La familia está completa Sinceramente La Masacre de Texas (Leatherface, 2017) resulta toda una sorpresa porque el equipo conformado por el guionista Seth M. Sherwood y los directores Alexandre Bustillo y Julien Maury logra construir la que sin duda podemos definir como la mejor entrega en muchísimo tiempo de la franquicia iniciada con la mítica Masacre de Texas (The Texas Chain Saw Massacre, 1974). La propuesta no sólo supera a la horrenda remake del 2003 y su secuela del 2006, ambas producidas por el paparulo de Michael Bay, sino también a la posterior Masacre en Texas: Herencia Maldita (Texas Chainsaw 3D, 2013) y a casi todas las continuaciones de la película original correspondientes a las décadas del 80 y 90. Parte del encanto de la obra en cuestión tiene que ver con el hecho de que se aleja de la arquitectura del slasher para ofrecer en cambio una road movie basada en revanchas familiares entrecruzadas y un influjo clase B que en este caso ayuda mucho a la “incorrección política” de la realización. Otro detalle que aporta un soplo de aire fresco es la presencia de dos héroes del indie y el under bizarro -más diversas aventuras en el mainstream- como Stephen Dorff y Lili Taylor, intérpretes con una extraordinaria personalidad propia que complementa el meritorio desempeño del cast juvenil. Como decíamos anteriormente, ahora la historia en esencia se centra en el enfrentamiento entre el Sheriff Hal Hartman (Dorff) y Verna (Taylor), la matriarca del clan homicida protagónico, los Sawyer: éstos últimos “se cargan” a la hija del primero y así el representante de la ley, un hombre sádico y corrupto de por sí, consigue enviar al vástago más pequeño de la familia, Jedidiah (Boris Kabakchiev de niño), a un reformatorio como venganza. El hilo conductor narrativo pasa por el escape -diez años después- de un grupito de internos de la institución mental de turno, dirigida por el Doctor Lang (Christopher Adamson), un psiquiatra brutal y despótico adepto a los electroshocks. De hecho, es luego de una convulsionada visita de Verna, a quien se le niega poder ver a un Jedidiah ya adolescente a pesar de tener una orden judicial, cuando se desencadena una revuelta que deriva en la hermosa masacre de los monigotes de seguridad y de algún que otro paciente, producto de la cual la enfermera novel Elizabeth White (Vanessa Grasse) corre peligro de ser violada/ asesinada. Pronto la mujer es rescatada por Jackson (Sam Strike), un paciente, pero ambos a la salida del nosocomio son tomados como rehenes por una parejita de psicóticos en plena huida, Ike (James Bloor) y Clarice (Jessica Madsen), quienes a su vez levantan al grandote y algo autista Bud (Sam Coleman), otro enajenado que viene de reventarle la cabeza al Doctor Lang contra la ventana de su despacho. Entre un sangriento robo en un restaurant y una sesión de sexo necrofílico entre la pareja y un cadáver que encuentran en una casa rodante, de a poco aparecen los conflictos en el grupo. La película demuestra dinamismo y una gran astucia al jugar al mismo tiempo con la fuga de esta pandilla improvisada, con el suspenso en torno a quién de todos los muchachos es Jedidiah, con los decesos de los pobres tontos que se cruzan en su camino, con la pesquisa de Verna en pos de hallar al susodicho y con la obsesión del fascista de Hartman con cazar a los fugitivos cual animales rabiosos, fusilándolos de inmediato. Numerosos son los ingredientes que quiebran la pedantería moral, los clichés, el feminismo trasnochado y el sustrato higiénico de buena parte del terror contemporáneo: aquí los representantes del estado son unos cerdos crueles y egoístas a los que no les importa nada más allá de ellos mismos, los locos son individuos traumatizados que se vuelcan al anarquismo o a tratar de conseguir algo de afecto que compense años de tortura psicológica y hogares sustitutos, las familias son entes cerrados que habilitan divertirse con el asesinato festivo, y finalmente el personaje que vendría a ser la víctima/ scream queen principal, la enfermera White, es una burguesa boba que la va de “correctita” pero vive cometiendo errores groseros a lo largo del viaje, sobre todo sin saber quiénes son sus verdaderos amigos y quiénes sus enemigos. En vez de la violencia estandarizada e inocua de las entregas anteriores de la franquicia, La Masacre de Texas apuesta en cambio a chispazos precisos de odio y éxtasis que se condicen con la idiosincrasia de cada uno de los personajes, logrando que la sensualidad de las muertes y su motivación de fondo queden de manera permanente en primer plano a nivel retórico. Bustillo y Maury, recordados especialmente por la maravillosa Inside (À l’Intérieur, 2007) aunque autores también de un par de propuestas relativamente dignas, Livid (Livide, 2011) y Among the Living (Aux Yeux des Vivants, 2014), se sumergen en el gore símil bajo presupuesto y una efusividad ochentosa para sacudir la estantería de la saga y girarla hacia un derrotero de reconstrucción familiar, periplo que en términos prácticos funciona como una precuela de la obra maestra original de Tobe Hooper y una suerte de “historia de vida” del gran protagonista de la serie de films, ese muchacho de la motosierra cuyo apodo le da el título al opus que nos ocupa. A partir de buenas actuaciones, una trama muy bien llevada y una fotografía eficaz en serio, la imprevista catarata de excesos de La Masacre de Texas termina siendo lo mejor que le pasó en décadas a las continuaciones del cine de horror en general…
En 1974 Tobe Hopper dirigió uno de los más recordados films de terror de todos los tiempos “The Texas Chainsaw Massacre”. Convertida en una película de culto y colmada de reboots, remakes, precuelas, secuelas, esta idea del loco con la motosierra fue exprimida a más no poder. ¿Podemos decir entonces que esta entrega de Alexandre Bustillo y Julien Maury propone algo nuevo, original, que le aporta algo a la saga? La respuesta es concreta y simple: NO. La historia comienza en un manicomio, presentándonos a los personajes. Entre tanto revuelo, la cinta nos deja con cinco roles principales entre los cuales deducimos que estará nuestro futuro protagonista Leatherface. Mérito del director que no deja servida esta deducción, sino que nos enteraremos mucho más avanzada la cinta quién es el loco de la motosierra. La película se convierte en una especie de roadmovie con nuestros jóvenes escapando de la policía al destrozar el manicomio y huyendo de él. Es así como empieza una lucha entre los protagonistas, la autoridad y la loca del pueblo, sí, la madre de Jed (El Loco de la Motosierra). La cinta cuenta con varias escenas de sangre y gore que son el único entretenimiento de la misma. Otro punto a destacar es la integración de Lili Taylor como la madre del asesino, actriz que ya habíamos podido ver en títulos mayores como “El Conjuro”, “Sueño de Arizona”, “Nacido el 4 de Julio”, entre otras. Al principio parecía que la película aportaría algo interesante, ya que uno de sus directores es Alexandre Bustillo, realizador de las excelentes “Livide” e “Inside”. Al ver estas referencias uno piensa que va a encontrar algo novedoso o por lo menos entretenido para la ya exprimida saga. Sin embargo, no es el caso “Leatherface”. Es hora de pensar seriamente si estos infinitos reboots tienen algún fin o son solo refritos de cintas exitosas, ya que carecen las buenas ideas. En conclusión, el film no propone nada novedoso a la saga. Es una opción pasable para los amantes del género.
El loco de la motosierra Leatherface es el nombre original de la película dirigida por la dupla entre Alexandre Bustillo y Julien Maury. En hispanoamérica se la decidió llamar La masacre de Texas: el origen de Leatherface, siendo más evidente lo que deciden narrar a lo largo de los 90 minutos. Un oscuro y trastornado hombre, llamado Jedidah Sawyer, utiliza habitualmente una máscara de piel humana y una motosierra para descuartizar a sus víctimas. Leatherface es un personaje conocido por ser el terrorífico asesino en la saga La masacre de Texas. El pequeño Jed forma parte de una extraña familia (los Sawyer), que matan personas para alimentar a sus cerdos. Después de uno de los acontecimientos, Jed es enviado a un hospital psiquiátrico. Luego de escaparse es cuando realmente vemos al verdadero Leatherface que tiene adentro. La película es entretenida, ya que constantemente intentan escapar de los peligros que impone tanto el hospital como la policía. Los personajes logran transformarse de tal manera que el cordero desprotegido es un lobo feroz. Un guion interesante en base a desarrollo de personajes pero limitado en diálogo narrativo. El género del film es terror gore, el cual demuestra en cada escena de violencia la fragilidad de los cuerpos (los despedazan, hay sangre y tripas por doquier). Este tipo de películas no dejan nada a la imaginación. De esta forma hace impresionar más al espectador por el nivel de agresividad que por el hilo narrativo o momentos de suspenso. Las actuaciones no sobresalen en ningún momento, son hasta un tanto exageradas. Siempre es interesante poder expandir este tipo de personajes icónicos y lo lograron de forma sutil. Dato no menor es que se puede ver sin haber visto la saga, ya que es una precuela de The Texas Chain Saw Massacre (1974).
Hay un mundo enorme de posibilidades para Hollywood entre precuelas, secuelas, spin offs, remakes y cuanta cosa se les ocurra para aprovechar y abusar de una misma idea. No es algo necesariamente malo, no tiene por qué serlo, pero sí deja en evidencia la clara falta de ideas originales. En este caso, a la clásica película de Tobe Hooper ya se la explotó como pudo con secuelas y remakes, y una especie de intento de precuela en el 2006 al que acá se obvia por completo. "La masacre de Texas: El origen de Leatherface" es la última película en la que trabajó Hooper, como productor ejecutivo en este caso. Dirigida por los franceses Julien Maury y Alexandre Bustillo con guión de Seth M. Sherwood, en esta nueva entrega se pretende explorar y comprender cómo surge, cómo nace la figura de Cara de cuero. Pero para eso se alejan un poco de lo conocido y narran esta historia con algo más de libertad que la esperada. La trama gira en torno entonces a los dos pequeños de la familia Sawyer que, tras haber asesinado la familia (aunque sin pruebas suficidentes) a la hija de un comisario (el injustamente olvidado y desaprovechado Stephen Dorff al que Sofia Coppola parecía resucitar) al que se le despertará toda la furia y violencia hacia ellos. Entonces los niños terminan en un hospital psiquiátrico. Ya más grandes, justo cuando llega una nueva enfermera, la madre (interpretada por Lili Taylor) irrumpe al querer recuperarlos y los internados logran escaparse. Acompañados de otros dos internos y con esta enfermera como rehén, la película se convierte en una especie de road movie sangrienta que comenzará a ser el nacimiento de Leatherface. La originalidad no la podemos buscar entonces en la resolución, porque ya la conocemos. Aun así se la siente bastante apresurada. Lo que acá intentan hacer los realizadores y guionista es brindar una dimensión a estos personajes, incluso al personaje nuevo, la entusiasta enfermera nueva que pronto se encuentra con un mundo muy distinto al que esperaba. No obstante, no todos cuentan con esa misma suerte y algunos quedan desdibujados y resultan poco interesantes. El film expone, como se espera de una película como esta, bastante sangre y gore, aunque acá sucede principalmente en el tercer tramo. Así, estamos ante una película probablemente prescindible para la saga pero que al mismo tiempo no resulta del todo decepcionante ni fallida. Vibra a ritmo propio, funciona de manera individual y a la vez homenajea y es parte de este universo.
Ni siquiera la presencia de dos buenos actores como Stephen Dorff y Lily Taylor consigue sacar a flote el espectáculo soporífero que presenta este nuevo relanzamiento del loco de la motosierra. La franquicia de La masacre de Texas no tuvo suerte en Hollywood y la gran mayoría de las películas que se hicieron con estos personajes hasta la fecha fueron decepcionantes. En el 2006 la productora de Michael Bay había realizado una historia de origen sobre Leatherface que funcionaba como una precuela de la remake del 2003. Los derechos de la franquicia luego quedaron en manos de la compañía Millennium Films, la gran heredera del viejo sello Cannon, que intentó revitalizar sin éxito esta saga. Primero con La masacre de Texas 3D (2013) y ahora con esta nueva producción que propone explorar otra vez los orígenes del famoso asesino serial. La dirección corrió por cuenta de los realizadores Alexandre Bustillo y Julien Maury, quienes se destacaron hace una década en la corriente del nuevo cine de terror francés, con esa escalofriante obra que fue Al interior. Otro motivo por el que esta película resulta una decepción, ya que pese a contar con buenos directores que conocen el género, la propuesta de todos modos resultó aburrida. El problema con Leatherface es el propio concepto del film. Al crear un origen para el asesino se pierde todo el misterio que le había dado Tobe Hooper en la película original de 1974. Uno de los motivos por lo que lograba ser aterrador. En este caso tampoco ayudó el hecho que el guionista de esta producción se limitó a copiar el origen de Jason Voorhees y su enfermiza relación con su madre para adaptarlo al mundo de La masacre de Texas. Todo el argumento se desarrolla dentro de un terreno predecible y la película no le aporta ningún elemento interesante a esta interpretación del personaje. Tiene un buen elenco y para tratarse de una producción de bajo presupuesto los directores hicieron un trabajo correcto en los aspectos técnicos. Sin embargo, la trama es aburrida porque resulta demasiado familiar y falla a la hora de relanzar el personaje con un enfoque atractivo. Cabe destacar que este relanzamiento que se había previsto con Leatherface encima quedó en la nada, ya que la productora Millennium perdió los derechos de la franquicia el año pasado y ya no podrán hacer más filmes relacionados con la saga. Tal vez sea lo mejor. La reputación de Leatherface como ícono del terror debería quedar asociada con los dos filmes de Tobe Hooper de 1974 y 1986 que siguen siendo las mejores producciones de esta franquicia.
Precuela de la saga “La matanza de Texas”, centrada en la adolescencia de Leatherface, quien escapa de un hospital psiquiátrico con otros tres reclusos y secuestra a una enfermera a la que llevará a un viaje por la carretera mientras un policía trastornado le persigue. The Texas chainsaw massacre(1974) es un hito dentro de la historia del género de terror. Realizada con muy bajo presupuesto la película del director norteamericano Tobe Hooper (1943-2017) es un ejemplo claro de cómo no mostrar nada genera más en la imaginación del espectador. También presentó a unos de los primeros psychokillers del cine, La masacre de Texas, el hombre con cuerpo gigante, mente de niño, máscara hecha con piel humana y motosierra, junto a su igual de excéntrica familia de caníbales. El dúo conformado por Alexandre Bustillo y Julien Maury se hizo conocido hace diez años por A l’ interiur, la historia de una embarazada que debe sobrevivir a los ataques de otra mujer que quiere a su hijo en plena Nochebuena. Capaz sea por la cantidad de hemoglobina que se vio en aquella y en los siguientes trabajos del dúo francés lo que los llevó a ser contratados para esta nueva secuela que se llama igual que la tercera dirigida por Jeff Burr en 1990. La masacre de Texas está dividida en tres actos. Una idea novedosa para una saga que siempre busco darle una vuelta a una historia simple. Al principio se nos presenta la infancia de nuestro protagonista; luego su encierro en un manicomio y por último su escape junto a otros tres criminales. En papel esto serviría no sólo para darle algo de credibilidad a la saga, sino también algo de calidad, perdida debido a la cantidad de secuelas que masacraron la idea original de Hooper. El problema es que esta nueva versión no termina funcionando en ninguna de sus tres partes. Como inicio es bastante simplón; no ofrece nada que no se haya visto ya en innumerables películas de terror e incluso dentro de la misma saga. Como película de bandidos a lo Devil’s Rejects es patética. Los directores no sonRob Zombie, a quien claramente imitan, ya que lo que Zombie hacía era usar el cine deSam Peckinpah para desarrollar sus temas y obsesiones; acá es sólo una cáscara para ocultar que se está ante algo que ya está muerto. La masacre de Texas es otro mal intento de no perder los derechos sobre el personaje y que no termina de convencer. La película contiene escenas que tratan de ser perturbadoras pero que fracasan por lo forzado de las situaciones. Capaz hubiera sido más interesante que siguieran la estela de Tobe Hooper, quien en su gran sabiduría abrazaba al humor y tenía una gran imaginación para la puesta en escena. En esta Leatherface, el bajo presupuesto es notable y no logra ser maquillado, ya que sus directores están más preocupados en mostrar sangre y más sangre; y al tercer chorrazo, ya aburre. También es triste ver desperdiciados a dos buenos actores como Lili Taylor y Stephen Dorff, quienes hacen lo mejor que pueden con sus personajes estereotipados, salteando frases imposibles con dignidad. Ahí está la diferencia con el resto de los actores que son poco convincentes en sus actuaciones. Pero no es sólo su culpa; el guión los convierte en seres horripilantes. En vez de hacernos cómplices de sus crímenes y querer seguirlos porque son criaturas fascinantes, se hace insoportable ver una escena con cada uno de ellos, ¿Cómo seguirá la saga? Seguramente y a pesar del fracaso de esta nueva entrega, salga una nueva. Si será una secuela, una precuela o una remake encubierta, nunca se sabe. Lo único que se sabe es que Leatherface ya dio lo mejor de sí hace tiempo y el único que podía lograr algo con este icónico personaje lamentablemente falleció.
Nadie imaginó cuando se estreno en l974 que “La masacre de Texas” de Tobe Hooper se iba a transformar en un clásico del terror “slasher” que rindió hasta ahora una octava producción mas un documental. En este caso los franceses Julien Maury y Alexandre Bustillo, filmaron a bajo costo en Bulgaria, como si fuera la Texas de las películas de terror, una precuela inmediatamente anterior a esa película original de Hooper. El guión de Seth M. Sherwood basado en los personajes creados por Kim Henkel y Tobe Hooper, imaginan lo que promete el titulo. Un chico con una madre diabólica que en su granja es renuente a iniciarse en los beneficios de matar con motosierra, pero que luego cumple su mandato familiar matando a un familiar de un Texas Ranger. La venganza será internarlo en un manicomio sádico, donde con otros compinches se fugará llevando a una enfermera de rehén y darán inicio así a un reguero de muertes y violencia. Con suspenso y no tanta sangre como ocurrió con la primera de la serie, como aventura violenta, para los amantes del género y de la franquicia será bien recibida.
Exprimido en Texas El cine, en los últimos tiempos, está viviendo de manera descarada de remakes, precuelas y spin-off de grandes películas que surgieron a lo largo del tiempo, y este es el caso de La masacre de Texas - El origen Leatherface (Leatherface, 2017), la octava historia de esta interminable franquicia que exprime su trama hasta que no quede más nada para contar. El primer film de la masacre de Texas es del año 1974. En su momento, sorprendió al público por su sadismo al mostrar las escenas más horripilantes grabadas hasta ese tiempo. De ahí en más le siguieron una sucesiva serie de secuelas derivadas de esta historia. Sin embargo los directores Alexandre Bustillo y Julien Maury deciden contar la historia del origen del asesino de la motosierra. La historia tiene lugar años antes de los sucesos de la cinta original en la que Jed Sawyer (Sam Strike), un niño de 10 años, se convierte en el infame Leatherface. Jed, un joven encerrado injustamente, escapa de un Hospital psiquiátrico de Texas junto a unos reclusos, Bud (Sam Coleman), Ike (James Bloor) y Clarice (Jessica Madsen), para llegar a su libertad, pero entre ellos una joven enfermera Lizzy (Vanessa Grasse) es secuestrada por el grupo y son perseguidos por el Comisario Hartman (Stephen Dorff), quién busca venganza por la muerte de su hija a manos de los Sawyer. ¿Es necesario saber el nacimiento de Leatherface? Sin dudas que no, pero en un mundo cinematográfico en que todo necesita ser contando, esta trama nos permite entretenernos de buena manera durante el tiempo que dura y, sin aportarle nada nuevo a la saga, tiene actuaciones como la de Sam Strike que nos permiten conocer la psiquis trastornada de este hombre por una familia abominable que lo lleva a ser lo que todos conocemos. También se destaca la labor de Stephen Dorff que se podría llegar a pensar que es quien impartirá justicia a la historia pero nos mostrará que no hay un lado bueno y otro malo. Alexandre Bustillo y Julien Maury tratan de generan todo lo que el género de terror conlleva y una manera de mostrarlo es a través del gore que tiene cada escena de esta cinta, generando una incomodidad en el espectador. Pero no solo eso, también hay momentos de un tono sexual provocador, pero la pregunta es ¿lo logran? La respuesta es “relativamente” porque dependerá de la experiencia de cada persona que realice el visionado. La masacre de Texas - El origen Leatherface es una más del montón, no marca el camino hacia nada nuevo, sino que nos muestra que a Hollywood se le acabaron las ideas hace bastante tiempo y está dispuesto a reciclar lo que sea.
Inexplicable precuela del clásico de Tobe Hooper, filmada en una Bulgaria que busca ser la ciudad del título. Además de clichés y obviedades, la pobre facturación, y la idea de poder superar a la original con escasos recursos, hacen de la película una mala jugada ya en su germen
“La masacre de Texas”, de Alexandre Bustillo, Julien Maury Por Ricardo Ottone El 2017 fue un año trágico para el cine de terror. No por las películas sino porque perdimos a dos próceres del género. Con un mes de diferencia se fueron George Romero y Tobe Hooper, dos autores cuya influencia se mide en la creación de subgéneros completos y en ejércitos de imitadores. Si Romero con La Noche de los muertos vivos (1968) fue el creador del moderno zombie como muerto vivo, Hooper con The Texas Chainsaw Massacre (1974) fue fundamental en el establecimiento del Slasher y el surgimiento de incontables asesinos enmascarados. Su huella se reconoce y es también reconocida por realizadores como Rob Zombie (La casa de los 1000 cuerpos y Los renegados del diablo) o Alexandre Aja (Alta tensión). Hooper no tuvo tanta suerte como Romero. Este último mantuvo la silla de director en todas las secuelas de su creación manteniendo un estándar de calidad bastante alto, e incluso las remakes dirigidas por otros son relevantes. Por el contrario, bajo el nombre de la Masacre de Texas se perpetraron atentados innombrables. Es cierto que Hooper ofició en estos casos de productor ejecutivo así que algo de responsabilidad le cabe, pero hay que reconocerle que la primera secuela, la única en la que se hizo cargo de la dirección y que aquí se llamó Masacre en el Infierno (1986), es una muy digna y entretenida. Las que entregó a otros e intercambiables directores en este milenio son un despropósito tras otro, como si los hijos bobos de la entrañable familia caníbal se hubieran hecho cargo del negocio con toda su brutalidad e ineptitud. El origen de Leatherface pertenece a esta serie, pero por lo menos puede decirse que no es un desastre como sus recientes antecedentes. Es cierto que la barra estaba bien baja y que tampoco escapa a cierta medianía, pero asomarse un poco del pozo ya es un avance y el film se deja ver sin plantearse muchas pretensiones. Sus realizadores, Alexandre Bustillo y Julien Maury, debutaron en la dirección con À l’intérieur (2007) formando parte junto al mencionado Alexandre Aja o a Pascal Laugier de la Nueva Ola de Terror Francés, llamado también Nuevo Extremismo, en el cual el maestro Hooper y su obra fundacional tuvieron una influencia notoria. Esta entrega es una precuela que cuenta como el personaje más popular de la serie, el gigantón Leatherface, se convierte en el que finalmente será y en cómo pasa de jovencito de buen corazón a asesino con gustos raros tales como confeccionarse máscaras de piel humana. Es a la vez una remake porque ya existe una precuela dentro de la serie (La Masacre de Texas, El Inicio de 2006), la cual se ignora y hasta se hace de cuenta que no existió (lo cual no es una mala decisión). Y hasta se podría decir que también forma parte de un reboot ya que aparecen personajes dentro de la familia que nunca estuvieron planteados en el primer film, sobre todo la matriarca encarnada por Lili Taylor, como una suerte de Ma Barker en plan carnicero. Personaje que si había aparecido interpretado por otra actriz en Texas Chainsaw 3D (2013). Los personajes en general son grotescos, brutos y mugrientos pero eso ya era algo que estaba en el origen de la serie. Lo que sí es evidente, al igual que en el resto de las entregas no dirigidas por Hooper, es la falta de sentido del humor que en la original era fundamental. No es tampoco que estemos reclamando ese humor descerebrado que es habitual en las películas protagonizadas por adolescentes calentones y subnormales, porque el humor de Hooper tampoco era ese. Se trataba de un humor negro y nihilista, una visión despiadada y desesperanzada de una humanidad decadente, con una visión crítica que no es tan habitual. El segundo acto del film es el que mejor funciona, curiosamente el más alejado del planteo inicial. Se trata de la fuga del reformatorio del joven Leatherface (por entonces a cara descubierta y con nombre civil) junto a otros inadaptados. Contado en tono de road movie y matanza itinerante, los muestra huyendo de la ley en busca de cruzar la frontera dejando una estela de sangre a su paso mientras son perseguidos por un comisario tan sacado como ellos. El segmento final, el que debe hacer encajar las piezas como mandan las normas de la precuela, es tan obligatorio y apresurado como esperable, con la función de cumplir con los fans de la serie y con la premisa de la historia de origen que hasta entonces venía un poco olvidada. El origen de Leatherface es el último film de la serie/franquicia que se produjo con Hooper en vida. Pero es dudoso que sea realmente el último. No tenemos ninguna ilusión en que sus sucesores, que probablemente sigan el ejemplo de los hijos de la familia, lo dejen descansar en paz. LA MASACRE DE TEXAS Leatherface. Estados Unidos. 2017. Dirección: Alexandre Bustillo, Julien Maury. Intérpretes: Sam Strike, Sam Coleman, Vanessa Grasse, James Bloor, Jessica Madsen, Lili Taylor, Stephen Dorff, Finn Jones, Christopher Adamson. Guión: Seth M. Sherwood. Fotografía: Antoine Sanier. Música: John Frizzell. Edición: Sébastien de Sainte Croix, Josh Ethier. Dirección de Arte: Alexei Karaghiaur, Iñigo Navarro. Producción: Producción: Christa Campbell, Lati Grobman, Carl Mazzocone, Les Weldon. Diseño de Producción: Alain Bainee. Distribuye: SBP Worldwide. Duración: 84 minutos
Cuando se estrenó, allá por 1974, El loco de la motosierra (título argentino de The Texas Chainsaw Massacre) marcó un quiebre definitivo en el género de terror. La historia de un grupo de jóvenes a merced de una familia de asesinos caníbales se erigió como un exponente del terror moderno, que le demostraba a la sociedad estadounidense que los monstruos no venían de otros continentes sino que podían germinar en sus mismas tierras y a la luz del día. Además, catapultó la carrera de su director, Tobe Hooper, y presentó un personaje icónico: Leatherface, quien porta una motosierra y lleva una máscara de piel humana, sin olvidar su importancia como precursor de psicópatas del calibre de Michael Myers y Jason Voorhees. Un clásico que, además de copias y parodias, generó dos secuelas, una suerte de reboot, una remake, una precuela de la remake, una continuación directa, y ahora, una precuela de la original: La masacre de Texas: el origen de Leatherace. Al principio, el futuro Cara de Cuero es Jed, uno más del clan Sawyer, que desde siempre se la pasa secuestrando a los incautos para convertirlos en su alimento de cada día. Pero siendo chico, Jed parece no estar seguro de seguir los pasos truculentos de su tribu, encabezada por Verna (Lili Taylor). Y cuando una de las víctimas resulta ser la hija del sheriff (Stephen Dorff), el niño es separado de los suyos e internado en un reformatorio, de modo que nunca más pueda tener contacto con los Sawyer. Diez años después, tres muchachos y una chica escapan del reformatorio, llevando de rehén a una enfermera (Vanessa Grasse). El sheriff va tras ellos, con una preocupación: uno de los fugitivos es Jed, ahora con otra identidad. Verna también está pendiente de la persecución, a fin de reencontrarse con su vástago y terminar de educarlo en las costumbres familiares. Los cineastas franceses Julien Maury y Alexandre Bustillo no son ajenos a la brutalidad. En Inside: la venganza (A L’Interieur), su ópera prima, ya mostraban hasta qué extremos podía llegar una mujer (Beatrice Dalle) para apoderarse del bebé de una mujer embarazada. Ese film los volvía candidatos perfectos para un film como Leatherface, y desde ese lado no defraudan, ya que el combo de muerte, sangre y depravación es más que generoso. Otro aspecto destacado es el enfoque. Si bien los primeros minutos presentan situaciones propias de la saga (los Sawyer haciendo de las suyas en su inconfortable morada), luego deviene road movie con criminales, en la línea de Bonnie y Clyde y Badlands (dirigida por Terrence Malick), aunque su tono la acerca más a Violencia diabólica (The Devil’s Rejects), de Rob Zombie. Otro detalle interesante: los agentes de la ley y los encargados del reformatorio no son menos sádicos que los psicópatas, que terminan siendo la escoria de un sistema que pretende barrer la basura debajo de la alfombra. De este modo, Maury y Bustillo consiguen respetar la esencia de la película original y de la segunda parte, Masacre en el infierno (The Texas Chainsaw Massacre 2), también a cargo de Hooper. Sin embargo, el guión sale de su esquema para generar una intriga en el espectador. Durante buena parte del film no se explica quién de los prófugos en Jed, aunque pretende dar una idea de quién podría ser, pero la resolución de esa vuelta de tuerca no termina de funcionar y los devotos de la saga pueden interpretarlo como una tomadura de pelo. Dentro del elenco sobresalen los nombres con más trayectoria: Stephen Dorff (en su versión más desaforada) y Lili Taylor, que siempre le aporta un plus a cada película en la que participa. Ambos interpretan a personajes que, de manera brusca, fueron alejados de sus seres queridos, y buscan justicia a través de la violencia. El resto del elenco principal está compuesto por actores jóvenes británicos, algunos con pasado en Game of Thrones: Sam Coleman fue el joven Hodor, y también aparece por ahí Finn Jones, hoy célebre por encarnar a Iron Fist en la serie homónima de Netflix. La masacre de Texas: el origen de Leatherace es lo suficientemente leal, audaz y salvaje como para cumplir, pero falla cuando trata de sorprender, y el resultado final podría haber sido más logrado. En definitiva, una aceptable propuesta sobre los primeros pasos de un célebre homicida cinematográfico que sigue ensordeciendo con su motosierra.
El loquito de la motosierra La primera aparición del emblemático Leatherface, en la Texas Chainsaw Massacre (1974) original de Tobe Hooper, es hasta hoy uno de los momentos más estremecedores de la historia del cine de terror. Un grupo de adolescentes despistados quedan varados en una granja familiar, en medio de la nada rural estadounidense, y se encuentran con un abominable gigante deformado, empuñando una motosierra y chillando como un cerdo enloquecido. Una introducción así de sorpresiva, tan inesperada (aunque el título del film sea un spoiler en sí mismo), y al mismo tiempo tan horriblemente mundana, es probablemente la razón por la que el legado de Hooper en el sub-género del slasher sea algo casi irrepetible. No hacen falta más que unos pocos segundos para ver que detrás de esa máscara hecha con los restos de sus víctimas, hay una locura inexplicable más allá de toda la razón. Leatherface desafía cualquier motivo o diagnóstico patológico. Y en esa existencia escalofriante sin sentido es que radica el horror. A lo largo de las varias entregas de la saga (con o sin Tobe Hooper involucrado), el “cara de cuero” fue cambiando parte de su esencia descerebrada con tal de brindar al personaje de un contexto más elaborado que el de matar a cualquier viajero que se le cruce. Es así que La Masacre de Texas: El origen de Leatherface (2017) toma esa misma posta para intentar desarrollar un pasado lo suficientemente perturbador, que sea capaz de convertir a una persona normal en un enajenado incapaz de expresarse de otra manera que no sea a través de la violencia. La película abre con lo que podría ser el momento bisagra en la vida de cualquier psicópata: El pequeño Jed (Boris Kabakchiev) es alentado por sus hermanos caníbales y su irascible madre Verna (Lili Taylor) a desmembrar vivo a un pobre hombre acusado de robarles los cerdos del corral. Aquí, la aparición de la característica motosierra no se hace esperar, sin embargo, es curioso que la razón por la que esta familia enloquece en primer lugar nunca sea prioridad en una producción que se anuncia como la precuela que viene a explicar el origen de la saga. De todas formas, la historia hace un salto de 10 años para ver ahora a Jed (Sam Strike) internado en un neuropsiquiátrico, bastante más cuerdo de lo esperable, teniendo que lidiar con la brutalidad de los tratamientos de lobotomía y la creciente ola homicida de sus compañeros pacientes. De golpe, un motín en el hospital hace que Jed (ahora llamado Jackson gracias a la ley de adopción norteamericana de los años 50’) pueda escapar junto a otros desequilibrados y una joven enfermera llamada Lizzy (Vanessa Grasse), e intentar rehacer su vida. Pero claramente no va a ser tan fácil. El desafío del guion a cargo de Seth M. Sherwood es explicar – de una manera creíble – cómo un hombre con habilidades sociales aparentemente intactas puede transformarse en un asesino emocionalmente discapacitado, como el film original lo representaba en un principio. Algo que, si bien se trasluce en las escenas de violencia gráfica, nunca llega a ser del todo orgánico desde el punto de vista argumental, ni se acerca a la impronta oxidada y sucia del horror slasher del que proviene esta serie de películas. Aunque la sangre brote a montones y las prótesis sean más realistas, el ritmo es más cercano a la acción que al terror visceral y crudo que hizo famosa a la saga. Lo que en la mente del dúo de directores franceses Alexandre Bustillo y Julien Maury (con antecedentes en el terror francés) era el ideal para homenajear al terror Clase B y re-versionar un personaje tan icónico del género, acaba siendo intento a medias. Ni las locaciones lúgubres en Bulgaria casi calcadas de la producción original del 70’ en Texas, ni las desfiguraciones en primer plano, pueden disimular que la premisa queda desfasada desde su concepción, al pretender crear una justificación racional a la bestialidad de un personaje construido a partir de la violencia más primitiva. Al igual que Spielberg nunca se preguntó las razones por las que su tiburón es una máquina de matar en Jaws, tratar de convertir a Leatherface en una figura trágica es algo más que innecesario, como olvidar que lo más aterrador de la naturaleza de un monstruo es que su crueldad resulta perturbadoramente innata. No obstante, a pesar de que el resultado final haya sido más que insulso como componente del cine de terror, existe algo rescatable del film. Como gran parte de la industria actual del remake, La Masacre de Texas: El origen de Leatherface tiene al menos el mérito de mantener vivo el interés por una franquicia que ya lleva más de 40 años vigente en el imaginario popular. Algo que Tobe Hooper – fallecido poco antes de este último estreno, pero acreditado como productor ejecutivo – jamás hubiera imaginado.
Leatherface es la octava película alrededor de la historia que contó Tobe Hopper en La masacre de Texas (The Texas Chainsaw Massacre, 1974). Aquel clásico de la historia del cine de terror sigue siendo una de las obras maestras imprescindibles del género. El título de esta nueva película del 2017 es el nombre del personaje más famoso de esta serie de films, aquel que justamente es conocido en los títulos latinos como El loco de la motosierra. Pero llamarle Leatherface supuso para los distribuidores locales el riesgo de que no fuera fácilmente reconocible y le pusieron el título de La masacre de Texas y el clásico agregado explicativo de El origen de Leatherface. La llamaremos de ahora en más, como corresponde, Leatherface. No hay nada malo con hacer precuelas si estas tienen algún sustento, justificación o valor en lo que cuentan. En el Drácula de Francis Ford Coppola el prólogo con el origen del personaje era brillante. Pero hay personajes, como el que le da título a Leatherface, que poseen su mayor encanto en la imposibilidad de entender su origen o su explicación. Qué exista una familia caníbal en el medio de Texas es en sí mismo lo suficientemente horrible como para necesitar decir algo más. Y que un personaje nunca hable, simplemente actúe, y use como arma una motosierra es también motivo suficiente para tener pesadillas de por vida. Acá la historia se ubica en la infancia y la adolescencia de Leatherface. Empieza en un siniestro festejo de cumpleaños cuando el protagonista de la historia cumple diez años y su familia desea iniciarlo en el asesinato. La película busca abonar a la idea de que el personaje en parte es como es debido a los traumas de su infancia y adolescencia. Años más tarde, encerrado en un psiquiátrico, escapará junto con otros internos iniciando un derrotero de violencia y locura mientras la policía local los persigue en busca de venganza más que de justicia. La película busca mezclar la locura del protagonista con la maldad de los personajes que lo rodean o incluso de los que lo persiguen. Demasiada psicología aplicada a un personaje que no lo necesitaba. Altas dosis de violencia para una película que debe responder a lo más puro del cine gore. No se puede pretender que una película que pertenezca a esta serie no tenga al menos un momento espantoso de violencia gráfica. Pero más allá de cumplir con eso, la película se pierde al no conseguir originalidad o tensión real. Leatherface fue un personaje que cambió a lo largo de estas ocho películas, pero nunca volvió a ser lo inexplicable, misterioso y terrorífico que fue en el primer film. El humor que también sobrevoló parte de estas historias acá lamentablemente está ausente, otro precio demasiado alto para mantener viva la serie en el siglo XXI.
Bulgaria no es Texas La película original de Tobe Hooper (1974) se estrenó aquí como El loco de la motosierra, y el reboot (2003) como La masacre de Texas; acá se agrega El origen de Leatherface: es una precuela, que cuenta cómo fue que Leatherface llegó a ser un demente caníbal, asesino y otras delicias. Así, se atenta contra lo atractivamente inextricable del mal del film de los setenta. La obsesión por el origen es una de las plagas de las películas de franquicias: ese sinsentido que quizá no debía explicarse ahora se explica. De todos modos, podría haberse hecho algo mejor por respeto a la aspereza estilística de los setenta, y la persecución policial muestra fugazmente ese camino. Pero se impone el manierismo de dos directores franceses que filman en Bulgaria y pretenden que parezca Texas.
Todos lo sospechábamos, pero esta película lo confirma: Leatherface, también conocido como El loco de la motosierra en la serie de "The Texas Chainsaw Massacre", tuvo una infancia difícil. Justamente este film póstumo de Tobe Hooper (en papel de productor esta vez), creador del film original que en la década del 70 se convirtió en el film independiente más taquillero de la historia, empieza con un prólogo en el que el pequeño Jed recibe una motosierra para su cumpleaños, pero decepciona a toda a su familia cuando se niega a utilizarla contra un vecino que le trajeron para el festejo. Obviamente el resto del film se ocupa de explicar cómo este hermoso niño y luego amable adolescente a pesar de estar recluido en un asilo para jóvenes dementes- termina siendo el asesino serial que ha alimentado la taquilla mundial durante décadas. "Leatherface" es básicamente la historia de la fuga de ese asilo, con creativas y fuertes escenas de acción y horror, pero el guión en su conjunto no está a la altura de algunas escenas aisladas que justifican el film. Hay que destacar la desaforada actuación de la talentosa Lili Taylor como la madre de la criatura.
Cuéntame cómo pasó Regla de oro del cine de terror: cuando una franquicia se extiende mucho más de lo necesario y fagocita las resurrecciones de su antagonista, siempre queda el recurso de la precuela. Casi cantado que será el germen del mal que originó toda la mitología previa. El loco de la motosierra quedó en la ideología popular (aunque lejos está de ser verdad) como el primer slasher de la historia del cine allá por 1974. A partir de entonces, se tomaron unos doce años para la primera secuela y comenzaría un lento descenso como una de las ¿sagas? más maltratadas de la historia del cine de terror. Maltratadas no porque todas sean malas, sino porque parece que -salvo rara excepción- ninguno de los que encara una película vio la(s) anterior(es), por lo que encontrarles una ilación general, cuesta. Leatherface, el villano principal, fue cambiando de edad y sobre todo de origen; y hasta cuenta con diferentes reboots que también funcionan como secuelas. En fin. Siendo benévolos, hasta esta nueva entrega ya contaba con tres orígenes diferentes. Ahora, tal como reza el título La masacre de Texas: El origen de Leatherface, le agrega uno nuevo. ¿El definitivo? Ni lo sueñen. Sin embargo, La masacre de Texas: El origen de Leatherface sí agrega un elemento nuevo dentro de esa historia iniciática: “Leatherface” aquí es un adolescente. Es la historia de Leatherface antes de ser Leatherface, ¿podría ser una precuela de las precuelas? Ya me perdí. O sea que básicamente es un film de Leatherface sin Leatherface. Loquitos en fuga Con dirección de los franceses Alexandre Bustillo y Julien Maury (conocidos por el filme de culto de frenchgore À l’intérieur ), y guion del ignoto Seth Sherwood, en realidad La masacre de Texas: El origen de Leatherface comienza contando la historia de Jackson, un niño que en un confuso episodio es encerrado en un hospicio psiquiátrico. Allí conoce a otros reclusos “con problemas”, Ike, Clarice, y Bud. Luego de un período en el que la personalidad de todos se va formando, deciden fugarse. Para eso terminan secuestrando a la joven enfermera Lizzy, que un poco les teme, un poco los ayuda. Los cinco emprenden la huida y son perseguidos por el comisario Hartman (Stephen Dorf, devaluadísimo), un hombre que busca venganza por la muerte de su hija a manos de la sádica familia Sawyer. Paralelamente también conoceremos la historia de los Sawyer, con Verna (Lili Taylor, que actúa excelente hasta en estas cosas) la psicótica matriarca que algo tiene que ver con uno de los niños internados en el hospicio y fugado. ¿Por qué tanto hermetismo alrededor de clarificar los lazos? Porque como si esto fuese una versión Clue de La masacre de Texas, el guion intenta que no sepamos a ciencia cierta quién de ellos será Leatherface: nos indican que es uno, pero puede ser otro, y así hasta la vuelta de tuerca que solo puede sorprender al que estuvo más tiempo mirando al celular que a la pantalla. El asesino que no quería matar Una de las razones por la que esta franquicia a cambiado tanto su historia y su clima entre las ocho entregas, es el cambio de productores. Cada uno parece venir con una idea diferente. En el 2003, cuando Michael Bay y su Platinum Dunes tomaron las riendas, parecía que querían llevar las cosas otra vez a un gore 2.0, y así lo hicieron durante dos (decentes) entregas, inicio propio incluido. Pero otra vez la cosa cambió de manos y desde 2013 (el film anterior a este, La masacre de Texas: Herencia maldita) parece que están emperrados en decirnos que en verdad Leatherface no es tan malo, que es más bien un incomprendido que mata porque lo llevan a matar. Sin llegar a ser el esperpento que fue ese film de 2013, La masacre de Texas: El origen de Leatherface(que a su vez borra de su historia al anterior), también recae en los problemas que conlleva ese asunto. A Leatherface (casi) no lo vemos, hay confusión entre buenos y malos, hay menos gore y terror de lo que querríamos de esta franquicia, y los personajes sinceramente nos importan bastante poco. No obstante, Bustillo y Maury se encargan de mostrarnos que ellos son buenos en lo que hacen, imprimiendo bastante ritmo y algunas escenas muy logradas (sobre todo en el primer tercio del relato, que promete mucho más de lo que los dos tercios restantes terminan dando). La masacre de Texas: El origen de Leatherface es otra entrega de una franquicia que pide a gritos dejar de ser manoseada. Más allá de algunos momentos rescatables, reinan la confusión general y la idea de que si este film fuese independiente de la franquicia, hasta pudo ser mejor. Lástima que parecen gritos sordos: ya hay en marcha un nuevo film y hasta una serie de TV.
[REVIEW] La Masacre de Texas: Lo primero es la familia. Llega una película que muestra el origen Leatherface, con muy buenos directores a cargo, y mucha sangre que los amantes del género apreciarán. La figura e historia de Leatherface se fue formando mediante la presentación de varias películas, desde que se estrenó el original film de Tobe Hooper allá por el año 1974. No hubo resurrección de Leatherface a lo Jason Voorhes, o películas que expliquen la biografía del asesino, como las obras e Rob Zombie sobre Michael Myers. De todas maneras existió un The Texas Chainsaw Massacre: The Beginning (2006) pero sirviendo como precuela para el film The Texas Chainsaw Massacre de 2003. Entonces llegó la hora de darle una digna película a Leatherface con la dupla de directores Alexandre Bustillo y Julien Maury los cuales nos dieron la bellísima y sangrienta À l’intérieur (2007). El comienzo es un clásico homenaje a la cena en la mesa rectangular de la película de Hooper (Y Kim Henkel), en donde los integrantes de la familia Sawyer explotan su locura al máximo. Desde los encuadres hasta los gestos de los personajes evocan a aquel clásico del terror. Vemos a un muy joven Leatherface siendo obligado por su familia a realizar una atrocidad. Sangre explícita asegurada. Con el paso de los minutos seguimos conociendo personajes como el policía Hal Hartmann y más a fondo a Verna, la madre de la familia Sawyer. Ambos desaparecen por momentos, para aparecer de mitad para adelante del film de forma más continua, siendo bien actuados por Stephen Dorff y Lili Taylor pero finalmente desaprovechados. Los que más aparecen en pantalla son los jóvenes del reformatorio. Uno de ellos siendo el hijo de Verna, el cual fue capturado debido al asesinato de una mujer en la casa Sawyer, vista en la película original de 1974 y siendo reconstruida para este film. Ya que desde el lanzamiento original de la película de Hooper, el lugar utilizado como la casa de la familia Sawyer ha cambiado por completo. Ahora si pasas por ahí es un campo abierto, sin ninguna indicación de que haya existido una allí. Los personajes están bien definidos, con locuras atractivas y entregando una incógnita no muy compleja de quien es en verdad Jed, el hijo de Verna. Las actuaciones sin esperar demasiado, podrían resultar satisfactorias, especialmente los pacientes que escaparon del reformatorio de muy escasa seguridad para luego ser perseguidos por el policía vengativo. Los jóvenes contienen una ira y locura que en algún momento tenía que explotar, y cuando eso sucede, el gore, la sangre a borbotones satisface al amante del género. Los protagonistas son James Bloor (Dunkirk) siendo Ike, Jessica Madsen (Tina & Bobby) que interpreta a Clarice, ambos presentando una pareja demente cautivadora. También tenemos a Jackson interpretado por Sam Strike (Timeless), y a Sam “Hodor” Coleman ( Wyllis en Game Of Thrones) siendo Bud, un muchacho gigante con mucha fuerza. Todos traumatizados por el trato en aquel reformatorio, además de poseer alguna deficiencia psiquiátrica. Además tenemos al personaje de la enfermera Lizzy interpretada por Vanessa Grasse (Roboshark) siendo una protagonista difícil de definir debido a que tiene la intención de ayudar a los pacientes, pero a la vez quiere escapar de ese grupo que la tiene cautiva después de ver las atrocidades que pueden hacer. Esta ambigüedad parece mal presentada por el guionista poco experimentado en el terror, y en largometrajes, debido a que Seth M. Sherwood solo tenía varios cortometrajes (Black Mass y Fruitcake) y una serie de comedia (The World Of Cory and Sid) antes de escribir este film. Aunque ahora parece que le agarró el gusto al género y está en post producción su próxima película en la que es guionista, llamada Hell Fest de Gregory Plotkin (Paranormal Activity: The Ghost Dimension). Leatherface sería primera película de la franquicia de Texas Chain Saw Massacre que no se filmó en los Estados Unidos. En cambio, la película fue filmada en Bulgaria por razones presupuestarias. Además fue la última película que produjo Tobe Hooper antes de su muerte el 26 de agosto de 2017 por causas naturales. Una vez Tobe Hooper dijo que lo que lo inspiró a crear Leatherface fue “la falta de sentimentalismo y brutalidad de las cosas” debido a las noticias que veía en Estados Unidos relacionadas a los sucesos como Watergate o la Guerra de Vietnam. Solo era “mostrar cerebros derramados por todo el camino“, lo que lo llevó a pensar “el hombre era el verdadero monstruo aquí, solo usando una cara diferente, así que puse una máscara literal sobre el monstruo en mi película”. Aun así se tiene conocimiento de que el creador de obra cinematográfica de la Masacre de Texas además tuvo como inspiración al asesino en serie Ed Gein. Teniendo en cuenta eso y el sentido común, es muy complicado creer en lo que nos presenta el guion con respecto a la transformación de un chico en Leatherface. Resulta poco verosímil o básicamente no tiene mucho sentido creer que el asesino se convierte debido a una traición de una mujer. O que solo el maltrato hacia los jóvenes en el reformatorio tenga un peso suficiente para dicho arco de transformación, pero el esfuerzo en mostrar algo más que solo órganos y mucha sangre está. Eso lo hace una película buena que se diferencia a las otros films que salieron después de la original. A pesar de que hay momentos bastante inverosímiles hasta para el género mismo, como una situación en particular que recuerda a Star Wars para librarse de la policía, los personajes son interesantes, como el oficial de policía que busca venganza y no se anda con rodeos, o los enloquecidos jóvenes personajes que aquí se interpretan que muestran hacerlo bastante bien. Además de un maquillaje y efectos sanguinarios que se representan de manera excelsa en escenas dramáticas. No es para nada una película aburrida, y no se enfoca en las víctimas inocentes clásicas del género, sino más bien en la locura y el ambiente lacerante que rodea a los personajes.
¡Hacéle caso a tu madre! ¿Cuántas veces hemos escuchado esa frase? Hasta en la actualidad está vigente, pero mucho más en el año 1955, cuando comienza esta historia, y generalmente los chicos obedecían a sus padres mucho más que ahora. En Texas, Estados Unidos, hay una antigua granja donde vive una familia muy especial. Una mujer Verna (Lili Taylor) con sus hijos y, lo que se supone, el abuelo de ellos. El sadismo y la perversión surge de ella en forma espontánea, proviene de su más íntima naturaleza por lo que no hay explicaciones ni justificativos. Es así y punto. Y este tipo de conductas es la que les enseña a sus hijos, en la teoría, convenciéndolos que los demás son malos y ellos se tienen que defender a su modo, durante la práctica haciendo justicia por mano propia con los métodos más crueles y tenebrosos posibles. Luego la historia avanza diez años para contarnos la vida de ellos en esos momentos, y, en paralelo, la necesidad de un policía de vengar la muerte de su hija provocada por los muchachos, y también los sucesos ocurridos en un hospital psiquiátrico cuando los internos se fugan de allí llevando como rehén a Lizzy (Vanessa Grasse), la enfermera dulce y comprensible del establecimiento. Los directores Alexandre Bustillo y Julien Maury no escatiman en gastos de producción, efectos especiales y, por sobre todas las cosas, de sangre, mucha sangre. Para mostrarnos sin tapujos los excesos y atrocidades en grandes cantidades de seres humanos que, no actúan como tales. La insensibilidad e inhumanidad es su rasgo distintivo. Matan a quienes consideran que deben morir con una sordidez brutal. Cuánto más sufren, mejor. Pensada seguramente como una película de terror, no cumple con el objetivo, pues no llega a asustar en ninguna escena. El film está destinado a los fanáticos de género. Tal vez lo más conveniente es catalogarla como gore pero, con un poco de suerte, será recordada únicamente por sus actos violentos y despiadados, donde faltaría nada más que los chorros de sangre salpiquen a los espectadores.
Precuela, o pre precuela, ya perdimos la cuenta, que abreva en esa pieza fundacional del género que fue La Masacre de Texas, de Tobe Hooper (1974), aquí productor. El origen del loco de la motosierra es la premisa de un film que arranca fuerte, en la traumática infancia del pequeño Jed entre su familia un poco caníbal. Y salta a su vida adulta, como interno de un neuropsiquiátrico, del que escapará junto a otros pacientes. Pero el atractivo brutal del primer tramo se revela efímero, con la acción que se reduce a acumular golpes de efecto gore: gratuitos, poco novedosos y previsibles. Tiene buenos momentos, pero el género charcutería humana quizá puede darle ya un descanso al bueno de Leatherface.
Casi 40 años más tarde, la saga de "La masacre de Texas" sigue viva. Los directores franceses Alexandre Bustillo y Julien Maury se hicieron cargo de desempolvar una de las franquicias más rentables del cine, pero no apelaron a una estética que pudiera captar la atención de las nuevas generaciones. Al contrario, se remontaron a la década del 50 y permanecieron fieles a la época en la que se desarrolla esta precuela. Quien haya seguido la saga no encontrará demasiadas sorpresas argumentales, con excepción de una explicación sobre el origen de la locura del protagonista. Y desde el primer minuto queda claro que en esa familia nadie puede esperar nada bueno del futuro. Bustillo y Maury dejan claro en esa secuencia qué puede esperar el espectador, pero no se rindieron al gore durante la hora y media que dura la película. Si bien la sangre y las escenas más cruentas están allí como ocurrió siempre, no se tentaron con secuencias extensas a la hora de las mutilaciones. Como consecuencia, "La masacre de Texas" tiene más suspenso que terror y también algo de drama al no soslayar las razones que determinan la transformación de un adolescente en un asesino fuera de control. Quizás el tratamiento del villano, y el trabajo del actor que lo interpreta, sea uno de los atractivos de este filme.
Los directores franceses Alexandre Bustillo y Julien Maury filmaron en Bulgaria intentando que parezca Texas, aspirando de esa manera a mantener el nivel del film. Su desarrollo se convierte en un roadmovie, cuenta con varias escenas de sangre, violenta, gore, con cierto suspenso y con actuaciones desparejas. Cabe destacar una buena fotografía de Antoine Sanier (“Amigos intocables”) y la banda sonora de John Frizzell (“La matanza de Texas 3D”). Ideal para los amantes del género, aunque no propone nada innovador.
Una familia muy normal. La fundacional The Texas Chainsaw Massacre (Tobe Hooper, 1974) fue una película inédita en tierra argenta durante casi dos décadas. Imposible de ser estrenada durante los años del proceso, se convertiría en una cuenta pendiente para el seguidor fiel del género que recién sería saldada -muy a destiempo y sin poder apreciar la obra en su correspondiente contexto histórico cultural- a comienzos de los ‘90s con la edición en VHS por el sello Transeuropa Video Entertainment, y con el marketinero título de El loco de la motosierra. También conocida como La Masacre de Texas, esta magistral exploración de algunos de los miedos más atávicos del ser humano generó un impacto notable en su época y fue una influencia innegable para toda una generación de cineastas que siempre alabó el tono realista cuasi documental de un relato tan conciso como horripilante… y para el que contó con un presupuesto prácticamente inexistente. Tobe Hooper sólo dirigió la secuela de 1986 -de Masacre en el infierno se puede decir que está más jugada al grotesco, humor negro mediante, y tiene el apoyo de una verdadera legión de fans-, pero ya era más que suficiente con la original para dejar su marca en los anales no sólo del género de terror sino del cine en general. Le guste a quien le guste. Y hasta acá llega mi amor por esta saga. Todos los títulos que siguieron a continuación buscaron la explotación descarada de una temática que engendró… ¡cinco! filmes más entre secuelas, precuelas, remakes o reboots (si así lo prefieren). Lo mismo podría inferirse de otras franquicias como Halloween, Martes 13 o Pesadilla. Y es cierto. Pero en lo personal me parecen mejor construidos villanos como Michael Myers, Jason Voorhees o Freddy Krueger. En mi consideración Leatherface viene bastante más atrás que estos titanes de ultratumba. Es curioso cómo a casi todos ellos se los asocia con un arma en particular: Jason con su eterno machete, Freddy con su guante con garras y Leatherface con su iconográfica motosierra. Michael, por su parte, se adapta a lo que encuentre (aunque en un punto nadie le hace asco a cualquier elemento que sirva para matar). Podría analizar estos filmes uno por uno, pero ¿para qué prorrogar la agonía? Como dato de color se puede mencionar que en La Masacre de Texas III (Jeff Burr, 1990) tuvo un papel nuestro querido Viggo “Guido” Mortensen y en El regreso de la masacre de Texas (Kim Henkel, 1994) asomaron sus frescos y jóvenes rostros Renée Zellweger y Matthew McConaughey mucho antes de forjarse un nombre en Hollywood. La remake de 2003 dirigida por Marcus Nispel era sumamente prolija y no estaba nada mal por tratarse de una producción de Michael Bay (que, eterno baboso, contrató a las infartantes Jessica Biel, Erica Leerhsen y Lauren German para que sufran los vejámenes habituales en estas películas). En La Masacre de Texas: El Inicio (Jonathan Liebesman, 2006) se despacharon con un festival de gore para pintar con brocha gorda los comienzos del Leatherface quizás más brutal que hayamos visto hasta ahora. Si algo le faltaba a la saga era debutar con el 3D y ese momento no se hizo esperar con Masacre en Texas: Herencia maldita (John Luessenhop, 2013), penúltimo eslabón que contó con la pulposa presencia de Alexandra Daddario. Quien supuso que el silencio de los últimos años era indicativo del final de Leatherface y su familia caníbal no podía estar más equivocado. Y arribamos a la flamante La Masacre de Texas: El origen de Leatherface (2017) que no es tan terrible como uno intuía y sin embargo tampoco da para recomendarla… a menos que el estimado lector quiera experimentar algo “novedoso” como la necrofilia. Nunca había visto una escena tan explícita con este tópico en cines. Al margen de lo desagradable, realmente ya no hay límites a la hora de plantear una situación efectista. Si la idea era sorprender a su público con recursos shockeantes no cabe duda de que lo han logrado. Semejante audacia en un realizador estadounidense era llamativa. Hete aquí que no es uno, sino que son dos los directores. Y franceses ambos. Julien Maury y Alexandre Bustillo vienen trabajando codo a codo desde hace unos cuantos años con proyectos por lo general chicos. Su producción más destacada sigue siendo su ópera prima, la hiper traumática Inside: La venganza (2007). ¿Qué gratificación puede tener este dúo al apropiarse de una saga ya en decadencia y con escasas posibilidades de innovar cuando prácticamente está todo dicho? Estos cineastas todavía jóvenes han querido dejar su sello en una franquicia que es parte de su ADN (recordemos que son fanáticos del género). Ese amor no alcanza para redimir un filme sin una historia que lo sustente. No obstante, se le pueden rescatar algún que otro acierto aislado. Luego de un prometedor prólogo donde nos dejan vislumbrar la atroz educación a la que es sometido el niño Jed (años después devenido en Leatherface) por su madre (Lili Taylor) y demás parentela, la acción se permite una elipsis de una década. Durante ese lapso, y a través de argucias legales que lo han separado de su familia, Jed permanece encerrado en un psiquiátrico donde los pacientes son tratados con métodos barbáricos por el Dr. Lang (Christopher Adamson), el tirano director del establecimiento. Estamos en los 60’s en plena era del flower power, el hippismo, Vietnam y la contracultura. Pero El origen de Leatherface no apunta a brindar un fresco de época sino a darle una ambientación que potencie la antinomia entre los ideales que fluían por ese entonces con la carnicería estilo Grand Guignol que es moneda corriente en esa familia de una zona rural cuyas características tuvieron su fuente de inspiración en Ed Gein, el mismo personaje que Robert Bloch utilizó para darle forma al Norman Bates de Psicosis. Tras una rápida presentación de los personajes principales, el guionista Seth M. Sherwood no pierde el tiempo en generar una excusa para que varios desequilibrados se den a la fuga con una enfermera de rehén. Quien sale a tratar de capturarlos es el oficial de policía Hartman, quien se la tiene jurada a la familia de caníbales por razones que omitiremos contar aquí. Hartman (interpretado por el otrora joven rebelde Stephen Dorff) no tiene interés en cumplir con las leyes, su credo está más bien fundado en el ojo por ojo y así las cosas la fuga para él es un regalo del cielo. El tipo está más motivado que Charles Bronson sumando todas las películas de El vengador anónimo. Este enfrentamiento propicia instancias de gran violencia donde aúnan una saña absoluta con un sadismo reflejado con lujo de detalles por la fotografía de Antoine Sanier. Los realizadores no temen sumergirse en lo revulsivo -recordemos el pasaje necrofílico- y no les tiembla el pulso a la hora de sacudir al público con las imágenes más feroces que puedan concebir en 87 minutos que transcurren con cierta agilidad. El guion se guarda un par de sorpresas para el último acto que si somos buenos podemos calificar como ingeniosas (si somos malos apenas previsibles). Como suele suceder en el género el final es impiadoso y, en este caso puntual, poco original. La intensidad ayuda a disimular sus flaquezas: entre tantas mencionaré que, con la excepción de la enfermera, todos los demás personajes resultan detestables. Si mueren o no, no le importa a nadie. Siendo así, El origen de Leatherface cae de lleno en un terror mecánico, burdo, desalmado, al que no podría salvar ni el director más talentoso.
EL ASESINO QUE NO SE CANSA DE TENER ORIGEN Mucho se ha dicho y escrito sobre la película del recientemente fallecido Tobe Hooper, aquella que lo marcara como un director de género digno de ser apreciado y que posibilitara la realización de Poltergeist, a pesar de los rumores que indican que fue el mismo guionista Steven Spielberg quien finalmente estuvo detrás de las cámaras. Lo cierto es que el clima de genuino espanto y el horror realista logrado en esa película hicieron historia y generaron secuelas de variable calidad. La masacre de Texas (1974) ni siquiera pertenecía a la categoría de slasher, ya que no era la del típico asesino en solitario dotado de un machete que buscaba adolescentes pecaminosos en un campamento, sino la de una familia de freaks asesinos en los que el exponente más enfermizo era el que portaba una motosierra y luego de matar a sus víctimas con ella, les quitaba los rostros para usarlos de máscara; de ahí su apodo recibido “Leatherface” que también es el título original de la producción que nos ocupa. La masacre de Texas (2017) se referencia vagamente a la original y descarta a todas sus secuelas, haciendo hincapié en un Jed Sawyer niño que sufre el proceso de transformación en asesino, paso por un manicomio mediante. En principio la historia parece centrarse en ese establecimiento, en donde los pacientes parecen ser mucho más mortales y peligrosos que la misma familia Sawyer, pero luego cambia el eje y vuelve a convertir la trama en algo distinto al hacer de Jed y sus amigos, un grupo de peculiares fugitivos. Los dos referentes de mayor peso interpretativo son aportados por Stephen Dorff, veterano del género, y Lily Taylor, que coincide con su colega en las incursiones frecuentes en el cine de terror que perfilaron su carrera. Lo bueno es que no son simples baluartes tomados a modo de excusa sino que componen personajes decisivos en la trama, uno como impulsor del destino del pequeño Jed, y la otra como quien se erige en la madre-mentora del futuro monstruo. Pero así y todo, los elementos presentados no llegan a formar un cuento digno del inicio de una leyenda. Ni siquiera pasan, por momentos, de una suerte de road movie o película de fuga sangrienta en la que casi ni hay héroes pero cualquiera puede ser víctima. La locura que impulsa a los asesinos parece impostada, sin forma, sin una motivación que lo sustente. También resulta difícil empatizar con los personajes, no porque sean demasiado malos o perversos, sino porque carecen de complejidad o de interés. El tiempo en el que se los presenta en ese loquero es tan escaso que no llegamos a identificarnos por el sufrimiento por el que pasan y que, en cierto modo, podría llegar a hacer que nos surja el deseo genuino de que tengan éxito. Por esa misma razón, por la ausencia de grises, es que la película termina siendo plana, vacía y apenas sostenida por la crudeza visual de ciertas imágenes que no hacen más que decirnos que estamos viendo una más de La masacre de Texas. Pero no alcanza, porque ni siquiera son lo suficientemente imaginativas como para que recordemos los episodios al detalle. No es que podía esperarse demasiado de La masacre de Texas en su octava entrega pero sin dudas sirve de presagio para esperar que en la próxima década sea probable que no tengamos más intentos de reflotar al personaje o a la historia. Y ya no sé si se trata de algo que creo que sucederá o que deseo, porque preferiría que se utilicen los recursos en algo mucho mejor motorizado que la misma motosierra de Leatherface.
Para ser una de las franquicias con uno de los villanos más recordados de la pantalla grande, las aventuras de Leatherface y la terriblemente disfuncional familia Sawyer no han dado pie con bola en una trayectoria que abarca más de 40 años, desde que en 1974 el loco de la motosierra hizo acto de aparición en la brutal e inolvidable The Texas Chain Saw Massacre de Tobe Hooper. Mal que les pese a todos, Michael Bay y su productora Platinum Dunes le insuflaron un poco de vida a la alicaída saga en 2003 con la genial remake protagonizada por Jessica Biel, y la precuela a la misma historia no tardó en llegar en 2006, pero ya sin la fanfarria de su predecesora. Un salto en el tiempo hasta 2013, otra productora de por medio y tenemos Texas Chainsaw 3D, una continuación oficial de la original -al carajo todo lo que vino después- cuya sangrienta violencia fue directamente proporcional al poco tacto del guión -por no decir estupidez galopante-, al no haber hecho los deberes con la línea temporal de la saga. Totalmente acorralados y con destino incierto, Millennium Films optó por el camino más obvio posible: una precuela -otra más- que retratase la infancia y adolescencia del cruento asesino y cómo fue que llegó a ser el imponente maníaco que todos conocemos hoy en día. Leatherface podría haber funcionado, pero no es el caso. Ganas no les faltaron a los chicos de Millennium para lograr una buena historia de orígenes. Haber contratado a la dupla francesa compuesta por Alexandre Bustillo y Julien Maury -de la excelente À l’intérieur– auguraba buenas intenciones, ya que no había nombres más idóneos para el proyecto, ambos provenientes de ese fenómeno de hace unos años llamado Nueva Corriente de Terror Francés, que se basaba en buenas historias con hectolitros de sangre. El gran problema de su última película es que está a kilómetros de distancia de su explosivo debut, y con un guión deprimente y sin sentido termina de llevar al ícono del terror a un pozo del que le resultará difícil salir, si es que logra hacerlo alguna vez. Leatherface Leatherface nos lleva al auge de la familia Sawyer, con la matriarca Verna -la siempre dispuesta Lili Taylor– como la mujer que lleva la batuta y la que imparte tanto premios como castigos para sus salvajes retoños. Uno de ellos en particular, Jed, tiene un alma sensible y le escapa a la virulencia que corre por las venas de su familia, pero el entorno lo empuja una y otra vez a convertirse en uno de ellos y matar por el simple hecho de poder hacerlo. Los Sawyer piensan que están fuera de la ley, hasta que se meten con la familia del sheriff Hartman –Stephen Dorff-, quien tras un giro bastante trágico separa a Jed y lo pone en custodia en un reformatorio para jóvenes. Un salto de 10 años hacia adelante nos posiciona de lleno en este sanatorio psiquiátrico, y cualquiera de estos muchachos con severos problemas mentales podría ser el Sawyer que se convertirá en una leyenda macabra. ¿Cuál de ellos será? El guión de Seth M. Sherwood juega con un buen basamento y una buena incógnita, pero derrocha todo ese potencial con despistes obvios, y la audiencia no tendrá que hacer mucho esfuerzo mental para identificar quién de todos ellos pasará a la posteridad como el ícono del horror. El escape del hospital y posterior road movie macabra al estilo Natural Born Killers poco y nada hace para ganar la empatía de los personajes, y toda situación violenta o macabra -un tiroteo en una cafetería, una escena de sexo con un cuerpo de por medio- no profundiza en la psiquis de los protagonistas sino resultan gratuitamente perversas. Estamos frente a una película de terror para las masas, lo sabemos, no queremos una exploración freudiana de un notorio asesino serial, pero vamos, uno espera mucho más. Es en momentos como estos que uno comienza a mirar con ojos cariñosos a la reimaginación de Rob Zombie de Halloween, un trabajo superior en cuanto a exploraciones innecesarias del Mal con mayúsculas. Leatherface no escatima en sangre y vísceras, pero sí le falta una razón de existir. La constante explicación de por qué alguien es malvado o siniestro -volvemos al entorno familiar que se visitó en la Halloween de Zombie- arruina el terror innato de un loco que corre desquiciado con una motosierra, eliminando a quien se interponga en su camino. De no ser por la labor de Taylor y Dorff, esta precuela pasaría al olvido absoluto, ya que no aporta nada que la saga no haya hecho antes ni tampoco necesite, si vamos al caso.