La Santísima trinidad Hay películas malas, hay películas que son tan malas que asombran. Pero también hay películas que no son otra cosa más que el vehículo para un film de propaganda religiosa. Para quienes no formen parte de ese fervor religioso, un film como La cabaña es simplemente una película imposible. Imposible de tolerar, con alegorías de grueso calibre y golpes bajos que asombrarían al más vulgar de los guionistas televisivos. Como ya fue dicho, este film de inspiración cristiana tiene un público concreto al que va destinado y para el cual fue producido. No es esto algo malo ni mucho menos, simplemente es el resultado lo que inquieta. Los católicos acusan al film de ser demasiado evangélico, al menos eso se lee en algunos comentarios. Un film malo es malo más allá de su mirada del mundo. La tragedia que atraviesa el protagonista, la desaparición de su hija más pequeña y la sospecha de que ha sido brutalmente asesinada, es el comienzo del relato. Años más tarde, aun con su vida destrozada, él recibe una carta para ir a la cabaña del título del film. Allí se encuentra con Dios, o más exactamente con la santísima trinidad. De ese encuentro saldrán las reflexiones más importantes de la película. Para decirlo de forma simple y abreviada: nada de lo que pasa allí tiene la altura o la sutileza como para que valga la pena sumergirse en un film de esta clase. La religión no es enemiga del buen cine, quien diga lo contrario está equivocado. Pero no hay manera de que sea la religión el argumento para defender un bochorno de estas características.
Liturgia del autobombo cristiano Las películas con referencias bíblicas son tan antiguas como el cine y desde el nacimiento del medio hasta entrada la década del 50 controlaron el bastión de las epopeyas históricas del mainstream. La decadencia de las religiones masivas de mediados del siglo pasado en adelante, primero por los movimientos contraculturales y luego por el cinismo consumista contemporáneo, generó un reflote del interés del séptimo arte por el rubro que nada tiene que ver con aquellos mamotretos de aventuras del pasado, más bien todo lo contrario: las gestas pomposas de antaño se transformaron -en mayor o menor medida- en fábulas cristianas que ofrecen una interpretación muy simplista de distintos pasajes y mitos de la Biblia con el fin de meterse en el bolsillo a los creyentes de las miles de sectas protestantes que a su vez aggiornaron su discurso para acercarse al new age de la autoayuda espiritual. A pesar de que esta multiplicación de pastores cristianos -tendientes a repetir cual loros las mismas sentencias remanidas de siempre- es un fenómeno centralizado en Estados Unidos, que obedece a un aprovechamiento económico del vacío ideológico de gran parte de una población lobotomizada por los medios de comunicación y las estupideces que suele entregar la industria cultural en general, en el resto del globo también podemos encontrar diferentes coletazos de esta lógica del capitalismo de la fe: por ello los films producidos para este segmento específico del mercado actual pueden estrenarse en lugares tan distantes y/ o impensados a priori como -por ejemplo- Argentina. Casi todas estas obras arrastran una mediocridad cualitativa preocupante, en esencia un problema clásico de la propaganda, ya sea la que pretende ganar nuevos adeptos o la que busca ratificar principios ya asentados. El último eslabón de la ristra de productos religiosos de nuestros días es La Cabaña (The Shack, 2017), un trabajo insufrible cargado de estereotipos melodramáticos, sermones facilistas sobre la aceptación de las tragedias, un paupérrimo desarrollo de personajes y una colección de escenas aburridísimas que se extienden a lo largo de 132 minutos sin ninguna justificación real. Curiosamente uno de los mejores exponentes del rubro jamás llegó a estrenarse a nivel local, hablamos del dramón post apocalíptico Z for Zachariah (2015), y las potables Señales (Signs, 2002) y Prueba de Fe (The Reaping, 2007) ya quedaron algo lejanas en el tiempo. Para nuestro espanto, sí tuvimos que soportar bodriazos como Tierra de María (2013), El Remanente (The Remaining, 2014), El Apocalipsis (Left Behind, 2014), El Gran Pequeño (Little Boy, 2015) y la lamentable Cuarto de Guerra (War Room, 2015). Aquí una vez más estamos ante la parábola de un padre, Mack Phillips (Sam Worthington), que debe afrontar la muerte de una de sus hijas, ahora a manos de un asesino en serie. Luego de recibir una carta en la que lo invitan a concurrir a la cabaña del título, la liturgia del autobombo cristiano comienza gracias a las “reflexiones” que disparan las charlas que el susodicho mantiene con Dios (Octavia Spencer), Jesús (Avraham Aviv Alush) y el Espíritu Santo (Sumire Matsubara). Resulta francamente increíble que el británico Stuart Hazeldine, responsable de la interesante aunque algo fallida El Examen (Exam, 2009), se haya prestado para este mamarracho por encargo, una película manipuladora que celebra esa típica pasividad religiosa que bajo la excusa de curar las heridas de la vida continúa reproduciendo el ciclo de estafas morales/ económicas/ políticas de las elites gobernantes…
Una película con obvias alegorías religiosas que debería exhibirse en iglesias antes que en salas. La cabaña está basada en un libro de William Paul Young que lleva vendidos más de seis millones de ejemplares en todo el mundo desde su publicación en 2009 y que, con los años, se ha convertido en uno los grandes exponentes del género “novela cristiana”. El dato podría ser del color, casi anecdótico, pero en esa génesis literaria anidan los motivos del tono didáctico y burdamente aleccionador del relato. La historia podría ser la de una parábola bíblica. Mack Phillips (Sam Worthington) es un devoto –en el sentido más literal del término– esposo y padre de familia que comparte con los suyos una vida apacible y, claro, ultra religiosa. Esto último en particular se da con la hija más pequeña, con quien tiene charlas exclusivamente sobre Dios. Tan creyentes son, que lo llaman “Papá”. El asesinato de la pequeña durante un campamento lo llevará a Mack a cuestionarse su fe y a alejarse espiritualmente de la familia. Hasta que un buen día recibe una carta en su buzón firmada por… Dios. Sí, el mismísimo creador le escribió personalmente para decirle que hace mucho que no hablan e invitarlo a pasar un fin de semana a la misma cabaña donde años atrás desapareció la nena. Si lo anterior suena increíble, lo que sucede de allí en adelante es francamente ridículo. Mack no sólo encuentra a Dios (Octavia Spencer), sino también al Hijo y al Espíritu Santo. El encuentro entre todos se da un ámbito luminoso que el film no hace más que subrayar una y otra vez. Allí sucederán una serie de diálogos cargados de metáforas y alegorías más cerca del universo de la espiritualidad y la autoayuda que del cine. La cabaña es, entonces, una película destinada a exhibirse en iglesias antes que en salas.
Película que nunca termina por definir su rumbo, “La Cabaña”, basada en el best seller de autoayuda del mismo nombre, se presenta como todo aquello que no debe hacerse, excepto que se quiera apelar a golpes bajos, lugares comunes, y el sinsentido, en la desesperada búsqueda de un padre por encontrar a su hija desaparecida. Para ver luego de la presentación de Virginia Lago en la televisión y levantarse a los pocos minutos de iniciada.
Con una historia fuerte, el realizador Stuart Hazeldine intenta que el público reflexiones sobre el cristianismo. El resultado termina siendo una propaganda religiosa. Mack Phillips (Sam Worthington) tiene una vida tranquila y feliz: está casado y es padre de tres hijos. Pero todo se desmorona en un segundo cuando su pequeña hija desaparece, y los indicios apuntan a que fue brutalmente asesinada. Desde ese momento, los cuestionamientos sobre la fe se acentúan. Y se hacen tangibles cuando Mack recibe una carta de Dios (Octavia Spencer), quien lo invita a reunirse en la cabaña en la que su hija falleció. La idea de La cabaña (The Shack, 2017) podría considerarse original. Porque la trágica situación que plantea no puede entenderse, ni siquiera a través del tamiz religioso. Lo que intenta superar esta familia es demasiado doloroso y las preguntas sobre la existencia de Dios en esos casos suelen aparecer. Sin embargo, la forma en la que la película lo desarrolla es la que no permite que se consolide de forma eficiente. Todo lo que al comienzo puede generar interés se desmorona cuando el protagonista comienza a pasar tiempo con Dios y sus “colaboradores”. Si bien esos acontecimientos pueden llegar a tener sentidos si se los analiza aislados, la sucesión de ellos sólo provoca que la historia sea lenta y poco atrapante. Lo que da como resultado un propaganda de autoayuda, basada en la creencia absoluta de Dios. Las actuaciones son creíbles y correctas, pero están desaprovechadas en un argumento que no convence a pesar de las buenas intenciones. La cabaña dejará en el espectador más angustia que esperanza. Una sensación contraria a la que profesa.
El viaje espiritual de un padre que se encuentra con Dios es el puntapié de este best-seller llevado al cine, que sólo puede interesar por su mensaje esperanzador, pero que no funciona en su mezcla de thriller y drama familiar. La adaptación del best seller de William P.Young encuentra en su versión cinematográfica una mirada redentora sobre el viaje espiritual de Mack Phillips -Sam Worthington, el actor de Avatar y Furia de Titanes-, un padre de familia cuya vida idílica se ve destruída ante el secuestro de su pequeña hija durante unas vacaciones. Como si fuera poco, Mack arrastra además un pasado de violencia infantil que no termina de resolver, pero todo se ilumina cuando recibe una carta que le dice que tiene que dirigirse a la cabaña donde hallaron a la pequeña, para encontrarse con...Dios. A través del racconto y con secuencias oníricas, La Cabaña hace alarde de su mensaje profundo de fe y transita por el thriller de la mano del director Stuart Hazeldine-El examen-, dotando a la película de un envoltorio visual atractivo, pero que resulta redundante, pueril y reiterativco en su combinación. Dios está personificado por una actriz de notables recursos expresivos como Octavia Spencer, una suerte de ama de casa que cocina, y vive acompañada por Jesús y el Espíritu Santo. Quizás sea demasiado para una sola película pero entrando en la lógica de los personajes y en el clima fantástico y religioso en exceso, allí está la Santísima Trinidad -en su visión moderna- para responder a Mack sus dudas existenciales y su enojo ante las injusticias del mundo, la muerte y la resurrección. Si bien hay escenas que podrían haberse evitado, resulta incomprensible por qué la mujer del protagonista -Radha Mitchell- no está en los momentos de mayor tensión y cuando más se la necesita, apareciendo en cambio, el vecino amigable para paliar esa ausencia. El hombre que es capaz de caminar sobre las aguas del lago encuentra respuestas de la Santísima Trinidad que lo guiará hacia el perdón. Quizás el film cumpla su cometido entre creyentes, pero resulta pueril y tedioso en su desarrollo como manual de autoayuda espiritual.
Es una película que en Estados Unidos se presenta como de “temática cristiana” (evangélica) que platea lo que le ocurre a un hombre que ha perdido su fe. El film protagonizado por Sam Worthington cuenta su vida como adulto, casado, creyente evangélico, con tres hijos. Solo después se sabrá que su padre alcohólico y golpeador hizo su vida de niño imposible. Durante una salida familiar, en un lugar de recreo muy concurrido la pequeña hija del protagonista es raptada. A partir de ese hecho desgraciado, límite, inapelable, ese hombre pierde su fe. Y una carta lo lleva a un encuentro con dios que esta encarnado por Olivia Spencer y dos ángeles o ayudantes. El largo metraje del film se centra en ese encuentro y en el camino del perdón hacia lo imperdonable. En la justificación del horror. No hay demasiada preocupación por los personajes secundarios, no se ahonda en dudas y convicciones. Todo servido en bandeja, con muchos golpes emotivos y situaciones que a los no creyentes pueden parecer ridículos o inaceptables. Es evidentemente un cine dirigido a una audiencia que no vera con malos ojos esta interpretación de la divinidad y sus posibilidades. Para quienes no comparten estas creencias el film resultará pretencioso, aburrido y cuestionable. Solo Olivia Spencer demuestra que puede hacer de todo papel una creación.
Adiestramiento religioso y golpe bajo Basada en el best-seller del escritor canadiense William Paul Young, La cabaña (The Shack) es una metáfora cristiana de mal gusto que roza lo bizarro. Una historia cargada de golpes bajos y diálogos torpes cuya única finalidad es bajar línea religiosa al espectador como si en vez de una película se tratara de una secta. Hace más de 100 años el filósofo alemán Frederich Nietzsche declaraba que Dios había muerto. Parece que Stuart Hazeldine (Exam, 2009), el director de La cabaña (The Shack, 2017), no leyó al teutón. La cabaña es una intención de convertir al espectador en creyente. Con diálogos vacíos, hallables en cualquier libro de autoayuda, la película cuenta la historia de Mack Phillips (Sam Worthington) un padre de familia tipo con tres hijos divinos, auto, casa y perro. El combo capitalista se completa con su amada y fiel esposa Nan (la inexpresiva Radha Mitchell). El problema comienza cuando Mack se va de camping con sus hijos y Missy, la menor, desaparece. Hasta ahí lo que podría ser el comienzo de una historia de suspenso interesante, se va diluyendo en una espesa nube de religiosidad, disparada por un golpe bajo contado de manera muy torpe y nada original. El sufrimiento del protagonista principal no solo es poco creíble sino que parece sacado de una película Clase B, junto con todo el argumento de lo que precede. Luego de pasar un tiempo alcoholizado y con una barba de dos días, Mack afronta una búsqueda espiritual cuando le llega una carta firmada por el mismísimo Dios. ‘El Barba’ lo convoca en una cabaña en medio del bosque. El disparador es original pero está tratado con tan poca gracia que no conseguiría conmover ni a un niño de tres años. Los diálogos, orientados todos en el adoctrinamiento del espectador, conviven entre las preguntas básicas y respuestas vacías. El personaje de Dios Padre o ‘Papa’, como le dicen en la película, interpretado por #Persona,3057] recuerda al de La Pitonisa de Matrix (1999), pero sin calidad argumental se desarma. Resulta irritante el tono amistoso con el que convocan los personajes de Jesús (el turco Avraham Aviv Alush) y Sarayu (la japonesa Sumire Matsubara) cuando intervienen en cualquier diálogo con el protagonista principal. La cabaña parece destinada a un público cristiano que considera a la Santísima Trinidad como una posibilidad real de salvación eterna. Entre tanta inestabilidad narrativa y sectarismo, logra destacar en pocas intervenciones el papel de Tim McGraw (The Blind Side, 2009) como el mejor amigo de Mack. McGraw, que también es una megaestrella de la música country estadounidense, también se encargó de la banda de sonido que tal vez sea lo más rescatable, si algo se puede salvar de la imposición moralista del director. Una ficción mal contada no tiene posibilidades de conmover a nadie. No hay mucho para decir de una película que se obliga a hacerlo por decreto y vende el dolor como si fuese un combo de fast-food. El espectador debe llorar y debe salir creyendo en ese Dios Todopoderoso que en palabras de Nietzsche, ya murió hace mucho tiempo.
Afrontar con nobleza hasta el más profundo dolor. Basada en un best seller religioso de William P. Young se estrena este jueves La Cabaña con la dirección de Stuart Hazeldine y guión de John Fusco. Desde mis años de estudiante de audiovisuales siempre me apasionó los temas relacionados con la fe -y sus milagros- dentro del espacio más terrenal posible. Si bien hay muchos films que se animaron a esa temática, vuelve a re-aparecer el deseo de poder visualizar y tratar de entender que hay más allá de todo. Eso que todos los mortales, y pienso hasta los más escépticos (los que no creen) seguramente en algún momento se cuestionaron. ¿Qué hay más allá de la vida? Pedir que una película de respuesta a semejante pregunta sabemos que sería imposible, pero digamos que La cabaña hace un logrado intento. Se le pueden criticar un sinfín de cosas a la cinta. Como que está orientada a una clase social media alta, apartando casi obviando los niveles de pobreza que abundan en el mundo, con un visible intento por evangelizar, o cuando minimiza en pocos segundos de proyección los grados de agresión-guerra-muerte que vivimos. Pero volvamos, es cine. Y el cine es entre otras cosas, mejor dicho, digamos que es fundamentalmente entretenimiento. Y este film hasta logra por momentos llevarte a la emoción. Porque está bien dirigida, porque tiene un muy lindo reparto y porque la historia te va llevando a espacios donde en el fondo anhelamos, punto de absoluta felicidad. Donde todo tiene una respuesta, donde los que amas -que ya no están en este plano- están en un mejor lugar. Para pensar, para meditar, para respetarnos, para intentar ser mejores y por varios “para” más la recomiendo. Si necesitas un poco de paz interior en tu vida animáte a conocerte y a conocer a Dios en La Cabaña sin olvidar que, aunque el mensaje esté manipulado, no deja de ser un largometraje.
El sentido de la vida, la fe y la esperanza. “¿Quién le va a creer a un hombre que dice que pasó un fin de semana en una casa con Dios?”, se pregunta una voz en off al comienzo de La cabaña, en lo que es también una involuntaria evaluación filtro para el potencial espectador. Si la respuesta es “yo no”, urge advertir que las más de dos horas de metraje se volverán irrisorias, cuando no francamente insoportables, y que sería conveniente buscar una propuesta alternativa en la cartelera. Si, en cambio, la inclinación es hacia el “sí”... Bueno, quizá este vía crucis por el ideario y la simbología cristiana lleno de alegorías bíblicas pueda volverse módicamente reconfortante, al menos en términos espirituales. Porque la película de Stuart Hazeldine (El examen) tiene como única virtud la honestidad intelectual de nunca aspirar a ser algo distinto de lo efectivamente es: un panfleto religioso hecho y derecho, un panegírico sobre las bondades de Dios –siempre en mayúsculas– encarnado en la salvación de un hombre que se cuestiona los límites de su fe a raíz de un hecho trágico. Basada en un libro de William Paul Young que lleva vendidos más de seis millones de ejemplares en todo el mundo desde su publicación en 2009 y al que Wikipedia cataloga como uno de los grandes exponentes del género “novela cristiana”, La cabaña gira pura y exclusivamente alrededor de Dios, a quien en los primeros veinte minutos se lo nombra no menos de una docena de veces, dado que todos los personajes son presentados en situaciones cuyo eje es Él. O “Papá”, como le dicen cariñosamente Mack Phillips (Sam Worthington) y su pequeña hija, una suerte de mini Flanders que cree que las estrellas brillan cuando Dios está escuchando plegarias y que no duda en interrumpir una charla para pedir que por favor vayan a rezar con ella. Tan buena es la nena, y tan poco sutil la mecánica doctrinaria del relato, que se vuelve evidente que algo va a pasar. Y lo que le pasa es que desaparece en pleno campamento, lo que pondrá patas para arriba todo el andamiaje eclesiástico del resto de la familia Phillips, sobre todo de Mack. Hasta que recibe una carta de Dios en su buzón con una invitación a la cabaña del título, la misma donde la niña murió años atrás. El hombre duda e incluso tiene la sensatez de pensar en la posibilidad de una locura galopante, pero va. Y encuentra a Dios –no, no es Morgan Freeman; el honor recae aquí en Octavia Spencer–, al Hijo y al Espíritu Santo. La cabaña no ahorrará planos a contraluz ni imágenes brumosas para ilustrar el aire beatífico del ambiente, marco ideal para que se afirme que, efectivamente, Dios siempre está con una oreja dispuesta y, de paso, ilustrar algunas de las situaciones más famosas de la Biblia. El buenazo de Mack aprovechará el fin de semana para largas peroratas sobre el sentido de la vida, la fe, el amor y la esperanza, siempre expresándose mediante el lenguaje figurado y metafórico de una sesión de autoayuda. El costado milagroso del asunto es que hayan logrado arrancarle dos o tres lágrimas a Worthington, que acá está menos creíble que siempre.
La cabaña: la peor manipulación emocional Hasta en el mundo de las películas pensadas para el público cristiano esta adaptación de una difundida novela resulta una anomalía. Supera todos los límites tolerables en materia de manipulación emocional, al obligarnos a ver de la manera más obscena el calvario de una encantadora niñita, presentada deliberadamente de un modo encantador para que se haga más insoportable luego el dolor de su secuestro y muerte. Igual de gratuito resulta el camino de perdón y purificación por el dolor de su padre, sometido por una suerte de Santísima Trinidad new age a una cura espiritual desde un espacio más cercano al confort terrenal que a la pretendida trascendencia del relato.
Remitente: Dios Un padre que descree de Dios recibe una carta, donde lo invita a encontrarse en la cabaña donde enterraron a su hijita. Dios está en todas partes, pero a Mack lo atiende en una cabaña. El protagonista (Sam Worthington, sí, el de Avatar) recibe en su buzón una carta sin sobre que se la deja Dios. No hay pisadas en la nieve, y la invitación al hombre que reniega del Supremo es encontrarse en la cabaña donde encontraron el cadáver de su pequeña hijita. No es La cabaña una película para incrédulos. Tampoco para aquellos que tienen una imagen predeterminada de Dios. Porque en el filme de Stuart Hazeldine Dios es mujer, es negra y la interpreta Octavia Spencer (ganadora de un Oscar por Historias cruzadas). Adaptación del best seller de William P. Young The Shack en el original, se centra entonces en un hombre descreído que realiza un mágico tour por su conciencia, entabla diálogos con Dios, Jesús y el Espíritu Santo en su búsqueda precisamente espiritual, con muchas preguntas y varias respuestas. Ver para creer, Mack podrá caminar sobre las aguas y, no menos sorprendente, aprenderá a perdonar al hombre que asesinó a su hijita, la pequeña que llamaba Papá a Dios. El principal problema con La cabaña es que los diálogos están escritos como si se tratara de un libro de autoayuda. No es la película de tono evangelista, en la que la redención del pecador o de aquel individuo que la pasó mal, consigue salir adelante gracias al amor de Dios, pero en muchos aspectos se le parece. Poco convincente cuando todo lo que trata es realmente trascendente.
Cuando un film eterno se convierte en un infierno En los '80, Walter Hill filmó el primer guión de John Fusco, "Crossroads", con Ralph Macchio dispuesto a apostar su alma al demonio por el blues en un increíble duelo de guitarras contra el diabólico Steve Vai. Ahora Fusco escribe otro drama místico pero se trata de un encuentro sobrenatural mucho más luminoso pero menos logrado que aquel film de culto. En "La cabaña" un hombre que acaba de sufrir una tragedia devastadora recibe una extraña carta con una invitación de Dios para reunirse con él en una cabaña. El resultado, lamentablemente, es un auténtico bodrio del infierno. Y es que aún reconociendo que el guión de Fusco no es precisamente inspirado, lo que termina de condenar este engendro es la monótona dirección de Stuart Hazeldine. En otras manos el material hubiera potenciado algunos pocos puntos imaginativos y el humor surgido de la original personificacion de la Santísima Trinidad con la que se encuentra el protagonista. Pero salvo un par de toques de buen humor espiritual eficaces, todo se derrumba casi desde el principio de la proyeción. Y eso del "silencio de Dios" bergmaniano aquí no se aplica en absoluto, ya que el film es una sucesión de diálogos incesantes y obvios. La vida eterna debe ser algo maravilloso, pero una película mala que se hace eterna sin duda es un castigo tremendo. Otro error es no haberla estrenado en alguna efeméride, ya sea Semana Santa o el Dia de los Inocentes.
El drama dirigido por Stuart Hazeldine pone a un padre atormentado por su pasado y doliente por la pérdida de su hija a “sanar” en una cabaña en donde un Dios manipulador es el anfitrión. Hay un par de preguntas que quedan flotando en la cabeza apenas uno termina de ver La cabaña. Una es: ¿realmente hace falta esta película? Pero es una pregunta que queda contestada en algunos de los interminables minutos de su metraje. Hay una escena en la que alguno de los avatares de Dios, la Sabiduría, le señala a Mackenzie (el protagonista interpretado por Sam Worthington) que uno no puede juzgar el bien o el mal en base a los intereses personales. Quizás esta película esté haciendo falta en alguna comunidad religiosa que quería ver sus ideas llevadas a la pantalla con actores de alto rango, o en los bolsillos de algunos productores que vieron un filón posible en la necesidad de la gente de recibir –incluso desde el cine– algo que palie el dolor de estar vivos, de vivir sin sentido, algo que ofrezca un placebo de orientación. La otra pregunta es quién financia una película así: un pasado filicida explica un agujero negro de culpa en la vida de Mackenzie. Como si fuera poco, una vez que su vida alcanza la cota del éxito norteamericano promedio (mujer rubia, casa de dos plantas, camioneta, hijos por todas partes), el guionista le hace sufrir una de esas pérdidas insoportables, una de esas pérdidas que solo la existencia de un Dios personal y preocupado podría ayudar a procesar en el breve tiempo de un filme. Y así sucede: Dios le escribe una carta invitándolo a un fin de semana en una cabaña, para que mediante dos o tres rudimentarias ideas ético-religiosas aprendidas a fuerzas de golpes bajos y trucos penosos que están muy por debajo de las capacidades mágicas de Hollywood, Mack supere su marasmo emocional. Para escenificar toda esta estafa moral, el director propone una de las variantes del más allá más pobres que uno pueda imaginar: una edulcorada fantasía entre evangélica y líquida de un Dios buena onda, infinitivamente preocupado, manipulador, machista (es una mujer todo el tiempo, pero para la tarea más delicada aparece en forma de hombre porque “hace falta un padre”) que nos muestra La cabaña. Insignificante desde lo visual, retorcida en su bondad chantajista, simple en sus ideas sobre todo (el duelo, el bien y el mal, y etcétera) no hay razones para no rechazar la invitación a La cabaña, la firme quien la firme.
Un hombre destrozado porque su hijita fue aparentemente asesinada en una oscura cabaña recibe un mensaje para volver a ese lugar. Vuelve y una señora afroamericana que quizás sea Dios, le muestra cosas que podrían llevarlo a la comprensión y la sanación espiritual. Un larguísimo, manipulador y cursi refrito de autoayuda que genera más bronca por su impostura religiosa que risa por sus imágenes de póster. Proselitismo cristiano y nada más.
La cabaña es la adaptación de uno de los recientes fenómenos literarios que surgieron en los Estados Unidos en los últimos años. La novela homónima de William P. Young presenta una historia de contenido religioso que se editó de manera independiente en el 2007. El boca en boca de los lectores fue tan grande que el libro en poco tiempo terminó en la lista de best-sellers más famosas de ese país y hasta Stephen King citó la obra en su novela corta Un buen matrimonio, incluida en la colección Todo oscuro sin estrellas. La versión para cines de esta propuesta, como suele ocurrir con muchos filmes del género, trabaja temáticas interesantes pero su fallida ejecución atenta contra el atractivo que podía haber tenido el argumento. La trama se centra en la crisis de fe que vive un hombre tras la trágica muerte de su hija pequeña, quien habría sido víctima de un asesino serial. A través de una misteriosa invitación que recibe un día en su casa, el protagonista se encuentra en una cabaña con la Santísima Trinidad, quienes lo ayudarán a sanar su dolor y reconciliarse con Dios luego de la pérdida que sufrió. La película aborda temáticas como la crisis de fe y el perdón con una superficialidad abrumadora, a tal punto que La cabaña está más cerca de los libros trillados de autoayuda norteamericanos, más que una propuesta de corte espiritual. El mensaje que brinda se limita al concepto de que "si crees serás feliz el resto de tu vida" y el mundo espiritual es más complejo que esa idea. Especialmente para las personas como el protagonista que vivieron una tragedia perturbadora. Una crisis de fe no se resuelve en un fin de semana como propone este film, que utiliza el melodrama y la música para manipular de manera descarada las emociones del espectador. En el tercer acto, cuando el personaje de Sam Worthington se relaciona con la Santísima Trinidad, La cabaña se convierte en un tedioso sermón religioso que extiende la historia de un modo innecesario. Otro gran problema de esta producción fue el casting del protagonista. Worthington demostró que se desenvuelve bien como héroe de acción en filmes como Avatar y Furia de titanes, pero sus limitaciones como actor genera que esta clase de roles dramáticos le queden demasiado grandes. El actor nunca llega a ser creíble en los momentos más intensos de esta historia y termina muy opacado por el resto del elenco. Muy especialmente por Octavia Spencer (lo único destacable de este estreno), quien brinda una amena interpretación de Dios. En la trama se explica por qué Dios adopta una encarnación femenina, algo que enardeció a los fundamentalistas cristianos en Estados Unidos. Tal vez la novela original, que no leí, sea más interesante pero la versión para cines de La cabaña es una película superficial que busca con recursos trillados la lágrima fácil de los espectadores.
Muchas preguntas surgen mientras se está visualizando este producto que apunta a un grupo de espectadores cautivos. Algunas pueden resultar demasiado superfluas. ¿Cuál será el motivo que filmes de clara intención religiosa, de bajada de línea sobre la importancia de la fe, denostan para su realización, los elementos más claros del lenguaje cinematográfico, su conjugación o ensamble, montaje, arte (fotografía e iluminación específicamente), diseño de sonido, etc.? No incluyamos al solemne guión literario, mayormente demasiado infantil y pueril, ni al técnico de manual, menos a los diálogos, estos están al servicio de la intencionalidad del producto. En este ejemplar de mal cine, hasta podría tener una lectura bastante peligrosa, que se establecería en la delgada línea que intenta instituir entre el perdón y la justificación de determinados actos humanos, que no deberían acceder, en mi opinión, a ninguno de los dos. ¿Tienen alguna significación los nombres elegidos? En cine se dice que nada es casual, tampoco le demos vueltas ya que esto sea cine es una casualidad, pero… El nombre del personaje principal es Mack, Phillips (Sam Worthington), lo cual hace referencia directa a los camiones de fabricación yankee, (hay camiones en la película); Su esposa Nan, podría leerse como un acrónimo de “Not a number” traducción “No es un numero”. En realidad el personaje de Nan (Radha Mitchell) por su poco desarrollo e incidencia nula en la trama del filme no deja de ser un número. El apellido es Phillips, y esto me hace referencia directa a que todo está iluminado, o que se hizo la luz, o como quiera denominarlo, pero estaríamos entrando de lleno en la película. Otras preguntas. ¿Porque los personajes se comunican verbalmente entre ellos en espacios abiertos y en soledad, casi susurrando? Todo lo que transcurre en la tres cuarta parte de la pelicula podría entenderse como un delirio místico postraumático, o un sueño profundo, y no entramos en categoría de interpretación, esto mismo está expresado por uno de los personajes. En realidad es el narrador de la historia, Willie (Tom McGraw), el mejor amigo del protagonista de la historia, quien nos cuenta que lo conoce desde hace años, su amigo es quien ha tenido una vivencia de estar dos días encerrado con Dios en una cabaña (la imagen muestra la cabaña, claro). Pero cualquier cuento tiene un principio, o debería tenerlo. Después todo cierra en contradicción con la apertura, pero quién se acuerda luego de más de dos horas de sufrimiento. Nuestro héroe es en realidad un sujeto que a los 12 años de edad sufre en su marco de referencia de la violencia familiar ejercida por el padre, y el único acto afectivo que recibe es el de una vecina que para mitigar su sufrimiento le convida con pastel de manzana. Que tampoco es sin sentido. Sin embargo decide hacer justicia por mano propia en defensa de su madre y de él mismo. Corte. Títulos. La vecina después vuelve, la única de ese periodo. Comienza la historia 30 años después, Mack es padre de familia, todos muy devotos, él no tanto, circulando por el “american way of life”. Tres hijos, Josh (Gage Munroe), el mayor, está con un pie fuera, teniendo sus primeras experiencias con su sexualidad (hetero, claro como Dios manda), Kate (Megan Carpentier) es una adolescente todo dulzura, cercana a Heidi, y Missy (Amelié Eve), la pequeña, es casi un clon de Mafalda en versión yankee clase media. Todo anda sobre rieles hasta que la tragedia toca la puerta de la familia, el derrumbe que se produce en Mack es inmedible, la culpa se hace presente, el remordimiento no deja en paz. Eso mismo que le sucede a Mack, en Nan es nada. Hasta que una mañana recibe una carta de Dios, invitándolo a la cabaña donde se descubrió la tragedia. Lo que sucede a partir de aquí es del orden de un voyerismo insoportable, por la complacencia predicadora, evangelizador, en la que nos interna el texto. Mack se encuentra con una triada, la triada. Papa (Ocatavia Spencer), el nombre con el que la familia Phillips se refería a Dios, Jesús (Avraham Aviv Alush), Sarayu (Sumire Matsubara) algo así como el espíritu santo. Impasse necesario. El actor que interpreta a Jesús es israelí, de origen semita, y tiene el nombre del primer patriarca judío, (¿no es genial?), el espíritu santo está encarnado por una mujer japonesa de origen mongoloide, (siempre lo supuse masculino, al espíritu santo, digo), Dios es negro y nuestro héroe es caucásico. Las principales razas están representadas en este pastiche. También habrá tiempo para la presentación de la sabiduría, encarnada por la representante latinoamericana Alice Braga (Sophia, ¿si ella es la sabiduría, quien no querría tenerla?, y otra versión pero en masculino de Papa en la piel del actor indoamericano Graham Greene. Volviendo. En este encuentro, es que Mack será llevado, por la triada de manera alternada o conjunta, a recorrer el camino hacia la redención, la minimización de la culpa y el perdón, como concepto y estilo de vida. Perdonar y perdonarse. ¿? Pero todo realizado con demasiada alegoría misionera, el problema principal a nivel de estructura narrativa no es lo mencionado sino su impronta infantil. Tampoco lo son los mal llamados rubros técnicos, planos generales de espacios de una belleza “celestial”, la fotografía de tonos cálidos, empáticos, y la música redundante sobre los mismos cánones terminan en su conjugación con el discurso, abrumando. Lo cual instala lo que podría denominarse, el “leitmotiv” de la producción, el goce devoto dentro del género dramático. La selección de actores es impecable, hacen lo que pueden con lo que tienen y/o les marcaría el director debutante, no se les puede pedir otra cosa. PD: Una intriga personal. La actriz australiana Radha Mitchell que se hiciera conocida para el gran público en “Ultima llamada” (2002) y “Hombre en llamas” (2004), esta siempre igual, no envejece. ¿Habrá hecho un pacto con alguien?
Mal actuada, mal escrita, llena de palabrería religiosa y sentimentalismo barato para buscar la lágrima fácil. Aléjese de esta película. Si algo le encanta a la sociedad norteamericana blanca y cristiana es reafirmar su fe y sermonear al resto del mundo que no comparte sus valores sobre la importancia de la religión para llevar una vida plena y diversos tópicos similares. En este marco, año a año salen cientos de productos culturales (entendidos como música, literatura, shows de TV y películas) destinados a ese público específico, único target que puede ser verdaderamente interpelado por su mensaje. El exceso de palabrería religiosa, sentimentalismo barato y golpes bajos hacen imposible que cualquiera de estas biblias disfrazadas como arte puedan conectar con el público general (sea o no religioso). Mack Phillips (Sam Worthington) es un hombre común y trabajador que vive feliz con su familia blanca, hermosa, pura y fervientemente católica —para ilustrar este último punto: su esposa le dice “Papá” a Dios. Sí, para nada psiquiátrica la señora—. A pesar de esto, la relación entre Mack y Dios no es del todo buena, no le da mucha bola a la religión y las excursiones semanales a la Iglesia son simplemente por acompañar a la familia en su ritual más que para adorar al etéreo soberano todopoderoso. Su simple pero feliz vida se ve sacudida cuando su hija más pequeña es secuestrada por un peligroso hombre en el medio de las vacaciones familiares. Después de una larga búsqueda por parte de la policía, encuentran el vestido ensangrentado de la niña en una ruinosa cabaña en los bosques de Oregon —hasta ahí existe material para un gran thriller, pero no—. Mack se sumerge en la depresión y cuatro años después de esta tragedia el vinculo con su familia se desmorona cada día un poco más. Un día Mack recibe una misteriosa carta firmada por “Papá” que lo invita a visitar la cabaña donde su hija pequeña fue asesinada y vaya a saber que otras cosas terribles le hicieron, el Señor es un copado bárbaro. Ahí en esa cabaña Mack se encontrará con un pequeño pedazo de paraíso, será recibido por la Santísima Trinidad y ellos le enseñaran el valor de la vida, el amor, la religión, la familia y bla, bla, bla. También descubrirá más de sí mismo, sobre como fortalecer su relación con Dios y aprenderá a perdonar. No se va a andar con rodeos a la hora de decir que La Cabaña es una muy mala película. Y no solo por los sermones bíblicos y la profunda carga religiosa que inunda cada línea de diálogo en la película. El film termina de consagrarse como un desastre debido a su pésimo guion y sus actuaciones decididamente malas. Ver a Sam Worthington intentando llorar y mostrarse triste, susurrando durante toda la película y recitando sus líneas con la emoción de Droopy leyendo la guía telefónica terminan de enterrar esta producción para el olvido. Octavia Spencer hace lo posible con un guion que claramente está muy por debajo de su talento. La familia de Mack son el colmo de la inverosimilitud tanto en su faceta de perfectos y felices como cuando están divididos, tristes y destrozados por la muerte de su integrante más joven. Un festín de golpes bajos, sensiblería berreta y mucho catolicismo metido con calzador para conmover a los fans del Papa. Vas a salir de la sala pidiendo que Dios mate a tus hijos para que te convierta en una mejor persona. Imperdible éxito para toda la familia.
“The Shack”, o como llega a nuestro país “La Cabaña”, es la adaptación del best seller de William Paul Young, una película que hace ver más allá. Aunque al nombre y a la trama se las asocie a un pasaje bíblico, apela a quienes son de mente amplia y profunda, porque no evoca a personas cercanas a la Iglesia, sino que aborda a la espiritualidad, el ojo interno que enlaza todas las condiciones de la vida con certeza interna. Ante acontecimientos desgarradores, la crisis de fe se hace presente, hace revisar y cuestionar tus creencias más íntimas. Una búsqueda de qué es la fe, la confianza, la convicción, si lo que crees en tu corazón te seguirá ayudando en los momentos difíciles. ¿Dónde está Dios en un mundo lleno de indescriptible dolor? Si se supone que el todo poderoso nos ama y está lleno de amor, ¿por qué permite que sucedan hechos tan atroces? La historia comienza con Macken Phillips (Sam Worthington), con una infancia marcada por el dolor de un padre alcohólico y golpeador, quien acude a un representante de la Iglesia para ser albergado, comprendido. Pero éste traiciona toda convicción de Mack, impulsandolo a tomar una decisión sobre los hechos de violencia que sufría, dejando así una huella imborrable sobre su fe. Con el correr del tiempo logra una buena vida, un hogar encantador; una hermosa esposa Nan (Radha Mitchell), que a pesar de su corta aparición juega un papel fundamental; tres hijos Kate (Megan Charpentier), Josh (Gage Munroe) y la pequeña Missy (Amélie Eve), con una sabiduría singular en diferentes pasajes del film. Pero el sufrimiento vuelve a tocar a Mack cuando en un viaje familiar Missy desaparece. Ante la evidencia del asesinato de la niña, el padre reaccionará rebelándose frente a Dios, ante lo que considera una radical injusticia. Cuatro años después en medio de su desolación, recibe una sospechosa nota, al parecer procedente de Dios, invitándolo a regresar al lugar donde sucedió todo, durante un fin de semana. Contra toda la razón, acude al encuentro, en busca de darle sentido a la gran tristeza. En sus horas más oscuras, llega al borde de perderse, mediante la presencia de la Santísima trinidad, en destacadas actuaciones de Padre/Elouisa (Octavia Spencer) “la elegida”, Hijo/Jesús (Avraham Aviv Alush) y el Espíritu Santo, Sarayu “Río sagrado o tiempo ventoso” (Sumire Matsubara). Allí surge la reconciliación y el perdón que llevan a comprender y sanar La Gran Tristeza. Una gran obra literaria llevada de forma audaz y certera a la pantalla grande. Los escenarios idénticos de la historia, sus personajes y modo de ser causan un inmenso impacto. Los simbolismos tomados del libro están excelentemente plasmados y oportunamente ubicados en la trama, respetando el espíritu de la novela. En esta travesía se muestra que tras el inmenso dolor siempre se descubre algo bueno, que reflexionar es trascender, y que a pesar de que la vida no puede estar ajena de dolor y sufrimiento se puede tener una mirada misericordiosa. Una muerte siempre es la antesala de un nuevo nacimiento. Dios da libre albedrío, las cosas malas no pasan porque las merezcamos, sino por malas decisiones que toma el ser humano. Estamos en un mundo donde existe la maldad, y el solo hecho de estar vivos estamos expuestos a él. “ Missy – Pero si Dios ya está con nosotros, qué le importa si llegamos tarde a la iglesia?” Nuestros pensamientos deben ser retados, cualquiera sea nuestra creencia o religión. Muchas veces las respuestas de la gente se basa en temor, por eso la cinta nos lleva a dejar que nuestro corazón salte los abismos que crea nuestra mente, rompiendo convicciones estructuradas en uno, y mostrando un entendimiento más hondo entre la soberanía de Dios y la responsabilidad del hombre. Un camino de dolor, perdón y redención, tres palabras en el orden exacto para la transformación personal. “Nunca estás tan solo como piensas”. Una llamativa puesta en todo sentido, un drama que sin duda alguna hará que salgas de la sala con una perspectiva de la vida distinta a la inicial y que quizá te transformen tanto como a Mack. Puntaje: 5/5