Enredos en la villa Dirigida por Andrés Paternostro, La boleta (2012) es una comedia delirante con varios cambios de registro que hacen deambular a la historia por la cuerda floja, pero sin caer nunca por la borda. El film mantiene el ritmo y la frescura en todo su desarrollo. Tras un gran comienzo en donde se pone de manifiesto todos los problemas del hombre contemporáneo, La boleta entra en un cambio de registro constante que se acerca cada vez más al grotesco, incluso roza los límites de la verosimilitud. Sin embargo no deja de entretener en ningún momento, los actores cumplen con profesionalismo, y su protagonista, Damián de Santo, sabe imprimirle ese toque humorístico que el film lleva como marca registrada. Damián de Santo es Pablo, un tipo al borde del suicidio y no en sentido figurado. Deudas, ex mujer, un jefe molesto y la hostilidad social. El tipo común que la película construye para que el espectador se identifique con él, sufre de todos los males del mundo cotidiano y ha pensado incluso en matarse. Hecho relatado en tono tragicómico hasta que el surrealismo se presenta: Pablo se desmaya o sueña que Dios le canta números de lotería. Consigue dos pesos y compra su “boleta”. Unos pibes marginales lo asaltan y entra a la villa a recuperar su billete. Aquí se produce el cambio de registro, la representación de la villa y sus personajes es estereotipada buscando la gracia, y la comedia trágica pasa a ser un grotesco discepoliano. Puteadas, gestos vulgares, y violencia por demás, encarnada en tres actores en sus personajes habituales: Claudio Rissi como Merlín, jefe/dueño de la villa, que controla la delincuencia, el narcotráfico y la prostitución. Una especie de Tony Montana (personaje de Al Pacino en Caracortada) pero más exagerado. Y eso que ya era un personaje bastante exagerado el del film de Brian De Palma. Otro infaltable es Roly Serrano, haciendo de delincuente de poca monta al que se le frustra un secuestro Express. Y en el medio de tantas situaciones desopilantes, aparece Marcelo Mazzarello como el pobre, medio tonto y medio bueno, para ayudar al protagonista. Pero La boleta es una película divertida que cumple con su objetivo de ofrecer un simpático pasatiempo. Justo cuando parece estar a punto de volcar, en su afán de sostener un registro al límite de lo tolerable, logra reencauzarse en las distintas situaciones. Sus actores saben como manejar los distintos tonos y lejos de tropezar, maniobran algunas escenas extremas con carisma y gracia. La sorpresa no deja de ser Damián de Santo en una actuación de corte realista, al interpretar a un hombre común, similar a sus roles en televisión pero que hace un buen contraste con las explosivas interpretaciones del resto del elenco.
Sueños compartidos Un racimo de buenos secundarios, un policial alocado y por momentos al borde del grotesco, ritmo constante y cambios de registro autoconsciente son los elementos predominantes en La boleta, del director Andrés Paternostro, que cuenta con los protagónicos de Damián de Santo, Claudio Rissi y Marcelo Mazarello acompañados de un nutrido elenco donde destaca la figura de Roly Serrano y una simpática aparición de Ricardo Bauleo. A las claras se ven transparentadas las intenciones en cuanto a lo formal y al estilo buscado por Paternostro y equipo, que se concentran principalmente en la historia del perdedor Pablo, mote que le calza perfecto al rol de De Santo y a su parte complementaria de la mano de Marcelo Mazarello. Soñadores en un mundo o mejor dicho en un país donde cada vez es más difícil sobrevivir y que se ven involucrados en una pesadilla en el corazón de una villa, cuyo dueño apodado Merlín (Claudio Rissi) procura mantener controlada pero al estar rodeado de ineptos su tarea se vuelve más que cuesta arriba. Entre esos indeseables se encuentra un ladrón de bajo perfil (Roly Serrano), quien busca la salvación económica con un secuestro express que por supuesto no sale como se pretende y agrega mayores complicaciones a una catarata de contratiempos que se desatan a gran velocidad y que la trama acumula sin problemas sosteniendo un verosímil que nunca exhibe costuras desde el guión sin escatimar insultos y frases altisonantes. En ciertos segmentos el relato busca atajos en el orden creativo como por ejemplo el apunte surrealista o algunas metáforas que funcionan mientras el eje de la comedia no se altera. Si tuviera que buscarse algún referente local en cuanto al estilo de La boleta, la primera candidata no es otra que la película argentina El boquete (2006), de Mariano Mucci, donde también se jugaba la carta del grotesco pero en el caso de una familia disfuncional. Para esta ocasión, la disfuncionalidad se da en torno a lo operativo vinculado a la delincuencia y sujeto a la improvisación tan auténticamente argentina cuando el plan b no existe ni siquiera en la cabeza del más lúcido de los villanos, encarnado sin escapar al estereotipo por Claudio Rissi y muy emparentado con el personaje que el mismo actor construyó en 76 89 03 (2000) de Flavio Nardini y Cristian Bernard. Un intento de comedia grotesca bien logrado y disfrutable para el público que apueste al cine argentino para identificarse con esas pequeñas historias que se encuentran a la vuelta de la esquina.
El grotesco es un género del cual, en Argentina se ha hecho cátedra desde los comienzos de nuestro cine. Con el tiempo, esta idea de exagerar al máximo las situaciones para mostrar una realidad cotidiana de trasfondo, se fue abandonando no sólo en nuestro país sino alrededor del mundo, pasando a ser casi un subgénero denostado. Andrés Paternostro, en su ópera prima como director, rescata ese estilo, pero aggiornándolo al hoy en día; y ese es el resultado de La Boleta, una combinación de elementos tradicionales con ideas actuales. Los seres en desgracia siempre le cayeron bien al lente cinematográfico, son personajes queribles porque es imposible no apiadarse y sentir algo de empatía. Así es Pablo (Damián De Santo, lejos de las publicidades de queso crema) un hombre al que el destino le puso todas las mochilas posibles, los que lo rodean cumplen la función de ofuscarlo; tiene problemas de toda índole, en el trabajo, con su pareja, y económicos... y la verdad es que parece un buen hombre. Abrumado, decide terminar con su vida, pero en el medio se desmaya y tiene lo que, para él, es una señal divina, seis números que saldrán en la lotería esta noche. Convencido de que Dios le tendió una mano y que esos números serán su salvación, compra un billete de lotería... pero otra vez, la suerte vuelve a serle esquiva, uno pibes chorros lo asaltan y se llevan los números. Convencido de que es una prueba de superación, Pablo va en búsqueda del billete y para eso se adentra en una villa miseria en la que deberá sortear todo tipo de infortunios y peripecias con los más variopintos personajes. Paternostro, que también oficia como guionista, maneja todo el asunto con dos vertientes, la de los infortunios de Pablo en su rutina diaria, manejada con simpleza y bastante gracia; y el pleno disparate una vez que entramos a la villa. En este punto, la gracia no decae, hasta podríamos decir que aumenta, pero esta entrega total al grotesco en donde cada personaje del lugar juega un rol específico, tiene a su vez, un costado de reafirmar ciertas ideas generales que la gente externa tiene sobre estos lugares. La villa está ocupada por mafiosos de poca monta con trajes, sombreros y camisas de seda chillona; hay prostitutas; hay ladrones menores; oportunistas; y claro, alguno de buen corazón que hace lo que puede. Si el espectador toma todo el asunto con la liviandad que merece puede asegurársele un momento divertido. Con una fotografía que oscila entre tonos oscuros y colores fuertes y recargados, Paternostro maneja los planos con sencillez y sin dejar que eso tome la prioridad del asunto. Lo mismo sucede con otros rubros como la banda sonora, acorde a este tipo de films. En cuanto a las actuaciones, De Santo cumple un sólido trabajo como este hombre común que no baja los brazos aunque cueste. Lo acompañan secundarios importantes como el de Claudio Rissi, Roly Serrano y Marcelo Mazzarelo más entregados a los parámetros del grotesco. Sobre el final, la historia pega un volantazo, que no es digno de estas líneas adelantar, y redime buena parte de los asuntos que hasta ese momento nos hacían algo de ruido; promediando de este modo, una comedia entretenida, con cierto dejo a un cine tradicional de estas tierras, y lograda, sobre todo, con el esfuerzo de sus interpretes.
Alocada comedia sobre la mala suerte La mala suerte persigue a Pablo. Está divorciado y su mujer no le permite ver a sus hijas, y además está a punto de ser despedido de su trabajo y, como si esto fuese poco, es víctima de un asalto. ¿Cómo proseguir con su vida sin un peso en los bolsillos? En esos momentos tiene una revelación divina: jugar una boleta al Prode, con las pocas monedas que le quedan. Pero la suerte sigue en su contra y a horas del sorteo es despojado, por dos jóvenes habitantes de una villa, de ese pequeño papel en el que había depositado sus sueños. Decidido a enfrentarse con sus ladrones, se interna en la villa donde, entre otros personajes estrambóticos, encontrará a Rocky, un boxeador en decadencia que comienza a comprender el cúmulo de desgracias que vive Pablo. Pero la boleta en la que él había depositado todas sus esperanzas va a manos de una banda de mafiosos que tienen cautiva a una joven y que se dedican al contrabando de drogas. De aquí en más la trama se transforma en una serie de situaciones que pretenden transformar al film en una disparatada comedia. El director Andrés Edmundo Paternostro supo rescatar en su guión, y hasta la mitad de la historia, las tribulaciones del personaje central, pero luego son demasiados los problemas en que lo sumerge y así esa anécdota que pintaba como una interesante radiografía se transforma en un espiral de inverosímiles aventuras (algunas demasiado alocadas y de dudoso gusto) hasta llegar a un final sorpresivo y poco creíble. Damián de Santo aporta a su papel, a pesar de tantas y tan seguidas desgracias, un sólido oficio, en tanto que Marcelo Mazzarello intenta imponer comicidad a su rol de boxeador olvidado. Todo es aquí, en fin, un intento de seguir las huellas de un hombre de mala suerte, pero la intención queda a mitad de camino entre lo alocado y lo pretendidamente cómico.
Grotesco en tono delirante Larga y conocida tradición la del grotesco en la cultura argentina, invadiendo el teatro, el cine, la literatura y la televisión. Beneficiosa o perjudicial, realista o llevada al exceso, sentimental o sentimentaloide, el grotesco nacional continúa con vida a través de varias metaformosis estéticas o ligeras ampliaciones a su definición de diccionario. La boleta, opera prima de Paternostro, se inicia con la descripción básica de un personaje, el depresivo y conflictuado Pablo, al que todo le sale mal, incluyendo la posibilidad del suicidio. Por obra del azar, y de una maniobra onírica del guión, Pablo cree poder ganar un gran premio en el juego y con sólo un par de mangos decide ir a todo o nada. Pero el infortunio está cerca y la boleta de la felicidad eterna cae en otras manos. Hasta acá, el film describe a un personaje teñido de mala suerte, como una especie de Discépolo siglo XXI, aunque sin tanta crítica al entorno. Pero la película pega un giro, virando al género policial con lectura social, ya que Pablo deberá entrometerse en un mundo ajeno, cerrado con sus propios códigos, a una villa miseria compuesta por personajes delirantes, invocadores de citas cinematográficas de acuerdo a sus características. Ese cambio de eje dispara la exacerbación de estereotipos (Claudio Rissi encarnando a un Tony Montana lumpen encabeza la lista), donde el contexto y el paisaje hostil se modifica desde la melancolía tanguera del inicio a un todo vale cercano a los últimos títulos del bilbaíno Alex de la Iglesia, en especial, a su largometraje reciente Las brujas. Allí, la película decide el camino de la euforia, de los planos virtuosos y de la violencia exterior, en detrimento del pesar del personaje central. El hecho de sobrevivir semejante trance se manifiesta como la única salida para Pablo, tal cual ocurría con el personaje de Carmen Maura en La comunidad, otro parentesco que acerca a La boleta con el cine del director español. En esa apuesta por ir de cabeza al terreno del delirio, el film acumula escenas donde la parodia convive con el cinismo y la crueldad. Los resultados, en tanto, terminan resultando algo inválidos.
Escrita y dirigida por Andrés Edmundo Paternostro, es una película que va saltando de un género a otro, que suele estar al borde de la exageración, que convoca al surrealismo pero a veces se queda en el vuelo llano. Un hombre desesperado que solo confía en su boleta de loto con los números que cree le dictó Dios es asaltado. Para recuperar su única esperanza inicia un viaje a lo marginal, en una villa y se relaciona con travestis, chicos violentos, mafiosos de distinta categoría, policías tontos, y sigue la lista. Damián de Santo mantiene la ternura, los demás exageran a sus anchas.
Todo por 6 numeritos La boleta cuenta con algunas virtudes infrecuentes en el cine argentino: es ágil, no se toma en serio a sí misma y entretiene. Transcurre en un solo día, con una estructura de cadena en la que un problema lleva a otro, y éste a otro, y así sucesivamente hasta el desenlace. Mientras tanto, van apareciendo personajes secundarios creíbles, algunos queribles, casi todos sólidamente construidos. Pablo (buen trabajo de Damián De Santo) está harto de su jefe, de su falta de dinero, de su ex mujer, de la agresividad de la gente, de la vida. Una ensoñación le revela los seis números que saldrán esa noche en el sorteo del Loto. Todo podría solucionarse como por arte de magia, pero jugar la boleta y, sobre todo, conservarla, resultará una carrera de obstáculos. La opera prima de Andrés Paternostro -un experimentado camarógrafo, director de fotografía y realizador de publicidades, cortos y videos- tiene algún parentesco con el cine de Guy Ritchie y también con De caravana, aquella sorprendente película cordobesa de 2010, por el ritmo y las maravillosas criaturas que la pueblan. Sobre todo tres: Nino (Roly Serrano), un delincuente de poca monta, el todopoderoso Merlín (Claudio Rissi), un Scarface de clase C, y Rocky (Marcelo Mazzarello), un boxeador frustrado. Gracias al acertado casting, ellos son los sostenes de una trama que sucede casi totalmente dentro de una villa, un mundo retratado con cariño. Es una comedia policial que cumple con mantener la cuota de suspenso necesario sin ser solemne ni perder nunca el humor. La cuestión se deshilacha un poco hacia el final, con la aparición de algún heroísmo innecesario y la excesiva pretensión de que todas las historias cierren, pero esto no quita que La boleta sea una grata sorpresa del cine nacional.
Una noche demasiado interminable He aquí un largo sainete de malandras con señoritas de mínimo vestuario contando plata a lo loco, mientras el protagonista, infeliz de clase media baja, suda la gota gorda para recuperar una boleta de loto que unos pibes acaban de robarle. Es que el tipo contó las moneditas para comprarla y zafar de su vida miserable. ¿Hay final feliz para sus aflicciones? ¿La habrá para el espectador? Esto no es "El hombre señalado", donde Mario Fortuna gana la lotería pero justo la mujer ha vendido el sombrero donde él ocultaba el billete. Acá Damian de Santo no tiene sombrero, ni mujer, ni fortuna, ni ganó nada todavía, porque el loto recién sortea dentro de unas horas. Pero entretanto se cruza con chorros, travestis, variados capos, dos osos con metralleta, dos canas con maña, las señoritas antedichas y otras más, un pícaro de buen corazón, etc., etc., así hasta el otro día. Puede verse como una parábola religiosa, donde el simple pecador, guiado por un designio divino, u obsesión infernal, pasa la noche en el purgatorio, del que sólo podrían salvarlo sus pocas buenas acciones y la decisión de un hombre de Dios. O, más bien, como un mero pasatiempo donde el cualunque nacional, basado en una intuición quinielera, conoce lo peor y lo mejor de una villa, por ejemplo la decisión de un personaje agarrado de los pelos. En el elenco, Roly Serrano, de sentado, Claudio Rissi, avivando la estirpe de su Príncipe de la Noche con un color especial, Marcelo Mazzarello sacando jugo a una piedra y Ricardo Bauleo, conocido veterano de la gloriosa agencia de seguridad Acuario. Música, variada y risueña, Pablo Sala. Autor, Andrés Paternostro, debutante con larga experiencia previa en fotografía y otros rubros de cine y televisión.
Damián de Santo regresa a la actuación en esta simpática comedia que con una historia muy pequeña, personajes estereotipados bien actuados y un registro que transita por el grotesco con ritmo televisivo, cumple su objetivo de entretener sin otro tipo de pretensión. Damián de Santo encarna a un hombre común que atraviesa un difícil momento en su vida, todo le sale mal, su mujer lo deja, deudas y problemas en su trabajo lo llevan casi al suicidio cuando una revelación divina le anticipa los 6 números ganadores de un sorteo. Juega sus últimos pesos a lotería y gana pero lo asaltan llevándole LA BOLETA que terminara en manos mafiosas. Considerada su única salvación, intentara recuperar la boleta sin medir las consecuencias, generando unas serie de situaciones grotescas, incluso inverosímiles, pero manteniendo el ritmo. El uso del lenguaje vulgar característico y la gracia de tres actores (Claudio Rissi, Roly Serrano y Marcelo Mazzarello), encarnando personajes estereotipados a los que ya nos tienen acostumbrados tanto en el cine como en la pantalla de TV, denotan la influencia de Pol-ka en los orígenes de su director, que parece haber aprendido la receta para un entretenido y breve pasatiempo.
La vida es una tómbola Damián de Santo se puso bajo la dirección de Andrés Paternostro para interpretar a Pablo, un tipo poco afortunado, con un trabajo infravalorado y una ex mujer que no pierde oportunidad para recordarle que es un fracasado. La boleta invita a husmear en la cotidianidad de un adulto insatisfecho que deposita sus últimas esperanzas en los juegos de azar, por eso el guion y la dirección de arte apuntan a sostener un relato que parece adecuarse a los cánones del realismo. Pero luego de un fallido intento de suicidio, la película abre otros cauces y cambia de registro. Los flashbacks y los pasajes oníricos o delirantes rompen estéticamente con las primeras escenas costumbristas, convirtiendo el filme en una suerte de lotería estética donde cada nueva toma puede ser una sorpresa. Luego de recibir en sueños los seis números que le cambiarían la suerte, Pablo gasta sus últimos centavos en una boleta del Loto. Como el guion gusta de situaciones extremas, la mala suerte del protagonista será llevada al colmo: de regreso a su casa es asaltado por dos chicos de un peligroso barrio. Entregado, pero no tanto, el personaje de Damián de Santo persigue a los bandidos y se sumerge en el tipificado y grotesco universo villero. Allí aparecen los garantes de la comicidad: Claudio Rissi, Roly serrano y Marcelo Mazzarello. Travestis, narcos, secuestradores y pequeños ladrones emergen como números de una tómbola grotesca que apuesta a la acción desopilante. Con sus vaivén formal y su precisión actoral La boleta mantiene a los espectadores como entusiasmados jugadores a la espera un final que queda librado a la suerte y al azar.
Grotesca, desenfadada y dinámica, La boleta ofrece una trama cambiante ambientada en submundos urbanos, y un buen elenco de comediantes le otorgan al film una sostenida diversión. El derrotero de un perdedor de clase media baja lo llevará a una villa manipulada por un mafioso, tras el temerario objeto de recuperar la boleta de un sorteo que le fue arrebatada, cuya combinación de seis números responde a una revelación ensoñada que podría cambiar su cruel realidad. El sentido del título hace referencia a la citada papeleta pero asimismo a un conocido y legendario modismo del hampa, a la hora de hablar de ajusticiar a alguien. Dichas virtudes de esta comedia con toques de policial y aventura se ven desdibujadas en algunos pasajes (alguna elipsis inapropiada, un tiroteo inconsistente), pero no por eso la película deja de ser efectiva, logros que hay que atribuirle al director Andrés Paternostro, apellido que remite a un memorable film ícono de los años 60, Mosaico, obra de su padre, Néstor Paternostro. Dotado de alternativas que mantienen el interés hasta llegar a un desenlace con sorpresas, La boleta es un buen exponente de un género bien nativo. Al eficaz protagónico de Damian De Santo lo acompaña un formidable Marcelo Mazzarello y expresivas caracterizaciones de Claudio Rissi, Roly Serrano y otros buenos secundarios.
Comedia bien estructurada apoyada por un elenco eficiente y compacto “La boleta” es la historia de un hombre al que parece pasarle de todo casi por decreto. Es de esos tipos destinados a estar orinados por los dinosaurios toda la vida, pero a quienes un golpe de suerte los puede sacar de ese lugar, correrlos del eje, como lo sufrieron varios en la historia del cine desde Martin Short en “Pura suerte” (1991) hasta Gastón Pauls en “La suerte está echada” (2005). A Pablo (Damián De Santo) lo echan del trabajo, está divorciado de una mujer que lo detesta, le niega ver a los hijos, no le dan cambio en el colectivo, lo empujan, lo maltratan. Le pasa de todo. Matarse puede ser la solución, ¡chau! y a otra cosa. Pero ni eso le sale bien. Se golpea la cabeza contra piso y ni los pajaritos aparecen. Lo que sí aparecen son números que él “anota” en el piso. No es porque sea argentino, pero si aparecen números: ¡Hay que jugarle! Pero no tiene un centavo y nadie le presta ni para la casa de quiniela. Lo que sucede con la jugada de Loto, un robo y una villa, es lo que se desarrollará en adelante. “La boleta” tiene, ante todo, una clara referencia a “Snatch: cerdos y diamantes” (2000), no sólo por la impronta de la película en general, sino por reunir a un súper elenco con physiques du rol hechos para este tipo de producciones. Esta referencia deberá ser utilizada por el espectador sólo para entender los códigos y las convenciones a manejar mientras la vemos. Por lo demás, esta cinta (¡que término antiguo!) de humor (mucho) y acción, no pretende SER aquella de Guy Ritchie ya mencionada, por el contrario, decide escaparse de la media a la que estamos acostumbrados, proponiendo personajes esquemáticos de cuyos esquemas se burla. Así, el villerito, el mafioso o las putas son parodias de sí mismos, o al menos de lo que yace en el inconsciente colectivo a la hora de imaginarlos. Andrés Paternostro debe haber visto lo suficiente del género como para saber lo que quiere sin dejar de reconocer que sus objetivos se debieron cumplir con el presupuesto que había. Si éste es el país de “lo-atamo-con-alambre”, el director se las arregla para ofrecer solidez narrativa a partir de los elementos de los que dispone. Otro acierto clarísimo es el de tener a Damián De Santo en un registro, y a todos los otros personajes bien al borde de lo grotesco, muy cerca de los de “Esperando la carroza” (1985), pero con más histeria, acción y mucha puteada como en cualquiera de las de Tarantino o Robert Rodríguez. Vea “Machete Kills” (2013) si no me cree. Claro, si el realizador tuviese esos presupuestos todo sería distinto (o no) pero muchas veces la falta de plata agudiza el ingenio. Decíamos sobre la diferencia de registros. Claudio Rissi está impagable, su personaje arranca carcajadas al igual que el de Roly Serrano, como los dos mafiosos de poca monta que dejan su marca éste año en el cine argentino. También el resto del elenco, y si para muestra sobra un botón, fíjense en la escena en la que Chucho Fernández hace parar a todos para volverlos a someter. Si ese código es aceptado, la película va a funcionar fenómeno. Párrafo aparte para Marcelo Mazzarello, el eventual partenaire de Pablo, acaso el más cercano a ese tipo de registro actoral. En él aparece tenuemente un eje emotivo que de haber sido mejor explotado estaríamos hablando de otra cosa. Paternostro escribió un guión básico en cuanto al argumento, pero se ocupó muy bien del desarrollo y progresión de los personajes. Los delineó. Se notan en el trazo grueso de la idea y luego el fino cuando dispuso de los actores que los iban a interpretar. “La boleta” se apoya en las actuaciones que llevan adelante la historia. Si el espectador se dispone a divertirse y a entrar en la propuesta todo va a andar bien, porque se trata de reírse de la suerte. Para bien o para mal, es una pochoclera hecha en casa que tiene con qué justificar el combo.
Un hombre siente que tiene su última oportunidad con una boleta de Lotería. Este film es la ópera prima de Andrés Edmundo Paternostro (49) una comedia con toques de thriller y policial que comenzó a gestarse en el 2002, fue presentado a principios de 2013 en el festival Pantalla Pinamar, donde tuvo muy buena recibimiento. Esta historia podría ser la de cualquiera, el protagonista Pablo (Damián de Santo) tiene una vida normal, tranquila sin demasiados sobresaltos, pertenece a la clase media Argentina, le alcanza para llegar a fin de mes pero un día pierde su trabajo y toda su vida se derrumba. Comienza a suceder todo lo que trae aparejado la falta de dinero y su esposa que era todo amor lo abandona y se lleva a sus dos hijos Matías y Carina. Ahora cuenta solamente con las visitas compartidas, pero parece que a su ex solo le interesa el dinero que le trae y no los puede ver. En su trabajo actual su jefe le hace su vida más difícil, cuando sale de su casa su auto se descompone, en el colectivo nadie lo ayuda con las monedas, llega a una entrevista solamente diez minutos tarde y ya la persona no lo atiende, así una serie de vicisitudes. Al terminar su vida llega a su casa, lleno de deudas y con su heladera vacía como su alma y se da cuenta que a nadie le importa nada; algo similar al film "La suerte está echada" (2005) cuyos protagonistas eran Pauls y Mazzarello. Lo invaden los recuerdos, se siente solo, envuelto en una fuerte depresión, para ponerle fin a todos sus fracasos intenta suicidarse ahorcándose, pero ni eso le sale bien, se cae y encima de él algunos muebles, en ese momento queda desmayado sueña con seis números (6-10-30-22-12-27) pero esto no termina ahí, mediante una serie de malabares para juntar el dinero compra “La boleta” pensando en un golpe de suerte, lo toma como un mensaje divino. Parece Jettatore cuando sale de la agencia aparecen dos pibes le roban todo incluyendo la boleta y para recupérala se mete en la villa. A partir de ese momento comienza a suceder una serie de hechos disparatados, muy divertida y alocada, con mucha acción, un thriller con toques de comedia, hasta no falta el folklore relacionado con el fútbol, tiene muchas cosas nuestras, incluyendo el vocabulario, mantiene el ritmo y nunca decae, entretiene, aborda el grotesco, con un elenco increíble, incluso los actores secundarios, llena de personajes caricaturescos y colorida. Uno de los personajes es similar a Tony Montana (personaje de Al Pacino en Caracortada) pero más exagerado, y por momentos tiene un estilo al video clip o a un corto publicitario. Allí esta Roly Serrano, como Don Nino un delincuente que es algo desastroso y que armó un secuestro express ayudado por los dos jóvenes que le robaron a Pablo, estos son inexpertos y torpes; Marcelo Mazzarello es Rocky, algo tonto pero con un corazón de oro y que quiere ayudar al protagonista; Claudio Rissi como Merlín, jefe y dueño de la villa, se vincula con la delincuencia, las drogas y la prostitución; Ricardo Bauleo un cura muy particular; el protagonista Damián De Santo cuenta con una gran frescura y su personaje es similar a los que interpreta en la televisión, sigue la línea de esta locura y con un claro mensaje esperanzador. Y como ya nos vienen acostumbrando varias películas dentro de los títulos hay escenas extras.
Risas y balas en la villa Con espíritu discepoliano, pero corriendo el eje de la crítica hacia el humor, “La boleta” presenta a un personaje perseguido por la mala suerte, interpretado por Damián De Santo, un empedernido perdedor que podría protagonizar el verso “ni el tiro del final te va a salir”. Así, cuando intenta matarse, no pasa de un intento fallido con un golpe en la cabeza que lo adormece. En esa ensoñación le aparecen seis números que anota, interpretándolos como una salida mágico-mística a su situación y decide jugarlos en una boleta. Pero conservar ese papelito potencialmente salvador se convertirá en una alucinada carrera de obstáculos, cuando lo asaltan unos jovencitos villeros y deberá cruzar el umbral hacia un submundo imprevisible. En el transcurso de una noche hasta el otro día, la historia se desarrolla con agilidad en una estructura encadenada, donde un problema lleva a otro; mientras tanto, van apareciendo personajes secundarios atractivos, algunos queribles, casi todos sólidamente construidos. La película tiene puntos de contacto con las desaforadas comedias de Alex de la Iglesia y sobre todo con la cercana película cordobesa “De caravana”. Con mucho humor y acción ininterrumpida, se burla hasta de sí misma, escapando de la media convencional. Propone personajes esquemáticos, al borde de lo grotesco, al que trasciende por humor o por pura humanidad. Una lotería estética Luego de un breve inicio por los cánones del realismo costumbrista, el film abre otros cauces y cambia de registro en una suerte de lotería estética donde cada nueva toma puede ser una sorpresa. “La boleta” es una ópera prima que surge después de una larga experiencia como camarógrafo, director de fotografía y realizador de publicidades, cortos y videos de Andrés Paternostro, hijo de Néstor Paternostro, realizador del memorable filme sesentista “Mosaico”, protagonizado por Perla Caron. Paternostro hijo escribió un guión básico en cuanto al argumento, pero se ocupó muy bien del desarrollo y progresión de los personajes. Se nota esa acertada elección de los intérpretes, en actuaciones que llevan adelante la historia. La película tiene un registro variable que transita un grotesco de ritmo televisivo. La fotografía acompaña con oscilaciones entre tonos oscuros y colores recargados, los planos son sencillos en una estética que parece no importar tanto como el ritmo, las actuaciones y una verosimilitud propia que se asimila entre mafiosos de poca monta con camisas de seda chillona, travestis, prostis, ladrones menores y algunos de buen corazón que hacen lo que pueden. Aunque las virtudes de esta comedia con toques de policial y aventura se vean desdibujadas por algunos pasajes desprolijos, construidos con demasiado apuro, esto no le impide ser efectiva. Grotesca, desenfadada y dinámica, ofrece siempre una trama interesante y un buen elenco de comediantes que le otorgan al filme una sostenida diversión. Un buen exponente de un género bien nativo: el sainete grotesco, donde se destacan Claudio Rissi y Roly Serrano, como los dos mafiosos de poca monta que dejan su impronta. Párrafo aparte para un excelente Marcelo Mazzarello que roza el eje emotivo y da lugar a la moraleja de la película. Con sus vaivenes formales y su precisión actoral, “La boleta” alcanza un logro infrecuente en el cine nacional: mantiene a los espectadores entusiasmados.