La bruja de los secretos. La inquisición medieval y su secuela, el tópico “hechiceros malignos”, han sido explotados ampliamente por el cine a lo largo de los años, con un rango discursivo de lo más variado: tenemos desde propuestas críticas para con la hipocresía del aparato eclesiástico como Witchfinder General (1968) y Los Demonios (The Devils, 1971), pasando por películas más irónicas como Las Brujas de Eastwick (The Witches of Eastwick, 1987) y La Maldición de las Brujas (The Witches, 1990), o films de quiebre como El Bebé de Rosemary (Rosemary’s Baby, 1968) y El Proyecto Blair Witch (The Blair Witch Project, 1999), hasta opus que reinciden en el horror tradicional a la Suspiria (1977) y Warlock, el Brujo (Warlock, 1989). A decir verdad La Cabaña del Diablo (Gallows Hill, 2013) está muy lejos del trasfondo ideológico de -por ejemplo- las adaptaciones de The Crucible, la mítica puesta teatral de Arthur Miller (conocida en los países de habla hispana como Las Brujas de Salem), y se contenta con simplemente reproducir cada uno de los lugares comunes del subgénero en su modalidad exploitation, aunque por suerte sin desembocar en la sonsera de la pluralidad de mamarrachos de los últimos tiempos. La obra del realizador Víctor García, un asalariado con diversas continuaciones en su haber, adopta la fórmula de los slashers ochentosos y le agrega la típica aberración demoníaca que nos regaló el J-Horror, hoy convertida en cliché. En esta ocasión la historia gira alrededor del viaje a Colombia que encara David Reynolds (Peter Facinelli) en pos de convencer a su hija de que asista a su próxima boda, luego del fallecimiento de su primera esposa. Desde ya que el catalizador narrativo será un accidente automovilístico y el arribo a una casona inhóspita: allí el protagonista y todo su clan (prometida, hija, la tía de la chica y su novio) conocerán al propietario, Felipe (Gustavo Angarita), quien se enfurecerá cuando descubra que los invitados están obsesionados con liberar a la nenita que tiene encerrada en el sótano. Como las apariencias engañan, la pequeña pronto revelará su naturaleza perversa y su predilección por los secretos sucios. Dos de los mayores problemas del terror actual son la falta de imaginación en lo referido a las muertes y el déficit de gore a nivel del contenido, obstáculos que La Cabaña del Diablo supera mediante el facilismo de no mostrar los primeros decesos, lo que funciona como un intento sencillo y bienintencionado de generar suspenso. Lamentablemente luego volvemos a la misma dinámica de siempre basada en CGI pomposos y un desarrollo de manual, sin demasiado vigor que digamos. Las actuaciones son bastante decentes y se agradece que por una vez se hayan contratado intérpretes locales que no pasan vergüenza (de hecho, la mitad del convite está hablado en castellano), sin embargo la mediocridad continúa primando…
Cuando la originalidad es lo que falta No sabría por donde empezar mi reseña sobre La cabaña del diablo (Gallows Hill, 2013), dirigida por Victor García. Se podría decir que tiene la típica receta para una película de terror (no sé si de terror por el género o por lo mala que es). Una vieja casa, un país extranjero, un grupo de personas que no hagan caso a las advertencias, una niña digna hija de Belcebú y sangre, mucha sangre. Con esos ingredientes se logra un film de terror como este. Vamos a la placa diría Maru Botana. La Cabaña del Diablo ofrece un argumento que puede alentar a los fanáticos del terror a ir a verla, sobre todo en el comienzo de la película, que es el punto más alto y de mejor calidad. Ojo, estoy hablando de los primeros diez minutos nomás. Todo se empieza a desbarrancar cuando los malos efectos de lluvia comienzan (no costaba nada comprar una manguera), decepcionando al espectador casi desde el principio. Algo que es destacable y que parece un buen ingrediente para este género es la mezcla de idiomas, sobre todo el español, como sucede en esta película. Le aporta confusión al espectador. Actores: Peter Facinelli: siendo una película de un presunto bajo, no esperaba encontrar actores de calidad, pero cuando comencé a investigar sobre ellos, encontré que Peter ha estado en Crepúsculo (Twilight, 2008) y toda sus sagas. Participó en la serie Glee y ahora se encuentra en Supergirl. Eso sí, sus méritos televisivos y fílmicos no quitan que en este film no se haya destacado, tiene una performance aceptable y que roza la desaprobación, pero en Cinergia somos buenos y lo vamos a aprobar. Sophia Myles: esta actriz ingles y de bello acento británico tampoco tiene una gran performance, se podría decir que su climax de la película es cuando le sucede lo peor que le puede suceder en el film. Después y antes de eso, no vale la pena. Natalia Ramos: esta bella actriz de origen español tiene como mejor característica eso, ser bella, toda película de terror tiene una mujer bella y tierna, su perforarse basa en eso.
Película de sustos. Por una de esas cosas que el destino tiene, un señor que viaja desde los EE.UU. a Colombia a buscar a su novia tiene que pasar una noche en un lugar donde otro señor tiene encerrada a una chica en el sótano. Como el comedido sale como ya sabemos, la chica es en realidad algo malísimo. Y a correr y asustarse en la oscuridad sangrosa por un rato. Eso, eh... no espere mucho más.
El diablo atiende en todas partes Un director español, una película ambientada en Colombia, actores latinos y norteamericanos es un mix que, anticipadamente, huele mal; sin embargo, La cabaña del Diablo es una película de horror efectiva. Mientras todas las películas del género construyen clima a partir de los diez minutos, el trabajo de Víctor García necesita aún más. Y esa es una de las claves para hacer un film que no vaya directo a la papelera. David Reynolds (Peter Facinelli), su hija Jill, su novia inglesa Lauren y Ramón, el novio colombiano de su hija, hacen un viaje a campo traviesa rumbo a Medellín, cuando una tormenta repentina provoca un aluvión de barro que los deja con la camioneta inutilizable, varados en medio de un páramo. Lo único a la vista es una cabaña, y uno no quisiera que tan linda familia vaya rumbo allí, cual ovejas; ni siquiera los quiere ahí Felipe, el dueño del lugar, que intenta alejarlos de un secreto que guarda en el sótano. Pero los Reynolds se la ingeniarán para avanzar, innecesariamente, y al cabo de un rato uno habrá de admitir que hicieron lo incorrecto, gracias a Dios. En el final, nada sorprende, pero son esos breves efluvios de adrenalina los que justifican que películas como esta sigan apareciendo.
Déjala morir adentro Con algunas virtudes y ciertos defectos normales, el hábito de películas atravesadas por tópicos trillados no dejará de aparecer en la cabaña del diablo, co producción entre Estados Unidos, España y Colombia, que cuenta con acertada dirección de Víctor García y un elenco multicultural que no pasa vergüenza, habla el español como corresponde y en un inglés entendible. La premisa básica conecta la historia con una maldición que con el correr de los minutos involucra al clan extranjero en el lugar y momento equivocados cuando por una avería de su vehículo en la carretera camino a Medellín, van a pedir auxilio a un viejo hotel, cuyo dueño, Felipe –Gustavo Angarita-, los recibe poco amistosamente. Sin embargo, el secreto mejor guardado se haya en una parte de ese lugar en el que una niña ha sido encerrada por Felipe sin saber la causa y el motivo que hace que el dueño reaccione intempestivamente al liberarla. Así las cosas, padre y futura esposa, sajones. Hija y cuñada con acento español, acompañadas por un novio son las víctimas por un lado del encierro en la casa y por otro de una maldición, cuya portadora busca el cuerpo recipiente para hacer de las suyas. A eso se debe sumar, por un lado la puesta en escena en la que el director retacea todo tipo de truculencia para lograr efectos de suspenso con la renuncia en lo que a la primera mitad se refiere de golpes de efecto. No obstante, al promediar la segunda mitad y una vez desatado el mecanismo de la maldición el film no consigue crecer en materia de historia y tampoco se despoja de los lugares comunes del género aunque las actuaciones son convincentes y sobre todo creíbles desde el punto de vista dramático. La cabaña del diablo (Gallows Hills -2013-) mezcla una típica historia de brujería medieval, un film de encierro y acecho con un rebote conservador y culpógeno sobre los secretos y las consecuencias de ocultarlos de los demás.
"La cabaña del diablo", poco miedo (la culpa no es de la bruja) David (Peter Facinelli) es un hombre viudo, bastante joven, que tiene la posibilidad de rehacer su vida junto a su nuevo amor, Lauren (Sophia Myles). Ellos están a punto de casarse y, para que la celebración sea completa, David tratando de hacer las paces con su hija Jill (Nathalia Ramos), fruto de su anterior matrimonio. Para ello la pareja viaja a Bogotá, Colombia, con la intención de encontrarla y llevarla de regreso a Estados Unidos para que asista a la boda (su madre era oriunda de ese país). La joven se encuentra en la ciudad trabajando junto con su tía y su novio, y cuando su padre le pide que asista a su boda acepta de mala gana. Los cinco se embarcan en un viaje en auto a Medellín como escala final antes de irse del país, pero en el trayecto sufren un accidente. Con el coche destrozado, algunos heridos y un clima torrencial de lluvias intensas, piden refugio en un extraño, lúgubre y solitario hotel. Los acogerá Felipe (Gustavo Angarita), un hombre muy misterioso que oculta un tremendo secreto en el sótano de su casa. Allí se encuentra encerrada una niña, pero liberarla significaría el final de cada uno de ellos. De eso se trata "La Cabaña del Diablo" (GallowHill, 2013), que estuvo nominada a Mejor Película en el Festival de Sitges. Y, gracias a Dios, no ganó. Vaya uno a saber porqué siquiera recibió una caricia tan grande en un festival tan prestigioso como ese. Otra vez volvemos a encontrarnos con un largometraje que se desarrolla en Colombia, como "Desde la Oscuridad" (Out of the Dark, 2014), estrenada hace unos meses en nuestro país. Al igual que en esa película, "La Cabaña del diablo" presenta muchísimos problemas. El director español Víctor García, cuyo trabajo más emblemático fue Espejos Siniestros 2 (Mirrors 2, 2010), tiene un poco de oficio en el género y logra crear cierto clima, pero no lo suficientemente potente como para que el espectador olvide una trama previsible, aburrida y, por momentos, bastante ridícula. Es que acá el peligro/terror está representado por la idea de una bruja (que se encuentra atrapada en el cuerpo de la niña) que clama venganza por su muerte. Las situaciones que se dan para que ella pueda lograr su cometido son tan burdas y forzadas que hasta da un poco de bronca que en pleno siglo XXI todavía se siga subestimando tanto al espectador. Del elenco -bastante internacional por cierto, ya que hay un estadounidense, una española, una inglesa y algunos colombianos-, seguramente el más conocido es Peter Facinelli, pero que tampoco tiene tanto oficio o talento como para que él solo pueda levantar un producto de estas características. Se entiende que el film quiera explotar el tema de "extranjeros que se enfrentan a algo siniestro en una tierra enigmática y salvaje", pero hubiesen elegido algo más autóctono y folclórico que una bruja, que queda bastante fuera de lugar en tierras cafeteras. Tampoco hay mucha inteligencia puesta en la venta cuando en el título se habla de una cabaña y el diablo y los hechos se desarrollan en un hotel y con una hechicera maligna. No hay suficiente sangre, no hay personajes queribles, no hay muertes escalofriantes, no hay una trama interesante, no hay originalidad, no hay absolutamente nada. Y tampoco hay mucho más que decir sobre este esperpento, sólo tener la esperanza de que no suframos más viendo obras de esta calaña. El cine no se merece. Tengan un poco de respeto.
Pases diabólicos en Colombia Un señor estadounidense de treinta y pico de años, viudo y con una hija de 18, llega a Colombia con su prometida, que habla con un fuerte acento inglés. Allí se encuentra con su hija y con la hermana periodista de la esposa muerta. Y con un camarógrafo colombiano que anda noviando con su hija. Hay un conocimiento del español no equitativamente repartido entre este grupo de gente, que encara un viaje caprichoso de Bogotá a Medellín por un camino doblemente caprichoso. Hay un accidente bajo la lluvia filmado de manera decorosa, incluso con cierto atractivo. Gente lastimada y perdida que llega a una casona que luce tenebrosa, aunque con buenos cimientos. Y sí, hay una presencia diabólica. Y un posterior pase de malignidad en una danza entre personajes que importa poco. La enésima película de terror estrenada en este 2015 no pertenece al escuálido grupo de las destacables del género. Ésta es de las que ofrecen actuaciones mediocres y sin sentido del humor, de las que intentan asustar con las presencias detrás de las puertas que se cierran, los pelos sobre la cara y las voces mutantes, de las que empiezan con un sueño totalmente innecesario. A su favor hay que decir que La cabaña del Diablo (¿cabaña?) no es del todo espástica en su narrativa.
Otro secreto en el sótano Escasa sustancia argumental y actoral atentan contra algunos buenos momentos. La salva el final. Pretenciosa, La cabaña del diablo resulta una ambigua muestra de terror con metáforas del encierro y revelación de secretos. En la película del catalán Víctor García, David (Peter Facinelli), viudo de su esposa nacida en Colombia, viaja a Bogotá con Lauren (Sophia Myles), su nueva novia. Van a casarse y llegan para buscar a Jill, hija de aquel matrimonio que juega al periodismo con su tía linda y su noviecito cameraman. Discusiones mediante, viajan a Medellín cuando un alud destruye su auto. A duras penas llegan a un solitario hotel escondido en la selva, habitado por un viejo y su hija, encerrada en el sótano, una historia que se vuelve terrorífica, pero insustancial cuando deciden liberar a la niña. ¿Qué le aporta a la película la escenificación en Colombia? Paisaje, cruza de idiomas y un aire tercermundista apenas justificado por los baches ruteros. Al fin y al cabo, el contexto no tiene peso en La cabaña..., tampoco sus dos historias familiares. La foránea, por un lado, y la de los anfitriones, únicos habitantes de este hotel abandonado y misterioso que se llama La colina del patíbulo. Son todos personajes con secretos inocuos, débilmente atados para justificar el terror. En ese infierno caen los chicos lindos y extranjeros que llegaron a Colombia a buscar familiares para su casamiento. Hay una instancia de exploración de la casona. Y un hecho central, la liberación de Ana María, una niña cuya misión redentora queda apenas explicitada. Su candidez espeluznante junto a una sensación claustrofóbica bien lograda, es el mayor acierto del filme, pero ese juego de volver terrorífica a una chiquita ya lo hemos visto. Aunque aquí logre de a ratos su cometido, asustar, la investigación de los implicados es tan banal que ese miedo se diluye. También juega en contra que los espectadores siempre vamos varios pasos adelante de la historia, siempre sabemos más que los protagonistas. Todo se vuelve más previsible. E incomprensible. "Algunos secretos pueden destruir lo que amas", dice el padre de familia al comienzo de la película. Su sentencia se verá puerilmente justificada con el correr de los minutos. Sin contexto, con un mensaje rebuscado (el de los secretos), que hasta puede sonar a moralina, apenas queda la transformación diabólica de una niña encerrada. Es poco.
Otra película de terror con escasos méritos Es la décima película que este año desembarca en las salas locales y que incluye en el título al diablo, alguna de sus derivaciones o rituales que lo involucran (la tercera en lo que va del mes, tras Los hijos del diablo y Juegos demoníacos). Pero lo que ocurre con La cabaña del diablo, de Víctor García, es que resulta más emocionante la posibilidad de hacer completa la lista de esos films que ponerse a escribir acerca de éste. Con un lanzamiento internacional que data de 2013 y en vista de sus escasos méritos, ya no como relato de género sino como producto cinematográfico, que la película aparezca en la cartelera de fin de año resulta un misterio inexplicable. Aunque tal vez sirva para reconfirmar las ventajas de la ecuación costo-beneficio que, se dice, es el punto fuerte del género de terror. Más allá de eso, nada bueno se puede decir de La cabaña del diablo.Para empezar, la única cabaña que hay en toda la película está en ese título que se eligió para presentarla en los cines argentinos, en reemplazo del original Gallows Hill (algo así como “La colina Horcas”). En su lugar, todo ocurre en un antiguo caserón estilo español perdido en el selvático monte colombiano. Hasta ahí llegan luego de accidentarse en una tormenta tropical David, su prometida Lauren, su ex cuñada Gina y su hija Jill con su novio Ramón. En la casa, que es en realidad un viejo hotel deshabitado, los recibe Felipe, un viejo hosco que resulta tener una nena encerrada en el sótano.El desafío de realizar la crítica de una película que parece un collage de docenas de films anteriores consiste en no caer en el mismo acto de holgazanería intelectual escribiendo un texto que apenas sea la reiteración de lo que ya se dijo al hablar de aquellos otros. Una alternativa consiste en hacer justo lo contrario y jugar con descaro el juego de la repetición. La tentación de cortar y pegar fragmentos de textos publicados con anterioridad con motivo del estreno de otras películas con el diablo (o el demonio, o el infierno, o las invocaciones, o los exorcismos) en el título, es muy grande. El experimento sería grato de realizar, pero seguro tan aburrido de leer como el acto de ver cualquiera de las películas involucradas.Si algo dejan bien claro producciones como éstas es que, lejos de los prejuicios que lo señalan como un género menor, el cine de terror involucra un arte no menos complejo que otros géneros de mayor prestigio y que su manufactura demanda un talento del que carecen gran parte de los cineastas que eligen abordarlo. Por eso la mejor opción para una crítica como ésta, que además se realiza a fin de año, es recomendar algunas de las pocas buenas películas de terror que se estrenaron durante 2015, como la soberbia Te sigue, de David Robert Mitchell; la gótica La cumbre escarlata, de Guillermo del Toro, e incluso Sólo los amantes sobreviven, de Jim Jarmusch. Ya no están en las salas de cine, pero buscarlas y verlas tiene su premio. Es decir, todo lo contrario de La cabaña del Diablo.
El español Víctor García (Hellraiser: Revelations) rodó en Colombia con un presupuesto mínimo (5 millones de dólares) un guión de Richard D'Ovidio (911: Llamada mortal) un correcto aunque demasiado trillado film de terror sobre un norteamericano llamado David Reynolds (Peter Facinelli) que está a punto de casarse por segunda vez y viaja a América Latina para recoger a su hija y llevarla a la boda en Estados Unidos. De camino hacia Medellín, en medio de una fuerte tormenta con alud, las cinco personas que viajan en un auto sufren un accidente que los obliga a buscar refugio en una vieja hostería en medio de un bosque. El dueño, Felipe (Gustavo Angarita), los recibe sin demasiada amabilidad y pronto los visitantes (y los espectadores) descubrirarán que en verdad oculta un siniestro secreto en el sótano. Más allá de cierta dignidad en el acabado formal del film (la mezcla del inglés y el castellano, por ejemplo, no da vergüenza ajena), no hay un solo elemento distintivo en el armado de una película a puro elemento reciclado. La presencia diabólica no hace otra cosa que cerrar el círculo de una película menor y efímera que, insólitamente, llega en Navidad con una desmedida salida de 111 copias.
Por segunda vez en el año los colombianos son los responsables de aterrar a las familias norteamericanas. Hace poco se estrenó en la cartelera una propuesta muy similar con Julia Stiles, Desde la oscuridad, que también giraba en torno a una maldición y unos fantasmitas resentidos que habitaban el mismo país latinoamericano. La cabaña del Diablo es otra película mala que trabaja con una incompetencia notable el género de terror. La dirección corrió por cuenta del español Víctor Martínez, cuyo prontuario laboral incluye películas horrendas como Return to House on Haunted Hill (2007), Reflejos 2 (2010) y Hellraiser: Revelations (2011). Todas producciones mediocres que terminaron directo en dvd, el destino que merecía también La cabaña del Diablo. Martínez no evolucionó en absoluto como realizador en estos años y nuevamente brinda una película pobre que copia fórmulas trilladas y no logra capturar la atención del espectador con su narración. Otra vez una familia lucha con una posesión demoníaca en una región rural de Colombia. Salvo por el diseño de producción de la casa donde tiene lugar el conflicto y la fotografía, no hay grandes méritos técnicos en este film que es aburrido por su falta de creatividad a la hora de abordar el género. El reparto, que incluye actores norteamericanos y latinos (entre ellos la ex Miss Colombia, Carolina Guerra), brinda un trabajo decente y al menos en este estreno no hay inconvenientes en ese aspecto. A La cabaña del Diablo le juega en contra su historia y la narración del director que es extremadamente predecible, debido a que sigue la misma fórmula que vimos en centenares de filmes parecidos. No entiendo por donde pasa el placer de mirar una película de horror que carece de tensión y suspenso. Seguramente habrá gente que se enganche con esto. En mi caso me cuesta recomendarla y no me parece una opción para invertir una entrada al cine.
La Cabaña del Diablo nos muestra a un grupo de personas que quedan aisladas y deben no solo soportar una tormenta, también una presencia sobrenatural. No hay que ser curiosos Tras intentar recomponer la relación con su hija, un viudo, su nueva novia y los compañeros de trabajo de la joven Jill, sufren un accidente en los caminos rurales colombianos en plena tormenta. Tras refugiarse en un enorme caserón aislado, se darán cuenta que las inclemencias del tiempo es el menor de sus problemas; ya que dentro de la mansión se encuentra encerrado el mal mismo. Tu historia me suena La Cabaña del Diablo puede ser de esas películas que no importa el nombre, la trama en sí parece que ya la vimos en cientos de films similares, y peor aún, con nombres bastante parecidos a su titulo en castellano (mal trabajo de quienes lo tradujeron). Y lamentablemente ese “puede ser” inicial se transforma en una rotunda afirmación después de que terminamos de verla. Así es como vamos a ver actores desconocidos aislados en alguna casa en el medio de la nada, en una locación x (acá dicen que es Colombia, pero podría ser cualquier otro país del mundo y el resultado sería el mismo) y un elemento sobrenatural al que los protagonistas se deben enfrentar casi sin cuestionarse nada, en lugar de salir corriendo y no volver nunca más. Pero lo que me llama más la atención, es que decidieran situar la trama en Colombia, como si eso aportara algo a la historia en sí; y más dudas tenemos cuando vemos a los personajes hablan en un castellano que se acerca más al dialecto mexicano que al colombiano; y tampoco se usa la cultura o costumbres del lugar como para darle un contexto, o despegar un poco la historia de varias cintas parecidas que ya vimos. Pero el principal culpable de que esta sea una peli del montón, es el propio director Víctor García; quien tenía la oportunidad de realizar un film personal, de insinuar bastante y jugar con los espacios (casi todo el film pasa en el interior del enorme caserón); pero no, su dirección es bastante discreta y no solo no sabe usar la claustrofobia del lugar, no duda a la hora de mostrar innecesariamente; logrando que estemos la típica dirección que parece hecha por un estudiante de primer año de cine. Conclusión Poco queda para destacar del film. Quizás en sus tramos finales se le agrega una regla a la lucha contra el mal que si se hubiera sabido de entrada, o si estuviera mejor explotada, hubiera ayudado bastante más a un producto final muy plano y chato. La Cabaña del Diablo va a estar en esas maratones de películas de dudosa calidad en los canales de cable que ya todos nos imaginamos, siendo recordada mas como “esa peli, la que pasa en Colombia y hablan en mexicano” que por algún merito cinematográfico. Una lástima.
Casa tomada El español Víctor García hace su segunda incursión como director de largometraje en una película del año 2013, que originalmente se llamaba Gallows Hill, para luego ser rebautizada The Damned y llegar a nuestro país ahora, a fines de este 2015, bajo el título La cabaña del diablo (2013). Si todos estos traspiés les producen malas vibras, podría ser que sus instintos estén bien afinados. Todo transcurre en Colombia, a donde David -Peter Facinelli, mejor conocido por su rol en la saga Crepúsculo (2008)- viaja para buscar a su hija (Nathalia Ramos), presentarle a su futura esposa (Sophia Myles) y viajar todos juntos de regreso a Estados Unidos. De camino a Medellín, el grupo –que se completa con la hermana de David y el noviecito de su hija- sufre un accidente automovilístico a causa de un fuerte temporal y se ven forzados a refugiarse es una antigua casa. En su interior vive un anciano, quien misteriosamente tiene a una pequeña niña cautiva en el sótano, por motivos que no lograr explicar de manera convincente. Todo cambia drásticamente cuando el grupo decide liberar a la niña, desconociendo que una fuerza malévola la controla, esperando la llegada de nuevas víctimas. García es un realizador que hizo sus primeras armas desde el diseño de efectos visuales y su único antecedente como director es Hellraiser: Revelaciones (Hellraiser: Revelations, 2011). Siendo este su primer film con una historia “original”, deja mucho que desear el desarrollo de una trama extremadamente familiar y repetida hasta el cansancio dentro del género de Terror. Si bien el bajo presupuesto del film es notorio y coarta bastante la creatividad, junto con los escasos valores de producción, la historia tampoco se anima a recorrer caminos menos transitados ni entregar algo que esté por encima de previamente expuesto en realizaciones similares. El guión intenta que cada personaje esconda un secreto turbio que en algún momento del relato es expuesto, pero se siente tan funcional a la trama que no les agrega profundidad ni los hace más queribles a los ojos del espectador. Algo similar ocurre con la lógica interna del film: hay algunas buenas ideas, pero al estar desarrolladas tan superficialmente se pierden dentro de una trama cuyo único objetivo parece ser llevarnos de atropellada a la resolución del conflicto. Sin un elenco destacable, un diseño de producción atractivo ni una historia que nos atrape, La cabaña del diablo cierra el año para el género de terror que llega a nuestra cartelera con una nota baja. Mejor suerte el año entrante.
El director español Víctor Garcia sabe hacer las películas de terror, mantiene la tensión con los lugares comunes del género. Peligro demoníaco en una casa sin salida, donde uno a uno caen las victimas poseídas. Tiene todos los ingredientes para los amantes del género y un plus más.
"La Cabaña del Diablo" llega a todos los cines del país - supuestamente - para asustar a los espectadores... ¿lo logra? Te aseguro que no. La película hace agua en todo momento, desde el elenco, la relación que tiene cada uno con cada uno y la historia, que no suma absolutamente nada. El final es igual a varias pelis que llevan de título la palabra "diablo", por lo tanto, si este año viste alguna, no pierdas tiempo en ir a verla. Con el pasar de los minutos se hace inevitable comenzar a reír con cada decisión (pésima) que tomaron los guionistas. En síntesis, una peli totalmente olvidable, que llega casi caída del calendario (se debería haber caído del todo) y que si te convence el trailer (malísimo) la decisión es tuya. ¡Yo te avisé!
La película de terror de la semana es La cabaña del diablo, en la que un joven viudo viaja con su nueva prometida a Bogotá con la intención de recuperar a su rebelde hija. Allí la familia sufrirá un accidente de coche, tras el que se refugian en un tenebroso motel. Cuando descubren que el dueño del lugar mantiene a una joven cautiva en el sótano decidirán liberarla, solo para comprender que las apariencias engañan y que hay cosas que es mejor dejar encerradas... Víctor García, especialista en el género, dirige esta clase B, de temática paranormal que aporta pocas novedades a una estética cada vez más recurrente en el género. Hay algunos buenos efectos visuales y un par de composiciones actorales logradas. Pero el suspenso es inexistente, la puesta es poco climática y los sustos brillan por su ausencia. Tiene un buen ritmo, y la trama se hace ligera, pero comete el peor de los pecados que un filme de horror puede cometer: nunca logra meter miedo.
Los guiones trillados no ayudan al terror Durante un viaje por Colombia una familia sufre un accidente, pero las cosas se empiezan a poner realmente mal cuando encuentran refugio en la cabaña a la que se refiere el título. El dueño de casa les avisa que no deben dejar su habitación en toda la noche, pero ese es el tipo de advertencia a la que ningún personaje va a llevar el apunte en una película de terror. Caso contrario, la película nunca empezaría. Así que, además de no hacer caso a ese aviso original, los personajes protagónicos no dudan en liberar a una chica que está encerrada en el sótano. El problema es que ella no es una chica común y corriente, sino una especie de bruja que estaba ahí encerrada dado que no la se puede matar, porque quien lo haga recibirá, en su propio cuerpo, su espíritu malvado. El director Víctor García, conocido por haber realizado una de las secuelas del "Hellrraiser" de Clive Barker, aquí no tiene elementos para llevar el planteo en ninguna dirección que pueda parecer minimamente original. Si logra algunos momentos horripilantes mas o menos eficaces, eso con la ayuda de una fotografía que por momentos se esmera en lograr climas y tensión, mientras que el elenco trata de aportar convicción a una serie de situaciones entre lo ya visto y lo tirado de los pelos. La que se luce es la chica del sotano, Julieta Salazar, que logra asustar con algunas expresiones realmente desquiciadas y terroríficas. Pero además de eso la película no tiene mucho para ofrecer, y el consejo es que mas vale verla en un futuro zapping del cable.
No te tenemos miedo En la semana previa al aluvión de películas del Oscar, ‘La cabaña del diablo’ es una propuesta floja que puede ser ignorada sin inconvenientes. Como todos los años, entramos en un agujero negro de estrenos anterior al aluvión de películas que suenan fuerte para los premios Oscar que van a venir a partir de la semana que viene: Steve Jobs, La gran apuesta, Joy, el nombre del éxito, Los ocho más odiados, La habitación, El renacido y varias más. Un agujero negro salpicado por películas de terror que quedaron arrumbadas en las oficinas de alguna distribuidora, que las estrena así nomás porque, por más malas que sean, el género alguna gente lleva al cine. Se sabe: algún placer siempre hay en ver sangre falopa. Pero todo tiene un límite y si bien no es necesario ser Dario Argento ni Stanley Kubrick para pergeñar una película que nos proporcione algunos sobresaltos, se precisa aunque más no sea un poquito de dedicación y de respeto. No es el caso del catalán Víctor García y su película La cabaña del diablo, un intento flojísimo de cine de terror clásico que no asusta ni entretiene. Ni siquiera es mala al estilo disparatado clase B de muchas de estas películas. Un grupo de personas quedan atrapadas en una misteriosa casa en el medio de la selva colombiana por culpa de una tormenta. Allí vive un anciano que al principio parece que será el causante de los sustos, sobre todo cuando los recién llegados descubren que tiene a una niña cautiva en el sótano. Pero la cosa no va de psicópata pedófilo sino de espíritus sobrenaturales: la nena es un demonio que el viejo tenía encerrado por un buen motivo. Un poco en plan El exorcista -cuando el demonio habla a través de la nena lo hace igual que en la película de William Friedkin-, pero bueno, esa referencia no hace más que disminuir la película en comparación. Como se ve, la premisa es tan básica que un estudiante de cine se avergonzaría de planteársela a su profesor, pero ya sabemos que eso no importa: con poco más que eso, Sam Raimi se hizo un nombre para siempre en el cine. El problema es que García no tiene el talento de Raimi pero sobre todo es incapaz de reirse de lo que está haciendo, de ponerle locura. Los actores son un desastre pero no están desatados, se los nota contenidos e intentando ponerle el cuerpo seriamente a unos diálogos imposibles, mezcla de castellano e inglés. En el grupo están David (Peter Facinelli, lo recordarán por ser el padre de Robert Pattinson en la saga Crepúsculo), su novia Lauren (Sophia Myles), su hija Jill (Nathalia Ramos), el novio de esta, Ramón (Sebastián Martínez) y su cuñada Gina (Carolina Guerra). Todos personajes que en una introducción medio confusa amagan con tener personalidades definidas y relaciones complejas entre ellos pero que a medida que avanza la película terminan siendo apenas peones, extras que van cayendo uno por uno. La fotografía chata y oscura no puede haber sido resultado de un plan. Y todos estos problemas conspiran contra nuestra inmersión en la película, como si tuviéramos una aguja en la butaca y no pudiéramos pensar más que en eso, retorciéndonos incómodos y resoplando. Si por algún motivo en esta última semana del año alguien anda con ganas de meterse en un cine, aunque más no sea por el aire acondicionado, tendrá que prescindir del terror. Y si la prioridad es asustarse, lo mejor será buscar algún amigo con un LED bien grande, comprar unas cervezas y bajarse Creep o A Girl Walks Home Alone at Night, por poner dos ejemplos de películas infinitamente mejores que no se estrenaron en nuestro país. Ojo, también pueden bajarse La cabaña de diablo -incluso está en Netflix, en el catálogo de Estados Unidos- y comprobar con sus propios ojos que no estoy siendo exagerado.
Se encuentra bien dirigida, con buenos personajes, actuaciones y escenas de acción, toques de humor negro, brujería, ayuda la fotografía de Alejandro Moreno (“El páramo), pero el guión resulta previsible, común y cae el recursos comunes. Puede resultar atractiva a las nuevas generaciones.
Ni casa de Dios ni cabaña del Diablo: hotel de brujas A veces los problemas de una película pueden comenzar desde su mismo título. Tal sería el caso de La cabaña del Diablo, que además puede ser localizada en los buscadores por su nombre estadounidense, The damned, u el otro utilizado en México, Encerrada. Tal indecisión podría ser sólo anecdótica si no se extendiera a otros interrogantes: ¿por qué hablar de una cabaña si el 80% de la acción transcurre en un hotel de elaborada arquitectura en su fachada? ¿Por qué hacer hablar a los personajes la mitad del tiempo en inglés y la otra en español como si estuviesen practicando idiomas? ¿Por qué adelantarle al público que estamos por ver una de terror sobrenatural, cuando hubiese sido más impactante revelar por sorpresa el giro que marca el cambio de género luego de una intro digna de un buen thriller de acción y suspenso? Azarosas o no, quien tiene las respuestas a esas dudas no existenciales es el director español Víctor García (Hellraiser Revelations, Espejos siniestros 2, El regreso a la casa embrujada) que intenta con esta producción norteamericana concretar su proyecto más personal hasta el momento, rodado en Colombia y con un elenco mixto liderado por Peter Facinelli (La Saga Crepúsculo, la serie Supergirl), una suerte de Tom Cruise económico convocado para jerarquizar el reparto al igual que su compañera Sophia Myles (Inframundo), que también alimenta esa intención al resultar fácilmente confundible con blondas como Julia Stiles (Bourne: El ultimátum) o Yvonne Strahovski (Yo, Frankenstein) siendo caras más reconocidas que la suya al momento (como también sus cachets). Esa elección de casting que incluye a los chicos bilingües que los acompañan es quizás uno de los mayores aciertos, ya que con un guión medianamente efectivo y sin diálogos tan absurdos, logra crear la necesaria empatía en el espectador. Y ese encariñamiento súbito es importante, ya que aunque no lo parezca, para ciertos directores consagrados que prefieren historias que rebasen los ciento ochenta minutos, los ritmos cinematográficos son cada vez más acelerados y en una historia de menos de noventa urge que pasen cosas, que la historia fluya sin demoras y que al mismo tiempo lamentemos lo que sufren nuestros héroes, algo que tampoco se le puede reprochar. La consigna nos presenta una familia apenas ensamblada a punto de caer en un peligro inminente. Un viudo y su nueva pareja (David y Lauren) son dos norteamericanos paseando en Colombia al tiempo que buscan a la hija de David para llevarla a su boda. Al encontrarla en Bogotá junto a su tía y a su novio, reclutan a todos y abordan a su camioneta para ir a buscar los pasaportes a Medellín. ¿Los riesgos? Una tormenta en ciernes, un camino resbaladizo y el acecho de las FARC (estamos en Colombia, no en La Matanza, chicos). Luego de un accidente por demás de evitable y aún advertidos por un policía local, el grupo debe refugiarse en un viejo hotel abandonado (la “cabaña” del título) en el que un anciano poco hospitalario los alberga de mala gana pero guardándose para sí un secreto que desatará el caos tan anunciado ante la curiosidad de los huéspedes. A partir de allí todo puede ser motivo de análisis pero no existe realmente un motivo para que la película no funcione. La ambientación, el arte y la fotografía tienen ese aire independiente y de locaciones que más que pensadas se intuyen aprovechadas por una cuestión de conveniencia y aportan ese realismo tan necesario que a menudo las producciones mainstream pierden cuando se atiende hasta el más mínimo detalle (como esa mugre o viscosidad digital tan prolija que solemos ver fruto de una paleta virtual, por dar un ejemplo). Y hasta resulta probable que se haya disimulado de manera improvisada un pequeño accidente de rodaje que provocará una costilla rota en la pobre Myles por torpeza de Facinelli, ya que su personaje aparece la mayor parte del tiempo dolorido por una herida en el tórax prevista (¿originalmente?) en el argumento. Casi como si se tratara del uso del recurso actoral de la memoria emotiva llevado al extremo. No obstante el maquillaje y los efectos especiales resultan efectivos, hay gore pero no al nivel que tendría una Green Inferno (Eli Roth, 2015) o una Posesión infernal (Fede Alvarez, 2013), lo cual también la inscribe para un abanico de público con poca tolerancia a la abundancia de tripas. La historia, escrita por Richard D’Ovidio (911 llamada mortal, 13 fantasmas), es lo suficientemente consistente y poco pretenciosa como para crear una mitología medida y necesaria sobre hechicería, y manejar y contener esa presencia maligna cuyo punto más fuerte y que le da la excusa al relato, es la capacidad de perpetuarse de la entidad con nefastas consecuencias para el mortal que lo descubra. Existe, sí, el recurso trillado de la revelación histórica justificadora del origen de ese demonio y su vínculo ancestral con algunos moradores del lugar, pero como todo en el film pasa y se digiere rápido. Merece un tirón de orejas el responsable de un par de errores de continuidad aunque siga siendo mínimo su impacto en el conjunto. Más allá de esos pequeños pecados, La cabaña del Diablo es, en ese gran océano de películas del género que intentan parecer caseras o bizarras sin lograrlo, auténtica y divertida, y no deja de ser una buena elección antes de ver cualquier otra secuela o refrito de historias ya contadas, al estilo de las que dirigiera anteriormente el mismo realizador.
A lo mejor es uno el que se vuelve algo más quisquilloso con el tiempo y en realidad ya no ve con los ojos de quien se deja llevar por la historia per sé. No. No es eso. Lo que pasa es que uno puede haber visto el cuento muchas veces, y disfrutarlo igual hasta volverse experto, es decir que llega un momento, por simple cuestión de crecimiento intelectual, en el cual está bueno hacerse preguntas básicas para que el autor del cuento pueda responderlas con la acción del texto que justifica tales respuestas. Ya se escribió “Caperucita Roja”. Es inútil tratar de interpelar al autor de la leyenda. Si uno tiene 6 años, se va a creer todo de principio a fin, y chau. Si uno tiene, no sé… 30 años, podrá volverse más escéptico. ¿Cómo una madre va a largar a la nena en medio del bosque? ¿Qué distancia recorre en el cuento? ¿Por qué habla un lobo? ¿Nunca vio en su vida a la abuelita, como para preguntarle que dientes grandes tiene? ¿No se da cuenta que son colmillos? Antes no importaba. Cuando uno crece sí. ¿Por qué se llama “La cabaña del diablo”? No hay cabaña acá. Listo. Me voy. ¿A qué me quedo? ¿El título en inglés? “Gallows hill”, algo así como: La colina del patíbulo. ¿Es el nombre de un hotel abandonado en medio de la selva colombiana? El que puso el antiguo hotel ahí ¿compró un fondo de comercio barato? ¿De verdad algún turista que no sea oriundo de Transilvania iría a pasar una noche ahí con ese nombre, aún en tiempos de esplendor? Un hombre que está a punto de casarse otra vez, va a buscar a su hija a Medellín para que asista a la ceremonia (ok, ponéle). Ella no está muy convencida. En realidad no tiene ni un poquito de ganas. Además, está laburando de lo que le gusta: Periodismo (ponéle). Y el novio es camarógrafo. Parece haber una barrera idiomática entre el inglés horrible que habla el padre y un país de habla hispana, pero no importa porque el director Víctor García decide que a veces se entienden entre ellos, y a veces no. Por ejemplo cuando un viejo que vive en el lugar en cuestión (al cual acceden luego de un accidente mal contado desde el verosímil) es atado e interrogado. Pese a que todos en las butacas escuchamos que este señor está intentando advertir que si abren la puerta del sótano se viene la hecatombe, el responsable de “La cabaña del diablo” decide que ahí no lo entiende nadie. Es más, lo amordazan. No vaya a ser que comprendan que hay una bruja poseída, de esas que hablan como si se hubiesen tragado a Julio Sosay a María Marta Serra Lima juntos, y salgan todos corriendo a la media hora de proyección. No cabe aclarar más. Eso sí. Técnicamente es un prodigio de efectos sonoros y fotografía. Ellos sí entendieron lo que el género pide y logran hacer del hotel y sus alrededores un verdadero clima opresivo y difícil, en desmedro de algunos diálogos que remiten a la referencia literaria anterior. De naif al ridículo hay una pequeña diferencia, pero “La cabaña del diablo” no se molesta en diferenciarla. No se preocupe, si no lo echaron de la sala al reírse a carcajadas con situaciones que deberían provocar el efecto contrario, todavía podrá usted presenciar el momento exacto en el cual los personajes entienden el modus operandi de éste diablo. Ahí sí, prepárese para un plato tan fuerte que rompe cualquier atisbo de sentido común. El género del terror ha sido y es un gran prodigio del uso metafórico para hablar de temas más profundos (George Romero o John Carpenter lo saben bien), pero el único diálogo interesante sobre las FARC en el cual podría haber nacido la gran oportunidad de esta película es tapado por una corrección política que asusta para una idea nacida en Latinoamérica. No hay cabaña, no hay diablo… no hay casi nada.
Una película de terror descafeinado, tan insulsa como las invocaciones al demonio de un pastor sin estudios de teología No solamente es estéril a la hora de asustar, ni siquiera por su ineficacia flagrante despierta una carcajada. El destartalado relato de La cabaña del Diablo, que transcurre en nuestro tiempo y se sitúa principalmente en alguna zona montañosa de Colombia, llega incluso a convocar a los fantasmas de la inquisición española en el continente americano, suma una cita al paso de las fuerzas paramilitares del momento e insinúa un comentario sociológico acerca de la pobreza de los niños del país de Andrés Caicedo y Fernando Vallejo. Frente a una retahíla de emisarios y tópicos de la oscuridad, el despropósito se impone. Debe haber sido Lucifer el que selló este bodrio con un guión endiablado. Una pareja viaja por el mundo previo a comprometerse. David y Lauren ahora están en Colombia. Jill, hija de un viejo matrimonio de David, también está en ese país. La hermosa joven está participando en una noble causa vinculada al desarrollo infantil en la región mientras colabora además en el informe de una periodista local sobre la infancia. El cámara de la periodista quizás sale con la chica. En cierto momento, debido al olvido del pasaporte de Jill en Medellín, los cinco personajes viajarán por una ruta poco aconsejable para buscar el documento. Se supone que tienen que tomar un avión. Habrá un aviso, luego un accidente y así llegarán a la cabaña embrujada aludida en el título, en donde vive un viejo misterioso. No está solo. Los visitantes descubrirán pronto que una niña está encerrada en el sótano. Lógicamente, o mejor dicho sin ningún esfuerzo lógico, la niña no es lo que parece, ni tampoco el viejo, que poco tiene que ver con un pedófilo. Una de las formas más elementales del terror consiste en acudir a su enunciación vertical demoníaca y hallar una forma impensable en su representación. El diablo es un personaje recurrente en el género, como también las brujas y los zombis. El ingenio de un cineasta consiste en cómo añadir una descripción y aparición poco frecuentes del mal sobrenatural, como a su vez saber dosificar la visibilidad de ese mal. Mostrar poco y sugerir son premisas ineludibles. Al director Víctor García todo esto le importa poco. La pereza de la puesta en escena es manifiesta. Tan solo observar las decisiones formales para filmar una tormenta, la crecida de un río y el accidente mencionado alcanza para corroborar la prescindencia de cualquier sutileza. La cabaña del Diablo debe contar con la lluvia de peor calidad jamás filmada. Lo mismo podría decirse de las posesiones demoníacas. Todos tenemos un secreto, dice el protagonista en un inicio. La mayoría, según el narrador, no son importantes. La confesión del protagonista, más que hablar sobre el relato, resulta la afirmación indirecta de lo que sucederá en los próximos 87 minutos.
Sustos navideños A dos años de su realización, llega a las pantallas una co producción entre los Estados Unidos y Colombia que busca asustar con uno de los recursos más efectivos del género de terror. Las películas de posesiones deberán lidiar de aquí a la eternidad con su gran demonio y que no es otra que El Exorcista, que William Friedkin filmó con maestría hace ya más de 40 años pero permanece en el podio de ese subgénero. En esta ocasión, llega a las pantallas porteñas La Cabaña del Diablo, conocida también por los títulos de Gallows Hill y The Damned en otras partes del mundo, la última obra del director catalán Víctor García filmada en Colombia con capitales norteamericanos. El argumento es simple: David es un viudo a punto de contraer nuevas nupcias con su novia Lauren y ambos viajan a Colombia para localizar a la hija adolescente del hombre, Jill y llevarla a los Estados Unidos para la boda. Pero la joven no desea moverse de ese país, donde se encuentra con su tía periodista Gina y su novio, el camarógrafo Ramón y todos emprenden un viaje a Bogotá que se ve truncado cuando, en medio de una tormenta que arrecia, el automóvil en el que se desplazan se desbarrancan. Medio heridos, llegan a una gran casona donde los recibe Felipe, un hombre ya mayor que, a pesar del recelo inicial, lo cobija, Pero Jill descubre la voz de una pequeña niña en la casa y, siguiendo el rastro descubrirá un terrible secreto que Felipe lleva ocultando por décadas. La Cabaña del Diablo es un filme que debería haberse estrenado hace ya dos años pero que, con la prisa con la que las distribuidoras colocan y sacan títulos de las carteleras, se terminó quedando guardado y fue "sacrificado" en la Navidad, una época en la que la concurrencia a los cines disminuye y mucho, para cumplir con la cuota de estrenos y la verdad es que, al verlo, se entiende la causa ya que nos encontramos con una producción menor, de bajo presupuesto y con una historia vista ya mil veces dentro de los cánones del género. García hace lo posible para imprimirle su sello visual –visto ya en la octava secuela de Hellraiser (Revelations)- y le agrega algo de suspenso y tensión al relato pero el guión no ayuda ya que cae en muchos lugares comunes y clichés del género. Detalles inexplicables como un personaje que comienza a hablar en inglés de un momento a otro, o ciertos detalles colocados a presión no contribuyen mucho con el filme, que sin embargo satifará las necesidades "de sangre" del público afecto a estas producciones.
Crítica emitida por radio.