Sobre la asepsia formal… Detengámonos por un instante en un rasgo específico de gran parte del cine de género de la actualidad, el conservadurismo tanto ideológico como estructural. Hablamos de una tendencia insoportable que modela una y otra vez bajo el mismo tenor arquetipos retóricos nunca reaccionarios de por sí, abarcando no sólo la duplicación ad infinitum de patrones standards que obedecen a la lógica comercial sino también la reproducción de una mojigatería muy preocupante a nivel creativo. Mientras que en otros períodos podíamos llegar a encontrar con gran facilidad obras que brillasen con luz propia o por lo menos se distinguiesen del resto, en nuestros días determinadas “vertientes” parecen petrificadas. Tanto en lo que se refiere al mainstream como a una supuesta independencia periférica, en el ámbito de la industria cinematográfica estadounidense durante las últimas dos décadas se ha consolidado una suerte de fórmula que garantiza -según los “cráneos” de las productoras y sus títeres de turno- comedias o films de terror exitosos, los dos ejemplos máximos de la reducción que opera sobre campos otrora deslumbrantes (“sexo”, “gore” y “perspicacia” son palabras prohibidas). Un contexto miserable, personajes pueriles, un andamiaje formal vetusto y una multitud de recursos reciclados son las características principales a la hora de aniñar las propuestas para conseguir ese patético “guiño” por parte del ente de calificación. Por supuesto que bajando la edad del espectador potencial se empobrece paulatinamente los productos, los realizadores y el público del futuro, sumado a que toda la maquinaría queda tildada en un “piloto automático” que genera proyectos tan anodinos como La Invocación (Haunt, 2013), otra historia irrelevante de fantasmas furiosos en pos de venganza, eco lejano del J-Horror de lustros anteriores. En esta oportunidad es la familia Asher la que se muda a un caserón para rápidamente comenzar a experimentar una serie de situaciones símil The Amityville Horror (1979). Aquí un minimalismo naif corre a la par de la ausencia de novedades y una duración justa en lo que hace al aprovechamiento del acerbo genérico. Si bien el enfoque que adopta la película le juega a favor, centrándose en Evan (Harrison Gilbertson), el hijo mayor del clan, y obviando la dialéctica quemada de la “amenaza” a los querubines de siempre, la trama recurre a muchos clichés y no va más allá del bus effect al momento de los sustos. Realmente es una pena porque la ópera prima de Mac Carter tampoco llega a molestar y hasta ofrece algunos diálogos interesantes entre Evan y su vecina Samantha (Liana Liberato), cuyo tópico es la curiosidad teológica. De todas formas, como cinéfilos ya sabemos que si deseamos evitar la asepsia del norte debemos volcarnos al resto del globo, donde la muerte sí suele ir de la mano de las vísceras y el intelecto…
"Haunt" es una película que junta todos los clichés del género, pero no les da forma para brindar una experiencia aterradora o divertida. Una propuesta con una historia en la que pasa prácticamente nada, con personajes desaprovechados (toda la familia, salvo el protagonista, no aporta al relato), con un villano que no asusta y con varios deslucidos giros narrativos. No recomendable.
Antes de empezar es obligación aclarar un par de cosas para el lector/posible espectador incauto, en el afiche y anaqueles promocionales de La Invocación hay un par de… digamos inexactitudes. Primero, el espectro greñudo que se ve como imagen principal, nunca aparece en el film (por lo menos nada cercano a eso se ve), y segundo y más importante, la frase “¿invocarías al diablo a las 12 de la noche?” el diablo no forma parte de esta película de fantasmas, y menos aún importa la hora de la invocación. Listo, ahora sí, el interesado puede saber que La invocación, ópera prima ficcional de Mac Carter, es una típica historia de fantasmas y casas que guardan macabros secretos, y lo de típica subrayémoslo varias veces, bien fuerte. Un matrimonio y sus tres hijos (parejita adolescente y nena chiquita) se mudan a la clásica casa en medio del bosque de todo film de horror que se precie. Como siempre, se ufanan de lo barato que la consiguieron, pero claro en el lugar ocurrió tiempo atrás una serie de hechos macabros que nos cuentan en un prólogo al estilo filmación en ocho milímetros. El hijo varón, Evan (Harrison Gilbertson), descubre un cobertizo secreto dentro de la habitación del altillo, y en él descubre una radio a transistores como para hacer radiollamadas. Por supuesto, lejos de empezar a hacer las maletas para volver a la ciudad (saben de antemano de las muertes alrededor de la casa), el nene pide la habitación como suya. Esa misma noche comienzan a ocurrir los hechos extraños, Evan tiene pesadillas, sale a caminar y se encuentra con una joven, Sam (Liana Liberato), vecina, que huye de su casa por un padre maltratador (o suponemos que es el padre porque no nos dicen mucho más de eso). Inmediatamente Evan y Sam congenian (más porque está se toma mucha confianza y prácticamente se instala en la casa del muchacho), y ella le cuenta más sobre la familia que vivía ahí antes, sobre la maldición que pesa sobre la casa, y la posibilidad de un juego muy divertido, invocar fantasmas con la radio a transistores. Adivinaron, acto seguido, invocan al espíritu que mora en el hogar. No contemos mucho más porque se supone que la historia guarda un par de sustos o secretos ocultos que se irán revelando… o simplemente porque no hay mucho más para contar. Obviemos que estamos frente a una película que en su país de origen, EE.UU. fue estrenada directamente online y en DVD (luego sí, tuvo un paso limitado por salas); que se nota su bajísimo presupuesto, mucho más bajo que su ambición de mostrar un fantasma hecho por un pobre CGI que lo hace parecerse a una mezcla entre el Alone in the Dark para PSOne y el mítico Cryptkeeper de la serie Tales from the Crypt. También obviemos que las interpretaciones de todo el conjunto actoral (incluyendo a Jacki Weaver que el año pasado parecía que despegaba como tardía promesa) son pobrísimas y nulas en matices. Los problemas con La Invocación pasan por otro lado, principalmente por su argumento y el desarrollo del mismo. El trabajo del nobel Andrew Barrer (cuyo próximo trabajo será realizar el guión de una nueva adaptación de Sabrina, la bruja adolescente) no consistía más que en hacer un guión parecido a El conjuro, con algo de Haunt in Connecticut, y otras tantas de fantasmas alojados en casas y bosques desde la primera Aquí vive el horror (The Ammityville Horror) hasta la fecha; no se le pedía originalidad ni nada por estilo, algo de manual. Sin embargo, La Invocación es incapaz de generar el menor suspenso o tensión; la historia está llena de actos casuales y otros inexplicables (y no precisamente por lo sobrenatural). Varios personajes simplemente desaparecen de la película sin la menor explicación (¿qué fue de la hermana mayor? ¿En dónde están los padres la mayor parte de la historia? ¿Por qué la hermana menor actúa de modo tan tenebroso? ¿Qué tiene que ver el padre golpeador de Sam con algo?), y otros aparecen ahí, justo, sin ninguna justificación, en el momento exacto, como si se teletransportaran oportunamente. La resolución del (no) misterio que plantea la película también dejará todos los cabos sueltos posibles, y no se entenderá el porqué de varias de las decisiones que los personajes toman a lo largo de todo el desarrollo. Claro, la sumatoria de estos elementos llevará irremediablemente a ese acto tan temido en una película que debería general terror o suspenso, la risa involuntaria. "La invocación" es un film fallido aun dentro de la categorización de film para el consumo doméstico; entre algo de aburrimiento por la parsimonia con que se desenvuelven los hechos, y la comicidad que provocan los sucesos incongruentes no sobrenaturales, son pocos los minutos de real interés que despierta. Aun así, probablemente, fanáticos acérrimos del género y no muy pretenciosos, encuentren algo menor pero aceptable para sus estándares
“Todas las historias de fantasmas empiezan con una casa y una tragedia”, dice la narradora, interpretada por Jackie Weaver, de esta película de terror. “Haunt” data del año pasado y está dirigida por el debutante Mac Carter. Y esa línea es la que bien podría resumir toda la película. Porque en ella hay una casa, fantasmas, y una tragedia, tal como lo indica, y una familia que recién se muda, y sustos varios, y una señora que vivía allí y ahora tiene pinta de loca. Todos los clichés de estas películas de terror, un ático, un hacha, un susto en la ducha, un personaje problemático y uno inocente, una niña que parece entender lo que los adultos no pueden o no quieren. Todo está ahí, servido sobre bandeja. Si se espera algo novedoso, Haunt no es la opción adecuada. Si se quiere algo efectista y sin muchas pretensiones, puede ser una buena opción. El film es relativamente corto, no llega a una hora y media, y eso le juega a favor. Sobre todo teniendo en cuenta que en realidad no es demasiado lo que sucede durante toda la película. Situamos a esta familia, los Asher, mudándose a una casa misteriosa. Conocemos a la mujer que vivía allí (que es la misma que narra) y comprendemos algo de la tragedia que sucedió. Evan, uno de los hijos, entabla una relación con la perturbada Samantha y juntos comienzan, quizás por curiosidad, quizás por la búsqueda de ella hacia algo más, a invocar a los Morello, los antiguos habitantes de la casa. A grandes rasgos, hasta diez minutos antes de que termine la película, aquel momento en que reina la calma que antecede a todo temporal, no sucede mucho más. Además, a excepción de Evan y Samantha, el resto de los personajes no aportan demasiado, no interesan, por eso tampoco nos hace tanto ruido que de repente las vueltas del escritor los dejen a los dos solos en la casa, y más tiempo del previsto. "Haunt" recuerda a muchas películas memorables de terror, pero no logra estar a la altura de ninguna de ellas. Quizás si su escritor, Andrew Barrer, otro debutante, hubiese sabido explotar mejor todos los elementos que tenía a su disposición, otra sería la cosa. Pero lo cierto es que acá no sucede, no hay interés por esta familia como entidad ni por los miembros por separados, salvo por Evan, como ya mencionamos. Otra de esas películas que sirven para pasar el rato pero que se olvidan rápidamente.
Invocando adolescentes Otra vez la casa embrujada, otra vez oscuros sucesos del pasado están relacionados con la presencia de fantasmas que azotarán a una nueva familia que, ilusa, se muda a la casona alejada de la ciudad en medio de la nada. Pero La invocación (Haunt, 2013) se diferencia en algo del cliché de este tipo de relatos -¿o no?- y es en la etapa pubert en la que se encuentran sus protagonistas adolescentes. Todo comienza con una invocación, claro, de un hombre desesperado que escucha a sus seres queridos recién partidos al mas allá. Sucede que sus tres hijos (Mattew, Hilary y Kattie) fueron asesinados y siguen dando vueltas por los recovecos de su casa. El señor invocador pasa a mejor vida y la casa queda disponible –al igual que los fantasmas- para ser disfrutada por sus nuevos habitantes. Llega una familia con tres hijos (Evan, Sarah y Anita) de la misma edad que los difuntos. Si todavía no adivinaron, la cosa se repite. Se sabe que el cine de terror es un género dirigido al público adolescente. El miedo viene a representar mediante monstruos, fantasmas o vampiros, temores de la edad juvenil. La invocación no sólo sabe esto sino que se ahorra un paso: sus protagonistas son directamente adolescentes. La historia se centra en Evan Asher (Harrison Gilbertson), el hijo de 18 años que entabla relaciones con su atormentada vecina Sam (Liana Liberato). Ella conoce el pasado de la casa y en ese juego de seducción con lo desconocido se cruzarán con la caja que invoca espíritus. Acá empieza otra historia previsible, la de las apariciones fantasmales. Se alternan escenas “de susto” con escenas donde el espectador puede relajarse. Claro que para provocar el sobresalto en la butaca el suspenso tiene que estar bien logrado y el fantasma, al menos, bien maquillado. Porque si los monstruos quedaron "truchos" se deberá tener mucho cuidado en montaje para mostrarlos la menor cantidad de segundos posibles en escena. Sino el susto se vuelve gracia, lo que aquí pasa. La invocación es de las tantas películas de terror que se hacen a granel, y lo peor es que no pretende ser nunca otra cosa. Hay resolución fácil y mal empleada, como si no se temiera caer en la clase B del género. Tal vez ese sea su objetivo, con el que el film parece sentirse a gusto.
Otra película de fantasmas, con una casa embrujada a la que llega una familia. La originalidad no es el valor fundamental del cine, o al menos no es su valor definitorio. De hecho, con los mismos elementos apuntados, James Wan hizo el año último una película excelente como El conjuro. Lamentablemente, La invocación es otra cosa. No apuesta a una forma tersa y clásica, y eso que por momentos, sobre todo al principio, parece adivinarse que tal elección estaba al alcance de la mano. Pero la película se decide por: a. Los golpes de efecto, que aunque no son excesivos sí son facilistas, como ese paralelo entre los tres hijos y los otros tres en montaje vaporoso. b. La obviedad expositiva que hace que todo se adivine muy temprano. c. La falta de lógica narrativa, con los fantasmas ya activos antes de "la invocación", con la idea de cerrar una puerta ¡para que no salga un fantasma!, con la actitud despreocupada de varios miembros de la familia ante lo evidente. d. La displicencia irritante y de bajo vuelo para despachar una película cuando se tienen los elementos para hacerla mejor, para no abandonarse a la indolencia. En estos films irrelevantes, a veces se encuentran detalles agradables. En este caso hay dos presencias atractivas, dos actrices con actitud y brillo propio. Una es la australiana Jacki Weaver, de Picnic en las rocas colgantes, de Peter Weir (1975), recientemente nominada al Oscar por El lado luminoso de la vida. La otra es la indómita inglesa Ione Skye, de Digan lo que quieran, con John Cusack (1989), y el hit indie de 1992 Nafta, comida, alojamiento, de Allison Anders. Pero la película no sabe qué hacer con ellas, sobre todo en el caso de la atractiva Ione Skye. La desaprovecha con pocos minutos en pantalla, así como desaprovecha las tradiciones más nobles del cine de casas embrujadas. Ni gracia arquitectónica le ponen.
Llegué a la conclusión que hay más chances de encontrar el Santo Grial que una película de terror recomendable en los cines. El género se convirtió en el cuento de la buena pipa donde cuesta bastante ver una historia que por lo menos sea entretenida y no te aburra con los mismos argumentos de siempre. La invocación sigue por este camino. Una familia se muda a una casa donde años atrás falleció una persona de manera violenta y otra vez el fantasmita empieza a perseguir a los protagonistas. A esta altura como ya renuncié a las expectativas de ver algo bueno en este género me limito a buscar elementos positivos. ¿La historia es terriblemente mala? No. Vimos cosas peores en el último tiempo. Este film fue dirigido por Marc Carter, responsable del documental Orígenes secretos: La historia de DC Comics, y con esta producción debutó en la ficción. Carter hizo un muy buen trabajo en la presentación del conflicto. En los primeros 15 minutos supo crear la tensión necesaria para hacer atractiva la historia. Algo que está sostenido por una muy buena la labor en las ambientacioes de los escenarios y la fotografía. En un comienzo La invocación parece una prometedora historia de casas embrujadas, pero con el transcurso del tiempo los elementos atractivos que tenía la trama se van diluyendo y se vuelve bastante aburrida. Hay un par de momentos de sustos que me parecieron bien logrados, pero en general nos encontramos ante un film desapasionado, cuyo conflicto no va a ninguna parte y por eso termina siendo decepcionante. Es una lástima porque tiene algunos méritos en los aspectos técnicos y las interpretaciones del reparto son convincentes, pero me parece que le faltó un director que estuviera realmente interesado en trabajar este género. Tampoco ayudó demasiado que el argumento sea muy parecido a la trama de la primera temporada de la serie American Horror Story que brindó un producto superior. Si la enganchás en la televisión tal vez la remás hasta el final, pero para verla en el cine la verdad que no vale la pena.
Módico paseo por el lado oscuro Hace quince días se estrenó El pacto, película de horrores fantasmales que sigue en cartel y con la cual La invocación comparte más de un punto de partida, algunos detalles de su nudo dramático y un par de elementos del desenlace. En otras palabras, podrían haber sido cortadas por la misma tijera. Ambas son descendientes de los relatos de casas embrujadas –con su puertas chirriantes y presencias inquietantes– y también son herederas del j–horror de finales del siglo pasado; las dos incluyen personajes que andan tratando de desentrañar una tragedia del pasado y comparten afición por los golpes de efecto audiovisuales (léase: aparición horripilante con exceso de maquillaje + sonido fuerte para julepear a la audiencia). Ni la una ni la otra debería darles vergüenza a sus responsables, pero en ninguno de los casos el producto resultante va más allá de la mera repetición y reciclado de ideas y recursos. Como la historia de los géneros cinematográficos populares viene demostrando desde hace más de cien años, no hay nada nuevo bajo el sol hasta que alguien demuestra exactamente lo contrario. Cuando eso ocurre, ¡albricias! Talento e imaginación, que les dicen. La invocación, ópera prima de ficción del norteamericano Mac Carter –antes dirigió un documental sobre la editorial DC Comics–, encuentra su virtud en un ingenioso detalle del guión: si bien es una típica familia nuclear la que se muda a esa enorme casona en las afueras de algún pueblo, el film concentra su atención en Evan, único hijo varón del clan, un adolescente un tanto introvertido y –según dicen– con algunos problemas de conducta. Ya durante la primera noche en el nuevo hogar, el muchacho se da una vuelta por los alrededores de la finca y se topa con Sam, una vecina de su misma edad con más de un problema hogareño, cortesía de un padre alcohólico y golpeador. Enseguida se gustan, como corresponde, y al día siguiente la chica se aparece con una extraña caja con válvulas y bobinas a la vieja usanza, suerte de radio de ultratumba que permite comunicarse con los muertitos. No han sido pocos los finados en esa casa y, por cierto, esconden más de una bronca, contra propios y ajenos. Si la relación entre Sam y Evan puede recordar por momentos a la extraordinaria Criatura de la noche, del sueco Tomas Alfredson, La invocación elimina de cuajo cualquier tipo de ambigüedades y sugerencias y pone a la dupla a merced de los fantasmas, cuya presencia sólo ellos y la menor de la familia pueden percibir. Sin prisas ni retrasos, el film avanza metódicamente y con escasas sorpresas hacia su conclusión, y no hay que ser un espectador muy avispado para adelantar las revelaciones del cierre unos veinte minutos antes de que ocurran. Hay, sí, alguna que otra novedad a la hora de escamotear el consabido final feliz, un poroto a favor que evita el conservadurismo extremo de tanto relato de terror contemporáneo. Pero no alcanza para hacer de este cuento de ánimas en pena algo más que un módico paseo por el lado oscuro, tan inquietante y divertido como puede serlo una vuelta en el tren fantasma.
Onda corta, film demasiado largo Hay un elemento original en esta película de terror clase B: una especie de aparato de radio de onda corta para comunicarse con el Más Allá, y obviamente realizar la invocación a la que se refiere el título local. Lamentablemente, la radio en cuestión aparece primero en un prólogo insertado a la fuerza, como para darle coherencia al argumento, y luego recién una media hora después. Mientras tanto, la pelicula funciona como una variante más, y no especialmente intensa, de la típica historia de casa embrujada que últimamente ha tenido mejores ejemplos que éste. La situación es la mudanza de una familia a un caserón perdido en medio de la nada y con aspecto no demasiado amistoso, además de un pasado oscuro (evidentemente, sin gente decidida a mudarse a sitios como este no existirían estas películas). En todo caso, una vez mudados, además de ir encontrando de a poco muy de a poco, por desgracia- distintos detalles de ese pasado del lugar, el adolescente de la familia se encuentra en una caminata por el bosque con una chica misteriosa, tanto que podría ser una aparición. Esta pareja formada por Harrison Gilbertson y Liana Liberato son los que más adelante empiezan a invocar espirítus ultraterrenales con esa extraña radio, y la acción sobrenatural gira en torno a ellos dos, aunque la presencia más siniestra en el elenco es la de la pediatra que vivía antes en la casa, que interpreta Jacki Weaver. "La invocación" no deja de tener dos o tres buenos momentos y algún detalle original, como el ya mencionado, pero se queda muy corta en sustos y da la sensación de que sobran varias escenas donde ocurre poco, insertadas quizá para estirar la duración, detalle que no es el único que hace notar el bajo presupuesto utilizado sin demasiado ingenio.
Casa embrujada, familia que se muda, injusticias, fantasmas inquietos y vengativos y humanos peores que las presencias del más allá. Más acá, una película más de aparecidos, sustos, lugares comunes. Entretenimiento moderado.
El primer largo de ficción de Mac Carter guionado por Andrew Barrer, cuenta las desventuras de Evan Asher (Harrison Gilbertson) y Sam (Liana Liberato), dos adolescentes enamorados que exploran una casa embrujada. Si fuera profesora de colegio y mi materia fuera “Terror 101” mandaría a los alumnos Carter y Barrer a Marzo: chicos, la película NO asusta. La Invocación es una película insubstancial, insulsa, insípida, sosa, etc, etc, etc. Parece como que a Mac le dio paja hacer la tarea y la filmó para zafar la nota. Lo que le falta, además de onda, es justamente esa ausencia, ese trabajo del fuera de campo, esa omisión tan presente en las películas de terror que le permiten al espectador generar expectativas y fantasías, elementales para que estés atento y que te cagues, aunque sea un poquito. Acá lo que no nos cuenta el prólogo, nos lo dice en off la ex propietaria de esta casa acechada por fantasmas, Janet Morelo (Jacki Weaver), o lo vemos a través de unos flashbacks lisérgicos muy fuleros. La Invocación es una película insubstancial, insulsa, insípida y sosa. De La Invocación no podemos esperar más que un par de sobresaltos (posta, tipo 2). Es una película que no tiene nada de original, nada de excitante; suspenso, ¿qué es eso?; misterio, ¿say what?; sexo, ¡Dios me libre y me guarde!, los protagonistas son los adolescentes menos cachondos que vi en mi vida; ¿morbo, sangre, crueldad perversión?, casi que niente. Los que sí se pueden llevar algún mérito acá son el director de fotografía y los señores (o Sras.) que diseñaron a los fantasmas. Sin embargo, cuando hablamos de terror, no nos alcanza con un cuco y una buena imagen; necesitamos contenido, que alguien se ponga la gorra y dirija la batuta.
Los Morello tienen la mala suerte de vivir en una casa embrujada. En blanco y negro, preludiando el film, papá Morello trata de contactar a los seres queridos; mueve la manivela de un misterioso dispositivo y le depara una suerte atroz. Entonces aparecen los Asher, despreocupados y uno diría inconscientes, como toda familia que llega para ocupar una casa embrujada. A diferencia de otros films de este subgénero (primo hermano de zombis, vampiros y algún otro monstruo con la sangre al ojo y el bolsillo lleno), La invocación abandona la tensión familiar y sigue sólo a uno de los Asher, Evan, el hijo adolescente que se involucra sentimentalmente con Sam, vecina del lugar. Evan y Sam descubren el fantasma de una mujer que asola la habitación donde vivía Matthew Morello y visitan a mamá Morello, única sobreviviente y alguien que no está en sus cabales. Con la alusión a una inmemorial vendetta como explicación del embrujo, La invocación queda realmente huérfana de ideas, entretenimiento y, sobre todo, terror del bueno.
Fantasmas para novatos Otra tragedia familiar con espectros atraídos por adolescentes, en un filme de manual. “Si hay fronteras, quizás haya un cielo”. Frases tan crípticas como esta, pronuncia Samantha (Liana Liberato), la confianzuda adolescente que pivotea una historia de fantasmas, cruzada con una relación de amor e histeria juvenil. La invocación, opera prima de Mac Carter, viaja hacia lo seguro, sin la irreverencia de, aunque sea, buscar romper la rígida estructura de un filme de terror post 2000: casa embrujada con una tragedia familiar (los Morello) a cuestas y la llegada de nuevos habitantes. Los recurrentes flashbacks, en tonos sepia e imágenes difusas, busca adiestrar (¿o anestesiar?) el ojo de un espectador acostumbrado, y cansado, de este tipo de filmes que, por tan enrevesados que son, pierde el eje del miedo y la intriga que busca generar. La familia Morello parece estar maldita: el joven Mathew choca con su automóvil, la pequeña Hillary se ahoga, la adolescente Kate se ahorca y papá Franklin (odontólogo él, una profesión exprimida cinematográficamente por la morbosidad) sufre un accidente doméstico mortal, inducido por una fuerza del más allá. Sólo sobrevive Janet, pediatra ella, la exagerada caracterización de Jacki Weaver, quien tiene reacciones innecesarias (llámese gritos) y una mirada perdida que es la envidia de cualquier homicida de estirpe. Viajando a estos tiempos, la familia feliz (los Asher), se hacen con la mansión. Y su macabra herencia. En el clan se destaca Evan (Harrison Gilbertson, de tibia actuación), un inocente joven seducido por Samantha, la vecinita sometida por la violencia de su padre alcohólico. ¿Típico, no? Ella irrumpe en la casa familiar de los Asher como si nada la detuviese. Y no tiene mejor idea, ya que conoce la historia de los Morello, de llamar a seres del más allá. La invocación será por voz electrónica, con una vetusta caja y sistemas de dínamo y lamparitas, a contrapelo de la tecnología de hoy, buscando un forzado efecto vintage que se retrotrae a filmes exitosos en la materia espectral con El conjuro, a la cabeza. La aparición del ente maligno y la posesión de sus víctimas (ojos completamente negros, venas hinchadas, palidez extrema) es lo poco rescatable de un filme que se estanca en el flirteo amoroso y la timidez de la parejita, sin ahondar, desafortunadamente, en los papeles secundarios. Una película que, por lo predecible, asusta.
A los fantasmas se les va la mano. Mac Carter es un director sumamente extraño. Su carrera como cineasta comenzó en 2010 con su ópera prima Secret Origin: The Story of DC Comics, un documental fallido, escrito por Mac Carter y narrado por una voz en off de Ryan Reynolds, que abusaba del tono didáctico y del montaje televisivo. La película, con efectos adversos como la somnolencia y el tedio, recorría década por década el nacimiento de los distintos superhéroes y los éxitos y altibajos de la editorial estadounidense de historietas a través de entrevistas sedientas de emotividad. Tres años después estrenó en Estados Unidos su segunda película, La Invocación, incursionando en el terreno de la ficción para demostrar que, sin importar el “modo narrativo”, su manera de filmar es tan impersonal como regalar bombachas rosas en navidad. Guionada por el debutante Andrew Barrer, La Invocación relata, con letras gigantes y fluorescentes, las aventuras trágicas que vive una familia al mudarse a una casa habitada por espíritus chocarreros: los fantasmas, bellamente diseñados por el estudio Weta, acosan a los nuevos propietarios con el mismo entusiasmo terrorífico con el que The Cable Guy (Jim Carrey) perseguía a Steven M. Kovacs (Matthew Broderick). El caserón de las sombras atesora un pasado oscuro que late en el presente de cada puerta y ventana del amargo hogar, pero no hay misterios ni tampoco enigmas ya que todos los eventos sobrenaturales son explicados por la voz en off de un personaje en los primeros minutos de metraje. Las fallas de la película son tantas que se podrían ordenar alfabéticamente, empezando por el despliegue insensato de recursos formales que nada le aportan a las necesidades del relato: el uso excesivo de montaje entrecortado con estética de video clip y la sobreexplicación de las muertes con el insert de las transparencias de los cuerpos. "De todos los géneros, el de terror es el que más añora el silencio. El western se benefició de los diálogos, y los musicales y el género negro son impensables sin palabras. Pero en un film de terror clásico, casi todo lo que se pueda decir sonará superfluo o ridículo", afirmaba Roger Ebert en su crítica de La Caída de la Casa Usher (Jean Epstein, 1928). Mac Carter, como el peor alumno de Robert Ebert, opta por el camino opuesto: tatúa las lenguas de los personajes con textos reveladores para que escupan líneas de diálogo como semillas de mandarina. Los fantasmas actúan de manera contradictoria ya que los móviles narrativos son traicionados para diluir a la película de terror en una serie reducida de sobresaltos anunciados (por ejemplo, cuando el fantasma de corta edad rompe la cuarta pared para que el espectador salte de la butaca). La mayoría de las películas de terror norteamericanas contemporáneas mastican ese viejo cine de género valioso y perturbador, pero su sistema digestivo es tan veloz que solo pueden exhibir un inodoro vómito cinematográfico, con partículas de alimento reconocibles pero totalmente destruidas; sin forma. Quien muera o sobreviva en La Invocación no nos quita el sueño porque, si no le importa al director, ¿a quién le va a interesar?
La culpa es del fantasma La invocación comete la misma equivocación de muchas películas de terror: traicionar su propia sutileza narrativa al final. Ya ha sucedido tantas veces que puede decirse con una fórmula de digestión rápida: Invocación es una buena película de terror que se arruina al final. El problema es que se arruina realmente, se arruina tanto que hay que hacer un esfuerzo para admitir que los 75 minutos anteriores al colapso son una exhibición de virtuosismo narrativo en el manejo del suspenso. Ni siquiera para equivocarse resultan originales el director y el guionista: el instante fatídico se produce, por supuesto, cuando se expone el origen del mal y toda la tensión acumulada se libera en la imagen de un espectro cuyo diseño parece una versión animada del tatuaje de una parca. Sin bien se lo ve venir por insinuaciones previas en las escenas de alta tensión, la cámara consigue mantenerlo en una especie de neblina visual durante un buen rato, lo cual evita la frecuente decepción que producen los fantasmas surgidos de los departamentos de efectos especiales. Como si el desastre no fuera suficiente, el autoboicot se complementa con un flahsback explicativo que termina de apagar la posible tercera estrellita de nuestra calificación. En menos de medio minuto el espectador conoce con lujo de detalles qué sucedió en la casa embrujada y por qué. Y ese conocimiento, claro, no hace más que confirmar las líneas más obvias del argumento y sepultar todo posible misterio. Indigna ese final justamente porque lo precedía una historia bien contada, que se permitía una levísima sonrisa reflexiva sobre el género (al menos en la presentación y después en la coda) y a la vez prometía un desarrollo paralelo de la trama sobrenatural y la trama romántica de la pareja adolescente protagónica (Harrison Gilbertson y Liana Liberato). Un rasgo de inteligencia del guion consiste en concentrarse en el vínculo sentimental entre estos dos personajes. Él, Evan, es el hijo mayor de la familia que compra la casa maldita; ella, Samantha, vive con su padre borracho y abusivo en una casa cercana. Juntos (y enamorados) empiezan a explorar el pasado oscuro del lugar e intentan comunicarse con los muertos que los rodean. La belleza despojada con la que se muestra esa relación es digna de otra película. Hay un diálogo nocturno –frente a una pileta de natación llena de agua sucia y medio congelada– que vibra con la intensidad de un poema. Sin duda esa carga de sentimientos tiene el sentido funcional de que la tragedia se vuelva más cruda e insoportable a la hora de la verdad. Hubiera sido perfecto si en vez de concluir de manera efectista, Invocación concluyera con una escena patética, acorde con sus premisas y sus promesas iniciales. Pero tal como ha quedado, lo que había ganado con el amor lo termina perdiendo con el terror.
La casa maldita Toda casa esconde una historia y también una tragedia. Ese es el punto de partida de este film de terror que sigue los pasos de una familia que se muda a un nuevo hogar y encuentra el horror. La invocación (Haunt) sigue el lineamiento de las típìcas películas del género a partir del relato en off de una mujer que sobrevivió a los asesinatos cometidos en esa casona años atrás. Evan, el hijo adolescente de los recién llegados, se une a una joven vecina y juntos comienzan a explorar una casa que encierra varios secretos y logran comunicarse con los "espìritus" que claman su venganza. Con esta estructura, la película juega con los sobresaltos, con un fantasma que deambulla por la casa y con los miedos infantiles, pero sólo logra algunos buenos momentos, perdiendo luego fuerza y dejando a la deriva a una historia que prometía más escalofríos. La acumulación de flashbacks para explicar lo sucedido (cuando se adivina a la media hora de proyección), la ausencia de un villano o criatura que realmente asuste al espectador (más alla de todos los fantasmas que desfilan por la pantalla) y una caja que registra voces del "más allá" son algunas de las piezas a las que el director recurre en este nuevo exponente del terror. Desde Ecos mortales hasta acá, mucho se ha filmado sobre el tema pero pocas han dado en el blanco. Al buen comienzo de La invocación le sigue un material que el público conoce de antemano y que aquí no logra demasiados sustos. Los buenos climas generados en el ático que habita el adolescente, la preocupación de una madre por la vecina de al lado y una presencia a la que se denomina "Ella", conforman el ténebre universo de otra casa madita.
FANTASMAS MAL MAQUILLADOS Una familia tipo, la pareja y sus tres hijos, se muda a una casa donde acontecieron hechos macabros. Los sucesos extraños, oníricos y las presencias fantasmales, con sus historias sin resolver, vagaran a lo largo de toda la película. En La Invocación el argumento no brilla por su originalidad, pero eso no quita que se podría haber elaborado mejor la construcción narrativa, sobre todo los detalles. El filme tiene dos aciertos. El primero es el de fijar el punto de vista en Evan, el hijo varón de la familia, y su vecina/novia Sam. Todo comienza a transcurrir desde que los adolescentes se unen; al dúo, además de tener sexo, se le ocurre invocar a los fantasmas de la casa con un estrambótico aparato. Es una pena el tratamiento que se le da a estos personajes tan atractivos, porque la parejita tiene química y hay un trasfondo dramático que lleva a que se atraigan y actúen como en una especie de folie à deux. Se descuida este costado púber sugestivo y seductor para abrirle paso al cliché del género. Y el segundo acierto es un final políticamente incorrecto, feroz y trágico. Pero estos aciertos no bastan, con una estética “clipera”, que poco aporta, la trama prioriza a los seres sobrenaturales, los golpes de efecto y al relato previsible y mal resuelto…los fantasmas mal maquillados de La Invocación no aterran ni perturban a nadie. Por María Paula Rios redaccion@cineramaplus.com.ar
Lo dijimos mil veces: ser predecible en un género como el terror es el peor enemigo de sus enemigos, salvo que estemos frente a una saga ochentosa de esas en las cuales todo era una excusa para ver como el monstruo de turno se superaba a sí mismo en la sofisticación de la forma de matar a sus víctimas. Desde “Martes 13” (1980 y secuelas) hasta “El juego del miedo” (2004 y secuelas), por abarcar cuatro décadas, la calidad de los guiones se fue al tacho que está justo a la máquina de pochochos, y los villanos se convirtieron en una suerte de antihéroes de la cultura pop en tono paródico. No es el caso de “La invocación”, pero qué bien le hubiera venido un giro hacia la comedia para evitar el desastre. Hay intención de contar una historia, pero la mayor dificultad es compartida entre el guión y la dirección. Introducción: un tipo está desesperado tratando de sintonizar algo con una especie de radio. Transpira con cara de "falta un minuto, 0 a 0, penal a favor de su equipo y la radio que no anda bien". ¿Hacía falta exponer al actor a ese objeto que da para el chiste inmediato? Finalmente habla alguien. Son los hijos que andan perdidos en el éter, ¡vaya uno a saber cómo! El hombre pide perdón. Acto seguido es poseído hasta caer escalera abajo y romperse la mollera. Tiempo después una nueva familia se muda a la casa, pero pese a las ochocientas señales nadie percibe que hay algo raro. A todo esto una chica del barrio se hace la histérica con hijo adolescente, pero después le da bola. Luego quiere convencerlo de meterse en el desván donde está la famosa radio para develar el misterio. Le dice que ella conoce bien la casa pero, luego se arrepiente de andar llamando al espectro y dice que tiene miedo. Eso no será la única incoherencia de la película. El culpable de este bodrio se llama Mac Carter, un novato que atenúa este mal paso gracias a la incondicional colaboración del guionista Andrew Barrer, también debutante. La sensación es la de estar viendo un trabajo de estudiantes de cine fanáticos del género que no supieron como resolver la construcción de sus personajes ni de sus acciones. La banda sonora ayuda a anticipar mejor los sustos y la fotografía tiene un tufillo artificial, más técnicas que artística. Se sabe que en el rubro actuaciones el terror necesita actores que entiendan el código para hacer creíble el planteo. En “La invocación” hay fallas en el casting. No se salva casi nadie, excepto por la vecina (Liana Liberato), pese a las contradicciones de su personaje, y aunque Jackie Weaver hace rato peina celuloides acá está tan obviamente maquillada e iluminada que hubiera sido mejor taparla con una caja para que el espectador no sospeche que sucede algo raro con la señora. Por cierto, la escena en la que le grita a los chicos: “¡váyanse de aquí!” (o algo así) está dentro de las peores de la década y provoca carcajadas en lugar de su intención original.
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