Roberto (José Mota) supo ser un creativo publicitario exitoso, pero ahora está desempleado y debe mantener a su familia. Luego de una fallida entrevista laboral, decide volver al hotel en donde pasó la luna de miel con Luisa (Salma Hayek), su esposa. Grave error. Primero, descubre que donde estaba el edificio ahora hay un museo. Segundo, dentro del lugar tiene un accidente en el que termina con una vara de hierro clavada en la cabeza. Nadie se atreve a sacarlo, ya que podria ser mortal. Pronto tendrá a su alrededor periodistas, curiosos y empresarios inescrupulosos, con quienes Roberto tiene en mente sacar provecho de la situación para ganar algo de dinero...
Luck of My Life Spanish filmmaker Alex de la Iglesia’s black comedy La chispa de la vida (2011) is context-dependent (heavily so) and situation-driven rather than a study in human character and individual traits. Set against the background of the socioeconomic crisis hitting Spain and Europe, La chispa de la vida is another step-by-step guide on how to overcome (and get caught in the grip of) unexpected events. Although perfectly consistent with De la Iglesia’s trademark humorously dark take on solemn matters, La chispa de la vida, as said before, cannot be viewed in isolation, out of context, as it is built upon the economic crisis and joblessness sweeping Spain’s workforce. What De la Iglesia’s dark comedy does, perhaps, is provide soulful empathy with the victims of a crackup that’s more financial than economic, as the Occupy Wall Street and the indignados movements seek to prove. Roberto Gómez (José Mota) is an out-of-work publicist who has been on the dole for two years. To better picture the situation, Argentine audiences ought, perhaps, to look back to 2001 and 2002, when an economic crisis of unprecedented proportion hit the country with no hope of fast recovery or amelioration. Just like Pablo in Andrés Paternostro comedy La boleta, Roberto hops from job interview to job interview, CV in hand, coming home every night empty-handed and faking high spirits before wife and kids. In “As luck would have it” (the English-language release title of La chispa de la vida), Roberto suffers an absurd accident at the site of a recently discovered and restored Roman circus. After a teeth-grinding stunt fighting for his life, Roberto lands in the circus arena, but he is not home and dry, not exactly. Roberto lands on his back in a piece, but an iron rod is stuck in his head. As the culture authorities find themselves unable to inaugurate the restored Roman circus (which would have served their political plans to perfection), Roberto engineers a scheme to make the best out of his life-threatening situation. Just like any good publicist would do, Roberto engages the services of an agent to strike a lucrative deal with a TV network for a live broadcast of his crucifixion and hislast words before he goes to Heaven. Roberto’s fatal head wound has caught the world’s attention, just like the 33 trapped Chilean miners had a couple of years back. As Roberto’s agent wisely and cruelly cracks, the only problem with the Chilean miners’ case (for a profit-making opportunity, that is) is that they eventually came out alive. Roberto (fabulously performed by José Mota) is well aware that opportunity will not knock on his door twice, and that this is his one and only chance to secure financial protection for his wife (Salma Hayek) and their children, soon to go to college. The ensuing media circus surrounding Roberto’s plight provides De la Iglesia with the kind of material he expertly translates into mordant irony and ethical dilemma. For De la Iglesia’s hordes of staunch fans, La chispa de la vida will prove intelligent, sardonic entertainment, but non advocates of his backbiting, thought-provoking humour will probably be left wanting for a more original and less moralizing finale.
Brainstorming, medios y urgencias financieras El director bilbaíno Álex de la Iglesia construye una comedia dramática que mezcla realidad con ironía, sucesos concebidos tanto desde la naturalidad de lo cotidiano como desde un flanco satírico, poco sutil y misántropo hasta la médula. La chispa de la vida hace alusión al eslogan que Roberto (José Mota) ideó para una exitosa campaña publicitaria. Un creativo que en la actualidad del film se encuentra tan desocupado como desesperado. Tras una frustrada entrevista laboral, intenta recordar gratos momentos de su vida al visitar el lugar donde pasó su luna de miel. Al arribar allí, se encuentra que el establecimiento ha sido reemplazado por un museo. Recorriendo erróneamente las ruinas del sector, sufre un accidente al incrustarse una barra de hierro en la cabeza, quedando inmovilizado hasta el aproximamiento de la prensa y médicos especializados. El director vuelve a dejar huellas de sus particulares pisadas fílmicas: comienza recurriendo al humor negro para remarcar el carácter tragicómico de las situaciones, sin dejar de lado una interesante y sarcástica crítica al papel vil y demoníaco de los medios de comunicación, cuyo olfato goleador parece percibir siempre a tiempo el acontecimiento más desdichado a fin de dar la nota, la primicia y reinar en el rating. La película se deja ver gracias a la calidad técnica y a actuaciones creíbles, funcionando cuando no se invoca en exceso a instancias tan mordaces como reiterativas, siendo en esos momentos donde la narración parece hundirse peligrosamente en un mar de vulgaridades. El problema de La chispa de la vida radica en la dificultad para encontrar un remate; mientras los minutos avanzan y el drama parece dejar atrás todo elemento agotador de tanta quemada socarronería, el desenlace se muestra de forma tan repentina como sustancialmente reprochable. LO MEJOR: la primera mitad de la cinta. La filmación, la mano del director. Algunos pasajes que resultan cómicos. LO PEOR: la apelación constante e iterativa a la comedia negra, a veces innecesariamente. El final. PUNTAJE: 5
La chispa de la vida es una muy buena propuesta para disfrutar de punta a punta que mantendrá al espectador entretenido no sólo por la temática, sino que también por la puesta en escena y su dinámico ritmo. Una historia que aunque no quieras te hace reflexionar sobre la crudeza de los negocios en los medios y sobre las personas ajenas a los mismos que son capaces de...
La espectacularización del morbo Alex de la Iglesia toma como punto de partida la crisis española y realiza una crítica a los medios y a la sociedad en general. Con un elenco extraordinario y los toques de humor típicos de este director, La Chispa de la Vida es otra prueba del buen momento que está atravesando el cine español gracias al talento de un cineasta excepcional. Roberto (Jose Mota) es un publicista que como otros miles de compatriotas se encuentra sin trabajo. Nadie parece recordarlo por ser el creador de la publicidad “La chispa de la vida” de Coca-Cola. Su esposa Silvia (Salma Hayek) es el sostén que le da fuerzas para seguir adelante. Luego de otra decepcionante entrevista de trabajo en la que De la Iglesia retrata el delicioso mundo corporativo, José decide ir al hotel donde pasó la noche de bodas junto a Silvia pero resulta que ahora el lugar se ha convertido en un museo. Un paso en falso y sufre un accidente que lo dejará al borde la muerte. Ahora, José idea un plan para sacarle provecho a su desgracia y salvar su economía. Y comienza el show. El director aprovecha cada situación para incluir alguna situación cómica en un drama inusual pero lo central aquí es la espectacularización de la noticia que supera cualquier límite ético: Roberto se convierte en un producto al que hay que explotar como sea. Y el primero en entender eso es el mismo protagonista. La imposición de un producto, tener una entrevista exclusiva y hasta un posible reality show son los planes que el representante de Roberto tiene en mente. De la Iglesia hace un fresco sobre el tipo de noticias que consumen las grandes masas. No importan las razones que llevaron al protagonista al borde de la muerte sino el ahora y el morbo que despierta la desgracia ajena. Como en toda la filmografía del español, los actores secundarios tienen un papel preponderante en el desarrollo de la trama. Blanca Portillo interpreta a una restauradora sin escrúpulos que hará lo posible para salvar al patrimonio de la ciudad y no a un habitante, mientras que Carolina Bang será la periodista con códigos que ayudará a la familia caída en desgracia. Antonio de la Torre y Santiago Segura también son de la partida y sus respectivos aportes realzan un elenco extraordinario. La chispa de la vida no sobresale en la filmografía de De la Iglesia pero se rescata por retratar de manera fiel las miserias humanas que emergen de una tragedia y de cómo la espectacularización del morbo puede servir para tapar la realidad de miles.
Atrapado en su propia trampa Luego de aquella gran y ambiciosa aventura épica que se llamó Balada triste de trompeta (2010), y de su anterior paso por Hollywood con Los crímenes de Oxford (The Oxford Murders, 2008), Alex de la Iglesia vuelve a sus orígenes con La chispa de la vida (2011): una película con su particular sentido del humor, que transcurre en un específico escenario y con una fuerte crítica a la sociedad española. Alex de la Iglesia sabe cómo atrapar al espectador. Y lo hace primero atrapando a su protagonista. Roberto Gómez (José Mota) está desesperado en la España asediada por la desocupación. Tal situación de encierro y desesperación es llevada al extremo por el director de La comunidad (2000) con su particular sentido del humor negro (muy negro en este caso). Roberto, su criatura, queda literalmente atrapado cuando su cabeza es incrustada por un hierro que lo inmoviliza. Si se mueve puede morir, si se queda la prensa hará un show mediático de su desgracia. Su oficio de publicista le permitirá hacer dinero de la poca dignidad que le queda, mientras que su familia (Salma Hayek interpreta a su mujer) tratará de evitar tal exposición. Desde Crimen ferpecto (2004) que Alex de la Iglesia no ofrece un relato tan cínico sobre la sociedad española y sus miserias. Y lo hace con su particular estructura narrativa al convertir un hecho pequeño en un evento cinematográfico, utilizando todos los recursos del cine para sorprender y envolver a la platea. Como Roberto, el espectador no tendrá escapatoria y accederá a los vericuetos de la historia, asistiendo a todas sus miserias del protagonista y de la sociedad a la que pertenece. La chispa de la vida trae como tema el crudo momento que atraviesa la sociedad española con la desocupación. Y es en tiempos de crisis donde la dignidad y miserias humanas se ponen en juego, parece decirnos el film. Estructurada como una tragedia griega pero sin perder el tono desopilante que caracteriza a su director, la película hace su retrato social. No por nada el protagonista es publicista y queda atrapado en un museo donde se encontraron restos de la civilización española. En tal aspecto, puede criticársele a La chispa de la vida la explicitud utilizada para explicitar su mensaje, pero es justamente tal efectismo el que permite dar un discurso directo al espectador, atrapándolo y enfrentándolo a sí mismo, con los mismos recursos que usan los medios para persuadir a su audiencia. Dicen que las grandes películas son aquellas que desde una historia particular pueden hablar de un tema universal. Se puede debatir si es o no una gran película, pero no puede negarse la efectividad de La chispa de la vida para trasmitir un relato sólido al público. Y eso ya es mucho.
Sin chispa y sin vida Qué triste derrotero el de Alex de la Iglesia. Director fundamental del cine español de los años ’90 con films como Acción mutante y el Día de la Bestia, mantuvo el interés por su obra hasta La comunidad o crimen ferpecto. El presente lo encuentra con su segundo estreno comercial del año en las salas argentinas (luego de la reciente Las brujas), que en este caso se trata de su penúltimo largometraje y uno de los peores de su carrera. Un creativo publicitario (José Mota) lleva dos años sin trabajo y, pese al apoyo irrestricto de su entusiasta y bella esposa (Salma Hayek), es un alma en pena, algo así como el estereotipo del español caído en desgracia. Tras una (otra) entrevista de trabajo fallida, sufre un improbable accidente (queda con su cráneo clavado al piso por una estaca de hierro en posición de crucifixión en medio de un anfiteatro), y pronto se convertirá en un freak, una víctima, un mesías y una estrella mediática del periodismo sensacionalista. El problema central es que el film no es divertido, inteligente ni provocativo (y resulta incluso bastante conservador en su reivindicación de la familia como refugio ante los males de este mundo): se toma demasiado en serio para ser una mirada absurda y su crítica social (con la crisis económica de fondo) es siempre obvia, subrayada y hasta torpe. Otro paso en falso de un cineasta con talento y destreza narrativa, pero que desde hace bastante tiempo viene en picada. Esperemos recupere el ímpetu, la creatividad y la audacia de su primera época.
"Álex recargado" Dos años después de su estreno en varias partes del mundo llega a nuestro país este interesante trabajo del gran Álex de la Iglesia, quien este 2013 vino a presentar a Buenos Aires su más reciente producción “Las Brujas de Zugarramurdi”. A diferencia de aquella propuesta, en donde casi todo giraba en torno al mero entretenimiento, en “La chispa de la vida” tenemos la oportunidad de ver el lado crítico, reflexivo y ácido de un director que tiene desde hace ya unos años voz y peso propio en la industria del cine a nivel internacional, aunque por decisión personal decide no dejar de lado nunca su querida España. Por ese motivo, y teniendo en cuenta también el contexto en el que se filmó esta película, “La chispa de la vida” refleja de forma muy acertada (y en ciertos puntos hasta divertida) la crisis económica que empezaron a sufrir los españoles en el 2011, como así también el rol crucial que juegan los medios de comunicación a la hora de reflejar tragedias u acontecimientos drásticos que inmediatamente se vuelven sucesos mediáticos. De hecho, los protagonistas de esta película mencionan constantemente el accidente de los 33 mineros ocurrido en Chile ese mismo año, burlándose de forma eficaz del tratamiento mediático y la fama que consiguieron, gracias a este, los sobrevivientes de dicho evento. “La chispa de la vida” sigue los pasos de Roberto Gómez (interpretado por José Mota), un publicista desempleado que busca desesperadamente trabajo para volver a insertarse en el medio y poder darle a sus hijos la posibilidad de estudiar en la universidad. Un día de esos, en lo que todo le sale mal, Roberto decide bajar un par de revoluciones y se dirige al hotel donde pasó hace ya unos años la noche de bodas junto a su esposa Luisa (Salma Hayek) para hacer una reserva en ocasión de la celebración de su aniversario. Una vez allí se encuentra con que el hotel es ahora un museo arqueológico de alto interés cultural para la zona y desgraciadamente termina sufriendo un accidente que no solo impide la presentación oficial de las instalaciones por parte de sus encargados, sino que también da inició a un raid mediático de escalas impresionantes que solo busca lucrar con el morbo y la tragedia de lo que le sucedió a Roberto. Con algunos pasajes de comedia, y otros en donde simplemente se vale de contar esa cara de la realidad que muchos desconocen (o quieren desconocer) acerca de la forma en que operan los medios de comunicación, Álex de la Iglesia da cátedra de como entretener y hacer reflexionar al espectador con una historia simple y realista que ofrece varias aristas interesantes para analizar. Desde el aprovechamiento político (en nuestro país sobran los ejemplos), la cobertura mediática que termina desvirtuándose muchas veces en noticias cada vez más intrascendentes (nuevamente, aquí abundan los casos), la crueldad con la que los medios convierten a las víctimas en personajes famosos para su propio beneficio y el increíble nivel de caradurismo y oportunismo plagado de poca solidaridad que tienen todos aquellos actores que se ven involucrados en un tragedia, Álex de la Iglesia los atiende a todos con un film que critica de forma tan ácida como voraz el rol de los medios de comunicación en la vida cotidiana. Por eso si con “Las Brujas de Zugarramurdi” de la Iglesia se proponía que pases un buen momento dentro de una sala de cine, con “La chispa de la vida” lo que busca es que reflexiones y empieces a entender la verdad oculta detrás de las cámaras, como así también las intenciones de aquellos que se erigen como los dueños de la verdad. Un Álex despiadado y enojado funciona mucho mejor que cualquier otra valoración u análisis que puedas obtener de los medios hoy en día.
Alex de la Iglesia cierra el año de estrenos en Argentina. A principios de noviembre nos llegó su película de producción 2013, Las brujas. Y ahora, con atraso (se presentó en España a fines de 2011) se estrena La chispa de la vida . El tema general, de fondo, es la crisis económica española. Roberto, un publicitario desempleado, casado y con hijo e hija adolescentes, busca trabajo, pero no lo consideran ni en aquellos lugares que manejan sus amigos (o mejor dicho esos que se beneficiaron de su idea para un comercial de Coca-Cola hace años, cuando era muy joven). Por un capricho no muy bien armado del guión (del guionista de Tango & Cash ), Roberto sufre un accidente en la inauguración de un museo, que se crea en función de unas ruinas romanas descubiertas en Cartagena (Murcia). José queda paralizado y su salud comprometida en medio de un anfiteatro. Los símbolos están claros: un anfiteatro romano, un "pobre cristiano" y los medios de comunicación como las fieras, con las que Roberto intenta jugar el juego del dinero y la fama efímera, pero fulgurante. Uno de los implicados, un intermediario carroñero, está interpretado con gracia maligna por Fernando Tejero, y a él le toca la mejor frase de la película (la de los mineros chilenos). De la Iglesia apunta sus cañones (no del todo sutiles) hacia la televisión como dañina omnipresencia y a la frivolidad que él observa y describe en la sociedad española. Hay una clave para entender el fastidio del director con su país: Luisa, el personaje de la mexicana Salma Hayek, que hace de mexicana. El suyo es el personaje crucial, por más que Roberto (José Mota) esté más tiempo en pantalla: Luisa es el punto de referencia de la película, Luisa es la que puede dudar y en quien recaen las decisiones de peso moral, Luisa es la que no ha sido cooptada por la desesperanza cínica. La película oscila entre una farsa por momentos superficial, pero siempre veloz -y con varios aciertos en los diálogos, sobre todo cuando muestran los dientes- y un melodrama social que domina la estructura general. Tenemos los empresarios exitosos y frívolos (y obscenos), los medios inmersos en la cretinada mayúscula (claro, con alguna excepción en la zona de menor estrellato), los políticos y funcionarios hipócritas y provincianos (claro, con alguna excepción en la zona de menor jerarquía). De la Iglesia vuelve a demostrar su capacidad para exponer muchos personajes y describirlos velozmente en pocos minutos, y para que la narración fluya sin problemas. El trabajo fino con las ideas nunca ha sido su fuerte y la película flaquea por ese lado, pero cada vez que amenaza con volverse irrelevante la rescata la enorme convicción que pone en juego Salma Hayek, una actriz de un aplomo fuera de lo común, de una mirada lo suficientemente intensa como para hacernos creer que los componentes melodramáticos aquí presentes son mucho menos adocenados de lo que realmente son.
Un alegato en contra de la crisis española Retrasado estreno el de La chispa de la vida, producida en 2011 entre Balada triste de trompeta y la más reciente Las brujas. Las razones para la dilación pueden ser muchas, pero lo cierto es que, a diferencia de esas otras dos películas, no hay aquí ninguno de los excesos, en el buen y el mal sentido, que suelen caracterizar al cine del vasco De la Iglesia. De hecho, se trata casi de una pieza de cámara, relegada en gran parte de su metraje a un solo escenario y concentrada en una única línea narrativa dispuesta en “tiempo real”. Al mismo tiempo, es uno de los films más serios en la carrera del director de El día de la bestia y La comunidad. No es que no haya aquí apuntes satíricos ni humor, que los hay y en buenas dosis. Pero en esta historia acerca de un creativo publicitario sin trabajo (en paro, para usar el españolismo correspondiente) y su bizarro accidente, De la Iglesia entrega una de sus películas más circunspectas a la fecha, casi un alegato en contra de los males económicos que acechan a su país y a una parte de Europa. Lo cual, en este caso, no es algo positivo, sino todo lo contrario. La falta de gracia de todo el asunto se adivina ya en las primeras escenas, cuando Roberto Gómez (José Mota), otrora exitoso publicista caído en desgracia, desayuna junto a su esposa Luisa (Salma Hayek). En el rutinario diálogo que se establece entre ambos, en la perezosa forma en la cual De la Iglesia utiliza el plano y contraplano, en el énfasis en la coyuntura económica que atraviesa España, dispuesta en forma de gruesa alegoría, resulta claro que La chispa de la vida no será un relato de caligrafías sutiles e imaginación. La visita a unos colegas en busca de empleo no será fructífera y el guión lo llevará de Madrid a Cartagena, en busca de algo inasible que nunca podrá recuperar. Pocos minutos después, Roberto estará inmovilizado en una obra en construcción, una parte de su cabeza y cerebro atravesados por un fierro, pero milagrosamente vivo y plenamente consciente. Y su vida a punto de cambiar para siempre. De allí en más, el film se transforma en un desfile de personajes (familia, amigos, conocidos, periodistas, políticos, médicos, policías y demás), cada cual en su propio juego y bien tratando de sacar el máximo provecho de la situación o de minimizar los costos del accidente. Entre ellos el propio Roberto, quien verá rápidamente la posibilidad de sacar una buena tajada económica de la eventualidad, morbo televisivo mediante. La crítica al circo mediático, obvia y trillada, es de tan baja estofa que bien podría formar parte de un programa de chimentos en el cual se discutiera su propia voracidad. Peor aún es el tono didáctico y perentorio que adopta De la Iglesia, tal vez por primera vez en su carrera, reservando el personaje de Luisa y algún que otro papel secundario como reservorios de ética arquetípicos en un mundo desvencijado en su tejido moral. Si la misantropía desmesurada de los últimos films del realizador puede molestar por su impronta de falsa provocación, el paternalismo condescendiente de La chispa de la vida no hace más que confirmar ciertas sospechas de agotamiento de un ciclo en su filmografía. Tal vez ambas miradas, en principio antitéticas, no sean otra cosa que las dos caras de una misma moneda.
Esta sátira social de ALEX DE LA IGLESIA resulta una interesante película aunque de tono menor dentro de su esplendida filmografía. Hay humor negro claro, y referencias a la cultura pop, pero es una de las historias más serias de todas las pergeñadas por el director vasco. Aquí no existe el clima festivo, típico de su cine, pero hay buenas actuaciones, un decorado que funciona como metáfora de la tragedia humana y el circo mediático (todo ocurre en las ruinas de un anfiteatro romano) y un buen manejo de la tensión dramática, que redondean esta correcta producción, que merecía una oportunidad en las salas nacionales.
El que, a esta altura, te garantiza algo parecido a una tortura cinematográfica es el cineasta antes conocido como Alex de la Iglesia. Calculo que su paso por la Academia de Cine le habrá producido algún tipo de daño cerebral profundo porque de otra manera no se explica el bajón enorme de su carrera. Si bien ya hace rato que no hacía grandes películas (¿desde LA COMUNIDAD, que tampoco es la gran cosa?), con LA CHISPA DE LA VIDA llega a un nivel de berretada inesperado, porque la película está mal en cosas que uno da por sentado que el realizador puede hacer bien: cierto sentido del ritmo, actuaciones intensas. Acá ni siquiera está eso. El filme un tontera que quiere denunciar las miserias de las cadenas televisivas y de la gente que le entrega su vida a ellas y que termina explotando esas mismas miserias que supone denunciar. En este caso, todo empieza a partir de un accidente freak que le ocurre a un hombre sin trabajo en un lugar público que, parece, no sólo convoca a los medios de todo el mundo sino que hace que los diarios se editen a las 11 de la noche cuando la supuesta “gran noticia” está en pleno desarrollo. La odiosa película de los payasos era insoportable, pero al menos era personal y tenía sangre. Esta, ni eso, es tan calculada como el accidente del José Mota que protagoniza este esperpento… Y, por favor, ya no pongan más titulares de diarios con punto final en las películas. No existen, nadie lo hace, presten atención un segundo nada más. No es tan difícil…
Es una película distinta de Alex de la Iglesia que comienza en el humor negro y termina en el drama, que apela a las críticas feroces sobre lo mediático y las exigencias del mundo actual pero que también quiere ir, sin lograrlo demasiado, por cierta ternura por un caso extremo. El de un hombre sin trabajo, un publicista que tiene un accidente por el cual no lo pueden mover sin poner en riesgo su vida, que aprovecha el revuelo de su caso para lograr dinero, con representante incluido.
Una historia actoralmente solida y narrativamente empática que se queda corta. Entre la excepcional Balada Triste de Trompeta y la muy entretenida Las Brujas de Zugarramurdi, Alex De La Iglesia se despachó con esta peculiar fabula sobre la desesperación del desempleo y la inhumana hambre mediática. ¿Cómo está en el papel? la-chispa-de-la-vida-jose-motaRoberto, un creativo publicitario desempleado, tras fallar por enésima vez en un entrevista de trabajo, decide recordar tiempos mejores y va al hotel donde pasó la luna de miel con su esposa. Al llegar encuentra que el Hotel ya no está y en su lugar esta un museo –cercano a las ruinas de un antiguo coliseo– a punto de ser inaugurado. Al querer escapar del maremágnum de periodistas que están ahí con motivo de la inauguración, tiene la mala fortuna de caer sobre una enorme grilla de metal, de la cual una barreta se le clava en la nuca. Entre los paramédicos que no pueden sacarlo de ahí sin que se desangre y el enorme circo mediático que se arma alrededor de dicha cuestión, Roberto se valdrá de sus argucias como publicista para explotar el incidente en su beneficio y poder proveer a su familia. La película, aunque no está exenta de alguna que otra humorada y alguna que otra liviandad, es una gran odisea temática, despiadadamente critica sobre el desempleo y la fama mediática a cualquier precio (Cabe destacar la inteligente maniobra de situar la trama en las ruinas de un circo romano). Pero muy en el centro es la historia de un hombre cuya desesperación le está haciendo ver el éxito y el fracaso como si de la vida y la muerte se tratara; solamente para encontrarse en una encrucijada en donde lo que antes tenía un sentido metafórico, ahora adquiere un violento sentido literal. Si bien hace un despliegue contundente en donde queda al descubierto lo peor de los seres humanos –con alguna que otra pizquita de lo mejor, pero solo una pizquita–, sumado a un muy buen ritmo narrativo y una tremenda empatía con el protagonista, uno no puede evitar sentir que la película se queda corta; que se quedo solamente en su exposición temática. Nos dice cosas que ya sabemos. Que duelen, si. Que nos hacen reflexionar, definitivamente. Pero eran cosas que uno ya sabía antes de entrar en la sala. La falta de una conclusión por ese costado, no hace más que contribuir a que la resolución argumental, por cerrada que esta sea, se sienta como poco satisfactoria. ¿Cómo está en la pantalla? Alex De La Iglesia ofrece un despliegue visual impresionante, y un montaje de precisión quirúrgica; siempre al grano, no sobra ni una escena. Encuadra su cámara casi siempre en la cara4-Fernando Tejero & Salma Hayek de su protagonista para que sintamos no tanto el cómo experimenta el circo mediático, sino de la desesperación que lo motiva a generarlo. En el apartado actoral, brillan sus protagonistas, Salma Hayek y José Mota. La película descansa íntegramente en los hombros de ellos. Su química es estable y perfectamente creíble. Pero brillan mejor por separado, y más incluso cuando uno opaca al otro cuando el guion se los exige. Conclusión Una historia que aunque posee una indudable calidad técnica y actoral, tenía los suficientes elementos y la suficiente carnadura dramática para ofrecernos algo mejor que simplemente rectificar que “el hombre es el lobo del hombre”.
De la Iglesia con otro film incisivo "El público quiere una copa de champagne, y yo en cambio le di un vaso de vinagre". Así explicó Billy Wilder el fracaso de su película de culto "Cadenas de roca" ("Ace In A Hole", también conocida como "The Big Carnival"), con Kirk Douglas como un reportero tan desalmado que, cuando un pobre tipo queda atrapado en una mina, influye todo lo posible para demorar su rescate y poder exprimir la noticia a su máxima potencia. Alex de la Iglesia aprecia tanto ese extraordinario vaso de vinagre como para homenajearlo en esta "Chispa de la vida", prácticamente una reelaboracion de la premisa de aquel film, con apuntes de la comedia negra ciento por ciento española al mejor estilo de Luis Garcia Berlanga el de "El Verdugo"-. Más apuntes de actualidad en la era de los indignados, más algún guiño a la odisea de los mineros chilenos. El asunto es que según esta nueva pesadilla tragicómica del director de "La comunidad", el creativo que acuñó el slogan más famosos de todos los tiempos, "la chispa de la vida", hace rato no tiene trabajo y ni siquiera aquellos a quienes hizo millonarios le reconocen su aporte fue un logro colectivo, dicen-. Peor aun, buscando el hotel de su luna de miel para mantener la chispa de su matrimonio, se encuentra con que el lugar fue arrasado por una excavación arqueológica. El disgusto empeora seria y gravemente cuando irrumpe con toda la furia en medio de la maravilla arqueológica: el antihéroe termina con un hierro clavado en el cráneo, sin que los médicos lo puedan mover ni un centímetro para llevarlo al quirófano ya que el menor cambio en la posición del hierro podria provocarle una muerte instantánea. La situación, sin embargo, es perfecta para que el genio creativo de "La chispa de la vida" se convierta en una estrella mediática en un último intento por sacar algo productivo de su talento publicitario. Aquí se aprecia un Alex de la Iglesia con algo muy concreto que decir, tanto como para asumir un tono más moderado que el de desmadres memorables como "Balada triste para trompeta" o la más reciente "Las brujas" que por algún motivo se estrenó en los cines argentinos antes que esta producción anterior-. José Mota no será Kirk Douglas, pero sostiene cada escena de la película. Y Salma Hayek, que interpreta a la esposa del publicista, ofrece uno de los mejores trabajos de su carrera (dan ganas de que De la Iglesia la junte con Carmen Maura en algún proyecto futuro). Una vez que la trama se instala casi definitivamente en las ruinas del anfiteatro romano donde sucede el accidente que le ofrece la última chispa de vida al protagonista, De la Iglesia se divierte pensando cómo extraer los mejores y más imaginativos planos de la imponente locación. A partir de ese momento el film se transforma un "tour de force" formal, con muchos puntos en común con otros del director, por ejemplo "Crimen ferpecto" y "El dia de la Bestia". Parece escrito por el propio De la Iglesia, pero el guionista es Randy Feldman, autor de bodrios antológicos como "Tango & Cash", tal vez la peor película con Stallone. Hay una referencia "jevi" metal a "El dia de la Bestia", y es que "La chispa de la vida" marca el reencuentro de De la Iglesia con un productor fundamental en su carrera, Andrés Vicente Gómez, el hombre serio detrás de "Perdita Durango".
El triunfo del cinismo A lo largo de toda su carrera -y más allá de tropiezos estrepitosos como Perdita Durango o Los Crímenes de Oxford- Álex de la Iglesia se ha mostrado como un director talentoso y conocedor del oficio, capaz de manejar la puesta en escena y los tiempos del relato para generar suspenso y humor (elementos centrales en sus obras) de manera muy efectiva. Pero este manejo formal nunca fue acompañado por una visión o punto de vista que termine de completar ese círculo al que todo film debe aspirar. La Chispa de la Vida vuelve a poner de manifiesto -y de manera muy clara- estas características. Por un lado, tenemos un manejo impecable de la puesta en escena en su aspecto superficial. Difícil resulta cuestionar la puesta de cámara o algún travelling. Es más, mucho de ellos son muy elogiables (por ejemplo, hacia el final, cuando se decide la suerte del protagonista, De la Iglesia emplea un travelling elegante que evita el golpe bajo y el exceso de sentimentalismo). Sin embargo, hay algo que falta. O que sobra, mejor dicho: cinismo. Aquí es donde está el problema de La Chispa de la Vida y de la filmografía del director vasco en general. Su visión no es la de un pesimista, sino más bien la de un cínico. Y para peor, la de un cínico profesional...
El show de Roberto Roberto (José Mota) es publicista con dos años de paro (como le dicen en España a estar desempleado). Casado con Luisa (Salma Hayek), y acuciado por urgencias económicas y con el autoestima destruida, se juega su última esperanza a una entrevista de trabajo con un amigo exitoso al que ayudó tiempo atrás (mucho tiempo atrás) en una campaña de Coca-Cola. Pero cuando va a la entrevista, impulsado por su mujer, todo resulta en un espanto. Tanto que termina con un fierro calvado en la cabeza (ver para creer). De ahí en más, todo el film gira sobre ese terrible accidente que lo deja crucificado, pero vivo. Aparecen los medios, los intereses políticos, los empresarios inescrupulosos. Todos ellos presentados de una manera tan exacerbada que anulan el verosímil, diluyendo lo que podría haber sido una situación para reflexionar, o mínimamente, entretener. El director de La Chispa de la Vida es Álex de la Iglesia, un adepto a lo deforme, por lo que no sorprende el tono de la película. Pero en algún punto, Álex olvidó que su cine funcionaba porque las exageraciones perturbaban, colando lo siniestro del ser humano mientras él se dedicaba a contar una historia. Desde hace unos años su cine se lee de manera rudimentaria, apoyado en torpes metáforas y el trazo grueso, diluyendo la bella acidez que solía destilar. En La Chispa de la Vida hay cinismo y sátiras sobre muchos temas: la crisis española, la explotación de los medios, el morbo del público, el negocio por encima de la humanidad. Y ninguno de ellos es tocado de una manera interesante u original. Es tan obvio todo lo que sucede, y tan risible (de la mala manera), que uno termina creyendo que debe haber una vuelta a todo lo que sucede en pantalla. Pero no. Álex no deja que los espectadores pueden encontrar en la historia y sus personajes ideas respecto al estado de las cosas o de las personas. La oscuridad latente en los seres humanos no es ninguna novedad en su cine, pero verlo expuesto de manera burda, señalando cada conducta y mostrando qué feo es el mundo, anula lo que desea exponer. Entiendo que el film es un absurdo, otra no queda. Pero existe tal grotesca arbitrariedad en los comportamientos (potenciado por las actuaciones) de sus personajes que uno queda perplejo ante lo que sucede en la pantalla, preguntándose si la película va en serio en cuanto a “denunciar” el estado del mundo (o al menos de España) o si, sin quererlo, le salió un ejemplo cinematográfico de ese deterioro. Como si de El Show de Truman (Peter Weir, 1998) o Él es Edtv (Ron Howard, 1999) se tratara, todo gira en torno a la vida (y muerte) de este hombre desempleado y de los intereses económicos que se mueven por venderlo como un producto. Situación a la que se presta el propio Roberto entendiendo que la vida es lo único valioso que puede entregar en este cruel mundo actual. Una idea no del todo carente de sentido, pero que llega con tantos años de atraso y expuesta de una manera tan grosera, que uno se pregunta qué pasó con aquel director de las geniales Muertos de Risa, El Día de la Bestia y La Comunidad. Quizás en su caso, estar un
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Con los medios de su lado El film de Alex de la Iglesia cuenta la historia de un hombre que quedó sin empleo y decide exponer sus miserias en la televisión. Una obra con menos desbordes y más incisiva. Por esas cosas de la distribución, La chispa de la vida, el film de Alex de la Iglesia de 2011 llega a la cartelera argentina después de la última película del director vasco, que tuvo su estreno mundial hace menos de dos meses. Y si bien desde este mismo medio se señaló que Las brujas comenzaba con una mirada irónica sobre la empobrecida España –con el robo en la Puerta del Sol a cargo de un grupo de desesperados, buscas disfrazados de estatuas vivientes– para luego desbarrancar en una narración caótica, La chispa de la vida es más humilde y a la vez más compacta, una obra mucho más coherente e incisiva. Cuando todavía no se había explicitado con tanta claridad la crisis europea y en particular cómo afectaría a España, De la Iglesia fijó su feroz mirada sobre el ajuste, la desigualdad y la desocupación, con un relato que tiene como centro a Roberto (José Mota), un publicista sin empleo que sufre un accidente y decide explotarlo mediáticamente para salir de la miseria. Con una barra de acero clavada en la cabeza en un lugar que muchos años atrás fue el hotel donde pasó su luna de miel junto a su esposa Luisa (Salma Hayek), Roberto es descubierto por un guardia que lo graba con su celular, mientras que la víctima empieza a planear cómo sacarle partido a su situación –su imagen como crucificado es tan obvia como potente–, en una situación donde en definitiva se demuestra que casi nadie puede escapar del perverso juego de conveniencias que friccionan contra lo correcto y las decisiones morales. Con la participación de Hayek, que dadas sus limitadas condiciones ofrece una ajustada composición de la esposa del desesperado, la película tiene varios puntos de contacto con Cadenas de roca de Billy Wilder. Pero si en el film de 1951 se ponía en el centro del relato la voracidad de los medios, La chispa de la vida cambia el eje de la mirada. Es Roberto, herido en un accidente pero por sobre todo víctima de un sistema injusto, el que conoce la lógica de la televisión y decide utilizar a los medios en su provecho, en un sálvese quien pueda triste y patético. Sin embargo, dentro de la narración, el director deja un espacio decisivo para dar cuenta de la dignidad de algunos, que todavía sostienen con la palabra y las actitudes que no todo se puede comprar. Un relato lleno de humor, absurdo y esperanza de un director irregular que en su penúltima película logró dominar sus desbordes habituales.
¿Alex de la Iglesia dirigiendo una historia del guionista de Tango y Cash? Loco, pero real. Randy Fedelman, quien brindó una de las más grandes buddy movies ochentosas que se hicieron en Hollywood con Stallone y Kurt Russell fue responsable de este interesante film del director español que realizó en el 2011 y recién ahora llega a los cines argentinos. En este caso se trata de una historia que a través de un bizarro conflicto de ficción retrata la terrible crisis de desempleo que viene afectando a España en los últimos años. Se trata de una muy buena remake, no oficial, del clásico del Billy Wilder, El gran carnaval (Ace in the Hole), que protagonizó Kirk Douglas en 1951. La historia plantea el mismo conflicto, con la diferencia que Alex de la Iglesia no se limitó a filmar un refrito burdo, sino que adaptó la propuesta con su estilo personal de contar historias. En este caso le dieron una vuelta de rosca a la trama. En la película de Wilder un periodista en desgracia explotaba en los medios la historia de un hombre atrapado en una cueva para resucitar su carrera. En esta versión en cambio es la víctima del accidente quien decide explotar a los medios para sacar un redito comercial. El conflicto por una lado es una radiografía de lo que se vive en muchas ciudades de España con la crisis ecomómica que atraviesa el país y durante la primera mitad del film el conflicto juega mucho con el humor negro, que es una especialidad del director. Una película muy loca porque durante buena parte de la trama hay diálogos desopilantes y situaciones absurdas y luego gira abruptamente para el drama con algunos momentos fuertes. La película en España sorprendió por el trabajo del protagonista José Mota, quien en ese país es un conocido cómico de la televisión y acá estuvo a cargo de un rol dramático. Salma Hayek también se destaca con su interpretación que me atrevería decir es de lo mejor que hizo en el cine dese Frida. Lo que me gustó de esta película es la manera en de la Iglesia sostiene la tensión del retrato con bastante suspenso, donde logra construir muy bien la intriga sobre el desenlace del conflicto. No creo que sea recordada precisamente como una de las producciones esenciales del director, pero si te gustan sus trabajos la vas a pasar bien con La chispa de la vida y merece su visión.
Con gran atraso llega a las salas la anteúltima cinta de Alex De la Iglesia “La chispa de la vida” (España, 2011), una película que trae una reflexión acerca del consumo de TV en el siglo XXI y como éste afecta a las decisiones sobre cómo nos vemos en la vida real. “La chispa…” erige una reflexión en clave de comedia dramática de un fenómeno que hace unos años se viene potenciando: los reality shows y la TV basura. Porque muchos dicen que no ven este tipo de TV, pero lentamente el formato avanza sobre todos los espacios tradicionales de ficción y no ficción. Acá esta Roberto (José Mota), un publicitario freelancer desocupado que pasa sus días tratando de volver a vender un jingle para mantener a su familia. Su mujer (Salma Hayek) lo apoya en sus diarias búsquedas de trabajo pero sabe que crisis española mediante todo se complica. A Roberto le da mucha vergüenza no encontrar un nuevo empleo. Un día, deprimido, muy, y con todas las intenciones de sorprender a su mujer, que lo sostiene todo el tiempo, visita un viejo hotel en el que tuvo su luna de miel con ella hace veinte años. Al llegar se encuentra con que ese hotel no existe más y en el lugar hay unas ruinas de un coliseo. Se escabulle en ellas por una puerta y accidentalmente cae en picada de espaldas sobre un enrejado de perforación arqueológico. La prensa, que estaba asistiendo a una muestra en el lugar lo ve (quien no puede moverse porque está clavado-literal- en el enrejado) y lo convierten de la nada en la noticia del día. Roberto ve su oportunidad de conseguir sus quince minutos de fama y de algo de dinero para su familia. En la TV hay un programa de chimentos y “cotilleo”(como le dicen en España) llamado “Rumore, Rumore” (el programa de chismes más famoso), y quiere salvarse vendiendo su entrevista exclusiva. Este es sólo el punto de partida para que Alex De la Iglesia reflexione de manera inteligente sobre la actualidad de la sociedad y cómo la TV BASURA la atraviesa y la influye. La dirección, precisa, y sin estruendos, a los que nos tiene acostumbrados, logra el timing yla precisión para que “La chispa…” funcione. Destaca la sobresaliente actuación de Salma Hayek, como esa mujer que a toda costa acompaña hasta el último momento a su marido-noticia del día. Algunas preguntas que se desprenden del visionado de “La chispa…” ¿Hasta qué punto se puede exponer la vida privada de un ser humano? ¿Los quince minutos de fama deben ser explotados al máximo? ¿Quién debe determinar lo deseable/no deseable en la pantalla? ¿El público? ¿Los programadores? ¿Los empresarios? No es de lo mejor de la filmografía de De la Iglesia, pero sirve para reflexionar sobre qué queremos hacer como sociedad y cómo nos reflejamos en los medios. Interesante.
Horas desesperadas En La chispa de la vida (esta película es anterior a la ya estrenada Las brujas), Alex de la Iglesia organiza el relato a propósito de los problemas laborales de hombres adultos que supieron tener buenos trabajos y están desocupados o a punto de serlo. La película no sólo da absoluta visibilidad al problema del empleo de estos mayores de 40, sino también a la trama familiar que está implicada y a la ruptura de una lógica ética o moral que la desesperación puede promover. Apostando a la comedia disparatada, De la Iglesia presenta a un creativo publicitario que ha estado sin trabajo por un tiempo prolongado y cuya situación financiera es ya desastrosa, peligrando la estabilidad de su familia feliz y unida. Negada toda posibilidad laboral por sus antiguos colegas y amigos, un infortunio mientras buscaba reencontrarse con un pasado feliz, lo pone a las puertas de la explotación económica de su situación a través de los medios masivos. Así, inmovilizado pero consciente, negociará con cadenas de medios entrevistas, fotos o lo que fuera, con tal de aprovechar una situación insólita para obtener el dinero deseado. Esta cuestión transita el esquema de revisión de la ética laboral ante la desesperación. El relato ubica la cuestión en conflictos laborales de hombres adultos de clase media acomodada, sin hacer referencia directa a la crisis económico-financiera presente en España y en gran parte de Europa. De la Iglesia termina cambiando el tono de comedia satírica por un drama convencional e impone un desenlace moralista, que se resume en el plano final, congelado, del personaje que parece cargar con una épica moral insobornable, aún cuando el mundo de los medios, las finanzas y los negocios parece haber derrumbado cualquier límite en ese orden. Allí, en el enfrentamiento entre buenos y malos, radica el orden del mundo que organiza el talentoso Alex de la Iglesia. La impresionante primera hora de la película, ácida y cuestionadora, incluso del deseo innegable del hombre clasemediero, cede ante el discurso moral y la figura del sujeto insobornable al cambio de era que representa su mujer.
Arranquemos por lo importante... Es una peli del genial "Alex de la Iglesia" pero "por encargo", o sea, no tiene el espíritu de "Las Brujas", ni de sus anteriores. ¿Se deja ver? Sí, claro, pero por momentos se torna un poco asfixiante, sobre todo porque la ultima hora transcurre en un mismo set. José Mota es lo más destacable de la historia, creíble y con momentos geniales, mientras que Zalma Hayek, digamos que acompaña pero muy desbalanceada, no le creí nada. Una crítica absoluta a la televisión y al morbo que algunos accidentes generan, "La Chispa...", es para ver y disfrutar por el simple hecho de que Alex está detrás de la cámara.
Hace mucho, mucho tiempo, Billy Wilder realizó un film llamado El gran carnaval, donde un minero quedaba atrapado en una posición de fácil rescate y un periodista en la mala lo utilizaba para montar una operación gigantesca que lo devolviese a la fama. La chispa de la vida es, en gran medida, una remake, salvo que el punto de vista esta vez es el del hombre atrapado y el trasfondo, la crisis económica que atraviesa España. La diferencia también reside en que el humor de Álex de la Iglesia es más salvaje y repentino que el de Wilder, pero el problema básico reside en que la historia se vuelve alegórica, que su potencia satírica se vuelve crueldad y que las lecciones que debemos extraer de la situación nos estallan en la cara con una evidencia demasiado notable. Es una pequeña hazaña del guión que la negrísima posición en la que queda el personaje mantenga nuestro interés, pero para ello -también- debe el film volverse derivativo, en ocasiones sin rumbo, en busca de una tragedia anunciada. De la Iglesia multiplica las peripecias y los pequeños sketches para estirar el momento, un poco como los mismos personajes de la historia, aunque no siempre resultan pertinentes. Las perfectas actuaciones y buenas líneas de diálogos equilibran el panorama y permiten que el mensaje llegue a la audiencia, aunque sea algo que ya hemos visto y escuchado, y que quizás al ir al cine no tengamos demasiadas ganas de volver a oír.
Ética televisiva o dignidad de cine Con su desenfado habitual, el español Alex de la Iglesia logra en La chispa de la vida uno de los mejores comentarios sobre la crisis, el oportunismo televisivo, y la desesperación. Por ahora, en Rosario se la puede ver en DVD. Qué afortunado golpe de suerte y de efecto bienvenido poder ver las dos últimas películas del español Alex de la Iglesia como estrenos simultáneos en dvd. Su última producción, Las brujas (2013), tuvo estreno comercial -así como una lista enorme de Premios Goya pero, así las cosas, sólo una semana de exhibición en las salas de la ciudad. Mientras que La chispa de la vida (2011), si bien con estreno en Buenos Aires el pasado diciembre, no tuvo oportunidad alguna en Rosario. Paradojas, dada la reciente visita fílmica del realizador a la ciudad, con el encargo del documental sobre el futbolista Lionel Messi bajo el brazo. La chispa de la vida tiene a su director en la mejor forma posible; esto es, pleno de ironía, desborde, ingenio y tinte malicioso. Más aún cuando se trata de hacer foco en el mundo del periodismo, de los medios, de la publicidad; ámbitos donde, se sabe, el cine también es parte. Pero el cine es capaz de ser artístico y, nada menos, reflexivo. Vale decir, nunca la televisión tuvo -ni tendrá la autocrítica que el cine ha manifestado. O también, nunca la televisión podrá decir sobre sí lo que el cine ha dicho sobre ella. El referente inmediato es esa obra maestra que se titula Cadenas de roca (Ace in the Hole, 1951), del extraordinario Billy Wilder. En España se la conoció como El gran carnaval. Ambos títulos dicen sobre lo que en el argumento anida, donde Kirk Douglas, un periodista en declive, reencuentra la posibilidad del suceso en un hecho desgraciado, con un hombre atrapado en una cueva, a punto de desmoronarse. El infortunio será reconvertido en noticia y se tirará de su cuerda hasta más no dar. Allí donde el límite amenace con evidenciar lo que se ha trastocado y, honor para el cine, reflexionar sobre la ética o, justamente, su ausencia. Como siempre, hechos posteriores han culminado por dar la razón al arte (o a su intuición): la tragedia y rescate de mineros en Chile fue uno de los programas televisivos más cercanos ?más delirantes al planteo manifestado por Wilder. Queda en el lector agregar casos similares. La chispa de la vida propone un diálogo con aquel film, pero también con lo que inmediatamente le rodea. Ahora se trata de un desempleado, de un hombre desesperado, sin lugar social (José Mota), a quien el infortunio hará su presa. Mientras visita un museo -casi como víctima del atropello ciudadano, mientras recuerda con angustia otros tiempos, otras sensaciones-, la puerta que no debía abrir, el pasillo por el que no debía caminar, le llevan a una caída casi mortal, con una vara de metal incrustada en su cráneo, imposibilitándole movimiento alguno. Como si fuese un suicidio. Familia, prensa y publicistas, ocuparán progresivamente el espacio, rodeándole, atosigándole, con él como figura de un interés concéntrico que creía perdido. El ámbito donde yace es histórico, está en refacciones, y posee intereses económicos en juego. Un lugar que es semántica bisagra entre un proceso histórico en el que inevitablemente se cuela la inmediatez de los tiempos actuales, con una sociedad excitada, en crisis, devota del sensacionalismo. En otras palabras, lo que finalmente aparece como lugar de encuentro preferencial, como reina natural del suceso, es la televisión. Con sus luminarias de cartón pintado, de conductor televisivo empresario, con cachet impresionante, capaz de manejar los contenidos más imbéciles -aún en las situaciones sociales más críticas- como la dieta diaria que la ciudadanía exige. Tal exigencia, tal necesidad de ser visto o vista en televisión, no es el dato menor, sino el acento dentro de la puesta en escena de De la Iglesia. Es la misma víctima, el mismo antihéroe, quien pide a gritos por las cámaras, quien ve allí la posibilidad de ser la estrella fugaz del momento, su carta de triunfo para -acá lo mordaz, lo brillante- el bienestar de su familia (donde Salma Hayek interpreta a su esposa). Hay contratos que el tiempo exige firmar con rapidez, porque el pobre está a punto de morir, o tal vez no. Pero la televisión nada regala, y lo que es noticia debe atravesar el proceder monetario. Y él, allí clavado, casi un Cristo sarcástico, en procura de agilizar trámites, de que las cámaras le tomen en medio de todo ello y no le pierdan de vista, de que la sensibilidad de los espectadores despierte y le acompañe, mientras los anuncios publicitarios se entremezclan con sus frases estúpidas. Porque el desdichado sabe de esto, lo conoce muy bien, dado su cariz de hombre de la publicidad, dueño no reconocido de esa frase de ingenio -"la chispa de la vida"- con la que la gaseosa más famosa hizo su mejor campaña. Pero ahora su importancia ha pasado a ser la de un simple operario olvidado o, como gustan llamarse tales artífices, la de un "creativo" desvencijado, a quien ya nadie recuerda porque, con sinceridad, cuál es la posteridad prevista para los "ingeniosos" juegos de palabras de la venta comercial más que la de ser, con suerte, un eco, una letanía infantil? A este hombre ya nadie le quiere, mientras su alguna vez agencia publicitaria continúa albergando a quienes cuentan la moneda, a financistas o empresarios, o a los nuevos "creativos" inspirados, tal como astutamente lo refiere la caracterización del gran Santiago Segura. ¿Hasta qué limite llega La chispa de la vida? Mejor ver el film y contagiarse de ese estado de ánimo exitista, para llegar al desenlace justo, al momento donde la acción final opera de una manera como nunca la televisión podrá ejercer. Allí cuando el cine se sabe cine porque, precisamente, no es televisión, no es consecuencia de tiempos atropellados, premeditados comercialmente, ni manipulados por sonrisas de dientes blancos. Acá es donde conviene recordar otro gran desenlace, terrible, como lo es el zapping de The Truman Show (1998, Peter Weir). El cine siempre avisó con tiempo.
La muerte tenía un precio Una comedia negra sobre un hombre desempleado y abatido. Después de ver La chispa de la vida no deberían quedar dudas sobre su director. Álex de la Iglesia es un gran optimista romántico, a quien le tocó la mala suerte de vivir en un mundo cruel, deshumanizante y gobernado por una lógica oculta que conduce al suicidio involuntario. En esta comedia negra de 2011, de la Iglesia recrea parte de ese mundo habitado por gente interesada y con una doble moral, capaz de vender la vida (o la muerte) al mejor postor, pero donde también existen algunos personajes incorruptibles como el de Luisa (Salma Hayek), que se niegan a creer que la vida consista en ganar dinero. Roberto Gómez (José Mota) se levanta todos los días a las ocho de la mañana para ir a buscar trabajo. Ex-publicista de una importante empresa que lo dejó en la calle, está desempleado y se siente como un zombi al que usaron y tiraron. Con el currículo bajo el brazo vuelve al mismo lugar donde alguna vez fue una celebridad. Hace mucho, Roberto alcanzó el éxito cuando se le ocurrió un famoso eslogan para Coca-Cola: "La chispa de la vida". Gracias a ese milagro pudo conseguir estabilidad económica para su familia. Pero las cosas cambiaron. El mundo de De la Iglesia no perdona. Roberto, quien tiene dos hijos, sale desahuciado porque su exjefe no le da trabajo y decide darse una vuelta por el hotel donde pasó su luna de miel. Pero cuando llega a la puerta, en lugar del hotel se encuentra con un museo a punto de inaugurarse. Mientras camina por un sector en el que está prohibido el paso, se resbala y se clava una barra de hierro en la cabeza. Inmovilizado, pero con todos los signos vitales funcionando, Roberto llama por teléfono a su mujer para avisarle del accidente que acaba de sufrir. El espectáculo comienza. Roberto se convertirá por un instante en la máxima "estrella" de los medios de comunicación (el accidente funciona como el plot point a partir del cual se desarrollará la película). Nacida de la crisis económica que sufrió y sigue sufriendo España, La chispa de la vida no sólo es un alegato en contra de esa situación concreta como cree cierto sector minusválido de la crítica vernácula, sino más bien un largo insulto denunciador al capitalismo dominante, que pone al dinero como único criterio de legitimación. "Todos somos Roberto", se lee en un cartel que sostienen unos espectadores morbosos en el lugar del hecho. Quizás no nos importe el llanto de esa gente, lo que sí nos importa es la decisión que tome Luisa. Es precisamente en esa decisión final donde reside la entereza moral de De la Iglesia y donde se ve el costado esperanzador de su cine.
Zapatero a tus zapatos No es que Alex de la Iglesia esté filmando mucho, es que esta película fue estrenada originalmente en 2011, dos años antes que Las brujas de Zugarramurdi, a la que veíamos por las carteleras uruguayas hace apenas unos meses. Es presumible, vista la absoluta irrelevancia del producto, que haya quedado en el cajón de algún distribuidor uruguayo, a la espera de un mal momento para los estrenos y las carteleras como el que nos toca actualmente. Es que La chispa de la vida es, de lejos, la peor película del director español. La historia tiene su originalidad y hasta puede decirse que es atractiva; un publicista desempleado, "en paro" por la crisis española, luego de una mala jornada sufre un accidente absurdo que lo coloca en una situación de fragilidad extrema. A medio camino entre la vida y la muerte, alrededor del hombre comienza a circular toda clase de individuos, desde periodistas que erigen un circo mediático en torno a él y su desgracia, pasando por guardias, médicos, políticos, y hasta su propia familia Pero pese a una idea interesante, son varios los elementos que se conjugan para el desastre. En primer lugar el guionista Randy Felman hecha mano a varios de los estereotipos más obvios, y de la Iglesia se encarga de subrayarlos sin disimulo. Está la mujer del damnificado, ama de casa que justo se pone a planchar en medio de un diálogo con su marido; el veterano multimillonario dueño de una cadena de televisión que, cada vez que lo llaman al celular, se lo ve en un pent-house rodeado de minas en tanga; el muchachito darkie-gótico que, además de presentar una indumentaria inequívoca, verbaliza su condición por si quedaban dudas. A todo esto hay que agregar líneas de diálogos que, como nunca en una película de de la Iglesia, se acercan constantemente al cliché, no tienen ni pizca de gracia y, además, están concebidas con importantes dosis de manipulación. Como para reafirmar esta última idea, los llantos de los personajes y los violines puestos para resaltar los momentos "emotivos", convierten a éste en uno de los productos más indisimuladamente cursis del año. Y también hay un problema general, de tono. Alex de la Iglesia ha demostrado ser muy bueno y hasta un creador impagable a la hora de proponer un cine desquiciado, políticamente incorrecto, de desmesurado humor negro (las notables El día de la bestia, Muertos de risa y 800 balas lo ejemplifican bien). En rigor, de la Iglesia es uno de los directores que mejor ha heredado la veta del "esperpento", género españolísimo que propone una visión deformada de la realidad, a todas luces artificial pero notable a la hora de contrabandear apuntes críticos (de hecho, es uno de los mejores discípulos del cineasta Luis García Berlanga). Pero aquí, quizá comprometido y tocado por la crisis española, se propuso hacer un cine más realista, serio y autoconsciente, con la desdicha de que su humor no funciona, sus personajes carecen de arrojo y desenfado y sus intenciones discursivas se vuelven extremadamente obvias. Como dice el refrán que titula esta reseña, mejor que de la Iglesia vuelva a lo que sabe hacer y a sus repertorios, y que desde allí nos siga sorprendiendo y entreteniendo. Él sabe hacerlo.
Un fuego que no se puede encender. No es un buen día para Roberto Gómez. Su gran logro, un icónico eslogan para Coca-Cola, ocurrió hace décadas, y el presente lo encuentra como invisible entregador de curriculums. Es un mundo cruel el que recibe al desempleado, y más aún para este desesperado publicista (interpretado, con una maestría de la impotencia, por el comediante José Mota), que ante la joven digitalización se queda sin opciones para mantener a su familia. Así es como, un poco por memoria de los buenos tiempos y otro tanto por circunstancias de presión, él acaba en el lugar de Cartagena donde pasó su luna de miel, hoy transformado en un museo restaurado. Da la casualidad (una de muchas, por no decir demasiadas), que el lugar abre a la prensa justo cuando él llega. Y las cosas empeoran cuando, literalmente empujado adentro por la alta sociedad y los medios, Roberto termina vagando a una inestable zona de construcción, donde la idiotez lo lleva a quedar colgando de una estatua a pisos de altura y, finalmente, caer al suelo. Por suerte, él está en perfecto estado… excepto por su nuca, atravesada por la barra de hierro que se le quedó clavada y que lo tiene inmovilizado sin alternativas. 17803 Como su desafortunado protagonista, La Chispa de la Vida (2012) vive manejándose en circunstancias forzadas, bordes extremos y situaciones de caos. Al tratarse del penúltimo film de Álex de la Iglesia (que curiosamente se estrena en Argentina casi dos años después de su salida original, incluso tras Las Brujas), esto es de esperarse, aunque esta vez el director se mueve más al costado del melodrama social. Así es: el cineasta que antes nos trajo obras de lo bizarro como El Día de la Bestia, Acción Mutante y Crimen Ferpecto vuelve entrar de lleno a la crítica de la sociedad española, esta vez metiéndose con la última crisis de la madre patria. No es la primera vez que el bilbaíno toca la historia de su nación; incluso su film anterior, Balada Triste de Trompeta, usaba el franquismo de fondo para el choque trágico de payasos psicópatas. Es curioso el cambio político de De la Iglesia tras su presidencia de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, y como lo mueve hacia el activismo en las situaciones menos indicadas. Por desgracia, eso también va con esta producción, donde Álex pretende mezclar su mundo excesivo con un drama didáctico sobre moral, e incluso el escenario duele con sus gritos de obvio simbolismo: sin querer queriendo, Roberto acaba yaciendo inmóvil en una pose calcada a la de Jesús en la cruz, mientras queda atascado en el centro de un teatro romano. Es allí donde volverá el circo, pero en su forma mediática, con la invasión de una plaga de periodistas hambrientos de morbo, médicos distraídos, políticos atentos por esconder o capitalizar y conservadores tratando de cuidar la propiedad. Y, mientras tanto, quedará Luisa (Salma Hayek, reducida a protestas y llantos), la esposa de Roberto, que tratará de espantar a los aprovechadores mientras su marido busca usar sus 15 minutos de fama para conseguir dinero y salvar a sus seres queridos. Es un pandemonio total, pero la solemne forma en la cual De la Iglesia desarrolla esta interesante premisa no deja más que un viaje a mitad de camino, donde se dedica a plantear insultos para los poderes actuales al construir caricaturas, pero luego se retracta y toma sus intenciones de forma cuasi real. Así, tenemos a un desinteresado alto miembro de un canal televisivo que vive en un harem, o a un manager diabólico que sugiere asegurar una entrevista por mayor precio si queda claro que Roberto va a morir (su argumento es que a nadie recuerda eventos como el entierro de los mineros chilenos porque todos sobrevivieron). Pero no, según la chupada del humor de Álex, hay que tragar esto como si fuera en serio. Es en esta visión un tanto anticuada, donde la única decencia se encuentra en la familia, que él arrastra su concepto sin importar lo rápido que se despedaza. Cual camarógrafo en las escaleras del coliseo de la acción, Álex de la Iglesia corre ciegamente en La Chispa de la Vida, tan ofuscado por su mensaje que tropieza y cae de forma brutal.