Corneliu Porumboiu reafirma su maestría a la hora de dirigir con una propuesta que se apoya en el sonido para construir un relato de intriga y traiciones en las Islas Canarias. Suena trepidante The Passenger en el arranque de “La Gomera”, Iggy Pop envuelve imágenes de las islas, el agua y la piedra de esos riscos introducen al espectador en la historia de Cristi, un hombre que deberá asumir uno y mil roles en el relato, y que asumirá riesgos para seguir adelante con su vida. Luego se suceden en la musicalización Offenbach: Les Contes d’Hoffmann, Lola Beltrán entonando Cuando el destino, para finalizar con Carmina Burana, Fortunata Imperatrix Mundi y Le Beau Danube Bleu, Op. 314 de Alfred Scholtz. La banda sonora aporta lo necesario, para que además, el silbido, sea otro de los signos de la narración. El sonido hace progresar el relato, ya sea desde la música, o desde la educación de Cristi para utilizar cual código el silbido de una manera particular, para meterse de lleno en el mundo del espionaje. En ese avance, además, el oído posibilitará la reconstrucción del gigantesco puzzle que el guion configura, y en donde nada ni nadie será quién realmente dice ser, o sí, pero en el juego, Porumboiu traza al menos un repaso del mejor cine de espías, con cierto tono tarantinesco y con una cercanía al episodio que Mariano Llinás dedica al género en la épica “La Flor”. Los detectives, los policías, los espías, no pueden, ni deben enamorarse, es una de las leyes del género, porque eso implicaría la pérdida del control, pero dentro del relato, además, significa la posibilidad de traición, algo que en “La Gomera” se maneja con maestría y que se transita como tema, sensitivamente, en la historia presentada. POR QUE SI: «Corneliu Porumboiu reafirma su maestría a la hora de dirigir con una propuesta que se apoya en el sonido para construir un relato de intriga y traiciones en las Islas Canarias»
Corneliu Porumboiu es el director rumano con mayor cantidad de películas estrenadas fuera de su país. Disfruta de un gran prestigio y es venerado y admirado por críticos y jurados de festivales de cine. Mucho menos oscuro y notablemente superior al sobrevalorado y gris cine rumano, Porumboiu es capaz de cambiar de registro y dar algunas sorpresas, no solo en las historias sino también en el aspecto estético. La gomera es un original e interesante relato policial protagonizado por el personaje de Cristi, un policía rumano corrupto que debe viajar a La gomera, una de las más pequeñas de las Islas Canarias, España. Cristi deberá aprender el lenguaje ancestral de la isla, el silbo gomero. La idea es usar ese lenguaje para liberar a un turbio hombre de negocios y acceder a una fortuna. Cristi está siendo rigurosamente vigilado y toda la trama es un grupo de personajes que se siguen, se controlan y, no se sabe hasta qué punto, se traicionan. La más entretenida de las películas del realizador, por lejos. Las citas cinéfilas intentan guiar al espectador entrenado no se sabe si para explicar la película o para tirarle un dulce que mejore la apreciación de la misma. Que vayan al cine a ver la obra maestra de John Ford The Searchers (1956) solo consigue marcar la distancia entre una buena película y una obra cumbre. Al parecer reconocer películas sigue siendo un deporte que paga y hace sentir al crítico más inteligente. Salvando ese detalle demasiado forzado, la película tiene vida propia, inteligencia y estilo. Un policial distinto, con buenos momentos y otros no tan logrados, pero sin contradecirse ni decaer. Como muchos grandes autores de la historia del cine Porumboiu le da una indiscutible identidad personal al cine de género. Quienes quieran conocer al director, este film es posiblemente el más logrado de toda su carrera.
El director rumano Corneliu Porumboiu -creador de notables largometrajes de ficción, como Bucarest 12:08; Policía, adjetivo; Cae la noche en Bucarest, y El tesoro, además de documentales como El segundo juego e Infinite Football- cambia por completo de rumbo y de registro con un atrapante e ingenioso thriller rodado en parte en su país, pero que tiene también varias secuencias filmadas en La Gomera del título original, una de las más pequeñas islas de las Canarias españolas. Tráfico de drogas, un tentador botín de 30 millones de euros, traiciones cruzadas entre gánsteres y policías, una bellísima femme fatale siempre en el medio, un lenguaje impensado (conformado íntegramente por los silbidos a los que alude el título internacional en inglés, The Whistlers) para comunicarse a la distancia sin ser descubiertos, obsesión por las cámaras de vigilancia y múltiples referencias cinéfilas tanto al film noir francés (el protagonista Cristi, un agente corrupto devenido parte de la mafia que interpreta Vlad Ivanov, remite al Lino Ventura en las películas de Jean-Pierre Melville) como a los westerns de John Ford (con imágenes de Más corazón que odio incluidas), pasando, nada menos, por la célebre escena de la ducha de Psicosis, de Alfred Hitchcock, son solo algunas de las piezas de un complejo rompecabezas que solo puede armarse llegando hasta un singular final rodado en Singapur. Porumboiu recicla, pero luego subvierte y resignifica los elementos del cine de género (o de géneros), en un film rebosante de canciones (arranca con la voz de Iggy Pop interpretando "The Passenger" y luego hay temas a cargo de Jeanne Balibar, Ute Lemper, Lola Beltrán y música clásica de Richard Strauss), de virtuosismo en la estructura del guión y en su montaje (está narrado en episodios no cronológicos centrados cada uno en distintos personajes) y muy buenas ideas de puesta en escena. Algunos cinéfilos quedarán algo perplejos porque La Gomera, que tuvo su estreno mundial en el marco de la Competencia Oficial del último Festival de Cannes, nada tiene que ver con el austero e intimista cine rumano basado en conflictos familiares, pero si se acepta cambiar el chip e incursionar en un nuevo universo el resultado es tan fascinante como estimulante.
Que el cine rumano está viviendo la etapa posterior a lo que podríamos llamar una nueva ola, con realizadores talentosísimos como Cristian Mungiu, Cristi Puiu, Maria Dinulescu, Cristian Nemescu y el propio Corneliu Porumboiu, el director de Policía, adjetivo, que le da una nueva horneada a un género que parecía un tanto abandonado como es el del policial. En La Gomera el protagonista, o deberíamos decir coprotagonista, Cristi, es un policía rumano que viaja precisamente a La Gomera, en España. Allí aprenderá un lenguaje de silbidos, con los que podrá comunicarse con gente que está fuera de la ley, y así no serán descubiertos sus mensajes. Porque Cristi es, aunque nos caiga muy simpático, un policía corrupto. Un agente que atiende los dos lados del mostrador, y que es vigilado por orden de su superiora con cámaras ocultas en su casa. Y que ha conocido a Gilda, que con ese nombre remite a otro clásico del cine, y que se vista o no de rojo, lo volverá loco. Y con razón. Es, también, una historia de amor, que nace casi por necesidad. Así que el espectador puede ver un lado u otro de la historia. Pero el que elija los dos, saldrá claramente beneficiado. Gilda lo que quiere es que Cristi lo ayude a liberar a Zsolt, su novio, preso, y con varios millones de euros (30) por repartir. La comicidad ya era un rasgo de Porumboiu, tanto en el filme mencionado como en Bucarest 12:08. Y tiene que ver, de nuevo, como en Policía, adjetivo, con lo lingüístico, con la manera de expresarnos. Con querer comunicarse, sea para hacerlo con precisión o para burlar posibles traiciones. Tenemos los elementos básicos del policial hollywoodense: un montón de plata y la femme fatale que podrá o no hacer perder la cabeza al (anti)héroe. Con el humor, Porumboiu descomprime y también explica situaciones, aunque nada es demasiado complejo. Hay un hotel en el que sólo se escucha ópera en la recepción -y tiene su porqué-. La película está dividida como en episodios, con el nombre del personaje que, hipotéticamente, será el narrador o el centro del mismo. Vlad Ivanov, visto en 4 meses, 3 semanas, 2 días, y Catrinel Marlon, que de atleta y modelo pasó a ser actriz, parecen cumplir cada uno de los requerimientos que el director de El tesoro les habrá solicitado. Tanto la iluminación, como el montaje y la música suman la concreción de la muy buen película que es La Gomera, en la que la lealtad es más que una roca fundacional en las relaciones de los personajes.
“La Gomera” de Corneliu Porumboiu. Un policial negro desde la península balcánica. Luego de competir por la Palma de Oro en el Festival de Cannes, se estrena en Argentina la nueva película del director de “Bucarest 12:08” y “El Tesoro”, un referente del nuevo cine rumano. Un policia corrupto, Cristi (Vlad Ivanov) llega a la isla de La Gomera, donde tiene la intención de lograr que un empresario corrupto fuera de prisión. Sin embargo, para hacerlo, primero debe dominar el lenguaje silbante de la isla, que los delincuentes han utilizado para comunicarse durante generaciones. Su instructora es una femme fattale llamada Gilda (Catrinel Marlon). Los intentos de Cristi de replicar esas sílabas musicales mientras su mano hurga alrededor de su boca y exhala en vano proporcionan un dispositivo recurrente de payasadas, al menos hasta que lo domine, y el proceso de comunicación se convierte en un dispositivo inteligente de narración repleto de sus propios subtítulos. Más allá de lo llamativo de la práctica de comunicación, “La Gomera” pasa a través de una narrativa densa llena de personajes secundarios, unidas con una banda sonora ágil y variada que comienza con “El pasajero” de Iggy, pero tambíen pasa por Richard Strauss o Ute Lemper. Cada nuevo jugador es presentado con una tarjeta de título de neón que presenta su nombre, desde Magda (Rodica Lazar), el frenético jefe de policía que rastrea los movimientos de Cristi desde lejos, hasta Paso (Agusí Villaronga), un jefe de la mafia decidido a hacer que Cristi haga su voluntad. Pero también lo hace Gilda, que ejerce su atractivo sexual mientras dibuja junto a Cristi un plan para robar un botín oculto. El director desarrolla con aplomo su embrollada e improbable trama, apoyándose en la estupenda actuación de Ivanov y la hipnótica aparición de Catrinel Marlon. La fotografía de las Islas Canarias y la banda de sonido le dan un marco perfecto a una película que evoca al mejor cine policial negro, con un desarrollo similar a los films de Tarantino. Puntaje: 90/100
"La Gomera", con lenguaje brillante pero hermético El cineasta deconstruye los códigos del policial negro mediante una intrincada trama de robos, tráfico, traiciones, ajustes de cuentas y tal vez, a la larga, alguna historia de amor. Una larga farsa política y televisiva (en Bucarest 12:08), una maratónica discusión etimológica entre uniformados (en Policía, adjetivo) y una obsesionante busca del tesoro en el jardín de una vieja casa familiar (en El tesoro) le valieron al rumano Corneliu Porumboiu (Vaslui, 1975)comparaciones con su célebre compatriota, Eugene Ionescu. Como se sabe, Ionescu es, junto con su contemporáneo Samuel Beckett y el antecesor de ambos, Lewis Carroll, una de las luminarias del absurdo literario y teatral. Es verdad que Porumboiu se mantiene más respetuoso del realismo que cualquiera de los nombrados, que despliegan mundos autónomos, regidos por una lógica que, por oposición a la que se tiene por tal, da en llamarse “absurda”. Un estudio de televisión, una comisaría, ambientes ligados al cine y una antigua propiedad decadente son los escenarios elegidos hasta ahora por Porumboiu para desarrollar ficciones cuyo sentido último no siempre es fácil de desentrañar. Ahora el ganador de la Cámara de Oro en Cannes 2006 da un paso más, entregando una fábula de sentido fugitivo, donde los golpes de absurdo son más -y más notorios- que en los films precedentes ¿Cuánta gente sabe que La Gomera es el nombre de una isla rocosa, ubicada en el archipiélago de las Canarias? Es por ese desconocimiento generalizado que, tanto en inglés como en francés, el opus 5 de Porumboiu en la ficción (tiene dos documentales, ambos sobre fútbol) lleva por título, por un motivo que pronto se verá, las respectivas traducciones de Los silbadores. Porumboiu deconstruye los códigos del policial negro mediante una intrincada trama de robos, tráfico, traiciones, ajustes de cuentas y tal vez, a la larga, alguna historia de amor, allí donde menos se la espera. El protagonista, Cristi (Vlad Ivanov) es una variante severa de policía corrupto, que trabaja a dos puntas. Como agente de narcóticos investiga a un tipo sospechado de tráfico en gran escala, y al servicio de su investigado intenta no investigarlo tanto. Gilda, la mujer del mafioso (que no tiene ninguna pinta de mafioso) es una morocha espectacular, animal cinematográfico por excelencia (Catrinel Marlon), que hace de contacto entre Cristi (todos los rumanos se llaman Cristi, parecería) y su marido. En un momento dado, sus superiores comenzarán a investigar a Cristi, sospechándolo de escasa limpieza. Como el propio argumento de la película -escrita, como de costumbre, por el propio realizador- deja ver, un sistema de simetrías y duplicaciones signa el matemático edificio del guion. La trama viaja de ida y vuelta entre Bucarest y la isla del título, Cristi se mueve “bajo dos banderas”, hay dos mujeres que en algún sentido lo gobiernan (su madre y su superior en la repartición), el mafioso tiene un hermano que se suicidó en prisión, etcétera. El artificio, lo cinematográfico como forma de autofagocitación, están ensalzados.Vestida con un mortal vestido rojo, Gilda (cuyo nombre conlleva, en términos estrictamente cinematográficos, una remisión directa al cine negro y a la fantasía de la femme fatale) se sienta sobre un sillón del mismo color, como sólo podría ocurrir en una de Almodóvar. Ella y Cristi andan, para más datos, en un descapotable rojo. “A las 4 en la Cinemateca”, cita Cristi a su superior, Magda (Rodica Lazar) y allí mantienen un diálogo mientras se proyecta una escena del legendario western de John Ford, Más corazón que odio, que guarda puntos de contacto con lo que sucede entre Bucarest y La Gomera. En un hotel llamado Ópera se difunde a Maria Callas de forma incesante, la llegada inicial de Cristi a la isla se ve saludada por "The Passenger", el temazo de Iggy Pop, y en un par de ocasiones lo que se dice en los diálogos se ve replicado por el título siguiente (como una de Tarantino, La Gomeraestá dividida en capítulos). Alguien menciona la palabra mamá y de inmediato se suceden el título y el personaje de “Mamá”. En un momento aparece un tipo que dice que es director de cine y está buscando locaciones. No le va bien. Y una escena culminante, digna de un western, tiene lugar en un estudio de cine abandonado. Allí la memoria lleva a 800 balas, de cuando Alex de la Iglesia era bueno, y que transcurría casi enteramente en un falso pueblito de spaghetti western, en Almería. Y la cita más obvia de todas, aunque inconclusa, a la escena de la ducha de Psicosis. Escena que, de tan lugar común, no debería ser citada de aquí a veinte años más, por lo menos. Si todo esto funciona como brochazos de absurdo, La Gomeraalcanza el pináculo del disparate con el tema del silbido.La cuestión es así: resulta ser que allí en Canarias, los miembros del hampa han desarrollado un lenguaje cerrado, que sólo ellos conocen. Nada de raro: lo mismo pasó con el lunfardo aquí y el caló en Andalucía, entre otros dialectos delincuenciales. La diferencia es que en este caso el lenguaje no es hablado sino silbado. Los canarios (y los rumanos también, eso es un poco raro) llegan a expresar conceptos complejísimos, e incluso nombres, con el sencillo expediente de ponerse un dedo en la boca y pegar un melódico silbido. “Nos encontramos en el hotel, Gilda”, por ejemplo. Se trata del mayor hallazgo de La Gomera, que sume a la película entera en el sinsentido, así como también la máxima expresión de sus límites. Como el virtuoso silbido de sus seres de ficción (que lo hacen con la potencia de una orquesta), Porumboiu da la sensación de estar practicando un lenguaje brillante pero hermético, del que sólo él conoce el último sentido. O tal vez no haya ningún sentido último, en cuyo caso su película sería una democrática invitación a la inmersión en lo que los sajones denominan nonsense.
Una película que permite el goce del espectador del principio al film. Un film policial particular que nos sumerge en una característica lúdica, de juegos de vigilancia, idiomas, traiciones, idas y venidas en el tiempo. Para esta película el director Corneliu Porumboiu, el mismo de “El Tesoro”, “Bucarest 12.08” y “Policía, adjetivo”, nos sorprende con un cambio. Toma al mismo personaje de “Policia…” absolutamente ético en ese film y juega a mostrarlo años después sumergido en su lado más oscuro. Esa idea, según el director, mas la manera de comunicarse con el “silbo gomero” le permitió imaginar toda la película. Un policial negro, pero con un humor negrísimo. Desde el comienzo, cuando el personaje de Vlad Ivanov llega a la Isla La Gomera, cercana a Tenerife, mientras suena el tema de Iggy Pop “The Passenger” la película nos instala en un estilo de filmar muy personal, en un paisaje pelado y fascinante y en una relación peligrosa. Sabremos que un policía corrupto quiere rescatar a un traficante, aparece una mujer bellísima, suma de roles fatales, que se llama Gilda, que la policía y los delincuentes de la operación vigilan y que todo el tiempo, depende del punto de vista, incluido en espectador, veremos cosas desde cámaras de seguridad, que nunca implican una sorpresa. Y una estructura espiralada del guión que en cada vuelta de tuerca nos dará un poco más de información. Nunca sabremos con certeza quien trabaja para quien, la “limpieza” de cada personaje, las razones últimas de cada movimiento y ese es otro gran atractivo, de un film que nos atrapa desde el primer minuto y no nos suelta mas, como “cómplices” invitados en una trama que juega y nos divierte mucho. Al lado de Ivanov se luce maravillosamente en su rol Catrine Marlon, bella y misteriosa como ninguna.
Luego de conquistar al público argentino con sus anteriores films (Bucarest 12:08; Policía, Adjetivo; Cae la Noche en Bucarest; El Tesoro) llega este nuevo opus de Porumboiu en el que nos propone un cambio de registro. Una historia pergeñada en formato de cine noir con detectives, policías que juegan a dos puntas, lavado de dinero; sospechosos que no lo son tanto; la bella infaltable que se constituye en el objeto de deseo de unos y otros; y un nuevo lenguaje que se erige como el vehículo de avance del relato: El silbido. Tal vez el título original The Whistlers hubiera resultado más apropiado que el de la Gomera, que alude al lugar geográfico en el que transcurre gran parte de la acción. La historia es muy dinámica, con reminiscencias a los films de los Coen de “Simplemente Sangre” o “De Paseo a la Muerte” y es construida desde los distintos puntos de vista de cada uno de los personajes que dan título a los respectivos segmentos temáticos. La utilización de la música y el sonido es otro de los grandes hallazgos de La Gomera; que incluye desde Iggy Pop a los clásicos. El director se permite también homenajear a John Ford que es revisitado en una secuencia de “The Searchers” que transcurre en un cine y donde el sonido de los somorgujos remeda a los silbidos de la acción que nos ocupa y también a Hitchcock en “Piscosis” con bañera y cuchillo incluidos. Los encuadres finalmente, de gran virtuosismo, realzan el bello paisaje de las islas Canarias, destacándose la buena fotografía de Tudor Mircea. Las actuaciones son muy ajustadas, conformando un atractivo puzzle de estilos interpretativos con actores rumanos y españoles. Luego de este saludable cambio de registro, sería deseable que Porumboiu reincida en un futuro con nuevas y atractivas historias de este tenor. POR QUE SI: «Los encuadres finalmente, de gran virtuosismo, realzan el bello paisaje de las islas Canarias, destacándose la buena fotografía de Tudor Mircea»
La gomera es la primera película claramente de género de Corneliu Porumboiu. Esto es una novedad en una filmografía que conocimos con esa obra maestra de mala leche y desencanto que fue Bucarest 21:08 (2006). Aquel fue un primer largometraje donde ya estaba presente el humor seco, el estilo ascético y la visión ácida y oscura, y que lo colocó, junto a Cristi Puiu (La noche del señor Lazarescu) y Cristian Mungiu (4 meses, 3 semanas, 2 días), como uno de los responsables de la Nueva Ola Rumana que entusiasmó a mediados de la primera década del milenio. Y si bien había algunos elementos de cine policial en Policía adjetivo (2009) o El tesoro (2015), aquí Porumboiu se juega entero por el género en su vertiente negra, es decir, por el film noir. Es también su película más cara e internacional, filmada principalmente entre Rumania y la isla Canaria de La Gomera, hablada en rumano, inglés y español. Hablada y silbada, porque un elemento original que se introduce es la presencia del Silbo Canario, una forma de comunicación propia de la isla que consiste en dar silbidos que corresponden a vocales y consonantes, que solo unos pocos pueden decodificar y que, para quien no sabe de esta manera de comunicarse, puede pasar como el canto de un pájaro y, por ende, inadvertido. Cristi, un policía rumano corrupto, que juega a dos puntas entre la policía y un líder mafioso español, viaja (o lo hacen viajar) a la isla para aprender el Silbo. Gilda, una bella mujer miembro de la banda, será su instructora. La idea es utilizar este código para a sacar de la cárcel a Zsolt, uno de los cómplices de un gran golpe, que es el único que sabe dónde se oculta el botín. Claro que las lealtades de Cristi, si es que existen, no están de un solo lado. Ahí dicen presentes los elementos característicos del Film Noir: el protagonista desencantado y perdedor, la corrupción del sistema, la ambigüedad moral, el cinismo, una Femme Fatale adecuadamente llamada Gilda que además es víctima de las circunstancias, el romance prohibido/condenado y la sensación de inminente fatalidad. Porumboiu se toma el género en serio pero no tanto a la propia película. Toma esos elementos característicos y también juega un poco con ellos, e introduce algunos de sus rasgos habituales: el humor asordinado y situaciones absurdas a las que los protagonistas se entregan con completa naturalidad. Y está el Silbo, elemento bizarro y genial, que actúa como McGuffin haciendo avanzar la trama y a la vez dándole un toque de extrañeza, exotismo y misterio. El relato va y viene entre el presente y una serie de flashbacks generalmente disparados por una frase o una palabra para clarificar, poner en contexto lo que está pasando y ver las motivaciones de los personajes. Película para cinéfilos, contiene unas cuantas citas. Desde films que los protagonistas efectivamente están viendo a escenas que refieren a clásicos reconocidos, como la escena de la ducha de Psicosis, en forma de guiños juguetones. Y hay también referencias a la propia obra de Porumboiu. El recurso del botín oculto ya estaba presente en El tesoro, pero el referente aquí es Policía adjetivo donde ya se lidiaba con la corrupción policial y también con la criminalización absurda de la marihuana, aquí en el pasado criminal de uno de los personajes. La cita se hace explícita en el idéntico nombre de los protagonistas (Cristi), como si aquel policía más joven e idealista hubiera devenido en este escéptico y corrompido. Quizás la elección de Vlad Ivanov, que en aquella ocasión hacía del Jefe burócrata, también tenga que ver con esto. El Cristi de Ivanov es un perdedor descreído como el Noir manda, pero es un tipo gris que carece de todo carisma, su cinismo es funcional y nada filosófico, no se puede decir que sea un duro, habla poco y lo suyo no son las frases inspiradas. Si los films previos de Porumboiu se caracterizaban por una puesta minimalista, sencilla pero efectiva, con frecuentes planos secuencia y tomas fijas, aquí hay un despliegue más profuso de recursos, lo cual tampoco quiere decir que se haya vuelto exuberante ya que la sobriedad de la mano de un sentido del humor cáustico siguen siendo de la partida. Porumboiu parece estar muy cómodo moviéndose en los márgenes del género y a la vez sigue siendo fiel a sí mismo. LA GOMERA La Gomera / The Whistlers. Rumania/Francia/Alemania/Suecia. 2019 Dirección: Corneliu Porumboiu. Intérpretes: Vlad Ivanov, Catrinel Marlon, Rodica Lazar, Sabin Tambrea, Agustí Villaronga, István Teglas, Cristóbal Pinto, Antonio Buil, George Pistereanu. Guión: Corneliu Porumboiu. Fotografía: Tudor Mircea. Montaje: Roxana Szel. Diseño de Producción: Simona Paduretu. Producción: Patricia Poienaru, Marcela Ursu. Distribuye: Zeta films. Duración: 97 minutos.
De Rumania a Canarias La más reciente creación de ese gran director que es el rumano Corneliu Porumboiu comienza con "The Passenger" de Iggy Pop para iniciar un viaje que los lleva a las Islas Canarias. De Rumania a Las Canarias, la trama sigue las traiciones cruzadas entre la mafia y la policía, en una sucesión de acuerdos que son hechos (casi siempre) para no ser cumplidos. La historia las vamos conociendo de a partes, mediante los retazos que podemos conocer cuando nos son presentados cada uno de los protagonistas. Esa alteración temporal que puede dar un tono tarantinesco al asunto no hace que el director de Policía, adjetivo (2009) abandone su habitual interés por la lengua (impagable la escena en la que la enseñanza de un pretendido idioma de silbidos muta en una clase sobre el alfabeto rumano) y por los efectos en el presente de una sociedad que ha vivido durante décadas hundida en una lógica de mentiras, apariencias y delaciones permanentes. Si existiera algo de justicia, el tono más juguetón de esta película y el ritmo trepidante con el que, con mucho humor, una vuelta de tuerca sucede a la otra, tendríamos que prever una muy buena recepción en nuestro país.
Complejo entramado para un Gran Hermano policial explosivo Dependiendo del punto de vista que se mire a la humanidad, la maquinaria que la sostiene o la destruye está impulsada por el motor del amor, el deseo, el dinero y el poder. Trasladando esa premisa básica a la historia que transcurre entre dos países europeos el concepto es el mismo. Hay un amor no correspondido, muchos millones de euros en disputa ilegalmente obtenidos, mafias y policías corruptos, formando un complejo entramado en el que prevalecen las traiciones, desconfianzas, y también algunas muertes, todo salpicado por ciertas dosis de humor, registrado con las lentes de las cámaras de vigilancia. Porque el film está pensado, desde el punto de vista artístico, como si fuese un Gran Hermano policial. Los integrantes del elenco están siendo observados en todo momento y lugar, sean buenos o malos, aunque hay momentos en que no se sabe bien cuál es cuál. Durante este cóctel explosivo que involucra a todos los personajes de la película dirigida por Corneliu Porumboiu, vemos a un policía rumano llamado Cristi (Vlad Ivanov), en apariencia bueno y honesto, que es contactado por la sensual e intrigante Gilda (Catrinel Marlon) para que libere a Zsolt (Sabin Tambrea) detenido por el robo de 30 millones de euros a una fábrica de colchones. Para eso, utilizando sus encantos, convence al policía de trasladarse a La Gomera, una de las islas que conforman las Islas Canarias. Allí, junto a otros mafiosos, le enseñan la lengua silbadora. Es decir, con un silbido especial, al estilo de código morse, se pueden construir palabras y comunicarse entre quienes la saben, para eludir los seguros controles. La película se desarrolla en el presente, y continuamente vuelve al pasado para contarnos qué es lo que sucedió y porqué pasa eso en la actualidad. En cada escena ocurre algo importante que influye en la trama guionada. La música tiene un rol preponderante desde el comienzo, cuando suena un viejo y clásico rock de Iggy Pop, hasta varias óperas, que influyen notoriamente en el dramatismo y el suspenso de las acciones otorgándoles una espesura y atmósferas especiales. La narración, pese a tener tintes del clásico cine negro, no respeta el acostumbrado relato lineal sino todo lo contrario, es como un rompecabezas y el espectador deberá estar atento a cada uno de los movimientos que hagan los intérpretes, incluso los de reparto, porque hay más de un bando pero todos quieren lo mismo, apropiarse y salvarse con la fortuna que está oculta y trae reminiscencias de antiguas costumbres argentinas.
La Gomera es una coproducción de Rumania, Francia, Alemania y Suecia. Está dirigida por Corneliu Porumboiu, ganador de la Cámara de Oro en Cannes por Bucarest 12:08. En esta ocasión cambia de su tradicional registro poético por uno policial con trasfondo romántico ambientado entre España, Rumania y Singapur. La película se presentó en el pasado Festival de Cannes. La gomera es “la perla de las Islas Canarias”, a donde llega Cristi (Vlad Ivanov), un policía cincuentón, tras la petición (o chantaje, según como se vea) de Gilda (Catrinel Marlon), una bella mujer que viste siempre de rojo, a la que conoció un año atrás y con la que tuvo un encuentro sexual. Con “Passenger” de Iggy Pop de fondo lo recibe Kiko (Antonio Buil), un español que forma parte de la banda con la que va a trabajar. La misma es liderada por Paco (el catalán Agustí Villaronga). El relato está estructurado en base a la introducción de sus personajes. Cada uno de ellos abre una supuesta nueva respuesta acerca de sus motivos para actuar de la forma en que lo hacen. Mediante flashbacks se va configurando este puzzle que nos permite entrever las relaciones de poder y el cambio de roles entre los mafiosos y las fuerzas de seguridad. Durante la película escuchamos hablar indistintamente en inglés, rumano y español. En una casa de verano, Cristi debe aprender un lenguaje de silbidos para comunicarse a la distancia con el resto del grupo y así despistar a la policía. Durante su entrenamiento tiene ciertas dificultades para desempeñarlo correctamente, lo cual introduce varios momentos de comedia dentro de un relato sobrio e impredecible. El equipo toma esta práctica de los guanches, primeros habitantes de la isla canaria de Tenerife, creadores de este particular lenguaje. Lo que Cristi no sabe es que este silbido se convertirá en una herramienta fundamental en su vida. Desconocemos por qué, pero Cristi es vigilado en su propia casa las 24 horas por cámaras de vigilancia, motivo por el cual está siempre alerta y paranoico, tanto en su lugar de trabajo como en su propio domicilio. Es una persona que no confía en nadie, siempre está alerta de lo que sucede a su alrededor ya que tiene muchos asuntos turbios que no puede permitir que salgan a la luz. El Motel Ópera es uno de los escenarios donde Cristi lleva a cabo sus negocios y su conserje es un personaje que resalta por su peculiar conducta, la cual es un claro homenaje al cine de Alfred Hitchcock. Otro guiño al espectador cinéfilo es cuando Cristi cita a Magda en la Cinemateca y ella se queda a ver la película, un western. Más adelante en el relato también aparecerá un set de filmación abandonado ambientado en ese género. La madre de Cristi demuestra preocupación por él porque no está casado; el dinero sucio que se encuentra lo termina donando a la Iglesia, demandándole a su hijo que vaya a confesarse por sus pecados. Exactamente lo mismo que le impondrá su jefa, Magda (Rodica Lazăr), que también tiene actitudes corruptas. Esto nos deja con la conclusión de que no se puede realmente confiar en nadie. Los Jardines de la Bahía en Singapur son la locación seleccionada para cerrar el relato, un encuentro con la música clásica. La banda sonora está compuesta especialmente por este género musical con “El cascanueces”, “La ópera de los tres centavos” de Brecht interpretada por Ute Lemper, pero también por temas de la mexicana Lola Beltrán y de la francesa Jeanne Balibar. El director forma parte del denominado Nuevo Cine Rumano, cinematografía que se caracteriza por su revisionismo histórico y una puesta y diálogos propios del realismo social. El movimiento dio su puntapié inicial a fines de los años 80 con la caída del régimen totalitario del socialista Nicolae Ceaușescu y todo lo que implicó para el pueblo rumano. El cortometraje Trafic, de Cătălin Mitulescu fue ganador de la Palma de Oro en Cannes en 2004. También se insertan dentro de esta corriente películas como La muerte del señor Lazarescu, de Cristi Puiu (2005), y 4 meses, 3 semanas, 2 días de Cristian Mungiu (2007). Porumboiu ideó el relato, definido por él mismo como un neonoir, tras conocer la práctica ancestral del Silbo Gomero, utilizada hasta la actualidad en la isla canaria. Antes de obtener reconocimiento con Bucarest 12:08, el realizador y guionista rumano ya había dirigido seis cortometrajes. Posteriormente dirigió Policía, adjetivo (Politist, adjectiv, en 2009) y la comedia El tesoro (Comoara, en 2015). También incursionó en el género documental centrado en el deporte: El segundo juego (Al doilea joc, de 2014) y Fútbol infinito (Football infini, de 2018). En La gomera, su deliberado cambio de registro, Porumboiu logra aquella conexión con el espectador, expresada por Tarkovski como “lenguaje emocional y contagioso del arte”.
El cine rumano viene llamando la atención con sus acercamientos a dramas profundos o singulares imágenes de la historia de su país. Así sorprenden las atmósferas de Cristi Puiu ("La noche del señor Lazarescu"), o el cine filoso de Calin Peter Netzer, que deslumbró con la increíble Luminita Gheorghi en "La mirada del hijo". Ahora vuelve Corneliu Porumboiu, al que conocimos en "El tesoro", crítica a un régimen político a través del humor. "La Gomera" es cine negro, policial, de reminiscencias intelectuales a la manera de Jean Pierre Melville. Desarrollado en esa isla canaria, reúne mafiosos varios y un policía que juega doble, Cristi (Vlad Ivanov, con nombre de empalador), que se verá envuelto en aventuras donde 30 millones de dólares se esfuman como aire. El porqué del lugar se relaciona con la necesidad de aprender un lenguaje mafioso en forma de silbo, semejante al habla de los pájaros, nacido en la isla y que tiene como fin obviar la comprensión policial. Locaciones que incluyen desde la mencionada isla canaria, hasta Singapur en el final, la película del realizador rumano exige desde un comienzo atención para captar humor y engaño en una historia digna del bosnio Kusturica, Porumboiu desarrolla el policial como pez en el agua. Con giros imprevisibles, humor excéntrico y hasta algún encontronazo con la ducha de "Psicosis", bien a lo Hitchcock, mezclando tensión, una impactante Catrinel Marlon (modelo internacional de Armani) y un mosaico musical exquisito que va de la Callas a Iggy Pop, pasando por "El Danubio Azul" o "Moritat" por Ute Lemper.
Porumboiu, uno de los nombres claves del nuevo cine rumano, regresa a la cartelera local con su último trabajo: La gomera, un thriller que le rinde homenaje a los clásicos géneros estadounidenses, con el humor y tono que distinguen su filmografía, pero ausente de una identidad propia. Desde Ford a Welles, de Kubrick a De Palma, pasando por Hitchcock y algún que otro cineasta local, Corneliu Porumboiu deja de lado los planos fijos y el ritmo pausado que distinguen sus anteriores trabajos (Bucarest 12:08; Policía, adjetivo; El tesoro) para homenajear a los grandes géneros y autores estadounidenses. La gomera aplica dentro del cine noir moderno. Pero acá no hay ni bruma ni niebla. Los disparos son en su mayoría fuera de campo y la luz de día predomina sobre la nocturna. Y aun así, están todos los estereotipos del género: el policía corrupto que se enreda con gángsters, mientras se enamora de la esposa del criminal que se escapó con el dinero del capo mafioso; la femme fatale; el código de los criminales y hasta una implacable jefa de la división narcóticos que esconde más de una sorpresa. A priori, La gomera tiene todos los componentes que busca el público amante de aquel cine clásico, desde La dama de Shangai hasta Cayo Largo. Tiene una estructura desarmada que recuerda a aquella segunda obra maestra de Stanley Kubrick, Casta de malditos. Y también tiene algo de John Huston, en el tono. Algo del hombre común metido en un mundo que lo supera, característica de la obra de Alfred Hitchcock (a quién Porumboiu además rinde tributo, recreando una de las escenas más famosas del cineasta británico) y, por ende, no sorprende cierta referencia al voyeurismo depalmiano, con el protagonista espiando ventanas, la policía observando comportamientos sexuales a través de cámaras de seguridad, e incluso hay citas directas al cine de John Ford, con la proyección de un fragmento de Más corazón que odio (en la que de alguna forma, el director explica en qué se inspiró para crear el lenguaje a través de silbidos, que es el núcleo dramático del film) y hay un duelo en un estudio para westerns, que remite a Un tiro en la noche. La gomera es totalmente consciente y directa con respecto a su mirada cinéfila, de su lenguaje metacinematográfico, de la artificialidad, y de qué manera el cine se mete en la vida de los personajes, incluso en los momentos más ridículos (que Porumboiu resuelve con una torpeza llamativa) pero detrás de todo, ¿qué se está narrando? El protagonista, Cristi, está perdido en su propio laberinto: tiene el dilema moral de ayudar a criminales o ser un policía honesto. Ayudar a su madre o quedarse con la chica o cumplir la misión. Demasiadas ambiciones para un personaje tan básico. Y en esa misma ambición, cae Porumboiu qué, por apelar a tantas referencias, citas y homenajes, se olvida del lenguaje cinematográfico narrativo más clásico. Todas las secuencias del film parecen no terminar de desarrollarse. El humor funciona, pero en un término un poco forzado. Porumboiu aplica el viejo truco de la vuelta de tuerca, el giro sorpresa. Pero la frialdad del tono general, la hosquedad a la que nos tiene acostumbrado el cine rumano, juega su carta en los momentos más tensos, y las escenas no terminan de concretarse. No importa cuán fluido es el ritmo o relato, la historia está incompleta. Hay agujeros narrativos, demasiadas idas y vueltas temporales, y aunque se nota que el director pretende engañar, manipular y no dejar todo servido al espectador, el efecto final es casi el opuesto. De un vacío abismal. El film no pretende siquiera hacer una crítica a un sistema policial, sino dar vuelta clisés del género policial/mafioso, pero cayendo en lugares más comunes del que desea evitar. Las partes componen un film divertido, entretenido y con ideas, pero el todo es decepcionante. Mucho más simplista de lo que aparenta. En el desenlace, el director le otorga una especie de humanidad y redención a sus criaturas. Pero no es suficiente. Algo se perdió en el camino.
Con mucha comicidad y un ritmo extraño, da vuelta como un guante el universo del policial. Un soplón de traficantes marcha a una isla de las Canarias para aprender a soplar mejor, mientras de lado de la ley y del otro lo buscan. Con mucha comicidad y un ritmo extraño para el autor de Bucarest 12:08, da vuelta como un guante el universo del policial y, al mismo tiempo, pinta un paisaje social preciso desde la purísima ficción. De lo mejor estrenado este año.
Si hay algo que prodiga de inicio a fin La Gomera es placer. Su liviandad indisimulada, una característica poco frecuente en el cine de Corneliu Porumboiu (Policía, adjetivo; El tesoro), cuyas películas combinan muy bien la indagación filosófica con el humor, es el tono que prevalece. El difuso tema de la trama pertenece al universo del noir. Hay mafiosos, policías corruptos, una femme fatale, traiciones y también una historia de amor.
El cine contra las cámaras vigilantes En su película más reciente, el realizador filtra alusiones al cine negro y el western, con una mirada crítica que pone en duda a vigilantes y vigilados. Para disfrutar de La Gomera más vale saber silbar como pájaro. Y si no se sabe, a aprender. Así le sucede a Cristi (Vlad Ivanov). Con él, el espectador ingresa al mundo particular que propone el rumano Corneliu Porumboiu, cuyo film más reciente formara parte de la competencia internacional en Cannes. Uno de los autores de renombre del cine contemporáneo, responsable de títulos como Bucarest 12:08; Policía, adjetivo; El tesoro; Porumboiu recurre en La Gomera al cine clásico y sus géneros, y apela a ellos como estandartes de una seguridad narrativa que el realizador, desde ya, exhibe. Pero desde una propuesta disruptiva. Porque, ¿qué es lo que entre gestos adustos y silbidos alfabéticos traman sus protagonistas? ¿Por dónde van los derroteros de este film raro y sincopado? En La Gomera, Cristi es un policía que trama amistades en el mundo criminal, mientras persigue la resolución de un caso con un pie puesto en Rumania y el otro en La Gomera, una pequeña isla de las Canarias. Hay dinero de por medio, hay armas y hay mujeres. Y todo ello, de manera simétrica entre policías y criminales. Así, no sólo estará Cristi situado como bisagra entre uno y otro mundo, sino que también él mismo será un misterio per se. El rostro inescrutable que permite la caracterización de Vlad Ivanov no deja elucubrar hacia dónde dirige su accionar. Hábilmente, Porumboiu llevará la película hacia una espiral de semejanzas, que terminarán por poner en duda la diferencia ética en el accionar de los personajes. En todo caso, y si hay una ética, ¿dónde quedó? En este sentido, no faltarán alusiones al comunismo y la política actual a partir de diálogos sesgados. La Gomera construye una mirada crítica sobre un tejido social corrupto y vigilado: las cámaras espías sobreabundan, todos las detentan y aceptan. De este modo, la cámara de cine, por esencia, es denuncia misma de esas otras cámaras que vigilan. En una hay poesía, en la otra no. Si se ha sobrevivido a espacios de encierro, y el cine de Porumboiu parece decir esto, aferrarse al cine es hacerlo a esa poesía. De esta manera, y para llevar adelante su propósito estético, La Gomera se vuelve deudora consciente del mejor cine clásico, apela a su estructura y tópicos al tiempo que los enrarece. La isla La Gomera es la que permite el desdoblamiento geográfico con Rumania, habilita la dualidad idiomática, y la instancia intermedia que es el Silbo Gomero, un ardid criminal para pasar desapercibidos ante la policía. De un lado y otro, persecuciones, delaciones, chantajes y seducciones. Y silbidos. Para llevar adelante su propósito estético, La Gomera se vuelve deudora consciente del mejor cine clásico, apela a su estructura y tópicos al tiempo que los enrarece. La treta de los silbidos no deja de ser bizarra, basta ver la puesta en juego de este medio de comunicación en el comportamiento de los personajes: silbidos a la distancia, con los edificios como paisaje. Pero en verdad, el film no es demasiado extraño. Antes bien, ¿qué sería un film extraño? Si hay algo extraño en La Gomera, por no usual, es su elección formal, algo también discutible, vista la cinematografía del director. Así, Porumboiu apela a elipsis y actuaciones afectadas. Las elipsis ciegan al relato mientras le permiten avanzar o retroceder temporalmente (la espiral, como se decía), porque dejan en secreto las intenciones verdaderas de los personajes. Por otro lado, la afección en las caracterizaciones lo acercan a caminos transitados, si se quiere, por el cine de Aki Kaurismaki. En rasgos generales, podría practicarse también una semejanza con el cine de Christian Petzold, y particularmente con Transit, en donde el realizador alemán reformula el cine de ciencia ficción desde los parámetros de la Europa más actual y racista. Por su parte, La Gomera apela en su fundamento al cine noir. También al western. De hecho, entre cine negro y western hay concomitancias: el (anti)héroe solo, los indios o criminales, la ciudad y la pradera; caras intercambiables que en sus mejores ejemplos escapan al planteo maniqueo. Es por eso que en una escena memorable, La Gomera se sitúa en una sala de cine (escondite predilecto del cine noir) mientras se proyecta Más corazón que odio, de John Ford. A partir de allí, la relación entre Cristi y el Ethan Edwards de John Wayne será inevitable, ya que así como le ocurre a Wayne en su desgarro entre indios y colonos, otro tanto le sucederá al policía rumano. Puesto que el desdoblamiento apela de manera esencial al cine negro, la referencia western oficia de modo connatural (y mucho más que el guiño que asimila los silbidos indios de esa escena con los aprendidos por el propio Cristi). No es casual, entonces, que la femme fatal que compone (la también modelo) Catrinel Marlon responda al nombre de Gilda, la mujer equívoca que interpretara Rita Hayworth en la magistral película de ese nombre. Tales alusiones son muestras evidentes de un cine que ha sido. Justamente, Más corazón que odio se exhibe en una cinemateca. De este modo, es el mismo encuadre del film de Porumboiu el que oficia como memoria cinéfila, así como cuando incluya en su puesta en escena la referencia a la ducha de Psicosis –otra película que trabaja la dualidad-, pero aquí desde planos réplicas, integrados a la narrativa. Esta relación alcanza su punto mayor en la correlación sonora y final entre la película que Cristi observa por televisión y lo que realmente sucede. Los disparos de la película televisada y los de la película que es La Gomera se confunden. Con este procedimiento, en esta fusión, Porumboiu hace de su film un artefacto consciente, atento con su historia fílmica y capaz de pensar un después cinematográfico, un más allá. Aquí las claves de por qué se trata de un gran realizador. Como dato mayor, habrá que pensar en esos viejos decorados de estudio abandonado que la película elige como lugar en donde se fragua la resolución. Unos decorados de pueblo fantasma –de nuevo el western-, sin embargo devueltos a la vida cinematográfica gracias a La Gomera. La operación es melancólica y superadora. La película misma encarna en lo que ha sido y le devuelve una sobrevida, tal vez fugaz. La imagen resultante abre una respiración cinematográfica vivificante y lúcida. Alcanzado el desenlace, hay una justicia poética que tiene que ver con lograr huir de los ámbitos de encierro: el policial, la cárcel, el hospital. Lo que espera, tal vez, sea una alucinación. Tan febril y hermosa como lo es el cine mismo.
El amor es un viaje sin retorno Al igual que en el western, todo lo que sucede en este notable film del rumano Corneliu Porumboiu puede ser verdad, o simplemente lo contrario. El protagonista del séptimo largometraje del director rumano Corneliu Porumboiu (Policía, adjetivo, El tesoro, Cae la noche en Bucarest) llega a una isla, La Gomera, con bombos y platillos. Mientras el ferry avanza hacia la perla de Las Canarias estalla a todo volumen “The Passenger”. ¿Quién puede resistirse a agitar la cabeza y sonreír cuando suena esa canción de Iggy Pop? Sin embargo, ese hombre no es un simple pasajero que ve las estrellas salir en el cielo. Los ojos impenetrables de Cristi (Vlad Ivanov) nos guían a un paisaje limpio, donde unas olas apenas visibles golpean contra unas enormes rocas, hasta que una ciudad empieza a acercarse a la cámara. Un escenario que existe pero parece una maqueta que cobró vida. Esa sintética presentación resume la esencia de esta compleja y resonante película: el espectador es engañado de forma permanente sobre qué es real y qué es artificio. Cuándo alguien miente o dice la verdad. Por eso no es casual que en La Gomera se cite al western y a los estudios de cine dentro del relato, preguntándonos con una escena de Más corazón que odio si la realidad no es acaso siempre una construcción. Las películas a veces pueden ser más reales que la vida misma. Cristi no llega en caballo sino en barco, y en ese viaje intentará también, como John Wayne, rescatar a alguien que quiere. Aquella isla que pisa con poco equipaje es famosa por el silbo: un lenguaje ancestral que se enseñan unos a otros. Logrando la capacidad de transmitir mensajes en clave hasta a tres kilómetros de distancia. No es ficción, en La Gomera esa forma de comunicarse aún perdura y hasta se enseña en algunas escuelas. Pero Porumboiu utiliza ese lenguaje tan poético para narrar un policial repleto de traiciones y vericuetos. Cristi es un policía corrupto que debe aprender de manera veloz este idioma tan físico para cumplir con un trabajo que le encarga la mafia. Paco (Agustí Villaronga, el director español de las películas ochentosas Tras el cristal y El niño de la luna), uno de los integrantes de la banda, es su primer maestro. Quien le transmite que los labios se ponen hacia adentro, imaginando que no tiene dientes. Y el aire no sale de los pulmones, viene de la panza. “Pon el dedo como si tuvieras un revolver. Y ponlo en la boca”, le ordena. Pero no es sencillo convertirse en un pájaro, así que Cristi tendrá que nadar en el océano para conseguir mayor capacidad de aire. El lenguaje suele ser importante en el cine de Porumboiu, pero en La Gomera es practicamente protagonista. Cuando el cineasta rumano era niño, y habitaba un país comunista donde las personas inventaban distintos mecanismos para comunicarse, en su casa también tenían un lenguaje secreto: invertían las sílabas de las palabras. ¿Cuántos lenguajes pueden inventarse? Porumboiu, el adulto, inventó el suyo para dibujar historias donde los personajes se toman demasiado en serio a sí mismos, desconcertando al espectador a partir de interpretaciones gélidas que por momentos se acercan a la comedia muda. No es necesario llorar para estar triste, ni reír para estar alegre. Los personajes de La Gomera mantienen tan en secreto sus emociones como el lugar donde la mafia guarda los cientos de fajos de dinero que robaron. No hay acá frontera entre delito y amor. Ya lo decía George Costanza: “No es una mentira si tú la crees”. Los personajes de La Gomera creen en sus engaños. A los pocos minutos de metraje una bella mujer de cabello largo y negro azabache que recuerda a la despampanante Ava Gardner en Killers (Robert Siodmak, 1946) le dice a Cristi “Olvida lo que pasó en Bucarest. Lo hice para las cámaras de seguridad”. La narración en este film está dividida en episodios, una excusa para ir para atrás una y otra vez a partir de los nombres de los personajes. Anunciándonos que, a pesar de las apariencias, el acento no se encuentra en la trama. La trama es casi una excusa argumental para contar una historia de amor enrevesada: la de Cristi y Gilda (Catrinel Marlon). Es a partir de ese pedido de Gilda que la película nos hace retroceder en el tiempo para ser testigos de un encuentro sexual entre ambos. Una actuación para el espejo ovalado que cuelga sobre la pared de la habitación de hotel, el objeto que oculta una cámara de seguridad. La policía los observa día y noche, pero no posee el poder de saber lo que piensan y sienten esos amantes. El espectador tampoco cuenta con esa facultad. ¿Cristi y Gilda están actuando? Y si es así, ¿para qué cámara? El actor que interpreta a Cristi, Vlad Ivanov, aprendió al igual que su personaje el lenguaje silbado. Ese compromiso y entrega se refleja cada vez que el protagonista logra producir sonidos que encriptan mensajes de vida o muerte con la fuerza de su abdomen. Cristi no es de fiar: no le importa nadie, excepto él. Traiciona a sus pares, a la mafia, o a quien sea con tal de salvarse a sí mismo. Sin embargo, Gilda parece romper su esquema. Como en un polar francés, los personajes son inaccesibles, pero Porumboiu anuncia sus futuras acciones a través de piezas musicales o secuencias de películas. Cuando Cristi se encuentra en la cinemateca con su jefa de la policía, Magda, ella estudia en detalle una escena de Más corazón que odio para implementar la misma estrategia de ataque con la banda mafiosa. John Woo contó una vez que el primer libro de cine que leyó tuvo que robarlo. Era El cine según Hitchcock, de Francois Truffaut. Hay en esa declaración una verdad mucho más grande: el cine es un robo constante, y lo único que importa es con qué fin tomás prestado algo que es de otro. Porumboiu en La Gomera cita sin cesar a otras películas (Un comisar acuza, de Sergiu Nicolaescu, o Psicosis, de Alfred Hitchcock) no como un hecho accesorio sino con la intención de incluir otro lenguaje en clave. En esas secuencias se esconden verdades y destinos. Similitudes inesperadas La gran diferencia de esta película con un polar francés es que este subgénero se caracteriza por ser cínico y nihilista. La Gomera también nos engaña en ese punto: quiere ser cínica pero se revela idealista. El séptimo largometraje de Porumboiu es hermano de Tiempo de revancha: el policial de Adolfo Aristarain dirigido en 1981. En la película argentina Pedro Bongoa (Federico Luppi) se hace pasar por mudo para cobrar una indemnización. Pero el plan no sale como lo esperado y su vida de pronto corre peligro. Como Cristi, Pedro es vigilado con micrófonos y miradas que lo persiguen, con el objetivo de que pise el palito y por fin deje escapar una palabra. Es tal el riesgo, el olor repentino a cementerio, que el personaje debe aprender a creer su mentira. Obligándose a no hablar dentro de su casa, y a dormir con cinta scotch tapando toda su boca. No obstante, nada es suficiente para estar a salvo… En La Gomera el personaje también debe volver permanente la mudez para salvar su vida. Cuando una de las personas que lo vigila lo atropella con el auto dejándole graves secuelas en el cuerpo Cristi pierde el habla para siempre. Ahora solo puede comunicarse con la lengua silbada. Palabras que el policía que lo custodia de la mafia no comprende, pero la mujer que lo espera afuera del hospital, GIlda, sí. El amor puede ser el lenguaje más difícil de todos. Pero para Corneliu Porumboiu solo consiste en un cruce cómplice de miradas. Donde solo ellos pueden entenderse. Sin necesidad de invertir sílabas o ponerse un dedo en la boca en forma de revolver para lograr un silbido que atraviese las montañas, el amor es ese lenguaje secreto que uno nunca termina de descifrar. La última escena de Tiempo de revancha tiene un enorme espíritu navideño: un muñeco de Papá Noel mecánico se mueve y simula escribir una carta mientras suena un villancico. La Gomera finaliza con un espectáculo de luces en los Jardines de la Bahía, en Singapur, al ritmo de El lago de los cisnes. Ambas películas abandonan por un rato las traiciones y miserias humanas para cerrar la historia como un cuento de hadas. Porque el cine existe para mejorar la realidad.
por Mishell Patiño Cuando la comedia se encuentra con el Neo Noir En plena era del remake, reboot y la nostalgia, Corneliu Porumboiu (guionista y director) se vale de homenajes y referencias al cine clásico junto a elementos de diferentes géneros, irónicamente, para dar un toque de originalidad a su trabajo. Cristi (Vlad Ivanov) es un oficial de policía rumano que colabora con la mafia. De su país viaja a La Gomera, en las Islas Canarias, como parte de un elaborado plan para liberar a un enturbiado hombre de negocios, el único que sabe dónde se encuentran 30 millones de euros producto del lavado de dinero. Cristi deberá aprender la lengua del silbido para así poder comunicarse entre sí sin ser descubiertos. Si bien es una película rumana, La Gomera posee una cualidad universal gracias, tanto por sus variadas locaciones como por la música, que más allá de dirigir nuestros sentimientos nos aparece en calidad de subtexto, con artistas de renombres de diferentes nacionalidades y estilos (Iggy Pop, Laura Beltrán, Tchaikovsky). Como en todo Noir se pueden encontrar los personajes clásicos y sus dilemas, el policía de vida dual, la femme fatal, la autoridad de doble moral. Sin embargo, en lugar de usar sombras marcadas, al contrario, el director se vale del color para otorgar significado a su historia y a los personajes. Es en medio de este atractivo como vemos que se arma (o desarma) la historia a través de una estructura no lineal, en forma de diferentes capítulos (a lo Tarantino) desde las perspectivas de la amplia gama de personajes que presenta la película. Una entramada red de mentiras, traiciones y conspiraciones entre policías, criminales, amigos, enemigos y hasta familiares. Lo que logra darle fuerza al suspenso y humor negro al insertar pequeñas situaciones cómicas y hasta ridículas (muchas protagonizadas precisamente por el lenguaje del silbido). Aunque quizás su argumento sea un poco complicado de descifrar. El director se vale todo lo anterior y nos entrega exitosamente un aventurero thriller dramático bastante interesante. Calificación: 8/10 Título original: The Whistlers Año: 2019 Duración: 97 min. País: Rumanía Dirección: Corneliu Porumboiu Guion: Corneliu Porumboiu Fotografía: Tudor Mircea Productora: Coproducción Rumanía-Francia-Alemania; 42 Km Film / Les Films du Worso / Komplizen Film Género: Drama. Comedia. Thriller | Crimen
El rumano Corneliu Porumboiu es un director notable. Conocido por Bucarest 12:08, Policía, adjetivo o la reciente El tesoro, sorprende con La Gomera, filmada en parte en las Islas Canarias, una película completamente diferente. Más ambiciosa, con mayor producción y de género. La Gomera, o Los silbadores, como se llamó en otras latitudes, es la intrincada historia de un policía rumano, el no demasiado carismático Cristi, que es además informante de una mafia pesada. Jugando a dos bandas, en riesgo absoluto, Cristi llega a la pequeña isla de las Canarias para tomar contacto con los mafiosos y aprender a hablar en silbidos, una antigua lengua del lugar, como código seguro de comunicación secreta. Y el asunto, llevándose los dedos a la boca aparatosamente para silbar "mamá", es un poco ridículo. Entre unos y otros (¿buenos y malos?), Porumboiu despliega un puñado de personajes curiosos e inaprensibles. Una policía dura que se conmueve viendo a John Wayne, una femme fatale políglota, tan inescrutable como espectacular, matones expertos en el idioma del silbido, madres angustiadas por sus hijos, hombres de negocios oscuros. En el medio, treinta millones de euros, que se mencionan, se ofertan, se negocian como herramienta de cambio,estrategia o intento de salvar el pellejo. La Gomera guiña a los clásicos de un género que claramente quiere reescribir. En ese empeño, Porumboiu se anota varios hallazgos visuales, para una película que por momentos parece más placentera como contemplación de su belleza que como entretenimiento. Excéntrica, caprichosa y algo absurda, recuerda por momentos al cine del finlandés Aki Kaurismaki pero sin la ternura, sin esa mirada humana que parece abrazar a sus curiosos personajes. Con más frialdad, y sin intención aparente de conmover, el rumano logra, sin embargo, una película fascinante. A su extraña manera.
El nuevo cine rumano vuelve con un policial plagado de sutilezas, buen humor, un toque de romanticismo y guiños al cine clásico. Un policía debe sacar de la cárcel a un hombre que se fugó con 30 millones de euros. Pero es tan corrupto como el ladrón, entonces lo controlarán sus pares y sus enemigos. El realizador rumano hace foco en la dudosa calidad moral de la policía, algo que ya había mostrado en “Policía, adjetivo”, pero aquí va más allá. Porque utiliza el humor a través del silbido, un método para comunicarse entre truchos sin que nadie se entere del mensaje. Es más, el filme debería haber respetado el nombre original, que es “Los silbadores” (The whistlers), mucho más apropiado que “La Gomera”, nombre de una de las Islas Canarias donde ocurre la trama. Para verla y salir silbando.
La entretenidísima comedia policial del director rumano de «Policía, adjetivo» es un recorrido lúdico por el cine de género clásico con un tono tan personal como excéntrico. En los últimos años, el cine de Corneliu Porumboiu ha empezado a dar un giro. Por un lado, separándose de manera cada vez más clara de lo que alguna vez se dio en llamar el Nuevo Cine Rumano. Y, por otro, acercándose a tradiciones, si se quiere, más clásicas del relato, ligadas a los géneros y a las aventuras pero siempre desde un costado lúdico, juguetón. Ese humor, más que ninguna otra cosa, es el que une a LA GOMERA con el resto de la obra del director de POLICIA, ADJETIVO. Un humor ingenioso, inusual, que surge de extrañas conversaciones o de juegos visuales inesperados. LA GOMERA está muy lejos de ser un film noir pero juega con esos códigos de manera liviana. Uno podría pensarla, sumándose a la catarata de referencia cinéfilas clásicas que hay en la película –algunas hasta literales– como una actualización de esos policiales/films de suspenso light de Alfred Hitchcock, como INTRIGA INTERNACIONAL o PARA ATRAPAR A UN LADRON. Tiene ese mismo aire luminoso, viajero, casi turístico y lúdico para contar una trama que en realidad es negra, negrísima. Si se quiere actualizar la comparación uno podría pensar en Quentin Tarantino, con quien comparte no solo el humor insertado en tramas densas sino, en este caso, una estructura dramática no cronológica y complicada de episodios. Digamos que LA GOMERA cuenta la historia de Cristi, un policía rumano de unos 50 años (el reconocido Vlad Ivanov) que no se sabe bien si es corrupto o no. En un juego de traiciones sobre traiciones, nunca parece quedar del todo claro en que «equipo» juega el hombre: si con la policía o en el de los traficante/gangsters españoles o, bueno, si para él mismo. Es un doble, un triple, un cuadruple agente. O algo así. Lo que sí queda claro es que, en un momento, Cristi se enamora. Y eso desarma o complica, como en un buen policial, todos sus planes. La película –no la historia– empieza con un viaje de Cristi a «La Gomera», una isla de las Canarias no muy lejana a Tenerife. Allí se ubica en la casa de unos mafiosos españoles cuya misión es enseñarle a hablar un lenguaje de silbidos (el título en inglés de la película es THE WHISTLERS o «Los silbadores») para poder comunicarse sin ser entendidos por quienes los siguen o espían. Es que si hay un tema central en la película, además de los citados, es el de las cámaras de seguridad, el hecho de vivir en un mundo en el que todos ven y saben lo que hacés. En un punto, toda la narrativa compleja de LA GOMERA gira sobre eso. En la isla se encuentra con Gilda (Catrinel Marlon) que tiene nombre y pinta de femme fatale de policiales, y de a poco iremos conociendo cómo se fue conectando la historia de todos. Para sintetizar, es una serie de flashbacks a distintos momentos previos en una cronología que parece invertida (cada flashback va más atrás en el tiempo que el anterior, digamos) pero que no lo es tampoco del todo. A lo largo de esas idas y venidas en el tiempo, nunca sabemos cuando Cristi, Gilda o el resto de los personajes mienten. A sus compañeros. A las cámaras de seguridad. O a los espectadores. El de Porumboiu es un plan lúdico puro, una historia de amor contada como una máquina de ficción perfecta, un policial que conviene disfrutarlo más por sus juegos que tratar de enredarse en su trama. Recuerdo que el director vino al BAFICI en el que fue jurado de una competencia argentina en la que se vio HISTORIAS EXTRAORDINARIAS, de Mariano Llinás. En aquel momento la película no ganó el premio principal y muchos pensamos que quizás el rumano no la había comprendido del todo bien. Evidentemente no fue tan así. LA GOMERA, en cierto punto, parece una hija de esa experiencia. La idea de entregarse a «la máquina de ficción» más pura y cinéfila posible, más gozosa y libre aunque finamente estructurada. Una película de amor disfrazada de policial que te hace salir del cine con una sonrisa enorme. Como dice un colega, Porumboiu es «un cineasta del Bien». Y su película, aunque no sea la más relevante y potente de su obra, es disfrute puro.
La Gomera es la séptima película del destacado director de cine y guionista rumano Corneliu Porumboiu, responsable de obras mayores como Bucarest 12:08 o Policía adjetivo, también realizador de cintas más recientes como El tesoro o Fotbal Infinit y considerado uno de los nombres claves de la Nueva Ola Rumana de Cine. El filme en cuestión cuenta con las actuaciones de Vlad Ivanov y la modelo Catrinel Marlon. La historia de La Gomera dista bastante en cuanto a género si tomamos como referencia el cine de Porumboiu: con claros tintes de thriller, el personaje central es Cristi (Ivanov), un policía que a la vez es custodiado porque sus superiores desconfían de él. Conocerá a Gilda (Marlon), quien será la encargada de ofrecerle viajar de Bucarest a la isla de La Gomera para aprender el silbo gomero; mediante esta forma podrán comunicarse sin ser descubiertos, y sin importar la distancia, con el objetivo de liberar a Zsolt (Sabin Tambrea), el único que sabe el lugar específico en donde están escondidos 30 millones de euros. No obstante, la figura de su superiora Magda (Rodica Lazar), quien sospecha todo el tiempo de Cristi, le traerá sus complicaciones. Para jugar un poco con la linealidad de la trama, el cineasta rumano por momentos alterará el orden de los hechos, lo cual le da cierta dinámica al filme, pero también puede llegar a confundir en algunos momentos en lo referido al entramado de la historia. La Gomera demuestra con claridad la categoría de Corneliu Porumboiu, no solo uno de los grandes cineastas de Rumanía, sino también en lo referido a nivel mundial. Porumboiu logra salir de su zona de confort, para trasladarse a un género que no le es habitual, alejado de la tonalidad de sus primeros filmes, pero sin perder la esencia. En ese sentido podemos remarcar la cruza de géneros, ya que al margen de su formato de thriller, habrá lugar para situaciones cómicas. No será su mejor película, pero La Gomera es mucho más dinámica, probablemente más accesible para un público medio, y donde al menos por momentos aparecen detalles que son propio de su cine; habrá también pequeños homenajes a cintas de Melville, Hitchcock, etc. Si bien es cierto que el juego en las temporalidades en algunos pasajes puede llegar a confundir, en general están bien distribuidos, dando progresivamente información acerca de los ocurrido, e imprimiéndole una dinámica certera. Las actuaciones en líneas generales están acertadas, y en lo referido a fotografía, montaje y música todo está acorde a lo que este nuevo largometraje de Porumboiu requiere.