aliento: mientras él se aferra a su pareja cada día más, ella se toma sus libertades y se enreda en amoríos puramente sexuales. Claro, ninguno le había comentado al otro cómo es que pensaron esa instancia de la vida. Por eso cuando él descubra una infidelidad de ella, la pareja se quebrará y Maria decidirá abandonar el departamento para hospedarse en una habitación del hotel de enfrente. Una idea que parece sumamente ridícula, pero que dentro de la lógica que maneja Christophe Honoré en su película es coherente: estamos ante una comedia, entre romántica y dramática, que juega con nociones psicoanalíticas pero con un dejo de farsa que sobrevuela todo. Así es como una vez que Maria se hospede en el hotel, llegarán a visitarla su esposo pero con la apariencia de cuando se conocieron, ex amantes, su madre, su abuela, una ex pareja de su esposo. Cuando Maria cierra la puerta de la habitación, Habitación 212 abre las puertas de una imaginación un poco irrefrenable: el relato ingresa en un territorio surrealista con fluidez pero sin demasiadas justificaciones. La película de Honoré es un principio un vodevil estimulante, con una protagonista que parece llevarse todo por delante (la primera escena es divertidísima), aunque velozmente pueda convertirse en un drama intenso. Ese es un anticipo de lo que vendrá, porque cuando los recuerdos se corporicen ante Maria la película rizará demasiado el rizo acertando y errando de manera constante, entre ideas que funcionan y son efectivas y otras que resultan redundantes o, cuando no, irritantes. Acierta Honoré cuando apuesta por la ligereza, cuando Maria parece tomarse poco en serio a sí misma y sus amantes se amontonan en la habitación hasta abarrotarla o cuando su conciencia se corporiza en una suerte de Charles Aznavour apócrifo. Son esas idas las que vuelven a Habitación 212 tan desconcertante como fascinante. Una película capaz de reflexionar sobre el paso del tiempo, sobre el amor y la convivencia de forma despreocupada y sin mirar ningún manual del lógica cinematográfica. ¿Por qué de repente los personajes aparecen charlando apoyados sobre una maqueta de la cuadra en la que viven? No hay demasiada explicación. Tal vez solo porque queda lindo y una linda imagen justifica todo. Las arbitrariedades en el cine funcionan cuando el tono es deliberadamente lúdico. Y Honoré lo olvida en determinado momento, abriendo el juego para que otras historias se apoderen del relato, perdiendo el centro de lo que estaba contando y poniéndose demasiado serio y rígido, como aceptando la suscripción de su película a una idea de “lo francés” o a lo que buena parte del público entiende por “lo francés”. Aunque puede que se trate también una ironía de Honoré, dueño de un sentido del humor particular. Llegada cierta instancia, uno ya no sabe bien qué creer de lo que está viendo. Y elige creer en Chiara Mastroianni, que le otorga la ligereza a su personaje que a veces la película le niega. Y también un poco cree en las canciones y en el buen gusto de Honoré para musicalizar, y para jugar al musical, aunque recurra a una balada tribunera de Barry Manilow. Si hay algo interesante de Habitación 212 es que no deja indiferente, aunque muchas veces eso signifique estar sentado ante la pantalla con un alto grado de irritación.
Una mujer recuerda su pasado a partir de cómo en su presente los fantasmas vuelven a ella. Chiara Mastroiani imperdible.
Dirigido por Christophe Honoré, este filme se presentó en la sección Un certain regarde de la edición 72 del Festival de Cannes. Habitación 212 refiere al cuarto de hotel donde María, una esposa infiel y cuarentona, se refugia para pasar la noche en la que decide abandonar a su marido Richard, después de que él hubiera descubierto su amorío con un hombre mucho más joven. Con recursos del teatro, el filme abre y cierra puertas y ventanas, al mejor estilo del vodevil, para dejar entrar fantasmas, es decir, lo fantástico dentro de un relato que termina enterrándose debajo de las gruesas capas de inconsistencia y frivolidad, y de la pesada carga de la corrección política pequeñoburguesa. María (Chiara Mastroiani) es profesora de Historia de la Justicia y los Procedimientos Legales. La vemos, ya desde la primera escena, en compañía de su latin lover, mucho más joven, un chileno llamado Asdrúbal Electorado (Harrison Arévalo). Al llegar a su casa, su marido lee los mensajes de Asdrúbal, que le prometen eso que él, Richard (Benjamin Biolay), su marido, ya se ha olvidado… La premisa del filme sería, si pudieras volver el tiempo atrás, volverías a elegir a tu consorte sabiendo de antemano en lo que se convertirá…Tanto Mastroiani como Biolay fueron pareja en la vida real y se divorciaron hace diez años. Richard, desairado y furioso, tira el celular dentro del lavarropas con las prendas sucias después de que su mujer tuviera sexo con su amante. El celular arrojado dentro del lavarropas, que simbólicamente pasará el crimen de la infidelidad por agua y jabón, para luego terminar siendo retorcido en el centrifugado, es la metáfora más perfecta del filme. Porque a partir de esta escena de lavado y centrifugado, el guion resultará tan insípido como trivial, a pesar de los tramos luminosos en donde los muertos reaparecerán curiosamente con mucha más vitalidad de la que tienen los que están vivos. Si la comedia, desde sus orígenes griegos, se ha planteado como la instancia de liberación de ataduras, insurrección del espíritu y revuelta del cuerpo, una especie de puesta en escena del carnaval, en donde los personajes se quitan una a una las máscaras de la corrección, la moralidad y la decencia, en el caso de Habitación 212 el tono de comedia saldrá tan raudamente por la ventana como el tono lúdico y transgresor que apenas entra por una puerta con la gracia de un Charles Aznavour (Stephane Roger), saldrá por la otra con la pesadez de un pelmazo como la de su marido Richard. Así lo que debía ser un juego, un puro entretenimiento, de eso se trata la comedia, se transforma en un ejercicio moralizante y pedagógico, de retribución a la obediencia, fidelidad a toda prueba, y castigo a su transgresión. María harta de las recriminaciones de Richard por sus infidelidades decide cruzar la calle y pasar la noche en la habitación 212 del hotel frente a su casa. Una vez dentro de la habitación, acostada y desnuda, se le presentará la versión más joven de su marido, no tan pelmazo pero igual de amargado, quejumbroso y aburrido. Tras una breve conversación, su privacidad e intimidad serán violadas, repetidamente, recibirá una serie de visitas que vienen a verla desde el otro mundo. Así sus amantes proliferarán como mosquitos dentro de su habitación, junto a Charles Aznavour, que inexplicablemente se presentará a sí mismo como la voluntad de María, y luego, como era de esperarse harán la entrada su madre y su abuela representando el poder marcial y policíaco que ante la amenaza de un cuerpo extraño o la latente posibilidad de una nueva transgresión al orden familiar vendrán a restablecer el supuesto orden. Por eso ese tribunal constituido por las dos venerables damas se convertirá en una máquina de guerra para atacar y fulminar la amenaza constante. Tanto madre como abuela constituirán el tribunal inquisitorial del juicio al que será sometida la pecadora. Con lista en mano pronunciarán en voz alta el nombre y apellido de todos y cada uno de sus amantes más para regocijo que para el bochorno de María. Todas las parejas más tarde que temprano se enamoran y desenamoran, se encuentran y desencuentran, se aman o simplemente dejan de amarse. Poco importa si María ha perdido interés en Richard, o haya dejado de amarlo, o si se aburre a su lado, lo importante es lo que marca el artículo 212 del Código Civil que dicta que los cónyuges se deben fidelidad, respeto y asistencia. En todo momento, y bajo toda circunstancia. Lo que sienten es lo que menos importa. Por eso será visitada por los fantasmas, para mostrarle lo que le ocurrirá si no recapacita…Por otra parte, Richard será visitado por un antiguo amor, Irene, su profesora de piano, de la que se enamoró en su juventud, pero a la que abandonó finalmente por María. La buena comedia siempre sorprende, incluso incomoda porque provoca derrapes, trastoca y subvierte valores, para que finalmente se llegue a una nueva realidad reconfigurada. Esta comedia de Honoré no termina nunca de arrancar y de alzar vuelo. Se queda carreteando sobre la pista simplemente porque su carga es demasiado pesada como para que pueda despegar. Habitación 212 se conforma con provocar un creciente desconcierto, jamás intentará sacudir o sorprender, apenas le basta con entretener, para dejarnos con esa extraña sensación algo frustrante entre lo que esperábamos y lo que aconteció, algo así como una vaga idea de lo que pudo haber sido, pero no pudo ser.
Esta comedia francesa se apoya, en gran medida, en el carisma de su ilustre elenco. Chiara Mastroianni es Maria, que se aburre de un amante joven para llegar a casa y terminar con su matrimonio de media vida. Su marido (el músico Benjamin Biolay), ignorará, al menos en principio, que Maria se muda justo enfrente, al hotel de enfrente, a la ventana de enfrente. Allí recibirá la visita de una mujer, profesora de piano —esa obsesión de cierto cine europeo— de su marido cuando era joven, interpretada por Camille Cottin, la de la serie Ten percent. Pero también se reencontrará con ese marido joven (Vincent Lacosta). Y con sus padres, y acaso consigo misma, mientras ve a su ¿ex? solo en su casa, enfrente. El director y guionista, Christophe Honoré, amaga con una comedia de enredos liviana, de esas a las que nos tiene acostumbrados el cine galo que con cierta regularidad se distribuye en Argentina. Sin embargo, Habitación 212 gira hacia otro lado, un poco teatral, lo que en cine no es una virtud. Pero apoyado en largos diálogos a cargo de buenos y encantadores actores, sobre los vínculos afectivos, ese tema que siempre interesa.
El realizador de «Mi madre» y «Las canciones de amor» se centra en los extraños eventos que suceden cuando una pareja decide separarse. Con Chiara Mastroianni, Benjamin Biolay, Vincent Lacoste y Camille Cottin. En HABITACION 212 sucede algo llamativo para el cine francés: hay un affaire amoroso. No, mentira, no habría cine francés sin esos affaires. Lo que sí es raro en esta fallida comedia dramática o drama romántico del realizador de LAS CANCIONES DE AMOR es que aquí se lo toman en serio, no como algo tan natural como un croissant matutino. En la primera escena –acaso la mejor– de esta película descubrimos a María teniendo una historia con un joven estudiante de origen latino, historia que rápidamente es descubierta por Richard, su marido, tras toparse con las notificaciones de mensajes telefónicos del tal Asdrubal en su celular. Cuando uno supone que, al mejor estilo francés, Richard ignorará el asunto y seguirá sirviéndose su copa de vino, el tipo reacciona y confronta a su esposa. María (Chiara Mastroianni, elegida mejor actriz en Cannes 2019 por este rol) trata de sacarse el problema de encima con el esperable argumento aquel de «no fue nada importante, solo un poco de sexo» y pasa al ataque diciendo que, después de todo, entre ellos ya no hay mucho de aquella pasión que los unió veinte años atrás. «Somos como hermanos», le dice, un tanto terminante y sutilmente cruel. Pero Richard insiste, la cosa sigue peliaguda y Maria termina yéndose de su casa con bolsito. ¿Adónde va? Al hotel de enfrente, a calmar un poco los ánimos. Honoré –como lo viene haciendo desde hace rato– entra ahí en un terreno de pura fantasía psicoanalítica. Estando en la Habitación 212 de ese hotel, la mujer empieza a recibir extrañas visitas. Primero llega Richard, pero el Richard de veinte años atrás, de quien se enamoró. Y luego aparece Irène, una profesora de piano de la que Richard estaba enamorado cuando conoció a María y a la que dejó por ella. Y así, entre conversaciones retrospectivas, la película tomará un aire de ensoñación pura en la que el pasado se cruzará con el presente pero no ya solo en la habitación en cuestión sino en la casa de Richard también, igualmente sorprendido al recibir la visita de la que fue su profesora un cuarto de siglo atrás y con la que tuvo un romance cuando él era, ay, demasiado joven. El realizador rodó HABITACION 212 en un set de filmación, con las dos veredas, la casa y el hotel construidos frente a frente en torno a una pequeña calle parisina encantadora y siempre nevada, con un pequeño multicine cerca. Y por momentos deja en evidencia el «juego» que propone desde la ficción. Es claro de entrada que estamos en un terreno que algunos podrían definir como realismo mágico y otros, simplemente, como cinematográfico, un territorio de ficción pura donde cualquier cosa puede suceder en tanto tenga sentido para el drama o la historia que se cuenta. El problema de HABITACION 212 es que luego de planteada la potencialmente ingeniosa situación, la construcción narrativa se vuelve forzada y caprichosa. Tanto María como Richard lidian con las otras opciones que podían haber tomado en el pasado –es claro que la mujer tiene un listado de partenaires sexuales que casi alcanzan en cantidad al número del cuarto en cuestión– y a la vez reconocen, o entienden, que entre ellos existe algún tipo de magnetismo que los une y que quizás no se haya apagado del todo todavía. Los problemas del guión –reiterativo, terapéutico, un tanto soso– son a veces disimulados por la labor de Chiara Mastroianni que hace de su María una mujer que, recién promediando los 40, parece empezar a tomar cierta conciencia del potencial daño que sus actos pueden causar. Benjamin Biolay encarna a Richard como un adulto apesadumbrado y timorato, pero igual o más tiempo de pantalla tiene Vincent Lacoste, que lo interpreta en su más intensa y salvaje juventud. En paralelo, Honoré dedica un buen tiempo a la historia de la profesora de piano (encarnada por Camille Cottin en sus cuarentas de entonces y por Carole Bouquet en sus sesentas de ahora), un drama aparte que juega también con las elecciones de vida de Irène, la tercera en cuestión en los inicios. Y, por supuesto, también el intenso Asdrubal (es latino, tiene que ser intenso) reaparecerá en medio del sueño o pesadilla que envuelve a ambos en esa «noche mágica». Sobre el final (no teman, no hay spoilers) habrá una escena con aires de musical que recordará a las mejores películas de Honoré, como LAS CANCIONES… o EN PARIS, en la que el realizador parecerá recuperar la magia de aquellos films musicalizados por Alex Beaupain. Una vieja, romántica y bellamente cursi canción de Barry Manilow dirá y hará mucho más por HABITACION 212 que los esforzados 80 minutos previos de terapia de pareja. Y dejará pensando a los espectadores –especialmente teniendo a Biolay como uno de los protagonistas– si no habría sido mejor idea haber hecho una comedia musical desde el principio.
“Habitación 212” nos ofrece una típica comedia adulta francesa, abordando personajes maduros en pleno acto reflexivo que los conduzcan a (re) encontrar una manera acertada de amar. Su tono desprejuiciado invita a un divertido, surrealista y estimulante viaje. Confronta el juicio ético de sus criaturas, evaluando vínculos pasados como ejercicio de liberación. Ejercita una mirada efervescente hacia escondidas infidelidades. Ensaya un retrato de viejos amantes que regresan como espectros fantasmales; acaso también en un intento de psicoanalizar el sexo. Christophe Honoré, realizador, guionista y escritor de novelas juveniles, suele abordar temáticas polémicas, en films como “Canciones de Amor” (2007) o “Les Bien-Aimés” (2011), dos de los más destacados de su abultada filmografía. Aquí, decide dar un drástico giro a sus anteriores largometrajes, prefiriendo cierta nostalgia cinematográfica que se filtra a través de la convención de esta variante de absurdos, fuertemente influida por clásicos hollywoodenses de la screwball comedy, autoría de George Cukor o Ernest Lubitsch. La protagonista -interpretada por la sutil Chiara Mastroianni, premiada en Cannes- es un frágil voyeur de su propia vida. Una decisión trascendental la aguarda. El dispositivo cinematográfico la coloca en el centro de esta escena teatralizada, convertida en necesario ritual de liberación. Honoré se decanta por un juego de espejos que se vale del artificio: “Habitación 212” sortea la oscuridad de su noche onírica bajo la visión de amor romántico desmontado. Un lúcido observarse a sí misma desde ‘el afuera’ detiene el tiempo a su alrededor. Pasado, presente y futuro parecen confluir. La eternidad se condensa en un instante repetido en bucle. Mastroianni reconstruye su esencia, propósito y sentido. Con ingenio e intensa intimidad, la película consuma su anárquica fantasía.
Veinte años de matrimonio es mucho tiempo, y cuando te visitan todos los amantes que tuviste en ese tiempo, sumados a una versión jóven de tu marido y su correspondiente primer amor, incluso una noche puede ser suficiente.